jueves, 9 de julio de 2015

Rosas: Su armero alemán

El armero de Rosas

Friedrich Nell (1819-1894)

Friedrich Nell, nació en Baden-Baden, Alemania en 1819. Hombre de mucho empuje y aspiraciones que después de recorrer toda la Alemania de principios del 1800, se instaló en Buenos Aires antes de 1850.

Nell tuvo encuentro con los indios en la zona de grandes estancias de la época, en las vecindades de Dolores (Pcia. de Buenos Aires). Posteriormente se trasladó a San Luis, trabajando en la mina de oro de La Carolina; se instaló en San Luis (Capital) y por último vivió en Mendoza, en Alto Verde, cerca de San Martín, donde murió en 1894.

A pesar de no haber sido profesional –relata el geólogo puntano Lucero Michaut- inculcó en sus hijos el interés por los idiomas alemán y francés y por las ciencias positivas. Tuvo convicciones religiosas católicas y despreció siempre todo lo supersticioso y carente de explicación lógica. Fue hombre de gran valentía personal, conformando lo que podría definirse como un “gringo de agallas”, de esos que contribuyeron a formar países”.

Friedrich Nell llegó al país hacia 1846 o 1847. Se casó en octubre de 1850 en Buenos Aires con María Theodore Elisabeth Polte, alemana de Hannover, nacida en 1820, siendo también alemanes todos los testigos de su casamiento, lo que indica que por la época existía ya un apreciable caudal de inmigración espontanea alemana, sin contar con hombres de ciencia llegados poco después, de la jerarquía de Germán Burmeister, verdadero sabio en materia de ciencias naturales, organizador del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, y en cuyo honor ha sido bautizada una zancuda argentina (Chunga burmeistari), cuyo nombre popular es chuña.

Su hija, Basilia Nell, nacida en Dolores, Pcia. de Buenos Aires, fue esposa del Dr. Adolphe Joseph Michaut, prestigioso médico francés que en 1866 fue contratado por el ministerio de Guerra y Marina para que preste servicios en la Guerra del Paraguay.

Del material informativo proporcionado por el Dr. Lucero Michaut, forman parte las Memorias de Don Carlos Michaut Nell (1) sobre sus abuelos maternos, Friedrich Nell y María Polte, de acuerdo a los relatos escuchados en su niñez de boca de los mismos, en rueda de familia.

Un armero alemán al servicio de Rosas

En las interesantes “Memorias” se relata que el matrimonio Nell-Polte tenía un Taller de Herrería Artística en el cual se forjaban lanzas, sables y otras armas tales como fusiles, para aprovisionamiento de las milicias de caballería llamadas “Los Colorados de Rosas”.

“Narraba mi abuelo Federico –dice Carlos Michaut Nell- que una vez se presentó personalmente en su taller el mismo Rosas, quien, después de observar cuidadosamente toda la existencia de armas preparadas y en preparación se retiró sin dirigir la palabra a nadie.

Tanto don Federico como su esposa María E. Polte eran partidarios y simpatizantes de Rosas y por lo tanto federales de convicción y ambos usaban permanentemente la divisa federal; la misma, que consistía en una ancha cinta roja era llevada en el sombrero por mi abuelo y en la “chapeca” que colgaba sobre la espalda, por mi abuela.

A pesar de ello, tanto el taller como la casa eran visitados muy a menudo por los jefes de la Mazorca, generalmente por el comandante Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra, en busca de posibles refugiados unitarios, a quienes se perseguía a muerte. Lo que sucedía era que la Mazorca desconfiaba sistemáticamente de ellos por el hecho de ser “gringos”, como les decía el mismo Cuitiño en esas revisiones en las que se investigaban hasta los sótanos.

Don Federico recordaba que una vez se presentó Cuitiño con su grupo policial de gauchos de chiripá colorado y botas de potro; Cuitiño iba en mangas de camisa y con su brazo derecho totalmente manchado de sangre de un unitario que acababa de degollar personalmente.

