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martes, 15 de noviembre de 2022

Conquista del desierto: El malón sobre Tres Arroyos

Malón sobre Tres Arroyos

Revisionistas




Malón sobre Tres Arroyos, 14 de junio de 1876


La paz ajustada y mantenida con los indios tenía por base el auxilio del gobierno a las tribus por el sistema de las raciones. Disfrutaban de él las confederaciones de Calfucurá y Mariano. El cacique Saihueque, establecido con su gente en el Neuquén, solicitaba y obtenía lo mismo, en mérito a que él no era invasor, y Casimiro, desde la Patagonia, hacía valer modestamente su situación semejante.

Tribus importantes, procedentes del Pacífico, acamparon frente a la frontera, y hubo que celebrar también con ellas tratados como el del cacique Lemunao, jefe de araucanos, que disponía de más de 1.000 hombres de pelea. Reuque Curá, que había vuelto de Chile con sus 1.500 lanceros, consiguió asimismo su tratado y raciones.

La Comandancia de Patagones, que fue en todos los tiempos como un vigía de la civilización sobre el desierto, advertía al ministro de Guerra… “la gran cantidad de indios que está viniendo de Chile a establecerse crea una situación alarmante para la provincia de Buenos Aires, que quizá nunca ha tenido una reunión igual de indiadas”.

El coronel Murga, recién llegado del sur a Buenos Aires, preveníalo también a sus superiores.

En sus excursiones al sur de Córdoba, Calfucurá gestionó y obtuvo el contingente de los lanceros ranqueles de Mariano, y entretanto sus indios empezaron a proceder con descaro; las partidas sueltas, que no habían interrumpido sus merodeos sobre la línea, se convirtieron en columnas armadas invasoras de 300 a 500 hombres, como las encabezadas por Antemil y Pincén, capitanejos de Calfucurá, y como otra de 800 lanceros formada por individuos de Salinas, Tapalqué y tehuelches.

Descubierto el doble juego de Calfucurá, que consentía y estimulaba todo aquello, mientras hacía presente a las autoridades sus protestas de amistad, suscitóse un cambio de comunicaciones subidas de tono entre el coronel Machado y el gran cacique; engreído éste amenazó con 5.000 lanzas chilenas, que dijo tener a su disposición. El coronel Machado solicitó entonces autorización del gobierno para dar un golpe audaz: se comprometía a entrar en los toldos con una fuerza ligera y apoderarse de la persona de Calfucurá. No se accedió a ello, pues se corría el riesgo de que las indiadas, volcándose en masa sobre la frontera, produjesen un estado de cosas peor e insostenible; las guarniciones debían concretarse en tales circunstancias a una acción parcial con las columnas de indios invasores.

El comandante de la frontera sur, invadida cuatro veces en el término de una semana, advirtió que los 1.500 indígenas amigos, situados entre Olavarría y Azul, si no se dominaba a los invasores, se plegarían a ellos.

En pleno vigor de los tratados de paz, habían destruido los indios seis fortines, y la despoblación de los campos a causa de los malones afectó al propio partido de Azul.

El comandante Julio Campos, desde el sur, daba la voz de alerta: “el movimiento de las indiadas era precursor de acciones mayores…”, y así fue en efecto.

Los resultados prácticos de la población de 9 de Julio, en la frontera del centro u oeste, habían animado al jefe de la frontera de la costa sur, coronel Benito Machado, y a su segundo, el comandante Seguí, a gestionar de las autoridades el consentimiento necesario para fundar el pueblo de Tres Arroyos. Llevada a cabo la iniciativa, la ubicación del nuevo pueblo, en la margen de un arroyo y en sitio equidistante entre Tandil y Bahía Blanca, llenó a tal punto las necesidades de la región poblada con anterioridad que, en el término de cinco años, en 1870, tenía vida propia y su estado no podía ser más floreciente.

Calfucurá no había visto esto con buenos ojos, pues que era el modo de proceder de los cristianos; avanzaban los ganados de un puesto o de una estancia, se establecían en él, los seguían otros; luego surgían los fortines, tras ellos los pueblos, y ya no había quien los sacara del lugar. Calfucurá había hecho sus preparativos entretanto: disponía con sus pampas del mayor núcleo de hombres de pelea con que contaba el desierto, y la crónica pasividad de Mariano ante los asuntos de la frontera, en los que no actuaba este cacique personalmente, le permitía contar con el valioso apoyo de los lanceros ranqueles. Tenía también a su disposición tribus chilenas deseosas de pillaje y otras sueltas de naturales del Neuquén y de tehuelches.

