sábado, 19 de abril de 2025

Malvinas: El compacto GAE del ARA 25 de Mayo


ARA '25 de Mayo': Muchos aviones para un portaaviones pequeño

Basado en información de @MarianoSciaroni, en X

Demasiados aviones para tan poco espacio: el límite oculto del ARA 25 de Mayo

Uno de los desafíos logísticos más complejos que enfrentó el portaaviones ARA 25 de Mayo (POMA) durante el conflicto de las Malvinas fue uno que no figuraba en los informes de inteligencia, pero que pesaba sobre cada despegue y cada maniobra: el espacio físico a bordo.

Diseñado originalmente para una aviación embarcada más reducida, el buque argentino carecía de la capacidad de hangar suficiente para operar con comodidad una dotación aérea completa, especialmente en condiciones de combate. Durante la navegación inicial, la situación fue manejable. Pero al momento de zarpar en busca de la flota británica, el cuadro cambió drásticamente.

A bordo del 25 de Mayo se encontraban 17 aeronaves:
8 cazabombarderos A-4Q Skyhawk
4 aviones antisubmarinos S-2E Tracker
3 helicópteros Alouette III
2 Sea King de exploración y rescate.

Un número importante. Demasiado importante para un portaaviones de apenas 200 metros de eslora y un hangar estrecho, que obligaba a una administración milimétrica de cada movimiento, cada ciclo de mantenimiento y cada operación de cubierta. No se trataba solo de volar: se trataba de hacerlo con precisión quirúrgica en un entorno que no perdonaba errores.

En combate naval, la superioridad aérea no solo depende del número de aviones, sino de la capacidad real de operar con ellos en ciclos sostenidos, seguros y eficaces. Y ese fue, quizás, uno de los límites menos visibles del 25 de Mayo, pero no por ello menos crucial.


Transcripción

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SECRETO
GRUPO AERONAVAL EMBARCADO

El Grupo Aeronaval Embarcado efectuó tres navegaciones bien diferenciadas en lo que hace a la operación ejecutada.

1ra. del 28 MAR al 05 ABR
En la ocupación de las Islas, la exploración antisuperficie con S-2 fué prioritaria.

2da. del 18 ABR al 25 ABR
En ella se intensificó el adiestramiento coordinado exploración y ataque (S-2 - A-4) la defensa contra-aérea (A-4) y Antisubmarina (H-3).

3ra. del 28 ABR al 10 MAY
En este período fué intensa la actividad de exploración antisuperficie, de defensa contra-aérea y hubo acciones antisubmarinas coordinadas de H-3 y S-2.

El grupo aeronaval embarcado se constituyó en las diferentes etapas de la siguiente manera y siempre en función de los aeronaves disponibles y no de la misión.

AVION1ra. Etapa2da. Etapa3ra. Etapa
A-4588
S-2344
AT/3122
H-3122

La cantidad de aviones de la 2da. y 3ra. Etapa, saturó en alguna medida el Hangar del Buque, obligó a dejar aeronaves con puertas quitadas, quitó agilidad al movimiento de aeronaves en sus cubiertas y representó un riesgo permanente. No obstante, la incorporación del 4° S-2 brindó mayor confiabilidad a una tarea que era intensiva, de largo alcance y duración.

La presencia de los H-3 en la 2da. y 3ra. Etapa representó un importante esfuerzo de apoyo a la exploración antisubmarina, que en la 1ra. Etapa, descansó en exclusiva sobre el Grupo Aeronaval Embarcado.

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Cuello de botella en cubierta: los límites operativos del ARA 25 de Mayo

Operar un grupo aéreo embarcado en condiciones de combate ya es, de por sí, una tarea compleja. Pero cuando esa operación depende de solo dos ascensores y una única catapulta, la coordinación no es una virtud: es una necesidad absoluta.

