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sábado, 6 de julio de 2024

Malvinas: Capitán Eduardo Villarruel, comando de la CC 602


El capitán Eduardo Villarruel en Malvinas

“Quería seguir peleando”. La campaña de Eduardo Villarruel, el padre de la vicepresidenta, en Malvinas: combates y misiones de inteligencia


Los 19 días de guerra del padre de Victoria Villarruel en Malvinas: dos combates “cuerpo a cuerpo” con las fuerzas especiales británicas y más de 15 misiones de inteligencia

Eduardo Villarruel aterrizó en Puerto Argentino el 27 de mayo de 1982 a las 19.30 horas. Tenía 35 años, era capitán en el Ejército Argentino y se había formado como Comando. Era un soldado de élite, el segundo jefe de la Compañía de Comandos 602, que dirigía el mayor Aldo Rico.

Durante los 19 días de guerra que vivió en Malvinas, Villarruel participó en dos combates “cuerpo a cuerpo” con las fuerzas especiales británicas y en más de 15 misiones de inteligencia. Fue uno de los últimos argentinos en abandonar las islas, luego de permanecer prisionero de los ingleses, tras la rendición argentina.

Días antes de embarcarse rumbo a Malvinas, su única hija, Victoria Villarruel, actual vicepresidente de la Argentina, había cumplido 7 años.


Eduardo Villarruel en una imagen del álbum personal, tomada en el Aeropuerto de El Palomar el día que se embarcó rumbo a las Islas Malvinas

“Las olas salpicaban en el avión”

El coronel Horacio Lauría (VGM), miembro de la Compañía de Comandos 602, recuerda cómo fue el viaje de los Comandos al archipiélago: " Fuimos todos los comandos en el mismo avión, un Hércules C-130. Volamos a 10 metros del agua para no ser detectados por los radares. Tuve la oportunidad de entrar un segundo a la cabina de mando y me impresioné: las olas salpicaban en el avión”.


Eduardo Villarruel con su hija bebé, Victoria

En el aeropuerto, al llegar a la plataforma asignada, la tropa descendió por las escaleras. Rico y sus hombres fueron alojados en un gimnasio que los comandos de la Compañía 601 bautizaron “la halconera”. Procuraron descansar, pero sin mucho éxito. Esa misma noche, cuando todos dormían, una fuerte explosión sacudió al edificio. Hubo pedazos de cielo raso que cayeron sobre ellos mientras los incesantes estallidos iluminaban las paredes.

Los Comandos se incorporaron velozmente y se prepararon para combatir. Pero sus compañeros de la Compañía 601 los contuvieron. “¡Tranquilos, no pasa nada, permanezca todo el mundo en su lugar! Es fuego de desgaste, de perturbación”, dijo un jefe de sección. Todos intentaron recuperar la calma. El lugar estaba repleto de armas y municiones, era tremendamente inflamable. Algunos hombres matizaron el momento haciendo bromas.

-Hay dos cosas que me molestan en esta vida: los mosquitos y el cañoneo naval inglés, dijo el teniente primero Luis Brun.

El chiste fue festejado por sus compañeros de arma. Unas horas después, los disparos cesaron y los efectivos se dispusieron a dormir un poco más. Fue el primer contacto que Villarruel y sus colegas tuvieron en Malvinas.

Los comandos, una fuerza capacitada para todo

Los Comandos son el cuerpo de combate élite del Ejército Argentino. “Son soldados profesionales de operaciones especiales capacitados para conducir y ejecutar tareas de alta complejidad, en cualquier ambiente geográfico y bajo cualquier condición meteorológica, integrando fracciones reducidas que operaran normalmente aisladas”, dice el historiador Isidoro Ruiz Moreno, que recopiló todas las misiones de las Compañías 601 y 602 en el libro “Comandos en acción”.


Eduardo Villarruel en "la halconera", recibiendo la visita del teniente coronel Mohamed Alí Seineldín

Sus integrantes reciben la instrucción más rigurosa y exigente. Durante meses son llevados física y mentalmente al límite de sus posibilidades. Aprenden a orientarse en los entornos más extremos, donde la ayuda pocas veces llega, donde solo ellos pueden salvarse a sí mismos. Son soldados, pero con un grado de autonomía mayor al de un combatiente regular.

En la Guerra de Malvinas, las Compañías 601 y 602 de los Comandos tuvieron un rol destacado. Fueron los únicos que tomaron prisioneros y le arrebataron una bandera al enemigo. Siempre combatieron a las SAS (el grupo Special Air Service), su equivalente en el ejército británico.

El comienzo de la guerra fue duro para el capitán Villarruel: dos días después de su llegada, en su primera misión, perdió a dos compañeros.

Cuenta el Coronel Lauría: “El 29 de mayo, por la tarde, los Comandos salieron en helicópteros hacia el monte Kent”.

-¿Cuál era su misión?

-Teníamos que ir y enterrar nuestros suministros para luego infiltrarnos en territorio ocupado por los ingleses y realizar acciones como emboscadas, tomar prisioneros, recoger información sobre el enemigo. La noche del 29 salió mi patrulla, la 3ra Sección de Asalto, de la cual yo era el segundo jefe. En otro grupo salió Villarruel con la misma misión. Los helicópteros nos dejaron al pie del monte Kent. A Villarruel lo habrán dejado a unos 500 metros. Yo fui con dos hombres a hacer una exploración nocturna. Cuando estábamos a 40 metros de la cima del monte, nos abrieron fuego desde tres posiciones distintas con ametralladoras. Pensé que quizás era Villarruel que nos confundió, porque nuestros uniformes eran muy parecidos a los de los ingleses, hasta que los escuché hablar en inglés. “Nos mandaron a la boca del lobo”, pensé. Era una emboscada.


Eduardo Villarruel con su hija bebé, Victoria

-¿Tuvieron bajas?

-Ese día tuvimos un herido: el sargento Viltes, a quien le dispararon en un talón. El grupo de Villarruel tuvo dos muertos, Rubén Márquez y Oscar Humberto Blas. Estuvimos combatiendo durante más de 14 horas: yo, en un lugar, con 12 hombres, y Villarruel, a 500 metros, probablemente con un grupo de no más de 10 hombres.

A Villarruel le pasó lo mismo que a nosotros, los estaban esperando. Sufrió esa emboscada... En situaciones así, no te queda otra que replegarte. Villarruel decidió replegarse a otra posición en monte Estancia con su gente. Al día siguiente llegué a donde estaba Villarruel, nos dimos las novedades, y él dijo que había que avisarle a Rico que no viniera porque también iba a caer en la emboscada.

