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miércoles, 4 de junio de 2014

Revolución Libertadora: Luego de la detención, siguen las operaciones

Prosiguen las acciones



1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón

A las misiones de ataque que tuvieron lugar a partir de las 06.40 del 19 de septiembre, le siguieron numerosos vuelos de observación cuyo principal objetivo  era vigiladas a las posiciones enemigas y detectar a tiempo cualquier movimiento que violase lo acordado en la tregua.
El primero de ellos decoló a las 12.00, para sobrevolar un amplio sector entre Villa María y Río Tercero intentando ubicar la columna de vehículos que transportaba las municiones para las tropas enemigas. Se trataba de un Fiat G-55 A Centauro que una hora después, estuvo de regreso, sin novedad. A las 12.35 y treinta y cinco hizo lo propio un Beechcraft AT-11, con instrucciones de explorar la región entre Córdoba y Deán Funes y a las 13.20 un DL-22 recorrió la ruta Córdoba-Villa Carlos Paz, observando movimiento de fuerzas al sur de Malagueño y las inmediaciones de Alta Gracia. El desplazamiento de la columna leal quebrantaba las reglas del “alto el fuego” impuestas por ambos bandos y daba pie a llevar a cabo acciones, razón por la cual, el Comando Revolucionario decidió atacar.
El primero en despegar fue un DL-22 que a las 14.30 ametralló a efectivos y vehículos dispersos del Regimiento 13 de Infantería, sobre el camino de Alta Gracia. A las 14.55 un Beechcraft AT-11 bombardeó una columna perteneciente a la IV División, cuando transitaba desde Alta Gracia a Córdoba y a las 15.30 el mismo DL-22 que una hora antes había ametrallado al 13 de Infantería, efectuó reconocimiento sobre la zona de Villa Carlos Paz, Cosquín, La Falda y La Cumbre, sin novedades. En ese mismo momento, los aviones de transporte de Aerolíneas Argentinas al mando de Alfredo Barragán, aterrizaban en la Escuela de Aviación Militar trayendo a bordo a los efectivos de refuerzo del Ejército de Cuyo que tardíamente enviaba el general Lagos.
A los DL-22 y AT-11 le siguieron los Gloster Meteor que tras consumir el kerosén que venían utilizando desde que se había agotado el combustible adecuado, operaban con nafta común, algo contraproducente desde el punto de vista técnico, según indicaciones impartidas por los instructores británicos que habían adiestrado a los pilotos argentinos entre 1947 y 1948 porque corroía y desgastaba sus conductos de inyección.  Sin embargo, los aviones debían operar y no quedaba otra opción.
Ruiz Moreno explica en su trabajo que la Agrupación Interceptora de Cazas revolucionaria, se hallaba integrada por el capitán Jorge Lisandro Suárez; los primeros tenientes Rogelio Balado, Hellmuth Conrado Weber y Alberto Herrero y el teniente Luis Alberto Morandini Oddone, pilotos de alta capacidad profesional que, al igual que sus compañeros del bando leal, combatieron con coraje a lo largo de todo el conflicto. Esos hombres dejarían en alto el honor de la Fuerza Aérea Argentina, como dignos precursores de aquellos camaradas que veintisiete años después, habrían de asombrar al mundo por sus hazañas en el Atlántico Sur.
A las 13.30 los pilotos de la Agrupación se hallaban reunidos en la improvisada sala de mandos de la Fábrica Militar de Aviones, comentado alborozados las últimas novedades respecto al alejamiento de Perón cuando el capitán Suárez irrumpió repentinamente para comunicar que se había programado un nuevo el ataque. Los aviadores protestaron porque entendían que si había una tregua, debía ser respetada, pero el jefe de la escuadrilla insistió.

-La columna no cumple o ignora la decisión y sigue avanzando. Debemos atacar.