Decidido el cacique a hacerse sentir por los cristianos, se dirigió resueltamente con toda la indiada a Tres Arroyos. En su tránsito dio con el fortín Coronel Suárez, en el cual el alférez Pío Cáceres y 15 de sus hombres fueron indignamente engañados y lanceados a la vista de 5 de sus compañeros, únicos sobrevivientes de la guarnición. De este lugar, en un día y una noche de marcha, el 14 de junio de 1870, penetró el malón hasta Tres Arroyos.

A la aproximación de los indios los pueblos de la frontera, mediante las campanas de la pequeña iglesia lanzadas a rebato, el estampido de un cañoncito o el redoble de un tambor, daban la señal para que sus habitantes corrieran a refugiarse en las fortificaciones.

Aquella vez la señal de alarma en Tres Arroyos sonó tarde: la población fue advertida cuando ya los indios habían penetrado en la localidad y parte de ella, refugiada desordenadamente tras el foso del baluarte y entre las empalizadas, fue espectadora de cómo los bárbaros inmolaban a mansalva a la gente sorprendida en las calles y cómo eran reducidas a cautiverio mujeres y criaturas.

La indiada saqueó las tres casas de comercio y las habitaciones, los objetos que no pudieron ser acomodados por los indios en las tropas de caballos cargueros, llevados ex profeso, fueron inutilizados por el fuego. Al caer la noche, en retirada ya los invasores con el botín y las cautivas, Calfucurá, volviéndose en su caballo, se proporcionó el espectáculo neroniano de aquel cuadro de desolación al resplandor de las llamas. A su salida arreó las haciendas del partido en número de 40.000 cabezas vacunas, sin contar todo el yeguarizo existente tomado también. No temía ser perseguido, había tomado la previsión de posesionarse de los 1.000 caballos de repuesto con que contaba el regimiento de la guarnición, distante del sitio.

El comandante Campos, puesto tras los invasores, consiguió rescatar 8.000 cabezas. (1)

El suceso fue de efectos deplorables, amenazaba la despoblación de una gran parte del territorio, porque el mal había afectado una zona situada bastante más adentro que la línea de defensa y podía repetirse.

Los salvajes se imponían; no era la primera vez que disminuía el territorio de los cristianos por efecto de la inestabilidad de la frontera; anteriormente se había dispuesto de mayor extensión, que también hubo que ceder, retirándose sus habitantes.

Esas y otras razones invocaban el gobernador de Buenos Aires, Emilio Castro, y su ministro, el doctor Antonio Malaver, en nota dirigida al presidente Sarmiento por intermedio de su ministro de Guerra y Marina, coronel Martín de Gainza.

Se había planeado ya el avance definitivo de la frontera a las márgenes de los ríos Negro y Colorado, arrojando fuera de ella a todos los que no se sujetaran a vivir bajo el imperio de la ley. Este pensamiento era del Gobierno nacional, pero a él se adhería Buenos Aires; dispuesta a esforzarse en la contribución de sus hijos, dinero y elementos, ella veía comprometida la vida, el progreso y el bienestar de su población.

Elevaban además a las autoridades nacionales, el gobernador y su ministro, un acta de la Sociedad Rural Argentina apoyando su iniciativa y ofreciendo la cooperación decidida de sus firmantes: Martínez de Hoz, Olivera, Amadeo, Jurado, Leloir, Arrufó, Galup, Lynch, Gache, Lezama, Brizuela, Azcuénaga, Crisol, Barros, Torres, Villaraja, Lastra, Bernal, Sáenz Valiente, Cano, Newton, Colman, Mouján, Temperley, Belgrano, Vela, Atucha, Rufino, Ramos Mejía, Frías, Llavallol, Aguirre, Bosch, Ibáñez, Pérez, Rodríguez, Gómez, Figueroa, Areco, Cárdenas, Lacombe, Miguenz, Unzué, Lalama, Piñero, Márquez, Cañas, Llezno, Huergo, Cobo, Peña, Vitón, Castex, Lagos, López, Terrero, Arana, Agüero, Alvarez de Arenales, Achával, Villate, Real de Azúa, Arce, Pinto y Mejía, Villodas, Hughes, Vaschetti, Amarante, Hallbach, Toledo, Arana, de la Serna, Chapeaurouge, Bilbao, Reyes, Señorans, Casares, Claraz, Martín y Omar, Fernández y Reed.