Combate en el Monte Dos Hermanas

La noche del 9 de junio, con las últimas horas de luz, la Compañía 602 partió hacia el monte Dos Hermanas. Minutos más tarde se desataría una de las batallas más intensas de la guerra de Malvinas. A continuación, el recuerdo de Lauría:

“Ahí no esperábamos que el comando superior nos diera inteligencia, porque la primera que nos dieron nos hizo pelota, con la emboscada en el monte Kent. Así que nos basamos en información conseguida por nosotros en las tareas de infiltraciones que habíamos hecho previamente. Llegamos a la conclusión de que lo conveniente era tenderles a los ingleses una emboscada en el monte Dos Hermanas.

Salimos de Puerto Argentino a eso de las 7 de la tarde y llegamos al monte a las 9 de la noche. Nos organizamos de la siguiente forma: un escalón de asalto, cuya finalidad de encerrar y maniobrar a los ingleses; un escalón apoyo, en el cual estaba yo; y luego el escalón de recepción, cuya misión era recibir a cualquier herido, más allá de apoyar con el fuego y combatir. En ese estaba Villarruel.

En un momento dado, somos sorprendidos por una pequeña fracción inglesa que ataca a los argentinos que estaban a cargo de la ametralladora: Jorge Vizoso y Mario Cisnero. Abren fuego sobre ellos, matan a Cisnero y hieren a Vizoso. Y se desata la pelea... Fue un combate violento, con mucho intercambio de fuego, en medio de la oscuridad y el frío”.



Victoria Villarruel bebé, abrazada por su padre Eduardo

En un testimonio que dio para el libro Comandos en Acción, de Isidoro Ruiz Moreno, Villarruel supo decir: “Noté la superioridad del intenso fuego de los ingleses: las balas pasaron por encima de mi cabeza y prácticamente no me podía levantar; entonces, por un momento, pensé que íbamos a ser sobrepasados”.

Pero resistieron. Los argentinos, cada uno desde sus posiciones, y con la desventaja de contar con un muerto y un herido, se sobrepusieron rápidamente. “Abrimos fuego y les pegamos una paliza muy grande”, asegura Lauría.

“Diría que les ganamos. Aprecio que esa noche tienen que haber muerto muchos ingleses porque el fuego de nuestra artillería era tremendo”, escribió, años atrás, Hugo Ranieri, también miembro de la Compañía 602.

Sigue Lauría: “Luego Rico me ordena que junte a la gente y la repliegue, porque creía que los ingleses, para cubrir el repliegue de ellos, iban a abrir fuego de artillería contra nosotros. Villarruel recibe a Vizoso mientras combatía c. Es más, él no quería replegarse cuando Rico lo ordenó.

-¿Qué le dijo?

-Se quería quedar combatiendo... y de hecho lo hizo durante un rato, hasta el momento en que los ingleses empezaron a tirar con artillería. Recuerdo que pasé por su posición y le dije: “Vamos”. Y él respondió: “Sigan, yo después voy”. Lo que hizo Villarruel fue clave para que todos pudieran retirarse tranquilos”.


La Compañía de Comandos 602 antes de subir al Hércules que los trasladaría a Malvinas

“Era duro, estricto en el mejor sentido de la palabra”

El General Mauricio Fernández Funes (VGM), que también formó parte de la Compañía 602, conoció a Eduardo Villarruel siete años antes de la guerra de Malvinas, en 1975.

“Fue mi instructor en el curso de Comandos. Él era 3 años más antiguo que yo: Villarruel era de la promoción 99 y yo de la 102. El recuerdo que tengo es el de un hombre muy duro, muy estricto, en el mejor sentido de la palabra. Una persona a la que uno miraba como un muy buen profesional. Después, bueno, el entrenamiento era tan duro que queríamos que pasara rápido (ríe). Pasábamos días y noches sin dormir, con el agua a la cintura en medio de pantanos y ciénagas. El campo de entrenamiento era durísimo. Era en una isla en el delta. Le llamaban ‘El paraíso’, irónicamente.”, dice a LA NACION.



Recién llegados: los comandos reunidos en su cuartel, un gimnasio requisado a los kelpers que bautizaron como La Halconera

-¿Qué les enseñaba Villarruel?

-Él estaba a cargo de dos materias: navegación terrestre y acción psicológica. La primera consistía en saber orientarse solo, con la ayuda de las estrellas, la naturaleza y cálculos geométricos. No había GPS. El curso en sí duraba unos 3 meses. Pero en esa materia, pasamos entre 10 y 15 días con el agua a la cintura; vivíamos y dormíamos en las ciénagas.

-Al año siguiente, tuvo la oportunidad de ser instructor usted mismo y, entiendo, compartir con él la oportunidad de enseñar juntos. ¿Qué impresiones le dio entonces?

-Ya trabajando con él, encontré a un hombre que me dio su afecto y su confianza. Lo reconozco por el rigor con el que preparaba los ejercicios, un hombre con un culto al detalle, muy exigente y riguroso.

Quien recuerda muy bien la segunda materia es Lauría, quien también había tenido como instructor a Villarruel.: “Hice el curso de Comandos en 1976. La exigencia más dura es la psicológica, y él era precisamente el instructor de acción psicológica. Villarruel se transformaba en algo insoportable (ríe), en el buen sentido de la palabra. Realmente era un fenómeno, brillante, brillante. Pero había que soportarlo (ríe). Gracias a él, y a lo exigente que era, yo, en la guerra de Malvinas, pude sobrellevar las situaciones difíciles salvando mi vida y la de mis compañeros”, dice Lauría.


La Compañía de Comandos 602: Villarruel es el más alto, al fondo, a la izquierda

Malvinas: “Los comandos nunca nos rendimos”


El 13 de junio de 1982, un día antes de la rendición, los Comandos recibieron la orden de darle seguridad a la casa del gobernador. “Rico estaba enojado, no era una tarea que debieran hacer los Comandos, pero cumplimos con las órdenes”, dice Lauría.

Combatieron hasta el último minuto. “En la mañana del 14, nos estaban tirando con todo. Nos atacaban con artillería para que sus tropas de pie se pudieran acercar con cobertura. Eso habrá durado 5 minutos, hasta que los ingleses que venían hacia nosotros pararon el avance. Nosotros estábamos listos para sacudirlos. Pero se ve que ahí hubo negociaciones del alto al fuego. A los 10 minutos recibimos la orden de replegarnos 100 metros atrás. Estuvimos 4 horas esperando. Luego nos mandaron a una casa en Puerto Argentino. Al día siguiente, nos tocó la puerta un soldado inglés y nos dio la noticia. Nos dieron la orden de marchar hacia el aeropuerto. Allá estaba uno de los campos de prisioneros. Villarruel estuvo en el centro de prisioneros de San Carlos. No nos pusieron a todos en el mismo lugar. Estábamos calientes, todavía con la adrenalina alta, con ganas de seguir luchando. Pero no se podía hacer nada. Quizás suene como una fanfarronada, pero quiero destacar que nosotros no nos rendimos nunca, simplemente seguimos órdenes”.


