Batalla de India Muerta
Batalla de India Muerta, 27 de marzo de 1845
A comienzos de 1845 va a reanudarse la lucha en el territorio argentino, pero la guerra nunca ha estado interrumpida. En el Uruguay combaten tres ejércitos de la Confederación y en el de Oribe figuran batallones argentinos. También ha habido algún encuentro insignificante en Entre Ríos, promovido por el gobernador de Corrientes. Pero ahora Rosas tendrá frente a él al más notable de nuestros militares, el general Paz, que acaba de ser designado en Corrientes jefe del Ejército Aliado Pacificador, y que ya ha comenzado a organizar sus tropas. Este nombramiento no es la única habilidad del gobierno correntino. Su tratado de comercio con el Paraguay, que Rosas considera una traición, porque una provincia no puede pactar con el extranjero, es el primer paso hacia una colaboración militar.
Manuel Oribe venció a Fructuoso Rivera en Arroyo Grande (6 de diciembre de 1842). Este perdió todo su ejército, y hasta sus pistolas y espada de honor, que arrojó para poder huir. Este hecho de armas significó el fin de la Federación del Uruguay que Rivera presidía. Luego de esa batalla, las tropas rosistas comandadas por el general Oribe atravesaron el Uruguay, mientras que las tropas de Rivera huían hacia Montevideo sin ofrecer resistencia. Después de eso, ya Oribe con casi la totalidad del País en su poder. Se propuso sitiar Montevideo, en un sitio que duraría nueve años y seria recordado por la histografia uruguaya como “Sitio Grande”. Y establecer su sede de Gobierno en lo que hoy se conoce como el barrio del Cerrito de la Victoria, en lo que era para ese entonces las afueras de Montevideo.
Fructuoso Rivera, que no había ejercido actos de gobierno sino al pasar, en los puntos que ocupaba con sus armas, era seguido por el ejército al mando de Urquiza, quien lo alcanzó en la sierra de Malbajar, y lo obligó a traspasar la frontera y asilarse en Río Grande. Rivera se dirigió en nombre del gobierno oriental al marqués de Caxias, comandante en jefe de las fuerzas del Imperio en esa provincia, con quien había tenido negociaciones por intermedio de su secretario don José Luis Bustamante. Allí pudo reorganizarse con los auxilios de armas, vestuarios y caballos que recibió. Los últimos días de enero de 1845 pasó a la frontera oriental. Sus divisiones, al mando de los coroneles Flores, Freire y Silveira, sostuvieron choques sin importancia con las de Urquiza; pero como él pasase a mediados de febrero del norte al sur del río Negro y pusiese asedio a la villa de Melo, Urquiza reunió sus fuerzas y el 21 se movió del Cordobés en dirección a Cerro Largo. Rivera se ocultó en la sierra del Olimar y Cebollatí. Urquiza contramarchó el 23 del Fraile Muerto, y se dirigió por el camino de la cuchilla, con el designio de ponerse al flanco derecho y salirle a vanguardia. Pero fue inútil. Rivera, conocedor del terreno, hacía marchar y contramarchar a Urquiza con el objeto de arruinarle las caballadas y caer sobre él en un momento propicio. Así permanecieron hasta el 31 de marzo en que Urquiza se movió de su campo de Los Chanchos, al saber que Rivera a la cabeza de 3.000 hombres se dirigía a tomar el pueblo de Minas. Urquiza pudo impedírselo llegando a tiempo a la barra de San Francisco, pero tuvo que permanecer en este punto para dar descanso a sus caballadas. El 21 Rivera reunió todo su ejército y se dirigió sobre Urquiza. El 25 se avistaron ambos ejércitos, y el 26 tomó posiciones en los campos de la India Muerta.
Rivera tenía poco más de 4.000 hombres; Urquiza tenía 3.000, en su mayor parte veteranos. Al salir el sol del 27 de marzo, Urquiza hizo pasar dos fuertes guerrillas por el arroyo Sarandí, y tras éstas adelantó sus columnas tendiendo su línea a tiro de cañón de Rivera, y compuesta la derecha: de la división entrerriana al mando del coronel Urdinarrain; centro: tres compañías del batallón Entre Ríos y tres piezas de artillería al mando del mayor Francia; izquierda: ocho escuadrones de caballería, dos compañías de infantería y la división oriental al mando del coronel Galarza. Los escuadrones entrerrianos llevaron una tremenda carga a sable y lanza sobre la izquierda y el centro de Rivera, compuesta la primera de milicias últimamente incorporadas de los departamentos de río Negro, y el segundo de un batallón de infantería y dos piezas de artillería, respectivamente mandados por los coroneles Baez, Luna, Silva y Tavares. Las cargas de los federales fueron irresistibles, y bien pronto quedó reducida la batalla sobre la derecha de Rivera, donde estaban sus mejores fuerzas al mando del general Medina, jefe de vanguardia. Ante el peligro de ser flanqueado y envuelto, Rivera se dirigió personalmente a su izquierda para rehacerla, lo que pudo conseguir trayendo algunos escuadrones al combate. Pero Urquiza lanzó entonces sus reservas, y después de una hora de lucha encarnizada lo derrotó completamente, matándole más de 400 hombres, entre los que había treinta y tantos jefes y oficiales; tomándole como 500 prisioneros, el parque, caballadas, toda su correspondencia, y hasta su espada con tiros y boleadoras.
“Te noticié del suceso malhadado del 27 –le escribe Rivera a su esposa- desgraciadamente volví a sufrir otro contraste que nos obligó a pasar el Yaguarón un poco apurados. Yo perdí parte de la montura y desde ese día estamos bajo la protección de las autoridades imperiales”.
Esta victoria destruyó para siempre la influencia militar del director de la guerra contra Rosas.
En Buenos Aires, donde llega la noticia el último día de marzo, se celebra el triunfo con grandes fiestas: fuegos artificiales, descargas, iluminación, embanderamientos y manifestaciones callejeras con música. Una columna de cuatro a cinco mil personas llega a Palermo. Van diputados, jueces, funcionarios. Rosas no se presenta a recibir su homenaje y son atendidos por Manuelita.
A fines de enero, el almirante Brown, por orden de Rosas, ha restablecido el bloqueo. No ya el bloqueo parcial, como el año anterior, a ciertas mercaderías y la exención para Inglaterra y Francia, sino el absoluto. Pero el almirante Lainé lo desconoce. Convertido desde el año anterior en enemigo de Rosas, en otro Purvis, aplaude a los legionarios y dice no poder disolverlos porque ellos ya no son franceses. Al mismo tiempo, hostiliza a Oribe, desconoce sus derechos y no permite que otros franceses se vayan a Buenos Aires. Ha establecido en Montevideo, una indudable intervención. El es quien ahora manda allí. Muy poco falta para que la ciudad quede ocupada por Francia. Rosas, entonces decreta, con la indignación de los representantes de Francia e Inglaterra, que no entren en Buenos Aires, verdadero puerto de destino, los barcos que hayan tocado en Montevideo.
Después de India Muerta la caída de Montevideo pareció inevitable. El gobierno mismo llegó a declarar que la ciudad no podía sostenerse cuarenta días con sus solos recursos. Oribe a convocado en mayo para la renovación de la asamblea legislativa y elecciones de presidente de la República, y propone la rendición. Rechazada, se prepara a atacar. Lainé e Inglefield declaran que no permitirán la caída de la ciudad. Y es entonces cuando la proveen de armas, municiones y víveres y cuando desembarcan tropas. Y el gobierno de Montevideo escribe al del Brasil unas palabras infames y vergonzosas según las cuales el Uruguay, en casi de tener que entregarse a un poder extranjero, “antes que sucumbir bajo la cuchilla de Rosas” –palabras textuales- “se echaría con preferencia en los brazos de un poder americano”. Es decir, que antes de ser gobernados por su compatriota Oribe, héroe de la independencia uruguaya, uno de los “33” y jefe de Ituzaingó, prefieren ser brasileños esos malos uruguayos, prefieren entregar su patria al Brasil, el único y perpetuo enemigo de su independencia.
