1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón
Buenos Aires, madrugada del 21 de septiembre de 1955. Tanques del Ejército destruyen la sede de la Alianza Libertadora Nacionalista
En las últimas horas del 20 de septiembre, todo indicaba que el régimen justicialista llegaba a su fin. Aún así, se temía todavía una reacción por parte de sus adeptos, no tanto de las Fuerzas Armadas sino de los sindicatos y unidades básicas partidarias, razón por la cual, cerca de las 20.00 horas comenzó a ser reforzada la sede del Ministerio de Marina en vista de que, desde hacía algunas horas, circulaba la versión de que milicianos peronistas estaban a punto de atacarlo. A raíz de ello, los mandos rebeldes de Buenos Aires adoptaron medidas para evacuar sus fuerzas por vía fluvial alistando, para ello, al transporte “Ushuaia” de la Armada, al remolcador “Mandubí” de la Prefectura Naval y a un lanchón de desembarco de infantería BDI sin motores, que sería arrastrado por el último.
Oficiales, suboficiales y tropas fueron concentrados en el Arsenal Naval para ser provistos de armamento liviano, ametralladoras, municiones y granadas a efectos repeler a cualquier agresión por parte de elementos leales al todavía vigente gobierno justicialista. Los efectivos tomaron posiciones en el Taller de Marina y el Hotel de Inmigrantes y allí, aguardaron la orden de embarcar, en estado de alerta.
No muy lejos de allí, en su cuartel general de Av. Corrientes y San Martín, la Alianza Libertadora Nacionalista se preparaba para luchar. “Un bastión peronista al cual los acontecimientos no habían logrado mermar su fidelidad ni ánimo combativo era la Alianza Libertadora Nacionalista, que ya en los sucesos del 16 de junio protagonizara un papel en la primera línea de fuego, organizando columnas de asalto para sofocar la rebelión estallada en el Ministerio de Marina. Corrían varias advertencias acerca de su peligrosa disposición para desatar nuevos disturbios a favor del ex Presidente, y estas versiones no eran infundadas: su dirigente Guillermo Patricio Kelly, había acordado con el edecán de Perón, mayor Máximo Renner, que lucharía en favor de aquél. Ante su firmeza, los ‘aliancistas’ recibieron los elementos precisos: ‘Fuimos a la residencia presidencial y nos entregaron armas’ contaría Kelly”1.
La sede de la Alianza estaba siendo acondicionada para la defensa. Su planta baja se transformó en hospital de campaña y en el primer piso, los hombres de Guillermo Patricio Kelly procedieron a quemar documentación comprometedora, clara señal de que estaban dispuestos a entrar en combate. Había llegado el momento de “¡La vida por Perón!”, que tantas veces corearan los partidarios del régimen y al menos, los aliancistas, estaban decididos a cumplir la premisa.
Ante los rumores de que la CGT iba a repartir armas entre sus afiliados, la Junta Militar mandó llamar a su titular, Hugo Di Pietro, para pedirle explicaciones. Di Pietro negó todos los cargos y solicitó que un veedor se hiciera presente en la central obrera para confirmar que lo que decía era real. A continuación, la Junta lanzó un petitorio a las autoridades gremiales, al presidente del Partido Justicialista, Dr. Alejandro Leloir y al obispo de Rosario, cardenal Antonio Caggiano, a los efectos de que llamasen a la cordura a los integrantes de sus respectivas entidades previniendo, de esa manera, desmanes y hechos de violencia.
Para entonces, se habían hecho presente en el Correo Central, sede del Ministerio de Comunicaciones, el general Raúl Tassi, subdirector de la Escuela Nacional de Defensa acompañado por su segundo, el mayor Robinson, a quien la Junta Militar les encomendó hacerse cargo de la repartición. Al llegar al edificio, los oficiales se encontraron con que su titular el, señor Oscar Nicolini, todavía se hallaba en su puesto dejando en claro, de esa manera, que se trataba de uno de los pocos funcionarios del régimen que en mantenía una postura digna. Tassi y Robinson lo saludaron y después de intercambiar unas palabras, lo acompañaron hasta la calle, donde el ministro, después de cruzar algunas palabras con sus oponentes, el ministro abordó su automóvil particular y se alejó del lugar.
En el imponente edificio del Correo Central se encontró gran cantidad de armamento que iba a ser distribuido entre los trabajadores por las agrupaciones obreras. Por orden de Tassi, se dispuso su incautación, así como también, la permanencia en sus puestos de todo el personal de la dependencia, el cumplimiento regular de los relevos, la inmediata puesta en servicio de todas las redes telefónicas del país, bloqueadas para incomunicar a las fuerzas rebeldes y la transmisión de mensajes al exterior por parte de los corresponsales extranjeros acreditados en el país.
