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sábado, 3 de diciembre de 2022

Legión Extranjera: La experiencia de un voluntario argentino, hijo del comando Duarte

Duros entrenamientos, combates en la selva y en el desierto: el argentino que peleó en la Legión Extranjera

Rodrigo Duarte sorprendió a todos cuando dijo que se enrolaría en la Legión Extranjera. Con el dinero justo para un pasaje firmó un contrato por cinco años con esa unidad militar, que la literatura y el cine contribuyeron a levantar alrededor de ella una gruesa pátina de misterio y leyenda. La sorprendente historia de un hombre que se esforzó para ser “el mejor entre los mejores” en una unidad para cuyos integrantes es la patria misma
Por Adrián Pignatelli || Infobae

Rodrigo Duarte, el protagonista de esta historia. Entonces era Carlos Delgado

A simple vista, el departamento está amueblado y decorado como tantos que pueden encontrarse en pleno barrio de Belgrano. Sin embargo, a medida que la charla avanza, el entrevistado se levanta y busca para apoyar su testimonio un recuerdo, una foto o un objeto. Ahí uno cae en la cuenta que por todos lados hay testimonios relacionados a su paso por la mítica y misteriosa Legión Extranjera, de la que por ocho años fue un miembro destacado.

Rodrigo Estanislao Duarte nació el 30 de agosto de 1975 en Campo de Mayo y desde que estaba en el Liceo Militar le atrajo esa lejana unidad militar de la que se tenía referencia por la literatura y las películas de acción. Un viejo jefe de grupo del Liceo se había enrolado y los relatos que enviaba en sus cartas lo entusiasmaba a seguir sus pasos. Pero el contrato que debía firmar, de cinco años, lo consideraba demasiado.

No se animó entonces, a pesar que su mejor amigo sí se fue. Entró al Colegio Militar pero sintió que no era su lugar. Hay una cierta tradición familiar: el papá de Rodrigo es José Martiniano Duarte, veterano de la guerra de Malvinas, jefe de la primera sección de la Compañía Comando 601 que protagonizó un enfrentamiento con comandos ingleses en la isla Gran Malvina.

Fotografiado en África. En ese continente, participó en misiones en Costa de Marfil y Congo

En 2002 tomó la decisión, que le costó fuertes discusiones con sus padres. Pero estaba decidido. Consiguió un empleo en un hotel, ya que necesitaba ahorrar para el pasaje y concurrió a la embajada de Francia. Le indicaron que la forma de enrolarse era ir directamente al cuartel de la Legión en Aubagne, Marsella, una comuna francesa ubicada en el departamento de Bocas del Ródano, en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, donde se realiza el reclutamiento.

Con el dinero justo en el bolsillo, viajó a Barcelona donde se alojó en la casa de un primo. Abordó un tren a Marsella y luego otro a Aubagne, donde llegó un sábado a la noche.

La de Afganistán fue la misión en la que tuvo su bautismo de fuego.

Las calles estaban desiertas, no conocía el idioma e ignoraba dónde quedaba el cuartel. De pronto a lo lejos vio la figura recortada de un hombre. Hacia él se dirigió y como pudo le preguntó cómo llegar. El hombre murmuró palabras inentendibles pero se corrió el cuello de su camisa y le mostró un tatuaje. Había entendido. Era legionario. Lo dejó en la entrada de la unidad militar.

Cuando Duarte se hizo entender con el militar que estaba en la puerta del cuartel que quería ser reclutado, éste le respondió que volviese el lunes. Pero no tenía dinero donde alojarse e insistió en ingresar y el legionario repitió en que regresase el lunes. Hasta que logró torcer la voluntad y lo hizo entrar.

"La Legión nuestra Patria", el lema de la legión. Las medallas de Duarte de su paso por esta particular unidad militar.