Cumpliendo con la directiva, los aviadores se dirigieron a los hangares donde operarios y mecánicos preparaban los aviones y una vez allí, efectuaron el rutinario control ocular.
Weber y Morandini treparon a sus cabinas, se ataron los cinturones y aguardaron la orden de partir. Minutos después, la torre de control comunicó al primero que tenía pista libre y este, con los tanques llenos, comenzó a rodar por la plataforma. Una vez en la cabecera, metió presión a las turbinas y tras una rápida carrera decoló y se elevó. Una vez en el aire la ubicación del enemigo.
Weber puso rumbo hacia Alta Gracia y quince minutos después detectó una extensa columna de vehículos que abandonaba la ciudad. Después de informar la novedad por radio revisó su tablero, hizo control de armamento y se lanzó sobre ella, ametrallando sus unidades sin misericordia. “No pude apreciar si me contestaron porque era prácticamente imposible apreciar los resultados, pero veía a la gente tratando de guarecerse” comentaría años después[1].
Weber hizo una segunda pasada disparando sus cañones de 20 mm. y repitió la operación varias veces más hasta agotar la munición.
De regreso en la Fábrica Militar de Aviones, aterrizó y se desplazó lentamente hasta ubicar su avión junto a las bombas de combustible contiguas al hangar. Los operarios engancharon las mangueras y procedieron a cargar sus tanques mientras el teniente Morandini terminaba de abastecerse y se preparaba para decolar. Sin embargo, una de sus turbinas presentó algunos inconvenientes y no arrancó.
En esos momentos, Weber se hallaba en el interior de su cabina indicándole a Morandini donde se hallaba la columna enemiga y eso hacía cuando el capitán Suárez se les acercó.
-Morandini, quédese. Salga usted otra vez, Weber, porque ya sabe donde está la columna.
-¡No señor - protestó Morandini, ansioso por entrar en combate - Me toca salir a mí!
-No. Sale Weber porque así no perdemos tiempo. La columna sigue avanzando y hay que atacarla enseguida[2].
Weber cerró su cabina, puso en marcha el motor y comenzó a rodar hacia la cabecera de la pista, donde se detuvo y pidió autorización a la torre para partir. Una vez concedida, dio máxima potencia y comenzó a carretear para elevarse gradualmente. Quince minutos después pasó sobre la formación enemiga ametrallándola varias veces. Agotada su munición, emprendió el regreso, dejando atrás numerosos vehículos dañados y varios efectivos muertos y heridos.
En ese preciso momento se desplazaba hacia la pista el Gloster Meteor matrícula I-079 del teniente Luis Alberto Morandini, quien al llegar a la cabecera, tomó velocidad y despegó sin inconvenientes. Una vez en el aire, el piloto estableció comunicación radial con su compañero para pedirle las posiciones del objetivo.

-Weber, aquí Morandini. Cambio.
-Aquí Weber, te escucho. Cambio.
-Solicito ubicación exacta de la columna enemiga. Cambio[3].
Weber le pasó las coordenadas e inmediatamente después emprendió el regreso. Morandini, por su parte, hizo un pronunciado viraje y puso rumbo sudoeste ignorando que ese iba a ser su último vuelo.
Morandini pasó sobre las tropas de Morello ametrallándolas de un extremo a otro, del mismo modo que lo había hecho su compañero las dos veces anteriores. Efectuó a continuación una segunda pasada, y luego dos más hasta consumir totalmente la munición.
Cuando retornaba a la Escuela e Aviación Militar, comunicó por radio que su misión había sido exitosa y que creía haber alcanzado a varias unidades de la columna enemiga, sin que se produjera respuesta antiaérea.
Su regreso era observado desde la pista tanto por sus compañeros pilotos y por los mecánicos que allí operaban, quienes lo vieron aproximarse en línea recta, con el tren de aterrizaje bajo. Entonces llegó hasta la torre de control un angustioso mensaje de alerta.
-¡Se me plantó una turbina! – escucharon los operadores a través de sus auriculares.
La gente en tierra vio al Gloster de Morandini despedir una gruesa columna de humo y poco después, estallar en el aire para caer en las afueras de la Fábrica Militar de Aviones, elevando una gruesa columna de humo negro. Sus compañeros de la Agrupación echaron a correr presurosamente mientras maldecían y se tomaban la cabeza, presas de viva conmoción, pues intuían que el desenlace había sido fatal. Eran las 15.30 del 19 de septiembre.