Finalizaba el día cuando llegaron a oídos de Tassi noticias inquietantes. La Alianza Libertadora Nacionalista había rechazado el alto el fuego establecido por ambos bandos y se aprestaba a combatir. En vista de ello, el alto oficial se comunicó con la Dirección Nacional de Seguridad cuyo titular, el general Audelino Bergallo, comandante de la guarnición de Buenos Aires, quien no dudó en ordenar su inmediata destrucción.
-¡Que la borren a cañonazos!- rugió a través del teléfono cuando transmitió la orden
Mientras los ‘aliancistas’ continuaban fortificando su bastión, en el Ministerio de Ejército, se iniciaban los preparativos para atacar su sede.
Cumpliendo órdenes superiores, el capitán Guillermo Genta ordenó al cadete de 4º año Heriberto Justo Auel, que procediese a acondicionar un vehículo para dirigirse al objetivo. Auel requisó en un camión del Ejército y en él hizo montar cuatro ametralladoras y con el cadete Garriz al volante y el capitán Genta a su derecha salieron a la calle, tomando por Av. Libertador en dirección a Corrientes, llevando a varios cadetes armados en la parte posterior.
El camión llegó a Av. Corrientes y subió contramano la barranca hasta la calle Reconquista, donde se detuvo. En el lugar había dos tanques, ambos en la vereda opuesta, uno de ellos apuntando con su cañón hacia el edificio de la Alianza.
Los soldados saltaron fuera del camión y se ubicaron a su alrededor, mientras el cadete Auel se adelantaba unos metros en dirección al objetivo. Llovía torrencialmente y las calles se hallaban desiertas.
Para entonces, el jefe de la agrupación, Guillermo Patricio Kelly, dialogaba con el mayor Pablo Vicente, segundo comandante del Regimiento Motorizado “Buenos Aires”, quien se había hecho presente en el lugar portando la orden de deponer las armas que había impartido la Junta Militar. Su contenido era claro y contundente: se solicitaba a los milicianos abandonar el lugar y entregar las armas para evitar un baño de sangre.
Aquello indignó a Kelly que fuera de sí, levantó el teléfono y llamó al Ministerio de Ejército para hablar con el mayor Renner. Una vez al habla, Renner intentó calmarlo, diciéndole que todo se iba a solucionar pero ante la insistencia de Vicente, de que la Alianza debía entregar su armamento, Kelly dejó el lugar al mando de su segundo, Américo Torralba y se dirigió al Edificio Libertador, fuertemente armado (portaba una ametralladora Remington y dos pistolas 0.45), decidido a aclarar su situación.
Una vez en la calle, el impulsivo dirigente nacionalista vio a los dos tanques y a la Compañía de Caballería en posición de ataque pero sin dejarse amedrentar, echó a andar por Reconquista, bajo la lluvia, ignorando por completo el terrible desenlace que estaba a punto de desencadenarse.
Cuenta Ruiz Moreno que en la explanada de Casa de Gobierno, se topó con Renner y ahí mismo lo encaró. La respuesta que recibió, lo puso más furioso de lo que estaba.
-Se acabó todo Kelly. Perón se va porque no quiere derramamiento de sangre. Necesitamos de ustedes para proteger su vida.
-¡¿Proteger su vida?! ¡No, no vamos a protegerlo! ¡Yo no puedo controlar los instintos de mis hombres; ellos juraron pelear a muerte por él! ¡¡¿Qué les digo cuando vean que su jefe escapa?!!
Sin duda Kelly tenía razón. Pero no hubo nada que hacer. Hecho una tromba y mascullando improperios, dio media vueltas y emprendió el regreso sin reparar en que se dirigía directamente hacia los tanques. Y fue al llegar a ellos que alguien, con firme tono de voz, lo detuvo.
-¡Alto!
El dirigente, que venía ensimismado, con la mirada clavada en el asfalto, alzó la vista y vio a varios hombres apuntándole con sus armas. Fue un milagro que no lo mataran ahí mismo[2].
Se le ordenó levantar las manos, se lo palpó de armas, se lo desarmó y después de ser maniatado, se dispuso su envío al Departamento Central de Policía en calidad de detenido.