Pasó a una oficina y apareció un hombre corpulento de tez morena que se puso a escribir a máquina, mientras le ordenó que se desnudase. Todas sus pertenencias y documentos las guardó en una bolsa y le proveyeron de un overall celeste. El hombre lo señaló con el dedo y le dijo “Carlos Delgado”. Esa sería su nueva identidad en la Legión, por lo menos durante los tres primeros años. Un nuevo nombre significaba otra identidad y era como un borrón y cuenta nueva con su pasado. La Legión Extranjera daba a cada hombre una segunda oportunidad.

En ese momento no imaginó que años después él también recibiría a los nuevos reclutas.

El quepis, uno de los recuerdos de este legionario argentino.

Esa noche durmió en un cuarto con un eslovaco y un ruso. De ahí en más conviviría con una mezcolanza de hombres, algunos solitarios, otros aventureros, románticos o inadaptados de más de 100 nacionalidades.

Debió someterse a exámenes físicos, psicotécnicos y médicos y luego a lo que los legionarios llaman “la Gestapo”. En largas entrevistas, el aspirante debe contar, con lujo de detalles, toda su vida, sin omitir ningún detalle. A Duarte le alcanzaron una resma de papel y le ordenaron que escribiese toda su vida, día por día, desde 1990 hasta ese momento.

Junto a combatientes afganos. En ese país tuvo su bautismo de fuego.

Las semanas siguientes fueron todos iguales: luego de un entrenamiento físico por la mañana, eran enviados a desempeñar esas tareas que nadie quiere hacer: destapar cloacas, limpiar baños de asilos y hospitales, trabajos de limpieza. Mientras tanto, había aspirantes que quedaban en el camino. Llevaba el distintivo azul, que indicaba al más recluta.

Del distintivo azul pasó al rojo, lo que lo convertía a estar listo para firmar el contrato rentado por cinco años en una unidad donde la disciplina, la solidaridad y el respeto constituyen su código de honor.

El verde y rojo cortados en diagonal son los colores de la bandera de la Legión. En tiempo de paz, el verde se coloca arriba y en tiempos de guerra, al revés.

Se ve reflejada en la escafandra la imagen de Duarte. Fue un obsequio por su paso como comando anfibio.

Recordó a Infobae que estuvo un año y cuatro meses sin ver la vida civil. En su primera licencia fue a sentarse en un café solo para ver gente pasar. De todas maneras, subrayó que “yo quería eso; ser parte de los mejores”.

Lo enviaron a Castelnaudary, al sur de Toulouse, donde fue sometido a medio año de instrucción pura. Ya había quedado atrás las tareas más inmundas de limpieza. Asistió a clases donde se le enseñó el francés -el idioma oficial de la unidad-, cultura de la Legión y sus costumbres, y rindió además los exámenes de conductor de auto y camión.

Formación de legionarios, en una de las despedidas que se le brindó a Duarte

Aprendió de memoria el código de honor y el extenso cancionero de la legión sobre diversos temas. Si bien las recuerda todas, sus preferidas son La Legión Marche, que entre sus estrofas, dice: “La Legión marcha, hacia el frente, cantando seguimos herederos de sus tradiciones estamos con ella; somos los hombres de las tropas de asalto, soldados de la antigua Legión. Mañana ondeando nuestras banderas, como vencedores desfilaremos”.

Otra de sus preferidas es Adieu Vieille Europe: “Nosotros los condenados de toda la tierra, nosotros los heridos de todas las guerras, no podemos olvidar; una desgracia, una vergüenza, una mujer que adoramos. Nosotros que tenemos sangre caliente en nuestras venas, cucaracha en la cabeza, en el corazón las penas; recibir, dar gnomos, nombre, sin miedo, camino a la Legión”.

Tarjeta que se le da a cada legionario cuando se va de baja. Contiene dos números de teléfonos y un correo electrónico

De la instrucción en el cuartel pasó a algo un poco más duro: el entrenamiento en lo que ellos llaman la granja, donde son sometidos a las más exigentes pruebas físicas. “Marcha o muere” es la consigna.