Una vez más, los extranjeros impiden la caída de Montevideo. Ahora sólo la defienden cuatrocientos nueve orientales. El resto de las tropas son esclavos, en su mayoría pertenecientes a extranjeros y en número de seiscientos dieciocho; y dos mil quinientos extranjeros, de los cuales mil quinientos cincuenta y cuatro franceses. ¿Qué se han hecho los mil franceses restantes? Los más serios, así como otros que no formaron nunca en la legión, se han refugiado en Buenos Aires. Desde aquí dirigen una petición al gobierno francés, en donde se lee estas palabras significativas: “El señor Lainé, ¿ha sido enviado para proteger al partido agonizante que domina en Montevideo, o para protegernos a nosotros?”. Ese partido agonizante, esos cuatrocientos nueve hombres, ahora que el ejército de Rivera no existe, representan para Francia e Inglaterra el Estado Oriental. Y en nombre de ese puñado de individuos, Francia e Inglaterra vienen a meterse en la política del Plata, a mandar como dueños, a imponerse con sus cañones.
¿Y los emigrados? El número de los argentinos que defienden la plaza es de apenas ciento treinta. Muy pocos más son los que llevan armas. Los demás están en Buenos Aires o en el Brasil. Pero esos pocos argentinos son los dueños del gobierno de Montevideo, principalmente Florencio Varela. Ha de estar alegre Varela, al ver el resultado de su misión a Europa, al ver a su patria próxima a entrar en guerra contra las dos grandes potencias del mundo, en peligro de ser destruida y desolada.
INDIA MUERTA, 1845: EL OCASO DEL “PARDEJÓN”
Víctor Velázquez
SUMARIO: 1. Introducción – 2. Un escenario trágico – 3. El marco histórico – 4. Los prolegómenos. La situación en uno y otro bando – 5. Posicionamiento de las fuerzas – 6. Descripción de la batalla – 7. La degollatína – 8. Rumbo a Yaguarón – 9. Júbilo en el Cerrito – 10. Celebración en Buenos Aires – 11. Después de India Muerta – 12. Conclusión – 13. Apéndice documental
1. Introducción.
Solamente por aquello de que “la Historiala escriben los ganadores” puede explicarse que la segunda batalla de India Muerta (27 de marzo de 1845), y sus ulterioridades, hayan sido siempre soslayadas en nuestra historiografía oficial. En el marco dela Guerra Grande, Fructuoso Rivera, quien gustaba ser tenido por “un oriental liso y llano”, llega a India Muerta, con su ejército colorado-unitario, urgido de triunfar, para descomprimir en algo la presencia del ejército de Manuel Oribe en campaña y para oxigenar al gobierno “dela Defensa”, encerrado en Montevideo desde que las fuerzas blanco-federales sitiaran la ciudad, en 1843, tras la acción de Arroyo Grande. Él es consciente de esa presión y por eso sus horas previas a aquel día nefasto estuvieron impregnadas de dramatismo, aunque se cuidó muy bien de no transmitirle esa sensación a la tropa. Y pierde, lo que transitoriamente lo saca del conflicto y va creando condiciones que repercutirán en el proceso histórico del Uruguay durante largo tiempo.
¿Y por qué dar batalla en India Muerta y no en otro lugar? Buscando respuestas, porque era un terreno que conocía muy bien, en proximidades de la estanciaLa Tuna, de su amigo Francisco de los Santos (no el chasque artiguista, sino el otro, el que fue alcalde ordinario de la villa de Rocha), donde se sentía como en su propia casa y donde, cuentan, solía llegar cada tanto. Y, seguramente, por la cercanía de este territorio con el Brasil, lo que facilitaría las cosas al momento de ser necesario obtener refugio, atento a la afinidad de Don Frutos con los imperiales.
2. Un escenario trágico.
India Muerta es un nombre que se repite en la geografía y en la historia del departamento de Rocha. En la vastedad territorial que encierran estas dos palabras, hay lugar para un arroyo, un bañado, una cuchilla y, en los tiempos modernos, hasta una presa.
Nombre de un pago de leyendas y, él mismo, de leyenda. Denominación de uso corriente desde los siglos XVII-XVIII.
De manera singularísima, India Muerta tuvo dos capítulos, en lo que a batallas se refiere, separados uno del otro por casi treinta años, en la primera mitad del siglo XIX. El protagonista común a ambas acciones militares fue Rivera, derrotado una y otra vez.
En el paraje El Higuerón, entre los arroyos India Muerta y Sarandí deLa Paloma, el entonces teniente de Artigas resulta vencido por las fuerzas portuguesas invasoras dela Banda Oriental, al mando del mariscal Pinto, el 19 de noviembre de 1816. Con el camino expedito, Carlos Federico Lecor avanza sobre Montevideo, aún cuando Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués y el propio Rivera lo hostilizan hasta las propias puertas de la capital.
Exactamente 28 años y 135 días después, el 27 de marzo de 1845, el ahora general Rivera sella su destino militar y deja toda la campaña oriental en manos de su adversario, brigadier general Manuel Oribe, en el mismo lugar geográfico, cayendo derrotado a manos del caudillo entrerriano Justo José de Urquiza. Eran tiempos de la llamada Guerra Grande, período histórico complejo y no siempre entendido.
3. El marco histórico.
Entre los años 1830 y 1890, el Uruguay vivió en una permanente inestabilidad política y económica. Nuestro país estuvo caracterizado, hasta los primeros años del siglo XX, por el enfrentamiento armado entre los dos “bandos” o “divisas”, después partidos tradicionales, Colorado y Blanco o Nacional.
Estas luchas fueron llamadas, genéricamente, “guerras civiles”. La más extensa de ellas fuela Guerra Grande, dividida en dos períodos: 1839-1843 y 1843-1851.
Los primeros gobiernos constitucionales se enfrentaron con una situación socio-económica no contemplada por nuestra Constitución primigenia, donde las dicotomías campo-ciudad, doctor-caudillo, civilización-barbarie, trajeron aparejados enfrentamientos de índole comercial que aparecían como meras cuestiones personales o caudillescas. Estos estuvieron determinados, en todo momento, por la presión de Brasil, Argentina, Francia e Inglaterra. Las respectivas escuadras apostadas en el Río dela Platatenían como misión sofocar o promover enfrentamientos, de los que siempre buscaban ventajas comerciales o económicas.
De esta forma, los conflictos “locales” se transformaban en verdaderas guerras internacionales. A su vez, los caudillos estaban vinculados con sectores económica e ideológicamente afines de los países limítrofes: los blancos de Manuel Oribe con los federales de Juan Manuel de Rosas, los colorados de Fructuoso Rivera con los unitarios argentinos. Esa diferencia ideológica desencadenóla Guerra Grande, pero podemos encontrar también como causales de este conflicto, como lo presentan algunos autores, la lucha del nacionalismo americanista contra el imperialismo europeizante, o la confrontación de la “civilización” con la “barbarie”. A todo esto, las dos potencias coloniales del siglo XIX, Francia e Inglaterra, se introducían en los asuntos internos del Río dela Platay del Brasil, para lograr el control de la actividad comercial. Los centros industriales europeos necesitaban materias primas (carne, cuero y lanas) y las tensiones sociales tenían como válvula de escape la emigración. ¿Dónde se podían satisfacer todas esas necesidades? En América y, sobre todo, en el Río dela Plata. Lasoligarquías autóctonas (latifundistas, comerciantes) aceptaban tal estado de cosas, pues respondía muy bien a la situación, a sus intereses, por ser ellos también importantes productores agropecuarios. Además, como las incipientes artesanías nacionales aún no se habían transformado en verdaderas industrias, resultaba conveniente, para satisfacer las necesidades del consumo, abrir las puertas del Río dela Platay la navegación hacia el interior (ríos Paraná y Paraguay).
Estos puertos recibían mercaderías europeas, favorecidas por el liberalismo económico, manifestado a través de la ausencia de trabas aduaneras y, cuando Juan Manuel de Rosas insinuó aplicar estas trabas desde su gobierno en provecho de su sector estanciero-saladeril, los imperialismos promovieron movimientos sediciosos contra el mismo. En esencia, la Guerra Grandefue la gran lucha de los sectores económicos para obtener la supremacía de sus intereses. Además de, en expresión de Juan E. Pivel Devoto, “un drama íntimamente ligado a la configuración de las nacionalidades de la Cuenca del Plata”.