Eduardo Villarruel

Tras la guerra, el accionar de los Comandos fue reconocido y destacado por los ingleses: “Cuando combatíamos contra unidades de conscriptos el asunto era relativamente fácil, pero cuando enfrentábamos soldados profesionales el asunto era difícil, y nos causaron serios problemas”, expresó tiempo después John Jeremy Moore, el comandante de las fuerzas terrestres británicas durante la guerra de Malvinas.

Sobre el final de la charla con LA NACION, el coronel Lauría vuelve sobre su compañero de armas Eduardo Villarruel: “Creo que su hija, la vicepresidenta, está muy orgullosa por lo que él demostró en la guerra, así como él también estaría orgulloso de verla en el lugar en el que está ahora”, arriesga.



sábado, 9 de septiembre de 2023

Operación Alcázar: El casi motín y última resistencia en Puerto Argentino

Operación Alcázar: los comandos que planearon sacar Menéndez y hacer un contraataque “en serio” contra los ingleses

Los mayores Mario Castagneto y Aldo Rico idearon un plan para resistir el embate final inglés y, de ser necesario, morir peleando. Iban a tomar la casa del gobernador en Puerto Argentino y atrincherarse. Cómo le llegó esa información a Menéndez, la acción que tomó y la misión suicida a la que fueron enviados cuando la guerra ya se terminaba

El jefe de la Compañía de Comandos 601consideraba que un contraataque era perfectamente posible. Mario Castagneto recorría permanentemente las posiciones y sabía de lo que hablaba. Pero los generales estuvieron siempre con los borceguíes lustrados, jamás se acercaron a recorrer los pozos de zorro de primera línea para calibrar la situación. De haberse animado a ensuciar su calzado, se hubieran anoticiado de que los soldados estaban enteramente dispuestos a jugarse. Siempre y cuando, claro está, los generales se pusieran al mando.

Excepto las posiciones del Regimiento 8, que estaba en Bahía Fox, el mayor Castagneto recorrió todas las unidades. Y pudo constatar que los combatientes esperaban y necesitaban la presencia de sus jefes. Esos jefes que están cerca de la tropa, que no le escurren el bulto a la primera línea, que recorren las posiciones, que tienen el conocimiento profundo de cómo está la situación por la que se está atravesando, que llevan a todas partes su aliento, que hacen la arenga final. Lo que los soldados querían era el ejemplo personal, no que los generales se quedaran encerrados en el pueblo. En vez de ello, estos generales vivían lo más tranquilos en sus casas de Puerto Argentino. Con cocinero y calefacción.

Si los de Malvinas no hubieran sido generales de escritorio, nada les hubiera impedido reunir a oficiales y suboficiales, incluyendo a aquellos que pululaban en el pueblo y en la retaguardia y, sumándoles a los comandos, lanzar ese contraataque que los ingleses tanto temían.

Pero Mario Benjamín Menéndez, jefe de la Guarnición Malvinas y gobernador del archipiélago, hacía gala de una indiferencia rayana en la resignación. Siempre me pareció que el general ya se había rendido internamente hacía mucho tiempo atrás.

Mario Benjamín Menéndez con el mayor Castagneto en Malvinas (Fotos: Nicolás Kasanzew)

El talentoso periodista Manfred Schönfeld, escribió después de la rendición:

Faltó el último coraje personal en la conducción. Si hubo sentimientos humanitarios, si no se quiso exponer a la tropa a ser víctima de una carnicería generalizada –suponiendo que verdaderamente, el armamento del enemigo era tan superior que casi diez mil hombres no pudieron resistirlo siquiera un poco más– pero en fin, si hubo ese acto de compasión para con la masa de jóvenes civiles conscriptos, nadie hubiera impedido, sin embargo, a los oficiales superiores al mando de la guarnición, licenciar a sus tropas, ordenarles rendirse, dar a conocer amplia y profundamente tal decisión a los cuatro vientos –para evitar posibles represalias ulteriores contra la tropa inerme– y una vez hecho eso, atrincherarse un puñado de hombres cuyo honor profesional los hubiera obligado a semejante acto de heroísmo, alrededor de su bandera, y pelear por ella hasta morir. De haberse dado un gesto de esta naturaleza, hoy los argentinos andaríamos con la frente más alta, e incluso en aquellos hogares atribulados por la tragedia de la pérdida o la mutilación de un hijo se sentiría que ese sacrificio impuesto por el destino fue correspondido, fue igualado, sin que quedasen sueltos los cabos de la duda y de la incertidumbre sobre la justificación del sacrificio”.

Aldo Rico en una Kawasaki KE 125 en la costa de Puerto Argentino

Sin embargo, hubo dos oficiales que quisieron hacer exactamente lo imaginado por Schonfeld: atrincherarse con un puñado de hombres y vender cara la derrota. Eran los jefes de las Compañías de Comandos 601 y 602, mayores Mario Castagneto y Aldo Rico.

La iniciativa partió del primero, quien le planteó a Rico la idea de preparar la última resistencia en Puerto Argentino. La operación se llamaría “Alcázar”, un término muy caro a Castagneto, ya que evocaba la heroica resistencia del asediado Alcázar de Toledo en 1936. El jefe de la 602 no estaba muy convencido, pero finalmente accedió ante el ímpetu y la convicción irreductible de Castagneto.

Bastante antes del arribo de Rico a Malvinas, el jefe de la 601 había anticipado que ese momento podía llegar. Y su idea era atrincherarse en la casa del gobernador. Es que en una campaña, lo que simboliza el triunfo es la conquista del objetivo estratégico; en este caso la ciudad de Puerto Argentino. Pero el enemigo no podría cantar victoria, mientras la casa del gobernador no estuviese en su poder.

Desde tiempo atrás, Castagneto creía que iba a ser necesaria una resistencia final, sin posibilidades de éxito tal vez, pero que encarnara el deseo de combatir hasta la muerte. Erróneamente se dijo luego que la idea era resistir casa por casa, pero Castagneto nunca lo imaginó así. Por empezar, era imposible con los efectivos de que disponía en aquel momento. Contaba sólo con unos sesenta hombres, ya que había perdido gente que tenía en la Gran Malvina. Sumados a los comandos de Gendarmería y los de Rico no superaban un total de noventa o cien. Pero sobre todo, Castagneto no quería escudarse en la población civil, contra la cual los ingleses no iban a disparar.

