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miércoles, 7 de agosto de 2024

Invasión musulmana a Europa: La batalla de Poitiers


La batalla de Poitiers




La batalla de Poitiers, antiguamente llamada batalla de Tours, tuvo lugar el 10 de octubre de 732 entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel y un ejército musulmán a las órdenes del valí (gobernador) de Al-Ándalus Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia. Durante la batalla, los francos (cristianos) derrotaron al ejército musulmán y al-Gafiqi resultó muerto.​ Esta batalla frenó la expansión musulmana hacia el norte desde la península ibérica y es considerada por muchos historiadores como un acontecimiento de gran importancia histórica, al haber impedido la invasión de Europa Central por parte de los musulmanes y preservado el cristianismo como la fe dominante durante un periodo en el que el islam estaba sometiendo gran parte de los territorios del Imperio romano de Oriente y había acabado por conquistar al Imperio persa sasánida, expansión que comenzó en el 632 tras la muerte de Mahoma.​ Las fuentes de esta batalla son escasas, y ni siquiera se sabe con certeza el año de la batalla, puesto que las fuentes musulmanas de Al-Ándalus de la época la situaron en torno al 732, pero la Crónica de 754, cristiana y contemporánea, sugirió que el combate se produjo a finales de 733 o 734, probablemente en octubre.


Antecedentes

  • Expansión del califato omeya: a principios del siglo VIII, el califato omeya expandió sus territorios rápidamente, conquistando grandes partes de la península Ibérica (actual España y Portugal) y avanzando hacia el norte hacia la Galia (actual Francia).
  • Reino franco: el reino franco, bajo el gobierno de la dinastía merovingia, atravesaba una época de agitación interna y fragmentación, y los señores locales tenían un poder significativo. Carlos Martel, el mayordomo de palacio, era el gobernante de facto de los francos, conocido por su destreza militar y la consolidación del poder.

Los sarracenos llegaron a Europa, a la península ibérica, en el 711 y a partir del noreste de esta península sometieron fácilmente Septimania, establecieron Narbona como su capital (denominándola Arbuna), otorgando unas condiciones honorables a sus habitantes, pacificaron rápidamente el suroeste de lo que hoy es Francia y amenazaron durante unos años los territorios francos. El Duque Odón de Aquitania (también conocido como Eudes el Grande) había derrotado decisivamente una importante fuerza musulmana en 721 en la denominada batalla de Tolosa, pero las razias musulmanas continuaron, llegando en el año 725 hasta la ciudad de Autun en Borgoña. Amenazado por los musulmanes por el sur y por los francos desde el norte, Odón se alió en 730 con Uthman ibn Naissa, denominado «Munuza» por los francos, el que posteriormente sería emir bereber de la región que más o menos coincidiría con la actual Cataluña. Como tributo, Odón dio a su hija Lampade en matrimonio a Uthman para sellar la alianza, y las razias musulmanas a través de los Pirineos (la frontera sur de Odón) terminaron.

Sin embargo, el año siguiente Uthman se sublevó contra el valí de Al-Ándalus al-Gafiqi, pero este acabó rápidamente con la revuelta, dirigiendo después su atención contra el antiguo aliado del traidor, Odón. El paso de los Pirineos lo realizaron por los puertos de Somport y Roncesvalles, según una fuente árabe no identificada: «Aquel ejército pasó por todas partes como una tormenta devastadora». El duque Odón (denominado rey por algunos) reunió su ejército en Burdeos, pero fue derrotado en la batalla del Garona, y Burdeos saqueada. La matanza de cristianos en el río Garona fue especialmente terrible. Según las crónicas de Isidoro Pacense (Incipit Epitome Imperatorum, vel Arabum Ephemerides, atque Hispaniae Chronographia Sub Uno Volumine Collecta) «solus Deus numerum morientium vel pereuntium recognoscat» ("solo Dios conoce el número de muertes"). Las tropas musulmanas procedieron entonces a devastar totalmente aquella parte de la Galia, y sus propias crónicas afirmaron:

Los creyentes atravesaron las montañas, arrasaron el terreno abrupto y el llano, saquearon hasta bien adentro el país de los francos y lo castigaron todo con la espada, de forma que cuando Eudes trabó batalla con ellos en el río Garona, huyó.


Odón pidió ayuda a los francos, una ayuda que Carlos Martel solo le concedió después de que Odón aceptara someterse a la autoridad franca. La derrota de Odón dio a Carlos Martel una oportunidad ideal para atacar a al-Gafiqi, que había sufrido pérdidas en Burdeos.

En 732, una fuerza incursora musulmana se dirigía en dirección norte hacia el río Loira, encontrándose fuera del alcance de sus líneas de suministro. Un posible motivo, según el segundo continuador de la Crónica de Fredegario, eran las riquezas de la Abadía de San Martín en Tours, la más prestigiosa y sagrada de aquel tiempo en el oeste de Europa. Al tener noticias de esta incursión, el Mayordomo de Palacio de Austrasia, Carlos Martel, reunió a su ejército, de unos 15.000 a 75.000 veteranos, y marchó hacia el sur.


La batalla

  • La batalla comenzó con escaramuzas y ataques de prueba por parte de la caballería omeya. Los francos se mantuvieron firmes y mantuvieron su formación defensiva.
  • Un momento clave se produjo cuando las fuerzas francas lanzaron un contraataque dirigido contra el campamento omeya. Esto provocó confusión y pánico entre las tropas omeyas, lo que debilitó su ofensiva.
  • Durante la lucha, Abdul Rahman Al Ghafiqi fue asesinado, lo que provocó aún más confusión y, en última instancia, provocó la retirada de las fuerzas omeyas.

Carlos Martel situó a su ejército en un lugar por donde esperaba que pasara el ejército musulmán, en una posición defensiva. Es posible que su infantería conjuntada, armada con espadas, lanzas y escudos, presentara una formación del tipo falange. Según las fuentes árabes, se dispusieron formando un gran cuadro. Ciertamente, dada la disparidad entre los dos ejércitos —los francos eran casi todos soldados de infantería, en tanto que los musulmanes eran tropa de caballería, ocasionalmente con armadura—, Carlos Martel desarrolló una batalla defensiva muy brillante.


La Batalla de Poitiers, 732 (en una imagen de 1880)

Durante seis días, los dos ejércitos se vigilaron con solo escaramuzas menores. Ninguno de los dos quería atacar. Los francos estaban bien equipados para el frío y tenían la ventaja del terreno. Los musulmanes no estaban tan bien preparados para el frío, pero no querían atacar al ejército franco. La batalla empezó el séptimo día, puesto que al-Gafiqi no quería posponer la batalla indefinidamente.

Al-Gafiqi confió en la superioridad táctica de su caballería, y la hizo cargar repetidamente. Sin embargo, esta vez la fe de los musulmanes en su caballería, armada con sus lanzas largas y espadas, que les había dado la victoria en batallas anteriores, no estaba justificada. En una de las raras ocasiones en las que la infantería medieval resistió cargas de caballería, los disciplinados soldados francos resistieron los asaltos, pese a que, según fuentes árabes, la caballería musulmana consiguió romper varias veces el exterior del cuadro franco. Pero a pesar de esto, la fuerza franca no se rompió.


Se trata de una imagen de la conquista islámica de la península ibérica.

Según una fuente franca la batalla duró un día y según las fuentes árabes, dos. Cuando se extendió entre el ejército musulmán el rumor de que la caballería franca amenazaba el botín que habían tomado en Burdeos, muchos de ellos volvieron a su campamento. Esto le pareció al resto del ejército musulmán una retirada en toda regla, y pronto lo fue. Mientras intentaba frenar la retirada, al-Gafiqi fue rodeado y finalmente muerto. La carga definitiva de la caballería del Duque Odón, que aguardaba oculta en los bosques al norte de la posición del cuadro de Carlos Martel, resultó en un movimiento envolvente a la manera de los ejércitos francos, como si de un martillo contra un yunque se tratara, acabando con toda posibilidad de reagruparse del ejército enemigo. Los musulmanes supervivientes regresaron a su campamento.

Al día siguiente, cuando los musulmanes abandonaron la batalla, los francos temieron una emboscada. Solo tras un reconocimiento exhaustivo del campamento musulmán por parte de los soldados francos se descubrió que los musulmanes se habían retirado durante la noche.

Consecuencias

Victoria de los francos

  • La batalla finalizó con una victoria decisiva para Carlos Martel y las fuerzas francas. El ejército omeya se retiró y se detuvo la expansión del califato omeya en Europa occidental.



La batalla de Poitiers (en la esquina derecha superior del mapa) representa el final del avance de los ejércitos islámicos en Europa occidental. Los francos expulsarían a los musulmanes al sur de los Pirineos pocos años después.

El ejército musulmán se retiró al sur, más allá de los Pirineos. Carlos se ganó su apodo Martel ('Martillo') en esta batalla. Continuaría expulsando a los musulmanes de Francia en los años siguientes y volvería a derrotarlos en la batalla cerca del río Berre y en Narbona.

No puede ser menospreciada la importancia de estas campañas, de la batalla de Poitiers y de las últimas campañas en 736 y 737 para eliminar las bases musulmanas en la Galia y suprimir la capacidad inmediata para ampliar la influencia islámica en Europa. Edward Gibbon y su generación de historiadores, así como la mayoría de los expertos modernos, convienen en que fueron indiscutiblemente decisivos en la historia del mundo. Parece incuestionable que Martel dominó esta era de la historia de una manera como pocos hombres hicieron. Sin embargo, a pesar de esta batalla, los musulmanes conservaron Narbona y la Septimania durante otros 27 años. Los tratados firmados anteriormente con la población local se mantuvieron firmes y se consolidaron incluso en 734, cuando el gobernador de Narbona, Yúsuf ibn Abd ar-Rahmán al-Fihri, llegó a acuerdos con varias ciudades de la zona para defenderse contra las intromisiones de Carlos Martel, que se había expandido hacia el sur brutal y sistemáticamente a fin de ampliar sus dominios. Carlos falló en su intento de tomar Narbona en 737, cuando la ciudad fue defendida por los habitantes cristianos (visigodos) con el apoyo de las tropas musulmanas acantonadas.

Localización

Pese a la gran importancia asignada a esta batalla, el lugar exacto donde tuvo lugar es desconocido. Muchos historiadores asumen que los dos ejércitos se encontraron en el punto donde los ríos Clain y Vienne confluyen, entre Tours y Poitiers.

Fecha 10 de octubre de 732
Lugar Entre Tours y Poitiers, Francia.
Coordenadas 47°23′37″N 0°41′21″E
Resultado Victoria franca decisiva
Beligerantes
Reino franco Califato Omeya
Bereberes
Comandantes
Carlos Martel
Eudes de Aquitania
Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi †
Fuerzas en combate
Desconocidas
Estimación moderna: 15 000​-30 000​ infantes
Desconocidas​
Estimación moderna: 40 000-60 000 jinetes​
Bajas
Desconocidas
Estimación moderna: 150-500 muertos
Desconocidas
Estimación moderna: 12 000 muertos



Importancia

  • Detuvo la expansión musulmana: la batalla se cita a menudo como un punto de inflexión que detuvo la expansión del Islam hacia el norte en Europa occidental.
  • Surgimiento de la dinastía carolingia: la victoria de Carlos Martel consolidó su poder y preparó el terreno para la futura dinastía carolingia, que culminó con el reinado de su nieto, Carlomagno.
  • Influencia cultural y religiosa: la batalla reforzó la identidad cristiana de Europa occidental y marcó un momento significativo en el conflicto entre los mundos islámico y cristiano.

Contemporáneos cristianos, desde la Crónica mozárabe pasando por Beda el Venerable y hasta Teófanes, el cronista bizantino, registraron cuidadosamente la batalla y fueron rápidos en extraer lo que veían como sus implicaciones. Estudiosos posteriores pero antiguos, tales como el inglés Edward Gibbon (1737-1794), opinaron que, si Carlos hubiese sido derrotado, los musulmanes hubieran conquistado fácilmente una Europa dividida. Gibbon escribió: «Una marcha victoriosa se había extendido mil millas desde el peñón de Gibraltar hasta las orillas del Loira; la repetición de un espacio igual hubiera llevado a los sarracenos a los confines de Polonia y a las Tierras Altas de Escocia; el Rin no era más infranqueable que el Nilo o el Éufrates, y la flota musulmana podría haber navegado sin una batalla naval hasta las bocas del Támesis».

Algunas estimaciones modernas del impacto de la batalla (Roger Collins, Archibald Lewis, etc.) han marcado distancias con la posición extrema de Gibbon, y en cualquier caso opinan inviable una continua expansión por razones de falta de cohesión interna. Su conjetura recibe, no obstante, el apoyo de otros muchos historiadores. Aun así, dada la importancia que los registros árabes de la época dieron a la muerte de al-Gafiki y a la derrota en la Galia, y a la consiguiente derrota y destrucción de las bases musulmanas en lo que ahora es Francia, es muy probable que esta batalla tuviera una importancia macrohistórica al frenar la expansión del islam en Occidente. Esta derrota fue el último gran esfuerzo de la expansión islámica mientras hubo todavía un califato unido, antes de la caída de la dinastía de los Omeyas en 750, solo 18 años tras la batalla.

Según otros historiadores, «Carlos Martel rechazó solo una de las constantes razzias que los musulmanes emprendían estacionalmente en busca de botín. Antes, los francos habían derrotado ya algunas de estas incursiones sin ánimo expansionista, y las mismas se siguieron produciendo después hasta que Pipino el Breve acabó con los restos del poder musulmán en Francia en 759 y su hijo Carlomagno pasó a combatir en Hispania. Actualmente muchos creen que, aunque la campaña que llevó a la batalla fue solo de saqueo y no de expansión, esta fuerza era sin duda la mayor que pisó territorio francés. No obstante, la contemporánea y cristiana Crónica mozárabe refiere que las tropas comandadas por Carlos (varias décadas después apodado "Martel") superaban ampliamente en número a las de Gafiqi. Con esta batalla se debilitó mucho el poder musulmán en el sur de Francia, perdió a su mejor comandante y con él toda ocasión de conquista al norte de los Pirineos.






lunes, 23 de octubre de 2023

Medioevo: El arte medieval de la guerra

El arte medieval de la guerra

Parte I || Parte II
Weapons and Warfare



“¿Cuál es la función de la caballería ordenada?” escribió el filósofo inglés del siglo XII Juan de Salisbury. “Proteger a la Iglesia, luchar contra la traición, reverenciar el sacerdocio, defenderse de la injusticia de los pobres, hacer la paz en tu propia provincia, derramar sangre por tus hermanos y, si es necesario, dar tu vida. ” Este fue un ideal espléndido, a menudo puesto en práctica durante la Edad Media. Todavía persiste en la tradición de los oficiales del ejército de Francia y Alemania, en la tradición de las escuelas públicas de Inglaterra. Para los hombres medievales, el título de caballero era más que una carrera; era una subestructura espiritual y emocional para toda una forma de vida.



El caballero, el chevalier, era un hombre que poseía un cheval, que servía en la caballería y que guiaba su vida por la caballería. Su deber era luchar contra los enemigos de su señor feudal. Dijo el cronista francés del siglo XIV Jean Froissart: “Los gentiles caballeros nacieron para luchar, y la guerra ennoblece a todos los que se involucran en ella sin temor ni cobardía.

La lucha era el oficio de caballeros. Lo habían criado desde la infancia, con toda su educación dirigida a fortalecer su cuerpo y espíritu. Su escuela era una sala de guardia en un puesto militar; su hogar un castillo, perpetuamente preparado contra asaltos. Como vasallo era convocado con frecuencia a guerras de señor contra señor, para ser pagado por sus servicios con el botín obtenido en la toma de un castillo enemigo o con bienes saqueados a los mercaderes en los caminos. O podría recibir una citación de su rey, quien encontró ganancias en hacer la guerra. “Solo una guerra exitosa podría llenar temporalmente las arcas reales y volver a dotar al rey de nuevos territorios”, escribe el erudito Denys Hay. “Cada primavera, un rey eficiente intentaba liderar a sus guerreros en expediciones agresivas. Con la paz vino la pobreza”.

La guerra era también la alegría del caballero. La vida en tiempos de paz en un sombrío castillo podía ser muy aburrida, ya que el típico noble casi no tenía recursos culturales y pocas diversiones además de la caza. La batalla fue el clímax de su carrera, ya que a menudo era el final. El noble trovador Bertrand de Born habla por su clase: “Les digo que no tengo tanta alegría en comer, beber o dormir como cuando escucho el grito de ambos lados: '¡Arriba y hacia ellos!', o como cuando Escucho caballos sin jinete relinchar bajo los árboles y gemidos de '¡Ayúdame! ¡Ayúdame!', y cuando vea caer a grandes y pequeños en las zanjas y en la hierba, y vea a los muertos atravesados por astas de lanza! ¡Barones, hipotecad vuestros castillos, dominios, ciudades, pero nunca abandonéis la guerra! (Es cierto que Dante, en el Infierno, vio al belicoso Bertrand de Born en el infierno, llevando su cabeza cortada delante de él como una linterna).

A medida que Europa se volvió más estable, los gobiernos centrales más eficientes y los intereses del comercio más poderosos, el ideal bélico se desvaneció. La organización militar de la sociedad cedió ante una estructura civil basada en la legalidad. A finales de la Edad Media, los caballeros se encontraron obsoletos; la guerra cayó cada vez más en manos de mercenarios rufianes, zapadores, mineros y artilleros. Las tradiciones militares del noble caballero permanecieron, pero se transformaron en la pompa de la que leemos en Froissart. El comercialismo alteró la casta noble; alrededor de 1300, Felipe el Hermoso de Francia vendió abiertamente el título de caballero a los burgueses ricos, quienes de ese modo obtuvieron la exención de impuestos y la elevación social. En nuestro tiempo, el caballero se ha convertido en un Caballero de Pitias, o de Colón, o del Templo, que se ciñe solemnemente la espada y la armadura para desfilar frente a su propia farmacia.

