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miércoles, 23 de abril de 2025

Proyección de poder aéreo: China puede atacar desde el espacio con cazas cohetes

Avión cohete chino ataca prácticamente desde el espacio: es muy posible

Roman Skomorokhov || Revista Militar





El 26 de diciembre de 2024, China sorprendió al mundo al lanzar al aire no uno, sino dos nuevos prototipos de cazas que encarnan su visión de los sistemas aéreos de próxima generación: el Chengdu J-36 y el Shenyang J-XX/J-50.

 

A través de una cadena de filtraciones cuidadosamente dosificadas —porque, seamos sinceros, si alguien sabe guardar secretos militares, es el Imperio Celestial—, China ha dejado entrever una jugada que nadie vio venir. Dos aeronaves, completamente nuevas, salieron a la luz: un enorme avión sin cola y con ala en forma de diamante, identificado como J-36 (fuselaje número 36011), fabricado por Chengdu, y otro de menor tamaño —aunque igualmente imponente— de ala lambda, desarrollado por Shenyang, conocido de forma extraoficial como J-XX o J-50.

Que China estuviera trabajando en su propia visión de un sistema de combate aéreo de sexta generación era un secreto a voces. Pero nadie esperaba que dieran este paso tan pronto. Y mucho menos, que lo hicieran con semejante contundencia.

Primero, porque todos asumían que Estados Unidos marcaría el rumbo en este terreno. Su programa NGAD (Next Generation Air Dominance) había dominado el discurso sobre los cazas del futuro, y parecía cuestión de tiempo hasta que los norteamericanos se llevaran el primer aplauso. Pero China se adelantó.

Segundo, porque no se trató de una única plataforma experimental. China reveló dos programas distintos, desarrollados por dos fabricantes competidores, que avanzan en paralelo en investigación, desarrollo y producción. Chengdu y Shenyang, ambos trabajando al unísono, pero por caminos separados, hacia una misma meta: redefinir el dominio aéreo.

Y así, de un momento a otro, China no solo presentó su primer caza de sexta generación. Presentó también el segundo. Con apenas unas horas de diferencia.

No hay otra forma de decirlo: 2025 arrancó con China en el centro del escenario de la aviación militar global. Mientras otros hablaban del futuro, ellos lo pusieron a rodar por la pista.

Hoy, todas las miradas están puestas en una sola silueta: la del Chengdu J-36. No porque sepamos exactamente qué es —todo lo contrario—, sino porque lo que rodea a esta máquina está envuelto en una neblina de misterio, lo que, en tiempos como estos, es casi una invitación a imaginar. Diseño, capacidades, propósito… el J-36, creación inesperada de Chengdu Aerospace Corporation (CAC), nos deja espacio para especular, y eso lo hace aún más fascinante.

Lo que sí se ha filtrado —en fotos y videos cuidadosamente controlados— revela un avión con diseño de ala en diamante, sin superficies de cola. Un auténtico “ala volante” futurista. En sus primeras apariciones, el J-36 estaba propulsado por dos motores turbofán, pero luego surgieron imágenes que mostraban un tercer motor, algo que abrió una cascada de preguntas.

En cuanto a su tamaño, el J-36 es considerablemente más grande que el ya imponente J-20, también desarrollado por Chengdu. Algunos analistas estiman una longitud de 23 metros y una envergadura de 19,2 metros, lo que lo ubica por encima del J-20, que mide 20,3 m de largo con una envergadura de 12,88 m. A partir de eso, se proyecta un peso máximo al despegue (MTOW) de entre 50 y 60 toneladas.

¿Y qué clase de caza necesita ese tonelaje? Para ponerlo en contexto, el Su-34 ruso, que es más un bombardero táctico que un caza puro, tiene un peso bruto al despegue de 45 toneladas. Y aquí estamos hablando de un supuesto caza de superioridad aérea, con una masa comparable —o incluso superior— a la de un bombardero pesado.

Y no olvidemos los tres motores. Una decisión que ha generado tanto desconcierto como teorías. Algunos apuntan a la falta de empuje suficiente de los propulsores chinos más avanzados, como los WS-15, que, según datos disponibles, generan unos 16.000 kgf de empuje cada uno. En comparación, los motores del Su-34 —AL-31F-M1— entregan alrededor de 13.000 kgf. Sobre el papel, los WS-15 superan esa cifra. Pero claro, está el eterno talón de Aquiles de la ingeniería china: la fiabilidad.

Si el J-36 necesitara realmente tres motores para alcanzar su rendimiento esperado, algo no cuadra con la idea de un caza ágil y maniobrable. Con dos WS-15 debería poder despegar… pero no necesariamente combatir con la agilidad que exige el dogfight moderno. Y sin maniobrabilidad, ¿sigue siendo un caza? O estamos, tal vez, ante un nuevo tipo de plataforma, más cercana a un bombardero sigiloso, un lanzador de armas hipersónicas, o incluso un nodo aéreo de guerra electrónica o control de enjambres.

Lo cierto es que, por ahora, el J-36 no despeja las dudas. Las multiplica.
Y eso lo hace aún más intrigante.


La elección de tres motores en el diseño del J-36 no es un simple capricho de ingeniería. Es, en muchos sentidos, una anomalía en el mundo de la aviación de combate moderna, donde la eficiencia, la maniobrabilidad y la reducción de peso mandan. Pero China, una vez más, parece estar jugando con sus propias reglas.

Una posibilidad es que Chengdu esté apostando al desarrollo definitivo del WS-15, el motor de quinta generación chino que promete empuje suficiente para mantener vuelo supersónico sostenido y mejorar radicalmente la relación empuje-peso. Pero lo interesante aquí no es solo el empuje. La adición de un tercer motor podría tener objetivos mucho más ambiciosos.

Más allá de mover una estructura pesada, tres motores significan también una enorme generación de energía eléctrica. Y eso podría ser la clave. Porque un caza de sexta generación no solo debe volar: debe ver más, procesar más, comunicarse más y defenderse más. Sistemas de guerra electrónica avanzados, sensores multifrecuencia, radares AESA, enlaces de datos de alta capacidad, e incluso armamento defensivo de nueva generación —como láseres de alta energía (HEL) o microondas de alta potencia (HPM)— requieren una cantidad colosal de energía y refrigeración.

Visto así, la configuración del J-36 parece mucho menos una rareza y mucho más una pieza central del concepto chino de guerra aérea del futuro. Un sistema de combate aéreo en red, donde el J-36 no es solo un avión de combate, sino el cerebro aéreo que coordina enjambres de UAVs, guía misiles inteligentes, y opera de forma autónoma junto a otras aeronaves, tripuladas o no.

Incluso si su rol se limitara únicamente a actuar como nodo de mando y control, el J-36 necesitaría una capacidad de procesamiento de datos y transmisión en tiempo real sin precedentes. Eso implica potencia bruta, capacidad de enfriamiento, redundancia, y arquitectura electrónica avanzada. Porque controlar un enjambre aéreo no es simplemente cuestión de presionar botones: es gestionar inteligencia, amenazas, objetivos, y trayectorias múltiples en fracciones de segundo.

Por eso, uno o dos motores quizá serían suficientes para una plataforma especializada en tareas limitadas, como el despliegue de drones. Pero China parece querer más: que cada J-36 sea un centro de mando volador, un sistema multirole de largo alcance, capaz de operar por sí solo o en conjunto, y hacer todo eso con autonomía operativa y sostenida.

Y en ese camino, no se descarta que futuras versiones del J-36 estén propulsadas por motores de ciclo variable (VCE), una tecnología emergente que permite que las turbinas operen a velocidades distintas según la necesidad. Esto no solo mejora la eficiencia del combustible, sino que permite gestionar de forma más inteligente el flujo de energía a los distintos subsistemas electrónicos del avión.

Con un peso estimado al despegue de entre 50 y 60 toneladas, el J-36 se sitúa en un terreno poco habitual para un caza. Esa envergadura se traduce en una enorme capacidad interna de combustible y espacios generosos para armamento, lo que le da alcance estratégico y capacidad de carga pesada.

