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sábado, 6 de abril de 2024

Granaderos: Lavalle en Riobamba

Juan Galo de Lavalle, guerrero de la Independencia.

Ilustración: Lucas Cejas

Lavalle, Riobamba y los granaderos de San Martín

Rogelio Alaniz || El Litoral

El 21 de abril de 1822 Juan Lavalle, entonces un soldado de veinticinco años, se ganó el apodo de “León de Riobamba”, una distinción que de alguna manera se hizo extensiva a los noventa y seis granaderos que cargaron contra más de cuatrocientos españoles obligándolos, en una primera instancia, a retroceder. Cuando repuestos de la sorpresa, o el susto, la caballería y la infantería española se lanzaron en la persecución de los granaderos que regresaban a su base trotando como si estuvieran paseando, se produjo un segundo encuentro, en el que otra vez los españoles fueron derrotados.

La batalla de Riobamba se libra en Ecuador y de alguna manera prepara las condiciones para la posterior victoria de las tropas americanas en Pichincha. Los granaderos de San Martín se habían incorporado al ejército dirigido por el mariscal Antonio Sucre y, a juzgar por los resultados, adquirir en “préstamo” a los granaderos fue una de sus mejores ocurrencias.

Según las crónicas, el 22 de abril fue un día lluvioso. El barro dificultaba el desplazamiento de los soldados y obligaba a tomar precauciones especiales a la hora de decidir la batalla con el enemigo. Sucre le ordenó a Lavalle que inspeccionara el terreno. Nada más que eso; una inspección para obtener algunos datos indispensables para el futuro combate. Lavalle avanzó con sus hombres y de pronto se encontró con tres batallones españoles que lo triplicaban en hombres y armamentos. Lo prudente en ese caso hubiera sido retroceder, pero Lavalle nunca fue prudente, mucho menos en esas circunstancias.

Los españoles no podían creer lo que veían sus ojos. Un grupo de hombres avanzaba sobre ellos al grito de “¡a degüello!”. El aspecto de los soldados criollos debe de haber sido temible porque luego de una breve resistencia los que retrocedieron fueron los españoles. Lavalle los persiguió, ordenándoles a sus hombres que se detuvieran cuando advirtió que la caballería española había llegado hasta donde estaba apostada la infantería. Entonces dio orden de retroceder. Lo hicieron despacio, como si estuvieran paseando, “al trote”, dice el informe oficial. Los españoles, tal vez avergonzados por haber sido corridos por noventa soldados, decidieron perseguirlos.

El informe posterior que Sucre le envió a San Martín es elocuente: “Lo mandé a un reconocimiento a poca distancia del valle y el escuadrón se halló frente a toda la caballería enemiga y su jefe tuvo la elegante osadía de cargarlos y dispersarlos con una intrepidez de la que habrá raros ejemplos”. Sucre concluye su informe a San Martín diciendo de Lavalle: “Su comandante ha conducido su cuerpo al combate con una moral heroica y con una serenidad admirable”.

Conviene subrayar una de las frases de Sucre: “La elegante osadía...”. La decisión de Lavalle fue improvisada, no cumplió ninguna orden, no se atuvo a ninguna instrucción, por el contrario lo suyo fue una improvisación o, para ser más precisos, una inspiración, una genial inspiración. El informe que el propio Lavalle hizo por su lado parece coincidir con esta hipótesis. En un primer párrafo describe el momento en que retrocede después de la primera carga y cómo luego observan que la caballería española regresa al galope. Son muchos, están bien armados y se trata de soldados expertos en guerrear, pero... “ el coraje brillaba en el semblante de los bravos granaderos y era preciso ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga”, ataque que en ese caso contó con el auxilio de los Dragones de Colombia, quienes estando a las órdenes de Sucre se involucraron en el combate .

O sea que la batalla de Riobamba se libró en dos tiempos, y en ambos las tropas americanas salieron airosas. El balance de pérdidas en vidas y armamentos permite asegurar que hubo ganadores y perdedores. Los españoles dejaron en el campo de batalla alrededor de cincuenta muertos y un número similar de heridos, mientras que los criollos sólo tuvieron que lamentar dos bajas.

Diez años antes, con sólo quince años de edad, Lavalle había ingresado al cuerpo de Granaderos a Caballo creado por el entonces teniente coronel José de San Martín. Aún no le había terminado de crecer la barba y ya estaba enredado en combates y batallas. Después de haber guerreado una temporada en la Banda Oriental fue trasladado a Mendoza donde se incorporó al proyecto del Ejército de los Andes. Desde ese momento puede decirse sin exagerar que estuvo en todas y en todas se lució y ganó honores y ascensos. Desde Chacabuco, donde fue ascendido a capitán, hasta Ituzaingó donde le otorgaron el grado de general en el mismo campo de batalla después de haber improvisado una carga de caballería que se hizo célebre y que para más de un observador militar decidió la batalla, Lavalle trazó un itinerario de combatiente que le permitió ganar con justicia el título de guerrero de la Independencia.

El héroe de Riobamba nunca renunció a su condición de granadero y soldado de San Martín. Después de Riobamba siempre lució con orgullo la distinción que le otorgó San Martín, distinción que muchos años después, cuando ya estaba embarrado en las guerras civiles, sacó a relucir para refutar a sus enemigos que lo acusaban de traidor a la patria. “El Perú a los vencedores de Riobamba”, decía el brazalete entregado por San Martín a su granadero.

Los méritos de Lavalle son también los méritos del cuerpo de granaderos, ese regimiento que recibió su bautismo en San Lorenzo y luego recorrió medio continente, siempre combatiendo contra los enemigos de la Independencia. Los granaderos regresaron a Buenos Aires catorce años después de haber sido creados. Llegaban cargados de glorias y cicatrices. No eran muchos. De los mil hombres que marcharon a Mendoza sobrevivieron 120.

Desde Buenos Aires a Colombia hay miles de kilómetros. Estos bravos soldados los recorrieron peleando sin tregua. Estuvieron en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. En todos lados recibieron reconocimientos y elogios. Ganaron y perdieron batallas, mataron y murieron, combatieron en la montaña, en la llanura y en el mar, y siempre defendieron los principios que en su momento les inculcara San Martín, normas de disciplina tan austeras y exigentes que hasta sancionaban al soldado que golpease a una mujer “aunque hubiera sido insultado por ella”.

La suerte de los granaderos estuvo ligada a la de su jefe. Cuando San Martín dejó Perú, ellos iniciaron el retorno a Buenos Aires. El viaje fue largo y cargado de acechanzas. Hubo rebeliones, naufragios y acciones heroicas. El 19 de febrero de 1826, setenta y ocho granaderos a las órdenes del coronel Félix Bogado entraron a la ciudad de Buenos Aires que los recibió como héroes. De los setenta y ocho, había seis que realizaron toda la campaña, desde San Lorenzo a Junín. Importa recordar sus nombres porque lo merecen: Paulino Rojas, Francisco Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y Miguel Chepaya.