El caballero era originalmente el compañero de su señor o rey, admitido formalmente en comunión con él. Hacia el año 1200, la iglesia asumió el doblaje del caballero e impuso su ritual y obligaciones a la ceremonia, convirtiéndola casi en un sacramento. El candidato tomó un baño simbólico, se vistió con ropa blanca limpia y una túnica roja, y permaneció de pie o arrodillado durante diez horas en silencio nocturno ante el altar, sobre el que yacían sus armas y armaduras. Al amanecer se dijo misa ante un público de caballeros y damas. Sus patrocinadores lo presentaron a su señor feudal y le entregaron sus armas, con una oración y una bendición sobre cada equipo. Parte esencial de la ceremonia era la fijación de las espuelas; nuestra frase “ha ganado sus espuelas” conserva un recuerdo del momento. Un caballero anciano golpeó el cuello o la mejilla del candidato con un fuerte golpe con la palma de la mano o con el costado de la espada. Este fue el único golpe que un caballero debe soportar siempre y nunca regresar. El iniciado juraba dedicar su espada a las buenas causas, defender a la iglesia de sus enemigos, proteger a las viudas, los huérfanos y los pobres, y perseguir a los malhechores. La ceremonia terminó con una exhibición de equitación, juegos marciales y duelos simulados. Todo fue muy impresionante; los caballeros más serios nunca olvidaban sus vigilias ni desmentían sus votos. También fue una empresa muy costosa, tanto que en el siglo XIV, muchos caballeros elegibles prefirieron seguir siendo escuderos. para defender a la iglesia de sus enemigos, para proteger a las viudas, los huérfanos y los pobres, y para perseguir a los malhechores. La ceremonia terminó con una exhibición de equitación, juegos marciales y duelos simulados. Todo fue muy impresionante; los caballeros más serios nunca olvidaban sus vigilias ni desmentían sus votos. También fue una empresa muy costosa, tanto que en el siglo XIV, muchos caballeros elegibles prefirieron seguir siendo escuderos. para defender a la iglesia de sus enemigos, para proteger a las viudas, los huérfanos y los pobres, y para perseguir a los malhechores. La ceremonia terminó con una exhibición de equitación, juegos marciales y duelos simulados. Todo fue muy impresionante; los caballeros más serios nunca olvidaban sus vigilias ni desmentían sus votos. También fue una empresa muy costosa, tanto que en el siglo XIV, muchos caballeros elegibles prefirieron seguir siendo escuderos.

El caballero estaba obligado a servir a su amo en sus guerras, aunque en el primer período del feudalismo sólo cuarenta días al año. Las guerras eran, entonces, necesariamente breves: incursiones en lugar de guerras reales. Se produjeron pocas batallas campales a menos que una de las partes enviara un desafío para luchar en un momento y lugar establecidos. El propósito del comandante no era derrotar al enemigo sino dañarlo quemando sus aldeas, masacrando a sus campesinos, destruyendo su fuente de ingresos, mientras él rugía impotente pero seguro en su castillo. “Cuando dos nobles se pelean”, escribió un contemporáneo, “el techo de paja del hombre pobre se incendia”. Un canto de gesta de la época describe felizmente tal invasión: “Empiezan a marchar. Los exploradores y los incendiarios lideran; tras ellos vienen los recolectores que han de recoger el botín y llevarlo en el gran tren de equipajes. Comienza el tumulto. Los campesinos, acabando de salir a los campos, da media vuelta, lanzando fuertes gritos; los pastores juntan sus rebaños y los conducen hacia los bosques vecinos con la esperanza de salvarlos. Los incendiarios prenden fuego a las aldeas, y los recolectores las visitan y las saquean. Los habitantes distraídos son quemados o apartados con las manos atadas para pedir rescate. Por todas partes suenan las alarmas, el miedo se esparce de un lado a otro y se generaliza. Por todas partes se ven cascos relucientes, pendones flotantes y jinetes cubriendo la llanura. Aquí se imponen manos sobre el dinero; allí se incautan vacas, burros y rebaños. El humo se esparce, las llamas suben, los campesinos y los pastores consternados huyen en todas direcciones. . . En las ciudades, en los pueblos y en las pequeñas granjas, los molinos de viento ya no giran, las chimeneas ya no echan humo, los gallos han cesado de cantar y los perros de ladrar. La hierba crece en las casas y entre las losas de las iglesias, porque los sacerdotes han abandonado los servicios de Dios y los crucifijos yacen rotos en el suelo. El peregrino podía pasar seis días sin encontrar a nadie que le diera una hogaza de pan o una gota de vino. Los hombres libres ya no tienen negocios con sus vecinos; zarzas y espinos crecen donde antes había aldeas.”

Con la llegada de las guerras a gran escala, como la conquista de Inglaterra por Guillermo, y con las cruzadas, comenzaron los rudimentos de la estrategia. Los pensadores militares reflexionaron sobre el papel de la caballería y la infantería, la elección del terreno, el uso de arqueros y el manejo de las unidades de reserva.

La táctica suprema de la caballería era la carga a todo galope contra una posición defensiva. Los campesinos aterrorizados se romperían y correrían ante la amenaza inminente de hombres de hierro sobre bestias salvajes. Sin embargo, la carga tuvo sus peligros para los atacantes; en terreno accidentado o pantanoso era ineficaz, y una zanja oculta podía reducirlo a nada. Los valientes defensores podían proteger su posición con filas de estacas afiladas colocadas en ángulo entre ellos y el enemigo. Ante tal obstáculo, el corcel más intrépido se negará. Si la defensa poseía un cuerpo de arqueros bien entrenados, estos recibirían a los caballeros que cargaban con una lluvia de flechas o virotes. Pero sólo tenían unos pocos momentos. El límite efectivo de una flecha era de solo 150 yardas, y una buena armadura desviaría todos los golpes excepto los directos. Un arquero sensato apuntando al caballo,



Una vez finalizada la carga de caballería, la batalla se convirtió en una serie de enfrentamientos cuerpo a cuerpo. Cuando los ejércitos se enfrentaron, los arqueros se retiraron, dejando la batalla a los caballeros. La cuestión se decidió por el número de muertos y heridos de cada lado; el lado con menos bajas mantuvo el campo. Sin embargo, el número de caballeros muertos en batalla fue notablemente pequeño; prisioneros distinguidos fueron retenidos por rescate. Incluso hubo un curioso tráfico de cautivos, que eran comprados y vendidos por comerciantes especulando. Los prisioneros que no podían ser rescatados eran despojados de sus preciosas armaduras y luego, a menudo, eran rematados con una daga para ahorrar el costo de mantenerlos.

El ejército medieval, hasta el siglo XIII, se componía casi exclusivamente de combatientes, y muy pocos de sus hombres se ocupaban de los servicios auxiliares y suministros. Los servicios médicos apenas existían y los soldados tenían que buscar su propio alimento, ya que se esperaba que el ejército viviera del campo. Por lo general, alrededor de un tercio de las tropas eran caballeros montados, aunque la proporción variaba mucho según las circunstancias. Parte de la infantería eran soldados profesionales, pero la mayoría eran campesinos impresionados por la campaña. Llevaban cualquier armadura que pudieran proporcionar, generalmente pesados jubones de cuero reforzados con anillos de hierro, y portaban escudos, arcos y flechas, espadas, lanzas, hachas o garrotes.

El equipo del caballero representaba un compromiso entre las demandas ofensivas y defensivas, o entre la necesidad de movilidad y la necesidad de autoprotección. A efectos ofensivos, la reina de las armas era la espada. El caballero, que lo había recibido del altar después de una noche de oración, podía considerarlo con santo temor como el símbolo de su propia vida y honor. Ciertas espadas se celebran en la leyenda, Arthur's Excalibur, Roland's Durendal. El pomo de la espada a menudo estaba ahuecado para contener reliquias; para prestar juramento se juntaba la mano en la empuñadura de la espada, y el cielo tomaba nota. Para adaptarse a los gustos individuales, había mucha variación en la hoja, empuñadura y protección de la espada. El modelo más popular tenía una hoja afilada de tres pulgadas de ancho en la empuñadura y treinta y dos o treinta y tres pulgadas de largo. Era igualmente efectivo para cortar o empujar. Las hojas de acero estaban hechas de tiras de hierro en capas, laboriosamente forjadas y templadas. Mucha erudición trató sobre los méritos relativos de las hojas de Toledo, Zaragoza, Damasco, Solingen y Milán. Las espadas a dos manos estaban de moda, pero el soldado que usaba una tenía que ser muy fuerte. Dado que ninguno de los brazos estaba libre para llevar un escudo, era probable que un adversario ágil lo deshiciera mientras preparaba su golpe. Estas espadas se utilizaron mejor para la decapitación judicial. era probable que un adversario ágil lo deshiciera mientras preparaba su golpe. Estas espadas se utilizaron mejor para la decapitación judicial. era probable que un adversario ágil lo deshiciera mientras preparaba su golpe. Estas espadas se utilizaron mejor para la decapitación judicial.

La lanza o lanza era el arma tradicional del jinete, y perdura hasta nuestros días como símbolo del caballero a caballo. En 1939, la caballería polaca, con ridícula valentía, llevó lanzas a la batalla contra los tanques alemanes. Con una lanza con punta de acero de diez pies, un caballero que carga podría derribar a un enemigo montado o pasar por encima de un muro de escudos e inmovilizar a su víctima. Pero su lanza fue casi inútil después del primer choque; el caballero tenía que tirarlo y tomar la espada o el hacha de batalla, que podía asestar golpes crueles incluso a través de la armadura, a menudo clavando los eslabones de la cota de malla en la herida, donde se pudrían y causaban gangrena. Algunos caballeros llevaban una maza o garrote, la más primitiva de las armas, que se volvía aún más temible por la adición de púas mortales. La maza fue la insignia en la batalla de Guillermo el Conquistador y Ricardo Corazón de León, y también fue, como señala el erudito William Stearns Davis, “el favorito de los obispos marciales, abades y otros eclesiásticos, que así evadieron la letra del canon que prohibía a los clérigos 'golpear con el filo de la espada' o 'derramar sangre.' ¡La maza simplemente dejó sin sentido a tu enemigo o le arrancó los sesos, sin perforar sus pulmones ni su pecho! Por una de las bellas ironías de la historia, la maza sobrevive como una reliquia santificada, llevada ante el presidente en las graduaciones universitarias por el miembro más ornamentado de la facultad. ¡sin perforar sus pulmones o su pecho!” Por una de las bellas ironías de la historia, la maza sobrevive como una reliquia santificada, llevada ante el presidente en las graduaciones universitarias por el miembro más ornamentado de la facultad. ¡sin perforar sus pulmones o su pecho!” Por una de las bellas ironías de la historia, la maza sobrevive como una reliquia santificada, llevada ante el presidente en las graduaciones universitarias por el miembro más ornamentado de la facultad.

Armar un caballero era un proceso lento. Con el tiempo, a medida que aumentaba el peso y la complejidad de la armadura, el caballero no podía prepararse para el conflicto sin ayuda. Tuvo que sentarse mientras un escudero o escuderos tiraban de sus calzas de malla de acero, y permanecer de pie mientras colocaban las distintas piezas, sujetándolas con multitud de correas y hebillas. Primero vino una camiseta, hecha de pelo afieltrado o algodón acolchado, para llevar la cota de malla o cota de malla. Esta era una camisa real, que generalmente se extendía hasta la mitad del muslo o incluso debajo de la rodilla y estaba compuesta por eslabones de acero remachados. Si está bien hecho, podría ser muy maleable y elástico e incluso podría cortarse y confeccionarse como una tela. Una soberbia cota de malla del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York está compuesta por más de 200.000 eslabones y pesa sólo unas diecinueve libras. Las cotas de malla más toscas podían pesar dos o tres veces más. A pesar de su fuerza, la cota de malla no protegía completamente a quien la llevaba contra un fuerte golpe. También estaba sujeto a la oxidación; como resultado, muy pocas cotas de malla tempranas han sobrevivido hasta nuestros días. Un método para desoxidar era poner la cota de malla con arena y vinagre en una bolsa de cuero y luego tirarla. Nuestros museos han adaptado esta técnica para la limpieza de los camisones mediante la fabricación de cajas giratorias motorizadas.

La armadura defensiva se volvió cada vez más elaborada, con cofias para cubrir el cuello y la cabeza, coderas, rodilleras y grebas. Debido a que la cara permaneció vulnerable, los cascos aumentaron de peso y cubrieron más y más la cara hasta que llegaron a parecerse a ollas cilíndricas con ranuras para los ojos. Como de costumbre, la seguridad se ganó a un costo. El caballero tuvo que vendarse la cabeza, porque si se caía, fácilmente podría sufrir una conmoción cerebral. William Marshal, un famoso campeón inglés que vivió a fines del siglo XII, ganó un torneo y luego no se le pudo encontrar para recibir el premio. Finalmente fue descubierto en la casa de un herrero, con la cabeza sobre el yunque y el herrero golpeando su casco maltratado en un esfuerzo por quitárselo sin matar al usuario. En una pelea caliente en un día caluroso, el sol golpeaba el casco; el sudor no se podía secar, uno no podía escuchar órdenes o mensajes o pronunciar órdenes comprensibles, y si el casco se torcía, uno estaba ciego. Hay muchos ejemplos de muerte por golpe de calor o ahogamiento después de una caída en un pequeño arroyo. En Agincourt, muchos caballeros franceses cayeron al profundo lodo pisoteado y se asfixiaron. Además, el casco de olla ocultaba la identidad de uno; de ahí que los caballeros pintaran cojinetes en sus cascos y escudos. Así comenzó la heráldica. el casco de olla ocultaba la identidad de uno; de ahí que los caballeros pintaran cojinetes en sus cascos y escudos. Así comenzó la heráldica. el casco de olla ocultaba la identidad de uno; de ahí que los caballeros pintaran cojinetes en sus cascos y escudos. Así comenzó la heráldica.

En el siglo XIV, la cota de malla dio paso a la armadura de placas, que se ajustaba a la figura y, a menudo, estaba magníficamente decorada. Una armadura de placas completa pesa sesenta libras o más. Solo el casco y la coraza de un caballero francés en Agincourt pesaban noventa libras. Si estaba correctamente articulada y bien engrasada, la armadura de placas permitía mucha libertad de movimiento. Un famoso atleta francés del siglo XV podía dar una voltereta usando toda su armadura menos el casco y podía subir la parte inferior de una escalera usando solo sus manos. Pero no importaba lo bien equipado que estuviera, el caballero con armadura seguía siendo vulnerable. Un villano de base podría apuñalar a su caballo, un piquero podría engancharlo en la axila y derribarlo, y una vez desmontado, estaba en un estado lamentable. Se movió torpemente. Sus nalgas y entrepierna estaban desprotegidas para permitirle mantener su asiento en la silla. Si caía de espaldas, tenía que luchar como una tortuga para enderezarse. Un adversario de pies ligeros podría fácilmente levantar su visor, apuñalarlo en los ojos y acabar con él.

El escudo generalmente estaba hecho de fuertes tablas de madera, unidas con clavos, unidas con cola de caseína y cubiertas con una gruesa piel rodeada por un borde de metal. A menudo tenía una protuberancia de metal en el centro para desviar la hoja de la espada del oponente. Los soldados de a pie llevaban escudos redondos, pero los caballeros solían llevar escudos en forma de cometa, que protegían las piernas.

Para llevar al caballero revestido de acero a la batalla o al torneo, se necesitaba un caballo pesado y poderoso. Tales cargadores eran raros y costosos en días en que el forraje escaseaba y los animales generalmente eran delgados y pequeños. Los criadores de caballos los criaron deliberadamente por su tamaño y fuerza. La variedad árabe era popular y el semental blanco era el más preciado de todos. Montar una yegua se consideraba poco caballeresco. Para soportar el choque de la batalla, el caballo necesitaba un entrenamiento largo y cuidadoso. Su jinete, cargado con la espada, el escudo y la lanza, solía soltar las riendas y guiaba a su montura con espuelas, presiones en las piernas y cambios de peso.

La gran arma de la infantería, y de la caballería mongola y turca, era el arco y la flecha. El arco corto es muy antiguo, propiedad de la mayoría de los pueblos primitivos de todo el mundo. Como vemos en el tapiz de Bayeux, fue atraído hacia el pecho, no hacia la oreja; a corta distancia podría ser letal. El arco largo de seis pies, que disparaba una flecha de "patio de telas" de tres pies, aparentemente fue una invención galesa del siglo XII; se convirtió en el arma favorita de los ingleses. Solo un hombre alto y fuerte con un largo entrenamiento podría usarlo de manera efectiva. Hay un truco: la cuerda del arco se mantiene firme con la mano derecha y el peso del cuerpo se presiona contra el arco, sostenido con la mano izquierda se empuja en lugar de tirar, usando la fuerza del cuerpo más que la del brazo. A corta distancia, la flecha con punta de acero podría penetrar cualquier armadura ordinaria.