Pero aquí surge la pregunta inevitable: ¿sigue siendo esto un caza? Porque todo en el J-36 —su tamaño, sus motores, su misión, sus sistemas— apunta más bien a una nueva categoría híbrida, algo entre caza, bombardero, centro de mando y lanzador estratégico.

Tal vez no estamos viendo el futuro de los cazas…
Sino el nacimiento de otra cosa completamente distinta.

Por ahora, todo lo que sabemos sobre el alcance y la capacidad de carga del J-36 está cubierto por una neblina de especulación. Pero, incluso en ausencia de cifras oficiales, hay pistas suficientes para armar el rompecabezas.

El objetivo estratégico parece claro: cubrir la primera cadena de islas —Japón, Taiwán, Filipinas e Indonesia— sin depender del reabastecimiento en vuelo. Para ello, el J-36 debería contar con un alcance significativo, lo bastante amplio como para entrar y salir del espacio aéreo hostil con autonomía plena. Y si se incorpora armamento de largo alcance, como misiles de crucero o armas aire-superficie de precisión, el radio de acción se extendería hasta la segunda cadena de islas, abarcando buena parte del sudeste asiático.

En cuanto a su carga útil, se espera que el J-36 esté equipado con una bahía interna de grandes dimensiones, capaz de alojar una variada gama de municiones. Entre ellas, destacan los nuevos misiles aire-aire de ultra largo alcance, como el PL-17, con un alcance estimado de más de 300 kilómetros, además de bombas guiadas por precisión y misiles de crucero lanzados desde el aire.

Pero insistimos: el J-36 no debe entenderse como un caza convencional. Su papel está diseñado para ser el centro de gravedad de un ecosistema aéreo mucho más amplio, que incluiría enjambres de drones, algunos quizás del tamaño de pequeños cazas tripulados, integrados y controlados en tiempo real desde esta plataforma.

Y aquí es donde empiezan a surgir las teorías sobre su enigmático tercer motor.
Tres versiones. Tres formas de intentar entender el propósito de esa decisión poco ortodoxa.

Versión 1: el motor adicional es necesario para mover al gigante.
Con un peso estimado cercano a 60 toneladas, el J-36 requeriría un empuje considerable solo para maniobrar como lo haría un Su-35, uno de los cazas más ágiles de gran tamaño. Pero incluso así, la física es inflexible: la maniobrabilidad del J-36 es, como mínimo, cuestionable. Su tamaño, su masa y su configuración aerodinámica no apuntan a una plataforma diseñada para el combate cercano. Velocidad y alcance, tal vez. ¿Agilidad? Difícil.

Versión 2: el tercer motor es una fuente de energía, no de velocidad.
Más allá de la propulsión, este motor adicional podría estar diseñado para alimentar sistemas de alta demanda energética: radares de largo alcance, sensores múltiples, enlaces de datos de gran ancho de banda, sistemas de guerra electrónica, e incluso armas de energía dirigida como láseres o microondas, necesarias para defensa activa o control de drones en enjambre.

Esta hipótesis tiene lógica. El avión se convierte así en una plataforma de comando, un servidor aéreo en red con capacidades ofensivas y defensivas que trascienden el combate tradicional. Pero incluso esta versión tiene puntos débiles: la complejidad, la fiabilidad, el mantenimiento en combate… todo eso se multiplica con un motor adicional.

Y luego está la versión 3. La más atrevida. La más difícil de comprobar, pero imposible de descartar del todo: el tercer motor no es lo que parece.

Tal vez no sea un motor en el sentido clásico. Tal vez sea una cubierta para otro sistema, un contenedor modular, una bahía adicional camuflada, un emisor de energía, o incluso una plataforma de lanzamiento para drones miniaturizados o sistemas hipersónicos. En un avión diseñado para engañar radares y desinformar al enemigo, nada puede descartarse por completo.

Porque si algo queda claro con el J-36, es que no se trata simplemente de un caza más. Es una declaración estratégica envuelta en incógnitas técnicas. Un enigma de tres motores, dos alas y una función que, quizás, aún no entendemos del todo.

Y es en este punto donde todos se acomodan en sus asientos, tal vez con palomitas en mano, y la película realmente comienza. Porque sí: el tercer motor es un motor… pero no en el sentido tradicional. O al menos, no con la función que todos estamos esperando. Lo que estamos viendo hoy, esa estructura con tres salidas y líneas futuristas, podría no ser más que una ilusión funcional.

Vale la pena recordar que lo que se ha mostrado hasta ahora no es el modelo final. Es un prototipo, un banco de pruebas, un laboratorio volador. Una plataforma pensada para ensayar ideas, validar sistemas, jugar con límites. Lo que salga al otro lado del túnel de desarrollo podría parecerse… o podría ser algo radicalmente distinto.

Y luego está ese detalle que ha empezado a circular en algunos medios especializados: una tercera toma de aire supersónica, ubicada en la parte superior del fuselaje. Un elemento que no encaja del todo con la lógica de un diseño convencional, y que abre nuevas preguntas sobre lo que realmente alimenta ese supuesto tercer motor.

¿Qué es, entonces?
¿Una fuente de energía secundaria?
¿Una entrada para un sistema oculto de propulsión o refrigeración?
¿O simplemente un señuelo, una pieza colocada adrede para confundir a los observadores y analistas occidentales?

Nada puede descartarse. Porque si hay algo que China ha demostrado con el J-36, es que no está jugando bajo las reglas conocidas. Está diseñando algo más. Tal vez una nave polivalente. Tal vez una plataforma modular con funciones intercambiables. Tal vez un caza que no quiere parecerse a ningún caza.

Y ese supuesto tercer motor puede ser la clave o la cortina de humo.
Pero lo más intrigante es esto: el misterio, por ahora, parece completamente intencional.

Le planteé esta hipótesis a un veterano de VASO —un hombre con más de 32 años de experiencia en construcción aeronáutica— y su respuesta fue inmediata: “Es una idea más que interesante.” Según él, lo primero que llama la atención en el diseño del J-36 es el enorme espacio interno disponible. Los chinos, al parecer, tomaron la decisión desde el principio: construir una aeronave con volumen sobrado. Pero lo curioso no es eso. Lo curioso es cómo eligieron usarlo.

En teoría, si se tratara simplemente de alimentar un tercer motor convencional, habría sido mucho más sencillo rediseñar las dos tomas de aire principales, recalcular sus secciones transversales y desviar parte del flujo hacia el tercer motor. Fácil de calcular. Más simple de construir. Menos complicado en el taller.

Pero no. Los ingenieros chinos decidieron hacerlo a su manera. Y ahí es donde aparece la posibilidad más audaz de todas: ¿y si ese tercer motor no es un turborreactor, sino un motor cohete de propulsante líquido?

Parece ciencia ficción, pero no lo es.

El clásico par oxígeno-queroseno ha sido utilizado durante décadas en cohetes como la Soyuz-2 o el Falcon 9. Es un sistema probado, eficiente y relativamente seguro. El oxígeno líquido, aunque frío y volátil, es mucho menos peligroso que oxidantes como el flúor o el amilo. Además, este tipo de motor ofrece un impulso específico altísimo, del orden de los 3.500 m/s, algo que ningún turborreactor podría soñar alcanzar.

Claro que hay obstáculos. Para encender un motor cohete de estas características, se necesita un sistema de ignición externo que sincronice perfectamente el suministro de oxígeno y queroseno a la cámara de combustión. En los cohetes espaciales, se usan arrancadores eléctricos o químicos desechables. Pero en aviación, ya se está empezando a trabajar con encendidos por plasma, sistemas más complejos pero reutilizables, capaces de funcionar a cualquier altitud.