El ARA 25 de Mayo contaba con un elevador en proa y otro en popa. Cada uno, en lugar de facilitar, imponía una limitación crítica:
– El elevador de popa, al estar directamente en la senda de apontaje, obstruía las maniobras de recuperación de aeronaves cuando estaba en uso.
– El elevador de proa, por su parte, interfería con las operaciones de catapultaje, complicando el lanzamiento de los A-4Q.

Esto obligaba a planificar cada movimiento como si fuera una jugada de ajedrez, donde un error de sincronización podía significar no solo un retraso, sino una tragedia operacional. Todo debía fluir como un reloj bien calibrado: ascensores, catapulta, ubicación en cubierta, circulación del personal y espacio de mantenimiento.

Y ahí surgía otro problema igual de serio: el espacio en cubierta era extremadamente limitado. Cada avión debía ser colocado con precisión, con apenas centímetros de margen, para permitir el máximo número de unidades listas sin bloquear accesos ni obstaculizar maniobras. La cubierta se convirtió en una coreografía milimétrica de alas plegadas, trenes de aterrizaje y operadores tensos.

En plena guerra, ese tipo de restricciones no son detalles técnicos. Son factores decisivos que determinan si una misión se lanza a tiempo… o nunca despega.



El precio del despegue: cuando un lanzamiento bloqueaba toda la cubierta

En un portaaviones con recursos limitados, cada movimiento es una maniobra estratégica. Y a bordo del ARA 25 de Mayo, donde el espacio y los medios eran escasos, preparar una sola aeronave para el despegue podía significar detener toda la operación aérea durante varios minutos críticos.

Un ejemplo claro: cuando el S-2E Tracker número 8 —encargado de patrullaje antisubmarino— estaba listo para ser lanzado, la situación en cubierta exigía una secuencia compleja y laboriosa. Para llevarlo hasta la catapulta, primero había que remover al A-4Q Skyhawk que estaba ocupando la posición de ILC (Interceptor Listo en Cubierta). Esa aeronave debía ser retirada cuidadosamente hacia popa, sin margen para errores, en un espacio ya congestionado.

Solo entonces el Tracker podía ser desplazado hacia proa, alineado con la catapulta y preparado para el lanzamiento. Pero ese movimiento tenía un costo operativo importante:
Mientras duraba la maniobra, no se podían realizar apontajes.
Los dos elevadores quedaban fuera de servicio.
Toda la cubierta quedaba congelada en espera del despegue.

Lo que en un buque de mayor tamaño se resolvería con plataformas auxiliares o múltiples puntos de catapultaje, en el 25 de Mayo era una operación de alto impacto, donde cada avión movido significaba minutos valiosos de vulnerabilidad táctica.

En medio de un conflicto real, con amenazas constantes desde el mar y el aire, ese tipo de fricción interna era tan peligrosa como el enemigo en el horizonte.

Más allá de los límites: la operatividad del ARA 25 de Mayo en Malvinas

A pesar de las limitaciones materiales, del espacio escaso y de la complejidad de cada maniobra en cubierta, la operación del ARA 25 de Mayo durante el conflicto del Atlántico Sur fue ejecutada con eficacia, precisión y una voluntad inquebrantable.

Cada despegue, cada apontaje, cada movimiento de avión fue el resultado de una coordinación impecable entre mecánicos, operadores de cubierta, pilotos y marinos que llevaron al portaaviones al máximo de sus capacidades. Se enfrentaron a desafíos técnicos reales, a condiciones logísticas adversas y a una amenaza militar abrumadora. Y, sin embargo, respondieron con profesionalismo, sangre fría y entrega total.

El buque operó al límite de su diseño original, soportando una densidad aérea y un ritmo de operaciones que rozaban lo imposible para una plataforma de su tamaño y configuración. Cada avión en cubierta era un desafío. Cada minuto de vuelo, una victoria de la organización, el entrenamiento y el coraje.