A finales del siglo XII, con la adopción generalizada de la ballesta como arma, comenzó la era de la guerra mecanizada. La ballesta es un instrumento corto de acero o madera laminada, montado sobre una culata. Por lo general, se dibuja apoyando la cabeza en el suelo y girando una manivela contra un trinquete. Un pestillo sostiene el arco tenso hasta que uno está listo para disparar la flecha corta y gruesa, llamada virote o flecha, que tiene una gran penetración a corta distancia. La iglesia deploró el uso de esta arma inhumana, y muchos la consideraron poco caballeresca. Mientras que un buen arquero podía vencer a un ballestero en alcance y rapidez de tiro, con la nueva arma, el debilucho a medio entrenar podía ser casi igual al poderoso arquero.

El arte medieval de la guerrase centró en el castillo o fortaleza, el núcleo para el control y administración del territorio circundante, así como la base para la operación ofensiva. Dentro de sus muros, un pequeño ejército podría reunirse y prepararse para una pequeña guerra. Fue diseñado para repeler los ataques de cualquier enemigo y para dar cobijo a los campesinos vecinos que huían con sus rebaños y manadas ante un merodeador. Los primeros castillos de la época medieval, como los que construyó Guillermo el Conquistador en Inglaterra, eran del tipo motte-and-bailey. Eran meras estructuras de madera con una torre de vigilancia, colocadas sobre un montículo o motte, y rodeadas por una zanja y una empalizada. Debajo del montículo había un patio, o muralla, dentro de su propio foso y empalizada, lo suficientemente espacioso como para proporcionar refugio al personal de herreros, panaderos y otros trabajadores del dominio, y refugio para los campesinos en tiempos de alarma. Los castillos de motte-and-bailey fueron reemplazados por estructuras de piedra, muchas de las cuales aún visitamos. El primer torreón de piedra datable, o torre del homenaje, se construyó en Francia en Langeais, con vistas al Loira, en 994. La construcción de piedra tuvo que esperar el progreso de la tecnología, las herramientas eficaces para cortar piedra, los dispositivos de elevación y los cabrestantes. Una vez que se dominaron las técnicas, la construcción de castillos se extendió rápido y lejos. Un censo realizado en 1904 enumera más de 10.000 castillos aún visibles en Francia.

Uno podía ver el castillo desde lejos en su colina dominante, o si estaba en un terreno llano, encaramado en un montículo artificial. A veces, el edificio brillaba con cal. El visitante pasaba por un espacio despejado hasta la barbacana, o puerta de entrada, que protegía la entrada. Al recibir permiso para entrar, entregó su arma al portero y cruzó el puente levadizo sobre el foso húmedo y lleno de espuma, hogar de ranas y mosquitos. Más allá del puente levadizo colgaba el rastrillo, una enorme rejilla de hierro que se podía dejar caer en un instante. Tal rastrillo fue descubierto en Angers. Aunque no se había utilizado durante 500 años, sus cadenas y poleas, cuando se limpiaron y engrasaron, todavía funcionaban. Los pasajes de entrada del castillo estaban inclinados para frenar a los atacantes y estaban dominados por saeteras, o "agujeros asesinos", en las paredes de arriba.

Uno atravesaba los enormes muros, a veces de quince o veinte pies de espesor, para llegar al patio interior. Los muros estaban rematados por pasarelas, con almenas almenadas para proteger a los arqueros defensores y con matacanes, o salientes con fondos abiertos por donde se podían arrojar proyectiles o líquidos hirvientes. A intervalos, la muralla se hinchaba en bastiones, que dominaban todo el exterior del castillo. Si por alguna improbable casualidad un atacante lograba penetrar el interior, no podía estar seguro de la victoria. Las distintas secciones de los parapetos estaban separadas por puentes de madera, que podían ser destruidos en un momento para aislar al enemigo. En las escaleras de caracol dentro de las paredes, había escaleras de madera ocasionales en lugar de las de piedra; estos podrían ser removidos, para que un asaltante desprevenido, apresurándose en la penumbra,

El corazón del sistema defensivo era el torreón, una torre a veces de 200 pies de alto y con paredes de doce pies de espesor. Bajo tierra, debajo del torreón, estaban las mazmorras, mazmorras que se abrían solo en la parte superior y se usaban como prisiones o para almacenar provisiones de asedio, y que encerraban, si era posible, un pozo. Encima había alojamientos para el noble y sus guardias, y en la parte superior, una torre de vigilancia con un estandarte heráldico que ondeaba en ella.

La robustez de los castillos se hace evidente por su supervivencia en muchas colinas de Europa y Siria. Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos sufrieron impactos directos de bombas incendiarias y de alto poder explosivo, con poco efecto. En Norwich y Southampton, los bombardeos apenas dañaron las murallas medievales, mientras que la mayoría de las casas construidas contra ellas fueron destruidas.

Pero los castillos no eran inexpugnables. Las máquinas de asedio fueron inventadas, especialmente por los bizantinos: arietes, catapultas que arrojaban bolas de piedra que pesaban hasta 150 libras, ballestas o ballestas gigantes. Los mineros cavarían paciente y peligrosamente un túnel bajo el foso, bajo las mismas paredes. El túnel estaba apuntalado con vigas pesadas y lleno de combustibles. Estos se incendiaron, los puntales se consumieron y, con suerte, una sección de la pared caería en el foso. Al mismo tiempo, los arqueros expulsaron a los defensores de las almenas. Los soldados corrían hacia adelante con fardos de heno, cestas de tierra u otro material para llenar el foso. Otros los siguieron a través de esta calzada y colgaron escaleras de escalada contra las paredes, con escudos sobre sus cabezas para desviar los misiles. Subir una escalera sosteniendo el escudo en un brazo y manteniendo una mano lista para agarrar la espada que cuelga no es un logro pequeño. Un método alternativo de ataque era construir una torre de asedio de madera con ruedas tan alta como el muro, con un grupo de comandos oculto en el piso superior. La torre fue empujada hasta la muralla y se dejó caer un puente levadizo, por el que la gallarda banda de asaltantes cruzó hacia las almenas. Fue de esta manera que los cruzados tomaron Jerusalén.

Las bajas al asaltar un castillo solían ser enormes, pero las vidas se consideraban prescindibles. Hay muchos ejemplos de ataques exitosos contra castillos y ciudades supuestamente inexpugnables. Ricardo Corazón de León capturó Acre con sus máquinas de asedio en 1191. Eduardo, Príncipe de Gales, "el Príncipe Negro", tomó Limoges en 1370 mediante la minería y el asalto directo. Irritado por la resistencia, mandó decapitar a más de 300 hombres, mujeres y niños. “Fue una gran pena verlos arrodillados ante el príncipe, suplicando clemencia; pero él no les hizo caso”, dice Froissart, sin apenas una pizca de reprobación. En general, sin embargo, la defensa de los castillos y las ciudades amuralladas era más fuerte que la ofensiva. Con mucho, la mejor manera de reducir una fortaleza era encontrar un traidor dentro de los muros y, si no se podía descubrir a uno, matar de hambre a la guarnición. Pero un castellano prudente mantuvo su fuerte bien abastecido con provisiones de comida, bebida y combustible para un año. Por lo tanto, los asedios a menudo podían ser muy largos, con una duración de hasta dos años, y eran casi tan agotadores para los sitiadores como para los sitiados.

El declive del feudalismo y de la independencia de los nobles y la introducción de la pólvora y los cañones de asedio en el siglo XIV dejaron obsoleto el castillo. Los caballeros abandonaron sin remordimientos las incomodidades de la vida en una aislada prisión de piedra. Preferían con mucho una espaciosa casa solariega o una residencia en la ciudad entre los de su propia especie.

La guerra se libraba tanto en alta mar como en tierra. En tiempos de necesidad, el monarca simplemente se apoderaría de los barcos mercantes de su nación. Estos pueden desplazar 200 toneladas o más; en el siglo XV, encontramos incluso 1.000 toneladas. El barco de un cruzado podía transportar 1.000 soldados con sus caballos y equipo. El ingenioso Federico II construyó para su cruzada cincuenta navíos, similares a las modernas lanchas de desembarco, con puertas en la línea de flotación, para que los caballeros pudieran desembarcar a caballo. En el Mediterráneo, los bizantinos, venecianos y genoveses preferían las galeras largas y estrechas, muy maniobrables y con formidables picos para embestir al enemigo.

El almirante construyó en sus barcos mercantes un castillo de proa y uno de popa, desde los cuales sus arqueros podían disparar sobre las cubiertas enemigas. Su propósito era hundir a su oponente embistiéndolo, o si eso no funcionaba, agarrarlo y deshabilitarlo cortando su aparejo y luego abordando. Para el combate cuerpo a cuerpo, era probable que llevara cal viva para cegar a los defensores, y jabón suave mezclado con pedazos afilados de hierro para hacer precario el equilibrio. Los bizantinos montaron catapultas en sus barcos; también introdujeron en Occidente el fuego griego, aparentemente una mezcla de petróleo, cal viva y azufre. La cal viva en contacto con el agua encendió la bomba, un primitivo napalm.

El arte medieval de la guerra encontró su gran ejemplificación en las cruzadas. La organización de una fuerza expedicionaria cuestiona la logística familiar; la prosecución de una guerra lejana exige nuevas estrategias y tácticas; de las batallas con extraños enemigos en tierras lejanas emergen nuevas armas, nuevas técnicas de guerra. Los cruzados aprendieron mucho de la infantería profesional bien entrenada de los bizantinos, de su armamento e ingeniería avanzados. Los vastos castillos de los cruzados en el Levante se construyeron de acuerdo con los principios bizantinos tradicionales de fortificación.

Las cruzadas fueron una gran novedad histórica; fueron las primeras guerras peleadas por un ideal. Naturalmente, el ideal fue rápidamente corrompido y falsificado. Pero subsiste el hecho de que las cruzadas fueron concebidas como un servicio al Dios cristiano, y los cruzados se consideraron, al menos intermitentemente, los servidores consagrados del santo propósito. Las cruzadas eran muchas cosas, pero originalmente eran una idea hermosa y noble.

La idea de una cruzada le debe algo al Antiguo Testamento, algo al ejemplo musulmán de una yihad, o guerra santa. Debe algo, también, a la predicación incendiaria de los monjes iluminados, y mucho al comienzo de la reconquista cristiana de España de los moros; esto combinó el triunfo de la fe con la adquisición de ricas propiedades. Pero el estímulo principal de la idea vino de las noticias del Este.

A finales del primer milenio, Oriente Próximo había alcanzado una especie de estabilidad, con el Imperio bizantino y los árabes estancados. La ruta de peregrinación a Jerusalén se mantuvo abierta y segura, y la Ciudad Santa, en manos musulmanas, funcionó como una atracción turística santificada tanto para musulmanes como para cristianos. El cómodo equilibrio fue alterado por los turcos selyúcidas, que capturaron Jerusalén, derrotaron al Imperio Bizantino en Asia Menor en 1071 y hostigaron a los peregrinos cristianos. Presionado duramente por los turcos, el emperador de Oriente, Alejo Comneno, finalmente apeló al Papa ya Occidente en busca de ayuda militar contra el enemigo pagano. Pidió un ejército mercenario que recuperaría sus territorios en Asia Menor y se pagaría con las ganancias. No estaba muy interesado en Tierra Santa.

El Papa que lanzó la cruzada fue Urbano II, un noble francés que se había humillado para convertirse en monje cluniacense y luego había sido exaltado al trono papal. Era un vaso de celo santo, sabio en los caminos de los hombres. El llamamiento del emperador Alejo despertó en él la visión de un gigantesco esfuerzo de la cristiandad occidental por recuperar el Santo Sepulcro. La unión de los recursos militares bajo el control del Papa terminaría con las guerras de los príncipes de Europa, traería la paz en Occidente y en Oriente, la unidad cristiana en el propósito espiritual; incluso podría vincular, bajo el liderazgo papal, a las iglesias orientales y occidentales, que han estado dolorosamente en desacuerdo durante mucho tiempo. Los tiempos eran propicios para la realización de tal sueño. La fe era ardiente y acrítica. La población de Europa aumentaba, los hombres estaban inquietos, buscando nuevas tierras, nuevas salidas de energía.

En el Concilio de Clermont en el centro sur de Francia en noviembre de 1095, el Papa Urbano, alto, guapo, barbudo, pronunció uno de los discursos más potentes de toda la historia. Llamó al pueblo francés a arrebatar el Santo Sepulcro de las sucias manos de los turcos. Francia, dijo, ya estaba superpoblada. Apenas podía mantener a sus hijos, mientras que Canaán era, en las propias palabras de Dios, una tierra que mana leche y miel. ¡Escuchen el lamentable llamamiento de Jerusalén! ¡Franceses, cesad en vuestras abyectas disputas y volved vuestras espadas al servicio de Dios! ¡Estad seguros de que tendréis una rica recompensa en la tierra y una gloria eterna en el cielo! El Papa inclinó la cabeza y toda la asamblea prorrumpió en aclamaciones: “¡Dieu le veult!”. - "¡Dios lo quiere!" Trozos de tela roja fueron cruzados y clavados en los pechos de los muchos que en el lugar prometieron fervientemente “tomar la cruz”. “Fue un espectáculo para regocijar el corazón de cualquier revivalista. Astutamente, el Papa Urbano había despertado el ardor emocional de los hombres por la fe y, como si no lo supiera, había estimulado su codicia. Todos sus oyentes se habían educado en las historias bíblicas de los ricos campos, los rebaños y las florecientes praderas de Canaán; confundieron la actual ciudad de Jerusalén con la Ciudad Celestial, amurallada en perla, iluminada por la refulgencia de Dios, con agua viva fluyendo por sus calles plateadas. Un pobre cruzado podría verse tentado por un feudo de tierra santa; y si cayera, se le aseguró, por promesa papal, un asiento en el cielo. El Papa también ofreció a cada cruzado una indulgencia o remisión de muchos años en el purgatorio después de la muerte. Urbano apeló, finalmente, al fuerte sentido deportivo de los nobles. Aquí había un nuevo juego de guerra contra enemigos monstruosos, gigantes y dragones; fue “un torneo del cielo y el infierno”. En resumen, dice el historiador Friedrich Heer, las cruzadas se promovieron con todos los artificios del propagandista: historias de atrocidades, simplificaciones, mentiras, discursos incendiarios.



El Papa quedó desconcertado por el éxito de su propuesta. No se habían hecho planes para el enjuiciamiento de la cruzada. Varios reyes importantes de la cristiandad fueron excomulgados en ese momento. Urbano puso al obispo de Le Puy a cargo de la empresa y los nobles franceses asumieron el control militar. Toda la organización de la iglesia se dio a la tarea de obtener reclutas, dinero, suministros y transporte. En algunas regiones, bajo el hechizo de voces convincentes, el entusiasmo fue extremo. Informa el cronista William de Malmesbury: “El galés dejó su caza, el escocés su compañerismo con las alimañas, el danés su fiesta de bebida, el noruego su pescado crudo. Las tierras quedaron desiertas de sus labradores, las casas de sus habitantes; incluso ciudades enteras migraron.

Las cruzadas comenzaron con grotescos, cómicos y horribles. Una banda de alemanes siguió a un ganso que consideraban inspirado por Dios. Pedro el Ermitaño, un monje francés fanático, sucio y descalzo, bajo y moreno, con una cara alargada y delgada que se parecía extrañamente a la de su propio burro, predicó una cruzada privada, conocida como la Cruzada de los Campesinos, y prometió a sus seguidores que Dios los guiaría a la Ciudad Santa. En Alemania, Walter the Penniless emuló a Peter. Abigarradas hordas de entusiastas, después de haber desplumado al pobre burro de Peter sin pelo en su búsqueda de recuerdos, marcharon por Alemania y las tierras de los Balcanes, matando judíos por miles en su camino, saqueando y destruyendo. El emperador bizantino Alejo los envió a toda prisa a Asia Menor, donde se mantuvieron brevemente robando a los aldeanos cristianos. Fueron capturados en dos lotes por los turcos, quienes dieron al primer grupo la opción de convertirse al Islam o morir y masacraron al segundo grupo. Pedro el Ermitaño, que estaba en Constantinopla por negocios, fue uno de los pocos que escapó del juicio general.

La primera cruzada propiamente dicha se puso en marcha en el otoño de 1096. Sus ejércitos siguieron varios rumbos, por mar y tierra, hasta una cita en Constantinopla. El número de cruzados es muy incierto; el total puede haber sido tan bajo como 30.000 o tan alto como 100.000. En cualquier caso, el emperador bizantino Alejo fue sorprendido por la multitud y tuvo dificultades para encontrar comida para ellos. También estaba disgustado por su carácter. Había pedido soldados entrenados, pero recibió una gran multitud de entusiastas indisciplinados que incluían clérigos, mujeres y niños. Sólo los caballeros montados hicieron un buen espectáculo militar, e incluso ellos se comportaron con la arrogancia de los francos. Uno se sentó cómicamente en el propio trono del emperador. Alexius, tragándose su ira, ofreció dinero, comida y tropas para escoltar la expedición a través de Asia Menor. En cambio, pidió un juramento de lealtad por los territorios bizantinos que los cruzados podrían recuperar. Esto fue dado más que a regañadientes. La mala voluntad y el desprecio mutuos eran moneda corriente. Muchos francos de buen corazón juraron que los aliados bizantinos eran sus enemigos tanto como los turcos.