4. Los prolegómenos. La situación en uno y otro bando.
A comienzos del mes de marzo de 1845, la vanguardia del general Fructuoso Rivera es derrotada en la zona de Cerros Blancos, lo que obliga al caudillo a una nueva maniobra de repliegue. Desde esa fecha, el ejército riverista empieza a concentrarse, a partir de una decisión que respondía a la necesidad de disminuir la presión que las fuerzas de Manuel Oribe estaban realizando sobre Montevideo, mediante alguna maniobra o ataque. A los efectos concernientes se procura mejorar el armamento y el equipaje.
Un oficio del general Justo José de Urquiza aporta sustanciosa información sobre la forma como se abasteció el ejército del general Rivera: “Por pasados del Pardejón, se sabe que todo el cuerambre que aquel pícaro robó, mientras estuvo en el Departamento de Tacuarembó, fue enviado a Valles (Bagé) en 82 carretas, y que en retorno recibió en los Corrales, armamento, municiones y ropa”.
El 19 de marzo las fuerzas riveristas son observadas marchando desde el río Cebollatí en dirección al Valle del Aiguá. Una vez alcanzada la zona de Aiguá, el general Rivera destacó efectivos sobre Maldonado, los que sostuvieron algunos tiroteos con fuerzas oribistas.
Teniendo informes de la aproximación de la columna del general Urquiza, el día 21, en horas de la noche y con lluvia, el general Rivera emprende la marcha, retornando en dirección del Cebollatí. El 22 llegan al arroyo Alférez, cruzándolo por el Paso de Los Talas.
El día 23, los escuadrones del coronel Camilo Vega, de Méndez y de Brígido Silveira, hostilizan la vanguardia del general Urquiza, al tiempo que el general Rivera designa al también general Anacleto Medina para concurrir ala IsladeLa Paloma, junto con los coroneles Olavarría y Caraballo, a esperar la llegada de un contingente de hombres y municiones.
El 26 de marzo ocurren dos hechos significativos en el campo riverista. Por un lado llega un parte del coronel Camilo Vega, desde la retaguardia, informando que las fuerzas que presentaba la columna del general Urquiza eran superiores a las propias. La gravedad de esta noticia requería una nueva evaluación de la situación y el general Rivera convoca un Consejo de Guerra, el cual se reúne a las 9 de la noche.
El resultado del Consejo fue que, pese a lo informado por el coronel Vega, se diese batalla. La decisión se fundaba en que la apreciación de la situación realizada por Vega podría ser exagerada, en primer lugar, y que el terreno elegido para librar el combate era favorable, en segundo término.
En horas de la noche una partida riverista captura un cierto número de caballos del general Urquiza, mientras se ultiman los detalles para dar la decisiva batalla, al día siguiente.
En la madrugada del día 27 arriba al campo del general Rivera un ayudante del general Medina, comunicando la opinión del mismo en el sentido de no apresurarse y comprometer un encuentro hasta no contar con los refuerzos esperados, en virtud de ser inferiores los efectivos que se tenían.
A todo esto, luego de haber derrotado a la vanguardia riverista en Cerros Blancos, el general Urquiza (quien había ingresado a territorio del Estado Oriental del Uruguay el 11 de marzo de 1843, tras gestionar el brigadier general Manuel Oribe la presencia de un segundo ejército blanco-federal en nuestro territorio, frente a la amenaza que representaba el general Rivera, habiendo mantenido en esos dos años dos encontronazos con Don Frutos, con suerte dispar: Puntas del Guaviyú y Puntas del Yí) se mantenía en persecución de las fuerzas enemigas, a dos días de marcha. En efecto, el 23 de marzo el general Urquiza cruzaba el arroyo Aiguá, a la altura del Paso de Cortés. Su vanguardia se tirotea en el Valle de Fuentes con las fuerzas de los escuadrones de los coroneles Vega, Méndez y Silveira.
Para este momento, el general Urquiza pone en ejecución un plan. El mismo consiste en aparentar un número menor de fuerzas de las que realmente poseía. Para llevarlo a cabo había tomado dos precauciones: primero disimular una columna de mil lanceros entrerrianos, que seguían a la distancia al convoy de carretas que acompañaba al ejército, marchando de noche y con el máximo de sigilo para no ser descubiertos. La segunda precaución adoptada fue la de ocultar un considerable número de soldados de infantería en las carretas, disimulando así la verdadera potencia que tenía y que escapó de los bomberos del general Rivera.
5. Posicionamiento de las fuerzas
Orestes Araújo confirma que el choque de las fuerzas se produjo “en el paraje conocido por el Higuerón, entre el (…) arroyo dela India Muertay el Sarandí deLa Paloma”. Si nos atenemos a la descripción de la batalla inserta en el Boletín Histórico del Ejército, números 275-278, del año 1989, tenemos que el día 27, Rivera forma su línea de batalla, adoptando la forma de un martillo, recostando su espalda sobre el arroyo de India Muerta. El flanco derecho y una parte del centro estaba compuesto de las Divisiones del coronel Luciano Blanco, de Freire, de Cuadra y del coronel Costa, jefe del Estado Mayor.
En un espacio entre el centro y el ala izquierda se ubicó una sección de infantería a órdenes del coronel Lorenzo Flores, alias “El Chileno”. Junto a esta sección se había colocado una culebrina de a 8, con su dotación, al mando del capitán Augusto Verger.
Por su parte, el ala izquierda la formaban las Divisiones de los coroneles Fortunato Silva, que la comandaba, y Luna, permaneciendo de reservala Divisióndel coronel Bernardino Báez. Consigna Isidoro de María, en sus “Anales dela Defensade Montevideo (1842-1851)”, que “el total de esas fuerzas no excedía de 3.200 hombres de caballería, perfectamente bien montados y decididos, pero medianamente armados y municionados. Figuraban en ellas jefes experimentados como Viñas, Quintana, Camacho, Santander, Centurión, Viera, Aguilar, Carrión, Méndez y otros”.
A su vez, el general Urquiza despliega también sus fuerzas. La derecha estaba formada porla Primera DivisiónEntrerriana, integrada con seis escuadrones. Sus flancos iban protegidos por el escuadrón de Dragones Entrerrianos, los lanceros del 1º de Línea de Buenos Aires, el primer escuadrón dela Novena DivisiónEntrerriana y un escuadrón de Orientales. Quedaban en la reserva de esta ala, el primer escuadrón Escolta dela Libertad, así como los números 2 y 3 dela División Flores.
El centro, estaba integrado por la 2º Compañía y los Volteadores del Escuadrón Entrerriano, así como también un piquete de artillería. La reserva la conformaban el escuadrón Escolta de Urquiza y otro escuadrón Oriental.
Mientras tanto la izquierda la componen la 3º División Entrerriana (con cuatro escuadrones de caballería) más un escuadrón Oriental. Flanqueaban esta ala izquierda el Batallón Nº 3 de Buenos Aires, reforzado con una Compañía de Voluntarios dela Colonia, dos Compañías más de Voluntarios dela Coloniay Soriano, el Batallón Nº 4 de Buenos Aires y los Dragones de Buenos Aires.
La reserva del ala izquierda la integraban la 6º División Entrerriana (con cuatro escuadrones), así como dos Compañías de Minas y Maldonado. “El bagaje a retaguardia, dejando a su espalda el arroyo Sarandí. Los jefes de División eran Urdinarrain, Galarza, Palavecino, Díaz y Barreto. En el mando de los escuadrones, flanqueadores o de reserva, figuraban Hermelo, Muñoz, Píriz, Peñarol, (Bernardino dela Cruz) Olid y Zipitría”. (Isidoro de María, opúsculo citado)
6. Descripción de la batalla.
Son las siete de la mañana. La batalla principia chocando las guerrillas. Seguimos a De María: “El ejército de Urquiza tenía necesariamente que salvar obstáculos para poder batirse. El terreno se los presentaba, por una parte, en la cañada de vertientes que se interponía a su paso entre los dos ejércitos, y por otra un fangoso zanjón”.