Y aquí entra en juego esa extraña toma de aire superior que tanto ha dado que hablar. Si no está diseñada para alimentar un turborreactor, podría servir como sistema auxiliar para iniciar la ignición del motor cohete, o incluso como parte del sistema de enfriamiento y ventilación interna para el almacenamiento de oxígeno líquido.

Las grandes dimensiones del J-36 no solo lo hacen ideal para transportar más combustible o armamento: también permiten instalar tanques criogénicos de oxígeno líquido dentro del fuselaje, sin comprometer el centro de gravedad ni la distribución estructural. Y como en los motores cohete el oxígeno se bombea hacia la cámara de combustión, no se necesitan tanques de presión excesiva ni paredes ultra reforzadas.

¿El resultado? Un avión con dos motores turborreactores y uno cohete. Una bestia híbrida capaz de funcionar como una aeronave convencional… hasta que necesite un impulso brutal en altitud, velocidad o energía, y entonces active su carta oculta.

Es una idea radical. Pero el J-36, desde el principio, no ha seguido ninguna regla convencional.
Y si la especulación acierta, podríamos estar ante el primer caza-cohete táctico del siglo XXI.


Cualquier persona normal se preguntaría: ¿para qué necesita una cabra un acordeón si ya está alegre? Y para alegrarla aún más.


Los propios desarrolladores chinos no han sido tímidos al describir el J-36: lo han presentado como un prototipo capaz de atravesar cualquier defensa y golpear donde más duele. Una afirmación audaz. Pero que, inevitablemente, lleva a una pregunta fundamental:
¿Cómo se atraviesa una defensa aérea moderna?

La respuesta, en realidad, no ofrece muchas opciones. Y cada una de ellas tiene sus propios límites —teóricos, prácticos o simplemente físicos.

La primera posibilidad es la más popular en la doctrina moderna: la invisibilidad ante el radar. El santo grial de la guerra aérea del siglo XXI. Utilizando diseño furtivo, materiales absorbentes, formas anguladas. El problema es que, con cada año que pasa, la eficacia de esta teoría es más discutida. Porque, a fin de cuentas, la baja observabilidad no significa invisibilidad, y lo que antes era tecnología de vanguardia, hoy empieza a enfrentarse a radares de banda múltiple, algoritmos adaptativos y sensores pasivos. ¿Funciona? A veces. ¿Garantiza atravesar "cualquier defensa"? Muy dudoso.

La segunda opción es más atrevida y, en ciertos contextos, muy efectiva: volar por debajo del radar. Literalmente. Rozando el terreno, aprovechando pliegues del paisaje y obstáculos naturales para esconderse del haz del radar. Lo vemos hoy en Ucrania, con drones y misiles de crucero deslizándose entre colinas y bosques. Pero esto, llevado a un avión del tamaño y peso del J-36 —un ala de 15 toneladas danzando a 50 metros sobre el suelo— es otra historia.
Aquí la física se impone: la inercia, el volumen, el margen de error. Tarde o temprano, un giro mal calculado termina en impacto. Y un sistema tan complejo no puede arriesgarse a un simple bache en el terreno.

Entonces queda una tercera opción. La menos explorada. La más radical:
no esquivar la defensa aérea, sino sobrevolarla completamente.
Romper el tablero y jugar desde otro plano.

Estamos hablando de operar a altitudes estratosféricas, 50, 60 kilómetros, quizás más. Por encima de todos los “paraguas” conocidos de defensa aérea. Y aquí, los números hablan por sí solos.

Tomemos el S-400 ruso, uno de los sistemas de defensa más avanzados del planeta. Su misil más potente, el 40N6E, tiene un techo de interceptación de 30 kilómetros.
El sistema Patriot estadounidense, tan temido como extendido, no supera los 20 kilómetros.
Y aunque Estados Unidos dispone de sistemas navales como el Standard Missile, incluso su versión avanzada, el SM-6, se queda en 33 km de altitud máxima.

Solo una excepción sobresale en este mapa de cifras: el SM-3, un interceptor diseñado no para el combate aéreo convencional, sino para interceptar misiles balísticos en la estratósfera. Un misil cinético, más cercano a un proyectil espacial que a una defensa aérea tradicional.

¿Y si el J-36, con su motor adicional y diseño masivo, no está pensado para evadir… sino para volar más alto que nadie?

Una plataforma que se eleva por encima del alcance de los radares, de los misiles, del ruido del combate.
Un atacante desde las alturas, descendiendo como un cometa en el momento preciso.
Un avión que, literalmente, vuela por fuera de las reglas.

En resumen, estamos hablando de un misil capaz de volar a muy grandes altitudes y velocidades extremas. El SM-3, misil interceptor de tres etapas, puede alcanzar hasta 250 km de altitud y guía su trayectoria mediante un buscador infrarrojo, lo que lo convierte en una plataforma de intercepción extremadamente sofisticada. Pero también tiene sus límites.

Porque el SM-3 fue diseñado con una misión muy concreta: destruir objetos que no maniobran, como la ojiva de un misil balístico o incluso un satélite en órbita baja. Objetivos que siguen una trayectoria perfectamente predecible. Y aquí está el problema: nadie sabe cómo respondería este misil frente a un objetivo que maniobra activamente. Las pruebas necesarias para comprobarlo simplemente no se han realizado.

Además, Estados Unidos no tiene muchos misiles de este tipo. Son caros —muy caros—: cada unidad cuesta entre 18 y 24 millones de dólares, según su variante. Y por eso se emplean con cuenta gotas, solo en escenarios de máxima prioridad estratégica.

Así que si el escenario es un avión que opera a 50 o 60 kilómetros de altitud, justo donde la atmósfera aún permite cierto uso aerodinámico, pero muy por encima del alcance de casi todas las defensas, las posibilidades de interceptarlo son mínimas. Si además lleva un motor cohete, y no depende de oxígeno ambiental, puede alcanzar esa altitud con relativa facilidad.

Y no hablamos de un ataque a territorio continental. Porque China no necesita ni pretende atacar el territorio estadounidense. Lo que le preocupa está más cerca.
Hablamos del Océano Pacífico. De Taiwán. Y de los grupos de ataque de portaaviones (AUG) estadounidenses que se aproximan para defenderlo.

Ahí es donde este tipo de aeronave —una plataforma estratosférica armada, rápida y precisa— entra en juego.

Porque lanzar un misil balístico contra un AUG es una solución limitada. Sí, su ojiva es veloz, difícil de interceptar, pero poco precisa. Por diseño, su guiado final es tosco, y cualquier corrección de trayectoria es difícil debido a la alta velocidad de descenso y la resistencia atmosférica. La física pone sus reglas, y la precisión (CEP) se resiente seriamente.

En cambio, un avión de gran altitud puede detectar, rastrear y elegir su objetivo en tiempo real. Puede lanzar bombas guiadas o cohetes desde 50 km de altitud, sin entrar jamás en el alcance efectivo de los sistemas de defensa aérea de los buques.

Pensemos en eso: una bomba guiada, con bajo perfil radar, lanzada desde el borde de la estratósfera. Su caída sería limpia, rápida, difícil de interceptar, con un perfil térmico reducido. No es un proyectil que desciende como un meteorito desde el espacio, sino algo más controlado, más inteligente. Y si hablamos de municiones pequeñas y sigilosas, el radar del AUG tendrá problemas para verlas llegar… y más aún para detenerlas.

¿Imposible? Tal vez no tanto.
Basta recordar al mayor Bernhard Jope, que el 9 de septiembre de 1943, a bordo de un bombardero alemán, lanzó dos bombas guiadas Fritz X sobre el acorazado Roma de la marina italiana. Dos impactos. Un buque insignia hundido. Una lección temprana de lo que puede hacer un ataque guiado, preciso y desde arriba.

Hoy, casi un siglo después, la historia podría repetirse. Solo que esta vez, a 50 kilómetros de altitud, y con una tecnología que ni siquiera soñaban en 1943.