En la primavera de 1097, Alexius sacó a sus molestos invitados de la capital en su camino a través de Asia Menor hacia la Tierra Prometida. Fue un viaje espantoso. Las tierras altas de Asia estaban secas y yermas; los pocos campesinos locales huyeron ante el invasor, llevando consigo sus cabras y ovejas y pequeñas existencias de grano. El hambre y la sed asaltaron a los manifestantes. Acostumbrados a la abundante provisión de agua de sus países de origen, muchos ni siquiera se habían provisto de cantimploras de agua. Los caballeros marcharon a pie, despojándose de armaduras; los caballos morían de sed, falta de forraje y enfermedades; Se recogieron ovejas, cabras y perros para tirar del tren de equipajes. Una parte del ejército cruzó la cordillera del Anti-Tauro bajo un torrente de lluvia por un camino fangoso bordeando precipicios. Caballos y animales de carga, atados juntos, cayeron al abismo. Continuamente los turcos atacaban la columna. Sus arqueros, montados en veloces caballitos, dispararon una lluvia de flechas al galope y huyeron antes de que pudiera organizarse un contraataque. Sus dispositivos eran la emboscada, la retirada fingida y la aniquilación de las partidas de forrajeo del enemigo. Tales tácticas de golpe y fuga, nuevas para los occidentales, conmocionaron su sentido de la propiedad militar.

Los supervivientes bajaron al Mediterráneo por su extremo nororiental y encontraron algunos refuerzos que habían llegado en barco. Los pusilánimes y los codiciosos se revelaron. Esteban de Blois, cuñado de un rey inglés y padre de otro, desertó; pero cuando llegó a casa, fue enviado de regreso, según los informes, por su esposa animada. Pedro el Ermitaño, que se había unido, huyó para siempre. Balduino de Boulogne logró establecerse como gobernante del condado de Edesa y estuvo perdido por un tiempo en la gran empresa.



El cuerpo principal acampó ante la enorme fortaleza de Antioquía, que impedía todo avance hacia el sur, hacia Jerusalén. Siguió un asedio épico de ocho meses, animado por interludios tan extraños como la aparición del patriarca bizantino colgando de las almenas en una jaula. Debido a la traición dentro de los muros, Antioquía finalmente fue tomada en junio de 1098. El ejército cristiano luego avanzó con cautela hacia Jerusalén. Según cualquier estándar moderno, era una fuerza pequeña, que para entonces contaba con quizás 12.000, incluidos 1.200 o 1.300 de caballería. Los invasores se sorprendieron al descubrir que Canaán era una tierra pedregosa y estéril. Hay una antigua historia oriental que dice que en la Creación los ángeles transportaban el suministro de piedras para todo el mundo en un saco, que reventó mientras volaba sobre Palestina. No fluía leche ni miel en los barrancos grises, ni siquiera agua. El sol abrasador de verano en la llanura sin árboles fue una sorpresa. Los hombres y los caballos sufrían mucho por la falta de sombra. El sol caía sobre los cascos de acero y parecía asar los sesos danzantes de los soldados. Las cotas de malla ampollaron los dedos incautos hasta que los cruzados aprendieron a cubrirlas con una sobrevesta de lino. Dentro de la armadura, los cuerpos quejumbrosos deseaban sudar, pero en vano, porque no había agua para producir el sudor. Los soldados estaban aquejados de picores inaccesibles, de abrasiones de armadura, de moscas voraces y de insectos íntimos. los cuerpos quejumbrosos deseaban sudar, pero en vano, porque no había agua para producir el sudor. Los soldados estaban aquejados de picores inaccesibles, de abrasiones de armadura, de moscas voraces y de insectos íntimos. los cuerpos quejumbrosos deseaban sudar, pero en vano, porque no había agua para producir el sudor. Los soldados estaban aquejados de picores inaccesibles, de abrasiones de armadura, de moscas voraces y de insectos íntimos.

Por suerte o por dirección divina, los turcos estaban en desacuerdo con el califato árabe en Bagdad y el país estaba mal defendido. Los cruzados se abrieron paso hacia el sur mediante el valor y las amenazas y los sobornos a las guarniciones musulmanas. Finalmente, el 7 de junio de 1099, el ejército acampó ante los escarabajos muros de Jerusalén.

Testigo ocular, Foucher de Chartres cuenta la historia del asalto. “Se ordenó a los ingenieros que construyeran máquinas que pudieran trasladarse hasta las paredes y, con la ayuda de Dios, lograr así el resultado de sus esperanzas. . . . Una vez que las máquinas estuvieron listas, es decir los arietes y los ingenios mineros, se prepararon para el asalto. Entre otros artificios, unieron una torre hecha de pequeños trozos de madera, porque faltaba madera grande. Por la noche, a una orden dada, lo llevaban pieza por pieza hasta el punto más favorable de la ciudad. Y así, por la mañana, después de preparar las catapultas y otros artilugios, muy rápidamente la instalaron, encajada, no lejos de la pared. Entonces unos soldados atrevidos al sonido de la trompeta la montaron, y desde esa posición inmediatamente comenzaron a lanzar piedras y flechas. En represalia contra ellos procedieron los sarracenos a defenderse de igual manera y con sus hondas arrojaron tizones encendidos empapados en aceite y grasa y provistos de pequeñas antorchas sobre la mencionada torre y los soldados que en ella se encontraban. Por lo tanto, muchos que luchaban de esta manera en ambos bandos encontraron una muerte siempre presente. . . . [Al día siguiente] los francos entraron en la ciudad al mediodía, en el día dedicado a Venus, con trompetas y todos alborotados y virilmente atacando y gritando '¡Ayúdanos, Dios!' . . .” en el día dedicado a Venus, con clarines sonando y todos alborotados y varoniles atacando y gritando '¡Ayúdanos, Dios!' . . .” en el día dedicado a Venus, con clarines sonando y todos alborotados y varoniles atacando y gritando '¡Ayúdanos, Dios!' . . .”

Una vez que los cruzados tomaron el control de la ciudad, comenzaron a masacrar a los habitantes. “Algunos de nuestros hombres”, escribió el cronista del siglo XII Raimundo de Agiles, “cortaron las cabezas de sus enemigos; otros les tiraron flechas, de modo que cayeron de las torres; otros los torturaron más tiempo arrojándolos a las llamas. Montones de cabezas, manos y pies se veían en las calles de la ciudad. Era necesario abrirse camino entre los cuerpos de hombres y caballos. Pero estos eran asuntos menores comparados con lo que sucedió en el templo de Salomón, un lugar donde ordinariamente se cantan los servicios religiosos. ¿Que paso ahi? Si digo la verdad, excederá tus poderes de creencia. Así que sea suficiente decir esto al menos, que en el templo y el pórtico de Salomón, los hombres cabalgaban en sangre hasta las rodillas y las riendas de las riendas. En efecto,

“Ahora que la ciudad fue tomada, valió la pena todos nuestros trabajos y penalidades anteriores para ver la devoción de los peregrinos en el Santo Sepulcro. Cómo se regocijaron y exultaron y cantaron el noveno canto al Señor. Era el noveno día. . . El sermón noveno, el canto noveno fue exigido por todos. Este día, digo, será famoso en todas las edades futuras, porque convirtió nuestros trabajos y penas en alegría y júbilo; este día, digo, marca la justificación de todo el cristianismo y la humillación del paganismo; nuestra fe fue renovada. El Señor hizo este día, y nos regocijamos y nos regocijamos en él, porque en este día el Señor se reveló a Su pueblo y lo bendijo”.

Poco después de la captura, la mayor parte del ejército se fue a casa, habiendo cumplido sus votos. Godofredo de Bouillon, que había sido elegido gobernante de Jerusalén, se quedó con sólo 1.000 o 2.000 soldados de infantería y unos pocos cientos de caballeros para controlar una tierra hostil poblada por árabes, judíos, cristianos herejes y miembros de la Iglesia Ortodoxa Oriental. Según el gran historiador de las cruzadas Stephen Runciman, la masacre de Jerusalén no se olvida. “Fue esta prueba sedienta de sangre del fanatismo cristiano lo que recreó el fanatismo del Islam”.

Los cruzados se propusieron fortalecer su control sobre el país, construyendo esos castillos gigantescos, prácticamente inexpugnables, que todavía nos llenan de asombro. Poco a poco se fueron aclimatando, aprendiendo árabe, adoptando la sensata vestimenta oriental -albornoz y turbante- e instituciones locales tan agradables como el harén. Se casaron con armenias y otras mujeres cristianas locales. Sus hijos fueron criados por enfermeras y tutores árabes. En Jerusalén y las ciudades costeras, los nobles y los comerciantes vivían en hermosas casas, con alfombras, tapices de damasco, mesas talladas con incrustaciones, vajillas de oro y plata. Sus damas estaban veladas contra el sol enemigo; se pintaron la cara y caminaron con paso remilgado. En poco tiempo se desarrolló una clase social de nativos, los Viejos Colonos, en casa en el Este. Tenían buenos amigos entre la nobleza nativa y cazaban, jugaban justas y festejaban con ellos. Tomaron su religión con facilidad, con una sonrisa tolerante ante las excesivas devociones de otros cristianos recién llegados a Oriente. Reservaron capillas en sus iglesias para el culto musulmán, y los musulmanes correspondieron instalando capillas cristianas en sus mezquitas. Después de todo, cuando uno puede ver los Santos Lugares cualquier día, uno se acostumbra a ellos.

Para engrosar las filas de los cruzados, en su mayoría combatientes piadosos de noble cuna, seguían llegando recién llegados de Europa. Un joven caballero, inspirado por cualquier motivo para tomar la cruz, primero tenía que reunir el dinero de su pasaje, a menudo hipotecando su tierra o cediendo algunos derechos feudales. Escuchó un sermón de despedida en la iglesia de su pueblo y dio un beso de despedida a sus amigos y parientes, muy probablemente para siempre. Dado que el camino a través de Asia Menor se había vuelto cada vez más inseguro, cabalgó hasta Marsella o Génova y tomó pasaje con un capitán de barco. Se le asignó un espacio fijo de dos pies por cinco en las entrecubiertas; su cabeza debía estar entre los pies de otro peregrino. Negoció parte de su comida con el cargador, o mayordomo principal, pero le aconsejaron que llevara sus propias provisiones: carne salada, queso, galletas, frutas secas,

Para el joven guerrero devoto dispuesto a aceptar el celibato, se abría una carrera en las órdenes militares, que eran los principales defensores del reino contra los sarracenos. Los Caballeros Hospitalarios ya se habían establecido antes de la conquista como una orden de voluntarios que atendía a los peregrinos enfermos en Jerusalén. Hicieron votos monásticos y siguieron la Regla Benedictina, adoptando como símbolo la cruz maltesa blanca. Después de la conquista, se convirtieron en los Caballeros de San Juan de Jerusalén, debido únicamente a la obediencia al Papa. Su albergue en Jerusalén podía albergar a 1.000 peregrinos. Debido a que vigilaban las rutas de los peregrinos, sus intereses se volvieron cada vez más militares. En siglos posteriores, trasladaron el sitio de su operación y fueron conocidos como los Caballeros de Rodas y los Caballeros de Malta.

Los Caballeros Templarios, los valientes caballeros de la cruz roja, se establecieron en 1118, con su cuartel general en la Cúpula de la Roca, que los cruzados creían que era el Templo de Salomón. Su primer deber era proteger el camino a Jerusalén. Pronto, tanto los hospitalarios como los templarios se vieron envueltos en casi todas las refriegas entre los cruzados y los sarracenos, actuando como una especie de policía voluntaria. Los gobernantes de los estados cristianos no tenían control sobre ellos; tenían sus propios castillos, hacían su propia política, incluso firmaban sus propios tratados. A menudo estaban tan en desacuerdo con otros cristianos como con los musulmanes. Algunos se pasaron al Islam y otros fueron influenciados por las prácticas místicas musulmanas. La orden en Francia fue casi destruida en el siglo XIV por Felipe IV, deseoso de confiscar las riquezas de los templarios.

Otra orden monástica en lucha fue la de los Caballeros Teutónicos, cuya membresía estaba restringida a alemanes de noble cuna. Abandonaron Tierra Santa en 1291 y trasladaron sus actividades a las tierras del Báltico oriental. Allí difundieron el Evangelio en gran medida exterminando a los paganos eslavos y reemplazándolos con alemanes temerosos de Dios.

El período activo de la conquista cristiana terminó en 1144 con la recuperación por parte de los turcos del condado cristiano de Edesa. A partir de entonces, los occidentales estuvieron generalmente a la defensiva. La noticia de la caída de Edesa conmocionó a Europa. El gran San Bernardo de Claraval promovió rápidamente una nueva cruzada, la segunda. En la Pascua de 1146, una multitud de peregrinos se reunió en Vézelay para escuchar la predicación de Bernardo. La mitad de la multitud hizo el voto del cruzado; Como el material para hacer cruces se agotó, el santo ofreció su propia túnica y capucha para que se cortaran y proporcionaran más material.

Inspirado por Bernardo, el rey francés Luis VII decidió llevar a su ejército a Tierra Santa, y la valiente reina de Luis, Leonor de Aquitania, decidió acompañarlo. Bernard fue a Alemania para reclutar al rey Conrado III para la expedición. En su camino a Constantinopla, tanto las expediciones francesas como las alemanas fueron tan bienvenidas como una plaga de langostas. Las ciudades a lo largo de la ruta cerraron sus puertas y suministrarían alimentos solo dejándolos bajar de las murallas en canastas, previo pago en efectivo. Por lo tanto, los cruzados, especialmente los alemanes, quemaron y saquearon granjas y pueblos indefensos, e incluso atacaron un monasterio. En Constantinopla, los alemanes fueron recibidos con más que frialdad por el emperador, que había llegado a la conclusión de que las cruzadas eran un mero truco del imperialismo occidental.

De alguna manera, los cruzados se abrieron paso a través de Asia Menor, sufriendo grandes pérdidas en el camino. Aunque los ejércitos y sus monarcas eran amargamente hostiles entre sí, se unieron para atacar Damasco; pero el ataque no tuvo éxito y, en su retirada, los ejércitos cruzados fueron destruidos en gran parte. Los reyes abandonaron Tierra Santa disgustados, reconociendo que la cruzada fue un fiasco total. Solo la reina Leonor había hecho lo mejor posible durante el viaje, manteniendo una notoria aventura con su joven tío, Raimundo II, príncipe de Antioquía.

Los musulmanes continuaron mordisqueando las posesiones cristianas, y en 1187 capturaron Jerusalén. Su gran general, Saladino, se negó a seguir el precedente cristiano de masacrar a los habitantes de la ciudad. Ofreció a sus cautivos por rescate, garantizándoles un paso seguro a sus propias líneas. La noticia de la caída de Jerusalén inspiró una tercera cruzada, encabezada por Felipe Augusto de Francia, Ricardo Corazón de León de Inglaterra y Federico Barbarroja de Alemania, quien se ahogó en su camino hacia el Este.

Las naciones en guerra a menudo tienen un enemigo favorito: en la Primera Guerra Mundial, el conde von Luckner, en la segunda, el general Rommel. Para los cruzados, Saladino era un enemigo valiente. Cuando atacó el castillo de Kerak durante la fiesta de bodas del heredero de Transjordania, la madre del novio le envió algunas delicias de la fiesta, recordándole que la había llevado en sus brazos cuando era niña. Saladino preguntó en qué torre se alojaría la feliz pareja, y amablemente la perdonó mientras atacaba el resto del castillo. Le gustaban las bromas. Plantó un trozo de la Vera Cruz en el umbral de su tienda, donde todos los que venían a verlo debían pisarlo. Emborrachó a algunos monjes peregrinos y los acostó con mujeres musulmanas lascivas, robándoles así toda recompensa espiritual por los trabajos y pruebas de su vida. En una batalla con Ricardo Corazón de León, Saladino vio caer el caballo de Ricardo, generosamente le envió un mozo con dos caballos frescos y perdió la batalla. Y cuando Ricardo cayó con fiebre, Saladino le envió melocotones, peras y nieve del monte Hermón. Ricardo, para no ser menos cortés, propuso que su hermana se casara con el hermano de Saladino y que la pareja recibiera la ciudad de Jerusalén como regalo de bodas. Habría sido una feliz solución.

Aunque Richard capturó Acre en 1191 (con la ayuda de una gran catapulta conocida como Bad Neighbor, un lanzador de piedras, God's Own Sling, y una escalera de mano, The Cat), no pudo recuperar Jerusalén. Tuvo que contentarse con negociar un acuerdo que abriera el camino a la Ciudad Santa a los peregrinos cristianos. La tercera cruzada marcó, en general, un fracaso moral. Terminó en compromiso con los musulmanes y en disensión entre los cristianos. Los papas perdieron el control de su empresa; ni siquiera pudieron salvar a su campeón, Ricardo Corazón de León, del encarcelamiento cuando fue tomado cautivo por el duque de Austria, quien se resintió por un insulto que había recibido de Ricardo durante la cruzada. El idealismo y el sacrificio personal por una causa sagrada se volvieron menos comunes, y la mayoría de los reclutas que iban a Tierra Santa buscaban principalmente retornos rápidos.

En 1198, el gran Inocencio III accedió al papado y promovió otra expedición, la lamentable cuarta cruzada. Sus agentes hicieron un contrato con los venecianos para el transporte a Tierra Santa de unos 30.000 hombres y 4.500 caballos. Sin embargo, para el día del embarque, los expedicionarios habían recaudado solo la mitad del dinero del pasaje. Los venecianos, siempre hombres de negocios, ofrecieron a los cruzados un arreglo: si capturaban para Venecia la ciudad comercial rival de Zara en Dalmacia, que los venecianos describían como un nido de piratas, serían transportados a una tarifa más barata. Zara fue tomada de manera eficiente, para horror del Papa Inocencio, porque Zara era una ciudad católica y su señor supremo húngaro era vasallo de la Sede Apostólica. Ahora que se sentó el precedente de una cruzada contra los cristianos, los líderes, a instancias de Venecia, defendió la causa de un emperador bizantino depuesto, encarcelado y cegado, Isaac Angelus. Al restaurarlo en su trono, corregirían un gran error, devolverían Oriente a la comunión con la iglesia romana y recibirían de su protegido bizantino hombres y dinero para una posterior conquista de Egipto. Se convenció al Papa de que considerara favorablemente el proyecto y los barcos de la cuarta cruzada zarparon hacia Constantinopla.