A las 01.14 del 21 de septiembre dio comienzo un nuevo enfrentamiento entre argentinos. Los 600 militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista que habían jurado dar la vida por Perón, se asomaron por las ventanas y terrazas del edificio y dispararon sobre los efectivos del Ejército. Recibieron como respuesta, fuego de metralla y gases lacrimógenos pero lejos de deponer su actitud, los aliancistas se mantuvieron firmes, demostrando un fanatismo y determinación fuera de lo común. Entonces, en pleno combate, cuando los proyectiles de fusiles y ametralladoras repicaban aquí y allá, los tanques apuntaron hacia la mole de cemento y dispararon, sacudiendo con su estruendo el centro de la ciudad. A las detonaciones les siguieron otras y a estas, numerosas descargas de metralla.
El enfrentamiento se prolongó hasta las 02.00, hora en la que el semiderruido edificio comenzó a arder. El cuartel de la Alianza se sacudió hasta los cimientos cuando los tanques alcanzaron los proyectiles almacenados en sus depósitos. Muchos militantes murieron y los restantes, no tuvieron más remedio que evacuar el lugar, cargando heridos a la rastra.
Tras media hora de combate, los blindados callaron pero las municiones siguieron explotando en el interior hasta pasadas las 02.30 de la madrugada.
Dos dotaciones de bomberos concurrieron llegaron al lugar para evitar que las llamas se propagasen a los edificios linderos y más de un curioso intentó llegar hasta el lugar aunque las fuerzas del orden se los impidieron.
La sede de la Alianza Libertadora Nacionalista, símbolo de la prepotencia y el atropello del régimen depuesto, responsable de atentados y crímenes de toda índole, se derrumbó, arrastrando en su caída parte de la edificación contigua.
Los resplandores rojizos de las descargas iluminaban de manera siniestra el encapotado cielo de Buenos Aires cuando los efectivos navales apostados en el Arsenal Naval se disponían a embarcar. Entonces, cuando nadie se lo esperaba, el almirante Domingo Arambarri, pensando que las fuerzas leales estaban contraatacando, declaró disuelto el Comando de Operaciones Navales y dejó a sus hombres en libertad para moverse por cuenta propia.
La mayoría optó por abordar el “Ushuaia” y el “Manduví”, un segundo grupo se dispersó por la ciudad y un tercero permanecer en sus posiciones, dispuesto a resistir cualquier intento de ingresar en la zona por parte de los efectivos gubernamentales. En la confusión y antes de lo previsto, las naves soltaron amarras y partieron velozmente con la intención de unirse al grueso de la flota, sin dar tiempo a que el total de los efectivos subiese a bordo y enganchase el BDI.
El 21 de septiembre también se produjeron enfrentamientos en Mar del Plata. Ese día, por la mañana la población se concentró espontáneamente en la zona céntrica para formar nutridas columnas de hombres y mujeres que pese a la lluvia, se encaminaron hacia la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista, para escuchar las encendidas alocuciones de varios representantes de la oposición, entre ellos Roberto Crocitto y Aurelio Principi.
Pasado el mediodía, en la zona céntrica una patrulla naval que se desplazaba a bordo de un camión militar detectó a cinco personas sospechosas que se desplazaban por la calle y que, al recibir la voz de alto, echaron a correr en dirección al edificio de Av. Luro 3137, donde se atrincheraron y comenzaron a disparar desde el tercer piso.
Se generó entonces un intenso tiroteo al que se sumaron tropas que en esos momentos vigilaban la zona y que finalizó cuando los militantes peronistas se dieron a la fuga.
En horas de la tarde, varias personas llegaron hasta el lugar para observar los impactos de bala que quedaron grabados entre el tercero y cuarto piso del edificio y verificar si las versiones de que el enfrentamiento había dejado un saldo de varios muertos y heridos eran ciertas. Sin embargo, las nuevas autoridades no emitieron ninguna información y al cabo de un par de horas, la gente se retiró.
En horas de la noche se produjo un nuevo tiroteo cuando cerca de las 22.00 grupos de obreros peronistas parapetados detrás de los vagones de carga de la estación de ferrocarril y la frondosa vegetación de los bosques circundantes, atacaron a las fuerzas de la Armada que custodiaban las instalaciones de las estaciones radiales del Parque Municipal de los Deportes. El mismo se prolongó hasta las 05.00 del 22 de septiembre y finalizó cuando los pelotones sindicalistas se retiraron, llevándose consigo algunos heridos.