Un avión cohete estratosférico, armado con bombas guiadas o cohetes precisos, no es ciencia ficción. Es una respuesta táctica elegante y brutal para un problema real: cómo romper un grupo de combate naval sin entrar en su alcance.
Y si el J-36 apunta en esa dirección, no es solo un caza más.
Es un cambio de paradigma.

Dos bombas con un peso de 1.570 kg enviaron al fondo el nuevo acorazado con un desplazamiento de 46 toneladas.



No es difícil predecir lo que dos bombas de este tipo harán a un barco moderno, que prácticamente no tiene blindaje en comparación con los barcos de la Segunda Guerra Mundial.


Un avión cohete como el J-36 tiene una ventaja que cambia las reglas del juego: es reutilizable.
A diferencia de un misil balístico o de crucero, que es por definición un sistema de un solo uso —un billete de ida sin retorno—, un avión puede adaptarse. Puede cambiar de objetivo sobre la marcha, puede retirarse si la situación cambia, puede esperar el momento adecuado para atacar. Y si es pilotado —ya sea por un humano o por una IA autónoma avanzada—, tomará decisiones mucho más complejas que las de cualquier computadora a bordo de un proyectil.

Un misil, por su parte, solo tiene una opción: ser disparado y seguir su trayectoria. Sin corrección. Sin repliegue. Sin margen de maniobra táctica. Solo avanzar… o autodestruirse.

Y cuando hablamos de costos, el panorama es revelador.
Un misil balístico Bulava cuesta alrededor de 10 millones de dólares.
Un Iskander, unos 3 millones.
Incluso un misil de crucero Kalibr ronda el medio millón.
En cambio, una bomba guiada por láser o por satélite, lanzada desde gran altura y con precisión quirúrgica, cuesta una fracción de eso. Y en condiciones ideales, puede ser igual o más efectiva, sobre todo cuando el blanco es móvil y las circunstancias cambian en segundos.

Pero eso no es todo. Las bodegas del J-36 podrían no estar llenas de bombas o misiles. Podrían estar cargadas de drones asesinos. Vehículos autónomos de ataque, lanzables desde la estratósfera, capaces de dispersarse en formación, saturar sensores enemigos, confundir defensas y golpear desde múltiples ángulos. Y si hay un país con los medios para hacerlo, es China. El desarrollo de drones en enjambre, algoritmos de control distribuido y miniaturización armada está muy avanzado en sus laboratorios.

¿Controversial? Tal vez.
¿Audaz? Sin duda.
Pero todo concepto revolucionario comienza con una idea que desafía lo conocido.

El J-36 no es todavía una realidad consolidada. Es un prototipo, una visión, una pieza de ingeniería especulativa que apunta hacia lo que China imagina como el avión de ataque del futuro. Y como dice el proverbio chino:
“El viaje de mil millas comienza con el primer paso.”
Este podría ser ese paso.

La teoría puede parecer atrevida, pero no por eso carece de fundamento.
Y como ocurre siempre con los nuevos desarrollos militares chinos de alto perfil, las imágenes y los vídeos aumentarán. Veremos al J-36 rodar, despegar, maniobrar, tal vez entrenar. Poco a poco, el rompecabezas irá tomando forma, y con él, las respuestas a muchas de las preguntas que hoy solo podemos plantear.

Pero una cosa ya es clara:
China no está imitando el pasado. Está diseñando su propia versión del futuro.


lunes, 21 de abril de 2025

Países Bajos: La política naval holandesa apuesta a la modularidad

Y no está en inventario, ni está afinada. ¡Y todavía nos falta una fragata!


Países Bajos refuerza su flota con buques multifunción armados con tecnología israelí

La Haya — El Ministerio de Defensa de los Países Bajos anunció la construcción de dos nuevos buques de apoyo multifunción que estarán destinados a operar junto a las fragatas de la clase De Zeven Provinciën, con el objetivo de reforzar la defensa aérea y proteger infraestructuras clave en el Mar del Norte.

Las nuevas embarcaciones, de diseño modular y tripulación reducida, estarán equipadas con misiles tierra-aire de largo alcance Barak-ER, municiones de precisión de fabricación israelí y avanzados sistemas de guerra electrónica. Su función principal será la de actuar como plataformas de respaldo en caso de ataques masivos con misiles o drones, operando como “almacenes flotantes” que respalden la capacidad ofensiva y defensiva de las unidades principales.

El astillero Damen Naval estará a cargo de la construcción de los buques, mientras que la firma israelí Israel Aerospace Industries (IAI) suministrará los sistemas de armamento y electrónica embarcada.

La iniciativa forma parte de una estrategia más amplia para aumentar la resiliencia y autonomía operativa de la Armada Real de los Países Bajos, especialmente en escenarios de alta intensidad, donde el agotamiento rápido de municiones podría comprometer la respuesta defensiva.

No obstante, la decisión ha suscitado críticas en el ámbito político y académico. Algunos expertos en seguridad cuestionan la necesidad de semejante inversión militar, señalando que los Países Bajos no enfrentan amenazas inminentes en el Mar del Norte. Los detractores apuntan que la medida podría responder más a consideraciones geopolíticas, industriales o de alianzas estratégicas, particularmente con socios como Israel, que a una evaluación basada estrictamente en riesgos militares.

El Ministerio, por su parte, defiende el proyecto como parte de un esfuerzo para prepararse ante un entorno de seguridad cada vez más impredecible, y garantizar la protección de rutas marítimas, cables submarinos y plataformas energéticas clave en aguas europeas.

Con un pie en la disuasión y otro en la polémica: Países Bajos avanza con buques de apoyo multifunción para su flota naval

La Haya — En un movimiento que combina visión estratégica, modernización naval y cierta dosis de controversia, el Ministerio de Defensa de los Países Bajos ha confirmado la adquisición de dos buques de apoyo multifunción de bajo costo y dotación reducida, diseñados para potenciar la capacidad de fuego y vigilancia en el Mar del Norte, especialmente en apoyo a sus fragatas clase De Zeven Provinciën.

La decisión ha despertado interés no solo por su alcance técnico, sino también por lo que algunos analistas consideran una inesperada proyección de fuerza en una región sin amenazas inmediatas. Pero en tiempos de disuasión flexible y alianzas estratégicas cada vez más dinámicas, la lógica de defensa parece abrir paso a enfoques no tradicionales.

Los nuevos Multifunctionele Ondersteuningsvaartuigen (MOUV) estarán equipados con misiles superficie-aire Barak-ER de largo alcance y municiones guiadas israelíes, además de avanzados sistemas de guerra electrónica. Su objetivo: funcionar como plataformas de refuerzo móvil, capaces de suplir rápidamente la falta de municiones durante un ataque masivo con drones o misiles, un escenario cada vez más plausible en conflictos contemporáneos. Damen será la empresa encargada de la construcción, mientras que Israel Aerospace Industries (IAI) proveerá los sistemas de armamento y sensores.

Si bien la propuesta naval ha sido presentada como una respuesta a las crecientes amenazas híbridas en espacios marítimos europeos —incluyendo ataques cibernéticos y sabotajes a infraestructuras críticas como cables submarinos o parques eólicos—, no han faltado voces críticas que señalan lo innecesario de semejante despliegue ante la aparente calma geopolítica del Mar del Norte.

Los detractores no ocultan su escepticismo: para ellos, el programa responde más a intereses industriales, alianzas tecnológicas y, en parte, a la presión del contexto OTAN, que a una evaluación objetiva del entorno de seguridad neerlandés. No obstante, en el Cuartel General de la Marina Real se insiste en que se trata de una apuesta por la versatilidad y la disuasión efectiva, especialmente en un momento en que la guerra en Ucrania ha revalorizado el concepto de reaprovisionamiento en combate y el valor de plataformas logísticas armadas.

A veces, los planes navales —como los experimentos mentales inspirados por algún "estimulante químico" legal del Benelux— rozan lo extravagante, pero apuntan a un fondo serio: la defensa del territorio y de los intereses estratégicos del país en tiempos donde la guerra moderna ya no se libra solo en tierra o aire, sino también en el mar… y en el espectro electromagnético.