La noble ciudad fue tomada por asalto el 12 de abril de 1204. La juerga de tres días que siguió es memorable en la historia del saqueo. Los cruzados franceses y flamencos, embriagados con poderosos vinos griegos, destruyeron más de lo que se llevaron. No perdonaron monasterios, iglesias, bibliotecas. En Santa Sofía, bebieron de los vasos del altar mientras una prostituta se sentaba en el trono del patriarca y cantaba obscenas canciones de soldados franceses. El emperador, considerado un usurpador perverso, fue llevado a lo alto de una alta columna de mármol y empujado, “porque era apropiado que un acto de justicia tan señalado fuera visto por todos”.

Luego se dividió el botín real, el Imperio de Oriente. De algún modo, Venecia recibió todos los mejores bocados: ciertas islas del Egeo y puertos marítimos en las islas griega y

continentes asiáticos. Los francos se convirtieron en duques y príncipes de amplias tierras en Grecia y en Macedonia, donde todavía se ven los tocones macizos de sus castillos. El legado papal que acompañaba a las tropas absolvió a todos los que habían tomado la cruz de continuar a Tierra Santa para cumplir sus votos. La cuarta cruzada no trajo socorro a la Palestina cristiana. Por el contrario, buena parte de los caballeros partieron de Tierra Santa hacia Constantinopla, para participar en el reparto de tierras y honores.

“Nunca hubo un mayor crimen contra la humanidad que la cuarta cruzada”, dice Stephen Runciman. Destruyó los tesoros del pasado y quebró la cultura más avanzada de Europa. Lejos de unir a la cristiandad oriental y occidental, implantó en los griegos una hostilidad hacia Occidente que nunca ha desaparecido por completo, y debilitó las defensas bizantinas contra el poder creciente de los turcos otomanos, ante quienes finalmente sucumbieron.

Unos años más tarde, el espíritu cruzado se parodió a sí mismo. Dos niños de doce años, Esteban en Francia y Nicolás en Alemania, predicaron una cruzada de niños, prometiendo a sus seguidores que los ángeles los guiarían y que los mares se dividirían ante ellos. Miles de niños y niñas se unieron a la cruzada, junto con clérigos, vagabundos y prostitutas. Las historias milagrosas alegan que bandadas de pájaros y enjambres de mariposas acompañaron al grupo mientras se dirigía hacia el sur sobre las montañas hacia el mar, que, sin embargo, no se dividió para dejarlos pasar. Inocencio III le dijo a una delegación que se fuera a casa y creciera. Algunos de los alemanes lograron llegar a Palestina, donde desaparecieron. La partida francesa cayó en manos no de ángeles sino de dos de los peores sinvergüenzas de la historia, Hugo el Hierro y Guillermo de Posquères, armadores marselleses,

La melancólica historia de las cruzadas posteriores puede contarse brevemente. Incapaces de recuperar Jerusalén, los estrategas intentaron apoderarse de Egipto, una de las grandes bases del poder musulmán. En 1219, tras un asedio de año y medio, una expedición tomó Damieta, en una de las desembocaduras del Nilo. Pero los cristianos pudieron aferrarse a la ciudad solo por unos pocos años. Nuevamente en 1249, San Luis invadió Egipto con la esperanza de retomarlo, pero no tuvo éxito.

Hubo numerosos intentos de recuperar Jerusalén después de que había caído en manos de los sarracenos. La expedición bastante cómica del emperador Federico II de 1228 se parecía más a una gira de buena voluntad que a una cruzada. El estado de ánimo de los tiempos había cambiado. Ahora convenía a casi todo el mundo mantener el statu quo. Los musulmanes fueron amenazados desde el este por los mongoles bajo Genghis Khan y sus igualmente formidables sucesores; no querían guerras pequeñas en Palestina. Los antiguos colonos cristianos habían desarrollado un próspero comercio de importación y exportación de productos orientales, con mercancías traídas en caravanas de camellos a las ciudades costeras para ser enviadas a Europa. Ya estaban hartos de visitar fanáticos, que estaban ansiosos por sumergirse en una furiosa batalla, cometer algunas atrocidades, romper la precaria paz y luego irse a casa, dejando a los Viejos Colonos con la bolsa.

Con falta de entusiasmo, falta de nuevos reclutas, falta, de hecho, de firme propósito, los principados cristianos restantes se desmoronaron gradualmente. Antioquía cayó en 1268, la fortaleza hospitalaria de Krak des Chevaliers en 1271. En 1291, con la captura de la última gran fortaleza, Acre, los musulmanes habían recuperado todas sus posesiones y las grandes cruzadas terminaron en fracaso.

¿Por qué? ¿Qué salió mal? Claramente hubo una caída de la moral; también hubo un fracaso en la organización y dirección militar. Los papas no eran comandantes en jefe; los diversos ejércitos aliados estaban divididos por la disensión; no había unidad de mando o estrategia en los principados rivales de Palestina y Siria. Los medios militares disponibles eran insuficientes para mantener la conquista; con la distancia de las bases europeas tan grande, los problemas de suministro eran insuperables. Los ejércitos estaban sobrecargados de oficiales, porque las cruzadas se consideraban un juego de caballeros, y los pobres pronto dejaron de presentarse como voluntarios. Y siempre estaba el desgaste causado por la malaria, la disentería y las misteriosas enfermedades orientales.

Como ha señalado el historiador Henri Pirenne, las cruzadas no respondían a ningún objetivo temporal. Europa no tenía necesidad de Jerusalén y Siria. Necesitaba, más bien, un Imperio oriental fuerte para ser un baluarte contra los agresivos turcos y mongoles; y este imperio los cruzados destruyeron con sus propias espadas. En España, en cambio, el espíritu cruzado triunfó porque coincidió con una necesidad política.

Es bastante fácil para nosotros ver que el entusiasmo inicial de los cruzados se basó en la ilusión. Mucho antes de que se abandonaran las formas y la fraseología de las cruzadas, se había instalado la desilusión. El carácter de los últimos reclutas cambió. Muchos se fueron a Oriente para escapar del pago de sus deudas; los jueces dieron a los criminales la opción de ir a la cárcel o tomar la cruz. Después de la derrota de San Luis en 1250, los predicadores de una cruzada fueron insultados públicamente. Cuando los monjes mendicantes pedían limosna, la gente llamaba a un mendigo y le daba una moneda, no en nombre de Cristo, que no protegía a los suyos, sino en el de Mahoma, que había demostrado ser más fuerte. Alrededor de 1270, un antiguo maestro general de la orden dominicana escribió que pocos creían aún en el mérito espiritual prometido por las cruzadas. Un monje francés se dirigió a Dios directamente: “Es un necio el que te sigue a la batalla”. Los trovadores y los minnesingers se burlaron de la iglesia, y Walther von der Vogelweide llamó al Papa el nuevo Judas. Hubo contracruzadas en Francia y Alemania. El decano y el cabildo de la catedral de Passau predicaron una cruzada contra el legado papal; en Regensburg, cualquiera que se encontrara con una cruz de cruzado era condenado a muerte. Surgió un partido pacifista, encabezado por los Franciscanos Espirituales. “No matéis a los paganos; ¡Conviértelos!” fue su grito. Al principio, las cruzadas habían fortalecido a la iglesia, pero finalmente el patrocinio de la guerra por parte del papado llegó a socavar su autoridad espiritual. El decano y el cabildo de la catedral de Passau predicaron una cruzada contra el legado papal; en Regensburg, cualquiera que se encontrara con una cruz de cruzado era condenado a muerte. Surgió un partido pacifista, encabezado por los Franciscanos Espirituales. “No matéis a los paganos; ¡Conviértelos!” fue su grito. Al principio, las cruzadas habían fortalecido a la iglesia, pero finalmente el patrocinio de la guerra por parte del papado llegó a socavar su autoridad espiritual. El decano y el cabildo de la catedral de Passau predicaron una cruzada contra el legado papal; en Regensburg, cualquiera que se encontrara con una cruz de cruzado era condenado a muerte. Surgió un partido pacifista, encabezado por los Franciscanos Espirituales. “No matéis a los paganos; ¡Conviértelos!” fue su grito. Al principio, las cruzadas habían fortalecido a la iglesia, pero finalmente el patrocinio de la guerra por parte del papado llegó a socavar su autoridad espiritual.

Los efectos de las cruzadas en el mundo laico fueron mixtos. Los hijos menores problemáticos fueron enviados a Tierra Santa para que no pudieran perturbar la paz en el hogar. La creciente clase media se benefició prestando dinero a los cruzados y vendiéndoles suministros. Muchos campesinos y siervos compraron su libertad a su amo, que necesitaba dinero en efectivo para los gastos de viaje, y descubrió un nuevo oficio en las ciudades en expansión.

Las cruzadas coincidieron más o menos con el redescubrimiento de Oriente por parte de Occidente. Los comerciantes, de los cuales el más conocido es Marco Polo, llegaron al Imperio Mongol en el Lejano Oriente y organizaron un gran negocio internacional, tanto por tierra como por mar. Los productos orientales se hicieron comunes en Occidente: arroz, azúcar, sésamo, limones, melones, albaricoques, espinacas y alcachofas. El comercio de especias floreció; Occidente aprendió a apreciar el clavo y el jengibre ya deleitarse con los perfumes exóticos. Los materiales orientales estaban muy de moda: muselinas, algodones, satenes, damascos, alfombras y tapices; y nuevos colores y tintes: índigo, carmín y lila. Occidente adoptó los números arábigos en lugar del imposible sistema romano. Incluso se dice que el rosario llegó a la Europa cristiana a través de Siria.

Las cruzadas estimularon la economía europea. El comercio se convirtió en un gran negocio a medida que los nuevos dispositivos bancarios y crediticios, desarrollados durante el período, se hicieron de uso común. También se estimuló la imaginación de Europa, pues los cruzados dieron lugar a una rica literatura vernácula, poemas épicos, historias, memorias. Y el ideal heroico, por mucho que se abuse de él, poseyó la imaginación occidental y todavía vive allí como el gran ejemplo de sacrificio personal por una causa santa.
  

viernes, 5 de agosto de 2022

Organización y Guerra de Campañas Medievales

Organización y Guerra de Campañas Medievales 

Parte 1 || Parte 2
Weapons and Warfare




Guillermo el Conquistador es probablemente el soldado y general más conocido del siglo XI. La conquista de Inglaterra en 1066 no solo fue un evento histórico importante, sino que también quedó grabado en la mente de, al menos, el mundo de habla inglesa. William era menor de edad cuando su padre murió en 1035, y la lucha por imponerse en Normandía fue larga y amarga. Fue solo con la ayuda de su señor, Enrique I de Francia (1031-1060) que la mayor rebelión contra él fue derrotada en la batalla de Val-ès-Dunes en 1047, de la que no sabemos casi nada. Sin embargo, el líder rebelde, Guy de Borgoña, se refugió en el castillo de Brionne donde resistió durante tres años. A partir de entonces, aunque la posición de William mejoró, la propensión a la rebelión se mantuvo. A raíz de su captura de Tours en 1044 Geoffrey Martel, conde de Anjou (1040-1060), dirigió su atención a Maine, donde la ciudad principal de Le Mans fue capturada en 1051. Después de que la viuda del conde de Maine, su hijo Herbert y su hija Margaret huyeron a la corte normanda, Geoffrey se apoderó de Domfront, un feudo del conde de Maine por la familia Bellême, y la ciudad normanda de Alençon, ofreciendo como incentivo a sus soldados una licencia para saquear las tierras normandas. William no pudo tomar Domfront por golpe de mano y construyó cuatro castillos, probablemente estructuras de madera y movimiento de tierra, para bloquearlo mientras mantenía una postura activa que le permitió reunir a sus tropas contra un esfuerzo de Geoffrey para aliviarlo, cuyas fuerzas se retiraron intactas y vigilantes. . Guillermo se enfrentaba ahora a una situación difícil pues su presencia le impedía hacer estragos. Sin embargo, William aparentemente había vigilado de cerca a Alençon mientras tanto, y, cuando se dio cuenta de que sus defensas eran débiles, de repente se apoderó de él, tratando con tanta dureza a su guarnición que Domfront decidió llegar a un acuerdo. La campaña ciertamente ilustra el mando de William, con su estricto control sobre los acontecimientos. Indica cómo el castillo y su suministro dominaron la guerra pero no a expensas de la movilidad, que fue el factor clave en la victoria de William. También se debe agregar que Geoffrey era un buen general, pero aquí estaba al límite de su autoridad, por lo que su poder se atenuó y su capacidad para ejercerlo sin un esfuerzo enorme se limitó. Las propias puñaladas de William contra Maine fallaron por las mismas razones, hasta después de la muerte de Geoffrey en 1063 cuando, aprovechando el conflicto interno que desgarraba la casa de Anjou, avanzó contra Le Mans con fuego y espada como lo describe William de Poitiers.

En los años 1051-1052 se produjo un cambio importante en las alianzas en el norte de Francia. Los duques normandos habían sido durante mucho tiempo aliados cercanos de la casa real de los Capetos. El padre de Guillermo, Roberto I, había apoyado a Enrique contra la revuelta de 1031 y, a cambio, el rey había apoyado a su hijo, como hemos visto. Pero los Capetos también habían sido amigos durante mucho tiempo de la casa de Anjou, quienes habían sido sus aliados contra la grave amenaza planteada por los condes de Blois-Champagne, aceptando más recientemente su conquista de Tours en 1044 de manos de los Blésois.6 Cuando estos dos aliados peleó por Maine, el rey Enrique apoyó a los angevinos, lo que representaba una grave amenaza para Guillermo, cuyo régimen aún estaba lejos de ser seguro después de su reciente minoría. En 1053 Guillermo de Arques, un gran señor de la Alta Normandía con muchos aliados, se rebeló y su castillo de Arques, recién construido y bien fortificado, fue el centro de los acontecimientos. Los hombres de William en Rouen, sus principes militiae, intentaron sin éxito interferir con la preparación de Arques, pero cuando William llegó, construyó un contracastillo y se dispuso a asediar. El rey Enrique dirigió un ejército en Normandía, devastando a medida que avanzaba, pero fue emboscado y, aunque llevó suministros a Arques, su fuerza se debilitó tanto que el castillo cayó poco después de su retirada. Al año siguiente, Enrique lo intentó de nuevo con dos ejércitos, uno bajo el mando de Odo, su hermano, atacando el este de Normandía y el otro bajo su propio mando, apoyado por los angevinos, avanzando a través de Evreux. El duque adoptó la táctica clásica de seguir a su enemigo, y uno de sus destacamentos cayó sobre los saqueadores franceses en Mortemer causando tal pérdida que ambos ejércitos franceses se retiraron. Las mismas tácticas de seguir a los franceses, impidiendo que se dispersaran en busca de forraje, fueron empleados en 1057 y esta vez William cayó sobre el ejército francés y angevino cuando la marea lo partió en dos cruzando Dives en Varaville, causando pérdidas muy grandes. Fue en esta batalla donde, según Wace, los arqueros desempeñaron un papel destacado. Hay mucho que admirar en el cargo de general de William en todas estas campañas. Era un maestro de las técnicas contemporáneas de guerra y logró impresionar a sus vasallos y preservar su lealtad. Quizás aún más importante es notar la escala de esfuerzo que logró sostener a pesar de sus dificultades internas. Él, y de hecho sus oponentes, montaron grandes campañas intercaladas con asedios y asuntos menores durante un período de casi diez años. Obviamente, esto dice mucho sobre la eficiencia económica de la economía señorial, pero también dice mucho sobre la capacidad de organizar, reclutar y mantener ejércitos. Es un tema poco discutido por los historiadores modernos de la época, pero por supuesto fue una habilidad vital en las circunstancias de la cruzada.