Poco tiempo después, en fecha que no puedo precisar pero que evidentemente tuvo que ser antes de Caseros, mis abuelos decidieron vender el taller y trasladarse al campo de la provincia de Buenos Aires, entusiasmados por emprender la crianza de ovejas; es así que se ubicaron en una estancia del Partido de Dolores, perteneciente a una rica familia de apellido Cisneros; en esa estancia nació (1858) mi finada madre Doña Basilia Nell (quien posteriormente se casaría en 1880, en Paso Grande, San Luis, con mi padre Joseph Adolph Michaut).

El matrimonio Cisneros se encariñó con la familia de mi abuelo Federico y le pidió a mi abuela que le pusiera de nombre Basilia a la recién nacida y que ellos iban a ser sus padrinos; asimismo el señor Cisneros ordenó a su mayordomo que todo ternero que naciera macho fuera señalado a nombre de su “ahijadita” Basilia. Ignoro qué fin tuvo esa promesa, pues en la partida de nacimiento de mi madre figura como padrino un alemán Goldschmidt y otra persona de apellido Adaro, ambos de Dolores.

Contaba mi abuelo que en dos ocasiones debieron la vida a la divisa punzó que todavía usaban permanentemente mientras trabajaban en la mencionada estancia de Cisneros. Mis abuelos habitaban una parte de esa gran estancia, que les habían asignado, y en la cual se dedicaban afanosamente a criar una enorme majada de ovejas, para lo cual ocupaban un antiguo rancho cuyas puertas se cerraban a fuerza de trancas por las noches por temor al bandidaje que a la sazón asolaba todo el territorio nacional.

En dos ocasiones de desarrollo muy similar, se les presentaron sendos malones de “indios pampas”, quienes al verlos tocados con la divisa punzó no los atacaron, pues la indiada de aquella época adoraba a Juan Manuel de Rosas; en efecto, el cacique gritó a la indiada: “cristiano siendo federal no matando, no matando y no robando hermano, dando capones”, y mi abuelo con su trabuco al cinto les contestó, imitando la forma de expresarse de los indios: “si, hermanos, agarrando todos capones precisando” y allí comenzó la carneada a granel hasta que los salvajes se hartaron, después de lo cual se retiraron al amanecer cumpliendo su palabra de no hacerles daño ni robarles nada. Mientras mi abuelo los había atendido amablemente tratando de no provocar su enojo, mi abuela, desesperada andaba con una botella de ginebra y un jarro sirviendo la bebida al cacique y a sus capitanejos, quienes se mostraron muy respetuosos con ella.

Los indios consideraban a Rosas como una especie de aliado contra los unitarios, a quienes evidentemente odiaban con una prevención posiblemente alimentada por aquél. Estos malones, al regresar tierra adentro asolaban sistemáticamente las grandes estancias pertenecientes a los unitarios”.

Tres percances de Friedrich Nell

“De su permanencia en la estancia, mi abuelo contaba siempre en las tertulias familiares, el recuerdo de tres percances que allí le sucedieron.

Un día domingo, mi abuelo, como muchos otros pobladores de esa vasta campaña, concurrió a una “pulpería” a entretenerse con carreras cuadreras y juegos de naipe, ocasión en la que tuvo un altercado con uno de los gauchos presentes, a quien le asestó un fuerte golpe de puño; la inmediata respuesta fue una puñalada en el bajo vientre. El pulpero lo hizo transportar hasta su casa en la que al entrar dijo sencillamente “María dame un vaso de vino, que me han dado una puñalada, ¡carajo!”. Lo curaron los curanderos del lugar, con cataplasmas de yuyos. La palabra “carajo” estaba permanentemente en boca de mi abuelo; evidentemente la encontraba muy expresiva y subrayaba con ella el final de cualquier frase.

