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miércoles, 25 de abril de 2012

Artillería naval: Los cohetes Congreve

Cohetes a la Congreve 

 

La historia de la cohetería y el uso de cohetes en las acciones bélicas de la América del Sud en el siglo XIX, brindan material suficiente para llenar todo un libro. En el trabajo presentado en estas páginas la intención del autor es ofrecer un panorama claro y conciso del origen del cohete “a la Congreve” y su evolución a través de los años, y hallar una explicación del por qué de su decadencia en la segunda mitad del siglo XIX. Por tal motivo, la evocación histórica arranca con el uso de los primitivos cohetes por parte de las tropas hindúes contra los ingleses; sigue con los trabajos de desarrollo y perfeccionamiento del arma por parte de William Congreve, a comienzos del siglo XIX; detalla luego las más importantes acciones bélicas en Sudamérica donde se emplearon tales proyectiles, y relata a la vez el surgimiento impetuoso de la artillería a partir de 1846 hasta que, veinte años después, los cañones estriados y con retrocarga terminan por desalojar definitivamente a los cohetes de combustible sólido (pólvora). Más que un relato histórico, el presente trabajo pretende, por lo tanto, reflejar en forma retrospectiva la pugna entre dos armas a través de varias décadas. 

En la segunda mitad del siglo XVIII los destinos de la India eran regidos por la empresa británica East India Company. El carácter de esa gigantesca organización fue, en un principio, netamente comercial, ya que había sido creada para promover y realizar el intercambio entre Inglaterra y ese país del Lejano Oriente. 

Sin embargo, los ingleses no sólo eran buenos comerciantes, sino que estaban también dispuestos a defender estos intereses –vitales para ellos- con el fusil en la mano. Poco a poco por la influencia que Francia y Holanda habían ejercido en la India se vio menguada, y después de la victoria del general inglés Clive en Plassey, en 1757, la East India Company quedó como el único y máximo poder dominante en ese país. 

Pero no todos estaban dispuestos a ceder ante la creciente presión de los británicos. Entre los que con mayor tenacidad comenzaron a combatir a los intrusos figuró el rajá (luego sultán) del estado de Mysore, Haider Alí Khan Bahadur (1722-1782). Haider Alí se había iniciado en el ejército bajo el mando del coronel francés Joseph Dupleix, y debido a su actitud valerosa fue elegido por sus súbditos para integrar el gobierno. 

En condición de tal, Haider Alí indujo al entonces gobernante del Estado a formar un cuerpo de artillería, servido principalmente por marineros europeos, e integrado por una formación de 1.200 coheteros. 

A través del tiempo transcurrido resulta difícil establecer de dónde Haider Alí conocía los cohetes, pero es de suponer que desde la China el arte de los fuegos pirotécnicos llegó hasta la India y fue transmitido allí de una generación a otra. 

Hasta 1769 Haider Alí, ya erigido en gobernante, había extendido sus posesiones a 84.000 millas cuadradas, como consecuencia de su incesante lucha contra los ingleses. Ese año, sin embargo, llegó a un acuerdo con la East India Company en el sentido de que ambas partes procediesen a la devolución espontánea y mutua de los territorios conquistados. 

Once años más tarde el acuerdo fue violado y Heider Alí, con la colaboración de los franceses y holandeses, invadió la región de Carnati y ocupó la ciudad de Arcot, el 31 de octubre de 1780. Esta campaña, que entró en los anales bélicos como la segunda guerra de Mysore, tiene un profundo significado por el hecho de haber sido usados, por primera vez en la historia moderna, cohetes de guerra. 

Dichos proyectiles se parecían por cierto más a un juguete para niños que a un arma de gran eficacia, puesto que se trataba de simples caños de cuatro centímetros de diámetro por veinte de largo, guiados por una varilla de bambú de unos tres metros. 

Aunque los cohetes resultaron de escaso valor práctico, los ingleses sorprendidos, debieron replegarse. Sólo el 1º de junio de 1781 sir Eyre Coote pudo retomar la iniciativa e infligir a las tropas de Heider Alí una significativa derrota, cerca de Porto Novo; no obstante ello las acciones bélicas prosiguieron en forma intermitente hasta 1784. 

En plena disputa de esta segunda guerra de Mysore, Haider Alí falleció en diciembre de 1782, haciéndose cargo entonces de la conducción del ejército su hijo Tippo Sahib, último nabab de Malfur (1750-1799). 

Después de un período de paz inestable, los ingleses volvieron a invadir Mysore en un intento de lograr el dominio total de la región. Tippo Sahib, que al igual que su padre había sido instruido por oficiales franceses, aprovechó la tregua de seis años, entre 1784 y 1790, para reforzar su cuerpo de coheteros y aumentarlo a 5.000 hombres. De tal manera, cuando los ingleses invadieron Mysore en 1790, Tippo Sahib, contando con un ejército eficiente y bien equipado, pudo contraatacar de inmediato. 

Tippo, llamado “el Bravo”,sufrió una derrota inicial en las inmediaciones de Seringapatam, motivo por el cual decidió fortificar la plaza a fin de estar mejor preparado para futuros ataques. Sobre una isla que se halla frente a la ciudad hizo levantar un fuerte desde el cual volvió a hostigar a los ingleses hasta que éstos debieron enviar otro ejército, bajo el mando del general Harris, para sitiar y eventualmente tomar Seringapatam. 

El sitio del fuerte duró varios meses, y en su transcurso los ingleses sufrieron numerosas bajas, muchas de ellas atribuidas a los cohetes que los hindúes empleaban en cantidad crecida. Sólo al cabo de una tenaz lucha, Harris pudo tomar el fuerte, donde Tippo Sahib cayó, alcanzado por una bala, el 4 de mayo de 1799. 

