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jueves, 12 de junio de 2014

Revolución Libertadora: Las condiciones de los rebeldes

El Régimen tambalea

1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón


Tensa reunión a bordo de "La Argentina". Los generales Forcher, Manni y Sampayo escuchan las condiciones de los vencedores que lee el capitán Tarelli. El almirante Rojas y el general Uranga se mantienen en silencio a la derecha al igual que el auditor Sacheri, de pie a la izquierda  (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)


En la noche del 19 al 20 de septiembre, los regimientos leales, salvo el 3 de Infantería y la sección del capitán Giménez, iniciaron la retirada en dirección a sus bases naturales. Al día siguiente, la recientemente constituida junta militar que se había hecho cargo del gobierno provisoriamente, designó a los generales Angel J. Manni, Emilio Forcher, Oscar R. Saccheri y José C. Sampayo para concurrir a la entrevista programada con el contralmirante Rojas, que además de la propia, investía la representación del general Lonardi.
Los altos oficiales se trasladaron a Río Santiago para abordar una nave que los condujo hasta el crucero “La Argentina”, donde debía concretarse la reunión. Sin embargo, el temporal que se desató sobre Buenos Aires y La Plata, se los impidió y por esa razón, debieron esperar.
Unas horas antes, se le había ofrecido a Lonardi un avión naval para trasladarlo desde Córdoba hasta La Plata para que pudiese asistir al encuentro pero aquel, comprendiendo la gravedad de la situación, manifestó que no iba a abandonar su puesto de mando, y por esa razón facultó a Rojas para intimar al todavía presidente de la Nación a que presentase inmediatamente renuncia al cargo. Similar ofrecimiento recibió el contralmirante del general Lagos cuando se propuso su traslado a Mendoza para asumir el gobierno de la región cuyana.
-Jamás abandonaré a mis camaradas en Córdoba, aunque en ello vaya mi vida.
Lagos se había trasladado hacia Córdoba a bordo de un avión para encontrarse con Lonardi y una vez allí le preguntó a su par sobre la situación en Santa Fe y Paraná, donde el general Bengoa debió sublevar a la tropa. La respuesta que recibió dejó en claro que el ambiguo general era un individuo poco fiable e indeciso.
-Usted sabe que el general Bengoa tenía la misión de sublevar esas tropas. No ha ocurrido; ignoro la causa. Esas tropas son las que me están atacando en estos momentos.
Poco después, Lagos regresó a Cuyo en el mismo avión que lo había traído. Lonardi lo acompañó hasta la escalerilla y antes de que aquel lo abordara, le manifestó que el panorama con respecto a sus fuerzas era sombrío y que en caso de perecer en combate, él (Lagos) debía constituir en Mendoza un gobierno provisional para luchar hasta morir. Lagos no contestó. Su ánimo quedó reflejado en la manifestación que le hizo a Bonifacio del Carril, ya de regreso en Mendoza y que Ruiz Moreno reproduce en su libro:
-A vos te tengo que decir la verdad: Lonardi está perdido; me dijo que no tiene ninguna esperanza. Cuando se reanude el ataque será inmediatamente derrotado. Yo también lo estoy. No tengo ni tendré tropas para enfrentar un ataque cuando Perón nos mande 4, 5 o 10.000 hombres a pelear contra los 1000 que tenemos[1].
Lagos dispuso concentrar sus efectivos en Mendoza y abandonar San Luis a su suerte. Poco después, le ordenó al teniente coronel Merediz que procediese a volar los puentes de acceso a la ciudad, tanto carreteros como ferroviarios, con el fin de dificultar el avance de las tropas gubernistas. Inmediatamente después le indicó al teniente coronel Cabello que se adelantara hasta Río Cuarto y por último, convocó a la población civil para equiparla con el armamento secuestrado a la CGT, y organizó pelotones de defensa con los que pensaba reforzar sus posiciones. Pasado el medio día un comunicado oficial dio cuenta de que la junta de generales había aceptado la renuncia de Perón y que asumía provisoriamente el gobierno.

Las idas y vueltas que tuvieron lugar a partir del anuncio de la renuncia están magníficamente relatados en los libros “La Revolución  del 55”, de Isidoro Ruiz Moreno, “Puerto Belgrano y la Revolución Libertadora” del contralmirante Jorge E. Perren, “Dios es Justo” de Luis Ernesto Lonardi y “Mi padre y la Revolución del 55” de Marta Lonardi, por lo que pasaremos a relatar lo que aconteció en la conferencia entre los cabecillas del alzamiento y los generales de la Junta Militar encargada de llevar adelante las tratativas tendientes a encontrar una solución a la crisis.
Esa mañana (martes 20 de septiembre), el almirante Rojas y el general Uranga redactaron en el camarote del primero, a bordo del “17 de Octubre”, el borrador de las condiciones que se le iban a imponer a la junta de militares. Las mismas consistían en:

  1. La inmediata renuncia de Perón, su vicepresidente y todos los miembros de su gobierno.
  2. La designación del general Lonardi como presidente de la República el 21 de septiembre a las 17 horas.
  3. El presidente de la Junta Militar debería concurrir al aeroparque de la ciudad de Buenos Aires a las 16.30 para recibir al general Lonardi procedente de Córdoba.
  4. Se debería poner a disposición del Poder Ejecutivo a los generales Juan Domingo Perón, Franklin Lucero y Benito Jáuregui; a los coroneles Ernesto D’Onofrio y Juan de la Huerta (RA), a los mayores Carlos Aloé (RA), Ignacio Cialcetta y Alfredo Máximo Renner, al comisario Miguel Gamboa y al dirigente Hugo Di Pietro, quienes serían puestos a disposición de la justicia, previa detención y custodia en el crucero “17 de Octubre”.
  5. Se debería emitir, de manera inmediata, la orden de retorno a sus guarniciones de paz a todas las unidades de combate leales al depuesto régimen con excepción de aquellas que tuvieran asiento en la ciudad de Buenos Aires, las cuales deberían evacuar la capital a más tardar a las 12.00 del día 21.
  6. Se debía enviar a la aviación leal al depuesto régimen hacia la base naval Comandante Espora, donde quedaría subordinada al gobierno revolucionario.
  7. El nuevo gobierno decidiría y asumiría la responsabilidad por la permanencia en el país de todas las autoridades nacionales, provinciales y municipales, con excepción de las comprendidas en el punto Nº 4.

A las 11.00 de la mañana de ese día se presentó a bordo de “La Argentina” un “convidado de piedra”, el general Justo León Bengoa, manifestando su deseo de pasar inmediatamente al “17 de Octubre”. Rojas envió en su busca al rastreador “Robinson”, que lo condujo hasta la nave insignia, donde fue recibido con el protocolo correspondiente. Sin embargo, cuando manifestó su deseo de participar en las conversaciones con los representantes de la Junta Militar, se rechazó su pedido, dado que no había participado en la lucha y por consiguiente, no tenía derecho a ocupar un lugar allí. Otro que también expresó su deseo de tomar parte de las negociaciones fue el general Aramburu, que en esos momentos se hallaba al frente de las guarniciones rebeldes de los tres regimientos del litoral, incluyendo a Curuzú Cuatiá, pero se le indicó permanecer en el lugar por ignorarse la verdadera situación que imperaba en aquel sector.
A las 17.30 del 20 de septiembre los delegados de la Junta Militar, teniente general Emilio Forcher, generales de división José C. Sampayo y Angel J. Manni y el general de brigada auditor, Oscar R. Saccheri, llegaron al “17 de Octubre” a bordo del rastreador “Robinson” comandado por el capitán de fragata Cristian Ricardo Beláustegui. Habían abordado la nave en Río Santiago, a las 14.00, pero la tormenta anteriormente mencionada les había impedido llegar antes.
El Río de la Plata estaba sumamente agitado a esa hora, por lo que, una vez junto al crucero, el rastreador no pudo amarrar, razón por la cual se decidió su traspaso a través de una guindola extendida de barco a barco, sobre las embravecidas aguas del estuario.
Los representantes de la Junta fueron recibidos por una guardia de honor formada en cubierta, encabezada por el capitán de navío Carlos Bruzzone, todo ello de acuerdo al reglamento. El almirante Rojas y el general Uranga aguardaban en la cámara del comandante, serenos y seguros de su situación.
Los generales echaron a andar pero a los pocos pasos, todavía en cubierta, fueron interceptados por el capitán Sánchez Sañudo, quien les recriminó duramente haber sostenido hasta las últimas horas al gobierno de Perón. Por el contrario, el almirante Rojas los recibió con cordialidad y buenas maneras y tras los saludos de rigor, los invitó a tomar asiento. Junto a Rojas, a la izquierda, se sentó el general Uranga con Saccheri, Sampayo y Manni enfrente y Forcher a la derecha. Estuvieron presentes los capitanes de navío Agustín P. Lariño, Abel R. Fernández, Mario Robbio Pacheco, Carlos M. Bourel y Luis Miguel García, actuando como secretario el capitán de fragata Alberto Tarelli.
Lo primero que hicieron los delegados gubernamentales fue preguntar con quien estaban tratando; se les respondió que lo hacían con los representantes del jefe de la revolución, general Eduardo Lonardi y a continuación se procedió a dar lectura a las exigencias que imponía el alto mando revolucionario.
Tras detenido análisis, se pasó a debatir cada uno de los puntos, resultando de suma dificultas aquellos que trataban sobre la constitución de un nuevo gobierno, puesto que la Junta Militar aspiraba a tomar las riendas del poder y lo que estipulaba el artículo Nº 4 respecto a las personas que los jefes revolucionarios querían detener, en especial el general Perón, tornaba extremadamente dificultosas las negociaciones. Se acordó tachar la cláusula que exigía la presencia del primer mandatario a bordo del crucero porque intuyendo el almirante Rojas que a esa altura debía haberse refugiado en alguna embajada (los delegados manifestaron ignorar su paradero), era dilatar las tratativas inútilmente.