El recalentamiento y detención del motor derecho fueron las causas del accidente. Al engranar mal (desperfecto que le había impedido salir anteriormente), la bomba de combustible del Gloster soltó nafta y eso provocó la pérdida de sustentación, provocando su caída. De esa manera, el nombre del teniente Luis A. Morandini Oddone se sumó a la extensa lista de caídos en cumplimiento del  deber.
A las 16.00 despegó de la Escuela de Aviación Militar un Beechcraft AT-11 se lanzó sobre una concentración de vehículos, al sur de Malagueño. La aeronave llegó volando bajo y arrojó sus bombas mientras la artillería rebelde, desde tierra, intentaba repelerlo. Durante su incursión, el piloto y su acompañante notaron que las fuerzas leales estaban desplegando sus cañones antiaéreos, actitud que justificaba plenamente la ofensiva porque estaban violando las condiciones de la tregua. Una hora después, un segundo Beechcraft atravesó Malagueño, La Calera y Juárez Celman haciendo reconocimiento y a las 19.00 volvió a repetir la misión sobrevolando Río Segundo, Alta Gracia y los alrededores de la Escuela de Aviación Militar.
Aquella sucesión de ataques movieron al general Morello a solicitar un urgente cese del fuego, cosa que Lonardi se apresuró a aceptar, dada la comprometida situación de sus fuerzas. A las 17.45, el máximo jefe de la revolución invitó a su adversario a una reunión en la Escuela de Aviación Militar, con la idea de entablar negociaciones pero aquel respondió que solo accedería si lo autorizaban desde Buenos Aires.


Con el paso de las horas, comenzó a imperar una tensa calma que tuvo a todo el mundo en vilo y pendiente de las comunicaciones. Ningún jefe rebelde estaba plenamente convencido de la actitud de Perón y casi todos estaban convencidos que se trataba de un ardid. Nadie olvidaba la amenaza de fusilar lanzada el 31 de agosto anterior, después de otro de sus “renunciamientos” y las bravatas de morir en combate que había lanzado en más de una ocasión.
Una serie de falsos informes propalados desde la Capital Federal, fomentaron el sentimiento de desconfianza, llevando intranquilidad y confusión a las filas insurrectas. Uno de ellos daba cuenta de la llegada de un convoy de 15 vagones a la estación de Villa María (22.00 horas), para seguir viaje hasta Río Cuarto transportando 10 tanques, 9 semiorugas, 4 camiones, 1 batería antiaérea y 500 efectivos. También circuló la versión que desde Curuzú Cuatiá avanzaban tanques leales con destino a Zárate, razón por la cual, el Comando Naval advirtió al almirante Rojas que permaneciera en la Flota a efectos de no poner en riesgo su persona. De acuerdo a otro trascendido, la Confederación General del Trabajo, instigada por Perón, preparaba una gran manifestación y muchos de sus dirigentes se aprestaban a efectuar acciones de sabotaje para esa misma noche[4].
Donde imperaba cierta calma era en el teatro de operaciones de Bahía Blanca frente a cuyo cordón defensivo las diferentes unidades de combate leales habían detenido su avance.
El Regimiento 3 de Infantería se hallaban en Coronel Pringles, los Regimientos 1 y 2 de Caballería en la estancia “La Ventana” de Ernesto Tornquist, el 1º Grupo del Regimiento 2 de Artillería en Sierra de la Ventana. Por otra parte, vivaqueaban también los Regimientos 13 de Caballería, 3 de Artillería, el Destacamento Blindado, los Destacamentos de Zapadores y Comunicaciones, la sección de Artillería de la Escuela Antiaérea en Tornquist, la Agrupación de Montaña Neuquén y el Regimiento 4 de Caballería en Río Colorado, hacia donde el capitán Arturo Rial envió un helicóptero a bordo del cual viajaba un oficial naval para solicitar la rendición al general Jorge Ramón Boucherie.
Boucherie aceptó e inmediatamente después abordó un avión para viajar a Comandante Espora, a los efectos de formalizar la capitulación. Lo mismo hizo desde Tornquist el coronel Martín Barrantes, jefe de Estado Mayor de la II División, quien al momento de llegar anunció que el general Molinuevo también deponía las armas.
De acuerdo a las instrucciones, Molinuevo debía presentarse en Espora junto al general Cáceres, comandante de la brigada integrada por el Regimiento 3 de Infantería y la división de tanques en Tornquist, donde se les pensaba hacer firmar la capitulación para enviarlos de regreso a sus bases naturales, con todo su armamento. Sin embargo, ninguno de los dos acató la orden ya que tenían la intención de seguir combatiendo.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, aviones navales efectuaban pasadas a baja altura con al intención de mantener inmovilizadas a las unidades de combate, mientras les arrojaban volantes con las instrucciones a seguir. Según las mismas, debían colocar las armas en un punto determinado y concentrarse en torno a grandes telas blancas que indicasen su actitud de rendirse.
La retirada comenzó esa misma noche, con las columnas del ejército retornando a sus bases y el masivo pronunciamiento de todas las unidades que hasta ese momento se habían mantenido al margen. El que no acató la orden, como se dijo anteriormente, fue el Regimiento 3 de Infantería que por entonces vivaqueaba en las afueras de Pringles. Varios años después, el coronel Arrechea recordaría esos momentos reviviendo la indignación que cundió entre las tropas cuando la oficialidad supo que el ataque a Puerto Belgrano se suspendía. Hubo manifestaciones de tremenda cólera y arrebato que por momentos se hicieron incontenibles ya que eran muchos los que ansiaban llegar a la base y no dejar de ella “piedra sobre piedra”, vengando de ese modo los ataques sufridos los días anteriores. Había gente indignada, que en algunos casos, lloraba de impotencia y otra que amenazaba con no acatar las órdenes.
Fue en ese momento que el capitán Giménez, jefe del destacamento blindado estacionado en Tornquist, dispuso desobedecer las directivas del vencedor y resistir, y por esa razón manifestó en una reunión con sus principales colaboradores que no pensaba deponer las armas. Y mientras las tropas de Caballería procedían a evacuar la población, él, al frente de seis tanques, se dirigió hacia el norte para introducir sus tanques en una zona boscosa.
Al tomar conocimiento de la novedad, el Comando Naval Revolucionario decidió llevar a cabo un ataque sobre aquellas unidades.


