jueves, 8 de mayo de 2014

Revolución Libertadora: La guerra en Córdoba capital



Ruinas y desolación en Alta Córdoba


Córdoba bajo fuego


Soldados y civiles en una posición frente al Cabildo (Fotografía. Jorge R. Schneider)


Con las primeras luces del día, se reanudaron los combates en la capital cordobesa. Francotiradores civiles apostados en los techos de los hoteles Savoy, Italiano y Albéniz comenzaron a hostigar desde las primeras horas a las tropas que el general Iñiguez tenía acantonadas en la estación de Alta Córdoba, recibieron a su vez fuego de armas automáticas y ametralladoras. Los civiles, a quienes se había intimado a rendición, no se amedrentaron y siguieron disparando, obligando a Iñiguez a desplegar sus morteros frente a los edificios y abrir fuego.
Las descargas destruyeron parte de los frentes y obligaron a los milicianos a capitular, desbordados por la intensidad del fuego enemigo.
Iñiguez ordenó que los prisioneros fueran conducidos al pasadizo subterráneo que unía los andenes de la estación, a efectos de resguardarlos del cañoneo enemigo proveniente del observatorio astronómico.
Mientras tanto, la artillería leal seguía disparando.
Los subtenientes Saturnino Huici y Osvaldo Fernández Anca que tenían a cargo los cañones rebeldes, devolvían el fuego batiendo el sector de galpones, sin precisar sus consecuencias. Uno de los proyectiles se fue largo e impactó en las azoteas del domicilio particular del eminente médico Dr. Gumersindo Sayago, renombrado especialista en Fisiología que, de esa manera, sufría en “carne propia” los rigores de la guerra. Otro proyectil explotó en el anden contiguo a las boleterías, donde el general Iñiguez y el teniente coronel Alberto R. Nadale habían instalado su comando, causando daños considerables en el edificio. Pero lo peor fue cuando una esquirla alcanzó a este último, hiriéndolo de gravedad.
Nadale cayó al suelo, herido en el pecho, mientras sus asistentes y el propio Iñiguez se apuraban a sujetarlo. Lo colocaron sobre una manta y lo llevaron hasta un jeep, a bordo del cual, fue evacuado velozmente hacia un hospital.



Vivienda particular destruida por un impacto de artillería en Alta Córdoba

Después del combate, dos niños observan la destrucción en inmediaciones del Hotel Savoy

Otra vivienda destruida en Alta Córdoba

Un impacto de artillería ha destruido parcialmente el frente del Hotel Savoy en Alta Córdoba