El 23 de abril de ese año, y en homenaje a la batalla de Riobamba, don Bernardino Rivadavia decidió incorporarlos a su escolta, honor que mantienen hasta el día de la fecha. Para 1826 San Martín ya estaba en el exilio, pero cuando se enteró de la noticia no disimuló su satisfacción. Los granaderos habían sido su creación, su primera criatura, la niña de sus ojos, como se decía entonces. San Martín siempre consideró a los granaderos como un regimiento ejemplar, como un modelo de profesionalismo militar. Parco y medido como era en los elogios, dijo de ellos una de las frases más ponderativas que salieron de la boca de ese hombre enemigo de las palabras fáciles y la retórica liviana: “De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo lo sé. Habrá quien los iguale, quien los supere, no”.



domingo, 1 de octubre de 2023

EA: Granaderos en la Torre Eiffel en 1903


Regimiento de Granaderos a Caballo "San Martín" en París, en la torre Eiffel, en el año 1903. Observados por un soldado del ejército francés, escriben cartas para sus familias. Este evento es posterior a la inauguración del monumento al Gral. San Martín en la ciudad de Boulogne-sur-Mer.

lunes, 13 de marzo de 2023

Granaderos a caballo: La magnífica escultura de Cabral (Fernando Pugliese)

Cabral en San Lorenzo




La misma se encuentra en el Regimiento de Granaderos a Caballo, ubicado sobre la Avenida Luis María Campos 554, la cual exhibe temporariamente, sobre la vereda, frente a su puerta de ingreso, en determinadas fechas.
Esta recrea el heroico salvataje realizado por el Sargento Cabral al General San Martín en medio del histórico combate.
Fotos: E imágenes del grupo escultórico desde distintos ángulos.
Fernando Pugliese: Es el artista responsable y ha diseñado parques temáticos, museos, esculturas hiperrealistas de próceres, artistas, animales, personajes históricos, monumentos en la vía pública, figuras religiosas ubicadas en distintos puntos del país y del mundo. Ambientaciones y servicios a agencias de publicidad, particulares y gobernaciones, utilizando materiales policromáticos, bronce, mármol, epoxis, fibra de vidrio o texturas de acuerdo a lo solicitado.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Argentina: Granaderos a caballo retornan al regimiento

Luego de la gala montada del dia 17 de agosto con motivo de un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad del General San Martin donde el Regimiento participó de la ceremonia central, compartimos este video muy especial del ingreso de los efectivos que participaron

viernes, 16 de agosto de 2019

Biografía: San Martín en Perú

San Martin en Perú

Weapons and Warfare





En 1812, José de San Martín regresó a su tierra natal, Argentina, después de una carrera como oficial del ejército luchando en España contra la ocupación francesa. Su padre español había sido oficial de carrera en las colonias, estacionado en Yapeyu en el río Uruguay, donde nació San Martín. A su regreso de Europa, San Martín ofreció sus servicios a los diversos gobiernos de Buenos Aires y evitó la participación en la intriga política de la antigua capital virreinal. Reorganizó el ejército porteño, luego tomó el mando de las fuerzas patriotas en el interior. En 1816, él y su ejército derrotaron una invasión lealista enviada a través de los Andes desde Lima.

San Martín identificó a Lima como la clave para asegurar la independencia en América del Sur, ya que el virrey en este bastión realista había enviado expediciones militares para reprimir las rebeliones en Ecuador, Bolivia y Chile, así como en Argentina. Ni siquiera Argentina estaría segura en su recién declarada independencia mientras las fuerzas españolas permanecieran en Lima. Decidió que la forma más segura de eliminar este bastión español era a través de Chile; por lo tanto, estableció su sede en Mendoza, donde San Martín formó un ejército expedicionario compuesto por argentinos y exiliados chilenos.

La mayoría de su fuerza, especialmente los soldados de infantería, consistía en personas de color. San Martín requería esclavos de la nobleza local, dándoles su libertad a condición de que lucharan por la causa de la independencia. Finalmente, 1.500 esclavos entraron en su ejército. Bajo su mando, los negros, mulatos y mestizos formaron una fuerza de combate disciplinada y no se involucraron en el tipo de saqueo que caracterizó a otras unidades militares de la época. "Los mejores soldados de infantería que tenemos son los negros y los mulatos", dijo uno de los oficiales del personal de San Martín. "Muchos de ellos se convirtieron en buenos oficiales no comisionados" (Lynch 2009, 88). Los patriotas chilenos exiliados liderados por Bernardo O'Higgins contribuyeron con otro elemento importante a esta fuerza expedicionaria.

El general San Martín ejecutó una gran hazaña militar al conducir con seguridad a sus 5,000 soldados a través de las montañas de los Andes. Engañó a los realistas en cuanto a su ruta y reunió tres columnas de sus tropas a tiempo para derrotar a una fuerza española dividida (encabezada por el general Marco del Pont, hermano del comerciante español exiliado de Buenos Aires) en Chacabuco en febrero de 1817. Sus tropas entonces Liberó la capital chilena de santiago. Siguieron dos batallas más, y San Martín derrotó decisivamente a las fuerzas españolas restantes en Maipú en abril. Con Chile liberado y ahora gobernado con firmeza pero sin crueldad por O’Higgins, San Martin estableció la estrategia para el próximo movimiento continental. Contrató a un almirante británico, Lord Cochrane, para organizar una marina patriota para la expedición. San Martín formó un nuevo ejército, ahora formado por chilenos, argentinos y patriotas peruanos, pero no tenía un líder peruano de la talla de O'Higgins en Chile. Nuevamente, los esclavos se alistaron en su ejército y fueron sometidos a una disciplina militar a cambio de su eventual libertad. Chile impuso impuestos especiales para apoyar al nuevo ejército patriota, al igual que los ciudadanos de Mendoza habían apoyado la liberación de Chile. En 1820, 23 barcos con un ejército patriota de 4,500 soldados zarparon hacia Lima.

Sin embargo, la campaña en Perú no se desarrolló de acuerdo con el plan. San Martín desembarcó de sus tropas en Pisco, a 125 millas al sur de Lima, y ​​envió a la flota para bloquear el puerto del Callao. Su columna patriota luego marchó hacia el norte, dando vueltas alrededor de la capital virreinal de Lima y estableciendo una sede en Huacho. La presencia de San Martín provocó actividades guerrilleras en la sierra, pero la aristocracia criolla de Lima, en la que el general argentino había confiado para alguna demostración de apoyo, no hizo nada. En lugar de enfrentar a San Martín en la batalla, las fuerzas españolas procedieron a negociar. Finalmente, en 1821, evacuaron Lima y se mudaron a las tierras altas cuando San Martín entró en Lima. Los criollos parecían estar contentos, pero también estaban consternados de que los bandidos y bandidos, muchos de ellos negros libres y esclavos fugitivos que habían viajado fuera de la capital tan peligrosos, se unieran ahora a las tropas patriotas de San Martín.

sábado, 19 de enero de 2019

San Martín: El genio táctico al cruzar la cordillera

El genio de San Martín para enfrentar la cordillera

Revista Cumbres
Colaboración especial: Esteban Ocampo



En el bicentenario del impresionante cruce de los Andes liderado por el gran estratega americano, un repaso por la planificación y logística ideada para superar el gran obstáculo.

La inmensidad de la cordillera fue el escollo a vencer.

En febrero pasado se cumplieron 200 años del Cruce de los Andes que en 1817 condujo el General José de San Martín de Mendoza a Chile con el Ejército Libertador, a fin de dar batalla a los realistas en la búsqueda de la independencia continental como parte de su Plan Estratégico.

La campaña ha sido destacada en numerosas oportunidades como una de las hazañas más intrépidas, audaces y estratégicamente brillante de todos los tiempos.

Fuera del aspecto estrictamente militar y de sus connotaciones políticas de la época, es dable resaltar aspectos logísticos y de planificación, estrategias que San Martín ideó para dar batalla primeramente a la inmensa cordillera en las condiciones reales de hace 2 siglos.

