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martes, 3 de septiembre de 2024

Malvinas: MAG de la Ca A del RI 3

Posición de ametralladora de la Compañía A del RI 3



Posición de ametralladora del grupo apoyo junto a su jefe, el cabo primero Salot. El primero con el Rosario es el Soldado Julio César Segura, muerto en combate, el que está como apuntador Cabo 1° Guillermo Salort, Soldado Leonardo Cejas, Soldado Walter Gómez y el último es el Soldado Walter Carranza. (RI 3 - Ca A)

miércoles, 31 de enero de 2024

Malvinas: El RI 3 en Moody Brooks

RI 3 en Moody Brook

La compañía A del RI 3 se replegó por este sector luego de luchar en Wireless Ridge, lo hizo con los británicos en la espalda.
Una porción de la historia que no se conoce.
La imagen esta tomada desde el sector del PC/ BIM hacia Moody Brook.


sábado, 25 de septiembre de 2021

Infantería argentina: El Mayor Horacio Fernández Cutiellos muere defendiendo el RIMec 3 del peronismo

"Yo voy a morir defendiendo el cuartel, ustedes recupérenlo"

El Infante

 
 


MAYOR HORACIO FERNÁNDEZ CUTIELLOS

Por Sebastián Miranda[i]

El 23 de enero de 1989 los cuarteles de La Tablada fueron atacados por integrantes del Movimiento Todos por la Patria. La defensa ejercida por el segundo jefe del RIM 3, el mayor Horacio Fernández Cutiellos fue clave para desarticular el copamiento




A las 6.15 del 23 de enero de 1989, repitiendo la forma de irrupción practicada por el PRT-ERP contra el Batallón de Arsenales 601 de Monte Chingolo en 1975, un camión Ford 7000 de la empresa Coca–Cola robado unos minutos antes que transitaba por la avenida Crovara viró bruscamente frente a la entrada principal del Regimiento 3 de Infantería Mecanizado General Belgrano y del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada I Coronel Isidro Suárez y embistió el portón de ingreso del Puesto 1, golpeando al soldado Juan Manuel Morales y al cabo Juan Pío Garnica que se encontraban custodiándolo y conversando con el cabo primero Daniel Cejas.[ii]

El conscripto clase 1969 Roberto Tadeo Taddía que estaba en las proximidades barriendo con una escoba se retiró hacia un costado alertado por el cabo de cuarto Alberto Sosa que abrió fuego con su FAL contra los atacantes a la vez que intentaba sacarlo de la línea de fuego. 

Sin posibilidad alguna de defenderse, el soldado T. Taddía levantó las manos para rendirse, pero varios disparos efectuados por los terroristas lo mataron. 




Desde el interior de la guardia, el sargento Atilio Escalante escuchó los estampidos, salió con su FAL e hizo una descarga sobre el camión matando al conductor, el veterano guerrillero del ERP Carlos Cabañas. Mientras tanto, desde el puesto de comunicaciones de la guardia, el cabo primero Ramón Ortiz envió un mensaje al Estado Mayor del Ejército informando sobre el ataque.

Detrás del camión ingresaron 8 vehículos con aproximadamente 46 subversivos del autodenominado MTP (Movimiento Todos por la Patria, integrado mayoritariamente por cuadros remanentes del ERP y Montoneros) que se dividieron en 2 grupos: Asalto (subdividido en 4 escuadrones) y Tanques que se dispersaron por el cuartel para tomar los objetivos asignados.

En el exterior esperaba el Grupo Agitación para promover una pueblada sobre la Plaza de Mayo una vez que se concretara la toma.

A medida que avanzaban los automóviles, descendían los subversivos del MTP fuertemente armados que se dirigían rápidamente a las diferentes dependencias del cuartel.

Alertado por los disparos, el mayor Horacio Fernández Cutiellos que estaba en la jefatura ubicada a pocos metros de la guardia, salió al hall principal y abrió fuego hiriendo a Roberto Sánchez Nadal, alias Osvaldo Farfán, veterano jefe del ERP comandante del grupo de asalto. Rápidamente ubicó un nuevo blanco y mató a otro, José Luis Caldú.