Este aspecto —el esfuerzo humano y técnico detrás de la operatividad del 25 de Mayo— suele quedar en segundo plano al narrar la guerra de 1982, eclipsado por los combates más visibles. Pero en esos detalles menos conocidos reside gran parte del verdadero heroísmo técnico de la campaña.

Porque cuando se habla de capacidad de combate, no se trata solo de los medios disponibles, sino de cómo un país, con lo que tiene, decide hacerles frente a los desafíos más extremos.

Y ese espíritu, silencioso pero firme, fue el que mantuvo al 25 de Mayo navegando… y operando.

Portaaviones ARA 25 de Mayo


A-4Q Skyhawk en formación

Libro “Un portaaviones en riesgo”

El excelente libro “Un portaaviones en riesgo – Portaaviones argentino y operaciones antisubmarinas contra los submarinos de la Royal Navy durante la Guerra de las Malvinas, 1982” , del estudioso argentino Mariano Sciaroni, proporciona información sin precedentes sobre las operaciones de los submarinos nucleares ingleses para cazar y hundimiento del portaaviones argentino ARA 25 de Mayo durante la Guerra de las Malvinas en 1982, los equipos utilizados por ambos bandos y los informes del personal militar involucrado. Para completar la obra, el autor tuvo acceso a numerosos documentos desclasificados por los británicos a través de la Ley de Libertad de Información. Haz clic en la imagen del libro para comprarlo en Amazon.



EA: Adiestramiento del RIMec 35 en Rospentek


Adiestramiento en la estepa patagónica



El Regimiento de Infantería Mecanizado 35 realizó ejercicios operacionales en la estepa patagónica, en las proximidades de Rospentek, provincia de Santa Cruz.



Secciones de infantería mecanizada, exploración, morteros, antitanque, comunicaciones y plana mayor participaron de las actividades en el marco de un adiestramiento orientado a reforzar las capacidades de combate de la unidad más austral del país.


viernes, 18 de abril de 2025

Teoría de la guerra: La guerra invisible del futuro

La guerra invisible: una mirada al futuro cercano


Roman Skomorokhov || Revista Militar




Tener un enemigo externo —por contradictorio que suene— es uno de los activos estratégicos más rentables que puede poseer un país. Un adversario visible, reconocible, incluso predecible, mantiene todo en orden. El gobierno justifica sin esfuerzo sus presupuestos de defensa, los generales despliegan planes y tecnologías, y el complejo militar-industrial gira con la precisión de un reloj bien aceitado.

Si ese enemigo, además, se deja ver de vez en cuando cerca de la frontera, aún mejor. Se reactiva la tensión, suben las alertas, y los pedidos de tanques, cazas y radares se aprueban con entusiasmo. Es un equilibrio delicado pero funcional. El ejemplo perfecto: India y Pakistán. Conflictos pasados, roces presentes, pero nunca lo suficiente como para romperlo todo. Solo lo justo para mantener los engranajes girando y los arsenales llenándose.

El problema llega cuando no hay enemigo. Porque sin una amenaza clara, sin esa figura oscura al otro lado del mapa, todo el sistema empieza a desorientarse. La máquina cruje. Y cuando eso pasa, hay que inventar uno.

Estados Unidos lo sabe bien. Su némesis perfecta fue, durante décadas, la Unión Soviética. El antagonista ideal: poderoso, ideológico, omnipresente. Pero cuando la URSS cayó, la narrativa se resquebrajó. La OTAN perdió norte, propósito y razón de ser. ¿Una alianza militar sin enemigo? Difícil de sostener.

Entonces apareció Sadam Husein, y más tarde Bin Laden. Uno con botas y desfile, otro con túnel y video casero. Pero ambos cumplieron su función: mantener viva la amenaza. Reactivar presupuestos. Justificar despliegues. Reavivar operaciones en cada rincón del mapa. El terrorismo, por su propia naturaleza difusa, fue el enemigo ideal por años.