Con dificultad y bajo un violento fuego, las fuerzas del general Urquiza, protegidas por sus cuerpos de infantería, tienden todas sus líneas, descubriendo su número. La batalla adquiere el ardor que los contendores ponen en pos de la victoria.
En un combate donde priman las caballerías, la derecha y el centro del general Rivera cargan violentamente, arrollando por dos veces la caballería del general Urquiza. Mientras tanto, la izquierda recibe órdenes para que dé frente al enemigo, en virtud que su posición era oblicua.
El coronel Fortunato Silva imparte las órdenes pertinentes para efectuar el movimiento. Pero, inexplicablemente, la Divisiónen vez de girar se envuelve, no pudiendo los jefes y oficiales dar las órdenes a tiempo o hacerse escuchar, para impedir el desorden, la confusión y el desbande. El resultado no es otro que la dispersión. El enemigo advierte la situación y carga impetuosamente, empujando sin contemplaciones y arrojando la desordenada División sobre su propia reserva, a la que arrastra en el desorden.
Sólo el coronel Luna, con sus tiradores, y el respaldo del sargento mayor Timoteo Domínguez, procura mantenerse a pie firme, haciendo un nutrido fuego, pero no es suficiente y la derrota del ala sobreviene. Apreciando el general Urquiza la situación en el centro y la derecha riveristas, que se estaban imponiendo sobre sus efectivos, ordena poner en juego sus reservas, haciendo él lo propio con su escolta, para incrementar el poder.
A esta altura el encuentro se torna muy cruento. Y surge aquí un nuevo factor decididamente favorable a las fuerzas blanco-federales: nada menos que la infantería, que en el contacto comienza, con sus descargas cerradas, a diezmar las filas riveristas.
La derrota de Rivera y su gente es un hecho y el general apenas consigue evitar su muerte. Telmo Manacorda, en “Fructuoso Rivera, el perpetuo defensor de la República Oriental”, apunta: “Zumbaban en el aire las bolas arrojadizas y un juego de ellas trabó las patas del caballo moro que el general montaba. Si Fausto Aguilar no se tira de un golpe y a tajo de facón corta la trenza, el general cae prisionero”.
La retirada se realiza tomando varias direcciones. Unos van hacia Santa Teresa, mientras otros siguen al general Rivera, hacia el río Cebollatí. A corta distancia, Dionisio Coronel y su gente, reventando caballos, persiguen al caudillo derrotado y algo más de doscientos hombres que le acompañan.
La batalla había durado unas dos horas.
7. La degollatina.
Si por algo ha trascendido esta segunda batalla de India Muerta, en la memoria colectiva nacional y particularmente de los lugareños, ha sido por el posterior degüello de prisioneros ordenada por Justo José de Urquiza. El mismo Urquiza que esa mañana “mira las polvaredas de las caballerías, empinado hacia atrás en su zaino malacara, flotante al viento suave, en ámbito de otoño, su poncho blanco sobrelabrado de rojo”, al decir de Alfredo Lepro.
En su “Ensayo de Historia Patria”, Hermano Damasceno (H. D.) consigna que “al día siguiente Urquiza manchaba su victoria haciendo degollar a 500 prisioneros. Él mismo quiso darse el gusto de presenciar la operación, que se hizo a toque de música”.
Los poetas solariegos han dado testimonios de tinte trágico del asunto. Mientras José Carduz Viera, en “Solar heroico”, habla de “la epopeya roja de India Muerta”, José A. Ribot, en “Nuestro blasón”, se refiere a “un reguero de sangre en India Muerta”.
La poco civilizada costumbre de cortar la garganta de los prisioneros se mantuvo prácticamente durante la totalidad de las guerras civiles orientales del siglo XIX, hasta la revolución de Aparicio Saravia, en 1904. En esencia, se trataba de un acto de venganza propio de un tiempo de pasiones incontroladas, en una sociedad violenta y altamente primitiva.
Si bien los “dotores” y los elementos intelectuales de los bandos enfrentados condenaron siempre esta práctica, muchas veces transaron con ella y hasta hubo ocasiones en que animaron a los caudillos a practicarla. Muchas veces se pretendió, incluso, interpretar las degollatinas como una cuestión humanitaria y entonces los soldados recorrían los campos de batalla y degollaban sin miramientos a los heridos, según decían para ahorrarles el dolor del sufrimiento. Era la tristemente célebre acción de “despenar”. Para la sensibilidad de nuestro tiempo, resulta difícil entender que quienes practicaban el degüello no fueran individuos sádicos, que gozaban haciendo correr sangre ajena. Simplemente eran hombres de su tiempo, convencidos de que la guerra era cuestión de matar o morir, y que no daban ni pedían cuartel. No para justificarlos, pero es bueno tener presente aquí aquello de que “no deben mirarse los hechos del ayer con los ojos de hoy”.
8. Rumbo a Yaguarón.
A diferencia de lo ocurrido en 1816, cundo a pesar de la derrota hostigó al invasor Lecor hasta las puertas mismas de Montevideo, en esta ocasión Rivera debe salir precipitadamente del campo de batalla. En su huida, cuando pasa porLa Mariscalacon él sólo va ocho personas, de las más de doscientas que le siguieron desde India Muerta, buscando el Paso de las Piedras del río Yaguarón, para ganar el Brasil.
Informa Lepro (opúsculo citado) que “Dionisio Coronel lo persigue sin darle alce. Quien se retrasaba porque se le cansaba el caballo u otra circunstancia cualquiera era lanceado sin piedad por el enemigo, dispuesto a terminar con Rivera esta vez. En la madrugada del 6 de abril han podido dormir un poco, junto al ansiado Paso de las Piedras; hace días que no descansan y que no pegan los ojos. Todavía no bien aclarado se siente el galope de las gentes de Coronel y es de tal manera apremiante el trance que han de salir desnudos y corriendo, derecho al lagunón cerca del paso, y bracear hasta la orilla brasileña donde la guardia está alerta, alarmada por el tropel, los tiros y los gritos. (…) A medida que iban saliendo al otro lado estos adanes que tiritan en el fresco de la mañana, la guardia brasilera los hace formar, de manera desconsiderada. Los milicos chacotean con la figura de los refugiados al punto que Rivera, sin cuidarse de su apariencia extraña y cómica, le dice al Oficial: ‘Soy el jefe de esta fuerza y si no se me respeta pasaré al otro lado a hacerme matar por mis enemigos’. La natural dignidad de su acento, primero, y alguien que lo identificó, luego, hicieron cambiar las cosas y a los que antes se reían ‘do velho pelado e arripiado’ sobrecógelos un sentimiento de asombro: ¡estaban en contacto con el famoso Frutos Rivera!”.
9. Júbilo en el Cerrito.
Francisco Solano Antuña, en “Diario del Sitio”, edición del 13 de abril de 1845, estampó la breve crónica que sigue: “Esta noche hubo salva en el Cerrito, cohetes en el Cuartel General y en todas partes; iluminación general y espontánea en todas las casas. Y todo por haber llegado chasque de haber sido prisionero el Pardejón. En medio de este júbilo universal, díjose, y lo dijo el Sr. Presidente (Oribe), que el Pardejón había sido sorprendido, batido y despojado de todo cuanto tenía; que á pié, se arrojó con siete hombres al Yaguarón, pero que lo seguían de cerca, al Brasil, y no se escaparía. (…) Averiguado está que el Pardejón, fue sorprendido el día 6, sobre el Paso de las Piedras del Yaguarón, que se le tomó cuanto tenía, y que con 7 hombres, desnudo, pues que dormía, atravesó el río. De aquel lado lo recibió la guardia brasilera, y se lo llevó, á pié, dicen, a vista del Comandante Coronel, Don Dionisio”.
10. Celebración en Buenos Aires.
En Buenos Aires, donde llega la noticia el último día de marzo, se celebra el triunfo de Urquiza en India Muerta con grandes fiestas. Proliferan los fuegos artificiales, descargas, iluminación, embanderamientos y manifestaciones callejeras con música.
Una columna de cuatro a cinco mil personas llega a Palermo. Van diputados, jueces, funcionarios. Rosas no se presenta a recibir su homenaje y son atendidos por Manuelita, su hija.