El gobierno nacional tenía formada opinión al respecto: “pretender que los indios no penetraran a través de la línea era como pretender que no entrara el aire”.

Referencia

(1) Declaraciones indagatorias individuales tomadas a los soldados Millares, Lastra, Salinas y Benegas, 4 de los cinco sobrevivientes del fortín Coronel Suárez, y del desertor Juan González. Nota del inspector general de Armas, Rufino Victorica. Comunicaciones del comandante Julio Campos. Nota de un alférez del Regimiento Juárez. Carta de Calfucurá al coronel Francisco de Elías declarándose autor de la invasión. Archivo del Ministerio de Guerra. Comunicaciones del juez de Paz de Juárez. Archivo del Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Fuente
Archivo del ex Ministerio de Guerra
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto (1535-1879) – Círculo Militar, Buenos Aires (1937)

martes, 19 de mayo de 2020

Conquista del desierto: La invasión a Bahía Blanca

Invasión a Bahía Blanca

Revisionistas




Foto de la casa desde donde fueron atacados los indígenas. La misma pertenecía al señor Domingo Pronsato, (Museo y Archivo Histórico Municipal de Bahía Blanca).

A Calfucurá, ya septuagenario, no lo doblegaban, sin embargo, los achaques de la edad (1). Continuaba siendo el alma del desierto. Enfermo, revolviéndose en su lecho de cueros de oveja, sacaba energías de su propia flaqueza, había reservas de vida en su organismo; su espíritu, volando de su toldo a la llanura, a los campos quebrados y a los montes, movió a los suyos, a los ranqueles y a los lanceros de Aneñuel.

El, así postrado, no podía encabezarlos, pero ahí estaban para ello su hijo Namuncurá, destinado a sucederle, ya hombre hecho, y sus otros hijos: Reumay, Levicurá, Pichicurá, Catricurá, Juan Miguel, Carman y Justo. El había hecho desaparecer entre llamas a Tres Arroyos,sus muchachos harían otro tanto con Bahía Blanca.

El malón, sigilosamente preparado, fue compuesto por 1740 individuos, los cuales se aproximarían a Bahía Blanca en las tinieblas; espías de ellos, situados ya en el pueblo, darían fuego a una de las casas de techo de paja, y mientras los escasos hombres de la guarnición y los habitantes se ocupaban de extinguir el incendio, como era de práctica, los indios penetrarían sin mayor esfuerzo. Previamente coparían la partida de campo situada en las afueras de la población.

Aquella vez la Providencia vino en ayuda de los cristianos, pues, próximos los indios a Bahía Blanca, se descargó un aguacero torrencial, que frustró su empresa; era inútil esperar ya la señal convenida porque los espías, bajo la densa cortina de agua, no hallarían techo de paja combustible.

Al llegar al puesto de la Guardia de Campo, en plenas tinieblas, fueron recibidos a balazos; los indios en vez de sorprender eran sorprendidos. Se hallaban ante una sólida pieza de material, que vomitaba un fuego infernal por sus cuatro costados.

En el interior del puesto, el teniente Rufino Romero, con sus 10 soldados y los vecinos Juan Elizalde, José Bustos, J. Farías y Antonio González, advertidos de la aproximación de la indiada, unos en la azotea y otros en la planta baja de la sólida construcción, estaban parapetados de un modo inexpugnable: tenían muy presente el asesinato del Alférez Pío Cáceres y sus 15 hombres en el fortín Coronel Suárez; los indios no harían lo propio con ellos.


La Fortaleza Protectora Argentina, base de la futura Bahía Blanca.

Cargando por 3 direcciones a la vez se estrellaron los invasores desatinadamente contra la pequeña fortaleza, llegando algunos con la ira de su impotencia a clavar sus lanzas en los muros, buscando las troneras, sólo perceptibles al resplandor de los fogonazos.