Con ello, los ingleses quedaron dueños absolutos y únicos de toda la India, si bien en varias regiones del país la lucha seguía, aunque en una escala mucho menor. En tal trance fue que la East India Company se dirigió por carta al arsenal real de Woolwich, en Inglaterra, inquiriendo si allí había “algún experto en cohetería”. 

No era ésta la primera noticia que en Europa se tenía de los cohetes como arma de guerra. Ya en 1789 un ciudadano inglés, Innes Munroe, había publicado en Londres un libro sobre las acciones bélicas del período 1780-1784, titulado: “A narrative of the Military Operations on the Coromandel Coast againts the Combined Forces of France, Dutch and Hyder Ally Cawn from the Year 1780 to the Peace en 1784”, obra en la cual se describía con cierto lujo de detalles el devastador efecto de los cohetes usados por los hindúes. 

Cuando la East India Company solicitó al arsenal real de Woolwich el concurso de un experto en pirotecnia balística, no lo había. En esos días era director del arsenal el general de artillería William Congreve, que se había hecho cargo del puesto en 1780, después del retiro del general Thomas Desaguliers. 

Al enterarse del contenido de la carta, el hijo del general comenzó a interesarse vivamente por el asunto. 

 
Sir William Congreve (1772–1828) 

William Congreve junior había nacido en 1772, es decir, que a la sazón tenía 32 años de edad. Ingresó en el ejército en 1791 y servía en el cuerpo de artillería comandado por su propio padre. De espíritu inquiero, su pasión fue la de inventar. Entre los múltiples inventos de Congreve pueden citarse un papel especial para imprimir billetes; un sistema para la impresión a cuatro colores (cromotipía); un “perpetuum mobile”, que desde luego nunca funcionó; una pólvora de mejor calidad, y fósforos de seguridad. 

Respecto de los cohetes de guerra, Congreve no tenía experiencia ni tampoco conocimiento técnico alguno. Instigado por la carta de la East India Company, y apoyado por su padre que lo dejaba trabajar y experimentar libremente en el arsenal, William Congreve procedió primero a comprar cuantos cohetes de juguete se vendían en la ciudad de Londres. 

Desde hacía varios siglos se conocían en Europa los cohetes, pero únicamente se los usaba con fines de diversión. Como es lógico, todo cuanto Congreve pudo obtener en los comercios del ramo era simples “cañitas voladoras”, de poca eficacia, reducido alcance y mal hechas. 

En rigor de verdad el general Desaguliers, mientras había sido maestre general de la artillería británica y director del arsenal de Woolwich, había efectuado algunos ensayos con tales cohetes. Pero al no obtener los resultados esperados no continuó su labor, y la cuestión cayó en el olvido hasta 1804. 

Partiendo de las “cañitas voladoras” y basándose, asimismo, en la descripción de Munroe, así como en otros relatos de ex combatientes de la India, William Congreve mejoraba, ensayaba y volvía a mejorar sus proyectiles autopropulsados. Al cabo de un año solamente había hecho adelantos notables, al punto de poder ofrecer a fines de 1805 su revolucionaria arma a la marina de guerra inglesa para probarla. 

Sucedió que Napoleón Bonaparte estaba decidido a doblegar a Inglaterra. Con este propósito se fue apoderando poco a poco de todos los puertos importantes del continente europeo, ya que tal dominio obligaría a los ingleses, tarde o temprano, a capitular ante Francia. Simultáneamente con esta campaña de conquista, Napoleón comenzó a reunir su gran ejército en los alrededores de Boulogne-sur-Mer, con miras a formar una fuerza de invasión, trasladarse a la isla, ocuparla y convertirse de tal suerte en el dueño absoluto del viejo mundo. 

Los ingleses, advertidos de este plan, trataron a su vez de doblegar a los franceses en el mar, esfuerzo éste que culminaría con el triunfo de Nelson en Trafalgar (21 de octubre de 1805). 

Entretanto, empero, la situación seguía siendo crítica para el Imperio Británico, puesto que si bien el dominio inglés en el mar estaba asegurado, el ejército de invasión francés concentrado en la orilla vecina del Canal de la Mancha era una amenaza seria. En un momento dado, Napoleón llegó a reunir en las proximidades de Boulogne y en otros puertos y localidades cercanas, 172.000 infantes, 9.000 hombres de caballería y 2.413 (¡!) embarcaciones de todo tipo. 

Inglaterra decidió hacer lo más aconsejable que en este caso correspondía: perturbar los planes de Napoleón y hacerlo eventualmente desistir de su objetivo. En tal trance la flotilla de sir Sidney Smith destacó en noviembre de 1805 varias unidades de su grupo de combate que se estaba dirigiendo al Mediterráneo, para atacar a las tropas y embarcaciones congregadas en Boulogne. 

Al joven Congreve le pareció ésta una magnífica oportunidad para probar su nueva arma, y así fue como en la noche del 10 de noviembre de 1805 apareció frente a la costa de Berck, al sur de Boulogne, la bricbarca “Le Biter” bajo el mando del teniente de navío Wingate, disparando varios cohetes sobre el enemigo. Se presume, aunque sin saberlo a ciencia cierta, que a bordo de dicha unidad se hallaba Congreve para presenciar personalmente la eficiencia de sus cohetes. 

Pocos días después, en la noche del 14 al 15 de noviembre, otro barco inglés, el “Woodlark”, comandando por el teniente de navío Jones, volvió a disparar sus piezas de artillería y cohetes sobre la costa de Waldam, cerca de Calais. 