Una publicación afín a don Juan Manuel subraya: “De esta vuelta creemos que Rivera está definitivamente liquidado. (…) juntó 4.000 hombres y se vino contra Urquiza -fuerte de 3.000 plazas o menos- y lo atropelló para barrerlo en India Muerta, unas cuarenta y tantas leguas (…) de Montevideo, el 27 de marzo. El ejército de Operaciones federal destripó a los riveristas; más de 1.000 hombres dejó muertos en la batalla. Todo el parque, banderas y desertores quedaron en manos de Urquiza. La persecución fue famosa y el pardejón tuvo que disparar hacia Brasil, apurado en tiempo y en pavura. (…) Con esta derrota la situación de los sitiados en Montevideo se puso más difícil que nunca”.
11. Después de India Muerta.
En el acápite de este artículo se consigna la importancia histórica de las consecuencias (“ulterioridades”) de esta segunda batalla de India Muerta. Que, por cierto, no son menores. Veamos:
a) Ocaso militar de Fructuoso Rivera.
India Muerta apagó para siempre la estrella rutilante de Rivera en campaña. Aunque retorna en 1846, ya no podrá reorganizar totalmente sus otrora poderosas fuerzas. Dice Julián Marías que “lo mismo que una edad significa una cierta altura de la vida, una época no es otra cosa que una cierta altura de los tiempos”. Apropiándonos del concepto del pensador español, a esa altura de la vida y de los tiempos llega para el caudillo la época de su declinación. Aunque, en honor a la verdad, debe admitirse que la decadencia de su liderazgo nunca llegó a ser total.
b) Destitución y destierro de Rivera.
El 10 de agosto de 1845,la Defensade Montevideo declaró cesante a Don Frutos en su cargo de general en jefe del Ejército Nacional y comunicó al gabinete imperial de Brasil que no debía dejárselo retornar. El enfrentamiento entre el caudillo y los “dotores” se concreta y de ahí en adelante, en forma definitiva y más allá de algunos altibajos, la conducción de la cosa pública la ejercerán los hombres dela Defensa: Manuel Herrera y Obes, Andrés Lamas, Melchor Pacheco y Obes, Joaquín Suárez y César Díaz, los más notorios y visibles.
c) Toda la campaña en manos blanco-federales.
Fuera de acción el general Rivera, las fuerzas de Oribe pasan a controlar todo el interior, quedando solamente Montevideo en poder de la alianza colorado-unitaria, con apoyo de las escuadras de Francia e Inglaterra y la incorporación de los legionarios italianos al mando de Giusseppe Garibaldi.
d) Acentuación de la federalización del territorio nacional.
Después, y como consecuencia, de India Muerta, en el gobierno de Oribe, que desde el llamado Sitio Grande establecido en el Cerrito (andando el tiempo conocido como “dela Victoria”) hostigaba a Montevideo, se resuelve agregar la frase “¡Mueran los salvajes unitarios!” al lema oficial “Defensores de las Leyes”.
e) Ominosos tratados firmados con Brasil.
Con Montevideo sitiada tras sus murallas y Rivera derrotado en India Muerta, en su último intento de organizar un ejército en el interior, la suerte de la capital oriental parecía estar decidida. Fue, sin embargo, la diplomacia de “La Nueva Troya”, al decir de Alejandro Dumas, la que dio vuelta el curso de los acontecimientos.
Manuel Herrera y Obes, canciller del gobierno dela Defensa, ideó un plan que consistía en lograr la intervención del Brasil y, simultáneamente, provocarle a Juan Manuel de Rosas, El Restaurador para sus seguidores, una sublevación interior. Para lo primero, el gobierno montevideano envió a Río de Janeiro a Andrés Lamas, con plena facultad para negociar. Brasil hizo pagar cara su intervención en el conflicto, obligando a Lamas a firmar cinco ominosos tratados, todos ellos burdamente favorables al Imperio.
Tales tratados, firmados finalmente en la capital carioca el 12 de octubre de 1851 y definidos como una “vergüenza diplomática”, son los mismos que el presidente Atanasio Aguirre hiciera quemar, en la plaza pública y delante de todo el pueblo, años más tarde, en 1864. En el de “Límites” se ceden las Misiones Orientales a Brasil. Urquiza, por una “garantía de cumplimiento”, del 15 de mayo de 1852, renunció a los derechos argentinos y se adjudica al Imperio del Brasil la plena propiedad de la zona Norte del Chuy, la laguna Mirím o Merín y el río Yaguarón.
En el de “Alianza” se “garantiza la nacionalidad oriental”, con el derecho de intervención militar brasileña en los conflictos internos uruguayos. En el de “subsidios” se le entrega dinero al gobierno dela Defensa, que sería reembolsado por el gobierno constitucional al 6% anual y, mientras no se pagase la deuda, Brasil intervendría las finanzas uruguayas “para mejor asegurar la reconstrucción del Estado Oriental”.
Por el de “Comercio y Navegación” los estancieros brasileños con propiedades en el Estado Oriental no pagarían impuestos por la explotación de sus haciendas y quedaban exentos de milicias, contribuciones y requisiciones militares; sería común la navegación de los ríos dela Platay Uruguay (que no era limítrofe) y no así las aguas limítrofes (laguna Mirím o Merín y río Yaguarón) que serían exclusivamente brasileñas; la isla Martín García sería “neutralizada”. Por el tratado de “Extradición”, además de la devolución de criminales, se hacía la de esclavos brasileños fugados al territorio oriental, entregados a simple requisición y sin trámites engorrosos; los esclavos no perdían su condición de tales por el hecho de pisar territorio oriental, no obstante encontrarse abolida la esclavitud en él, y podrían los estancieros brasileños tener en sus estancias uruguayas los esclavos que quisiesen, con régimen servil.
12. Conclusión.
Cuando el viajero recorre el viboreante trazado de Ruta 15, un par de carteles puestos entre las progresivas 78 y 79, unos cinco kilómetros al Sur de villa Velázquez, Capital Histórica del departamento de Rocha, le recuerdan el lugar exacto de ocurrencia de las dos batallas de India Muerta. Si traspone el alambrado y se acerca a la estela recordatoria allí colocada, en la década de 1950, por una institución riverista hoy desaparecida, ha de encontrar en el desolado paisaje varios de los elementos que interpretó Juan Manuel Blanes en el cuadro que sobre la acción militar del 27 de marzo de 1845 pintó, por encargo de Justo José de Urquiza, en el Palacio San José, residencia del “Tigre de Montiel”, en proximidades de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos. El arroyo, el rancho (hoy tapera), la cercana sierra deLa Centinela, el bajío.
Si tiene tiempo para recorrer el campo y paciencia para buscar, seguramente ha de encontrar algún vestigio tangible de la batalla: una bola, una chuza, piezas óseas, aún cuando hayan transcurrido ya más de un siglo y medio largos. Allí fue que el entrerriano topó a Don Frutos Rivera y, hasta que se colocaron tales carteles, pocos lo sabían, excepción hecha de los vecinos de la zona. Esto da una idea de la ignorancia generalizada que varias generaciones de uruguayos tuvieron sobre este episodio bélico y, más aún, sobre su real importancia.
No parece de recibo caer en lugares comunes. No se debe simplificar las cosas al extremo de señalar que aquel fue un enfrentamiento de uruguayos (orientales en aquel tiempo) contra argentinos; en ambos bandos estuvieron unos y otros.
No es correcto decir que Urquiza “invadió” territorio del Estado Oriental; antes bien, cruzó la frontera (esa frontera difusa propia de los conflictos internacionales), ingresando a Uruguay por el río homónimo. Pues, de lo contrario, deberá admitirse que, con anterioridad, Rivera había “invadido” territorio argentino, que fue allí, poniendo un sólo ejemplo, que cayó derrotado frente a las fuerzas del brigadier general Oribe, en Arroyo Grande.