En los 3 costados por donde avanzaron los atacantes había 3 montones de hombres y caballos muertos; indios caídos trataban de librarse del peso de los cuerpos que los oprimían; caballos con algún remo quebrado y sin jinete, se arrastraban buscando el campo. Aquellas masas de muerte tibias y movibles eran una nueva protección para los sitiados. En vista de ello, Namuncurá suspendió el ataque, considerando que no valía la pena derramar más sangre; se emplearían con más provecho; de allí a una legua, Napostá abajo, estaba Bahía Blanca, dormida, si el estampido de los disparos del puesto no habían llegado a ella en la calma de aquel amanecer.

No habían llegado aún los indios al pueblo cuando les salieron al encuentro sus bomberos destacados a observarlo; Bahía Blanca no dormía, se notaba en toda ella movimiento inusitado; su guarnición estaba sobre las armas y como ésta todo el vecindario. ¿Qué había ocurrido…?

En todos los tiempos, las tolderías fueron refugio de desertores y forajidos perseguidos por las autoridades, quienes, dejando la frontera a la espalda, se internaban tierra adentro. Uno de ellos, Manuel Suárez (2), cristiano renegado, iba de baquiano en la invasión; pero, al aproximarse a la frontera aquella vez, le dio un vuelco el corazón y, aprovechando el alto final de los indios, anticipándoseles, voló a Bahía Blanca, al campamento del cacique Ancalao, auxiliar de la fortaleza, y le dio la voz de alarma.

El comandante Llano tomó inmediatamente las medidas del caso, mientras don Sixto Laspiur, secretario de Gobierno, que se hallaba allí, distribuyó armas y municiones a los vecinos nacionales y extranjeros. Estos últimos, con un grupo de soldados, guardaban el pueblo, en tanto el comandante con el resto de la guarnición, Ancalao y sus lanceros, salía a situarse en los dos pasos del Napostá, por donde debían necesariamente entrar los invasores si querían penetrar en la población.


Bahía Blanca y el fuerte, hacia 1850

Pero, contra lo que hubiera sido dado esperar en aquellas circunstancias, el malón no llegó al pueblo; a las 11 de la mañana no quedaba un solo indio en las inmediaciones.

Namuncurá no tenía las garras de tigre de su padre.

La sorpresa que experimentaran los indios, al ser recibidos por un nutrido fuego de fusilería en el Puesto de Campo, fue el punto de partida para su dispersión. Dieron el ejemplo los ranqueles, que eran mayoría; a ellos, más que el pueblo les interesaban los ganados invernados del Sauce Grande; otros los siguieron y Namuncurá sólo con 500 hombres de lanza y bola, aunque los defensores de la plaza sumarían escasamente la mitad, optó por irse sobre las estancias.

Los patrones, mayordomos y el personal de aquéllas, parapetados en las casas, se defendieron a tiros impidiendo la cautividad de sus familias, pero no pudieron evitar que los indios arrearan con todo el ganado de los establecimientos, en los que no quedaron ni las majadas (3).

Referencias


  1. Octubre de 1870
  2. Sargento desertor de Guardias Nacionales, natural de Montes Grandes, provincia de Buenos Aires, baquiano de los indios en otras invasiones. Asesino del poblador Canales, en el sur, para llevarse su esposa cautiva a los toldos. Cabecilla de los indios que tomaron el fortín Vigilancia y que había degollado de motu proprio a 8 de sus soldados rendidos.
  3. Parte del comandante Llano. Declaraciones de Manuel Suárez, sargento desertor, que huyendo de los indios anunció el malón. Idem de los indios Currugal y Carrupil. Comunicación del Secretario de Gobierno don Sixto Laspidur y nota del comandante en jefe de la frontera sur, coronel Francisco de Elías. Archivo del Ministerio de Guerra y Archivo del Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Schoo Lastra, Dionisio – El indio del desierto (1535-1879) – Círculo Militar, Buenos Aires (1937)

lunes, 19 de mayo de 2014

Conquista del desierto: El último malón a Bahía Blanca


Plano del ataque a Bahía Blanca
19 de Mayo 
El último malón a Bahía Blanca
La madrugada del 19 de mayo de 1859 Bahía Blanca fue invadida por tres mil lanzas del cacique Calfucurá, en lo que significó el último gran malón.