Mientras tanto, en el Río de la Plata, la Armada también efectuaba movimientos. Como se ha dicho, en horas del mediodía, el crucero “17 de Octubre” se aproximó a “La Argentina”, para transferir al contralmirante Rojas. Como narra Ruiz Moreno, el traspaso se hizo de acuerdo al ceremonial de rigor, con la plana mayor formada en cubierta.
Desde la Central de Informaciones del “17 de Octubre”, el teniente de corbeta Ramón Arosa montaba guardia permanente en prevención de un ataque aéreo. Cuando el alto jefe naval saludaba a los oficiales cubierta, un eco en su pantalla radar indicó que se aproximaba un avión no identificado.


El almirante Rojas transfiere su insignia al "17 de Octubre" (Imagen: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)

Tal como se había hecho tantas veces durante los entrenamientos, el personal corrió a sus puestos, dejando a Rojas prácticamente solo en cubierta. El avión no apareció aunque es posible que haya pasado cerca porque en aquellos días, los aparatos de radar no tenían el alcance de los actuales y las detecciones se hacían casi encima del blanco.
En Córdoba, mientras tanto, las fuerzas del general Iñiguez efectuaban su repliegue por la ruta a Santa Fe, en cumplimiento de las directivas impartidas por el general José María Sosa Molina que, todavía seguía sin comprender las causas de lo que estaba aconteciendo. Tanto sus fuerzas como las de Iñiguez acordaron encontrarse en Río Primero, localidad en la que el Regimiento 12 de Infantería acampó horas después, durante la noche del 19 al 20 de septiembre sin que ninguno de los dos supiera con certeza que ocurría en Buenos Aires, si la lucha proseguía, si Lucero se hallaba al mando y si Perón era todavía presidente. Cuando ambos se encontraron, a la vera del Río Primero, Iñiguez, el más resuelto de los oficiales leales, le dijo a su superior que él se hallaba en Córdoba para cumplir una orden del Comando en Jefe y que pensaba obedecerla.
Sosa Molina sintió orgullo al escuchar esas palabras dado que por entonces, los generales Moschini y Morello habían recibido con alivio la noticia del cese de las hostilidades y poco habían hecho para contrarrestar la acción del enemigo.
-¡Claro! - manifestó Sosa Molina reconfortado - ¡Somos leales al Gobierno!
La última acción de guerra de aquel día se llevó a cabo a las 22.00 horas, cuando el alto mando revolucionario confirmó que, una vez más, fuerzas leales al sur de Malagueño efectuaban desplazamientos que violaban el alto el fuego.
Desde la Escuela de Aviación Militar se despacharon dos Beechcraft AT-11 con órdenes de confirmar la versión y atacar el objetivo. El primero sobrevoló el sector arrojando bengalas para iluminar un amplio radio de terreno, en medio de la vastedad nocturna de la pampa y el segundo, piloteado por el teniente Raúl Barcalá, llegó inmediatamente después, para arrojar sus bombas conpresición y emprender la retirada. Las explosiones iluminaron la llanura en uno de los primeros raids nocturnos de la historia aeronáutica argentina y dejaron en claro que las fuerzas rebeldes estaban decididas a todo.
De “El diario de un Cadete” publicado por la revista “Cielo”, extraemos el siguiente relato que nos brinda una idea de lo que fue aquella nueva jornada de combate. “19 de septiembre (lunes): Por finalmente amanece. Es el momento propicio para cualquier ataque, pues puede ser la culminación del trabajo de aproximación realizado durante la noche. El jefe de sección así lo comprende y ordena que todo el mundo tenga bien abiertos los ojos y bien atento el oído. Sin embargo las primeras luces no revelan nada importante…solamente el campo pelado y áspero.