Tal como había acontecido el día anterior, el Movimiento de Amigos de la Unión Obrera Local emitió un nuevo comunicado reafirmando las declaraciones de la primera proclama, llamando a los trabajadores a colaborar con las fuerzas de ocupación y a concurrir pacíficamente a sus ocupaciones diarias:
Concurrencia y permanencia en el trabajo a pesar de cualquier maniobra que quisiera entorpecerlo es hoy nuestra mejor arma y hacer que la economía de la ciudad no sufra entorpecimiento es nuestra mejor contribución a la normalidad (…). No hay en este momento secretarios de gremios y nadie puede atribuirse su representación directa, pero debe existir en cada lugar de trabajo la firme voluntad de trabajar conscientemente.La revolución le ha dado verdadero sentido al slogan de producir – producir, porque ahora es en beneficio de todos, de la vida normal del pueblo y de la Revolución Libertadora[3].
La última acción de guerra de la Revolución Libertadora tuvo lugar a las 05.00 de aquella madrugada, después que el general Lonardi rompiera la tregua en Córdoba. Para entonces, ya se había decidido que el jefe del alzamiento sería el nuevo presidente de la Nación y se trabajaba febrilmente en la formación de un nuevo gabinete.
Durante la noche, tanto en el sur como en la provincia mediterránea, se habían detectado inquietantes movimientos de tropas que no se ajustaban al “alto el fuego” impuesto por ambas partes y al considerarse que constituían una amenaza para la las fuerzas sublevadas, se decidió llevar a cabo una nueva demostración de fuerza tendiente a indicarle a la junta de generales que gobernaba provisoriamente la Nación, que las mismas estaban dispuestas a todo.
Como explica Ruiz Moreno, se decidió un nuevo ataque al aeródromo de Las Higueras, en Río Cuarto, porque el mismo representaba un potencial peligro para la revolución ya que, desde allí, los aviones que aún se encontraban en poder de elementos leales podían operar sobre la Escuela de Aviación y la capital provincial.
En vista de ello, el comodoro Krausse estableció comunicación con la Base Comandante Espora, para solicitar un ataque aéreo. El Comando Aéreo Revolucionario dio curso a su pedido y minutos después, el capitán Arturo Rial mandó alistar dos Avro Lincoln, piloteados por los capitanes Ricardo Rossi y Orlando Jesús Cappellini.
Las tripulaciones abordaron los bombarderos y después de llenar sus tanques, cargar bombas y municiones y hacer el rutinario control de tablero, comenzaron a rodar lentamente hasta la pista y al llegar a la cabecera se detuvieron, con sus turbinas a máxima potencia. Despegaron a las 02.15 de la madrugada, Cappellini en primer lugar y Rossi inmediatamente detrás para iniciar un vuelo nocturno en condiciones climáticas deplorables.
“Salimos pasadas las dos de la noche, con una lluvia torrencial. Nos proveyeron de bombas de 200 kilogramos que eran una hermosura y que no teníamos en Córdoba, pero carecían de seguro”, referiría el primero, años después4.
Los bombarderos volaron de noche y a las 04.00, estaban sobre el objetivo. El avión de Cappellini presentaba u serio problema porque, a causa de la aceleración, se le había desprendido una turbina y eso ponía en riesgo su estabilidad. Una vez sobre el blanco se comunicó con la torre de control de la Escuela, informando lo que le sucedía5 y en vista de ello, el capitán Hilario Maldonado le ordenó mantenerse en la posición volando en círculos para atacar a las 06.00.
21 de septiembre de 1955. 06.00 hs. Los capitanes Cappellini y Rossi atacan el aeródromo de Río Cuarto (Fotografía: Juan Carlos Cicalesi)
Cappellini dio el ok y al revisar el número indicativo que llevaba en la tabla de vuelo, supo que su blanco era la Base Aérea de Río Cuarto a la que debían bombardear desde una altura no inferior a los 700 metros para evitar el impacto de sus propias esquirlas.
El piloto objetó que a esa hora de la mañana, con al luz del amanecer, podía ser detectado y derribado por las antiaéreas enemigas, razón por la cual, Maldonado le pasó con el comodoro Krausse, quien solo se limitó a decirle, con voz seca y terminante, que procediese a cumplir la orden.
Los aviones volaron en círculos sobre el área hasta la hora indicada y con las primeras luces del día, encontraron un hueco entre las nubes a través del cual, pudieron distinguir las luces que señalaban las pistas cruzadas de Las Higueras. Era el momento esperado por lo que ambos aviones, iniciaron la corrida de ataque en dirección al objetivo.
Arrojaron un total de dieciocho bombas, diez el aparato Nº 2 y ocho el Nº 1 que piloteaba Cappellini porque el dispositivo de las otras dos falló y por esa razón, quedaron enganchadas.
Cumplida su misión, emprendieron el regreso, haciendo un pronunciado giro mientras se sacudían violentamente a causa de las explosiones. Para su fortuna, ninguna esquirla los alcanzó y eso les permitió volar de regreso a Comandante Espora sin inconvenientes, evitando aterrizar en la Escuela de Aviación Militar porque allí no tenían la capacidad suficiente como para reparar el aparato de Capellini.