Pese a la magnitud del blanco atacado, parece que los proyectiles causaron escaso efecto, y hasta se afirma que los soldados franceses llevaron los cilindros vacíos de los cohetes por las calles de la ciudad de Boulogne, burlándose del frustrado ataque enemigo, no obstante el incendio originado a raíz de ello en tres casas. 

Respecto a los cohetes, es importante señalar que hasta ahora se sostuvo como fecha del primer uso de ellos el 19 de noviembre de 1805. Un minucioso examen de los documentos disponibles nos ha permitido establecer como fecha real el día 10 de ese mismo mes y año. La confusión se debió a que la Revolución Francesa cambió la denominación de los meses y alteró las fechas, por lo que en las crónicas de la época figura el ataque como efectuado el 19 de “brumario”. Haciendo la corrección del caso, surge como fecha real el 10 de noviembre de 1805. 

De regreso a Inglaterra, Congreve se dedica a perfeccionar nuevamente sus cohetes, y en octubre de 1806 los ingleses deciden volver a la carga y atacar Boulogne con una flotilla compuesta por 40 barcos (según fuentes francesas, habríase tratado solamente de 31 unidades). 

Esta fue otra magnífica oportunidad para que William Congreve ensayase su arma. Resulta por demás interesante citar la noticia referida a dicho ataque, aparecida el 15 de octubre de 1806 en “La Gazette Nationale ou Le Moniteur Universel”, de París: 

“Una división inglesa, compuesta de 31 veleros, se aproximó el 9 de este mes a Boulogne para repetir sus tentativas de incendio. 

“Durante la noche esta división lanzó sobre el puerto y la ciudad un centenar de cohetes incendiarios, medio de reciente invención que no ha obtenido mayor éxito contra la flotilla (de invasión) que todos los demás ensayados anteriormente por el enemigo. 

“Dichos cohetes se componen de un cilindro de hierro de un diámetro de unas 4 pulgadas, con una longitud de unos dos pies y medio, y que termina en un cono muy puntiagudo de 8 pulgadas de largo. 

“El artefacto está lleno de una sustancia que al inflamarse produce una llama que sale por el orificio en la base del cilindro y por los agujeros del cono. 

“La extremidad interior del cono parece estar destinada a fijar el artefacto sobre el objetivo apuntado. 

“Sea como fuere, la mayor parte de los cohetes no han causado ningún efecto. Dos han caído sobre navíos y fueron extinguidos sin dificultad, y sin que los barcos hubiesen sufrido (daños). 

“Una casa se incendió, porque no había nadie cerca para detener los efectos del artefacto que había penetrado en su interior. 

“Al día siguiente se encontraron sobre la playa, durante la bajamar, un gran número (de cohetes) que no había sido empleado. Es probable que la embarcación que los llevaba a bordo haya sido puesta en fuga por las baterías costeras. 

“En la noche del 10 al 11 los enemigos reiniciaron el bombardeo, que no produjo otra consecuencia que la de lesionar a un joven de 14 años. 

“Se tomaron todas las medidas necesarias para evitar futuros accidentes. 

“Otro tanto sucedió en Calais, en la noche del 13 al 14. Varias bombas (cohetes) fueron lanzadas sin producir el menor daño, y las baterías forzaron al enemigo, en menos de dos horas a alejarse. 

“Los cohetes incendiarios tuvieron, pues, este año el mismo efecto que en años anteriores (1805), y como la tuvieron también las bombas (granadas), los globos a tres orificios, los brulotes sumergibles y las máquinas a gatillo (?), y todas las demás armas que Inglaterra comenzó a usar”. 

De este relato surgen dos cosas interesantes: primero, una descripción bastante detallada de los cohetes (10 centímetros de diámetro, por 75 de largo del cilindro, por 20 de longitud el cono), y segundo, que los franceses no estaban compenetrados del todo de cómo funcionaban los proyectiles. Tan es así que se creía que las llamas propulsoras salían tanto del orificio posterior (tobera) como de los pequeños agujeros del cono, cuando en realidad por éstos sólo salían las llamas de la carga incendiaria. 

Respecto del radio de acción, una noticia aparecida en “Le Moniteur” poco después daba cuenta que en Portsmouth los ingleses habían ensayado tres cohetes el 5 de noviembre, y que el alcance era de 3.800 metros (cifra de la cual debe dudarse seriamente). 

Poco después, y acaso también a causa de este ataque, Napoleón decretó el 21 de noviembre de 1806 el bloqueo continental de Inglaterra. 

Si bien los resultados de todos estos combates no fueron muy convincentes, las ventajas del cohete –especialmente si se lo usaba en número crecido- eran evidentes. William Congreve siguió perfeccionándolo. 

En 1807 Dinamarca, presionada por Francia, debió romper sus relaciones con Inglaterra y plegarse a las naciones boicoteantes. Apenas conocida la noticia en Londres, el Almirantazgo resolvió enviar una flotilla para bombardear Copenhague y apoderarse de la flota dinamarquesa en represalia por esta actitud desleal. 

 
Cohetes ingleses sobre Copenhagen (1807) 


Entre el 1º y el 5 de setiembre de 1807 los ingleses dispararon alrededor de 25.000 cohetes sobre la castigada ciudad. Puesto que las casas de Copenhague estaban construidas en su mayor parte de madera, se inició un incendio de consecuencias dantescas que convirtió en cenizas entre 500 y 600 edificios, lo cual –cabe suponer- constituía buena parte del núcleo urbano de la vieja ciudad hanseática. 

Para peor, además de esta desgracia, Dinamarca debió entregar a Inglaterra todos los barcos de su flota de guerra. Por primera vez en la historia, ahora sí, los cohetes habían sido el factor principal y decisivo de una brillante victoria militar. 