“Sobre el costado derecho de nuestro frente se encuentra la tropa aerotransportada y es en aquella dirección donde veo dirigirse la estela que dejan las luminosas perforantes de las 12,70. Es el primer signo de violencia que veo del enemigo. Poco después, sin embargo, nos sorprenden unas explosiones y unas columnas de humo que se elevan a nuestra espalda…luego nos enteramos que un Avro Lincoln bombardeó desde muy alto las pistas del I.A.M.E. Los daños no fueron muy grandes. Me sorprende ver que a pesar de que las bombas cayeron a menos de 800 m. a espaldas nuestras el hecho no me produjo ninguna inquietud.
“No pasan 10 minutos sin que aparezca otro Avro, esta vez volando bien bajo, el cual deja caer toda su carga, que vemos dirigirse claramente hacia el I.A.M.E. Enseguida vimos decolar los Glosters y poco después nos enteramos que los Avro habían sido averiados.
“El movimiento aéreo es muy intenso y todo ‘Avro’ que aparece, obliga a la cubierta completa.
“El día pasó así bastante entretenido. Se descansa y se come bien, otra cosa no se puede pedir, salvo que termine todo esto lo más pronto posible…No puedo dejar un instante de pensar en los míos y en Ella.
“En la inactividad de la siesta, pedimos permiso con el ‘Tano’ para ir a probar las armas. Con ese objeto nos adelantamos unos 1500 m. hasta una estancia abandonada donde no encontramos más que agua y unos tarros de leche ya ácida. Fue una suerte que se nos ocurriera probar las armas, pues pude comprobar que mi PAM no andaba…seguro que a causa de la suciedad del cargador. Más tarde tendré que limpiarlo.
“Mientras regresábamos, vimos caer uno de nuestros Glosters…Se le había incendiado una de las turbinas y en un violento tirabuzón fue a estrellarse en dirección del Barrio Las Flores.
“No sé porqué, pero tuve el presentimientote que era Morandini el que piloteaba… desgraciadamente la noticia conformó mi pálpito. ¡Pobre Felipe! (sic)…¡siento muy de veras que te haya tocado a vos!
“También me enteré que el cuerpo no salió tan ileso como yo creía de la refriega…Mataron al cadete Chávez de la C. P., parece que en Pajas Blancas. No se conoce el paradero del ‘Chueco’, del ‘Zorrino’, del Sub. Cad. A….y al Sub. Cad. R…lo hirieron en el brazo”[5].
Aquel 19 de septiembre tuvo lugar uno de los hechos más aberrantes de aquella contienda.
Después de ser alcanzado por fuego antiaéreo, el avión del capitán Estivariz se estrelló contra un galpón ubicado en pleno campo, cerca de Saavedra, destrozando en su caída una trilladora y un tractor. Cuando los efectivos leales se aproximaron para observar, acompañados por varios pobladores, se encontraron con la aeronave todavía ardiendo y los cadáveres de sus tres tripulantes en el interior.
Los soldados extrajeron los cuerpos de entre los hierros retorcidos y los tendieron sobre la hierba, cubriéndolos con unas mantas que les acercó una mujer que vivía en las inmediaciones. Inmediatamente después llegó un tanque y de él bajaron algunos de sus tripulantes para quitar las sábanas y observar los cuerpos. Espeluznada, la mujer vio como los soldados ametrallaban con sus PAM los cadáveres semicalcinados, sin ningún tipo de misericordia, descargando mucho odio y rencor. Cuando se retiraron se acercó a los restos, volvió a cubrirlos y todavía conmovida, rezó una plegaria. Tales eran el odio y la sed de desquite de los efectivos del 3 de Infantería y los sentimientos de encono que había generado la lucha.

Notas

  1. Isidoro Ruiz Moreno, op. cit, Tomo II, p. 318.
  2. Ídem.
  3. Ídem.
  4. Al día siguiente, 20 de septiembre, se habló de otro tren con destino a Río Cuarto.
  5. “Del diario de un cadete”, Revista “Cielo”, Bs. As.

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