Por aquí o por ahí

Holanda arma su vigilancia en el Mar del Norte: nuevos buques con sello Damen e innovación israelí

La Haya – En una decisión que mezcla velocidad estratégica y tecnología de punta, el Ministerio de Defensa de los Países Bajos ha dado luz verde a la construcción de dos buques de apoyo multifunción, pensados para operar como refuerzo logístico y de combate en el siempre activo —aunque raramente hostil— Mar del Norte.

La pregunta, inevitablemente, se hace presente: ¿Contra quién exactamente se prepara Países Bajos para combatir en esas aguas? ¿Se trata de una amenaza real o de un movimiento preventivo en clave OTAN? Por ahora, las respuestas oficiales se enfocan más en la capacidad que en el enemigo. La duda, sin embargo, queda flotando como las propias plataformas que Damen ya se prepara para construir.

El 24 de septiembre, durante una presentación en la Cámara de Representantes, el Secretario de Estado de Defensa, Gijs Tuinman, formalizó el anuncio: los buques serán desarrollados a partir de una plataforma de diseño comercial de “Crew Supply Vessel”, adaptada para uso militar. El astillero Damen Shipyards Group, una de las joyas industriales del país, liderará la construcción. Pero la sorpresa vino por el lado de la artillería: Israel Aerospace Industries (IAI), líder global en tecnología de defensa, será el proveedor de los sistemas de armas en contenedores y de guerra electrónica (EW) que transformarán a estos buques en plataformas de combate polivalente.

El plan contempla que ambas unidades estén listas y completamente equipadas para finales de 2027, integrando sistemas de vigilancia, sensores avanzados y capacidad de disparo de precisión de largo alcance.

Este “cóctel tecnológico” entre ingeniería naval holandesa e innovación militar israelí ha sido calificado por expertos como una alianza prometedora. La combinación de rapidez en la construcción, modularidad operativa y capacidad de integración con fuerzas aliadas refuerza la intención de Países Bajos de mantenerse como un actor relevante en los escenarios marítimos europeos, aún en ausencia de un enemigo claramente definido.

Y aunque por ahora no hay un blanco concreto a la vista, el mensaje queda claro: quien pretenda perturbar el orden en el Mar del Norte, tendrá que enfrentarse a una nueva clase de buques rápidos, armados y silenciosamente disuasivos.


¿Cómo serán?

Holanda adopta el concepto TRIFIC: misiles listos en contenedores, menos tripulación, más disuasión

La estrategia no es nueva, pero su adaptación al entorno naval sí lo es. Inspirándose en décadas de doctrina terrestre, los Países Bajos han dado un paso firme hacia la implementación del concepto TRIFIC —siglas en inglés de Traveling Rapidly Increasing Firepower—, una iniciativa concebida en 2022 por la Armada Real de los Países Bajos (RNLN) para multiplicar rápidamente el poder de fuego a bordo de plataformas modulares, flexibles y poco tripuladas.

La idea básica remite al conocido TEL terrestre (Transporter Erector Launcher), o en terminología hispana, TPM: Transporte, Posicionamiento y Lanzamiento. Se trata de un vehículo o plataforma que combina movilidad con capacidad ofensiva: transporta misiles en contenedores, los eleva, los prepara y los lanza sin necesidad de recarga inmediata o intervención técnica compleja. Una vez disparado el armamento principal, basta con reemplazar el contenedor —no recargar el sistema—, ganando en rapidez y seguridad operativa.

La diferencia clave con un lanzacohetes múltiple (MLRS) o un sistema de misiles balísticos de corto alcance (OTRK) reside en su independencia de los sistemas de guía a bordo. La plataforma TRIFIC no busca actuar por cuenta propia, sino integrarse como nodo periférico en una red de combate más amplia. En este caso, como “arsenal flotante” al servicio de las fragatas De Zeven Provinciën y del Comando de Defensa Aérea y Antimisiles de la Armada neerlandesa (ADCF).

El concepto TRIFIC apuesta por reducir la dotación a bordo al mínimo, automatizar procesos logísticos y actuar como extensión del armamento de los buques principales. En términos prácticos, se trata de multiplicar lanzadores sin multiplicar costos de personal ni comprometer grandes naves de combate. Algo así como tener un “depósito móvil” armado, listo para integrarse, recibir órdenes y ejecutar lanzamientos de precisión cuando las fragatas principales agoten sus propios misiles.

La ventaja es clara: velocidad de reposición, volumen de fuego y flexibilidad táctica. ¿La desventaja? Al igual que un TEL terrestre, un TRIFIC naval no sobrevive solo. Requiere escolta, defensa y guía externa. Pero en el esquema de guerra en red que visualiza la OTAN para los próximos años, esta limitación se convierte en una oportunidad para reorganizar la estructura naval moderna.

Así, mientras las amenazas convencionales en el Mar del Norte siguen siendo escasas, Holanda apuesta por prepararse para lo improbable, pero posible: una guerra de saturación donde cada misil cuenta… y cada contenedor puede marcar la diferencia.

Holanda acelera su programa MICAN: buques modulares para misiones múltiples en el Mar del Norte

La transformación de la Armada Real de los Países Bajos avanza a toda máquina con el ambicioso programa MICAN (Modular Integrated Capabilities for the AADC and North Sea), una evolución del ya innovador concepto TRIFIC. Lo que comenzó como una iniciativa para ampliar el poder de fuego a través de plataformas simples y modulares, hoy se convierte en una respuesta integral a los desafíos operativos del siglo XXI en la región del Mar del Norte.

En su versión actual, el MICAN deja de ser únicamente un apoyo técnico y se proyecta como una pieza central del esquema naval neerlandés: un buque de apoyo multifunción diseñado para actuar en tres frentes clave. Según anunció el Secretario de Estado de Defensa Gijs Tuinman ante la Cámara de Representantes, los nuevos buques tendrán una configuración de carga útil flexible, capaz de cumplir con estas misiones principales:

  1. Aumentar la capacidad antiaérea de las fragatas De Zeven Provinciën con misiles tierra-aire de largo alcance.

  2. Ejecutar ataques de precisión de largo alcance contra blancos costeros, en apoyo directo a las operaciones de desembarco de los Marines Reales.

  3. Proteger infraestructuras críticas en el Mar del Norte, en respuesta a amenazas emergentes como sabotajes o ataques híbridos.

Además de su rol ofensivo y defensivo, estas plataformas modulares tendrán la capacidad de portar sofisticados equipos de guerra electrónica, incluyendo sistemas de interceptación y perturbación electromagnética, una herramienta clave para garantizar la superioridad táctica en entornos densamente saturados de señales y amenazas.

Damen e IAI: los socios industriales detrás del concepto

El programa, acelerado por el Ministerio de Defensa holandés, ha sido concebido bajo la directriz de adquisición urgente de soluciones ya probadas y listas para ser integradas. Según Tuinman, Damen Shipyards será el encargado de construir los dos buques, mientras que Israel Aerospace Industries (IAI) suministrará tanto el sistema de misiles —que incluye los interceptores Barak-ER— como las municiones guiadas de precisión y los sistemas electrónicos.

Amparado en el artículo 346 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), el Ministerio justifica esta adjudicación directa en función de los intereses esenciales de la seguridad nacional.

¿Por qué ahora?

La decisión responde a un escenario operativo realista y preocupante: la saturación de misiles o ataques en enjambre por drones —una amenaza que ha dejado de ser teórica, como lo demuestran los recientes ataques hutíes en el Mar Rojo. Un análisis interno concluyó que los actuales sistemas de armas de las fragatas podrían quedar rápidamente sin munición en un escenario de conflicto intenso. De ahí la urgencia de dotar a la flota con unidades de apoyo capaces de almacenar y lanzar misiles adicionales directamente desde contenedores modulares.