Hasta el bombardeo de Copenhagen los cohetes de Congreve usados por los ingleses (que eran los únicos en aplicar esta arma en Europa) habían sido del tipo incendiario. En esos días, las cargas inflamables se prestaban perfectamente bien para fines bélicos, ya que no sólo las casas solían estar hechas de madera, sino que también los barcos se convertían en fácil presa de las llamas. 

Sin embargo, el devastador ataque contra Copenhagen indujo al capitán Schuhmacher, del ejército dinamarqués, a pensar en otra aplicación de los proyectiles autopropulsados, dotándolos de una carga explosiva. Schuhmacher efectuó ensayos y ofreció su invención al ejército, con lo que Dinamarca se convirtió en la segunda nación europea que estableció cuerpo de coheteros y en la primera que poseía cohetes con carga explosiva. 

A partir de entonces el empleo de cohetes a la Congreve, de distinto tipo y calibre, comenzó a extenderse. Y si bien es cierto que la puntería era pésima y el efecto destructor escaso, no debe olvidarse que pese a todo ello estos proyectiles ofrecían muchas ventajas sobre la artillería: en primer lugar los cañones de la época no permitían una buena puntería; además, el efecto de las balas era pobre y las piezas eran difíciles de transportar. Comparada un arma con otra, los cohetes ofrecían la ventaja de su mayor versatilidad. 

Los días 11 y 12 de abril de 1809 el almirante Tomás Cochrane, entonces a las órdenes del rey de Inglaterra, atacó la flota francesa en las proximidades de la isla de Aix, en la costa atlántica francesa. En esta ocasión, las fuerzas navales galas al mando del almirante Martin perdieron –debido en parte al empleo de los cohetes incendiarios-, cuatro barcos y una fragata. 

Poco después las tropas inglesas toman, después de un prolongado sitio en cuyo transcurso también se usaron cohetes, el fuerte holandés de Flesingue, a la sazón defendido por las tropas napoleónicas. La plaza se rinde el 17 de agosto de 1809. 

En 1813 lord Cochrane emplea cohetes a la Congreve durante sus raids en la costa oriental de los Estados Unidos. Tres batallas importantes son testigo del efecto a veces devastador, otras veces decepcionante de los cohetes: Danzing, ocupada por franceses y polacos, es sitiada durante once meses por rusos y alemanes, quienes reciben cohetes de sus aliados ingleses, y bombardean la ciudad hasta que ésta se rinde; el 16 de setiembre de ese mismo año, los aliados triunfan en Göhrde sobre las tropas napoleónicas al mando de Pecheux, usando asimismo cohetes; y entre los días 16 y 19 de octubre Napoleón sufre una decisiva derrota cerca de Leipzig, que significa el comienzo de su decadencia. 

Congreve había seguido perfeccionando su arma, y a partir de 1813 introdujo una modificación técnica importante. Anteriormente los cohetes consistían en un capuchón cónico, donde estaba alojada la carga incendiaria (luego explosiva), y un cuerpo de forma cilíndrica. La vara estabilizadora se hallaba adosada al tubo cilíndrico mediante las consabidas abrazaderas. 

A partir de 1813 el cilindro que contenía la carga propulsora ya no seguía teniendo esta forma, sino que era todo cónico, al igual que la punta. De esta manera el proyectil tenía la forma de una coctelera moderna, con un diámetro máximo de unos 16 centímetros al terminar el cono y 12 en la parte posterior. 

Debido a esta conformación el estabilizador ya no podía seguir siendo lateral, y Congreve introdujo un nuevo método: la guía hallábase en el centro, sostenida allí por medio de tres o cuatro pequeños brazos. Con ello la puntería de los cohetes pudo ser mejorada considerablemente, ya que uno de los peores problemas en este sentido había sido la escasa estabilidad del proyectil derivada de la posición lateral del estabilizador. 

Tales cohetes, además de emplearse en las batallas de 1813, siguieron empleándose en los años sucesivos. A partir del 26 de marzo de 1813 tropas alemanas al mando del teniente general von Kleist comenzaron a sitiar la ciudad de Wittenberg, que después de ser bombardeada y destruida fue finalmente tomada en la noche del 12 al 13 de enero de 1814 por la brigada mandada por Tauenzin. Además de la artillería se usaron cohetes durante el sitio. 

El 24 de agosto del mismo año los ingleses derrotan a las tropas norteamericanas cerca de Bladensburg, empleando cohetes (segunda guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos por el Canadá). Y finalmente, el 18 de junio de 1815, los ingleses se sirven de su brigada de coheteros en la batalla decisiva de Belle-Alliance (Waterloo), que significa la caída definitiva de Napoleón. 

Congreve, entretanto, prosiguió mejorando los cohetes y en 1817 disponía de proyectiles de 5, 12, 18, 32 y 45 libras (de peso), del tipo incendiario, explosivo y de “shrapnel”. Según consta en los libros y escritos del militar inglés, éste estaba convencido de que los cohetes iban a reemplazar a la artillería. Congreve publicó tres trabajos sobre el tema: en 1814 apareció “The Details of the Rocket System”; en 1817, “A Concise Account on the Origin and Progress of the Rocket System”, y en 1827 su obra cumbre: “A Treatise on the Congreve Rocket System”. Elevado al rango de caballero en 1822, Congreve debió abandonar su patria debido a la malversación de fondos en una organización, por él presidida, pro instalación del alumbrado público de gas en Inglaterra. Murió en Toulouse, Francia, el 15 de mayo de 1828. 