Incluso el biógrafo admirador de William, William of Poitiers, admite que evadió la batalla siempre que fue posible. De hecho, Varaville fue la única ocasión antes de Hastings en la que participó en cualquier escala en campo abierto y fue solo en las circunstancias más favorables. La calificación 'en cualquier escala' es importante, ya que hubo muchas ocasiones durante estos años en que hubo peleas, pero fueron de un tipo limitado que solo podía tener resultados limitados. En 1053 y 1054, el rey Enrique simplemente absorbió derrotas menores. William no era una técnica sin batallas, sino que se comprometió con un estilo de guerra que evitaba grandes pérdidas y conservaba sus fuerzas, prefiriendo las tácticas que hemos mencionado anteriormente. En esto mostró sabiduría, porque la batalla en cualquier escala podía ser muy costosa y era terriblemente peligrosa. La batalla de Cassel el 22 de febrero de 1071 fue bastante destacada por los contemporáneos. En 1070 murió Balduino VI de Flandes y la sucesión de su hijo de quince años, Arnulfo III, que contaba con el apoyo de su madre Richilde, fue impugnada por el hermano del difunto conde, Roberto I el Frisón, padre de Roberto II de Flandes, que pasó a la Primera Cruzada. Robert reunió apoyo especialmente en el norte de Flandes y golpeó repentinamente a Cassel, donde se concentraba el ejército de Arnulfo; en sus filas estaba Eustaquio II conde de Boulogne, importante vasallo en Flandes y en Inglaterra y padre de tres participantes en la Primera Cruzada, Eustaquio III de Boulogne, Godofredo de Bouillon y Baldwin. Arnulfo fue apoyado por su señor Felipe de Francia, cuya tía Adela se había casado con Balduino V de Flandes (1035-1067), entre cuyas fuerzas se encontraba un contingente de diez caballeros de Normandía dirigidos por William FitzOsborn, una pequeña fuerza cuyo tamaño indica que el Conquistador, que se había casado con la hija de Baldwin V, Mathilda, estaba mucho más preocupado por los asuntos de Inglaterra. Robert parece haber avanzado rápidamente hacia Cassel, evidentemente viendo la batalla como una decisión rápida y necesitando forzarla antes de que la fuerza superior de sus enemigos pudiera reunirse. No sabemos con certeza quién retuvo a Cassel al comienzo de la batalla, cuyos detalles se pierden en gran medida para nosotros. Una fuente sugiere que Robert atrajo a los aliados a una emboscada con una finta, pero más allá de esto hay confusión. Lo que nos interesa es el resultado extraordinario de esta batalla. Arnulfo III fue asesinado y también William FitzOsborn; Richilde fue capturada por los hombres de Robert, y Roberto el Frisón fue capturado por Eustaquio II de Boulogne. En un mes, el rey de Francia había concentrado una fuerza mucho mayor en Montreuil y estaba listo para reanudar la guerra, pero se vio obligado a reconocer a Robert, quien fue liberado a cambio de Richilde y elevado al condado gracias al apoyo de Eustace II. Balduino de Hainault, el otro hijo sobreviviente de Balduino VI, luego disputó sin éxito el condado de Flandes, pero moriría en una cruzada con el hijo de Roberto, Roberto II, en 1098. Roberto el Frisón no había tenido otra opción que buscar la batalla, para la mayoría de su apoyo estaba en la parte más pobre de Flandes y su rival tenía poderosos aliados. El resultado inmediato de su estrategia fue una pobre recompensa a su valentía, aunque a la larga la muerte de Arnulfo abrió el camino para una solución política favorable. Más de un siglo después, los riesgos eran igual de grandes. En septiembre de 1198, Ricardo I de Inglaterra (1189-1199) cayó sobre el ejército del rey Felipe de Francia (1180-1223) cuando intentaba socorrer a Courcelles, infligiendo una dura derrota durante la cual se rompió el puente de Gisors arrojando al rey francés al mar. agua donde 'tenía que beber del río'. Richard informó de estos hechos en una carta al obispo de Durham que tiene una nota confesional, casi de disculpa, que refleja los peligros de recurrir a la batalla: "Al hacer esto, arriesgamos no solo nuestra propia vida sino también el reino mismo, contra el consejo de todos". nuestros concejales'. Una reflexión tan sobria de uno de los más grandes de todos los generales medievales explica por qué las batallas importantes solo debían emprenderse en las circunstancias más favorables, como mostró William en Varaville, o para las apuestas más altas.



Debido a sus resultados espectaculares y decisivos, Hastings es quizás la más célebre de todas las batallas medievales. Ciertos aspectos de la campaña de Hastings deben enfatizarse, sin embargo, porque iluminan la naturaleza de la guerra a fines del siglo XI. En primer lugar, la escala de la empresa, que requería la recolección y construcción de una flota, era enorme. El devoto biógrafo de William nos dice que cuando su héroe anunció su intención de conquistar Inglaterra cuando llegó la noticia de la muerte de Edward y la usurpación de Harold, muchos le advirtieron que tal empresa estaba más allá de las fuerzas de los normandos y algunos parecen estar de acuerdo. se han negado a participar o lo han prometido, y luego se han retractado. De hecho, fue una gran empresa. William se vio obligado a consultar con sus magnates en una serie de conferencias en Lillebonne, Bonneville-sur-Touques y Caen en los que acordaron contribuciones sin precedentes al ejército y, aparentemente, también a la provisión de barcos como los sesenta levantados por William FitzOsborn. Parece probable que William estableciera el número de tropas que cada señor le debía de acuerdo con la extensión de sus tierras, y luego concertó acuerdos por encima de esas cifras para las circunstancias especiales de la gran expedición. Según Wace, William FitzOsborn les exhortó a aportar al menos el doble de sus obligaciones y esto provocó la ansiedad entre los magnates de que el aumento de la contribución no fuera visto como un precedente, lo que llevó al duque a asegurarles individualmente que no sería así. De hecho, en cierto sentido se demostró que los críticos de la expedición tenían razón, ya que William tuvo que buscar recursos fuera de Normandía. La presencia de flamencos, Las tropas francesas y bretonas en la hueste de Hastings, y luego entre la nueva aristocracia de Inglaterra, son demasiado conocidas para que necesiten discutirse aquí. La importancia de Eustaquio II de Boulogne en el tapiz de Bayeux lo atestigua, y sabemos de la presencia de soldados de Poitiers. El Carmen de Hastingae Proelio sugiere la presencia de normandos del sur de Italia. Esto indica el alcance de su esfuerzo de reclutamiento. Wace da una idea de la diversidad de los arreglos del Conquistador cuando habla de los soldados que se acercan a él en grupos o solos. Muchos deseaban las tierras del duque en caso de que conquistara Inglaterra. Algunos pidieron paga, asignaciones y obsequios. A menudo era necesario distribuirlos a aquellos que no podían permitirse el lujo de esperar.' En total, se movilizaron unos 14.000 hombres, incluidos marineros, de los cuales unos 8.000 eran efectivos, incluidos 3, 000 de caballería. Entre los 5.000 pies había muchos arqueros que, según el Tapiz, parecen haber estado ligeramente armados, y un cuerpo considerable de lo que Guillermo de Poitiers llama pedites loricati, soldados de infantería fuertemente armados. En la batalla, el duque encontraría conveniente dividir su fuerza en divisiones de normandos, bretones y franceses. Este vasto conjunto debe haber despojado a Normandía de tropas, pero tal exposición fue posible porque dos enemigos empedernidos habían muerto en 1060, Enrique I de Francia y Geoffrey Martel de Anjou. La regencia de Francia estaba en manos del suegro de Guillermo, Balduino V de Flandes. Esta enorme fuerza tuvo que concentrarse cerca de Dives-sur-Mer, donde se reunió la flota en el verano de 1066, y tuvo que ser abastecida,

Esta concentración de fuerzas en Dives de unos 14.000 hombres y entre 2.000 y 3.000 caballos de guerra presentaba un formidable problema de suministro. Se ha sugerido que la tarea de alimentarlos y abrevarlos exigió 9.000 carretadas de grano, paja, vino y leña junto con ocho toneladas de hierro solo para las herraduras. Generaron 700,000 galones de orina y cinco millones de libras de mierda de caballo durante su estadía y esto tuvo que ser removido. Además, debe haber habido muchos animales de tiro y, de hecho, el tapiz de Bayeux nos muestra suministros militares que se transportan en vehículos especializados. Los caballos de guerra eran muy valiosos y mantener un número considerable de ellos era un problema grave. Investigaciones recientes indican que la cría de razas especializadas de caballos era una gran carga, que requería parques cerrados para aislar yeguas y sementales adecuados en criaderos de sementales bien fundados. Además, debe reconocerse que en Europa occidental había pocas praderas donde los caballos pudieran pastar y que estos animales eran alimentados en establo con grano y heno. Por lo tanto, compitieron con los hombres por el grano, mientras que para la provisión de heno, era necesario desarrollar prados. Esto explica el contraste entre Occidente, donde el desarrollo de animales más grandes y pesados ​​fue una consecuencia necesaria de este costoso régimen, y Oriente, donde la disponibilidad de praderas en Asia Menor y la llanura del Éufrates, como en el norte de África, favoreció el desarrollo de un raza más ligera, aunque el progreso de esta distinción fue limitado en el siglo XI. Apoyar a tales animales era una gran sangría para el excedente campesino en el mejor de los casos. En condiciones de guerra, la alimentación de los caballos presentaba problemas terribles. En agosto y septiembre de 1914, el Primer Ejército de von Kluck, que marchaba a la derecha del ataque alemán bajo el famoso 'Plan Schlieffen', tenía 84.000 caballos que consumían dos millones de libras de forraje por día, o veinticuatro libras de grano y heno cada uno. Aunque avanzaban en una temporada más favorable, la caballería estaba cansada cuando cruzaron la frontera francesa y en malas condiciones al comienzo de la Batalla del Marne el 6 de septiembre. La suerte de los animales de tiro fue peor y los cañones se retrasaron mucho. Por difíciles que debieron ser las condiciones de 1914, eran infinitamente mejores para la supervivencia de los animales que en el siglo XI. La concentración de William en Dives tuvo lugar en la época más favorable del año y su posterior despliegue disfrutó de buena fortuna. Sin embargo, los cruzados se enfrentaron a condiciones mucho más difíciles y el estado de los caballos se convirtió rápidamente en una gran preocupación para el ejército, como veremos. Una vez en la estepa de Anatolia, los animales eran muy vulnerables y parece poco probable que algún animal de Europa occidental sobreviviera al viaje.

Los contemporáneos quedaron profundamente impresionados por la flota que reunió Guillermo, y que está tan gráficamente ilustrada en el Tapiz. Su tamaño real no fue definitivamente conocido por los contemporáneos. La lista de barcos de Guillermo el Conquistador sugiere que los señores normandos deberían haber producido unos 776 barcos, y Wace recuerda que le dijeron que la flota que navegaba era de 700 menos cuatro, aunque también había encontrado anotada la cifra de 3.000. No es necesariamente el caso de que los señores normandos produjeran sus cuotas y se han sugerido cifras tan bajas como 400-500, pero la mayoría de los escritores creen que un total de entre 700 y 1000 se concentraron en Dives, donde se reunía el ejército. Guillermo de Poitiers nos cuenta que el duque mandó construir barcos, pero es poco probable que se pudiera haber construido una gran flota en el período comprendido entre la muerte del Confesor y el desembarco en Pevensey el 28 de septiembre. La evidencia sugiere que el duque adquirió barcos existentes, en particular contratándolos junto con mercenarios de Flandes. La mayor parte de ellos eran mercantes aptos para el transporte de caballos y provisiones, así como de hombres, aunque indudablemente se incluían varios barcos y esquifes. El énfasis en la construcción naval en Guillermo de Poitiers y el Tapiz probablemente se debe en gran parte al entusiasmo generado por esta actividad. Pero, evidentemente, William se vio presionado para encontrar suficientes barcos, ya que el Tapiz parece mostrar que se corta madera sin secar para la construcción naval. Parece poco probable que Guillermo hiciera fabricar transportes especiales para sus caballos, como los que usaban los bizantinos. porque el Tapiz no muestra nada parecido a ellos y las fuentes escritas no dan ninguna indicación de vasos tan exóticos. A principios de septiembre, la concentración de fuerzas en Dives parece haber sido completa y la flota navegó con viento del oeste hacia St Valéry, donde esperó quince días hasta que un suave viento del sur la llevó a Inglaterra. Desde cualquier punto de vista, este fue un logro logístico y organizativo notable. Es importante reconocer que, si bien fue excepcional, no fue único. Desde cualquier punto de vista, este fue un logro logístico y organizativo notable. Es importante reconocer que, si bien fue excepcional, no fue único. Desde cualquier punto de vista, este fue un logro logístico y organizativo notable. Es importante reconocer que, si bien fue excepcional, no fue único.

El rey Harold de Inglaterra sabía de las intenciones y preparativos del duque de Normandía; de hecho, Guillermo de Poitiers registra la recepción dada a un espía inglés. En mayo, Harold puso en marcha sus propios preparativos, acelerados por las incursiones de su hermano disidente Tosti en el sur de Inglaterra. Aparentemente, su flota tardó en movilizarse, pero es posible que haya intentado un ataque contra las fuerzas de William a través del Canal, mientras que en tierra sus tropas estaban "en todas partes junto al mar" porque los ingleses tenían un sistema militar eficiente. Este fyrd anglosajón se centró en los sirvientes del rey y los grandes thegns y quizás algunos mercenarios, complementado con gravámenes del condado cuyas localidades les brindaban apoyo. La peculiaridad de la tradición militar anglosajona fue la incapacidad de desarrollar una caballería eficaz. Aunque la élite del ejército iba a la batalla a caballo, hay pruebas de que luchaban a pie. Por lo tanto, aunque podían moverse rápidamente por el país, carecían de movilidad en el campo de batalla, el factor clave en la guerra que se avecinaba. Luego, el 8 de septiembre, la flota y el ejército anglosajones se dispersaron, y la primera se dirigió a Londres con pérdidas, porque, como nos dice la Crónica: 'las provisiones de la gente se habían acabado'. Es fácil contrastar desfavorablemente este desastre logístico con el triunfo al otro lado del Canal. Sin embargo, mantener un ejército y una flota durante tanto tiempo fue un gran logro, especialmente porque fuerzas considerables permanecieron en el norte para protegerse contra la amenaza de ataque de Tosti y Harald Hardrada. Además, cuando Harold se enteró del ataque nórdico a York, pudo reunir a su ejército y atacar muy rápidamente, lo que sugiere que no todos se habían dispersado. Probablemente se ha exagerado el alcance de su desmovilización y las mejores tropas se quedaron con él. Además, la flota inglesa se hizo a la mar rápidamente para aislar a los normandos después de que desembarcaran el 28 de septiembre. El 12 de septiembre, la flota normanda abandonó su área de concentración en Dives y sus alrededores y navegó hacia el este hasta St Valéry, justo cuando Harold se enteró del desembarco de Harald Hardrada en York con una flota de 300 a 500 barcos reforzados por Tosti; derrotaron a los condes Edwin y Morcar en Fulford Bridge el 20 de septiembre con una gran matanza en ambos bandos y tomaron posesión de York. El 24 de septiembre, Harold, después de una marcha vertiginosa, estaba en Tadcaster. El 25 de septiembre hizo marchar a sus tropas a través de York y sorprendió y masacró al ejército danés en Stamford Bridge. Audiencia del desembarco normando en Pevensey del 28 de septiembre, dirigió a su ejército hacia el sur y después de pasar del 5 al 11 de octubre reuniendo más tropas en Londres, marchó para enfrentarse a William, cuyos espías le advirtieron de la llegada del ejército anglosajón el 13 de octubre. Al día siguiente tuvo lugar la batalla y Harold murió. El esfuerzo organizativo realizado por ambos bandos en este verano de 1066 fue notable y apunta a la capacidad de los comandantes. Fue paralelo a otras partes de Europa en este momento. La conquista normanda del sur de Italia y Sicilia alcanzó su clímax en los años 1071 y 1072 cuando cayeron las principales ciudades de Bari y Palermo. Bari fue el último gran bastión del poder bizantino en Italia y sus poderosas fortificaciones fueron merecidamente temidas. Cuando Roberto Guiscardo inició el sitio el 5 de agosto de 1068 sabía que estaba iniciando una gran empresa y que el bloqueo por mar era vital. En 1060-1, los normandos habían demostrado su voluntad de tomar barcos con una serie de incursiones en Messina que culminaron con su toma por parte de una fuerza que incluía entre 700 y 1000 jinetes cuyas monturas tuvieron que ser transportadas a Sicilia. Este alojamiento exitoso abrió el camino para una conquista facilitada por las divisiones entre los tres principales Emiratos musulmanes. Bari fue una operación mucho mayor en el curso de la cual se estableció un bloqueo terrestre y se complementó con un bloqueo marítimo, durante el cual los barcos normandos se unieron para formar una barrera de penetración en el puerto. Sin embargo, una fuerza de socorro bizantina irrumpió en 1069, y una desviación por mar y tierra contra Brindisi fue fuertemente derrotada. Sin embargo, los normandos disfrutaron de la ayuda de Pisa, cuya flota trajo tropas y ballesteros para operaciones terrestres y marítimas. La derrota de una importante flota bizantina en 1070 abrió el camino a negociaciones que culminaron con la rendición negociada de la ciudad en abril de 1071. A esta larga operación le siguió el sitio de Palermo iniciado en agosto de 1071, al que los hermanos Hauteville, Robert y Roger, trajeron una fuerza de cincuenta y ocho barcos. En tierra construyeron máquinas de asedio y en el mar se estableció un bloqueo que no fue del todo exitoso pues una flota norteafricana se abrió paso para aprovisionar la ciudad. Sin embargo, al final, el hambre llevó a la ciudad a una rendición negociada el 10 de enero de 1072. trajo una fuerza de cincuenta y ocho barcos. En tierra construyeron máquinas de asedio y en el mar se estableció un bloqueo que no fue del todo exitoso pues una flota norteafricana se abrió paso para aprovisionar la ciudad. Sin embargo, al final, el hambre llevó a la ciudad a una rendición negociada el 10 de enero de 1072.