Después de dos horas de conversaciones, se hizo un alto para deliberar por separado. Durante el mismo, un oficial de a bordo se aproximó al almirante Rojas y casi al oído le comunicó que se tenían noticias de que Perón se había refugiado en una cañonera paraguaya que en esos momentos se alistaba en el puerto de Buenos Aires para zarpar[2] y que pensaba abandonar el país.
Rojas, sin dudarlo, ordenó que el rastreador “Granville” procediera a interceptarla y de ser necesario hundir al buque extranjero y en eso se hallaba ocupado cuando sonó la alarma de a bordo tocando a zafarrancho de combate. El personal corrió a ocupar sus puestos en espera de un ataque pero al poco tiempo se supo que un barco griego que no alcanzó a divisar a las naves de guerra (tenían sus luces apagadas), había ingresado en el área de bloqueo.
Algunos minutos después se reanudaron las conversaciones, lográndose acuerdos en varios puntos, los más importantes:

  1. El retorno de los regimientos leales a sus guarniciones de paz.
  2. El envío de todos los aviones de combate a la Base Aeronaval Comandante Espora.
  3. La evacuación de la Capital Federal por las tropas que tenían su asiento en ella.
  4. El envío de estas condiciones a la Junta Militar, para que respondiese al Comando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias antes de las 12.00 del 21 de septiembre.
  5. Si para entonces el “17 de Octubre” no recibía ninguna comunicación, las partes quedaban en libertad de acción para reiniciar las hostilidades.

Se trataba, ni más ni menos, que de un ultimátum por medio del cual las fuerzas vencedoras exigían al gobierno su rendición incondicional.
Finalizada la reunión, el almirante Rojas invitó a los oficiales gubernamentales a permanecer a bordo para cenar, ofreciendo al de mayor antigüedad, el general Manni, presidir la mesa.
Los delegados de la Junta abandonaron el “17 de Octubre” a las 22.00 y llegaron a Río Santiago a las 24.00, donde abordaron dos automóviles que los llevaron de regreso a Buenos Aires, fuertemente custodiados, a los efectos de informar a sus superiores los resultados de la reunión. Minutos antes, el edificio de la Alianza Libertadora Nacionalista había sido bombardeado

Al día siguiente, mientras la Junta Militar se resquebrajaba con la renuncia varios de sus integrantes, el alto mando revolucionario, encabezado por el contralmirante Rojas, decidió cambiar el nombre del “17 de Octubre” por el de “General Belgrano”, con el que pasaría a la gloria en 1982, durante la guerra del Atlántico Sur. La iniciativa fue saludada con beneplácito tanto por la oficialidad como por la población en general[3] ya que para buena parte de la población, esa denominación era tendenciosa y partidista y no se ajustaba al sentir nacional.
“Considerando que el crucero ‘17 de Octubre’ lleva el nombre de un acontecimiento demasiado reciente para denominar una unidad de la Marina de Guerra, resulta imperioso proceder a designarla inspirándose en los héroes de la República. Sin intentar menoscabar a los compatriotas que intervinieron en aquella jornada, entendemos que sus anhelos políticos requieren la consagración de la historia, para quedar definitivamente incorporados a nuestras tradiciones nacionales, debiendo inspirarnos en esta hora, en nuestro glorioso símbolo, la Bandera mancillada el 11 de junio, con bastardos fines; y aprovechando estas circunstancias para realizar el más solemne desagravio, este Comando en Jefe, resuelve: 1º Designar ‘General Belgrano’ al crucero ex ’17 de Octubre’; 2º La designación elegida servirá para honrar al creador de la Bandera Nacional y al mismo tiempo como desagravio al ultraje que esta recibiera. Firmado: Isaac F. Rojas, Contralmirante, Comandante en Jefe de la Marina de Guerra en Operaciones”.
Lo que seguía siendo un misterio a esa altura, era el paradero exacto de Perón.

Notas


  1. Isidoro Ruiz Moreno, op. Cit, Tomo II, pp. 333-334.
  2. En un primer momento se supuso que se trataba de la “Humaitá”, pero luego se supo que era la “Paraguay”.
  3. “17 de Octubre” era un nombre complejo que según el parecer de del comando revolucionario, identificaba a un régimen al que se había combatido por corrupto y prepotente.

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