“Se hace mucho hincapié en el cruce y la finalización con la batalla de Chacabuco, pero hay que hablar del cruce como campaña militar, algo específicamente preparado cuya consecuencia fue la liberación de Chile. Sólo así puede contemplarse el genio de un tal José de San Martín” explica el historiador Esteban Ocampo, uno de los integrantes de la campaña que este año recreó el cruce respetando fielmente las condiciones de la época. (Ver aparte)

Seis columnas

San Martín diseñó la campaña dividiendo al Ejército en seis columnas en un frente de 800 kms desde el Sur de La Rioja al Sur de Mendoza, por donde cruzó el grupo más austral.

Dos de esos pasos fueron principales por donde circuló el grueso del Ejército de 2.500 hombres. Los otros pasos fueron auxiliares con columnas no muy numerosas y con intención de distraer y dispersar a las fuerzas enemigas en misiones específicas -ya en Chile- para que no dispusieran de todo el poderío en la batalla de Chacabuco.

Una columna principal avanzó por la ruta de Uspallata bajo las órdenes del coronel Gregorio de Las Heras junto a la artillería al mando de Fray Luis Beltrán. El paso, accesible y bajo, era muy usado para el comercio en la época.

La otra columna importante fue por San Juan, la ruta de Los Patos por Valle Hermoso que se dividió en Ojo de Agua y Paso de Ortiz, donde pasó parte de la avanzada, y paso de Yaretas, por donde cruzó efectivamente San Martín.

Las rutas secundarias fueron la de Comecaballos en La Rioja con el Tte. Cnel. Zelada; Guana, al Norte de San Juan bajo órdenes del Tte. Cnel. Cabot; Portillo-Piuquenes, por el valle del Tunuyán desde el Fuerte de San Carlos a la orden del Capitán Lemos; y Planchón, al Sur de Mendoza por la zona del volcán Peteroa a cargo del Tte. Cnel. Freyre.

Uno de los tantos cauces que debieron vadear en la campaña andina.

Indumentaria

Los uniformes tradicionales eran de paño de algodón muy particular, un tipo de género lo suficientemente térmico para no ser muy caluroso en verano pero de buen abrigo en invierno. Por debajo de la casaca utilizaban una camisa de cuello alto y los oficiales además un chaleco.

En el caso del Regimiento de Granaderos recibieron unas chaquetas rojas cortas con piel de oveja llamadas “pellizas” que colocaban como abrigo por arriba de la casaca. También pantalones de paño negro de abrigo con refuerzo de cuero. La mayoría de los soldados llevaban ponchos cuyanos y capotes de paño con abrigado forro interior.

Los pantalones tenían un refuerzo de cuero para evitar el desgaste por el roce de la montura en el caso de los jinetes y en la botamanga para proteger la ropa de daño con los estribos.

Para mantener la temperatura de los pies cada soldado usaba “tamangos”, especie de cobertores de piel de cordero que se colocaban sobre los zapatos, comunes de cuero con hebillas, y en el caso de Infantería le llamaban botín a una polaina corta, de media caña o incluso por arriba de las rodillas, que iban sobre los zapatos.

Para sus manos llevaban guantes de paño, para sus cabezas con pañuelos cubrían la nuca y orejas, y por encima el “cubre cabeza”, gorra o sombrero, especie de boina que portaban en época de instrucción en el cuartel. En otras unidades eran birretes con manga que caía hacia uno de los hombros.

Los regimientos vestían tres uniformes: el de cuartel, el de campaña o combate, y el de desfile o de gala, este último el más vistoso. El que se usó para el cruce fue el de combate.

Por las noches se armaban carpas de paño reforzadas muy sencillas en menos de 3 minutos. Tenían cuatro parantes y dos vientos, uno adelante y otro atrás. En cada carpa entraban de 2 a 3 soldados y como camas usaban las monturas individuales, pellones y mantas, e incluso la silla servía de almohada. Se cubrían con el mismo abrigo de cada uno.

 
El primer gran desafío de San Martín fue vencer a la naturaleza.

Alimentación

Como alimento principal para afrontar el cruce de las altas cumbres, cada soldado llevaba un trozo de charqui que molían y cocinaban rápidamente en una especie de caldo valdiviano con mucha cebolla y ajo para el mal de altura. Eran comidas al estilo carbonada o guiso suculento que aportaban proteínas en cantidad importante con la simpleza de prepararla en pocos minutos para recuperar fuerzas inmediatamente.

El Ejército llevó además 700 reses en pie que faenaban conforme avanzaban las columnas. Así se dispuso de carne fresca a modo de asado o guiso.

Pan, galletas de harina, verduras, frutos secos y una ración diaria de aguardiente completaban la dieta para evitar los efectos de la altura y el frío, pues de eso se trataba el plan alimentario de la campaña, que además resultaba en comida sencilla y rápida de elaborar.

Logística

Cada columna en su itinerario de marcha tenía minuciosamente detallada cada jornada: los puntos que debían unir, extensión en leguas, disponibilidad de agua, pasto y leña, tipo de terreno y monte. Estos datos fueron útiles para que los baqueanos regularan la marcha y así llegaran a los puntos planificados.

Las instrucciones comenzaban con el siguiente texto: “Usted va a avanzar según la prudencia, su experiencia e inteligencia que dispone para dar cumplimiento a estas órdenes”.

Las comunicaciones a través de chasquis fueron también muy importantes. Se sabe que San Martín enviaba constantes mensajes a Las Heras para que apure o retenga la marcha en función de las tácticas. En el diario de Bernardo O’Higgins, vanguardia de ruta de Los Patos, constan esas comunicaciones que le va enviando a San Martín en la retaguardia.

El concepto central del plan para cruzar los Andes consistía en minimizar cualquier problema, error o imponderable al enfrentarse con la montaña. En 1816 el Gran General le confiesa por carta a Tomás Guido que lo que no lo deja dormir no es la oposición, lo que el enemigo pueda estar preparando al otro lado, sino poder pasar esta cordillera con 5.000 hombres, y después dar la batalla.

La llegada exacta y coordinada de las columnas el 8 de febrero de 1817 a Santa Rosa de los Andes fue fruto de la precisión en las comunicaciones y la eficacia en la planificación. Eso posibilitó el logro y derivó en el triunfo militar de Chacabuco. Cruzar la cordillera habiendo cumplido con los objetivos diseñados fue la mitad de la batalla ganada.

El grupo que ideó y concretó una recreación histórica del cruce sanmartiniano.

Una recreación fiel

Un grupo de personas que conforman el Escuadrón de Caballería Histórica cruzó en febrero pasado la Cordillera de los Andes emulando y homenajeando la gesta libertadora y exactamente en las mismas condiciones como lo hizo hace 200 años el Ejército que formó y condujo el General José de San Martín en 1817.

Sin ningún auxilio tecnológico, vestidos con igual indumentaria y durmiendo en carpas de época, el 3 de febrero de 2017 (vaya fecha) seis “recreadores”, un camarógrafo, tres baqueanos que transitaron por el lado argentino dieron el paso inicial desde la localidad sanjuanina de Tamberías para concretar un sueño y una hazaña que vienen planificando desde finales de 2015.

La preparación incluyó mucho entrenamiento personal, chequeos médicos constantes, práctica de cabalgatas, todo para poder afrontar de ocho a diez horas de marcha montada todos los días en alturas superiores a los 3.500 metros.

Utilizaron ropas confeccionadas con las mismas telas que usaron en el Ejército sanmartiniano, iguales carpas, mantas, utensilios como faroles, velas, sables, todo derivado de una profunda investigación histórica para reproducir la gesta de manera fiel.