Interior del Hotel Savoy después de la batalla


En su apresurada carrera, el vehículo debió internarse en territorio rebelde bajo intenso fuego enemigo, en especial, el de los milicianos civiles que no alcanzaban a distinguir que conducía a un herido1.
En momentos en que Nadale era evacuado, se presentó en la estación un individuo vestido de civil, enviado a parlamentar por el general Videla Balaguer. Se trataba del capitán de la Fuerza Aérea Gigena Sasía quien, según informó al presentarse en el comando leal, portaba un mensaje. Sospechando de su persona, Iñiguez lo hizo detener y procedió a leer la nota. En la misma, Videla Balaguer manifestaba profundo aprecio por su persona (la de Iñiguez), a quien respetaba por saberlo un general íntegro y decidido y le solicitaba recapacitar, invitándolo a unirse a la revolución.
En esas se hallaba el jefe gubernamental cuando repentinamente aparecieron sobre sus posiciones los Gloster Meteor rebeldes al mando del capitán Jorge Lisandro Suárez.
Los aviones se abalanzaron sobre el 12 de Infantería ametrallando el área inmediata a la estación, mientras recibían nutrido fuego antiaéreo. Ahí quedó demostrado, una vez más que el armamento de los veloces cazas de fabricación inglesa era deficitario ya que, después de los primeros disparos, sus cañones tendían a trabarse.
Maldiciendo entre dientes, Suárez siguió su aproximación y arrojó sobre las tropas enemigas sus tanques suplementarios, repletos de combustible, desencadenando incendios de proporciones. El efecto, muy similar al de las bombas de napalm, causó una impresión tremenda.
A Suárez le siguieron los cazas restantes, imitando su accionar y a estos los Calquin de bombardeo liviano que descargaron sus bombas con gran precisión. Las explosiones sacudieron con fuerza Alta Córdoba, obligando a sus pobladores a permanecer encerrados en sus casas o en lugares cubiertos.
“Prosigue la lucha en Alta Córdoba…Nuevamente interviene la fuerza aérea, hostigando incesantemente la zona ocupada por las tropas santafesinas. Continúa el bombardeo con ‘Napalm’ y al mismo tiempo, las fuerzas de tierra revolucionarias prosiguen la operación de ‘limpieza’. Observadores aéreos informan que una columna de vehículos, proveniente de Alta Gracia, avanza por la ruta de acceso a Córdoba. Ubicados estos efectivos con exactitud, desde el aire, actúa la artillería y bate completamente a la columna, observándose notable precisión en el tiro. En horas de la mañana se produce el ataque de bombarderos Avro Lincoln, provenientes del Comando de Represión de Buenos Aires: la pista del I.A.M.E. es alcanzada. No obstante, en medio de las explosiones y el humo, decolan aviones Gloster, que interceptan a los atacantes, y aunque no logran batirlos, por haberse interrumpido sus cañones a la primera ráfaga, realizan una notable labor de intercepción, obligándolos por fin a regresar con algunas averías de importancia” (“Parte de Guerra”, Revista “Cielo”).            
Mientras se desarrollaban estos ataques, las tropas del general Iñiguez se obstinaban en consolidar sus posiciones a este lado del Río Primero con el objeto de avanzar con mayor seguridad sobre el grueso de las posiciones revolucionarias. Sus patrullas adelantadas chocaron con pelotones enemigos en el Puente Centenario, a solo ocho cuadras de la estación del ferrocarril, siendo contenidas con gran vigor desde el otro lado, por una muralla de autos, ómnibus y camiones desplegados a lo ancho de las avenidas Vélez Sárfield y General Paz, baluarte principal de las defensas rebeldes desde donde efectivos de paracaidistas, cadetes de Aeronáutica y comandos civiles disparaban intermitentemente, impidiéndoles el acceso al centro de la ciudad. Sin embargo, para entonces, pelotones de exploración de las fuerzas gubernamentales habían descubierto que el puente inmediato al Mercado de Abasto, al sudeste de Alta Córdoba, se hallaba despejado y hacia allí despachó Iñíguez parte de sus fuerzas (11.50), después de recibir los refuerzos del recientemente llegado Regimiento 11 de Infantería al mando del teniente coronel Enrique Guillermo Podestá. Podestá detuvo sus tropas en Alem al 400, pleno barrio Firpo y se adelantó con su Estado Mayor para subordinarse al general Iñiguez.



Daños en la estación ferroviaria



Un vagón alcanzado por la bomba de un I.Ae-24 Calquin en Alta Córdoba

Otro vagón destruido en la estación del Ferrocarril Gral. Bme. Mitre


Las tropas de Podestá, se tirotearon con efectivos rebeldes parapetados en los edificios vecinos y recibieron disparos desde vehículos civiles que, osadamente, aparecían a alta velocidad para sorprenderlas, resultando gravemente herido el sargento ayudante Arnaldo Gregorutti de las fuerzas leales.
El 11 de Infantería no pudo llegar en mejor momento. El general Iñiguez lo desplazó hacia la izquierda, en dirección al puente del Mercado de Abasto, mientras su artillería batía las posiciones que defendían Puente Centenario. La idea era cruzar todo el regimiento hacia el Mercado y lanzarlo velozmente hacia el centro, para tomar el Cabildo, sede del Departamento de Policía.
El plan fue transmitido al general Sosa Molina y aquel lo aprobó.
Cuando el enfrentamiento arreciaba, Sosa Molina, completamente convencido del triunfo, llamó al Comando de Represión en la Capital Federal y le comunicó que Córdoba estaba rodeada y que las tropas que respondían al gobierno se hallaban listas para el asalto final.
Mientras el alto oficial pasaba su informe, proyectiles de morteros y fuego de armas automáticas caían sin cesar sobre las posiciones del 12 de Infantería en un desesperado y heroico esfuerzo por contener su avance.