Mohamed Alí Seinldín (izquierda) se negó a formar parte de la Operación Alcázar. Dijo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera, que era una falta de disciplina

Discretamente, ambos mayores y sus jefes de sección reconocieron por dentro y por fuera la casa del gobernador, para determinar la mejor manera en que podía ser defendida. Y por expresa orden del jefe de la 601, a la que se plegó Rico, a partir del 5 de junio los comandos, tanto de Ejército, como de Gendarmería realizaron un relevamiento completo del poblado: tipos de casas, particularidades de los terrenos baldíos, lugares para hacer voladuras o tender trampas, vías de repliegue, cantidad de radios y vehículos de toda clase. Sin pedir permiso a la superioridad.

Es evidente que para Castagneto era una cuestión de honor mostrar a los ojos del mundo entero que los cuadros argentinos eran capaces de combatir hasta la muerte, aunque no tuvieran posibilidades de triunfo.

Lamentablemente, Menéndez tenía una idea bien distinta del sentido de la vida militar.

Seineldín habla frente a los Comandos. Sentado, Aldo Rico (Fotos: Nicolás Kasanzew)

Sólo quedaba la opción de desplazarlo. Pero, ¿quién tenía la talla suficiente para conducir a los cuadros a un sacrificio heroico? Las miradas de Castagneto y Rico convergieron sobre el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín. Por su prestigio, porque no estaba comprometido directamente en el combate, porque su regimiento estaba en las cercanías, parecía la persona más adecuada para ponerse al frente de la defensa de Puerto Argentino.

De ahí que, a renglón seguido de la reunión de camaradería de los integrantes de ambas Compañías de Comandos, el domingo 6 de junio ambos oficiales visitaron a Seineldín en su amplia casamata subterránea de las posiciones del Regimiento 25 y le ofrecieron un plan: apartar a Menéndez y que él se ponga al frente de una defensa en serio. Inesperadamente, el Turco rechazó de plano la propuesta. Adujo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera, que era una falta de disciplina.

Años más tarde, sin embargo, no tuvo los mismos miramientos al liderar, al menos formalmente, las asonadas de 1988 y 1990. Si bien decepcionados por la actitud de este jefe, Castagneto y Rico no abandonaron la idea de una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos mismos. Al parecer, no los amilanaba siquiera que sus actitudes fueran pasibles de consejo de guerra y fusilamiento inmediato.

Pero la intención de resistir llegó al conocimiento de Menéndez, y abruptamente todos los comandos fueron sacados de Puerto Argentino en el anochecer del 13 de junio. Se les dijo que del otro lado de Wireless Ridge, donde estaban los tanques de combustible, en la península de Freycinet, desembarcaron comandos del SAS y había que neutralizarlos. En realidad, mandaron allí un rejuntado, ya que la 602 había perdido parte de su capacidad militar y la 601 estaba desparramada, tenía gente en Howard, que no había logrado cruzar a Soledad.

Decepcionados por la actitud de Seineldín, Castagneto y Rico no abandonaron la idea de una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos mismos

Los comandos pasaron la noche bajo la nieve, mirando con los visores nocturnos, pero el SAS nunca apareció. Y a eso de las cuatro de la mañana Castagneto los impone de una nueva orden que acababa de recibir: ocupar una posición de bloqueo al oeste de la península de Cambers, en dirección a Monte Longdon, para evitar el avance de los ingleses, que venían de superar al Regimiento 7. Se trataba lisa y llanamente de una misión suicida. Unos cuarenta hombres sin armamento pesado eran ubicados a la intemperie frente a la artillería británica y dos o tres de sus batallones. “No me pregunten el por qué de esta orden”, se atajó Castagneto. Pero cuando el capitán Ricardo Frecha, que tenía con él una relación especial más allá de la profesión, lo agarra en un aparte, el mayor le dice: “No quieren que estemos en Puerto Argentino y hagamos la Operación Alcázar”.

Para evitar eso, los mandaban a una misión suicida.

“Ponernos en esa posición de bloqueo era una locura –me comenta Frecha–. Pero te aseguro que de ahí no nos íbamos a mover, moriríamos allí. Castagneto moría ahí, Rico moría ahí, yo moría ahí. Pensaba en mi esposa: bueno, ella va a poder rehacer su vida, es una linda mujer, todo pasará para ella. ¿Y mis hijos? ¡Los dejo huérfanos! ¿Trascenderé en ellos? Pero no había marcha atrás. Milagrosamente, la guerra terminó esa madrugada, y pararon todo”.

El capitán Ricardo Frecha supo que los sacaron a último momento de Puerto Argentino para impedir la Operación Alcázar (Fotos: Nicolás Kasanzew)

Ese día Castagneto agotó las baterías, llamando por radio para que los cruzaran nuevamente a Puerto Argentino. Quería volver para poner en práctica la Operación Alcázar. Y no hubo manera. Recién cuando escuchó por la radio militar que la rendición estaba acordada, después de unos cuarenta llamados que había hecho pidiendo que mandaran el barquito para cruzarlos, vio al Forrest que salía de enfrente a recogerlos,

El jefe de comandos nunca imaginó que la rendición se produciría en forma tan precipitada y sin haber ofrecido la resistencia final. Él había propuesto lo que haría cualquier soldado verdaderamente profesional: combatir sin parar. Su postura era, asimismo, altamente espiritual: pensaba en el juicio de la Historia, antes que en la propia supervivencia.