Sus disparos hicieron impacto también en José Mendoza y Julio Arroyo que murieron y en Sergio Mamani, Jorge Baños, José Díaz y otro subversivo más que quedaron heridos. La acción del 2do Jefe del regimiento en pocos minutos puso fuera de combate a 8 integrantes del MTP, siendo decisiva para dificultar el ataque y dar tiempo a sus camaradas de prepararse para repeler a los incursores.

Su fama de buen tirador estaba justificada. Entre los caídos se encontraban R. Sánchez –máximo responsable de las acciones dentro de la Unidad-, J. L. Caldú y J. Mendoza (comandante del escuadrón 1), tres de los de mayor experiencia entre los atacantes. Al fuego del mayor se sumó el de los efectivos de la Compañía Comando y Servicio.

Tomada la guardia, los subversivos del MTP atacaron la jefatura. Ante la resistencia ofrecida por el mayor Fernández Cutiellos, los atacantes desistieron de copar la dependencia. En las acciones fue auxiliado por el soldado Sergio Amodeo que le llenaba los cargadores de su FAL, en la jefatura estaban también otros tres conscriptos que no participaron del combate. A las 6.45 el mayor se comunicó con el coronel Jorge Halperín, del comando de la Brigada de Infantería Mecanizada X produciéndose el siguiente diálogo:

. H.F.C: “Mi coronel; aproximadamente a las 06.20 hs. entraron al cuartel, a los tiros, por el puesto 1, un camión y 7 u 8 automóviles con gente de civil y uniforme que coparon la guardia de prevención … .

. Comando: ¿La guardia ha sido totalmente tomada o sólo en forma parcial?

. H.F.C: Totalmente tomada. Además han atacado las sub–unidades que están alrededor de la Plaza de Armas. Desde aquí observo cuerpos en el suelo, heridos o muertos, de civiles y de personal militar. Actualmente se escuchan disparos en el fondo del cuartel … .

Mi coronel, yo voy a morir defendiendo el cuartel, ustedes recupérenlo …”.[iii]

      Tras repeler los primeros ataques y efectuar disparos contra los terroristas que atacaron la guardia y la Compañía Comando y Servicio, cerca de las diez de la mañana el mayor H. Fernández Cutiellos estando en la entrada principal de la Jefatura fue herido en el hombro.

El soldado que lo asistía intentó auxiliarlo pero ante el peligro le ordenó retirarse. Protegiendo a su subordinado como corresponde a un oficial superior, fue herido nuevamente y murió.[iv] De acuerdo a los testimonios de los conscriptos, los subversivos intimaron a la rendición al oficial, su respuesta fue: “vengan a buscarme”.

Días después de su muerte su esposa, Liliana Inés Raffo, concurrió al cuartel para recoger algunos efectos personales. Entre sus papeles encontró una nota dirigida a sus hijos:

     “Que el primero y más importantes de los mandamientos es: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y a nadie más amarás en mayor medida que a Él. A tu prójimo debes amarlo como te amas a ti mismo, por el amor de Dios.

     A tus superiores les debes respeto, obediencia y fidelidad, pero nunca de manera incondicional, pues la primera fidelidad es a Dios y sólo los superiores que actúen ordenados a sus fines y conforme a su orden, merecen ser considerados como tales.

      Con tus subalternos o inferiores tienes la responsabilidad de enseñarles y guiarlos con suavidad y firmeza por el camino recto de la virtud”.[v]

Tras su muerte recibió una mención honorífica por: repeler el ataque de los delincuentes subversivos, muy superiores en número, en la plana mayor del RI Mec 3 y aferrarlos hasta perder la vida en la acción”.[vi]  Fue ascendido post mortem a teniente coronel. Tenía entonces 37 años y era padre de cuatro hijos.     

BIBLIOGRAFÍA

CELESIA, Felipe y WAISBERG, Pablo. La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina, Buenos Aires, Aguilar, 2013.