Una posición de ametralladora se dispone a disparar sobre las fuerzas leales que avanzan sobre Alta Córdoba


En los alrededores de la ciudad también hubo acciones. A las 03.00 un Beechcraft AT-11 que había decolado minutos antes de la Escuela de Aviación Militar, arrojó bengalas sobre Malagueño para realizar observaciones sobre las posiciones enemigas. Horas después (08.00) el general Aquiles Moschini envió desde Juárez Celman al Regimiento 15 de Infantería con órdenes precisas de apoderarse del aeródromo de Pajas Blancas, punto de vital importancia desde el que los aviones rebeldes habían llevado a cabo ataques a partir de las 06.40 de esa mañana. A muchas de aquellas máquinas se les ordenó mantenerse en vuelo, en espera de nuevas instrucciones.
Alcanzado el objetivo, el 15 de Infantería desplegó los cañones de sus dos secciones de artillería e inició la ofensiva. Las escasas tropas que defendían el aeródromo, integradas por cadetes de la Fuerza Aérea y milicianos civiles al mando de oficiales de Aeronáutica, opusieron una férrea resistencia pese a encontrarse mal armados. En los combates cayó muerto el soldado Ernesto Chaves y fue herido un oficial de apellido Mansilla, ambos integrantes de las tropas defensoras.
A poco de iniciado el cañoneo, la Escuela de Aviación Militar recibió desde Pajas Blancas un desesperado pedido de auxilio. El poder de fuego al que estaba siendo sometido el aeródromo era impresionante y de continuar, resultaría imposible mantener la posición.
A las 08.50 decoló desde la Agrupación Aérea un DL-22 que diez minutos después ametralló a las tropas leales forzándolas a buscar cobertura en el terreno. El avión se retiró acosado por el fuego de las baterías antiaéreas en el mismo momento en que un monomotor Fiat de observación hacía reglaje de tiro de artillería para la Escuela de Aviación Militar. Veinte minutos después un aparato de iguales características arrojó volantes sobre Río Segundo, La Cruz, Río Tercero y Alta Gracia, e informó a la torre de control que acababa de detectar una importante concentración de vehículos en la plaza principal de la última ciudad.
El piloto efectuó un amplio viraje hacia el norte, dejando a su izquierda el Dique Los Molinos; cruzó el río Anizacate y cuando sobrevolaba las Sierras Bajas avistó una extensa columna motorizada integrada por ómnibus, camiones y jeeps, que se desplazaba hacia la Escuela de Aviación Militar, poniendo en peligro la posición rebelde. Eso decidió al comando del general Lonardi a lanzar un nuevo ataque para detenerla y para ello fueron alistados dos Gloster Meteor y tres Beechcraft AT-11 que decolaron a las 09.30 para embestir con bombas y metralla.



Comandos civiles revolucionarios toman ubicación en las inmediaciones de la estación del ferrocarril