En otra ocasión -contaba don Federico- iba él en su caballo por esos desiertos caminos de la región, con el objeto de visitar un amigo, cuando de repente se encontró con un grupo de cuatro gauchos semisalvajes quienes después de hacerlo bajar de su cabalgadura y golpearlo le dijeron: “Recién matamos un gringo y ahora te vamos a matar a vos”. Mientras algunos de los asaltantes lo apretaban contra el suelo, otro afilaba su cuchillo en un palo a la vez que le decía. “Te voy a degollar”. Entonces, en el momento justo, como un milagro de Dios, vieron que se aproximaba a la gran carrera un jinete, ante lo cual los bandidos lo soltaron y montando en sus pingos huyeron. Digo que eso sucedió en el momento justo, pues uno de los salvajes tenía a mi abuelo tirándolo de la barba negra que usaba, o “pera” como se le llamaba, para proceder al degüello, mientras él les decía: “Corten ligero, carajo”, según su costumbre de expresarse. Quien había llegado tan oportunamente, era un compadre suyo, muy querido y ligado a la familia por lazos de padrinazgo que en esa época se tomaban tan en serio; este hombre, como muchos otros de la zona, era un gaucho muy decente que había asimilado bastante de civilización.

Estando en otra ocasión don Federico en la misma pulpería mencionada, escuchó de boca de la paisanada del lugar, que por las cercanías había un sitio por el que de noche nadie osaba transitar sin ser objeto de terribles “sustos” o accidentes graves. Como mi abuelo siempre solía decir que jamás supo lo que era el miedo a nada ni a nadie, aseguró a todos los presentes que “pensaba ir esa misma noche, carajo”. Así lo hizo y esa noche, montado en su regio pingo, con la fe que se tenía de ser tan buen jinete como el mejor de los gauchos, se dirigió al lugar mencionado con el fin de averiguar personalmente qué había de cierto en ese misterio que tenía aterrorizado al gauchaje de la zona, por más valientes que algunos de ellos fueran. Llegando al sitio después de medianoche, notó que su caballo se encabritaba pidiendo rienda y más rienda hasta que de repente, recibió en plena cara un terrible golpe o cachetada que lo derribó de su cabalgadura; cayó al suelo con las riendas en la mano, lo que impidió que el caballo huyera dejándolo a pie. Seguidamente –cuenta don Federico- gritó resueltamente: “Pegame otra vez, carajo”, pero en adelante todo fue silencio, por lo que decidió regresar a su casa, no asustado según contaba, sino muy preocupado por lo ocurrido y por no haber logrado desentrañar el misterio”.

Fiebre de oro en La Carolina (San Luis)

“Alrededor de 1860 (cuando mi madre Basilia tenía dos años de edad) atraído por la “fiebre del oro” despertada por el hallazgo de los entonces ricos depósitos auríferos de la zona de “La Carolina-Cañada Honda” de la provincia de San Luis, mi abuelo decidió dejar la campiña bonaerense y trasladarse con toda la familia al mencionado lugar, de donde se extraía el precioso metal tanto de las arenas de los ríos mediante lavado con platos de algarrobo, como de vetas de cuarzo portadoras del mismo.

Al parecer, allí se reunió con el suizo Emile Ruttimann y trabajaron juntos algún tiempo. Mi abuelo y su familia se alojaron en el precario campamento de una mina abandonada tiempo atrás y se dedicó con todo empeño a la nueva tarea; desgraciadamente, y según sus propias expresiones, la veta se desarrollaba de arriba hacia abajo requiriendo la extracción del metal profundidades cada vez mayores que tropezaban con el anegamiento de las labores por el agua circulante en fisuras de la roca. Finalmente debió abandonar la empresa después de fuertes pérdidas económicas. Esa situación lo obligó a trasladarse a la capital de la Provincia (San Luis) donde en base a los conocimientos adquiridos sobre el metal mencionado, se instaló con un negocio de joyería, que le permitió una cierta recuperación económica.