Las monturas hicieron las veces de camas por las noches, y el mismo poncho de abrigo fue manta para intentar dormir en medio del implacable frío de la cordillera.

Pablo Zamprogno, Esteban Ocampo y su hijo Martín (10), Javier Madariaga, Guadalupe Strada y Daniel Gwaszdac son los integrantes de la Agrupación Recreadores del Escuadrón de Caballería Histórica. El itinerario fue aproximadamente el que realizó la columna liderada por el Tte. Cnel. Juan Manuel Cabot en 1817, por el Norte de la provincia de San Juan conocido como paso Guana. Tras seis días de travesía pasando por La Vega Grande, Los Azules, Los Esteros de la Mula y La Cuesta, llegaron al “Paso del Gordito” donde autoridades chilenas de Monte Patria y Ovalle los recibieron para cruzar la frontera. Luego vinieron Las Ramadas, Tulahuen, Huana, Monte Patria, Ovalle, Barraza y finalmente Coquimbo y La Serena, objetivo final de la gran empresa, siempre recibidos por los pueblos con gran algarabía y emocionado reconocimiento.

El objetivo de la iniciativa consistió en vivir el cruce de los Andes tal como lo vivieron los soldados de San Martín hace 200 años. El resultado, en la evaluación hecha por sus protagonistas, fue altamente satisfactorio y un motivo de mayor admiración por aquellos hombres que en 1817 acompañaron al Libertador.

martes, 17 de abril de 2018

Militaria Argentina: Marcha de San Lorenzo



La Marcha de San Lorenzo 
¿Conoces esta historia? 

"En cada Fiesta Patria Argentina se escucha la Marcha de San Lorenzo: "Febo asoma, ya sus rayos iluminan el histórico convento..." 

Muchos creemos que fue escrita por argentinos, en honor a un combate argentino (el Combate de San Lorenzo de 1813, primera batalla comandada por el General José de San Martín) y que su autor debió haber sido reconocido en la historia... Lamentable error. 

Su autor, Cayetano Alberto Silva, era uruguayo, nacido el 7 de agosto de 1868 en Maldonado, hijo de Natalia Silva, una esclava de la familia que le dio el apellido y que seguramente lo crió sola. Estudió música, y se trasladó a Rosario (Argentina), donde fue nombrado maestro de la Banda del Regimiento 7 de Infantería. 

La partitura musical que conoceríamos como Marcha de San Lorenzo, fue compuesta por Silva para dedicársela al Coronel Pablo Ricchieri, Ministro de Guerra de la Nación en ese entonces. El Ministro agradeció el homenaje pero le pidió que le cambiara el título por "Combate de San Lorenzo", lugar donde él había nacido y escenario de la contienda que el General San Martín llevó a cabo en territorio argentino. 

Oficialmente fue estrenada en 1902 (sin letra) en las cercanías del Histórico Convento de San Carlos donde se gestó la Batalla de San Lorenzo... Ese día la marcha fue designada Marcha Oficial del Ejército Argentino. 

En 1907 su vecino y amigo de Venado Tuerto, Carlos Javier Benielli, le agregaría la letra que luego sería adaptada para las escuelas. 

Años después, acosado por la pobreza, Cayetano Silva vendería los derechos de la marcha a un editor de Buenos Aires en 50 dólares de esa época, una suma insignificante. 

La Marcha se hizo famosa (en Europa se considera una de la cinco mejores Partituras militares de la Historia) y estuvo presente en momentos históricos fundamentales: 

  • Se ejecuta habitualmente en los cambios de guardia del Palacio de Buckingham, modalidad que estuvo suspendida Únicamente durante el conflicto en las Islas del Sur.
  • Fue usada como música incidental en algunas películas (Rescatando al Soldado Ryan, por ejemplo). 
  • Durante la Segunda Guerra Mundial, la Marcha de San Lorenzo fue tocada por los alemanes en París cuando entraron por el Arco de Triunfo de esa ciudad. 
  • A manera de desagravio, el General Dwight Einsenhower también la hizo ejecutar cuando el Ejército Aliado entró en París para liberarla. 
También Cayetano Silva fue empleado en la banda policial. Tras serios problemas de salud, falleció en Rosario el 18 de Enero de 1920. 
Por ser de raza negra, la Policía de Santa Fe le negó sepultura en el Panteón Policial, y fue sepultado sin nombre. Recién en 1997 sus restos fueron trasladados al Cementerio Municipal de Venado Tuerto. 
Su música quedó en la historia, su autor, por una simple cuestión de raza, en el olvido. Sirva esta perla como un pequeño homenaje." 

"Marcha de San Lorenzo"
Tenemos que referirnos muy particularmente a la "Marcha de San Lorenzo". La música de tan vibrante marcha militar se la debemos al uruguayo Cayetano Silva. Nació hacia el año, aproximadamente, 1870, y murió hacia 1920. Estuvo mucho por nuestras tierras y fue discípulo de estos distinguidos maestros italianos directores de orquestas y bandas militares, y compuso la música de la Marcha de San Lorenzo en el año 1902. En principio esta marcha estaba destinada a homenajear al General Ricchieri, que sabemos que fue el gran reformador del Ejército. Ricchieri fue el que instituyó la primer conscripción, y justamente también en homenaje a la primer conscripción se escribió la marcha "Guru Malal", que data de fines del siglo XIX, en 1898 aproximadamente. 

Volviendo a Cayetano Silva, al principio se la iba a dedicar a Ricchieri, que era Ministro de Guerra del General Roca y que volvió a instituir y organizar el Regimiento de Granaderos a Caballo como escolta presidencial en el año 1903; esto último es un dato interesante e histórico acerca del General Ricchieri, quien además adquirió las máuser, porque viajaba por Europa, especialmente por Bélgica, donde tenían los mejores fusiles, e hicieron la licitación y le adjudicaron al Ejército Argentino esta famosa arma. 

Declina Ricchieri del honor de que le dedicaran la marcha, y entonces Cayetano Silva le pone "Marcha de San Lorenzo", que había sido el lugar de natalicio del General Ricchieri, en San Lorenzo, provincia de Santa Fe. 

Esta marcha militar ha tenido enorme repercusión, sobre todo en países como Alemania, que es heredero de una gran tradición musical, recordemos a Bach, y también una gran tradición de música militar en particular. Y así intercambiamos con los alemanes muchas piezas de música militar, por ejemplo "Viejos Camaradas", ("Alter Kameraden"), que intercambiamos justamente por la Marcha de San Lorenzo. De la misma manera, la Marcha de San Lorenzo tuvo repercusión en Inglaterra, y cuando para su coronación el rey Jorge V vio lo que era esta pieza, la hizo tocar en el acto y la tomó muy en cuenta, y a partir de entonces cuando se hace cambio de guardia en el Palacio de Buckingham se pasan las estrofas y la música de la Marcha de San Lorenzo. 




Tanto alemanes como los ingleses consideran que es una pieza única por la forma en que se describe posteriormente, por la letra y los sones marciales. Dicen que jamás hubo una composición musical militar asemejable a la Marcha de San Lorenzo. Particularmente el Kaiser Federico Guillermo II la tuvo muy en cuenta en Alemania. " 



Una anécdota 
Cuando vino el Gral De Gaulle a visitar a Argentina en los años 60s, asistió a un desfile del ejercito argentino donde por supuesto tocaron la marcha de San Lorenzo. Al escucharla, De Gaulle se levantó y empezó a irse del palco oficial hasta que lo pararon y le preguntaron que le pasaba. El dijo que consideraba la marcha una afrenta al honor francés, porque esa era la marcha que unidades de la Wehrmacht (la Alemania nazi) habian tocado al desfilar victoriosamente en Paris en 1940!! 