Pero incluso esos rostros se han ido desvaneciendo. Y con ellos, también la narrativa. Sin un enemigo claro, vuelve a surgir el peor de los miedos para cualquier estructura de poder militar: el vacío. El silencio. La posibilidad de que el cañón no se dispare porque ya no hay a quién apuntar.

Y es ahí cuando la maquinaria empieza a mirar hacia adentro… o a fabricar sombras nuevas.



Convertir a China en el enemigo número uno —el villano central, la gran amenaza global, casi una versión moderna de Sauron— fue una jugada tan eficaz como calculada. Porque, a diferencia de enemigos anteriores como Irak o Libia, China no es un blanco fácil. No es un régimen débil que colapsa tras los primeros misiles. Es una superpotencia capaz de responder. Y hacerlo con fuerza.

Y precisamente por eso resulta tan útil. Porque no es lo que China hace, sino lo que puede llegar a hacer lo que le da su valor estratégico para Estados Unidos. Su postura inflexible sobre Taiwán es el pretexto perfecto. Una tensión sin fecha, siempre latente, siempre útil. Porque, seamos honestos, nadie espera un desembarco estadounidense para defender Taipéi llegado el día. Pero eso no importa.

Lo que importa es el guion que puede escribirse a partir de ahí: si caen en Taiwán, mañana estarán cruzando el Pacífico. ¿California? ¿Alaska? Da igual. El lugar es irrelevante. Lo que cuenta es la amenaza percibida, el relato de expansión imparable, el temor a lo desconocido.

Con ese relato, se firman contratos. Se extienden presupuestos. Se despliegan portaaviones y satélites. Porque ahora, el enemigo tiene escala, tiene poder, y sobre todo, tiene rostro. China es lo suficientemente fuerte como para ser una amenaza verosímil, pero no tanto como para ser intocable. El equilibrio perfecto.

Así, el complejo militar-industrial puede seguir operando sin freno. No necesita más justificaciones. Tiene a su villano. Tiene su narrativa. Y mientras tanto, la maquinaria sigue funcionando. Porque nada moviliza más recursos, más tecnología y más decisiones que un buen enemigo… sobre todo si se mueve al ritmo del miedo.



Los titulares recientes en los medios estadounidenses parecen sacados de una novela de ciencia ficción: “China libra una guerra electrónica capaz de apagar, en segundos, el equipo enemigo.”

Y aunque pueda sonar a hipérbole, no es del todo fantasía. Hay algo real detrás del alarmismo.

Porque la guerra, hoy, ya no se libra como antes. Se acabaron las imágenes clásicas de tanques avanzando entre el polvo o cazas rompiendo la barrera del sonido. Ahora, una simple ráfaga electromagnética puede detenerlo todo. Una ciudad, una base aérea, un centro de mando… en silencio y en segundos. Radares apagados. Comunicaciones muertas. Equipos inservibles. Sin humo, sin cráteres, sin explosión. Pero con el mismo —o mayor— efecto paralizante.

La clave, claro, está en la potencia. El pulso electromagnético verdaderamente devastador es el que nace de una detonación nuclear en el aire, a una altitud de uno o dos kilómetros. El tipo de evento que aún pertenece al terreno de lo prohibido... o al menos, al de lo que nadie se atreve a decir en voz alta.

Pero la verdad es que no hace falta llegar tan lejos para cambiar las reglas del juego. Porque la guerra moderna ya no se reduce a lo visible. Hoy se pelea en frecuencias, en códigos, en espectros donde el ojo humano no entra. La guerra ya no necesita proyectiles: necesita software.

Y eso cambia todo. Porque en este nuevo terreno, los ejércitos pueden estar formados por operadores en una consola. Las armas, por algoritmos. Las bajas, por datos. Es un combate que no ruge ni tiembla, pero que puede derrumbar estructuras enteras.

Y en medio de ese silencio estratégico, queda una pregunta que retumba con fuerza:
¿Estamos listos para una guerra que no se ve venir?