El mayor Mario Castagneto (centro) pensó que podían tomar la Casa del gobernador y resistir

Sin embargo, no necesariamente la iniciativa de Castagneto iba a ser coronada con la muerte de todos los valientes atrincherados. En 1984, ese brillante intelectual que fue Manfred Schönfeld, me decía: “No acepto de modo alguno la típica excusa de que Menéndez estaba preocupado por su tropa. Hay ejemplos en la historia de cómo resuelve eso un oficial pundonoroso. Si entre esa muchachada se hubiese corrido la voz ‘¡El general en persona está lanzándose al ataque! ¡Carga frente a nosotros contra el enemigo!’ eso los hubiera galvanizado. Porque no hay soldado; ni profesional, ni conscripto, que resista eso. Y eso es lo que debiera haber hecho el general Menéndez. También, si se hubiera atrincherado en la casa del gobernador con cuadros, anunciando a los cuatro vientos que ha licenciado a su tropa, especialmente a los conscriptos, pero que él de ahí no se mueve, que tendrán que sacarlo muerto, yo me juego la cabeza, conociendo como creo conocer a los ingleses, en cuyo país viví nueve años seguidos, que si él hace eso, los ingleses se frenan. Si llega el mensaje a Londres –y a todo el orbe–: ‘El hombre no se va a rendir. Habrá que pasarlo a cuchillo a él y a sus doscientos selectos. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a pasar por unos monstruos? ¿Cinco mil hombres vamos a masacrar a doscientos, cuando ellos con sus diez mil respetaron a nuestros ochenta Marines que estaban antes del 2 de abril?’ –me juego nuevamente la cabeza que la respuesta iba a ser: ‘Negocie con el hombre’. Y entonces, cuando se negocia, algo se saca. Algo más honorable, más digno. Pero irse así al mazo, es lamentable. Demostrativo de que ese general evidentemente no domina su oficio, ni tampoco tiene las cualidades esenciales del militar, que son el coraje y el espíritu de sacrificio”.

Después de todo, los jefes están justamente para hacer esa clase de gestos, interpretando la necesidad histórica. Menéndez, en cambio, no se rindió el 14 de junio. Ya había llegado rendido a las islas el 7 de abril.

lunes, 24 de abril de 2023

Malvinas: El enfrentamiento entre Duarte y Hamilton



Enfrentamiento entre Comandos


El 10 de Junio de 1982, ya casi sobre el final de la guerra, al norte de Puerto Howard en la isla Gran Malvina se produjo un enfrentamiento entre una patrulla de la Compañía de Comandos 601 del Ejército y una patrulla del S.A.S. (Special Air Service), al mando del capitán Gavin John Hamilton. En el Conflicto del Atlántico Sur, el Ejército participó con las Compañías de Comandos 601 y 602.
El teniente primero José Martiniano Duarte, los sargentos Eusebio Moreno y Francisco Altamirano, y el cabo Roberto Díaz, presentían que algo ocurriría.
Duarte: “De regreso a Puerto Howard veníamos muy sigilosos y cuando empiezo a dejar una pared de piedra a la izquierda escucho una comunicación de radio en inglés del otro lado de las piedras. Me paro y le hago señas a Moreno tocándome el oído. Retrocedimos y nos sacamos las mochilas. Moreno toma una granada, le saca el seguro y yo le tomo la mano para detenerlo. En una fracción de segundo pensé todas las posibilidades. Pero resultó ser la patrulla del capitán Hamilton (jefe del Escuadrón 19 del S.A.S).
Veo a un soldado arrastrándose hacia nosotros, era morocho con bigotes y tenía un pasamontaña verde oliva que me resultaba familiar (era de la Infantería de Marina Argentina y que lo habían tomado en las Georgias). Me asomo y les grité (en inglés): ¡argentino o inglés (…) Salgan con las manos en alto!).
El hombre pega un salto al costado y nos dispara una ráfaga con su fusil automático AR15. Entonces Moreno tira la granada y empieza el combate. Fuego de un lado y del otro, nos tiran una granada que cae muy por detrás nuestro.
Durante el enfrentamiento cae herido de muerte uno de ellos; en un momento veo que salen hacia mi flanco izquierdo, eran dos, nos tiraban y se movían hasta que uno de ellos se desploma (era el capitán Hamilton), y cuando el otro corre para ocupar una nueva posición y lo ve al jefe desplomarse, tira el fusil, levanta los brazos y se pone a gritar como loco, en una clara señal de que se había rendido.

Malvinas Dibujos

sábado, 3 de diciembre de 2022

Legión Extranjera: La experiencia de un voluntario argentino, hijo del comando Duarte

Duros entrenamientos, combates en la selva y en el desierto: el argentino que peleó en la Legión Extranjera

Rodrigo Duarte sorprendió a todos cuando dijo que se enrolaría en la Legión Extranjera. Con el dinero justo para un pasaje firmó un contrato por cinco años con esa unidad militar, que la literatura y el cine contribuyeron a levantar alrededor de ella una gruesa pátina de misterio y leyenda. La sorprendente historia de un hombre que se esforzó para ser “el mejor entre los mejores” en una unidad para cuyos integrantes es la patria misma
Por Adrián Pignatelli || Infobae

Rodrigo Duarte, el protagonista de esta historia. Entonces era Carlos Delgado

A simple vista, el departamento está amueblado y decorado como tantos que pueden encontrarse en pleno barrio de Belgrano. Sin embargo, a medida que la charla avanza, el entrevistado se levanta y busca para apoyar su testimonio un recuerdo, una foto o un objeto. Ahí uno cae en la cuenta que por todos lados hay testimonios relacionados a su paso por la mítica y misteriosa Legión Extranjera, de la que por ocho años fue un miembro destacado.

Rodrigo Estanislao Duarte nació el 30 de agosto de 1975 en Campo de Mayo y desde que estaba en el Liceo Militar le atrajo esa lejana unidad militar de la que se tenía referencia por la literatura y las películas de acción. Un viejo jefe de grupo del Liceo se había enrolado y los relatos que enviaba en sus cartas lo entusiasmaba a seguir sus pasos. Pero el contrato que debía firmar, de cinco años, lo consideraba demasiado.

No se animó entonces, a pesar que su mejor amigo sí se fue. Entró al Colegio Militar pero sintió que no era su lugar. Hay una cierta tradición familiar: el papá de Rodrigo es José Martiniano Duarte, veterano de la guerra de Malvinas, jefe de la primera sección de la Compañía Comando 601 que protagonizó un enfrentamiento con comandos ingleses en la isla Gran Malvina.

Fotografiado en África. En ese continente, participó en misiones en Costa de Marfil y Congo

En 2002 tomó la decisión, que le costó fuertes discusiones con sus padres. Pero estaba decidido. Consiguió un empleo en un hotel, ya que necesitaba ahorrar para el pasaje y concurrió a la embajada de Francia. Le indicaron que la forma de enrolarse era ir directamente al cuartel de la Legión en Aubagne, Marsella, una comuna francesa ubicada en el departamento de Bocas del Ródano, en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, donde se realiza el reclutamiento.

Con el dinero justo en el bolsillo, viajó a Barcelona donde se alojó en la casa de un primo. Abordó un tren a Marsella y luego otro a Aubagne, donde llegó un sábado a la noche.

La de Afganistán fue la misión en la que tuvo su bautismo de fuego.