En esos días realmente todo parecía indicar que los pesados cañones iban a ser desplazados, tarde o temprano, por los cohetes. Después de Inglaterra, Dinamarca, Austria y Prusia, otras naciones comenzaron a ensayar, producir y aplicar los cohetes a la Congreve, entre ellas Egipto, Francia, Italia, los Países Bajos, Polonia, Rusia, Cerdeña, España y Suecia, además de Grecia y los Estados Unidos, donde empero, se impuso desde el comienzo el cohete tipo Hale sin cola (estabilizado por los mismos gases). 

La lista que antecede, si bien extensa, no es completa, puesto que todo indica que a partir de 1826 también la armada argentina tuvo un barco, el “San Martín”, equipado con lanzacohetes. 

Más concretamente, los cohetes fueron usados por primera vez en Sudamérica siete años antes, durante el ataque de la flota española fondeada en El Callao, por lord Cochrane. 

Hemos visto que Cochrane había sido de los primeros en aplicar esta arma. Después de su éxito frente a la isla de Aix volvió a utilizar tales proyectiles contra buques norteamericanos, con variado éxito. De todas maneras no puede sorprender que cuando el gobierno de Chile contrató sus servicios en 1818 (Cochrane había purgado en el ínterin una pena de un año de prisión), haya pensado también en los cohetes. En su autobiografía Cochrane describe su campaña, señalando que tras una breve detención en Coquimbo siguió con sus buques “O’Higgins”, “Lautaro”, y “San Martín” rumbo a El Callao, donde arribó el 29 de setiembre de 1819 (previamente Cochrane había intentado bombardear El Callao dos veces: el 28 de febrero y el 22 de marzo, sin éxito). 

Llegado frente al Callao se emplearon dos días para construir las balsas desde las cuales se debían disparar los cohetes, y el 1º de octubre el teniente coronel Charles hizo un reconocimiento en un bote para ensayar los cohetes que Cochrane llevaba como arma secreta para doblegar a la flota española. Dicho teniente coronel Charles trajo noticias desalentadoras a Cochrane, puesto que los cohetes no dieron el resultado esperado. El 2 de octubre se introdujo en la bahía una flotilla de botes al mando del capitán Guise, los que, según Cochrane, “lanzaron varios cohetes sin que hubieren producido perceptible efecto”. 

La desilusión de Cochrane fue realmente mayúscula, según se desprende de sus propias palabras: “Grandes eran las esperanzas que yo y mi gente habíamos concebido acerca del efecto que producían estos destructores proyectiles, pero aquéllas (las esperanzas) estaban destinadas a ser frustradas, a consecuencia de los cohetes, que eran completamente inútiles. Algunos entre ellos, a causa de la mala soldadura que tenían, reventaron por la fuerza de la expansión antes de salir de la balsa, incendiando a otros, lo que causó volara ésta, dejándola inutilizada, saliendo además quemado el capitán Hind y 13 hombres más; otros tomaron una mala dirección por no ser las varillas de la madera que debían; en tanto que la mayor parte no se podía por ningún estilo hacerlos arder a causa de lo que se descubrió cuando ya era demasiado tarde. Los tubos se habían dado a cargar a los españoles prisioneros por razones de economía, quienes, según se vio por el examen que se hizo, aprovecharon toda ocasión para mezclar puñados de arena, aserrín y aún fierro, a intervalos en los tubos, impidiendo así el progreso de la llama, mientras que en la mayor parte de los casos habían mezclado tanto la materia neutralizadora con los ingredientes combustibles, que la carga no podía de ninguna manera inflamarse. No era posible vituperar la lealtad de los prisioneros españoles que estaban en el arsenal de Chile, pero su ingeniosidad fue para mi un cruel motivo de quebrando puesto que con cohetes inútiles no estábamos más adelantados que en la primera expedición. 

Cochrane revela algunos de los entretelones de su frustrado ataque al Callao, consignando en su libro que “el gobierno chileno echó injustamente la culpa al señor Goldsack de que los cohetes hubieron salido malos, mientras que la falta era toda de aquél por no haberle suministrado los obreros y materiales convenientes. Como el zinc estaba escaso y caro, se había visto también necesitado a servirse de uno de inferior calidad para soldar los tubos, de modo que por economizar algunos pesos, se frustró el buen éxito de un grande proyecto. Esto causó la ruina del infeliz Goldsack bien que no pudiese dudarse de su capacidad, habiendo sido por muchos años uno de los principales asistentes del caballero Congreve en Woolwich”. 

Goldsack sólo fue uno de los varios colaboradores de Congreve que intentaron ganar fama y dinero con el invento de aquél (patentado bajo el número 4853 en 1823, en Inglaterra). Otro asistente de Congreve, que siguió luego trabajando por su cuenta para otra nación, fue William Bedford; éste emigró a Francia, donde dirigió los ensayos (poco exitosos) realizados en la ciudad de Metz, entre 1826 y 1846, para concebir un buen cohete francés. 

De la experiencia de Cochrane cabe hacer algunas deducciones importantes. En primer término surge que ya en el lejano año de 1819 se construyeron cohetes en América del Sur. Y en segundo lugar es evidente, también, que la efectividad de tales proyectiles era aún escasa, porque lo probable es que Cochrane no hubiera tenido mucha más suerte, aun en el caso de poder recurrir a proyectiles mejores. En esos días sólo podía tener resultado un gran número de cohetes incendiarios dirigidos contra un blanco extenso, construido preferentemente de madera u otro material de fácil combustión. 

Prosiguiendo por orden cronológico aparece en los anales la instalación de lanzacohetes en el “San Martín” (que había sido un buque sueco de carga, de nombre “Oscar”). Si el almirante Guillermo Brown tuvo la intención de usar tales proyectiles en las acciones navales, o si el propósito fue otro, no surge claramente de los datos que a ese respecto se poseen. 