Estas notables operaciones en el sur fueron paralelas a las hazañas de organización de las expediciones alemanas a Italia. La documentación sobre la organización militar de los reyes alemanes es escasa, pero el Indiculus Loricatorum es una lista de los refuerzos solicitados por Otto II (973–83) después de su derrota en 982 en Cortone. Un total de 2.090 hombres a caballo fueron llamados al servicio sobre la base de lo que parece haber sido una servitia debita establecida que formaba la base de reclutamiento del ejército imperial. En las marchas de Alemania se impuso a los eslavos un impuesto regular, el censo, para mantener las guarniciones y las fuerzas militares de sus conquistadores. En 1026 Conrado II (1024-1039) emprendió la expedición a Italia que condujo a su coronación imperial. En general, no se considera una acción militar importante, pero Italia no fue amistosa. Después de la coronación en Milán, Conrado asoló las tierras de la hostil Pavía, aunque no pudo tomar la ciudad. Tuvo que sofocar una revuelta en Rávena antes de proceder a Roma. La coronación imperial fue brillante, pero después un alemán y un romano se pelearon por un pellejo y estalló una dura lucha que involucró a todo el ejército alemán. El 'Conflicto de las Investiduras' fue una guerra civil alemana que involucró sangrientas batallas en una tierra donde el castillo estaba emergiendo como un factor importante. Durante su curso, Enrique IV dirigió varias expediciones importantes a Italia, incluido el asedio de Roma en 1083 en el que participó Godofredo cuando se construyó la maquinaria de asedio, incluidos los arietes. La regularidad y la escala de las expediciones italianas de los emperadores alemanes tuvieron un profundo impacto en el surgimiento de la clase caballeresca alemana, los ministeriales. En el siglo XII se elaboraron los códigos que regían su conducta, particularmente en lo que respecta a sus deberes en las "complicadas y onerosas aventuras imperiales en Italia", con fuertes multas por incumplimiento y asignaciones de equipamiento pagaderas por su señor. En 1154, el arzobispo de Colonia exigió que todos los que tenían tierras por valor de cinco marcos se fueran, y se les dieron diez marcos para equipo junto con suministros, caballos y una paga de un marco por mes una vez que cruzaran los Alpes. En 1161 el arzobispo envió 500 hombres a un costo de 10.000 marcos. En 1154, el arzobispo de Colonia exigió que todos los que tenían tierras por valor de cinco marcos se fueran, y se les dieron diez marcos para equipo junto con suministros, caballos y una paga de un marco por mes una vez que cruzaran los Alpes. En 1161 el arzobispo envió 500 hombres a un costo de 10.000 marcos. En 1154, el arzobispo de Colonia exigió que todos los que tenían tierras por valor de cinco marcos se fueran, y se les dieron diez marcos para equipo junto con suministros, caballos y una paga de un marco por mes una vez que cruzaran los Alpes. En 1161 el arzobispo envió 500 hombres a un costo de 10.000 marcos.

La organización de la guerra era la principal preocupación del gobierno, pero incluso en su mejor momento siguió siendo, según nuestros estándares, simple. En esencia, aquellos que poseían tierras del rey debían servir de una forma u otra y esta obligación coexistía con una tradición germánica más antigua de que todos los hombres libres tenían el deber de servir al rey en momentos de emergencia. Hemos notado el establecimiento de cuotas en Alemania y el mismo proceso estaba en marcha en Normandía, aunque se debe enfatizar que el 'feudalismo' emergió a fines del siglo XI y que hasta ahora solo había 'una maraña de costumbres feudales incipientes, construido en parte desde abajo»39. En cualquier caso, los gobernantes poderosos tenían fuentes distintas de la naciente obligación feudal para formar grandes ejércitos. Ahora está claro que las tropas pagadas siempre habían jugado un papel importante, como lo hicieron, por ejemplo, bajo William Rufus. Las distinciones entre mercenarios, caballeros dotados y caballeros de la casa no están claras: los que sirven por obligación más allá de un período fijo bien podrían recibir un pago, y había una fuerte tendencia a discutir sobre hasta dónde llegaban las obligaciones. La aristocracia y la clase caballeresca ciertamente proporcionaron una gran cantidad de mano de obra calificada entrenada en la guerra de la cual se podían reclutar soldados. Además, los reyes normandos confiaban en la casa real, su riqueza y sus principales seguidores para formar ejércitos. Estas agrupaciones profesionales de seguidores domésticos en torno al rey, pagados y aspirantes, o dotados y pagados y esperando algo mejor, eran en lo que el rey confiaba para el núcleo de su ejército y su mando. En tiempo de guerra, tal cuerpo podría expandirse y servir como la fuerza de mando de un gran ejército. A través de ellos se canalizaron los tendones de la guerra, porque al final fue el dinero lo que hizo la victoria. Aunque tales cuerpos, tales hogares militares, solo pueden documentarse desde principios del siglo XII, es poco probable que fueran inventados; más bien, deben haber evolucionado durante un período de tiempo. En 1101, Enrique I negoció un acuerdo con Roberto II de Flandes por el cual este último juró ser su hombre y proporcionar 1.000 caballeros a cambio de una tarifa. Es casi seguro que William Rufus hizo el mismo arreglo cuando conoció a Robert en 1093. Es interesante que el tratado especificara que a cada caballero se le proporcionarían tres caballos. Parece probable que este tipo de organización fuera el secreto de la reputación de Rufus para formar y pagar ejércitos. Un ejército medieval era un compuesto de fuerzas en torno a un núcleo de líderes leales a los que podemos considerar generales. No eran simplemente militares; también formaron un cuerpo administrativo para la vital tarea de manejar y pagar el dinero. Claramente, tanto William Rufus como Henry I necesitaban un cuerpo así si estaban preparados para enfrentarse a grandes fuerzas flamencas. Por supuesto, no podemos describir tal organización con certeza fuera de la esfera anglo-normanda, y claramente para Suger tal capacidad era una cuestión de asombro. Lo interesante es que tal capacidad ya había surgido entre los normandos en vísperas de la Primera Cruzada; fueron un elemento importante en el ejército de conquista que Urbano II creó en 1095. Este desarrollo organizativo indica hasta qué punto la guerra a fines del siglo XI no era una cuestión de instinto, de 'patadas y acometidas', sino de astucia. y organización, en resumen, generalato. Esto explica la rareza no de la batalla sino de la batalla a gran escala. Entendieron el contexto en el que estaban haciendo la guerra. Atacar la base económica de tu enemigo, aislar sus castillos, matar de hambre a su población, estos eran métodos más seguros y más aplicables a los objetivos generalmente limitados por los que luchaban los hombres. Sin embargo, había ocasiones en las que había tanto en juego que había que arriesgarlo todo en el tiro de la batalla, y en estas ocasiones los hombres que dirigían las cosas buscaban asegurarse de que sus posibilidades de victoria fueran tan grandes como fuera posible en lo que era más importante. riesgoso de todas las empresas.

Fulk le Réehin, conde de Anjou (1067-1109) describió cómo luchó contra su hermano por el condado durante un período de ocho años:

Pero aun así me atacó una vez más, poniendo sitio a mi fortaleza de Brissac. Allí cabalgué contra él con aquellos príncipes a quienes Dios en su clemencia permitió unirse a mí, y peleé con él una batalla campal en la que, por la gracia de Dios, lo vencí; y fue capturado y entregado a mí, y mil de sus hombres con él.

La invocación repetida del nombre de Dios muestra cuán pocas ilusiones tenía Fulco sobre las posibilidades de batalla.

El duque Guillermo de Normandía compartía su cautela, pero en la expedición contra Inglaterra la batalla era inevitable. Sus riesgos probablemente subyacen a la falta de voluntad ya señalada de algunos de los señores normandos para unirse a la empresa. El ataque de William a Inglaterra disfrutó de gran fortuna. Sus preparativos habían llevado mucho tiempo, pero encontró un clima excepcionalmente bueno muy avanzado el año para la travesía el 27 de septiembre de 1066. En el paso de Dives a St Valéry su flota había sufrido pérdidas, pero no se registra ninguna para la travesía principal. el 27 de septiembre y esto sugiere que la brisa favorable ese día no superó la Fuerza 3.5, alrededor de 10 mph. Con cualquier viento fuerte, sus preciosos caballos probablemente habrían sufrido pérdidas porque estaban alojados en transportes ordinarios, no en barcos especialmente diseñados para ese propósito. Parece probable que hubiera enviado barcos ligeros para vigilar la flota y las costas inglesas, por lo que habría sabido del colapso parcial de las defensas enemigas el 8 de septiembre y probablemente también de la marcha hacia el norte de Harold. Dado que William parece haber sido muy consciente del interés de los nórdicos en Inglaterra y había alentado a Tosti, el hermano separado de Harold, en sus ataques a Inglaterra, esto no fue mera buena suerte. La diplomacia de William para aislar a Harold había sido intensa y pudo desplegar una bandera papal ante su ejército. Después de aterrizar en Pevensey, William pronto se dio cuenta de que Hastings era un sitio mejor y se mudó allí un día después. Inmediatamente comenzó a fortificar sus bases, construyendo castillos en ambas para protegerse y proporcionar puerto seguro para la flota. Al mismo tiempo, asaltó el campo, un proceso que se muestra vívidamente en el Tapiz. Es posible que esta devastación, en el propio condado de Harold, tuviera la intención de provocar al enemigo a un ataque apresurado, pero la alimentación de un ejército tan grande lo habría obligado de todos modos. Con una base segura, William podría dominar la costa de Sussex, pero a largo plazo su situación no era muy favorable, ya que la flota inglesa pronto amenazaría sus comunicaciones, que de todos modos estaban en peligro a medida que el clima empeoraba y estallaban las tormentas de otoño. William quería una solución rápida, como probablemente lo había sabido todo el tiempo; necesitaba buscar la batalla y capitalizar rápidamente su fuerza y ​​la alta moral de su ejército, impulsada por las promesas de tierras inglesas. Por otro lado, apenas se atrevía a arriesgarse a penetrar profundamente en el interior del enemigo, donde encontraría bastantes dificultades más tarde, incluso sin oposición. Pero estaba listo para la batalla. Según Guillermo de Poitiers, un criado bretón del Confesor, Robert Fitz-Wimarch, envió un mensaje advirtiéndole de la llegada del ejército sajón e instándolo a refugiarse en sus fortificaciones, pero Guillermo rechazó este consejo con entusiasmo manifestando su deseo de batalla. Fue una gran suerte para William que Harold jugara en sus manos, pero este fue un error de cálculo brillantemente explotado por el duque normando.



La victoria de Harold sobre los daneses en York el 25 de septiembre fue, según todos los informes, un asunto sangriento que, además de las pérdidas en Fulford el 20 de septiembre, debe haber reducido seriamente los efectivos disponibles en el ejército anglosajón. Tradicionalmente, se supone que se enteró del desembarco de William el 1 de octubre o poco después y luego se vio obligado a volver sobre su marcha de trece días y 190 millas a Londres, llegando a Hastings el 13 de octubre. Si esta cronología es correcta de algún modo, entonces podemos suponer que no todo su ejército vino con él, ya que Ordericus dice que pasó cinco días en Londres reuniendo fuerzas. Esto puede o no ser exactamente cierto, pero Harold habría necesitado algo de tiempo para concentrar las tropas y seguramente ningún ejército considerable podría haber avanzado tan rápido. Harold luego partió y llegó a Battle en la noche del 13 de octubre. No sabemos cuáles eran sus intenciones. Es posible que esperara tomar por sorpresa a los normandos como lo había hecho con los nórdicos y esto fue ciertamente lo que pensaron los normandos más tarde, incluso temiendo un ataque nocturno que hizo que el ejército pasara una noche incómoda y sin dormir. Es igualmente posible que quisiera obligar al ejército de William a concentrarse mediante sus fortificaciones, privándolo de alimentos, una táctica que hemos notado utilizada por el propio William. En cualquier caso, su error fue marchar tan cerca de su enemigo como Battle, a apenas siete millas del principal campamento enemigo. Este era el borde de las tierras boscosas y no podía ir más allá porque, como todas las fuerzas anglosajonas, su ejército estaba acostumbrado a luchar a pie, aunque sus miembros principales viajaban a caballo. En los Downs abiertos, la caballería normanda podría hacer pedazos una fuerza de infantería de este tipo. El error se agravó porque William se abalanzó sobre él. Porque William se había esforzado por vigilar de cerca los movimientos enemigos: su énfasis en el buen reconocimiento fue una característica de toda la vida. Temprano en la mañana del 14 de octubre, marchó rápidamente a Battle y desplegó su ejército tomando a Harold desprevenido, como dice la Crónica E: 'antes de que todo el ejército hubiera venido' y D más interesante: 'Y William vino contra él por sorpresa antes de su El ejército se formó en orden de batalla. Sin embargo, el rey luchó duramente contra él con los hombres que estaban dispuestos a apoyarlo'. Florence of Worcester dice que solo la mitad del ejército de Harold se había reunido y solo un tercio se había desplegado cuando atacaron los normandos. Porque William se había esforzado por vigilar de cerca los movimientos enemigos: su énfasis en el buen reconocimiento fue una característica de toda la vida.

Harold logró tomar una posición fuerte en la boca de un embudo a través del bosque en la carretera principal del actual pueblo de Battle. Tenía una posición fuerte para la defensa y sus hombres estaban decididos. Pero no tenían forma de atacar al enemigo que podía retirarse fácilmente y atacar una vez más, a menos que entraran en pánico. Las fuerzas de Harold tampoco pudieron retirarse porque el enemigo estaba sobre ellas. La impetuosa carrera de Harold hacia adelante significó que su ejército quedó inmovilizado, incapaz de avanzar o retroceder, y aunque impidió la ruta de William hacia el interior, la iniciativa en la próxima batalla recaería en los normandos. Esta es la fuerza del célebre comentario de Guillermo de Poitiers: "Qué extraño concurso comenzó entonces, en el que uno de los protagonistas atacaba libremente ya su antojo, el otro soportaba el asalto como si estuviera clavado en el suelo". Es más, había un problema adicional que surgía de la prisa de Harold; su ejército parece haber tenido muy pocos arqueros. Esto no significa que no tuvieran lanzadores de proyectiles: jabalinas, hachas y garrotes vuelan por el aire en el Tapiz. Pero el arco superaba a todos estos: era una vulnerabilidad sorprendente, y el despliegue de William estaba organizado para explotarla. Su ejército avanzó en tres líneas con los arqueros lanzados hacia adelante, seguidos por la infantería blindada y luego la caballería. Además, su línea se dividió en tres divisiones, con los bretones a la izquierda, los normandos en el centro y los franceses a la derecha. En efecto, William estaba asaltando una fortaleza: la infantería anglosajona y danesa se instaló en una posición fuerte en la cima de la colina. De estos muchos eran profesionales tan bien armados como sus enemigos,

William claramente tenía la intención de que sus arqueros debilitaran al enemigo con su fuego, probablemente desde unas cincuenta yardas, protegidos de la salida enemiga por la presencia de infantería fuertemente armada que luego cargaría al asalto abriendo brechas que la caballería podría aprovechar. La fuerza de la posición sajona y la eficacia de sus armas frustraron a los normandos. Luego, la caballería se unió a la refriega hasta que, por la izquierda, los bretones fueron rechazados y perseguidos por los ingleses: William reunió a sus hombres mostrándoles que el rumor de su muerte era falso y cayeron sobre los ingleses expuestos con una gran matanza. Quizás fue el resultado de este casi desastre que William recurrió a la huida fingida, extrayendo dos veces fuerzas sustanciales de su enemigo que luego fueron cortadas en pedazos. Este desgaste se vio reforzado por el asalto directo a la posición inglesa, apoyado por andanadas de flechas. En su descripción de esta etapa final de la batalla, Guillermo de Poitiers deja en claro que los ingleses continuaron luchando duro pero fueron rodeados gradualmente y las pérdidas obligaron a la contracción de su línea. Sin embargo, probablemente fue la muerte de Harold y sus hermanos lo que condujo a la eventual huida.

La batalla ilustra las habilidades de un comandante de finales del siglo XI. La organización de los recursos dice mucho de la capacidad del duque para explotar el excedente campesino. Muchos de los soldados del ejército normando eran profesionales pagados de toda Francia, y había gente similar, inglesa y danesa, en la fuerza de Harold. William buscó la batalla, pero obviamente había planeado fortalecer sus bases y vivir del país. Mantuvo una estrecha vigilancia sobre su enemigo que no pudo sorprenderlo. Incapaz de avanzar o retroceder, el propio Harold se vio atrapado, en la mañana del 14 de octubre, por la velocidad con la que los normandos avanzaban y se desplegaban, pero logró tomar una posición fuerte. El orden de batalla normando estaba bien diseñado, ya que el asalto y la movilidad que les había dado la iniciativa se utilizaron con habilidad para erosionar la fuerza inglesa. Una característica de la batalla fue el control de William de su ejército. Dirigió con el ejemplo, una cualidad esencial de un comandante medieval, con tres caballos muertos debajo de él, mientras que al mismo tiempo supervisaba sus fuerzas y las animaba incluso al final, cuando algunos ingleses resistieron en Malfosse. El hecho de que Harold no esperara los refuerzos significó que carecía de arqueros y expuso cruelmente a sus hombres.