La comida era un guiso, café y mucho pan y era habitual que los superiores hicieran que se salteasen comidas. Siempre tenían hambre y frío.

Al finalizar esa etapa, Duarte terminó primero de toda la sección. Esto le abrió la puerta de elegir la unidad donde quisiera desempeñarse. Optó por el II Regimiento Extranjero de Paracaidistas, situado en Calvi, al norte de la isla de Córcega. Es un regimiento de Fuerzas aerotransportadas y es parte de la 11a Brigada de Paracaidistas y la punta de lanza de la fuerza de reacción rápida.

Duarte hoy. Se dedica a la actividad privada y está en contacto con muchos de sus compañeros

El oficial que lo recibió dijo que tenía para él dos noticias, una buena y una mala. La buena era que había sido destinado a la compañía anfibia; Duarte era nadador. La mala era que su instructor sería otro argentino, y se convertirían en grandes amigos.

Se alojaban en habitaciones para cuatro personas, con el equipo siempre listo. El regimiento contaba con todas las comodidades, como negocios de distintos ramos, proveedurías y bares de los mejores.

En Francia estaba prohibido la prostitución. Aún así en la isla era famosa Lorena, la única prostituta, que no solo era por demás conocida en el regimiento, sino que ocupaba un lugar en el palco en las fiestas oficiales, y hubo hombres que se tatuaron su rostro. En el cancionero de la Legión, hay temas dedicados a ellas.

Duarte estuvo destinado en diversas misiones. Primero en Costa de Marfil, participando de la Operación Licorne. Se ocupó de reconocimiento y control de zona y apoyo a la población civil en peligro y en brindar en seguridad de los contingentes de Naciones Unidas y de la población civil que estuviera en peligro.

En un descanso, en Afganistán. Allí estuvo ocho meses.

Vivían en plena selva y dormían en hamacas, lo más despegado del suelo posible. Debían tomar todos los días una píldora contra el paludismo. A su regreso dejó de tomarla y debieron internarlo por esa enfermedad.

Luego pasó a Gabón, donde estuvo cuatro meses, que incluyó entrenamiento, ensayo y readecuación del “Plan de Evacuación de Población Expatriada Francesa” en ese país. Fue el responsable de la seguridad en distintas bases y aeropuertos en Libreville y Port Gentil.

De ahí fue enviado al Congo, donde participó de un curso comando. Por último, Afganistán. “La Legión es un celibato de la milicia, se está en alerta permanente”. En el decálogo del legionario, la misión es sagrada.

La carrera de Duarte fue excepcional, porque en menos de lo que esperaba se transformó en instructor de la compañía anfibia y en monitor de paracaidismo. Hizo el curso de cabo y cuando combatió en Afganistán lo hizo con el grado de sargento. En ese país tendría su bautismo de fuego.

Haciendo la venia a la francesa, mostrando la palma de la mano.

Fueron ocho los meses que permaneció allí. Estuvo en la base Tora, al norte de Kabul, y la recuerda ubicada al lado de una colina. Durante la invasión rusa, había sido escenario de una masacre llevada adelante por los talibanes. Debían brindar seguridad a la base y controlar un territorio de 115 kilómetros cuadrados.

Apenas llegó no la pasó bien. Levantó mucha fiebre por un forúnculo. Los médicos debieron operarlo, y su miedo era ser evacuado y perderse la acción. El postoperatorio duró una semana y le sirvió para confraternizar con veteranos y civiles.

En Afganistán vivió la guerra cara a cara y, aunque no se admita abiertamente, convive en cada legionario el deseo de enfrentarse a la muerte. Integró el batallón “Altor” de la task force “Lafayette”, desarrollando misiones en las regiones de Uzbeen, Surobi, Kapisa y Tagab.