HERNÁNDEZ, Pablo. La Tablada. El regreso de los que no se fueron, Buenos Aires, Ediciones Fortaleza, 1989.

MIRANDA, Sebastián. Los secretos de La Tablada. La última acción armada de la guerrilla en la Argentina, Buenos Aires, Grupo Unión y Ediciones Soberanía, 2015.

RUARTE, Julio Eduardo. Un ataque para recordar. Como fue la recuperación de los cuarteles de La Tablada (inédito).

SALINAS, Juan y VILLALONGA, Julio. Gorriarán. La Tablada y las Guerras de Inteligencia en América Latina, Buenos Aires, Mangin, 1993.


[i] Licenciado y profesor de Historia, Subteniente de la Reserva del Arma de Infantería. Autor del libro Los secretos de La Tablada. La última acción armada de la guerrilla en la Argentina.

[ii] Ver la foto en la revista Gente, Buenos Aires, Editorial Atlántida, Febrero de 1989, Año 23, Nro. 1228, p. 3.

[iii] Testimonio uno de los hijos de Horacio Fernández Cutiellos. En: www.ladecadadel70.com.ar (disponible el 26 de junio de 2009). De la conversación también dio cuenta el fallecido teniente coronel Raúl Barbosa. Entrevista del autor a Gonzalo F. Cutiellos.

[iv] Testimonio de Liliana Raffo, viuda del mayor Horacio Fernández Cutiellos al autor. Circuló la versión de que los terroristas le habían cortado la lengua, pero fue desmentida por el hermano del mayor, Gonzalo Fernández Cutiellos, que reconoció el cuerpo y explicó que tenía un corte en la lengua pero que se debió a la caída generada al ser herido.

[v] Palabras de Liliana Raffo, pronunciadas en homenaje a su marido el 19 de diciembre de 2007.

[vi] REVISTA MILITAR. Nº 721, enero–julio 1989, p. 14. El mayor recibió cuatro disparos.

 

sábado, 24 de enero de 2015

Terrorismo: El copamiento del RIMec 3 de La Tablada



Copamiento del Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada
Bien muertos quedaron



Se denomina copamiento del cuartel de La Tablada al intento de ocupación de los cuarteles del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Belgrano del Ejército Argentino en La Tablada, provincia de Buenos Aires, el 23 y 24 de enero de 1989 por parte de miembros del Movimiento Todos por la Patria (MTP). Resultaron muertos 32 terroristas, 9 militares y 2 policías.

Antecedentes

Al momento de realizarse el ataque en la conducción del MTP se encontraban, además de Gorriarán Merlo, otros que como él habían militado en el ERP pero que habían estado en la cárcel hasta el retorno de la democracia a la Argentina en diciembre de 1983, como Francisco Provenzano, Roberto Felicetti y Carlos Samojedny, que participaron en La Tablada. Por otra parte, en diciembre de 1987 habían abandonado el MTP algunas personalidades notorias de la dirección como Rubén Dri y Manuel Gaggero, quienes habían participado allí desde el primer momento, así como grupos importantes de militantes, sobre todo en Buenos Aires, Gran Buenos Aires y Córdoba, disconformes con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba el MTP, y con la presencia cada vez más determinante de la figura de Gorriarán Merlo.

El MTP estaba muy influido por la Revolución sandinista que había triunfado en Nicaragua, en cuya última etapa había participado Gorriarán Merlo, y la decisión del ataque fue la creencia de que pese a la instalación de la democracia podía repetirse en Argentina aquella experiencia, tras el fracaso setentista de la teoría de la guerra de guerrillas o de la guerra popular y prolongada. Para ello, según su visión, había que provocar hechos que aceleraran las condiciones de posibilidad de la Revolución. La idea fue la de mostrar a la sociedad argentina que un grupo de jóvenes y audaces militantes populares habían logrado lo que no conseguía la clase política en el poder: frenar un alzamiento contra la democracia, y subidos sobre ese éxito, movilizar al pueblo hacia la Casa de Gobierno en pos de un cambio político que llevara al triunfo de la revolución.