Lo cierto es que, de todas maneras, con bastante posterioridad la marina de guerra argentina realmente usó, y con éxito, cohetes a la Congreve. En la acción del 9 de diciembre de 1841 entre siete barcos argentinos y cuatro uruguayos, al mando de Juan Halsted Coe y pertenecientes a la flota riverista, el “San Martín” alcanzó con dos cohetes a la nave “Cagancha”. El combate se estaba librando desde hacía varias horas en pleno Río de la Plata cuando, cerca del anochecer, el “San Martín”, disparó cinco cohetes, de los cuales dos dieron en el blanco, uno de ellos en la misma cubierta, por entre los palos. Al oscurecer, las naves argentinas persiguieron a sus adversarios, logrando tomarse al “Cagancha” y llevarlo al puerto de Buenos Aires. 

Aparte de este triunfo, también se usaron cohetes para combatir las baterías de artillería en la Colonia, aun cuando no hay referencias concretas acerca del resultado de estas acciones bélicas. 

Un nuevo e interesante capítulo en la historia de la cohetería en las guerras sudamericanas se vuelve a abrir en 1846. Juan Manuel de Rosas había decretado y ordenado el bloqueo del río Paraná, medida que motivó la intervención de las fuerzas navales combinadas de Francia e Inglaterra. El 20 de noviembre de 1845 seis buques de guerra ingleses y cinco franceses fuerzan el paso de Obligado, navegando río arriba hacia Corrientes. 

Rosas habían mandado fortificar la Vuelta de Obligado, entre Ramallo y San Nicolás, donde el Paraná tiene una anchura de tan sólo 700 metros. Mediante cadenas, sostenidas por pontones, el Paraná quedó virtualmente bloqueado, pero después de siete horas de combate y utilizando sus más de 100 modernas piezas de artillería contra los 21 anticuados cañones criollos bajo el mando del general Lucio N. Mansilla, los anglofranceses consiguieron cortar la cadena y abrirse paso para llegar a Corrientes. 

Cuando esto ocurrió, otra corbeta inglesa, la “Alecto”, hallábase navegando desde Inglaterra a Montevideo. Uno de los oficiales de la embarcación, Lauchlan Bellinghan Mackinnon, describió en un libro con gran detalle y mucha objetividad, los combates que la “Alecto” libró en el río Paraná y en cuyo transcurso se usaron cohetes en varias oportunidades. 

 
16 de enero de 1846 – San Lorenzo – Guerra del Paraná 

El primer encuentro se produjo el 10 de febrero de 1846, mientras la “Alecto” navegaba hacia Corrientes para unirse al resto del convoy allí anclado, a la altura de El Tonelero (barranca de Acevedo, entre Ramallo y San Nicolás). Dice Mackinnon en su “Biografía” que “en este pequeño encuentro usamos los cohetes por primera vez y produjeron a bordo gran asombro porque había una sola persona, el artillero Mr. Hamm, que había visto tirar con ellos o sabía lo que eran. Por no seguir el dictamen del Mr. Hamm fueron mal disparados y resultaron de poca utilidad, pero quizá esto mismo fue de provecho porque sirvió para que se pusiera más atención lo que redundó en un beneficio para nosotros. El ruido extraordinario y el fragor tremendo con que eran arrojados, y el humo que producían estos proyectiles, llamó la atención de todos a bordo”. 

Al día siguiente (febrero 11), al pasar la “Alecto” próxima a la costa, se prepararon los cañones de 24 y cohetes de 12 libras para defenderse del ataque de los argentinos. Mackinnon describe que “después de algunos segundos de intenso ruido de fuego de reculada, el cohete se disparó con su común e irresistible violencia, abriendo un claro en la barranca como de cinco pies”. 

Por una parte es notable la precisión con que Mackinnon describe los detalles del disparo de los cohetes; por otro lado es obvia la exageración de los resultados, como lo demuestra la última frase alusiva a esta acción de San Lorenzo. 

En el transcurso del mes de marzo, la “Alecto” bajó de Corrientes a Montevideo, emprendiendo el regreso a comienzos de abril. Gracias a su gran velocidad río abajo, las baterías criollas no pudieron dar alcance al huidizo rival, pero al navegar contra el curso del agua se entablaron nuevamente (al igual que en enero del mismo año) dos breves combates. Sobre el paso de El Tonelero (abril 5 de 1846), donde el general Mansilla, cuñado de Rosas, seguía alerta, Mackinnon relata: 

“Era curioso observar a los cohetes: el viento los desviaba y hacían un movimiento extraño. Al salir de los caños mantenían la dirección conveniente por distancia de unas 300 ó 400 yardas (270 a 420 metros) y luego tomaban de golpe una dirección semicircular, haciendo todos una figura parecida a una hoz, para caer después en línea recta como una estrella fugaz y estallar en el suelo. Es difícil explicar este raro movimiento, salvo que el fuerte viento que entonces soplaba formara remolinos de aire y éstos vinieran de las barrancas”. 

Sin duda, las ráfagas de viento pudieron haber sido en parte las causantes de la curiosa trayectoria de los cohetes, debido a lo cual ninguno de los proyectiles alcanzó su objetivo. Otra razón, empero, que puede venir a explicar la trayectoria “en forma de hoz” pudo ser la inestabilidad propia de los proyectiles por el uso de su estabilizador lateral. Si bien no existen pruebas concluyentes, parecería que se usaran en esa oportunidad tubos cilíndricos con una vara-guía lateral, con lo que la ineficacia del arma quedaría explicada. 

Al día siguiente del encuentro en El Tonelero, la “Alecto” volvió a intercambiar tiros de cohetes y balas de artillería con las fortificaciones costeras, pues Mackinnon relata que “al poco tiempo teníamos nuestros tres cañones y los cohetes en pleno fuego”. 