El episodio de India Muerta que nos ocupa ocurrió durantela Guerra Grandey en ese contexto, y no fuera de él, debe ser estudiado e interpretado. Por eso, la estela colocada en el campo de batalla, cuyo texto es fuertemente subjetivo, responde a una forma de contarla Historiaque durante muchas décadas prevaleció entre nosotros y que, por cierto, no representa a quienes creemos que, siendo éstas gestas humanas, ellas reflejan luces y sombras y no todo debe verse en blanco y negro, sino con sus matices y colores, aún cuando estos puedan aparecer poco claros.
La segunda batalla de India Muerta, como la primera, forman parte del patrimonio histórico de los rochenses. El tiempo vendrá en que sea revalorizada en su justa medida, tarea en cuya dirección la comunidad de la cercana población de villa Velázquez ha dado algunos primeros pasos, reuniendo material y objetos representativos en su Centro Histórico Regional y patrocinando su recreación, cuya segunda versión está prevista para este año 2009.
13. APÉNDICE DOCUMENTAL
-San Martín de Tours y Rivera, “salvajes unitarios”.
“Artículo 1º) El francés unitario San Martín de Tours, que ha sido hasta hoy el patrón de esta ciudad, habiendo perdido la confianza del pueblo y del gobierno, abandonado por sus compatriotas, aliado del traidor Rivera y demás salvajes unitarios, es destituido para siempre del empleo de patrón de Buenos Aires”.
(Insólito proyecto presentado en la Legislatura porteña y descartado por Juan Manuel de Rosas)
Ciudad sitiada y cosmopolita.
“Quien quiera hablar en francés,
en catalán, en vascongado,
todo idioma arrevesado
y que no sepa quién es
y hallarse en un entremés
o en un extraño museo
vaya hoy a Montevideo”.
(Sátira de un gacetillero federal, Buenos Aires, 1845)
Montevideo “en sus manos”.
“El gobierno debe protestar, como protesta ante Dios y la patria y a su nombre reclama del general don Fructuoso Rivera que acepte toda la responsabilidad que le toca, si estando en la esfera de la posibilidad, no llena el objeto que le exige para la salvación de la capital que queda, en este punto, en sus manos”.
(Fragmento del documento del gobierno dela Defensa, del que fue portador el comandante Doroteo Pérez y que decidió a Rivera por dar batalla en India Muerta)
Acta.
“Las circunstancias le ponen en el caso de volver a tomar la iniciativa sobre las fuerzas que sitian su capital para buscar la incorporación de ambos ejércitos. (…) Que se hace imprescindible la ocupación al efecto del departamento de Maldonado, para la colocación del convoy de familias. (…) Que una fuerza enemiga de dos mil hombres al mando del General invasor Urquiza, que sigue su marcha a retaguardia del ejército con el objetivo, sin dudas, de cruzar sus miras (…) No solamente por los motivos expuestos por el General en Jefe, más también para aprovechar el estado brillante de moral, disciplina y entusiasmo de todos los Cuerpos del ejército”.
(Fragmento del acta firmada por todos los jefes presentes junto a Fructuoso Rivera, al decidirse dar batalla en India Muerta)
“La vida no es para negocio”.
“¡A formar, muchachos, que al que le toque macho este día que se haga delgao y a lo hecho pecho: sacrificarse por la Patria, que la vida no es para negocio!”.
(Proclama leída por varios soldados que corrían entre las filas riveristas, antes de aclarar el 27 de marzo, cuando se mandó ensillar)
“ …pardejón incendiario …”
“¡Viva la Confederación Argentina!
¡Mueran los salvajes unitarios!
Excmo. señor Gobernador y Capitán General de la Provincia de Buenos Aires, Brigadier don Juan Manuel de Rosas.
Campo de la victoria de la India Muerta, marzo 27 de 1845.
Mi predilecto amigo:
Con sólo 3.000 valientes del ejército de operaciones á mis órdenes, me propuse seguir al salvaje unitario pardejón incendiario Rivera, para con este número obligarlo á la batalla que mil veces ha rehusado. Alucinado sin duda por la superioridad numérica de sus hordas (que todas las había reunido), se dispuso á esperarme como con 4.500 bultos; y aún no eran las siete de la mañana cuando se dió principio á la batalla que acaba de terminar con el más espléndido triunfo para las armas argentinas y orientales que tan dignamente combaten por las leyes é instituciones de ambas Repúblicas, contra los salvajes unitarios, nuestros más encarnizados enemigos. Como 1.000 cadáveres salvajes unitarios y 500 prisioneros, son los timbres de esta jornada de honor, que inmortalizará el renombre de los valientes que me honro en mandar, y de cuya bravura me ha cabido la gloria de ser testigo. Nuestra pérdida es tan corta, que sólo por ahora se notan algunos heridos y pocos muertos. Empeñado en la persecución, sólo tengo tiempo para dirigirle mis más ardientes felicitaciones, las que se servirá aceptar á nombre de todos los valientes que han participado de esta gloria. Se me olvidaba decirle, que entre los prisioneros está toda la infantería de los salvajes unitarios y un único cañón de á cuatro que éstos tenían, todas sus caballadas y porción de armamentos. Tengo el placer de repetirme su fino e invariable amigo.
Justo José de Urquiza”.
(Carta de Urquiza a Rosas tras la acción de India Muerta)
“Ya sabes pues que existo”.
“Mi idolatrada Bernardina: Te escribí el 5 (de abril de 1845) desde el Paso de las Piedras, noticiándote el suceso malhadado del 27; desgraciadamente volví a sufrir otro pequeño contraste que nos obligó, el 7, a pasar el Yaguarón, un poco apurados. El General Medina, Silva, Viñas, Báez y otros jefes, con mil y tantos hombres, están por la frontera de Río Grande, también emigrados. Se conservan reunidos y armados, según aviso que tuve ayer; veremos si conseguimos reunirnos y ver lo que puede hacerse para salir de aquí e irnos al territorio de Entre Ríos, donde ya está (José María) Paz. Ya sabes pues que existo y donde me hallo”.
(Carta de don Frutos Rivera a su esposa, Bernardina Fragoso, tras la derrota de India Muerta)
Rivera, el baqueano.
“Rivera era un consumado baqueano en la Banda Oriental; conocía palmo a palmo todo su territorio, la calidad de pastos de sus diversas zonas, sus aguadas, los vados de sus ríos, en una palabra todos los accidentes y detalles de su topografía. Contaba, además, con la adhesión de las poblaciones de la campaña; y fundamentalmente, con la alianza (que en mucho era complicidad) de los vecinos fronterizos, los riograndenses, a cuyo territorio pasaba las tropas de ganado que se arreaban sin discriminación de los establecimientos del Uruguay y las continuadas remesas de cueros de los animales que se sacrificaban. En cambio, los riograndenses ofrecían a Rivera un refugio seguro para las ocasiones en que no podía sostenerse en su jurisdicción, y lo proveían de armas, municiones y demás implementos de guerra”.
(Luis B. Calderón, “Urquiza-Síntesis de su época, su actuación y su obra”, capítulo VIII, página 104. En términos similares, en cuanto a la condición de baqueano de Don Frutos, se expresa el sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, en su libro “Facundo”, cuya primera edición apareció en 1845)
Perfil de Urquiza.
“Para el general Urquiza la campaña que termina con el triunfo de India Muerta fue muy importante. En el transcurso de la misma hubo de enfrentar un enemigo que era comandado por el hombre más conocedor de la geografía de lo que entonces era el Estado Oriental del Uruguay, así como de la idiosincrasia de sus habitantes. Con facilidad el general Urquiza asimila la forma de combatir utilizada por el enemigo y logra superar tales dificultades. Se trata de la primera campaña donde el general asume la total responsabilidad de su conducción. Pondrá en evidencia sus condiciones de conductor de hombres, logrando mantener la cohesión y la moral de un ejército que durante más de dos años se bate en constante lucha, fuera de su territorio. Realiza un muy buen manejo de las fuerzas a sus órdenes, combinando adecuadamente el empleo de las mismas. Efectúa acertadas apreciaciones de la situación, pudiendo en función de ellas resolver los pasos a seguir, sin perder de vista el objetivo fundamental de su misión. Durante esta campaña hubo de superar dificultades de orden político (en Entre Ríos) y pérdidas familiares, que pudieron interferir con el cumplimiento de sus órdenes, pero fue capaz de sobreponerse y mantener la serenidad necesaria para continuar adelante. Supo, como buen estratega, analizar y pensar cual era la idea de maniobra de su enemigo, para luego adoptar sus medidas y contrarrestarlo. Así se explica la aplicación en la marcha previa al encuentro decisivo de un ardid, donde cuidó al mínimo los detalles tales como el ocultamiento de la infantería en carretas y el cuidado con que marchó la columna de caballería, que iba a retaguardia y marchaba sólo de noche. El juicio apasionado de algunos historiadores pretende arrojar sombras sobre su conducta para con los prisioneros. En este sentido, debe dejarse constancia que el fragor del combate, el acaloramiento en la defensa de una causa, no son patrimonio de un hombre; fue el signo de todo ese período. Aún más: en muchas situaciones el grupo desinhibe al individuo y lo vuelve agresivo, y no siempre los líderes están allí en el lugar, justo a tiempo para hacer regresar la razón y el equilibrio. Diríamos que la historia rioplatense tiene muchísimos ejemplos donde el hombre, enceguecido por las pasiones, no ha dudado en segar la vida de su enemigo”.