El copamiento

El 23 de enero de 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, Enrique Gorriarán Merlo (ex jefe del grupo guerrillero Ejército Revolucionario del Pueblo —ERP—) lideró un grupo de terroristas armados integrantes del MTP que atacó y ocupó parcialmente el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 con asiento en La Tablada.

El MTP adujo desde el primer momento que la toma se produjo como un intento de impedir un supuesto y jamás comprobado golpe de Estado planeado por el entonces candidato a presidente Carlos Saúl Menem y el Coronel Mohamed Alí Seineldín, al iniciarse el ataque arrojó en las cercanías del cuartel volantes atribuibles a un supuesto comando llamado «Nuevo Ejército Argentino» que pretendía derrocar al presidente Alfonsín, hecho reconocido por Gorriarán Merlo en una entrevista con Claudia Hilb.



Desde el primer momento, los militares conocían que el ataque era realizado por elementos de la izquierda e, incluso, inteligencia conocía previamente que un movimiento rebelde iba a atacar a alguna unidad militar del área metropolitana y que por eso el entonces titular del Ejército Argentino, teniente general Francisco Gassino, dispuso reforzar la infantería.

Inmediatamente después del copamiento, efectivos policiales de la Provincia de Buenos Aires, rodearon el cuartel a modo de primera línea de emergencia para repeler a los terroristas, hecho que confundió a la población ya que se pensó que la Policía era la que atacaba las instalaciones militares, dado que no se tenía conocimiento del grupo terrorista.

Posteriormente, se difundieron informaciones sobre que los terroristas habían matado conscriptos que dormían, que tenían ayuda de mercenarios extranjeros y que disponían de avanzado armamento de origen soviético, parte de lo cual resultó ser falso.

Finalmente, tras ser auxiliados y apoyados por la Policía de la Provincia de Buenos Aires, efectivos pertenecientes a la Compañía de Comandos 601 del Ejército consiguieron la recuperación del cuartel, apoyados por elementos blindados de la Caballería del Ejército.












  • Mayor Horacio FERNÁNDEZ CUTIELLOS
  • Teniente Ricardo A. ROLON
  • Sargento Ayudante Ricardo R. ESQUIVEL
  • Sargento Ramón W. ORUE
  • Cabo Primero José G. ALBORNOZ
  • Soldados clase 1969: Héctor CARDOZO
  • Martín DIAZ
  • Roberto TADDIA
  • Julio GRILLO
  • Comisario Inspector Policía de la Prov. de Bs. As. Emilio GARCIA Y GARCIA
  • Sargento Policía de la Prov. de Bs. As José Manuel SORIA


Detalles del asalto


Todavía está oscuro, pero ya se acerca el día cuando Ramón Ortiz marca 113 en el teléfono. “Seis horas, cero minutos, cero segundos”, responde la voz imperturbable y algo metálica de la grabación de la hora oficial. El cabo primero Ortiz, de 24 años, mira por la ventana como para entretener el tiempo. Falta media hora para que llamen a formación. El Regimiento de Infantería Mecanizado 3 General Belgrano (RIM 3) está tranquilo este lunes de verano. Desde su puesto de comunicación, Ortiz puede ver la galería de pinos de la calle de acceso al cuartel y, detrás, la Compañía de Comandos y la Mayoría, el edificio de la subcomandancia de la unidad. Poco se mueve, salvo algún camión sobre la avenida Crovara o la gente de la Guardia