** La Marcha de San Lorenzo fue ejecutada por el Ejército Alemán, en París, al desfilar triunfantes en 1941 bajo el Arco del Triunfo. 

* Como expreso desagravio a la ocupación alemana, hecho completamente desconocido, el General Einsenhower ordenó su ejecución al ingreso triunfal en París del Ejército Aliado. 



Fuente de esta segunda parte:
Letra: Fuente
Música: Archivo MP3


Marcha de San Lorenzo

lunes, 20 de noviembre de 2017

Historia argentina: El combate de la vuelta de Obligado (1845)

LA ÚLTIMA BATALLA DEL GENERAL SAN MARTIN 
Por Oscar Fernando Larrosa (h) 

 


Dedicado a mis queridos padres:
Herminia Álvarez de Larrosa
Subof. My (RE) Oscar Fernando Larrosa
 


Nunca perseguí la gloria, 
ni dejar en la memoria 
de los hombres, mi canción.

(Antonio Machado.) 


EL CONFLICTO 
En 1844 las tropas del Presidente constitucional uruguayo Manuel Oribe, apoyadas por Rosas y Urquiza pusieron sitio a la ciudad de Montevideo amenazando el refugio de los unitarios exiliados y de varios miles de franceses e ingleses que la habían tomado como factoría del imperio. Fructuoso Rivera, quien había usurpado el gobierno con ayuda francesa, era el jefe nominal de esa especie de brigada internacional en la que se mezclaban los intereses comerciales de las potencias europeas con las rencillas políticas internas del Plata, y a la que se sumaban algunos aventureros como el italiano Giuseppe Garibaldi. 

Atendiendo a los “justos reclamos de sus súbditos”, como dijera Sir Robert Peel en el parlamento británico, las dos principales potencias mundiales, Francia e Inglaterra deciden intervenir para imponer sus intereses comerciales, no ya solapadamente como hasta entonces sino de modo directo en la que fuera, tal vez, la mas injusta acción militar de dos potencias extranjeras en América. Para ello bloquearon el puerto de Buenos Aires con sus escuadras y dejando de lado los regodeos diplomáticos, reclamaron al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación la libre navegación de los ríos interiores. 

El General Rosas, que no había reconocido la independencia del Paraguay ni aceptaba la creación inglesa del Estado-tapón en Uruguay, porque a ambas las seguía considerando provincias argentinas no tenía la mala costumbre de acatar los “deseos” ni las imposiciones de países extranjeros. Por ello rechazó de modo terminante la pretensión de los interventores de navegar los ríos interiores sin someterse a la jurisdicción de las leyes argentinas. 

El desarrollo del conflicto adquirió un cauce dinámico. Hubo duros cruces de protestas diplomáticas entre el canciller de la Confederación Argentina Felipe Arana y las cancillerías de las potencias extranjeras. Las escuadras interventoras capturaron la isla Martín García y a la escuadra naval argentina, que no ofreció resistencia por orden de Rosas. El Almirante Brown diría, en nota dirigida al gobernador: 

“Tal agravio demandaba el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las supremas órdenes de V.E. para evitar la aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón, que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”. 

 
Almirante Guillermo Brown 

Las naves argentinas fueron repartidas por los “negociadores” diplomáticos Ouseley y Deffaudis entre las dos escuadras y algunas de ellas fueron entregadas al aventurero Garibaldi y su horda de mercenarios, quienes se dedicaron a saquear y masacrar a las poblaciones ribereñas de Gualeguaychú, Colonia y Salto. 

La flota interventora se aprestaba a remontar el Paraná con noventa buques mercantes y once de guerra, entre los que se encontraban los primeros buques propulsados a vapor. La idea de los interventores era “luchar por los grandes principios de la humanidad contra el tirano sangriento del Plata” y, aprovechando el viaje, colocar su producción industrial en nuestro país, comerciando directamente con cada provincia, a fin de crear republiquetas dóciles a sus designios. 

Entre tanto el Litoral se preparaba para la guerra. La estrategia criolla era, igual que en 1806 y 1807, resistir como fuera y con lo que se tuviera. En un recodo del río llamado Vuelta de Obligado fueron atravesadas tres líneas de cadenas sostenidas por lanchones y atadas en un extremo a tres anclas y en su otro extremo al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, para que se supiera que el paso no era libre y que había que batirse para forzarlo. 

Desde la costa, las tropas de la Confederación Argentina al mando del General Lucio Norberto Mansilla, con cañones de la época colonial, fusiles de chispa, lanzas y bayonetas, esperaban a la flota anglo francesa. 

 
Baterías argentinas en la Vuelta de Obligado noviembre de 1845 

SAN MARTIN Y ROSAS 
En 1838 cuando se produjo el primer bloqueo francés, a raíz del incidente promovido por la impertinencia del supuesto cónsul Aimé Roger, San Martín escribió su primer carta al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. En ella, luego de comentar los motivos de su ostracismo, el Libertador le decía: 


“ He visto por los papeles públicos (diarios) de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de ésta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y las de que no se fuere a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra me retiraré a un rincón, esto es si mi país ofrece seguridad y orden; de lo contrario regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis viejos huesos en la patria que me vio nacer”. 

Con ésta sencillez, el más grande héroe de la República, a los sesenta años de edad se ofrecía a combatir “en cualquier clase que se le destine”. 

Esta carta dio inicio a una larga y efusiva amistad epistolar entre el General San Martín y Don Juan Manuel, cuyo corolario fue la donación del glorioso sable corvo del Libertador a Rosas y los sucesivos homenajes de éste a San Martín en sus mensajes anuales a la Legislatura porteña. Durante muchos años, y a instancia de algunos historiadores antirrosistas, se sostuvo que la donación del sable fue producto de un acto de desvarío senil del Libertador. Nada más alejado de la verdad. Verdad que se ha mantenido en las sombras para justificar la traición a la Patria de unos cuantos “prohombres de la República”. 

 
 Brig.Gral. Juan Manuel Ortiz de Rozas 
General Don José de San Martín 

Nuestro Padre de la Patria, el hacedor de la Independencia de Sud América, había pronosticado en febrero de 1834 (en una carta a Tomás Guido) que solo un hombre con las características personales de Rosas podía enderezar el rumbo de nuestra tierra y supo luego, en el transcurso de los conflictos con Inglaterra y Francia, que a Don Juan Manuel le había sido dado el honor de completar la gesta emancipadora que José Francisco de San Martín iniciara una mañana de 1813, cuando el sol comenzaba a resplandecer, frente al convento de San Lorenzo. 

Nadie mejor que él sabía, de que se trataba, cuando se hablaba de la libertad de América. Rosas le contestó con una carta, en la cual le afirmaba que no creía que hubiera guerra y que igualmente consideraba que el Libertador podría servir mejor a la Patria desde Europa, haciendo uso de su prestigio a favor del país. El tiempo daría razón a su apreciación. 


LA CARTA DE SAN MARTIN A JORGE F. DICKSON
En 1845, en pleno desarrollo del conflicto en el Plata, San Martín vivía en Grand Bourg, localidad situada en las afueras de París; con su hija Mercedes, su hijo político Mariano Balcarce y sus dos nietas, Merceditas y Josefa (la Pepa). La salud del General, que nunca había sido buena tenía crónicas recaídas que le producían graves padecimientos. Sufría de reumatismo y gastritis a los que se sumaba una progresiva ceguera por cataratas más las secuelas de sus heridas de guerra y de un ataque de cólera. A éstos dolores se sumaban, la constante añoranza de la patria lejana; pues, Don José Francisco, aún hasta pocos días antes de su muerte siguió soñando con el retorno a su tierra prometida.