Las calles estaban desiertas, no conocía el idioma e ignoraba dónde quedaba el cuartel. De pronto a lo lejos vio la figura recortada de un hombre. Hacia él se dirigió y como pudo le preguntó cómo llegar. El hombre murmuró palabras inentendibles pero se corrió el cuello de su camisa y le mostró un tatuaje. Había entendido. Era legionario. Lo dejó en la entrada de la unidad militar.

Cuando Duarte se hizo entender con el militar que estaba en la puerta del cuartel que quería ser reclutado, éste le respondió que volviese el lunes. Pero no tenía dinero donde alojarse e insistió en ingresar y el legionario repitió en que regresase el lunes. Hasta que logró torcer la voluntad y lo hizo entrar.

"La Legión nuestra Patria", el lema de la legión. Las medallas de Duarte de su paso por esta particular unidad militar.

Pasó a una oficina y apareció un hombre corpulento de tez morena que se puso a escribir a máquina, mientras le ordenó que se desnudase. Todas sus pertenencias y documentos las guardó en una bolsa y le proveyeron de un overall celeste. El hombre lo señaló con el dedo y le dijo “Carlos Delgado”. Esa sería su nueva identidad en la Legión, por lo menos durante los tres primeros años. Un nuevo nombre significaba otra identidad y era como un borrón y cuenta nueva con su pasado. La Legión Extranjera daba a cada hombre una segunda oportunidad.

En ese momento no imaginó que años después él también recibiría a los nuevos reclutas.

El quepis, uno de los recuerdos de este legionario argentino.

Esa noche durmió en un cuarto con un eslovaco y un ruso. De ahí en más conviviría con una mezcolanza de hombres, algunos solitarios, otros aventureros, románticos o inadaptados de más de 100 nacionalidades.

Debió someterse a exámenes físicos, psicotécnicos y médicos y luego a lo que los legionarios llaman “la Gestapo”. En largas entrevistas, el aspirante debe contar, con lujo de detalles, toda su vida, sin omitir ningún detalle. A Duarte le alcanzaron una resma de papel y le ordenaron que escribiese toda su vida, día por día, desde 1990 hasta ese momento.

Junto a combatientes afganos. En ese país tuvo su bautismo de fuego.

Las semanas siguientes fueron todos iguales: luego de un entrenamiento físico por la mañana, eran enviados a desempeñar esas tareas que nadie quiere hacer: destapar cloacas, limpiar baños de asilos y hospitales, trabajos de limpieza. Mientras tanto, había aspirantes que quedaban en el camino. Llevaba el distintivo azul, que indicaba al más recluta.

Del distintivo azul pasó al rojo, lo que lo convertía a estar listo para firmar el contrato rentado por cinco años en una unidad donde la disciplina, la solidaridad y el respeto constituyen su código de honor.

El verde y rojo cortados en diagonal son los colores de la bandera de la Legión. En tiempo de paz, el verde se coloca arriba y en tiempos de guerra, al revés.

Se ve reflejada en la escafandra la imagen de Duarte. Fue un obsequio por su paso como comando anfibio.

Recordó a Infobae que estuvo un año y cuatro meses sin ver la vida civil. En su primera licencia fue a sentarse en un café solo para ver gente pasar. De todas maneras, subrayó que “yo quería eso; ser parte de los mejores”.

Lo enviaron a Castelnaudary, al sur de Toulouse, donde fue sometido a medio año de instrucción pura. Ya había quedado atrás las tareas más inmundas de limpieza. Asistió a clases donde se le enseñó el francés -el idioma oficial de la unidad-, cultura de la Legión y sus costumbres, y rindió además los exámenes de conductor de auto y camión.

Formación de legionarios, en una de las despedidas que se le brindó a Duarte

Aprendió de memoria el código de honor y el extenso cancionero de la legión sobre diversos temas. Si bien las recuerda todas, sus preferidas son La Legión Marche, que entre sus estrofas, dice: “La Legión marcha, hacia el frente, cantando seguimos herederos de sus tradiciones estamos con ella; somos los hombres de las tropas de asalto, soldados de la antigua Legión. Mañana ondeando nuestras banderas, como vencedores desfilaremos”.

Otra de sus preferidas es Adieu Vieille Europe: “Nosotros los condenados de toda la tierra, nosotros los heridos de todas las guerras, no podemos olvidar; una desgracia, una vergüenza, una mujer que adoramos. Nosotros que tenemos sangre caliente en nuestras venas, cucaracha en la cabeza, en el corazón las penas; recibir, dar gnomos, nombre, sin miedo, camino a la Legión”.

Tarjeta que se le da a cada legionario cuando se va de baja. Contiene dos números de teléfonos y un correo electrónico

De la instrucción en el cuartel pasó a algo un poco más duro: el entrenamiento en lo que ellos llaman la granja, donde son sometidos a las más exigentes pruebas físicas. “Marcha o muere” es la consigna.

La comida era un guiso, café y mucho pan y era habitual que los superiores hicieran que se salteasen comidas. Siempre tenían hambre y frío.

Al finalizar esa etapa, Duarte terminó primero de toda la sección. Esto le abrió la puerta de elegir la unidad donde quisiera desempeñarse. Optó por el II Regimiento Extranjero de Paracaidistas, situado en Calvi, al norte de la isla de Córcega. Es un regimiento de Fuerzas aerotransportadas y es parte de la 11a Brigada de Paracaidistas y la punta de lanza de la fuerza de reacción rápida.

Duarte hoy. Se dedica a la actividad privada y está en contacto con muchos de sus compañeros

El oficial que lo recibió dijo que tenía para él dos noticias, una buena y una mala. La buena era que había sido destinado a la compañía anfibia; Duarte era nadador. La mala era que su instructor sería otro argentino, y se convertirían en grandes amigos.

Se alojaban en habitaciones para cuatro personas, con el equipo siempre listo. El regimiento contaba con todas las comodidades, como negocios de distintos ramos, proveedurías y bares de los mejores.

En Francia estaba prohibido la prostitución. Aún así en la isla era famosa Lorena, la única prostituta, que no solo era por demás conocida en el regimiento, sino que ocupaba un lugar en el palco en las fiestas oficiales, y hubo hombres que se tatuaron su rostro. En el cancionero de la Legión, hay temas dedicados a ellas.

Duarte estuvo destinado en diversas misiones. Primero en Costa de Marfil, participando de la Operación Licorne. Se ocupó de reconocimiento y control de zona y apoyo a la población civil en peligro y en brindar en seguridad de los contingentes de Naciones Unidas y de la población civil que estuviera en peligro.

En un descanso, en Afganistán. Allí estuvo ocho meses.

Vivían en plena selva y dormían en hamacas, lo más despegado del suelo posible. Debían tomar todos los días una píldora contra el paludismo. A su regreso dejó de tomarla y debieron internarlo por esa enfermedad.