A lo lejos, Ortiz ve un auto verde con baliza y un camión de proveedores que encara para el Puesto Uno de la Guardia. Ahí, en ese momento, está de servicio el soldado clase 1970 Juan Manuel Morales. Como todos sus compañeros, espera que este año la incorporación de nuevos conscriptos empiece temprano, así le dan antes de baja de la “colimba”, que a esta altura ya se le hace interminable. El conscripto Morales también ve el Falcon verde parado y un camión Ford 7000 rojo de Coca-Cola que lo pasa y se dirige a la barrera. Supone que viene a dejar mercadería, como es habitual en un comienzo de semana y a esa hora. Sale entonces de la garita y se acerca al portón cerrado con cadena. A un costado de la entrada está un muchacho de civil que, pese a sus 23 años, parece bastante mayor que Morales, por esas cuestiones de las jerarquías militares. Es el cabo primero Daniel Cejas, recién llegado de su franco del fin de semana. Está en una charla animada con su compañero, el cabo primero Juan Pío Garnica, de 25 años, que en ese momento lo interrumpe y va detrás de Morales para pedir la documentación de rigor a los proveedores.



Todo parece comenzar como es de rutina la mañana del 23 de enero de 1989. Pero en los últimos cincuenta metros antes del acceso al RIM 3, el Ford 7000 acelera y embiste el portón. La cadena estalla. Morales y Garnica salen despedidos por el golpe de las hojas de madera. Quedan tirados y conmocionados, pero ven que, tras el camión, entran a toda velocidad el Falcon de la baliza y otros cinco vehículos: un Taunus, un Renault 12 Break, un Renault 12, un Renault 11 y una camioneta Toyota. La extensa caravana transporta a 46 personas armadas. “¡Viva Rico! ¡Viva Seineldín! ¡Mueran los generales hijos de puta!”, gritan desde el camión y los autos. Los nombres de los jefes de los levantamientos militares que en los meses anteriores agitaron al país, Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín, parecen anunciar que se trata de una nueva intentona “carapintada” contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Esa versión circulará durante buena parte del día, en los medios, en los rumores de la gente y hasta en los despachos oficiales, aunque pronto en el cuartel se comprobará que esta vez se trata de algo completamente distinto.



El cabo de cuarto, Alberto Sosa, de 23 años, está sentado en un cantero del edificio de la Guardia de Prevención cuando escucha la arremetida de los vehículos. Se levanta y entonces ve el camión. Carga su fusil automático liviano (FAL) y le dispara ráfagas hasta agotar los veinte tiros del cargador. Desde los vehículos responden. El camión pasa y los dos autos siguientes también; pero el cuarto vehículo para y bajan varios hombres. Uno de ellos grita: “¡Ríndanse, hijos de puta!”. Desde adentro de la Guardia, el sargento Atilio Escalante escucha los gritos y sale, con el FAL en la mano. De inmediato comprende que es un ataque al cuartel; dispara sobre el camión y se repliega hacia el teléfono público, que está en el acceso a la Guardia. Vuelve a tirar, pero el fuego es muy intenso y no puede sostener la posición. Sin embargo, los disparos llegan a su objetivo y matan al acompañante del chofer del camión. Es la primera baja de los atacantes y del combate. Cuando todo termine, se sabrá que se trata de Pedro “Pety” Cabañas. Azulejista de profesión y nacido en el Paraguay, Cabañas era un veterano de la organización guerrillera setentista PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo).

En esos primeros cruces de disparos, el Ford 7000 termina chocando contra un árbol frente a la Enfermería del cuartel, unos metros más allá del edificio de la Mayoría. Su conductor, sin embargo, sale ileso. Con el correr de los días se sabrá que es el cordobés Juan Manuel “Fede” Murúa, de 36 años, también veterano del ERP y que ha combatido junto con los sandinistas en Nicaragua.