(Boletín Histórico del Ejército, números 275-278, Montevideo, 1989)
Leonardo Olivera en India Muerta.
“(…) posteriormente pasé a prestar mis servicios de Ayudante bajo las inmediatas órdenes del General don Ignacio Oribe, hasta que recibí orden de pasar a ponerme bajo las órdenes del General Urquiza, el cual, al darse la batalla de India Muerta, me nombró segundo Jefe de la vanguardia, poniendo bajo mis órdenes varios cuerpos de línea; terminada la batalla, a pocos días me nombró Jefe de la frontera, separándome de la vanguardia y poniendo bajo mis órdenes las Divisiones de Pires y Silveyra, y otra compuesta de los presentados, mandada por el entonces Capitán don Bernardino Olid; hallándome gravemente enfermo llegó el Coronel don Juan Barrios a Rocha, y yo me retiré a mi casa a atender mi quebrantada salud (…)”.
(Fragmento de la relación de servicios prestados por Leonardo Olivera, presentada por él mismo al Estado Mayor del Ejército, en 1852, con objeto de acogerse a la pasividad)
Santiago Artigas en India Muerta.
“Interviene en las operaciones y batallas de la Guerra Grande, entre ellas India Muerta, hasta el año 1847, en que encontrándose en la guarnición de Salto, ya como Tte, Cnel., a órdenes del Cnel. Blanco, dicha Unidad fue tomada por el Gral. Servando Gómez, y pudo salvarse a nado, atravesando el Uruguay, cayendo en la jurisdicción de Urquiza, quien no lo trató como prisionero, sino como su protegido”.
(Fragmento de la “Hoja de servicios de Santiago Artigas”, Comando General del Ejército. Santiago Artigas era hijo de José Artigas y Melchora Cuenca, habiendo nacido en Purificación)
Un protagonista olvidado, a la postre decisivo en India Muerta.
“(El Coronel) Fortunato Silva fue uno de los oficiales de mayor prestigio que acompañó al General Rivera, siendo distinguido por éste con un especial afecto, resultado de innumerables jornadas compartidas. (…) Personaje casi desconocido, Fortunato Silva cruzó por la Historia Oriental, en un largo galope iniciado en las fuerzas que junto a Rivera se batieron en los campos de Rincón y no supo de treguas hasta su muerte, acaecida en 1846. (…) Y en el año 1845, comparte la suerte del General Fructuoso Rivera en India Muerta, y por una falla, producto del desorden y apresuramiento, típico de los momentos previos al comienzo de un combate, la División bajo su comando no se despliega cambiando el frente, para embestir al enemigo, quedando enredada de tal forma, que cada intento de corregir esa situación provocaba mayor desorden primero y la inevitable dispersión después”.
(Boletín Histórico del Ejército, números 275-278, Montevideo, 1989)
La dispersión.
“(La derecha y el centro de las fuerzas riveristas) se pronunciaron en completa derrota con el General Rivera á la cabeza, siendo perseguidos y lanceados hasta el paso de las Piedras del río Yaguarón, en cuya frontera se detuvieron el General Rivera, los coroneles Blanco, Mendoza, Centurión y Vidal, y los comandantes Fausto Aguilar, Paunero, Caraballo y otros muchos jefes, oficiales y tropa que fueron después sorprendidos. Los restos de la izquierda, perseguidos activamente, tomaron la frontera de Santa Teresa. El General Medina iba al frente de aquellos restos, y con él los coroneles Olavarría, Céspedes, Luna, Viñas, Santander, Ramos, Costa, Mieres, Báez, Silva, Tabares, 140 tenientes coroneles, mayores y oficiales subalternos. Cerraba la marcha de estos restos un inmenso convoy de familias á caballo, en carretas y á pie. (…) Después de esto, el coronel Camacho fué desarmado por los brasileros legales del otro lado del paso de la Laguna en el Cuareim, con 80 hombres que le seguían, los cuales se dispersaron conchabándose en las estancias de aquel territorio. Los hermanos Francisco y Manuel Caraballo, oficiales de caballería del departamento de Canelones, pasaron á Corrientes con 42 hombres, por el paso de los Libres, frente á la Uruguayana. El General Rivera con los otros jefes que lo acompañaban fué internado á San Francisco de Paula. En la frontera del Cuareim se situó una fuerza brasilera como de 500 hombres, colocando guardias sobre los pasos del río, y como 1.000 en Santa Ana del Livramento. Aquellas guardias desarmaban á todos los emigrados que caían á los pasos del Cuareim y los largaban luego para que fuesen á trabajar donde quisiesen”.
(Antonio Díaz, “Historia política y militar de las Repúblicas del Plata”)
“Cosas de llorar”.
“Más de dos mil viejos, mujeres y niños llegaron al río (…) aquí, una mujer montada en un caballo flaco y escuálido, llevaba un niño de delante y dos en ancas, y otro atado a la cola con los utensilios de su hogar. Allí, una muchachita de nueve o diez años, descalza y en camisa marchando a pie conduciendo de la brida el caballo en que iba la madre, o la abuela enferma … acá otro que apenas podía moverse, acompañado de un hijo mozo que lo llevaba del brazo, con un chiquito a la espalda y el atado de ropa a la cabeza …”
(Narración del testigo José Gabriel Palomeque de la huida de las familias del ejército riverista derrotado en India Muerta, escoltadas por las pocas fuerzas que habían logrado reorganizar, para la emergencia, Anacleto Medina, Bernardino Báez, Estivao y Flores. “Cosas de llorar”, dirá Don Frutos, como en Arroyo Grande, el 6 de diciembre de 1842)
Relato épico.
“Cuenta una tradición guerrera que en la batalla de India Muerta, durante la cual el general Rivera fue perseguido, un grupo de gauchos lanceros, sus más fieles soldados, iba a la carrera formándole detrás un círculo con las lanzas de a rastro para irle atajando todos los tiros de bolas que los enemigos le venían haciendo en la persecución. Esta que les narro es una hermosa escena guerrera, que debía ser pintada por los pintores y cantada por los poetas”.
(Fernán Silva Valdés)
Los cadáveres llegan a Rocha.
“(Relato de) una persona que, siendo niña, en el año 1845, dice haber visto desde su casa, situada frente a la Capilla de la villa de Rocha, una carreta llena de cadáveres, hijos del pueblo, oficiales y soldados, provenientes de la batalla de India Muerta, los cuales descargaban en el camposanto ubicado más o menos en el fondo de la Capilla, actualmente el sitio donde se ubica la Escuela José Pedro Ramírez”.
(Revista dela Sociedad Amigosdela Arqueología, Tomo III, páginas 222 y 223, Montevideo, edición de 1929)
De ‘padrejón’ a ‘pardejón’.
“A don Fructuoso Rivera, aludiendo a que era muy libidinoso, (Rosas) le pone el ‘padrejón’. El gaucho entiende, así le llaman al padrillo. Y es la gente sabihonda la que corrompe el vocablo, sustituyéndolo por ‘pardejón’, aumentativo de pardo; y de ahí proviene el error de creer que era mulato, y que subsiguientemente le dijeran el ‘mulato pardejón’, lo que era, un pleonasmo”.