El concepto de “operaciones distribuidas” ya no es una visión de futuro, sino una arquitectura operacional en desarrollo. Las nuevas plataformas MICAN funcionarán como socios tácticos de las fragatas principales, operando en conjunto y duplicando la capacidad de respuesta de la Armada en tiempo real.

La Armada neerlandesa está construyendo un nuevo paradigma naval: menos tripulación, más flexibilidad, más poder de fuego. Lejos de representar una simple ampliación de la flota, los buques MICAN apuntan a reconfigurar la forma en que se entienden la defensa costera, la guerra electrónica y las operaciones anfibias en el teatro europeo. Con la mirada puesta en 2027, los Países Bajos están decididos a que su línea de defensa en el Mar del Norte no sea solo simbólica, sino efectiva, modular… y lista para el combate.

Holanda apuesta por la interoperabilidad modular: los nuevos buques de apoyo adoptarán misiles Barak-ER tras el fin del SM-2

En el marco del programa MICAN, la Armada Real de los Países Bajos (RNLN) ha tomado una decisión clave que marcará el futuro de su arquitectura de defensa aérea. Las nuevas plataformas multifunción en construcción no solo ampliarán la potencia de fuego de las fragatas principales, sino que también operarán con un sistema de armamento diferente al que utilizan actualmente las De Zeven Provinciën. La razón: la obsolescencia del misil SM-2 Block IIIA, hasta ahora el pilar antiaéreo de la flota neerlandesa.

La dirección y el lanzamiento de los misiles no se harán de forma autónoma desde los nuevos buques, sino que será la fragata de escolta quien mantendrá el control de fuego y asignación de blancos. Esto asegura una cadena de mando coherente y centralizada, lo cual es clave para operaciones en escenarios saturados o de alta complejidad.

Sin embargo, el Ministerio de Defensa confirmó que las nuevas unidades recibirán misiles IAI Barak-ER, integrados en contenedores listos para el uso. El Barak-ER, un interceptor de largo alcance con guía activa y capacidad contra misiles balísticos, se integrará fácilmente al sistema holandés gracias a su versatilidad y diseño modular.

Fin del SM-2: limitaciones técnicas e industriales

El Secretario de Estado de Defensa, Gijs Tuinman, explicó con claridad las razones de este cambio estratégico:

“La producción del misil SM-2 en la versión requerida por los Países Bajos ha sido interrumpida. La nueva variante disponible, el SM-2 Block IIICU, no es compatible con el sistema de control de tiro instalado en nuestras fragatas. La adaptación requeriría una remodelación profunda y compleja del sistema de combate naval”.

Actualizar los cuatro buques De Zeven Provinciën implicaría un desmontaje casi completo de sus sistemas de guiado y control, con consecuencias logísticas y económicas significativas. Frente a esta realidad, el Ministerio optó por una solución pragmática: mantener los sistemas actuales y desplegar las nuevas capacidades de fuego desde una plataforma externa, pero vinculada digitalmente a la fragata.

Barak-ER: elección técnica por eliminación

Según el informe presentado por Defensa, se evaluaron tres opciones de misiles alternativos:

  • El Aster de MBDA, que ofrece prestaciones similares pero no existe en versión contenedorizada, lo que complica su uso modular.

  • El Stunner de Rafael Advanced Defense Systems, con gran capacidad contra misiles balísticos, pero que no cumple plenamente con los requisitos técnicos y operativos de la RNLN.

  • El Barak-ER de IAI, que demostró ser el único sistema que reunía interoperabilidad con radares existentes, disponibilidad inmediata en versión contenedor y prestaciones técnicas alineadas con los estándares de la flota.

Además del Barak-ER, Israel Aerospace Industries también suministrará una versión contenedorizada de su munición merodeadora de largo alcance Harop, un sistema de ataque autónomo que amplía el radio ofensivo de las nuevas embarcaciones, especialmente en operaciones de negación de área y contra blancos estratégicos costeros.

Una solución holandesa a una amenaza moderna

Con esta decisión, los Países Bajos no solo resuelven el problema de reemplazo del SM-2, sino que también avanzan hacia un concepto de defensa distribuida más ágil y adaptable. Al usar buques modulares como extensores de poder de fuego —conectados digitalmente a fragatas mayores—, logran mantener sus capacidades de defensa aérea sin comprometer tiempo ni recursos en reformas estructurales complejas.

El sistema Barak-ER, junto con el Harop, convierte a los nuevos buques MICAN en nodos flotantes de disuasión: autónomos en movilidad, pero integrados en el tejido operativo del grupo de combate. Un enfoque inteligente en tiempos de saturación misilística y amenazas impredecibles.


Los Países Bajos integrarán el Harop: precisión estratégica para la proyección de poder naval

El Ministerio de Defensa neerlandés ha confirmado que el sistema Harop de Israel Aerospace Industries (IAI) será parte integral de la configuración armamentística de sus nuevos buques de apoyo multifunción. Esta incorporación refuerza el concepto holandés de defensa distribuida y ofrece una nueva capacidad ofensiva de largo alcance, adecuada para escenarios de negación de área y operaciones anfibias de precisión.

Harop: munición merodeadora con alcance estratégico

El Harop no es un misil convencional ni un dron de reconocimiento armado. Se trata de una munición merodeadora (loitering munition) capaz de patrullar el espacio aéreo durante extensos períodos, identificar objetivos de alto valor y destruirlos mediante impacto directo. El sistema fue concebido específicamente para detectar, adquirir y neutralizar blancos móviles o estáticos en un rango de varios cientos de kilómetros.

Equipado con una ojiva de 23 kg, el Harop puede impactar con precisión quirúrgica sobre:

  • Centros de mando y control;

  • Lanzadores de artillería o misiles;

  • Infraestructura logística avanzada;

  • Posiciones defensivas costeras en apoyo de operaciones anfibias.

Según el Secretario de Estado de Defensa Gijs Tuinman, “Este es el único sistema de armas en el mercado que actualmente está lo suficientemente maduro y cumple con todos los requisitos en términos de alcance, precisión y operatividad para los escenarios contemplados por la RNLN”.

Expansión futura: del buque modular al transporte anfibio

El Ministerio de Defensa holandés también contempla la posibilidad de integrar cápsulas lanzadoras Harop en los futuros buques de transporte anfibio de la Armada Real. Esto abriría un nuevo espectro de operaciones ofensivas: además de dar soporte a las tropas en la costa, el Harop podría neutralizar defensas enemigas antes del desembarco, cumpliendo una función equivalente a la de una artillería naval táctica de precisión.

El sistema también permite ataques preventivos sobre blancos críticos en profundidad —una capacidad vital cuando la superioridad aérea o la cobertura satelital no están garantizadas.

Guerra electrónica: interceptar, interferir y dominar el espectro

La suite de guerra electrónica que acompañará a los buques MICAN ha sido desarrollada por el mismo proveedor israelí. Este sistema cumplirá funciones duales:

  1. Intercepción pasiva de emisiones enemigas, proporcionando inteligencia electrónica (ELINT) sobre redes de radar y comunicaciones;

  2. Interferencia activa sobre enlaces de control de drones y sistemas de guía, desorganizando las operaciones aéreas enemigas en tiempo real.

Al seleccionar un único fabricante para misiles tierra-aire (Barak-ER), municiones de ataque (Harop) y equipos de guerra electrónica, la Armada neerlandesa reduce los riesgos de incompatibilidades y simplifica la integración de sistemas. Este enfoque garantiza un proceso de adquisición y operación más ágil, lo que es fundamental en un entorno de amenazas acelerado y tecnológicamente complejo.

Con la incorporación del Harop, los Países Bajos consolidan su visión de defensa marítima: plataformas modulares, armamento versátil, interoperabilidad completa y una nueva capacidad de ataque selectivo. El Harop no solo incrementa la profundidad operativa de la flota; representa un salto cualitativo hacia una marina europea con poder ofensivo de precisión, adaptable a conflictos híbridos, litorales o convencionales. Una inversión inteligente, con visión táctica y relevancia estratégica.