El cabo Sosa se tira al piso para esquivar las balas y quiere disparar, pero el FAL se le traba. Entonces ve que el soldado Roberto Taddía, un conscripto de 19 años, sale de la Guardia con las manos en alto; pero una bala entra por debajo de su axila izquierda y se desploma. Es el primer muerto del regimiento. Desde su posición, también Escalante es testigo de la escena: Taddía sale corriendo hacia la izquierda de la Guardia, desarmado, y cae, inerte. Los dos responsables militares de la Guardia de Prevención retroceden hacia la cancha de fútbol. Están desbordados por el fuego de los atacantes. Escalante y Sosa no pueden saberlo entonces, pero los trece hombres que los obligan a replegarse son militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), incluidos algunos de sus dirigentes. Forman un grupo de distintas edades y diversas trayectorias personales y políticas. Algunos tienen experiencia de lucha armada, compartida durante la revolución sandinista en Nicaragua, como Roberto “el Gordo” Sánchez (40), su sobrino Iván Ruiz (20), José Luis “Gallego” Caldú (31), José Alejandro “Maradona” Díaz y el poeta sandinista, nacido en Chile, José “Chepe” Mendoza (26). El mayor de este grupo, el mendocino Carlos “Quito” Burgos (49), trae a cuestas largos años de militancia en el peronismo de izquierda, que comenzó de adolescente en tiempos de la Resistencia. Otros también cuentan con una trayectoria de luchas políticas y gremiales, como el profesor y escultor salteño Rubén “Kim” Álvarez (48) y el sindicalista azucarero jujeño Julio Arroyo (39). También integra el grupo Jorge Baños (33), una de las figuras públicas del MTP y reconocido como abogado de derechos humanos. Otros de los atacantes de la Guardia del RIM 3, en cambio, tienen una militancia más reciente, como el activista barrial Sergio “Queco” Mamani, el dirigente estudiantil Fernando Falco (18), el obrero Félix Díaz (23) y el militante barrial Ricardo Veiga (29). El mayor Horacio Fernández Cutiellos es la máxima autoridad entre los ciento veinte militares que hay en el regimiento cuando escucha tiros en el Puesto Uno. Está frente al  espejo, en bombacha de combate y alpargatas, afeitándose. Su habitación está en el primer piso de la Mayoría y desde allí detecta el despliegue de civiles armados. A sus 37 años, Fernández Cutiellos, muy católico y nacionalista, padre de cuatro hijos, tiene una carrera promisoria en el Ejército. Cuarta generación de militares, orden de mérito 17 de la promoción 103 del Colegio Militar, durante la guerra de Malvinas fue movilizado y puesto al mando de paracaidistas de elite, pero no entró en combate. Casi como un mandato biológico, el mayor toma su fusil y desde lo alto empieza a tirar sobre el grupo que toma la Guardia y que empieza a distribuirse entre los árboles y la garita. Desde la Mayoría, Fernández Cutiellos ve sus objetivos a unos 50 metros, tal vez sean 70. Está motivado y es buen tirador. Apunta, hiere dos veces al Gordo Sánchez y los asaltantes le responden el fuego. Unos minutos después mata de un tiro en la cabeza al Gallego Caldú, que intentaba cubrirse entre los autos estacionados en la calle Belgrano, la principal del interior del cuartel, que nace en el Puesto Uno. A muy pocos metros de Caldú, Queco Mamani recibe un tiro en la cintura dentro de la caja de la camioneta Toyota y le pide a gritos a Mendoza que lo ayude. Pero Chepe Mendoza tiene poco margen para rescatar a su amigo. Buscando sofocar la posición de Fernández Cutiellos, se mueve hacia el edificio de la Compañía de Comandos y Servicios y ahí cae muerto, con un tiro en el estómago. Igual suerte corre el azucarero Arroyo. Maradona Díaz queda herido en la cabeza; Veiga tiene un balazo en el hombro y Baños está herido en el pecho. Los sobrevivientes se reagrupan en la garita de la Guardia. El último en llegar es Baños, con el rostro desencajado como si lo persiguiera la certeza de que va a morir. Kim Álvarez y Quito Burgos se quedan en la entrada de la Guardia y desde allí dan ánimo, como para contrarrestar la evidencia de que perdieron la iniciativa. Para recuperarla, Sánchez agarra el arma antitanque RPG 2 y lanza una granada y luego otra contra la Mayoría. Ambas hacen blanco en el edificio, pero no alteran el orden del conflicto. Los tiros de Fernández Cutiellos siguen haciendo daño a los guerrilleros.