Luego pasó a Gabón, donde estuvo cuatro meses, que incluyó entrenamiento, ensayo y readecuación del “Plan de Evacuación de Población Expatriada Francesa” en ese país. Fue el responsable de la seguridad en distintas bases y aeropuertos en Libreville y Port Gentil.

De ahí fue enviado al Congo, donde participó de un curso comando. Por último, Afganistán. “La Legión es un celibato de la milicia, se está en alerta permanente”. En el decálogo del legionario, la misión es sagrada.

La carrera de Duarte fue excepcional, porque en menos de lo que esperaba se transformó en instructor de la compañía anfibia y en monitor de paracaidismo. Hizo el curso de cabo y cuando combatió en Afganistán lo hizo con el grado de sargento. En ese país tendría su bautismo de fuego.

Haciendo la venia a la francesa, mostrando la palma de la mano.

Fueron ocho los meses que permaneció allí. Estuvo en la base Tora, al norte de Kabul, y la recuerda ubicada al lado de una colina. Durante la invasión rusa, había sido escenario de una masacre llevada adelante por los talibanes. Debían brindar seguridad a la base y controlar un territorio de 115 kilómetros cuadrados.

Apenas llegó no la pasó bien. Levantó mucha fiebre por un forúnculo. Los médicos debieron operarlo, y su miedo era ser evacuado y perderse la acción. El postoperatorio duró una semana y le sirvió para confraternizar con veteranos y civiles.

En Afganistán vivió la guerra cara a cara y, aunque no se admita abiertamente, convive en cada legionario el deseo de enfrentarse a la muerte. Integró el batallón “Altor” de la task force “Lafayette”, desarrollando misiones en las regiones de Uzbeen, Surobi, Kapisa y Tagab.

Su primer enfrentamiento fue en una emboscada que intentaron tenderle. Además participó de tiroteos dentro de los vehículos en el que se movilizaban y en una acción cercana a la frontera con Pakistán, sus compañeros lo dieron por muerto. Habían visto, a lo lejos, a dos hombres junto a un buey que, de pronto, se escondieron detrás de una piedra. Los sorprendieron con un vetusto cañón sin retroceso que empezó a dispararles con increíble puntería. Uno de los proyectiles impactó muy cerca y lo hizo volar por los aires.

Si bien se movilizaban en helicópteros, hubo trabajosas marchas por la montaña. En los patrullajes por esas aldeas que a simple vista parecían abandonadas en el medio del desierto, aprendió a estar en permanente alerta, a oler la adrenalina y a percibir el peligro inminente cuando el silencio aturdía.

En un paredón del cuartel de la Legión, están inscriptos los nombres de sus caídos. En ese lugar se encuentra esta piedra.

Los jefes daban el ejemplo. Como cuando le ordenaron pasar al asalto y al llegar al lugar estaba el propio jefe del regimiento. Ellos también combaten.

Tuvo la fortuna de no haber sido herido en batalla aunque sufrió varias fracturas en su período de instrucción, especialmente cuando se tiraba en paracaídas y caía a tierra como una bolsa de papas por el peso que acarreaba.

A su regreso de Afganistán, lo nombraron jefe del Centro Anfibio. Lo que le quedó pendiente es que nunca hizo un salto operacional, esto es, no se arrojó en paracaídas en situación de combate.

Cuando terminó su contrato de cinco años, decidió quedarse y a los tres años consideró que debía ponerle un punto final a esa historia. Fue objeto de innumerables despedidas, llenas de afectos y emociones.

Recibió diversos premios, condecoraciones y distinciones. La Citación a la Orden de la Brigada con atribución de la “Cruz del valor militar” con Estrella de Bronce; La Cruz del Combatiente; la Medalla de Ultra-Mar; la Medalla de Reconocimiento de la Nación; la Medalla de la Defensa Nacional de Plata; la Medalla de la OTAN; la Medalla Conmemorativa de Afganistán y la Letra de felicitación Mandato Costa Marfil en la Operación Licorne. Además le obsequiaron una escafandra por su paso por el comando anfibio, que guarda como un preciado recuerdo.

Un compañero se le largó a llorar en una cena en Marsella, pidiéndole que no los abandonase. “Es que la Legión te inculca morir por tus compañeros, que son tu familia. Uno pelea por eso”, explicó.

Al irse le dieron una tarjeta -como hacen con todos- que conserva como tesoro. Tiene un nombre y dos números de teléfono, al que puede llamar en caso de estar en problemas, desde cualquier parte del mundo, cualquier día y a cualquier hora.

Luego de tres o cuatro años de ingresado a la Legión, había ido a la Argentina de visita. Pero ahora no quería volver sin tener un trabajo asegurado. Un amigo le comentó que YPF estaba a la búsqueda de un jefe de seguridad y aplicó. Y de ahí en más construyó una carrera en el sector privado.

“No extraño a la Legión, para mí es un ciclo cumplido”. Aún así por 2016 volvió de visita, esta vez con su pequeña hija María Francisca, una fanática de River que cada vez que juega de local debe llevarla a la cancha, a pesar de que a él no le gusta el fútbol.

Hoy se mantiene en permanente contacto con muchos de sus camaradas, tanto en actividad como retirados como él, porque no importa el tiempo transcurrido, la Legión sigue siendo su familia por la que arriesgó la vida.

En su perfil de Linkedin hay subida una fotografía de una piedra junto al muro que recuerda a todos los caídos de la Legión. Tiene esculpida en francés la siguiente leyenda: “En la tierra empapada en la sangre de los legionarios, el sol nunca se pone”.

Cuando le mostró a Infobae la tarjeta con un número de teléfono, la sacó de su billetera. Porque a su manera Duarte sigue siendo legionario.


sábado, 4 de junio de 2022

Malvinas: El coraje de Losito en la casa de Top Malo

Batallar hasta caer desangrado: la epopeya del comando Losito en el combate de Top Malo House

El sangriento enfrentamiento de trece comandos argentinos con un grupo de choque de la brigada de comandos del Reino Unido. Las balas que lo hirieron, la sangre que perdió, como disparó hasta el último aliento. Y el inglés que en vez de matarlo, lo salvó
El puesto ovejero donde se refugiaron los 13 comandos argentinos al borde del río Malo

Trece comandos argentinos de la Compañía 602, exhaustos y calados hasta los huesos, han logrado guarecerse en un puesto ovejero a orillas del río Malo. Pero a la mañana son sorprendidos por los británicos, que los doblan en número.