Países Bajos acelera su flota modular: inversión estratégica o exceso sin enemigo visible

Con una inversión de mil millones de euros, el Ministerio de Defensa de los Países Bajos ha dado luz verde definitiva a la construcción de dos nuevos buques de apoyo multifunción, que no solo ampliarán la capacidad de combate de sus fragatas clase De Zeven Provinciën, sino que buscan sentar las bases para operaciones navales con tripulación reducida y, a futuro, con buques no tripulados.

Tecnología modular y tripulación reducida: ensayo para una Armada del mañana

El Secretario de Estado de Defensa, Gijs Tuinman, ha sido claro: la clave está en minimizar riesgos y tiempos, optando por soluciones “listas para usar” y evitando la complejidad de integrar sistemas de múltiples fabricantes. La elección de Israel Aerospace Industries (IAI) como único proveedor de misiles de largo alcance, municiones guiadas y sistemas de guerra electrónica refleja esta filosofía de interoperabilidad total.

Más aún, los nuevos buques no solo tendrán capacidades ofensivas, sino también experimentales. Serán plataforma de pruebas para nuevos conceptos de armamento —como defensa contra enjambres de drones— y para ensayos científicos en colaboración con institutos neerlandeses. Se trata de una inversión proyectada hasta 2039, que incluye costos operativos, reservas de riesgo y adaptación tecnológica.

Una estrategia sin teatro de operaciones claro

Aunque el planteo parece sólido sobre el papel, surgen dudas legítimas: ¿contra quién se prepara esta flota en el Mar del Norte?

La doctrina de “operaciones distribuidas” del RNLN se fundamenta en un escenario donde una fragata escoltada por uno de estos buques actúa como núcleo de fuego combinado. En caso de saturación enemiga —como un ataque masivo con misiles antibuque o drones suicidas— el buque de apoyo serviría como arsenal flotante, disparando bajo orden de la fragata principal.

El sistema Barak-ER de IAI será el eje defensivo, en reemplazo del misil SM-2 Block IIIA, cuya producción ha cesado. Mientras tanto, el sistema de ataque Harop brindará alcance estratégico y precisión contra blancos clave en tierra.

Pero el escenario de guerra real en el Mar del Norte parece tan improbable como lejano. Rusia no posee capacidad de proyección directa en esa zona: ni su Flota del Báltico ni la del Norte pueden alcanzar esas aguas sin superar antes estrechos y barreras navales de países vecinos —Suecia, Dinamarca, Alemania— con flotas bien preparadas.

Irán tampoco representa una amenaza naval directa en esta región. E incluso si se plantea una operación combinada OTAN para defender infraestructura crítica marítima o lanzar un desembarco, no hay un objetivo regional claro. ¿Kaliningrado? El planteo pierde sentido geoestratégico bajo la realidad de 2025.

¿Enemigos imaginarios y soluciones infladas?

Las decisiones técnicas y logísticas tienen lógica: buques modulares, sistemas integrados, menor tripulación, flexibilidad táctica. El problema no está en el cómo, sino en el por qué. La pregunta que flota es tan directa como incómoda: ¿a quién espera enfrentar la Armada neerlandesa con esta configuración?

Con Holanda declarando oficialmente que no hay amenazas en el Mar del Norte y con una región que no ha visto hostilidades navales reales en décadas, los nuevos buques pueden verse, al menos en parte, como un ejercicio de planeamiento sin adversario. Un ejemplo de adquisición proactiva, sí, pero también de ambición estratégica en busca de contexto operativo.

La referencia a situaciones como Yemen —donde fragatas occidentales han enfrentado ataques reales con drones y misiles— introduce un matiz de verosimilitud, pero la extrapolación directa al Mar del Norte resulta forzada.

Entre la doctrina y el delirio

Lo cierto es que los Países Bajos están apostando fuerte por un nuevo modelo de guerra naval: flota modular, interoperabilidad total, fuego distribuido, sensores combinados y tripulación mínima. Pero sin un conflicto latente o un adversario cercano, el proyecto corre el riesgo de caer en la categoría de diseño sin guerra, o incluso, de capricho industrial respaldado por buenos contratos y una buena dosis de optimismo.

Al final, más allá de los Harop, los Barak-ER y los sistemas de guerra electrónica, la verdadera cuestión que los Países Bajos deberán responder no será técnica, sino política: ¿para qué construir una lanza si no hay dragón?


Análisis | Fragatas y barcazas misilísticas: ¿visión de futuro o exceso estratégico neerlandés?

Ni 40 ni 160 misiles cambian el desenlace si lo que impacta en el costado del barco es un Onyx supersónico a baja cota. Así lo han dejado en claro no solo los campos de batalla ucranianos, sino las experiencias más recientes con sistemas como el Patriot o el IRIS-T, enfrentados a misiles modernos y drones suicidas.

Y sin embargo, el Ministerio de Defensa de los Países Bajos ha tomado una decisión que, incluso entre expertos, genera cejas levantadas: reforzar la defensa aérea de sus fragatas de clase De Zeven Provinciën agregándoles... un arsenal flotante adicional. Un concepto sencillo, casi intuitivo en su planteamiento: si una fragata puede disparar 40 misiles, ¿por qué no permitirle acceder a 120 más desde un buque escolta que actúe como almacén de municiones y multiplicador de potencia de fuego?

La lógica está ahí. El respaldo industrial, también: la firma israelí IAI aportará misiles antiaéreos Barak-ER, municiones merodeadoras Harop y sistemas de guerra electrónica de última generación. Damen, por su parte, construirá los buques. El cóctel tecnológico parece atractivo.

Pero lo que no está claro es el escenario. ¿Contra quién? ¿Dónde?

¿La defensa de qué, exactamente?

La idea es reforzar la "protección de infraestructura crítica" en el Mar del Norte. Una frase que suena bien en un informe técnico, pero que despierta dudas cuando se la analiza en detalle. La OTAN no ha detectado amenazas marítimas creíbles en la zona. Rusia no tiene capacidad de proyección en esas aguas. Bielorrusia no tiene flota. Y lo demás suena más a delirio geopolítico que a planificación táctica.

La decisión, presentada por el Secretario de Estado de Defensa, Gijs Tuinman, pretende adelantarse a futuras amenazas y preparar al país para nuevos tipos de guerra —con buques no tripulados, inteligencia electrónica e interoperabilidad modular—. Pero en paralelo, parece responder más a compromisos industriales y geopolíticos que a necesidades reales.

¿Israel necesitaba compradores para su nuevo ecosistema modular? ¿Damen necesitaba contratos urgentes para su astillero? ¿El gobierno holandés necesitaba exhibir músculo militar en Bruselas?

Ironías estratégicas

El concepto no es malo. El modelo TRIFIC (Traveling Rapidly Increasing Firepower) y su evolución a MICAN (Modular Integrated Capabilities for the North Sea) podrían tener valor si hubiese un escenario que justificara tal despliegue. Pero a falta de enemigos reales, las justificaciones parecen tan improvisadas como creativas.

¿Una operación de desembarco en Bielorrusia? ¿Una flota bielorrusa que amenaza desde el Mar del Norte? Incluso en tono sarcástico, la imagen resulta reveladora: en la práctica, no hay teatro operativo que justifique la inversión estratégica.

Y si lo hubiera, como ha demostrado la experiencia con sistemas avanzados en otros conflictos, ninguna cantidad de misiles almacenados resolverá por sí sola la vulnerabilidad táctica de una fragata bajo saturación electrónica y ataque coordinado con drones y misiles de última generación.

¿El futuro? Tal vez.

Tal vez este esfuerzo neerlandés sea, simplemente, una apuesta a futuro: ensayar con buques modulares, con tripulación reducida, con drones, con sensores, antes de que la necesidad real toque a la puerta. En ese caso, tiene valor como inversión tecnológica.