(Rozas, Ensayo Histórico-Psicológico, Lucio V. Mansilla, 1898)
Un médico portugués al servicio de Rivera.
El Dr. Antonio Pereira, médico portugués natural de Oporto, autorizado el 13 de marzo de 1832, en Buenos Aires, a ejercer todos los ramos de la Medicina Práctica: cirugía, sangrías y partos, fue amigo del general Fructuoso Rivera, a quien acompañó a través de largos itinerarios, en circunstancias muy difíciles, compartiendo las adversidades de la Guerra Grande.Cuenta su nieto, Hulicer Pereira: “Se encontró en la batalla de India Muerta (…) y cae prisionero. Pero era compadre de Urquiza y le había salvado mucha gente. Y cuando lo vio, dicen que Urquiza le dijo: ‘¡Tú por aquí!’; y mi abuelo le contestó: ‘¿Y qué quiere?’. Entonces Urquiza lo mandó para Entre Ríos. Pero mi abuelo retornó al Uruguay y se incorporó al ejército (…) que estaba bajo el mando de Servando Gómez”.
(En base a información contenida en “Estampas de mi pueblo-Hechos históricos, relatos y anécdotas”, Carlos Julio Sánchez Pereyra y Víctor Larrosa Moreira, 1999)
Tónico.
Por los salvajes unitarios, tan hambrientos como rotosos, que se hallan encerrados en la infeliz plaza de Montevideo.
Dos años y un poco más
de Intervención esperada
de escuadra y de fuerza armada
que no llegarán más;
a esto vos le aumentarás
del Pardejón la derrota;
su ida al Brasil en pelota
con cerote jabonado,
llorando todo asustado,
y atacado de la gota.
De osamentas salvajunas
podridas y agusanadas
tomarás diez cucharadas
para saciar las hambrunas;
beberéis luego en ayunas
el agua del Yaguarón
por donde huyó el Pardejón
chorreando hasta los talones,
dejando ahí los calzones
a la triple intervención.
De la cerrilla de Luna
formarás una infusión
y te darás una unción
en la boca, a eso de la una;
y si tienes por fortuna
de Vázquez el Peluquín,
cernirás en él hollín
y harás de esto pildorillas,
que tomará cual pastillas
el imbécil D. Joaquín.
A Varela el azufrado
pondrás en destilación
y en alguna Comisión
lo mandarás enfrascado;
ese diablo entisicado
decembrista y vil ladrón
es mezcla de Pardejón
y mestizo en nacimiento:
la cara es de zorro hambriento
¡¡¡pero las uñas!!! de Halcón.
La dentadura postiza
de Vázquez boca podrida
antes de que se ponga roída
la fregarás con ceniza
después con vinagre y tiza
pasado por un tamiz
le lavarás la nariz
a Suárez rudo vejete
salvaje, inmundo pebete
lechuzón de la Matriz.
Todo esto lo tomarás
con polvos de la India Muerta
que aunque pasarle te cuesta
a la fuerza tragarás:
de Bloqueo le pondrás
la necesaria porción
mezclando una ración
de cerillas pardejunas
que chuparéis en ayunas,
a las doce, y la oración.
Después de haberte aplicado
esta Receta admirable
de renuncia irrevocable
harás un condimentado:
luego con un Plan chingado
del sabio y sagaz Rivera
te emplastarás la mollera
para aliviar el dolor
y no sentir el calor
de la furiosa carrera.
Licenciado besuguero Vasco-agarras Maniquí
(Poesía anónima que apareció en 1845, incluida en “Los cantos del payador”, edición de bolsillo)
“Salvajes unitarios” embargados.
Pancho Cabral.
Francisco Prieto.
Carlos de los Santos.
Pedro Méndez.
Joaquín Puñales.
Marcos Puñales.
Miguel Gabino de los Santos.
Melitón de los Santos.
(Lista de “salvajes unitarios” cuyos bienes se embargan, partido de India Muerta al Este, año 1845, Juzgado Letrado de Rocha, Legajo número 17, recogido por Eduardo Martínez Rovira, “Entre el olvido y la memoria. Apuntes de Rocha y Maldonado”)
Juicio.
“La batalla de India Muerta, en marzo 27 de 1845, pacificó y unificó definitivamente la campaña oriental, que quedó desde entonces totalmente sometida a la autoridad del Gobierno del Cerrito. Pero esta batalla, decisiva en cuanto a la guerra civil y en cuanto a sus proyecciones internacionales (tuvo gran importancia en la actitud del Brasil), no significó la tranquilidad del país en cuanto al orden público. Mucho tenían aún que sufrir los particulares y vecindario pacífico, y aunque no podemos aquí reseñar la historia militar de la Guerra Grande, digamos, a grandes rasgos, que quedaba todavía, después de India Muerta, la campaña del Litoral de Rivera de 1846, la de Garibaldi, y las luchas fronterizas que arrancando de 1849 duraron hasta el fin de aquella, contando las campañas de Brígido Silveira y otros jefes que respondían a las autoridades de Montevideo. El año culminante de la guerra, del punto de vista de la pacificación del país, es sin duda el año 48, en que se retira vencida la intervención británica, y vuelven al dominio del Gobierno las plazas de Colonia y Maldonado, defendidas por las escuadras europeas”.
(“El Gobierno del Cerrito”, Mateo J. Magariños de Mello, Tomo I, Montevideo, 1948)
El “nunca más” a Don Frutos.
“Cerrito de la Victoria, abril 14 de 1845.
Nos, el Presidente de la República Oriental del Uruguay, General en Gefe del Ejército Unido Libertador de Argentinos y Orientales, en aquella
Por cuanto las circunstancias actuales resultantes dela derrota y fuga al territorio limitrofe del Brasil del rebelde Fructuoso Rivera, hacen indispensable, la necesidad de procurar, conforme álos usos y leyes delas Naciones la promocion delos medios justos, que aseguren p.ª en lo sucesivo la tranquilidad de esta República conservando ilesas sus buenas relaciones con los países vecinos, como obgeto del primer interes, para el bien delas Naciones, lo que solo puede lograrse impidiendo que aquel caudillo inmoral y sus secuaces queden ni aun remotamente, en actitud de poder turbar de nuevo la Paz y bien estar de estos Paises.
Por tanto, hemos venido en nombrar á nuestro Ministro de Relaciones Esteriores, Dr. D. Carlos G. Villademoros, Comisionado Especial p.ª / que representando lo conveniente, ante el Ecsmo. Sr. Presidente y General en Gefe delos Ejercitos dela Provincia del Rio Grande promueva trate y concluya los espresados obgetos conforme al uso y Leyes delas Naciones y al interes bien entendido de ambos paises, para lo cual le damos esta, en nuestro Cuartel General del Cerrito dela Victoria firmada p.r nuestra mano, sellada con el sello del Poder Ejecutivo y refrendada p.r nuestro Secretario Interino, álos catorce dias del mes de abril de mil ochocientos cuarenta y cinco.
MAN.l ORIBE.
Por orden deSu Ecselencia
José Agustín Iturriaga”.
(Hay un sello)
(Nombramiento y poder del ministro de Relaciones Exteriores, Carlos G. Villademoros, como Comisionado Especial ante el presidente de la provincia de Río Grande, con el fin de ajustar un acuerdo que asegurara las buenas relaciones entre ambos territorios limítrofes, mediante la adopción de medidas que impidieran al “rebelde” Fructuoso Rivera, refugiado en aquella provincia, perturbar la tranquilidad del Estado Oriental del Uruguay. Se respetó el texto original. “El Gobierno del Cerrito”, Mateo J. Magariños de Mello, Tomo I, Montevideo, 1948
Fuente
- Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado (2008).
- Gálvez, Manuel – Vida de Don Juan Manuel de Rosas – Ed. Tor – Buenos Aires (1954).
- Portal www.revisionistas.com.ar
- Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
Fuente: www.revisionistas.com.ar
Gracias por su EXCELENTE articulo sobre Historia URUGUAYA,aguante el Blog!!!!!
ResponderBorrarDe nada amigo, saludos cordiales a la otra orilla!!!
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