—¡Soldado! —le grita Fernández Cutiellos al conscripto Sergio Amodeo, que cumple su turno de guardia en la Mayoría. Le da una escopeta Ithaca y le ordena que baje con él. En la planta baja del edificio, Fernández Cutiellos golpea la reja que separa la Mayoría de las oficinas del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 1. El llamado lo escucha el conscripto Gustavo Adrián Antonópolos, de turno en las oficinas. Con él están sus compañeros de colimba, Mario Cristal y José Luis Olivares.
—¿Tienen armas, soldados?
—No —contesta Antonópolos.
—Bueno, se me van para las ventanas que dan a la Guardia y me dicen las posiciones del fuego enemigo.
—No, mi mayor... no tenemos armas.
—¡Pero vayan! ¡Soldados cagones! (...)
La batalla continúa y Fernández Cutiellos no se detiene. Se coloca con su FAL en el marco izquierdo de acceso al edificio y se pone a tirar contra la Guardia. Amodeo queda debajo de la escalera, rellenando los cargadores que le tira el mayor.
—Andá arriba y llamá a la policía y a la Brigada de La Plata.
Amodeo no logra comunicarse, pero Fernández Cutiellos llega, marca y logra dar con la Brigada de Infantería Mecanizada X para pedir apoyo. Poco después lo llama el jefe del regimiento, el teniente coronel Jorge Zamudio, que estaba de vacaciones en su casa, y le pide que defienda el cuartel.
—Quédese tranquilo, que voy a morir en mi puesto.



Desde la casilla y los árboles de la Guardia, Ruiz intenta batir a Fernández Cutiellos. El resto también tira. Entre ellos circula Falco con las cargas del lanzacohetes chino RPG 2, las municiones para los FAL y algún cartucho de escopeta. Falco tiene una pistola ametralladora Uzi, que dispara dos veces y se traba. En el puesto de comunicación, ubicado en el edificio de la Guardia pero separado de ella por un ambiente sin uso, el cabo Ortiz tiene sobre una mesa una teletipo, un teléfono y una radio Motorola. Primero intenta transmitir el alerta al Estado Mayor del Ejército con la teletipo:  “Atento TTA, Atento TTA, Aquí TTQ3, están atacando la Guardia de Prevención”, tipea el cabo; pero no obtiene respuesta y duda de que el mensaje haya sido recibido. Llama por teléfono: “Están atacando el regimiento. ¡Están haciendo mierda todo!”, grita nervioso Ortiz y pide ayuda. El suboficial que recibe el llamado, dice, escueto: “Está bien. Te recibí”. Agotando las vías de alerta, Ortiz acciona la Motorola: “Atento la red Charly, atento la red Charly. Soy el cabo primero Ortiz. Están atacando la Guardia…”. Silencio del otro lado, pero poco después modulan: “Aquí Charly, ¿hay un llamado de auxilio de ese lugar?”. “Sí, contesta Ortiz, del Regimiento de Infantería 3, están atacando, por favor, apúrense, que están rompiendo todo” En el edificio de la Guardia, entre confundido y sorprendido, Sánchez despliega a sus hombres por los ambientes. Ya tiene un tiro en la cabeza, otro en el hombro y un tercero en el torso. A poco de entrar, su pelotón está diezmado y todo hace suponer que el resto de los grupos sufre una situación similar. En los calabozos están tres infractores al Servicio Militar: Daniel Salas, que ese día cumple 27 años, Renee Rojas y Oscar Miranda, ambos de 22.