Pero el gran combate se produciría sólo dos meses después en El Quebracho. Después de que los once buques de la flota anglofrancesa hubieron roto las cadenas en Obligado, en noviembre de 1845, un gran convoy subió por el Paraná a mediados de enero de 1846 para llegar a Corrientes. Este formidable conjunto de barcos mercantes y de guerra, se componía de 95 unidades entre veleros y buques de vapor, además de 12 buques de guerra (cinco unidades francesas y siete inglesas, o sea los seis barcos que remontaron el Paraná en noviembre de 1845, más la corbeta “Alecto”). Los buques de guerra disponían de un total de 85 bocas de fuego de todo calibre. 

Lentamente el inmenso convoy, compuesto en total por 107 barcos, comenzó a descender por el río en el mes de mayo. Se sabía que la defensa costera estaba dispuesta a impedir el paso, y que para ello se había elegido el paraje denominado El Quebracho, por las ventajas que ofrecían las altas barrancas a los artilleros criollos. 

A principios de junio las naves anclaron a unas dos leguas aguas arriba de El Quebracho, donde permanecieron por varios días. Los anglofranceses estaban dispuestos a abrirse paso por dos medios: con la fuerza convincente de sus cañones y por sorpresa. 

Para ejecutar este plan fue destacado el teniente Mackinnon. El propósito era emplazar una batería de cohetes en un islote frente mismo a las fortificaciones de Mansilla, de manera de tomar desprevenidos a los defensores. En la noche anterior al 4 de junio de 1846 Mackinnon, junto con Mr. Hamm y varios marinos, cargaron un conjunto de cohetes en un bote y, protegidos por la oscuridad, se acercaron a la isla. Lentamente fueron descargados los cohetes para llevarlos al lugar donde se los iba a emplazar, apuntando en dirección a la costa del lado opuesto. 

Según relata Mackinnon en su libro, había dos secciones: la primera estuvo a cargo del teniente Barnard y se componía de tres baterías de cohetes a la Congreve “de a 24” (libras), con cuatro a cinco hombres por unidad. La segunda división de coheteros estuvo a cargo de Mr. Hamm, contando con tres caños de cohetes de 12 libras, con dos hombres por cada pieza. 

El relato de este hecho de armas demuestra, precisamente, la fundamental ventaja de los cohetes sobre la artillería de esos días. Para atacar al enemigo sólo hacía falta llevar a un lugar próximo al objetivo los cohetes y los lanzacohetes. Estos, a su vez, eran simples caños de guía, e inclusive a veces estaban hechos de madera y ejecutados en forma sumamente primitiva y elemental. Es dable aceptar que un hombre no sólo era capaz de llevar un lanza cohetes, sino, a la vez, por lo menos un cohete grande o dos chicos. 

En las primeras horas del 4 de junio, el convoy enfrentó las posiciones de Mansilla. Apenas los buques de guerra avanzaron para castigar con sus cañones a las fortificaciones costeras y cubrir el paso de las naves mercantes, Mackinnon impartió a sus hombres la orden de actuar. Con sables y machetes se cortó primero el pasto que cubría la batería en carácter de “camouflage” natural. A esta altura de las cosas todo estaba preparado: las varas de hierro (un detalle técnico interesante) estaban atornilladas a los cilindros, y los fósforos de fuego lento (mechas) se hallaban encendidos, de modo que apenas se terminó de cortar el pasto, los cohetes emprendieron su breve viaje rumbo a la vecina orilla. 

No cabe duda que, en un primer momento, esta actitud debe haber tomado por sorpresa a los hombres de Mansilla, porque mientras estaban atentos a las maniobras del convoy vieron que eran atacados por donde menos era de esperar. Pero con igual fundamento cabe suponer que los cohetes de Mackinnon fueron eso y nada más: una sorpresa desagradable, sin efecto práctico ulterior. 

El paso del convoy duró, según las crónicas de la época, más de dos horas, y en el transcurso del combate se perdieron siete veleros. Por otra parte, la acción de El Quebracho puso punto final a la navegación aliada por el río Paraná. 

Es importante recordar que este combate se produjo exactamente 600 años después que los ingleses usaron por primera vez pólvora negra para sus cañones. Esto ocurrió durante la guerra de los 100 años, en la batalla entre ingleses y franceses cerca de Crécy-en-Ponthieu, en 1346. 

El hecho de armas de Quebracho fue sólo un capítulo en la historia mundial de la cohetería; ese mismo año se produjeron otros dos acontecimientos de mayor significación todavía. 

El primero se refiere al norteamericano William Hale, quien en 1846 construyó un cohete estabilizado por gases. Esto permitía prescindir de la vara, tan molesta, aunque ello no mejoró la estabilidad direccional de los proyectiles. 

El otro hecho se relaciona con el general de artillería Giovanni Cavalli, distinguido militar piamontés, que desde hacía tiempo venía acariciando la idea de estabilizar las balas de cañón haciéndolas rotar. 

Siendo general del arma, Cavalli no tuvo mayores problemas en llevar a la práctica su idea, y precisamente a mediados de 1846 asistió a los primeros ensayos prácticos de cañones estriados, fundidos según sus indicaciones por el industrial sueco barón von Wahrendorf. 

Las pruebas se efectuaron en las localidades de Aker y Stofsjö, en Suecia, a entera satisfacción de los participantes, y de inmediato se inició la producción en serie. A partir de 1848 la artillería piamontesa se convirtió en la primera unidad de su arma, equipada con cañones rayados y retrocarga. 