Desde el piso de arriba, en medio del fuego cruzado del enemigo y del producido dentro de la casa por los impactos, el teniente Ernesto Espinosa acribilla a los ingleses con su fusil de francotirador Mannlicher. Se le ha ordenado que salga de la ventana, pero hace caso omiso: “No, de acá puedo apoyarlos mejor”. Una certera granada de M79 le pega en el pecho y termina con su heroica vida. Pero gracias a la inmolación de Espinosa, el capitán Vercesi y el resto de los comandos, pueden salir y combatir.

Horacio Losito es el último en abandonar la casa. Apenas sale, una granada M79 explota detrás del teniente primero. Una esquirla lo hiere en la cabeza, lo arroja al suelo, y cae boca abajo, arriba del fusil. Tiene un zumbido terrible en los oídos, está sordo. Se siente quemado por dentro, totalmente aturdido, pero en unos segundos comienza a recuperar el control.

Mueve las piernas, los brazos, y ve a cuatro o cinco ingleses, a unos 15 metros de distancia, que siguen disparando contra la casa con lanzagranadas M79. En un medio giro, Losito toma el fusil y abre fuego contra ellos en automático. Es que el selector de disparo en ametralladora se ha corrido en la caída, y por eso sale la ráfaga. Uno de los británicos cae y el oficial argentino aprovecha para correr hasta el río que habían cruzado el día anterior. Los disparos pican alrededor suyo en forma tan tupida, que la turba parece estar en ebullición.

El comando Horacio Losito

El trayecto hasta el río es de unos 120 metros. Losito corre cinco o seis segundos, se arroja al suelo, abre fuego, se levanta y sigue corriendo. Cada vez que se yergue, prepara mentalmente el cuerpo para recibir un balazo, ya que no hay ningún tipo de cubiertas. Tras cruzar un alambrado, antes de llegar al río, encuentra un zanjón largo: le parece ideal para quedarse a combatir ahí y no seguir jugándole a la suerte corriendo.

Pero antes de poder parapetarse, recibe un tiro de fusil en el muslo derecho, que lo hace caer de espaldas al zanjón. Siente la pierna helada y al mismo tiempo el calor de la sangre que corre por ella; аdemás de la sangre que le empapa la cabeza. Pero tras la conmoción inicial, se dice: “¿Para qué tuve tanto entrenamiento de comando? ¡A ver! ¡A sobreponerse!”.

Losito ve que los hombres del British Mountain and Arctic Warfare Cadre, un grupo de choque de la brigada de comandos del Reino Unido, avanzan contra él. Iba a hacerse un torniquete con su pañuelo de paracaidista, pero advierte que no hay tiempo para ello. Agarra el fusil y comienza a disparar, frente a esa avalancha, esa locomotora que se le viene encima gritando y haciendo fuego. Es el asalto final. El teniente primero ve que los ingleses van cayendo a medida que atacan, pero la munición se le está agotando. De los cinco cargadores, le queda uno, el último.

En eso ve cómo cae herido el sargento primero Humberto Medina, que estaba combatiendo delante suyo a la derecha. Medina pide auxilio y el sargento primero Mateo Sbert, que lo había sobrepasado, vuelve sobre sus pasos para socorrer al camarada. Con ello atrae el fuego enemigo hacia sí y cae abatido.

Los comandos argentinos prisioneros de los ingleses en Top Malo House luego de un sangriento combate

El combate prosigue, todo es confusión. De repente, Losito ve que en un codo de la zanja aparece el teniente primero Gatti, transmitiéndole la orden del jefe de sección:”No tire más, mi teniente primero, nos rendimos”.

El capitán Vercesi ha evaluado la situación, tiene un alto porcentaje de bajas: dos muertos, seis heridos y la munición prácticamente agotada, сon lo cual ya no podría cumplir misión alguna. Y decide rendir la patrulla.

Pero Losito le grita a Gatti: “¡No se rindan, carajo! ¡Sigan combatiendo! ¡Y usted cúbrase, que está expuesto!”. Todo esto se desarrolla en segundos, la secuencia es vertiginosa.

El teniente primero continúa disparando hacia su izquierda y de repente siente piques de fusil o pistola ametralladora -porque son muy seguidos- que provienen de la derecha. Ya está muy mareado por la gran pérdida de sangre, pero gira su cabeza y muy cerca, porque les pudo ver la cara, vienen corriendo, gritando y tirándole dos ingleses. Logra girar el fusil, dispara y le acierta a uno de ellos, que se desploma. Al otro, sin embargo, el más bajito, morocho, de tez olivácea, bien enmascarado, no le puede hacer fuego: ya no tiene control de su cuerpo por la enorme pérdida de sangre sufrida. Lo único que lo mantiene alerta era la adrenalina.

Losito se muerde las labios para no desmayarse, porque piensa que si se deja ir, ya nunca recobrará el conocimiento. Como en cámara rápida reza, se encomienda a la Virgen María, le dice a su mujer “disculpame, no voy a poder volver como te lo prometí”, se acuerda de sus hijos y espera que ese hombre parado en el borde de la zanja, apuntándole y gritándole algo, abra fuego.

Pero el inglés no dispara. Le está ordenando que levante las manos, porque tiene el fusil apoyado en su cuerpo. Como Losito no entrega el arma, lo agarra de la chaquetilla y lo saca de la zanja. De inmediato sabe que las heridas son graves. Le coloca una inyección de morfina en el muslo izquierdo, directamente, a través de la ropa, y le escribe una M en la frente, para que no le vayan a dar otra dosis. El británico está muy nervioso por la adrenalina del combate, grita, apoya una pierna encima de Losito, pero finalmente le dice: “Para tí ha terminado la guerra”.

Lo que quedó de la casilla luego del combate, las explosiones y el tiempo

El soldado se llama Raymond Say. El comando argentino lo contactó después de la guerra y conserva hacia él un sentimiento de admiración. “Un tipo recontra profesional, en el fragor del combate podía haber acabado conmigo, pero mantuvo el control de sí mismo”, me dice Losito.

-¿Cómo es que querías seguir combatiendo, Horacio, doblemente herido y ya solo?

-Espinosa, Estévez, protagonistas de actos heroicos que estremecen, no los realizaron espontáneamente. Fueron entrenados, educados en esa línea de valentía, en el curso de comandos. La boina de comando en el Ejército Argentino se lleva, por tradición, ladeada a la izquierda. Para lograr el efecto, hay que presionar ese costado. Los comandos lo hacíamos colocando encima de la boina una bala de fusil. ¿Qué simbolizaba esto? Después de agotar munición, hay que usar esa bala para no caer prisionero. La última bala es para uno mismo.