—¿Y ustedes, qué hacen acá? —les pregunta Ruiz.
—Nada, somos desertores —contesta Salas.
—Bueno, tranquilos, que la cosa no es con ustedes. No les va a pasar nada.
Desde la Guardia, el Gordo Sánchez modula por radio: “Atento Córdoba, atento Córdoba, objetivos uno y dos tomados. Manden refuerzos, pero cuidado que están tirando de afuera”. El único cordobés de los que entraron al cuartel es Juan Manuel Murúa, que tiene como objetivo tomar los tanques. La siguiente comunicación de Sánchez es con su mujer, Claudia “la Negra” Acosta. La militante, de 32 años, encabeza el grupo que debe tomar el Comedor de Tropa, a unos 300 metros de allí, al otro lado de la Plaza de Armas. Le cuenta que mataron al Chepe Mendoza. Acosta también habla con otra de las mujeres que integran la fuerza atacante, Claudia Lareu, de 35 años, una de las fundadoras del MTP. Su grupo tiene como objetivo tomar la Compañía A, sobre uno de los laterales de la Plaza de Armas. Son más de las 8 y la Policía Bonaerense ya tiene cerca de cien efectivos de la Unidad Regional La Matanza desplegados por la avenida Crovara. En el cerco también hay algunos hombres del Departamento de Protección del Orden Constitucional de la Policía Federal. Las armas cortas de sus efectivos no influyen en el enfrentamiento, pero complican una eventual salida del cuartel, salvo que se haga arriba de los tanques. Además, comienzan a sumarse a la batalla militares que vuelven de los francos de fin de semana. Incluso llega un colectivo de transporte de cuadros con treinta y dos hombres que van a buscar armamento a la Escuela de Gendarmería de Ciudad Evita, sin éxito, y luego al Grupo de Artillería I de Ciudadela, donde sí logran pertrecharse. La reacción al ataque desborda lo institucional: se suman efectivos sin encuadramiento y hasta “carapintadas” autoconvocados. Todos ellos descargan sus armas contra los guerrilleros acantonados en la Guardia. Entretanto, el grupo que debe tomar los tanques no llega a su objetivo. Con el fuego creciendo sobre su posición, Sánchez le dice por radio a su mujer:
—Negra, estoy muy malherido. Hay que salir. Tienen que salir.
—No podemos romper el cerco con los compañeros heridos y no los podemos dejar de ninguna manera.
—Bueno, Negra… que sea Patria o Muerte (...)
El Gordo se decide a terminar con el tirador que tanto daño les está haciendo desde la Mayoría. Iván Ruiz y Kim Álvarez intentan neutralizarlo desde las ventanas del museo de la Guardia, pero Fernández Cutiellos economiza sus disparos y cambia de posición. Tras un breve descanso en uno de los sillones de la Guardia, Sánchez toma el fusil y sale con la idea de rodear la entrada de la Mayoría y sorprender al jefe del regimiento. En la Mayoría, Fernández Cutiellos se queda sin blancos, sale al pórtico y se parapeta en una de las cuatro columnas del edificio. Por su derecha se acerca Sánchez muy lentamente, sin tirar, arrastrándose. Cuando lo tiene en la mira, a unos veinte metros, el Gordo gatilla el FAL y le pega al mayor en el omóplato derecho.
—¡Tomá, la puta que te parió! —festeja el jefe guerrillero.






Referencias

Notas

  1. El cuartel de La Tablada fue la sede de esta unidad militar desde 1952 hasta 1995, año en que fue trasladada a su nuevo emplazamiento en Pigüé, unos 550 km. al sudoeste de Buenos Aires.
  2. Lista detallada de las personas muertas en el episodio de La Tablada
  3. La Casa Está En Orden, pág, 260, por Horacio Jaunarena, Taeda Editora, 2011, Argentina.
  4. Claudia Hilb: "La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista", págs. 4-22, passim, Buenos Aires, 2007, en Lucha armada en la Argentina n.º 9, año 3
  5. Diario Río Negro, edición del 25/01/1989.
  6. Clarín, ediciones del 24/01 y del 29/01 y La Nación, edición del 25/01/1989.
  7. «Pedido por Gorriarán Merlo», Clarín, 24.01.2003. Consultado el 16 de febrero de 2012.
  8. 23 de enero de 1989. Un grupo guerrillero asalta La Tablada. 24 de marzo, del horror a la esperanza].
  9. Diario Página 12 (12 de noviembre de 2009)
  10. Diario Página 12 (5 de febrero de 2010)
  11. Los puntos oscuros del asalto a La Tablada. Página 12, 1999.


Copamiento del RIM 3 de la Tablada 1989

Bibliografía
Enlaces externos