Pero mientras tanto, la imagen sigue siendo la misma: una fragata real con un cofre flotante de misiles a su lado, patrullando un mar donde nadie ataca, nadie amenaza, y nadie —realmente— necesita ser defendido.

Y como suele ocurrir con ciertas decisiones estratégicas, tal vez la amenaza no esté en el mar… sino en las salas donde se escriben los informes, se diseñan los programas, y —sobre todo— se firman los contratos.


Basado en el artículo de Román Skomorokhov || Revista Militar

lunes, 3 de marzo de 2025

Producción y desarrollo de misiles en Gran Bretaña

Desarrollo y producción de misiles antiaéreos en Gran Bretaña

Weapons and Warfare




Misil Bloodhound

La industria de armas guiadas del Reino Unido tuvo sus orígenes en una serie de experimentos tempranos realizados durante la Segunda Guerra Mundial por varios establecimientos. El progreso en este trabajo fue ayudado por un acuerdo sobre la transferencia de datos clasificados de diseño de armas estadounidenses que fue el resultado de la Misión Tizard, que visitó Washington en 1940.

El primer requisito formal del personal para armas guiadas emitido por el Establecimiento de Señales del Almirantazgo a fines de 1943 proponía un misil tierra-aire (SAM) que sería guiado por un haz de radar. El Comité de Proyectiles Antiaéreos Guiados, un comité interservicios, se formó en marzo de 1944 para controlar y dirigir la investigación de proyectiles antiaéreos. Los requisitos operativos del Comando Antiaéreo del ejército (posteriormente transferido a la RAF) y el Almirantazgo eran lo suficientemente compatibles como para ser investigados conjuntamente, y el trabajo preliminar finalmente dio lugar a los sistemas de misiles Sea Slug, Bloodhound y Thunderbird. Hacia el final de las hostilidades, Estados Unidos revisó el Acuerdo Tizard y se redujo el flujo de nueva información científica, lo que tuvo un grave efecto en el progreso del desarrollo de armas guiadas por los británicos.


Misil Sea Slug


Misil Thunderbird


Al final de la Segunda Guerra Mundial, la economía británica estaba al borde del colapso y la terminación repentina del programa de Préstamo y Arriendo obligó a una reevaluación inmediata de un gasto sustancial en defensa. Los jefes de Estado Mayor asumieron que no habría guerra durante los siguientes diez años. Sin embargo, se iniciaron varios proyectos de investigación de armas guiadas. En vista de la amenaza percibida de las armas atómicas y la comprensión de que el país densamente poblado podría no ser capaz de sobrevivir a un conflicto nuclear, se dio prioridad al Comando de Cazas y a la defensa antiaérea. En 1948, el Ministerio de Suministros decidió reducir la investigación sobre misiles de largo alcance para concentrarse en el programa de misiles defensivos.

En enero de 1950, la transferencia de tecnología de armas guiadas entre Estados Unidos y el Reino Unido se formalizó mediante el Acuerdo Burns-Templer, que preveía el intercambio pleno y franco de información militar y tecnología de armas guiadas. El primer lote de información sobre nuevos proyectos de armas estadounidenses llegó durante la segunda mitad de 1950, y se evaluaron armas como los misiles Terrier II, Hawk y Sparrow para determinar si podían incluirse en el programa de armas guiadas del Reino Unido.

El estallido de la Guerra de Corea en junio de 1950 fue una sorpresa desagradable para los planificadores estratégicos. Se inició un programa drástico de rearme y el presupuesto de defensa se duplicó aproximadamente, con la ayuda de Estados Unidos. Aunque se trató de una precaución prudente a la luz de los acontecimientos internacionales, ejerció una presión sobre la economía que tendría consecuencias desafortunadas antes de que terminara la década.

En 1955, Sir Anthony Eden inició una amplia revisión de la estrategia de defensa para reducir el gasto en defensa. Duncan Sandys continuó la revisión hasta 1957, cuando se publicó un famoso libro blanco sobre defensa. En él se hacía gran hincapié en la disuasión nuclear, inicialmente lanzada por los bombarderos V y más tarde por el misil Blue Streak disparado desde silos subterráneos. Las bases de los bombarderos V debían estar protegidas inicialmente por defensas de cazas y más tarde únicamente por un sistema de misiles tierra-aire. Esta doctrina quedó desacreditada en pocos años, cuando quedó claro que Gran Bretaña no podía permitirse pagar la investigación y la tecnología necesarias para que la disuasión fuera lo suficientemente segura frente a los ataques.

A finales de los años 50, los proyectos que se habían iniciado en los años 40 comenzaron a entrar en servicio. El Fairey Fireflash fue la primera arma guiada aire-aire que desplegó la RAF, aunque a una escala muy limitada en agosto de 1957. El Fireflash era un radar que se desplazaba por el haz y tenía una capacidad limitada contra los bombarderos con motor de pistón.


AAM Fairey Fireflash

El primer misil guiado completamente operativo que se desplegó fue el Bristol Bloodhound SAM en 1958. Utilizaba un sistema de guiado por radar Doppler semiactivo y se desplegaba normalmente con cuatro lanzadores móviles controlados por un radar de iluminación de objetivos. Un Bloodhound Mk.II mejorado entró en servicio en 1964. El Thunderbird SAM debutó con el ejército británico en 1960 y tenía un rendimiento similar al Bloodhound.

El primer misil aire-aire efectivo fue el de Havilland Firestreak. Era un arma de aspecto trasero desplegada por la Royal Navy y la RAF en agosto de 1958. El Red Top posterior se basaba en el Firestreak Mk. IV. Era más rápido, tenía un mayor alcance y era capaz de dirigirse en todos los aspectos contra objetivos supersónicos. Entró en servicio en 1964.


AAM de Havilland Firestreak


El Armstrong-Whitworth Sea Slug era un SAM naval. Su guía era por haz de radar y tenía propulsores de combustible sólido acoplados y un sustentador de combustible sólido. Después de un prolongado período de desarrollo, entró en servicio en 1962 a bordo de destructores de la clase County.

El misil nuclear Avro Blue Steel entró en servicio en diciembre de 1962 y fue transportado por los bombarderos Vulcan y Victor V. Fue diseñado para lanzar una ojiva nuclear a un objetivo a 100 millas del punto de lanzamiento utilizando guiado inercial.

El de Havilland Blue Streak estaba destinado a ser un misil balístico de alcance intermedio. Su desarrollo dependió en gran medida de la ayuda de Estados Unidos, ya que el diseño se basó en el Atlas. Tras una presión extrema del Tesoro, el programa Blue Streak se canceló en abril de 1960 en favor del misil estadounidense Skybolt (que posteriormente fue cancelado por el secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert McNamara, en noviembre de 1962).

En 1977, concluyó un largo período de fusión industrial con la formación de British Aerospace (BAe), una gran entidad que incluía a todas las empresas aeroespaciales británicas restantes, excepto Short.

El misil BAe Skyflash fue el único misil aire-aire guiado por radar que entró en servicio con éxito en el siglo XX y fue una adaptación del Raytheon AIM-7E2 Sparrow con un nuevo buscador semiactivo monopulso. Entró en servicio en la RAF en 1980.

Muchos otros sistemas de misiles se desarrollaron y entraron en servicio entre finales de los años 1960 y 1980, incluyendo el SAM naval Sea Dart (1967), el SAM naval Sea Wolf (1979), el Rapier de defensa puntual con base en tierra (1970) y el antibuque Sea Skua (1982). Todas estas armas se utilizaron durante la Guerra de las Malvinas de 1982 con un éxito razonable.

En 1996, BAe Dynamics y Matra Defense unieron sus fuerzas para crear una nueva empresa de defensa. Matra BAe Dynamics tiene una amplia y muy competente cartera de productos y capacidad de investigación y a principios de siglo desarrolló el misil convencional de largo alcance Storm Shadow y el misil aire-aire Meteor, que supera el alcance visual, para la RAF.