Siempre deseó volver a esa Buenos Aires de la que se había ido hastiado de que lo persiguieran como a un criminal o de que intentaran involucrarlo en alguno de los partidos que desangraban a la Patria por la que él y sus heroicos soldados habían luchado.

Durante su estancia en Nápoles, adonde había concurrido por prescripción médica se presentó la oportunidad de actuar nuevamente a favor de su patria. Ya no sería como en San Lorenzo y Chacabuco, sable en mano y al galope, con el corazón en la garganta; ni como en Cancharrayada, donde aguantó la carga de fusilería de un regimiento español tratando de salvar su ejército. Aún así el viejo General usaría las armas que el tiempo y las miserias humanas no pudieron doblegar: su genial visión estratégica, el enorme prestigio militar acumulado en sus campañas y la confianza ciega en el coraje de sus paisanos.

Un año antes, Rosas había revitalizado los bonos del empréstito Baring al enviar a Londres una remesa de sesenta mil pesos plata para abonar intereses caídos, lo que produjo la algarabía de sus tenedores que ya los daban por perdidos. Al producirse el bloqueo, los bonos volvieron a caer, gestando una sorda oposición (en especial de la Casa Baring) al mentor de esa medida, Lord Aberdeen.

El representante de la Confederación en Londres, el empresario anglo argentino Jorge Federico Dickson, quién tenía importantes intereses comerciales en el Río de la Plata, le solicitó su opinión al Libertador sobre las posibilidades de éxito de la intervención anglo francesa en el Plata. San Martín, que seguía al detalle la situación de la Argentina y conocía la oposición de los financistas y comerciantes ingleses, escribió la siguiente carta:

Carta publicada sin autorización de San Martín, por el Morning Chronicle de Londres el 12 de febrero de 1846 cuando todavía no se conocían en Europa los hechos acaecidos en la Vuelta de Obligado:


“Hemos sido favorecidos con la siguiente traducción de una carta del general San Martín a un caballero que le pidió su opinión sobre el tema de la intervención armada de Inglaterra y Francia en los asuntos de la república del Río de la Plata. Estimamos casi innecesario informar a nuestros lectores que el general San Martín es el distinguido jefe que sucesivamente llevó a término la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú del yugo español, y cuya travesía de los Andes al frente del ejercito libertador, fue considerado como un hecho que en muchos aspectos rivaliza con el paso de los Alpes por Napoleón. El general San Martín es nativo del virreinato de Buenos Aires, y por su completo conocimiento del país y de sus conciudadanos, a los que tantas veces llevó a la lucha y a la victoria, no hay hombre viviente que esté tan bien capacitado para opinar sobre la materia como él, ni ninguno que tenga mas títulos a ser respetado. Como hace tiempo que se retiró de la vida pública, y reside en Europa, donde al parecer ha decidido pasar el resto de sus días, no tiene más interés en el asunto, sino el que naturalmente debe suponerse sienta por el honor y bienestar de su país, su opinión debe considerarse absolutamente imparcial. Sobre ella llamamos intensamente la atención de nuestros lectores.”
Nápoles, diciembre 28, 1845. “Mi querido amigo: He sido informado de su deseo de tener mi opinión sobre la presente intervención de Inglaterra y Francia en la República Argentina, tengo no solo mucho placer en exponérsela a usted sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad, lamentando solamente que el mal estado de mi salud me impida entrar en los muchos detalles que la importante cuestión merece. No pienso necesario entrar a investigar la justicia o la injusticia de tal intervención, ni los perjudiciales resultados que traerá para los ciudadanos de ambas naciones la paralización absoluta de las relaciones comerciales, como también la alarma y desconfianza que lógicamente dicha interferencia habrá provocado en los nuevos estados de Sud-América. Debo limitarme a inquirir si las dos naciones interventoras tendrán buen éxito en el logro del fin que se han propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente momento o sea la pacificación de ambas orillas del Plata. Debo declarar a Ud. mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito; por el contrario, su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar y que no hay humana predicción capaz de fijar una fecha probable a la pacificación que tan ansiosamente desean. Voy a explicarme más extensamente.
La firmeza de carácter del jefe que gobierna hoy la República Argentina es notoria en todo el mundo, así como el ascendiente que tiene en las vastas llanuras de Buenos Aires y en las otras provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, yo estoy persuadido de que ya sea por orgullo nacional, por temor o por el prejuicio heredado de los españoles contra los extranjeros se unirán todos para tomar parte de la lucha. Además, debe tenerse muy presente (como lo ha demostrado la experiencia) que la medida del bloqueo ya declarado no tiene la misma influencia en los Estados de América y menos que en todos en la República Argentina como podría tenerla en Europa. Esta medida sólo afectará a un pequeño número de terratenientes y propietarios, pero a la masa del pueblo, que ignora las necesidades europeas, la continuación del bloqueo les sería indiferente. Si las dos potencias quisieran llevar mas adelante las hostilidades – es decir, declarar la guerra – yo no dudo que con mas o menos pérdida de hombres y dinero tomarían Buenos Aires (aunque tomar una ciudad resuelta a defenderse es una de las más difíciles operaciones de guerra); pero aún después del triunfo, estoy convencido que no serían capaces de mantenerse largo tiempo en la capital. Es bien sabido que el principal y podría decir el único alimento del pueblo es la carne y que igualmente con la mayor facilidad el ganado vacuno puede ser retirado en pocos días bastantes leguas al interior, como también los caballos y todos los medios de transporte.
En breve tiempo se podría formar un vasto desierto, imposible de cruzar por una gran fuerza europea, que correría tantos mayores peligros cuanto mayor fuese su número. Pretender llevar la guerra apoyándose en los nativos, yo estoy segurísimo de que muy pocos serían los que apoyarían al extranjero.  Finalmente, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería ligera que el general Rosas fácilmente mantendría no sólo lograría un bloqueo terrestre de Buenos Aires, sino que impediría que un ejercito europeo de veinte mil hombres, se alejase mas de treinta leguas de la capital, sino exponiéndose a su total destrucción, por falta de recursos necesarios. Tal es mi opinión y la experiencia probará que está bien fundada a no ser que – como es de esperar – el Ministerio inglés cambie su política. ”


Esta carta, simple y directa sonaría tan fuerte en la opinión publica y en el Parlamento inglés como los cañonazos con que Mansilla, Thorne y Alzogaray marcaron el camino de ida y vuelta de la flota por el Paraná. En ella hace claras referencias a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y a la posibilidad de un éxodo como el jujeño o el que sufriera Napoleón en Rusia.

Esta misiva es hija de la misma habilidad táctica con que San Martín manejó su guerra de zapa, enloqueciendo a Marcó del Pont, antes del cruce de la cordillera. 



La Vuelta de Obligado
En la mañana del 20 de noviembre de 1845 los buques de la flota tomaban posición frente a las baterías que a toda prisa había mandado a construir el general Lucio Norberto Mansilla, veterano de Chacabuco y Maipú. El diseño de las baterías estuvo a cargo del héroe de ese día, el coronel Juan Bautista Thorne. Todo el ancho del río fue atravesado por tres líneas de cadenas colocadas sobre lanchones y barcos desmantelados, las que estaban atadas por un extremo a tres anclas y por el otro al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, irlandés llegado a Buenos Aires con la invasión inglesa de 1806 y que luego de acriollarse combatió en el Ejercito del Norte a órdenes de Belgrano, e hizo la campaña de Perú con San Martín.