Entretanto, empero, se siguieron usando cohetes con éxito cambiante. Austria usó proyectiles tipo Hale contra los húngaros, en 1848, y contra Italia, en 1849. Otros países –Francia entre ellos- también siguieron perfeccionando el arma, pero los esfuerzos estaban condenados al fracaso, ya que el cañón estriado estaba llamado a desplazar a plazo fijo al cohete. 

Corresponde aclarar, sin embargo, que esta evolución de la artillería forzosamente era un proceso relativamente lento, y que como consecuencia de ello la gran mayoría de los países beligerantes seguían usando cañones primitivos. Esto, a su vez, hizo que el cohete estuviese en uso por algún tiempo más. 

En Caseros, por ejemplo se emplearon cohetes. Las fuerzas de Rosas disponían de cohetes a la Congreve, lo mismo que en el bando opuesto los brasileños. Así al menos se desprende de la formación del contingente brasileño del brigadier Marqués de Souza, que además del primer regimiento de artillería volante a las órdenes del mayor González Fontes (200 hombres) disponía asimismo de una batería de fuegos a la Congreve, con 160 hombres, comandados por el mismo jefe. 

En 1854 se desató la guerra de Crimea, donde volvieron a usarse cohetes, y con mucho mayor éxito aún, cañones estriados. Estas piezas rayadas fueron las que, en definitiva, condujeron a la caída de Sebastopol, el 10 de setiembre de 1855. Por primera vez en medio siglo los cohetes habían sido relegados a segundo plano. Comenzaba el reinado de la artillería. 

Sin embargo, se siguieron usando cohetes en repetidas oportunidades. En lo que a nuestro continente se refiere, cabe recordar varios episodios de la guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil, Uruguay) contra el Paraguay (1865-1870). El 12 de agosto de 1865 doce buques brasileños y el barco argentino “Guardia Nacional” trataron de forzar el paso frente a las fortificaciones paraguayas en el Paso de las Cuevas. Una por una las naves pasaron frente a la fuerte plaza, cuyos cañones y cohetes tiraron sin cesar, causando a bordo de las embarcaciones varios muertos y heridos. 

La acción bélica más dramática de esa guerra fue el asalto de Curupaytí (o Curupayty) por parte de los argentinos y brasileños. El 22 de setiembre de 1866 tres buques brasileños –“Bahía”, “Lima Barros” y “Brazil”- a las órdenes del almirante vizconde de Tamandaré, se aproximaron a las fortificaciones paraguayas para quebrar su resistencia con un intenso bombardeo de sus cañones y cohetes. El fuego se inició ese día a las 7 de la mañana, terminando alrededor del mediodía, pero sin resultados apreciables a causa de la configuración del terreno, que impedía a los artilleros efectuar un tiro observado. 

Esta fue una de las versiones. La otra es que los brasileños no se acercaron lo suficiente como para compensar el reducido alcance de sus cañones. Lo cierto es que a pesar de los 5.000 tiros que efectuaron los buques brasileños, las balas y los cohetes cayeron antes de las trincheras, dejando a éstas completamente intactas. Como consecuencia de ello el asalto a Curupaytí costó la vida de un gran número de soldados, que cayeron bajo el fuego concentrado de los defensores y en circunstancias en que nada hacía prever tal desenlace. 

Durante los años siguientes se sucedieron las acciones, y en repetidas ocasiones se utilizaron cohetes, aunque sin resultado apreciable. El reinado de los cohetes, en lo que a esta época se refiere, tocaba a su fin. 

En efecto, el mismo año de Curupaytí, Austria disolvió su cuerpo de coheteros creado en 1812; Prusia hizo lo propio en 1872, y otras naciones imitaron el ejemplo. El cañón a retrocarga y de ánima estriada se había impuesto definitivamente. 

La artillería seguía, por supuesto, siendo un arma mucho más incómoda que los cohetes. ¿Pero qué podía importar esta circunstancia si el rayado de los caños permitía aumentar el alcance de las balas en forma casi ilimitada, sin que por ello se viera perjudicada la puntería? Tanto los cañones como los cohetes usados hasta 1850 ó 1860, aproximadamente, debieron ser emplazados prácticamente bajo las narices del enemigo para producir efecto. Tres mil metros se consideraba una distancia apreciable, mientras que con los pesados cañones desarrollados con posterioridad a esa fecha se obtuvieron, en rápida sucesión, trayectorias netas de cinco, diez y más kilómetros. 

El hecho es que debido a los progresos logrados en la artillería (durante la primera guerra mundial París fue bombardeada por el cañón pesado Krupp desde una distancia de más de 120 kilómetros), los trabajos en materia de cohetería quedaron paralizados, para reanudarse sólo a partir de la década del 20 del siglo XX, a raíz de los estudios teóricos y ensayos prácticos de hombres tales como Goddard, Oberth, Hohmann, Tsiolkovsty, Sänger, Valier y otros. Lo decisivo para el resurgimiento de los cohetes en la segunda guerra mundial fue que, mientras un grupo de expertos siguió trabajando con proyectiles impelidos por combustibles sólidos, otros tentaron suerte con propelentes líquidos. Con estos últimos se lograron no sólo radios de acción mayores, sino una precisión de impacto muy superior a todo lo conocido con anterioridad. Veinte años de intensa labor durante las décadas del 20 y del 30 culminaron, a comienzos de los 40, con el primer empleo exitoso, en gran escala, de cohetes balísticos. Y esta vez el triunfo del cohete sobre el cañón parece haber sido definitivo. 

Fuente 

Kirbus, Federico B. – “El desarrollo de los cohetes en pugna con la evolución del cañón y el empleo de proyectiles “a la Congreve” en las acciones bélicas sudamericanas en el siglo pasado”. Boletín del Centro Naval, Año LXXXVII, Vol. LXXXVI, Nº 674, Buenos Aires, Enero-Mar 1968. 

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