La permanencia de la familia Nell en la capital puntana debió haber sido bastante prolongada, pues sus cinco niños comenzaron a ir al Colegio y cuatro de ellos, (las tres niñas y uno de los varones) se casaron allí. Las tres mujeres, Basilia (casada en Paso Grande, San Luis, con el Dr. Joseph Adolphe Michaut en 1880), Juana (casada con Becerra) y María (casada con Romanella) eran las únicas rubias que asistían al Colegio, por lo que fueron llamadas por sus compañeras “las tres Marías”; otro de los hijos, Pedro, también se casó en San Luis y en cuanto al restante, Juan, cuando toda la familia se trasladó a su último domicilio (siempre en esa migración de sentido este-oeste tan común en los extranjeros que ingresan al país) en San Martín-Buen Orden, de Mendoza, se dirigió a Chile donde se casó dando origen a una numerosa familia; recuerdo haber visto a mi madre Basilia llorar amargamente al recibir desde Chile la noticia de la muerte de su hermano Juan, y posteriormente después de un fuerte terremoto ocurrido en ese país, se perdió hasta ahora todo contacto con esa rama familiar; ello ocurrió alrededor de 1895 o 1896 aproximadamente, si mal no recuerdo.

Una vez trasladada a Mendoza la familia Nell (don Federico, su esposa María Theodore E. Polte y el entonces único hijo soltero Juan) mi abuelo abrió nuevamente un Taller de Herrería Artística en un lugar del Departamento San Martín llamado Alto Salvador; el matrimonio Michaut-Nell, es decir mis padres, ya vivían en San Martín desde 1884, donde yo nací al año siguiente. Poco después, nos fuimos a vivir a Alto Alegre, donde recuerdo que nos visitaban muy seguido los abuelos Federico y María Nell.

De esa época de mi niñez tan llena de gratos recuerdos por la presencia casi constante de los abuelos y sus interesantísimos relatos, me acuerdo muy claramente que una vez lo vi llegar de visita (yo tendría unos 7 años, de manera que puede haber sido por el 1892) a caballo en su soberbio pingo oscuro malacara a galope tendido y lo hizo rayar en el patio al pie de la galería con su maestría de jinete consumado, a la vez que su “perita” (barba) blanca se le volaba sobre el hombro; mi abuelo habría tenido en esa ocasión alrededor de 73 años de edad.

En sus conversaciones solía repetir con buena dicción castellana, aunque con algo de acento alemán todavía, “¡yo voy a morir trabajando, carajo!”. Y así fue en verdad; un día se encontraba trabajando en su Taller, cuando ya tenía 75 años (en 1894, creo) golpeando un hierro al rojo, cuando de repente cayó de espaldas, muerto de un síncope cardíaco, con un hierro candente tomado con una pinza en una mano, y el martillo en la otra.

Mi abuelo Federico fue enterrado en el Cementerio del Buen Orden (San Martín), pero como en esa época no había nichos a perpetuidad sino que se inhumaba directamente en tierra, sus restos se han perdido y no ha sido posible localizar ni el lugar exacto de su sepultura; en cambio mi abuela María T. E. Polte de Nell, quien murió en 1904, se encuentra actualmente en un nicho a perpetuidad, muy cerca del Panteón del Dr. Michaut (su yerno).

Son descendientes de la primitiva rama Nell-Polte (mis abuelos maternos) los Michaut-Gatica (Buenos Aires y Córdoba), los Lucero-Michaut (Mercedes-San Luis-Córdoba), los Michaut-Ríos-Gutiérrez (San Martín-Mendoza), todos los cuales están ligados a mi madre Basilia Nell de Michaut (1858-1941); de la rama de María Nell de Romanella, descienden entre otros, los Musset-Romanella (Buenos Aires), de la de Juana Nell de Becerra, están los Iturralde-Becerra (Buenos Aires); de Pedro, también hijo de don Federico, descienden los Barraza-Nell que viven en Córdoba; en cuanto a la descendencia de Juan Nell, quien murió en Chile, nada se sabe por haberse perdido contacto desde 1896”.

Referencia


(1) Hijo del matrimonio del Dr. Joseph Adolphe Michaut con Basilia Nell Polte.

Fuente

Benarós, León – Francisco Nell: Alemán, armero de Rosas y un “gringo de Agallas”.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Michaut Nell, Carlos – “Memorias” – Villa Mercedes, San Luis (1977)
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia – Año XI, Nº 130, Buenos Aires (1878)


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