Lograron construir cuatro de las siete baterías que estaban previstas. Estas eran: la batería “Restaurador” con 6 piezas al mando del Ayudante Mayor Álvaro de Alzogaray; la batería “General Brown” con 8 piezas al mando del Teniente Eduardo Brown, hijo del Almirante; la “General Mansilla” con 8 piezas, al mando del Teniente de artillería Felipe Palacios y, mas allá de las cadenas que cerraban el paso del río, la batería “Manuelita” con 7 piezas (dos de tren volante) al mando del coronel Juan B. Thorne. La mayoría de los cañones argentinos eran de 10 libras y solo algunos de 24.

A la derecha de las baterías, en un bosque se estacionaron las tropas del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y su banda militar, a órdenes del coronel Ramón Rodríguez. Detrás de la batería “Restaurador” había un cuerpo rural de 100 hombres al mando del Teniente Juan Gainza, seguidos por los milicianos de San Nicolás al mando del Comandante Barreda y otro cuerpo rural al mando del coronel Manuel Virto.



La reserva era comandada por el coronel José M. Cortina e incluía dos escuadrones de caballería a órdenes del Ayudante Julián del Río y del Teniente Facundo Quiroga, hijo del Tigre de los Llanos. Detrás de la reserva se encontraban unos 300 vecinos incluyendo mujeres, de San Pedro, Baradero y San Antonio de Areco, que se reunieron a último momento, armados con lo que pudieron traer.

La flota estaba constituida por once buques que sumaban 99 cañones, la
mayoría de ellos de 32 libras, algunos de 80 y otros con el sistema Paixhans de bala con espoleta cuyos explosivos causaron estragos en la defensa.

A las 9 de la mañana el buque inglés Philomel lanzó el primer cañonazo, la banda del Regimiento Patricios rompió con los acordes del Himno Nacional y entre vivas a la patria comenzaron a responder las baterías argentinas.


En pocos minutos, la tranquila ribera del Paraná se convirtió en una imitación del infierno. Desde ambos bandos se lanzaban unos cuarenta proyectiles por minuto, generalizándose las bajas en las tropas de la Confederación. A las once un grupo de infantería francés intentó desembarcar y fue atacado por las tropas de Virto, pereciendo la mayoría de ellos bajo los sables argentinos o ahogados al huir.


Batalla de la Vuelta de Obligado. 20 de noviembre de 1845.

Hacia el mediodía el general Mansilla envió un parte a Rosas diciéndole que no sabía por cuanto tiempo más podría contener al enemigo pues se le agotaban las municiones. No obstante ello el fuego de las baterías argentinas había logrado dejar fuera de combate a los buques Fulton, Pandour y Dolphin y generado graves daños en otros buques; pero el costo en vidas entre los artilleros criollos era altísimo. El capitán Craig debió hundir el bergantín “Republicano” que ya estaba casi desmantelado a cañonazos y se reunió con los hombres que le quedaban en las
baterías de tierra.

A las cuatro de la tarde, los ingleses protegidos por el buque Fireband lograron cortar las cadenas y sobrepasar las defensas. En tierra, únicamente respondía la batería Manuelita, cuyo jefe, el coronel Thorne causaba la admiración de los enemigos, dando órdenes desde lo alto de su posición con todo su cuerpo expuesto al fuego enemigo. El general Mansilla le ordenó cesar el fuego y retirarse, pero Thorne rechazó la orden respondiendo que sus cañones le demandaban hacer fuego hasta vencer o morir. En esa posición se mantuvo hasta que un cañonazo lo hizo volar por el aire dejándolo gravemente herido y sordo de por vida. Sus soldados lo retiraron del campo llevándolo hasta el convento de San Lorenzo.

Hacia el atardecer, cuando ya no quedaban cañones ni artilleros en pie, desembarcaron los invasores; Mansilla ordenó cargar al enemigo pero un golpe de metralla lo derribó, hiriéndolo en el estómago. Entonces encabezó el ataque el coronel Ramón Rodríguez con los Patricios, dándoles una brillante carga a la bayoneta pero finalmente hubo de retirarse ante la superioridad de fuego del enemigo.


La flota Anglo francesa que combatió en la Vuelta de Obligado

Coronel Juan Bautista Thorne

Coronel Ramón Rodríguez, Jefe de Patricios

General Lucio Norberto Mansilla

La bandera argentina que, manchada de sangre, fue tomada por los ingleses en la batería de Thorne, la devolvería 38 años después el almirante Sullivan (capitán del Philomel) como muestra de su admiración por el jefe de la batería Manuelita.

En Obligado tuvieron 150 bajas los interventores y 650 las tropas de la Confederación. Fue, si se quiere, una victoria anglo-francesa. Pero poco después los invasores comprenderían que las sabias palabras de San Martín, quien les auguró un desastre, eran una realidad. Era imposible hacer pie y mantenerse en territorio argentino; por el contrario fueron combatidos a todo lo largo del Paraná.

Quebracho, Ensenada, Acevedo, Tonelero y San Lorenzo marcaron serios reveses para la flota y fundamentalmente demostraron la imposibilidad de mantener un tráfico comercial, que era su principal objetivo. A principios de mayo de 1846, se tenían noticias en Europa sobre la batalla de la Vuelta de Obligado, donde las tropas de la Santa Federación, entre los acordes del Himno Nacional tocado por la banda del Regimiento Patricios y el estruendo de los cañones, se enfrentaron a sangre y fuego con los interventores, demostrándoles éstos “bárbaros” a la flota europea lo poco que apreciaban sus “principios civilizadores” y lo bien fundada que estaba la opinión del Libertador.

San Martín le escribe a Rosas el 10 de mayo de 1846:


“...ya sabía la acción de Obligado, los interventores habrán visto lo que son los argentinos. A tal proceder no nos queda otro partido que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que, por mi íntima convicción, no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en ésta contienda, que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España. Convencido de ésta verdad, crea usted, mi buen amigo, que nunca me ha sido tan sensible que el estado precario de mi salud me prive en éstas circunstancias de ofrecer a mi patria mis servicios, para demostrar a nuestros compatriotas que ella tiene aún a un viejo servidor cuando se trata de resistir a la agresión más injusta de que haya habido ejemplo.”

La noticia de los combates produjo una gran indignación en las naciones europeas que lo consideraron un atentado al derecho de gentes y paralelamente casi toda América felicitaba al general Rosas por defender el derecho de las jóvenes naciones sudamericanas con tanta firmeza.

El coronel unitario Martiniano Chilavert se consideró desligado del partido al que servía porque “invoca doctrinas a las que debe sacrificarse el honor y el porvenir del país”, y se puso a las órdenes de Rosas.

En el parlamento inglés, la oposición, que era nucleada por Lord Palmerston, representando los intereses financieros, arreció con sus críticas y usó la carta de San Martín publicada en el Morning Chronicle sumada a los pésimos resultados militares para torcerle el brazo al grupo partidario de la intervención. La consecuencia inmediata fue el relevo del jefe de la flota inglesa y el envío de la misión diplomática a cargo de Thomas S. Hood con órdenes directas del Primer ministro Lord Aberdeen, de aceptar todas las condiciones exigidas por Rosas y lograr una paz inmediata.