El brazo decisivo en la batalla fue, sin embargo, la caballería normanda. No es que pudieran volver a casa barriendo todo lo que tenían delante, porque claramente no podían. The Tapestry los muestra no tanto cargando contra el enemigo como pinchándolos y haciéndolos. La carga masiva con las lanzas colocadas, que sería la característica de la guerra de caballería más adelante en el siglo XII, no era una característica de Hastings: en el Tapiz, algunas figuras llevan sus lanzas colocadas, pero en su mayor parte aquellos con lanzas golpean sus cabezas. enemigos por encima o por debajo del brazo, o incluso arrojarlos, mientras otros cortan con sus espadas. La cuestión de cuándo se desarrolló este estilo de 'tácticas de choque', con jinetes en masa en orden cerrado sujetando sus largas y pesadas lanzas bajo los brazos, ha sido muy debatida. Ahora se acepta generalmente que la técnica solo estaba en su infancia en 1066, pero las opiniones sobre cuándo se convirtió en un método ampliamente aceptado varían desde aproximadamente 1100 hasta 1140. Inevitablemente, gran parte de la discusión se ha basado en ilustraciones medievales y su interpretación, un factor que también ha complicado la discusión sobre el tamaño de los caballos. Sin embargo, las ilustraciones utilizadas con demasiada frecuencia muestran guerreros individuales y las discusiones se han centrado en estas representaciones. De hecho, los soldados montados muy a menudo deben haber metido sus lanzas debajo de sus brazos; era una forma natural y útil de usar el arma, aunque otras podrían ser tan útiles como muestra el Tapiz de Bayeux. Lo novedoso fue el empleo de esta técnica por un gran número de unidades disciplinadas, asunto sobre el cual el material ilustrativo no es de mucha ayuda. Al presente escritor le parecería que la Primera Cruzada representa una etapa crítica en la evolución de esta técnica, como se indicará más adelante. Los normandos que lucharon en Hastings probablemente debieron su cohesión y disciplina, que les permitieron maniobrar como en los vuelos fingidos, a una larga práctica en la lucha junto a sus vecinos agrupados en torno al señor local. Este no fue el triunfo de la caballería sobre la infantería como lo retrata Omán, sino que fue el triunfo de un buen comandante que usó todos los medios a su disposición para derrotar a un valiente enemigo. Su campaña fue metódica y su formación de batalla se adaptó bien a su propósito. Los arqueros debilitaron al enemigo y fueron custodiados por pie pesado que luego pasó al asalto seguido por la caballería. La resistencia de la fuerza de Harold desbarató este plan, pero William pudo improvisar los vuelos fingidos que debilitaron a su enemigo para el sangriento asalto final en el que, entre los ingleses, parecía que los muertos que caían se movían más que los vivos. No fue el valor de choque de la caballería lo que triunfó, sino su disciplinada movilidad y coraje. La infantería intacta siempre fue muy peligrosa para la caballería. En Bourgethéroulde en 1124, algunos de los rebeldes se regocijaron cuando las tropas de la casa del rey inglés desmontaron, pero el experimentado Amaury de Montfort adoptó una visión más realista. 'Un soldado montado que ha desmontado con sus hombres no volará del campo, morirá o vencerá'. En Tinchebrai, en 1106, Enrique I de Inglaterra (1099-1135) desmontó gran parte de su fuerza y ​​fueron estos los que detuvieron la última carga de Robert Curthose.

Las tácticas que utilizamos y que parecen más eficaces contra nuestro enemigo son estas. La infantería con sus escudos de antílope, lanzas y jabalinas con punta de hierro se coloca arrodillada en filas. Sus lanzas descansan oblicuamente sobre sus hombros, el asta tocando el suelo detrás de ellos, la punta dirigida hacia el enemigo. Cada uno se arrodilla sobre su rodilla izquierda con su escudo en el aire. Detrás de la infantería están los arqueros escogidos que, con sus flechas, pueden perforar cotas de malla. Detrás de los arqueros está la caballería. Cuando los cristianos cargan, la infantería permanece en posición, arrodillada como antes. Tan pronto como el enemigo se pone a tiro, los arqueros sueltan una lluvia de flechas mientras la infantería lanza sus jabalinas y recibe la carga en las puntas de sus lanzas.

Al reconocer las limitaciones de la caballería y el valor de la infantería, debemos tener en cuenta que los caballos utilizados en Hastings eran animales comparativamente pequeños. Investigaciones recientes sugieren que a finales del siglo XI un caballo de doce manos era bastante grande, y uno de catorce o más excepcional. Para poner esto en perspectiva, un Shetland tiene diez manos, un caballo de doce manos ahora se clasificaría como un pony y catorce un pequeño cazador. Estas estimaciones se basan en el examen de las representaciones de caballos en el Tapiz de Bayeux, particularmente en relación con sus jinetes. En el Tapiz todos los jinetes están cabalgando 'largos', es decir, con las piernas casi estiradas y los pies en los estribos totalmente extendidos, configuración que les da estabilidad. En todos los casos, las piernas del jinete se proyectan muy por debajo del cuerpo del caballo, sugiriendo un animal pequeño. Es posible que se trate de una convención artística pero es bien conocida la historia de Ricardo, hijo de Asclctin de Aversa, a quien le gustaba montar caballos tan pequeños que sus pies casi tocaban el suelo. Además, se conocen representaciones similares en contextos bastante diferentes; un relieve de mármol español del siglo XI y los Comentarios de Beato de principios del siglo XII (BM Add 11695) son ejemplos y muchos más podrían citarse. Es interesante que en el mural de Aquileia de un cruzado con una lanza persiguiendo y matando a un sarraceno, no se sugiere ninguna diferencia en el tamaño de los caballos, y esto parece ser generalmente cierto en las pinturas de principios del siglo XII. Los caballeros de Guillermo que cargaban cuesta arriba contra la infantería constante debieron necesitar buenos nervios y es dudoso que fueran conscientes del efecto de "choque" que los escritores posteriores les atribuirían. Lo que sucedió a lo largo de la cima de esa colina donde ahora se encuentra Battle Abbey debe haberse parecido al 'empuje en pica' del siglo XVI, no a la carga de alguna Brigada Ligera de Hollywood. William aprovechó su buena suerte y, de manera decisiva, utilizó la movilidad de su caballería con gran habilidad. Pero el hecho de que la caballería fuera decisiva no significa que fuera totalmente dominante, como demuestra la experiencia posterior mencionada aquí. William ciertamente tuvo cuidado de traer muchos soldados de a pie con él. La batalla siempre fue arriesgada: William pudo reunir a sus hombres contra un momento temprano de pánico que podría haberlo destruido. Una vez que esta crisis terminó, tomó la iniciativa y pudo planificar sus ataques y lo hizo con gran efecto. Hastings fue una batalla decisiva en gran parte debido a la muerte de Harold y sus hermanos, junto con un gran número de thegns cuyas muertes se sumaron a la carnicería en Fulford y Stamford, privó al reino anglosajón de gran parte de su liderazgo. Harold mismo pagó el precio por su locura al comprometerse demasiado pronto. Aun así, la batalla no entregó todo el reino a William. Pronto sería coronado, pero fue solo por una terrible devastación en el norte y cubriendo la tierra con una red de castillos que pudo asegurar su dominio. Este proceso de conquista se vio facilitado en gran medida por la falta de castillos en Inglaterra. Los ingleses aprendieron: Hereward construyó un castillo en Ely en 1071, pero para entonces ya era demasiado tarde y la larga guerra de desgaste de William, que siguió a Hastings, estaba al borde del éxito. Harold mismo pagó el precio por su locura al comprometerse demasiado pronto. Aun así, la batalla no entregó todo el reino a William. Pronto sería coronado, pero fue solo por una terrible devastación en el norte y cubriendo la tierra con una red de castillos que pudo asegurar su dominio. Este proceso de conquista se vio facilitado en gran medida por la falta de castillos en Inglaterra. Los ingleses aprendieron: Hereward construyó un castillo en Ely en 1071, pero para entonces ya era demasiado tarde y la larga guerra de desgaste de William, que siguió a Hastings, estaba al borde del éxito. Harold mismo pagó el precio por su locura al comprometerse demasiado pronto. Aun así, la batalla no entregó todo el reino a William. Pronto sería coronado, pero fue solo por una terrible devastación en el norte y cubriendo la tierra con una red de castillos que pudo asegurar su dominio. Este proceso de conquista se vio facilitado en gran medida por la falta de castillos en Inglaterra.

La conquista de Inglaterra no es un ejemplo aislado de esfuerzo militar complejo y de gran escala en la Europa de finales del siglo XI. Solo unos años más tarde, Robert Guiscard, el conquistador normando del sur de Italia, lanzó una gran expedición para capturar el Imperio Romano de Oriente. Esto implicó la formación de una flota y un gran ejército que se mantuvo en el campo durante unos cuatro años desde 1081-1085. Guiscard había estado buscando un matrimonio bizantino para su familia y cuando sus esfuerzos fracasaron, se aprovechó de la debilidad interna del imperio en los primeros años de Alexius I Comnenus (1081-1118). Fue un acto extraordinariamente audaz, ya que el hermano de Robert, Roger, no completaría la conquista de Sicilia hasta 1091, mientras que él mismo había prometido ayudar al Papa Gregorio VII (1073-1085) contra Enrique IV de Alemania. En estas circunstancias, los bizantinos pudieron crear dificultades diplomáticas al subsidiar a Enrique IV, encendiendo la hostilidad entre los muchos líderes normandos que se habían sentido resentidos por la dominación de Hauteville, algunos de los cuales en realidad fueron empleados como mercenarios por Alejo, y aprovechando la preocupación veneciana por un normando. dominio a ambos lados del Adriático. Este trasfondo diplomático obstaculizó severamente la campaña normanda. La guerra comenzó a finales de 1080 cuando Bohemundo desembarcó en Avlona con la vanguardia de un ejército de 15.000 efectivos cuyo núcleo era una fuerza puramente normanda de 1.300 caballeros. El 17 de junio de 1081, después de apoderarse de Corfú, Roberto y Bohemundo se encontraban ante Dyrrachium, el término occidental de la Vía Egnetia, el gran camino a Constantinopla, ocupado por Alejo por Jorge Paleólogo. Se estableció un asedio cercano alrededor de Dyrrachium con la construcción de una gran torre de asedio cubierta de cuero. Contra él, Paleólogo construyó una torre en la pared equipada con vigas de madera para resistir el ataque normando, y cuando las dos torres se enfrentaron, sus tropas salieron y quemaron la torre de asedio. En julio de 1081, los venecianos destruyeron en gran medida la flota normanda, y Guiscard ahora se enfrentaba a un fuerte ejército griego al mando de Alejo, que el 15 de octubre estaba cerca de Dyrrachium. La situación de Guiscard ahora era extremadamente difícil, sus comunicaciones estaban cortadas y una fuerza enemiga estaba en el campo. Alexius debatió si atacar o establecer un contrabloqueo que mataría de hambre a los normandos. Había mucho para elogiar cualquiera de los dos cursos de acción. El problema con el bloqueo era que llevaría tiempo y Alexius tenía problemas en otros lugares, y probablemente por ello avanzó a la batalla el 18 de octubre de 1081. Guiscardo quemó lo que quedaba de su flota, obligando a sus tropas a combatir. Parece haber sorprendido a Alexius al abandonar su campamento temprano en la mañana, por lo que fue capturado por la guarnición de Dyrrachium y otras fuerzas enviadas por Alexius. Cuando el ejército griego se desplegó, la guardia varega, que contaba en sus filas con muchos anglosajones, se preparó para la acción. Luego cargaron, en contra de las órdenes de Alejo y, aunque hicieron retroceder a la caballería y la infantería bajo el mando del conde de Bari, fueron superados y derrotados por una carga de infantería en el flanco. Gran parte de la fuerza compuesta de Alexius, incluidos los turcos y la gran fuerza eslava bajo su gobernante Bodin, luego huyeron sin hacer ningún esfuerzo por intervenir cuando los normandos cayeron sobre Alexius en el centro. La victoria de Guiscard abrió el camino para la caída de Dyrrachium en febrero de 1082, lo que permitió a los normandos avanzar a través de Deabolis a Kastoria en la primavera de 1082. En este punto, Guiscard se vio obligado a regresar a Italia por la revuelta en sus propias tierras, avivada por el dinero bizantino y por el asalto de Enrique IV a Roma que Alejo había alentado, dejando a Bohemundo para llevar a cabo una campaña cuyo propósito inmediato era probablemente asegurar una base firme para un mayor avance. Aunque cayeron varias ciudades y Bohemundo derrotó dos veces los esfuerzos de Alejo por relevar a Juana, la expedición normanda se encontraba ahora en dificultades. Bohemundo no logró apoderarse de Ochrida y Berroea, mientras que el fuerte de Moglena cayó ante un contraataque bizantino. Skopia, Pelagonia y Trikala, entre otros, cayeron, pero el sitio de Larissa se emprendió a fines de 1082 en un momento en que había habido deserciones y traición en la fuerza normanda. Estos síntomas de agotamiento prepararon el camino para que Alejo desafiara a Bohemundo en campo abierto. Su experiencia anterior no había sido buena. Anna nos dice que después de la derrota en Dyrrachium Alexius había decidido que: 'la primera carga de la caballería celta fue irresistible'. En sus intentos por aliviar el asedio de Joannina, utilizó estrategias para contrarrestar esto. En su primer esfuerzo reforzó su centro con carros montados con pértigas, cuya presencia estaba destinada a desbaratar el asalto de la caballería enemiga. Sin embargo, Bohemundo fue advertido y atacado por los flancos. No fue una derrota decisiva y el emperador regresó, esta vez protegiendo su centro con abrojos, púas de hierro esparcidas por el suelo, pero Bohemundo volvió a atacar por el flanco. Sin embargo, en Larisa, en la primavera de 1083, Alejo atrajo a gran parte de las fuerzas de Bohemundo lejos de su campamento que los bizantinos capturaron, lo que obligó a los normandos a levantar el sitio, aunque la victoria dejó intacto al ejército normando. Bohemundo se enfrentó ahora a la retirada y a un ejército descontento que no había sido pagado y esto lo obligó a regresar a Italia, mientras Alejo limpiaba sus guarniciones. En el verano de 1083, una flota veneciana tomó Dyrrachium y con la caída de Kastoria ante las fuerzas griegas en noviembre, parecía que la campaña había terminado. En el otoño de 1084, Robert Guiscard levantó otro ejército y una flota de 150 barcos. Derrotó a la flota veneciana ante Corfú, que volvió a apoderarse,

Transporte de caballos bizantino .

La guerra normanda contra Bizancio fue un asunto largo. Es casi seguro que fue provocado por la debilidad del imperio en este momento, pero Guiscard había subestimado sus propios problemas y el alcance de sus enemigos, cuyos diversos ataques minaron su ejército. Se convirtió en una guerra de desgaste en la que ambos bandos carecían desesperadamente de recursos. Después de su derrota en Dyrrachium, Alexius tuvo que recurrir a la incautación de las riquezas de la iglesia para formar otro ejército. Bohemundo, dejado a cargo por su padre, prosiguió una hábil campaña. Los normandos continuaron siendo una fuerte fuerza de combate, pero sus dos victorias sobre Alexius no fueron concluyentes, al igual que su única victoria sobre ellos. Al final, la escasez de dinero y hombres fue más aguda en el lado normando que en el griego, pero fue un asunto reñido. Es notable que los normandos del sur de Italia pudieran sostener tal esfuerzo en absoluto en las circunstancias. Ciertamente, la campaña hizo famoso a Bohemundo como soldado.

Las campañas de Guillermo el Conquistador y Roberto Guiscardo fueron, sin embargo, algo inusuales por la ferocidad con la que se libraron y la disposición de ambos bandos a recurrir a la batalla. Cuando el Conquistador murió en 1087, dividió su tierra entre sus hijos. Robert Curthose ocupó Normandía y William II 'Rufus' se convirtió en rey de Inglaterra. El tercer hijo, Enrique, recibió dinero que utilizó para fundar un señorío en el Cotentin. Estas disposiciones pronto fueron desafiadas por los hermanos, cada uno de los cuales esperaba ganar toda la herencia de su padre. Cuando Rufo murió en un accidente de caza en 1099, el hermano menor, Enrique, aceptó el desafío con gran éxito, ya que se apoderó del trono inglés y luego de Normandía con la victoria de Tinchebrai en 1106. En casi veinte años de guerra, Tinchebrai fue el único gran batalla En la primera etapa del conflicto, Odo de Bayeux conspiró con muchos miembros de la nobleza de Inglaterra contra el rey, y Robert Curthose envió a Robert de Bellême y Eustace de Boulogne, quienes se apoderaron de Pevensey y Rochester. Sin embargo, no logró reunir una expedición para apoyarlos y el complot fracasó. En la siguiente fase, William, con sus recursos mucho mayores, se dedicó a seducir a los vasallos del duque y así asegurar castillos como bases. Fue en el este de Normandía, al norte del Sena, donde William concentró sus esfuerzos desde 1089 en adelante, construyendo una posición fuerte. La contraofensiva de Robert fue apoyada por el rey Felipe de Francia quien, sin embargo, permitió que William lo comprara. En noviembre de 1090, el rey inglés pudo aprovechar las luchas entre facciones en Rouen y casi se apoderó de la ciudad. No fue hasta 1091 que William llegó en persona a la escena de esta lucha y ataque inconexos, que terminaron en febrero de 1091 por una paz entre los hermanos en guerra. Esto le dio a William una posición fuerte en Normandía, en parte a expensas de las tierras de Henry en Cotentin e inauguró un período de acercamiento durante el cual los dos hermanos intentaron imponer el orden en Normandía. Sin embargo, en 1093, los dos hermanos estaban nuevamente en guerra y al año siguiente William dirigió un fuerte ejército en Normandía. Esta vez, Robert emprendió una campaña bastante exitosa contra William y sus aliados, se apoderó de importantes castillos y amenazó su dominio establecido desde hace mucho tiempo en el este de Normandía, hasta que Felipe de Francia fue nuevamente comprado con sobornos ingleses. Probablemente fue en previsión de esta campaña que en 1093 Guillermo se reunió con Roberto II de Flandes y concluyó un tratado en virtud del cual el conde de Flandes se comprometía a proporcionar mercenarios al rey inglés. Al final, la campaña inglesa se detuvo cuando Robert Curthose tomó la cruz. El abad Jarento de St Bénigne, el legado papal, negoció un acuerdo por el cual Robert empeñó el ducado a William durante tres años por la suma de 10.000 marcos.