Su primer enfrentamiento fue en una emboscada que intentaron tenderle. Además participó de tiroteos dentro de los vehículos en el que se movilizaban y en una acción cercana a la frontera con Pakistán, sus compañeros lo dieron por muerto. Habían visto, a lo lejos, a dos hombres junto a un buey que, de pronto, se escondieron detrás de una piedra. Los sorprendieron con un vetusto cañón sin retroceso que empezó a dispararles con increíble puntería. Uno de los proyectiles impactó muy cerca y lo hizo volar por los aires.

Si bien se movilizaban en helicópteros, hubo trabajosas marchas por la montaña. En los patrullajes por esas aldeas que a simple vista parecían abandonadas en el medio del desierto, aprendió a estar en permanente alerta, a oler la adrenalina y a percibir el peligro inminente cuando el silencio aturdía.

En un paredón del cuartel de la Legión, están inscriptos los nombres de sus caídos. En ese lugar se encuentra esta piedra.

Los jefes daban el ejemplo. Como cuando le ordenaron pasar al asalto y al llegar al lugar estaba el propio jefe del regimiento. Ellos también combaten.

Tuvo la fortuna de no haber sido herido en batalla aunque sufrió varias fracturas en su período de instrucción, especialmente cuando se tiraba en paracaídas y caía a tierra como una bolsa de papas por el peso que acarreaba.

A su regreso de Afganistán, lo nombraron jefe del Centro Anfibio. Lo que le quedó pendiente es que nunca hizo un salto operacional, esto es, no se arrojó en paracaídas en situación de combate.

Cuando terminó su contrato de cinco años, decidió quedarse y a los tres años consideró que debía ponerle un punto final a esa historia. Fue objeto de innumerables despedidas, llenas de afectos y emociones.

Recibió diversos premios, condecoraciones y distinciones. La Citación a la Orden de la Brigada con atribución de la “Cruz del valor militar” con Estrella de Bronce; La Cruz del Combatiente; la Medalla de Ultra-Mar; la Medalla de Reconocimiento de la Nación; la Medalla de la Defensa Nacional de Plata; la Medalla de la OTAN; la Medalla Conmemorativa de Afganistán y la Letra de felicitación Mandato Costa Marfil en la Operación Licorne. Además le obsequiaron una escafandra por su paso por el comando anfibio, que guarda como un preciado recuerdo.

Un compañero se le largó a llorar en una cena en Marsella, pidiéndole que no los abandonase. “Es que la Legión te inculca morir por tus compañeros, que son tu familia. Uno pelea por eso”, explicó.

Al irse le dieron una tarjeta -como hacen con todos- que conserva como tesoro. Tiene un nombre y dos números de teléfono, al que puede llamar en caso de estar en problemas, desde cualquier parte del mundo, cualquier día y a cualquier hora.

Luego de tres o cuatro años de ingresado a la Legión, había ido a la Argentina de visita. Pero ahora no quería volver sin tener un trabajo asegurado. Un amigo le comentó que YPF estaba a la búsqueda de un jefe de seguridad y aplicó. Y de ahí en más construyó una carrera en el sector privado.

“No extraño a la Legión, para mí es un ciclo cumplido”. Aún así por 2016 volvió de visita, esta vez con su pequeña hija María Francisca, una fanática de River que cada vez que juega de local debe llevarla a la cancha, a pesar de que a él no le gusta el fútbol.

Hoy se mantiene en permanente contacto con muchos de sus camaradas, tanto en actividad como retirados como él, porque no importa el tiempo transcurrido, la Legión sigue siendo su familia por la que arriesgó la vida.

En su perfil de Linkedin hay subida una fotografía de una piedra junto al muro que recuerda a todos los caídos de la Legión. Tiene esculpida en francés la siguiente leyenda: “En la tierra empapada en la sangre de los legionarios, el sol nunca se pone”.

Cuando le mostró a Infobae la tarjeta con un número de teléfono, la sacó de su billetera. Porque a su manera Duarte sigue siendo legionario.


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