Era la victoria de la posición de la Confederación que le enseñaba al mundo que “los argentinos no somos empanadas que se comen con sólo abrir la boca”.


Lord Palmerston


Thomas S. Hood 



LA CARTA A MONSIEUR BINEAU
Algo similar ocurrió en el parlamento francés, que no había aceptado negociar junto con los ingleses. A pesar que la situación política interna de Francia había variado sustancialmente después de la revolución de 1848, en la que fue destronada la restauración monárquica, su política imperial no tuvo grandes variaciones, salvo por el nuevo espíritu de algunos franceses como Lamartine.

En diciembre de 1849, cuando se debía votar una partida de 2.500.000 francos como “subsidio al gobierno de Montevideo”, en medio de una de las fragorosas sesiones parlamentarias donde se trató el futuro del bloqueo, el ministro Napoleón Darú, que buscaba preparar el ambiente para una acción armada directa contra Buenos Aires, citó la carta de San Martín publicada en Londres en 1845 pero leyendo solo el párrafo que dice: “...si las dos naciones tendrán buen éxito en el logro del fin propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente. Debo declarar mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito, por el contrario su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que el de prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar”. Como si San Martín estuviese recomendando una acción militar más enérgica por parte de los interventores contra Rosas.

En una durísima réplica al conde Darú, el diputado Larrabure leyó el texto completo de la carta de San Martín desenmascarando la conducta ilícita del ministro.

A partir del fallecimiento del encargado de negocios de la Confederación, don Manuel de Sarratea, el 24 de septiembre de 1849; San Martín había tomado a su cargo, en carácter oficioso, la cuestión de la intervención en el Plata. Con tal motivo mantuvo frecuentes conferencias y reuniones con los ministros franceses Rouher (de Justicia), Bineau (de Obras Publicas) y con el de relaciones exteriores general de la Hitte, en casa de la viuda de Alejandro Aguado.

Cuando en el debate se expuso su carta a Dickson, el Libertador escribió, desde su lecho de enfermo la siguiente carta al ministro Bineau, donde con fina diplomacia dejaba en claro que su postura respecto de la intervención nunca había variado y que los males que les predecía en aquella carta ahora se verían agravados por estar Francia sola en el conflicto:

« Boulogne Sur Mer, diciembre 23 de 1849.
Mi querido señor:
Cuando tuve el honor de hacer vuestro conocimiento en la casa de Mme. Aguado, estaba muy distante de creer que debía algún día escribiros sobre asuntos políticos; pero la posición que hoy ocupáis, y una carta que el diario La Presse acaba de reproducir el 22 de éste mes, carta que había escrito en 1845 al señor Dickson sobre la intervención unida de la Francia y la Inglaterra en los negocios del Plata, y que publicó sin mi consentimiento en esa época en los diarios ingleses, me obligan a confirmaros su autenticidad, y a aseguraros nuevamente que la opinión que entonces tenia no solamente es la misma aún, sino que las actuales circunstancias en que la Francia se encuentra sola, empeñada en la contienda, viene a darle una nueva consagración.

Estoy persuadido que esta cuestión es mas grave que lo que se la supone generalmente; y los 11 años de guerra por la independencia americana, durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y de las provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta, y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés y a la intrepidez de sus soldados; mas antes de emprender los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen.

No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos, y una vez comprometida en esta lucha, La Francia tendrá a honor el no retrogradar, y no hay poder humano capaz de calcular su duración.
Os he manifestado francamente una opinión en cuya imparcialidad debéis tanto mas creer cuanto que establecido y propietario en Francia 20 años ha, y contando acabar ahí mis días, las simpatías de mi corazón se hallan divididas entre mi país natal y la Francia, mi segunda patria.

Os escribo desde mi cama en que me hallo rendido por crueles padecimientos que me impiden tratar con toda la atención que habría querido un asunto tan serio y tan grave”.


La lectura de ésta última carta de San Martín por parte del ministro de justicia Rouher, en el Parlamento, resultó lapidaria para Darú y para Thiers. Ninguno de los muchos políticos y estrategas militares presentes se atrevió a cuestionar la prestigiosa opinión del Libertador.

La Francia que en 1824 le negara la visa de entrada al reino, por considerarlo un peligroso revolucionario, ahora escuchaba respetuosamente la opinión del Héroe de Los Andes. Esa fue la estocada final que hundió la política interventora llevada adelante por Thiers, y dio lugar al tratado Arana -Lepredour, donde los franceses, igual que los ingleses en el tratado Arana- Southern, reconocían los derechos argentinos sobre los ríos interiores, devolvían la flota naval, la isla Martín García y efectuaban un acto en desagravio a la bandera argentina.

El Libertador escribió en 1847 una carta a Tomás Guido donde afectuosamente lo trataba a Rosas de “Nuestro don Juan Manuel” y en 1848, al propio Rosas le decía: “Usted me hará el favor de creer que sus triunfos son un gran consuelo para mi achacosa vejez"; y “ Jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo Ud. sus destinos, antes bien temía yo que tirara usted demasiado de la cuerda de las negociaciones cuando se trataba del honor nacional”. Además, le agradeció el homenaje que Rosas le hiciera en su mensaje anual a la Legislatura porteña.

El General San Martín nunca mencionaba el tema con su familia pero tenía un profundo dolor, que se percibe en alguna de sus cartas, por la poca generosidad de los pueblos que él libertó. Y no se trata sólo de las miserias económicas y de las otras que tuvo que afrontar en su exilio europeo, ni de los sueldos adeudados que jamás le fueron pagados sino de la falta de gratitud que se trasunta en el poco respeto a una figura como él que lo dio todo por su Patria, que tuvo a sus pies a Lima, una de las ciudades mas ricas de su tiempo y cuando se fue solo se llevó un baúl con sus uniformes y el estandarte de Pizarro.

El único hombre público que le dio reconocimiento en vida fue el gobernador de Buenos Aires, Brigadier General Juan Manuel de Rosas.

El general Rosas le escribió el 15 de Agosto de 1850 diciéndole: “No era pues de extrañar, ni justo, que recordando los méritos que han contraído los gobernadores de las provincias y otros individuos subalternos nombrados en el mensaje, el nombre ilustre de usted no figurase en primera línea, cuando su voto imponente acerca del resultado de la intervención a sido pesado en los Consejos de los injustos interventores.”

Esa carta no podría ser leída por el Libertador; pues el 17 de Agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, lejos de su patria, se había vuelto inmortal. Ni el exilio, ni la distancia inconmensurable, ni las enfermedades, ni las envidias y mezquindades de los que jamás alcanzarían su altura, pudieron impedir que el viejo guerrero de Los Andes luchara hasta su último día por la libertad y la dignidad de su tierra americana.

Esa fue la última y victoriosa batalla del general don José Francisco de San Martín, el hombre que llevó triunfal por medio continente nuestra bandera azul y blanca, guiado por la llama eterna de la libertad.

Quiera Dios que su Espíritu nos acompañe siempre.


Bibliografía:
-Barcia Trelles, Augusto, San Martín en Europa, López y Etchegoyen Ed. 1948.
-Gras, Mario C., San Martín y Rosas, una amistad histórica, Rev. Inst.J.M. Rosas, Nº 13, 1948.
-Palacio, Ernesto, Historia de la Argentina (1515-1938), Peña Lillo Ed. 1979.
-Pérez Pardella, Agustín, El Libertador cabalga, Ed. Planeta, 1997.
-Saldias, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina.


Publicado como ensayo en la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en el Nº 54 Enero/Marzo de 1999; Págs. 93 a 100