Los bombarderos aterrizaron las 08.00 de aquella lluviosa mañana, primer día de primavera, sin novedad (previo lanzamiento al mar de las bombas enganchadas del avión de Capellini, trabajo que realizó manualmente el mecánico de a bordo), finalizando de esa manera la última incursión aérea de la guerra.
El ataque no arrojó víctimas (el aeródromo había sido evacuado poco antes), pero cumplió su objetivo de intimidar a las fuerzas leales. Minutos después, se recibió en Villa Reynolds un llamado del general Falconnier, solicitando detener el bombardeo que se planeaba sobre la estación de Río Cuarto, a donde acababan de llegar dos trenes transportando tanques y garantizando que ningún efectivo iba a ser movilizado desde ese lugar.
“El día está muy de acuerdo con la fecha…es un hermoso sol el que calienta nuestros ateridos cuerpos, ¡que hermoso es el calor del sol después de la noche helada!“A eso del mediodía, el Alf. C… reúne a todos sus jefes de grupo a los efectos de recomendarnos tener un poco más a mano el personal. El también percibe el relajamiento paulatino de la disciplina.“A los efectos de dar cumplimiento a sus palabras reúno al grupo y le hablo… Por fortuna encontré las palabras adecuadas para llamarlos al orden sin tener que recurrir a los medios disciplinarios. Son todos buenos muchachos.“¡Por fin llega una noticia agradable! Nos informan que se formó ya el gobierno militar que asumirá provisionalmente el mando de la República; lo constituyen el General Lonardi en calidad de Presidente, el Contralmirante Rojas como vice-presidente y nuestro Comodoro Krausse como Ministro de Relaciones Exteriores“Aunque no nos demos exacta cuenta de la magnitud del hecho, la verdad es que hemos contribuido a cambiar el curso de la historia de nuestra Patria,,, El fin de este régimen vuelve a reafirmar que nuestro pueblo nunca admitirá nada que mancille su legado más preciado: su Libertad.“El 1er. Ten. F… fue a averiguar que tiene de cierto la noticia y regresó con la felicidad pintada en el rostro…“Nos formó a todos en un claro y allí nos informó de la situación y nos felicitó por nuestra actuación… Dentro del pecho sentimos algo que sólo puedo concebir como la manifestación de ese ente abstracto que llamamos Patria.“El ‘Subordinación y Valor’ nunca fue contestado con más emoción…“Recibimos la orden de preparar el equipo para iniciar el repliegue lo antes posible. El Alf. C… nos dá la mano y brinda con nosotros festejando el éxito del movimiento.“Bueno, evidentemente estoy llamado a apurar hasta los últimos tragos de esta Revolución… Toda la Ca. Se retira a la Escuela menos los grupos a cargo del ‘Turco’, del ‘Cabezón’ y mío, que se quedan a cubrir guardia en el sector norte de la pista… Estoy cansado, muy cansado, pero trato de levantar un poco el ánimo de la tropa, pues si no los soldados no sé de donde sacarán fuerzas para seguir adelante. Quedamos a órdenes del 1er. Ten. F… el cual parece muy amargado por tener que quedarse… Hay que considerar que él tiene esposa e hijos que lo están esperando.“Y aquí estamos…esperando que traigan las carpas para pasar la noche. Una vez que llegaron y las armamos, llegó el rancho, esta vez consistente en un plato de polenta con tuco que vino a calmar un poco nuestra hambre… pues ya dejó de ser apetito.“Tras apostar los soldados en un cruce, me acuesto. Por fortuna me dejaron un catre en el que se duerme mejor que en el pozo, con el consiguiente alegrón de mi osamenta”[6].
Acto de la ALN en los mejores días del peronismo
Otra vista del edificio de la Alianza Libertadora Nacionalista destruido (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)
La prensa da cuenta del ataque a la sede de la ALN
Guillermo Patricio Kelly, jefe de la ALN varios años después de los hechos
Brig. Orlando Jesús Cappellini, varios años después de la revolución. Junto al capitán Ricardo Rossi llevó a cabo la última misión de combate
Notas
- Isidoro Ruiz Moreno, op. Cit, T. II, p. 362.
- Ídem, pp. 366-366.
- Nieto, Agustín; op. Cit.
- Ídem, p. 344.
- Las bombas el piloto carecían de seguros y eso le impedía aterrizar.
- “…del Diario de un Cadete”, revista “Cielo”, Buenos Aires.