Después de que pilotos y mecánicos efectuasen los últimos controles, los cazas se ubicaron juntos en la cabecera de la pista y cuando la torre ordenó despegar, iniciaron el carreteo elevándose al mismo tiempo a gran velocidad. Le siguió la sección de los Beechcraft, que decolaron uno detrás de otro para perderse en la lejanía con rumbo sudoeste. Diez minutos después, la escuadrilla divisó al objetivo cuando se desplazaba por detrás de las sierras en dirección a la capital.
A través de la radio, el líder advirtió a los otros aviones y les ordenó iniciar corrida de bombardeo, lanzándose él en primer lugar.
El Gloster Meteor abrió fuego con sus cañones acribillando a varios vehículos de la columna y luego arrojó sus bombas seguido inmediatamente después por el aparato Nº 2.
Los efectivos leales detuvieron la marcha y corrieron en busca de cobertura sin responder la agresión. Lo hicieron recién cuando llegaron los AT-11 pero escasos fueron sus resultados. Los tres bombarderos lanzaron sus cargas y se elevaron para perderse en la lejanía, volando hacia el noreste.
Cuando se desarrollaban esas acciones, un cuarto Beechcraft bombardeó nuevamente al 15 de Infantería cuando sus unidades de desplazaban frente a Pajas Blancas, ataque que se repitió veinte minutos después (09.40), con resultados relativos. Las mismas tropas fueron ametralladas por un DL-22 a las 09.55 y a las 10.00 un Beechcraft volvió a bombardearlas en momentos en que ingresaban en el perímetro del aeródromo, desbordando sus líneas defensivas. Los estallidos sacudieron la región y los tableteos de las ametralladoras y las baterías antiaéreas incrementaron la sensación de guerra sumiendo en angustia y temor a los habitantes del sector norte de la capital provincial.
A las 09.30 el comodoro Krausse se comunicó con el teniente Raúl Barcalá para ordenarle que destruyera el radio-faro Córdoba, ubicado en una pequeña edificación a escasos 500 metros del edificio principal de Pajas Blancas. La operación era imperiosa porque, de caer el objetivo en manos leales, radio “La Voz de la Libertad” quedaría bloqueada.
Barcalá, experimentado piloto, instructor de bombarderos livianos y ganador de todas las pruebas de tiro y bombardeo desde la creación de la Fuerza Aérea, trepó a su Calquin, carreteó y tomando velocidad, despegó hacia el aeródromo virando hacia el norte para cubrir los 12 kilómetros que lo separaban de él. Durante su aproximación, observó que en una de las cabeceras de la pista las fuerzas de ambos bandos combatían intensamente, comprendiendo que eso le permitiría llegar al objetivo sin demasiados inconvenientes.
El piloto se acercó en línea recta, calculó la distancia y arrojó su bomba, alcanzando la casilla del radio-faro. Para alivio del comodoro Krause, el mismo quedó completamente destruido, media hora antes de que las tropas gubernamentales se apoderasen del sector.
La llegada de las fuerzas leales obligó a sus defensores a retirarse hacia Arguello, después de dos horas y media de combate.
Ya en poder del aeródromo, el Regimiento 15 de Infantería fue atacado con proyectiles de morteros, bombas y metralla y a las 10.50 bombardeado por aviones Beechcraft, Calquin y Gloster Meteor que repitieron sus incursiones cincuenta minutos después (11.40). Sin embargo, la posición permaneció en poder de las fuerzas leales, convirtiendo ese punto en una amenaza para la revolución.



Comandos civiles revolucionarios se aprestan a entrar en combate en la Escuela de Aviación Militar

Un vivac rebelde en la Escuela de Aviación Militar. Civiles y militares velan sus armas en espera
de nuevos enfrentamientos

Civiles y militares rebeldes en la Escuela de Aviación


La situación se había tornado extremadamente confusa en Alta Gracia, donde el gobernador Luchini había llegado al frente de un pelotón policial con el que había salido de Córdoba 48 horas antes, para dirigir la represión. Luchini no terminaba de comprender la actitud pasiva del general Morello, que no se decidía a iniciar la ofensiva sobre la capital provincial y liquidar el alzamiento de una vez por todas. Según su parecer, el comandante de la IV División disponía de tropas suficientes para apoyar a Iñiguez y acabar con la revolución, opinión que compartían el general Arnaldo Sosa Molina, el jefe de la Escuela Mecanizada, coronel Ercolano y el general José Alejandro Falconier, que desde su comando en Río Cuarto, despachó al mayor Alfonso Mauvecín con la “sugerencia” de iniciar la embestida a la mayor brevedad posible.
Como explica Ruiz Moreno, las fuerzas de Morello ya no eran la masa informe y desorganizada del primer día de combate, duramente hostigada por la aviación y la artillería rebeldes, sino una fuerza considerable compuesta por unidades poderosas como el Regimiento 14 de Infantería de Río Cuarto, dos batallones de la Escuela Mecanizada de Buenos Aires, el Grupo de Artillería Liviana de San Luis y otras fuerzas oriundas de Córdoba. Sin embargo, su gente no se decidía y continuaba a la defensiva, sin lanzar la acometida final.


Fotografías de Jorge R. Schneider obtenidas durante los sucesos que tuvieron lugar entre el 16 y el 21 de septiembre de 1955 en la ciudad de Córdoba


Notas


  1. Los regimientos peronistas carecían de equipos sanitarios como para atender casos graves.

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