Oscar Fernando Larrosa (h)

Se supone que este malón [táctica de incursión mapuche a poblaciones colonizadoras] fue llevado a cabo por Calfucurá debido a la muerte de su yerno Yanquetruz poco tiempo antes en una pulpería de Bahía Blanca.


Esquema de la Fortaleza Protectora Argentina

El viejo cacique Yanquetruz era famoso por sus tropelías, asesinatos, robo de cautivas y de ganado que luego vendía en Chile. Para tener una leve idea del negocio de estos verdaderos piratas de la Pampa cabe consignar que cuatro años antes en un malón sobre la zona de Tandil arreó 20.000 vacas y decenas de cautivas dejando un tendal de paisanos muertos.

Hacia 1857 firmó un tratado de paz con el Ejército prometiendo no volver a malonear pero era famoso por sus borracheras salvajes en las siempre terminaba asesinando a alguien.
En una de estas borracheras, en la pulpería de Silva frente a la Fortaleza Protectora Argentina en Bahía Blanca armó una trifulca y fue muerto a cuchilladas por el oficial de Guardias Nacionales Jacinto Méndez.


La vuelta del malón. Angel Della Valle.

Calfucurá detestaba a Yanquetruz y varias veces se habían enfrentado y traicionado mutuamente pero su muerte le daba la excusa para atacar y conquistar la Fortaleza de Bahía Blanca.

 La madrugada del 19 de mayo de 1859 Calfucurá con sus capitanejos Guayquil, Antelef y 3.000 indios de batalla entraron por el bañado de Giménez (actual Parque de Mayo) y rodearon el Fuerte.
Un vecino, el “Gallego” Mora dio el aviso del ataque pero el jefe del Fuerte se limitó a encerrarse con parte de la población en la fortificación. Gran parte de la indiada atacó e incendió la pulpería de Francisco Iturra robando todo el alcohol que encontraron y dedicándose a celebrar el seguro triunfo, emborrachándose.


Bahía Blanca hacia 1860

Una rápida defensa por parte del comandante Juan Charlone de la Legión Italiana y de los Guardias Nacionales frente a la pulpería de Iturra sorprendió a la indiada y terminó desbaratando el ataque luego de varias horas de combate.

 El resultado final fue de unos 200 indios muertos que fueron quemados en una pira en la plaza por el coronel José Orquera, jefe de la Fortaleza. El resto de la indiada se retiró varios kilómetros y se dedicaron a comer asado con algunas vacas que lograron escamotear.

Yanquetruz
Fue el último malón a Bahía Blanca realizado por los “pueblos originarios” que eran en realidad bandas de saqueadores que comerciaban en Chile todo lo que le robaban aquí a quienes trabajaban para civilizar esta tierra.

 Estos son algunos testimonios de la gente que vivió esa noche terrible:

E relato de Bernardo Mordeglia, Vecino.

"Era una noche serena y sin viento, pero muy fría, cuando llegó la noticia, traída al pueblo por unos soldados y un señor Mora, de que se produciría una invasión de indios malones. Pero se le hizo poco caso (...) Eran las 5 de la mañana cuando el grito asesino de Calfucurá alentó a casi tres mil indios a que tomen el pueblo".

Tras mencionar que los indios saquearon el local de Iturra y se emborracharon, hecho que a su entender salvó a la ciudad, dijo Mordeglia que tras una heroica resistencia los atacantes decidieron retirarse.

"A las 9 de la noche, las indiadas estaban asando carne con cuero en el Saladillo, carne bárbaramente robada en Bahía Blanca. En el pueblo todo era luto, llanto, desolación y terror".

El testimonio de Andrea Laborda de Mora , Esposa de quien diera aviso del malón.

"(...)Donde la lucha tomó proporciones de un verdadero encarnizamiento, fue en la esquina de las calles Zelarrayán y 19 de Mayo.
"Esa misma mañana y una vez tranquilizada la población, el comandante Orquera que se concretó a cuidar el fortín donde estábamos refugiados, ordenó se recogieranl os cadáveres de los indios y los hizo amontonar en la hoy plaza Rivadavia. A medio día los toques del clarín anunciaban novedad y el vecindario acudió al cuartel.
¿Qué ocurría? Una gran fogata ardía en la plaza y sobre ella, los cadáveres indígenas ultimados por la furia de un jefe bárbaro".