Hablamos, sin rodeos, de la nueva dimensión del combate: la guerra electrónica. Lo que hasta hace poco parecía terreno exclusivo de novelas militares futuristas, hoy se ha convertido en una prioridad absoluta. Y no por moda, sino por urgencia. Porque el enemigo ha cambiado de forma: ahora vuela, zumba, se multiplica. Son los UAV, los drones de todos los tamaños, los que han obligado a repensarlo todo.

Por un tiempo breve, pareció que las contramedidas electrónicas de corto alcance funcionaban. Inhibidores, bloqueadores, ataques de interferencia... funcionaban, hasta que dejaron de hacerlo. Porque, como siempre, la guerra se adapta. Y cuando lo hace, escarba en el pasado.

Viejas ideas, como los misiles guiados por cable —tan toscos como letales— han vuelto, pero con nuevo nombre y forma: drones FPV con control por fibra óptica. El principio es el mismo: control directo, sin vulnerabilidades en el espectro. Y eso los hace casi inmunes a los sistemas actuales. Casi. Y en ese “casi” es donde se está librando la próxima batalla.

Hoy, las joyas de este nuevo frente no son tanques ni cazas: son pulsos electromagnéticos (EMP) y microondas de alta potencia (HPM), capaces de apagar, quemar o inutilizar todo lo que dependa de un chip. Pero el verdadero salto no está en la potencia, sino en la inteligencia. Aparecen los sistemas combinados de guerra electrónica (CEW): plataformas que integran sensores, IA y contraataques en un mismo nodo. No interfieren, anulan. No solo bloquean, piensan. Y lo hacen en tiempo real.

En los cuarteles generales del mundo, los ojos ya no están en el misil más grande, sino en el algoritmo más veloz. Porque allí se está decidiendo el futuro del poder militar. Y en este tablero, sorprendentemente, Estados Unidos no lidera.

Un reciente informe del Centro de Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias —a pocos metros de la Casa Blanca— lo admite sin eufemismos: Washington corre desde atrás. Estiman que tomará al menos una década igualar a competidores que ya han tomado la delantera. ¿El nombre que se repite una y otra vez? China.

Y no se trata de sospechas. En noviembre de 2024, un informe oficial de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China advirtió al Congreso: el Ejército Popular de Liberación ya ha desarrollado capacidades electrónicas capaces de detectar y neutralizar algunas de las armas estadounidenses más avanzadas. Ya no es una carrera pareja. Es una carrera que puede haberse perdido.

Y fuera de los grandes nombres, hay más actores en el juego. Grupos insurgentes, milicias, incluso organizaciones terroristas están experimentando con sus propias versiones de guerra electrónica. Con pocos recursos, sí. Pero en algunos casos, con resultados sorprendentes. El campo de batalla se descentraliza, se oculta, se digitaliza.

Porque hoy, más que nunca, la guerra no se libra donde caen las bombas, sino donde se silencian las señales. Y dominar el espectro electromagnético, en esta nueva era, es tan decisivo como lo fue dominar el aire en la Segunda Guerra Mundial.

El que controle las frecuencias, controlará el campo de batalla. Incluso sin poner un solo pie en él.




Durante años, el mundo ha vivido expectante ante una transformación largamente anunciada: la fusión entre el hombre y la máquina en el campo de batalla. No en forma de androides ni de soldados biónicos, sino a través de algo mucho más concreto —y, a la vez, más inquietante—: la incorporación de inteligencia artificial en la toma de decisiones tácticas y estratégicas.

Una guerra donde los datos fluyen en tiempo real, donde el análisis no espera al oficial de inteligencia, y donde la máquina deja de ser una herramienta pasiva para convertirse en un actor operativo. Ese es el horizonte que muchos anticiparon. Y Estados Unidos intentó llegar primero.

En 2017, el Pentágono lanzó el ambicioso Proyecto Maven, con una promesa clara: integrar algoritmos de aprendizaje automático en operaciones reales. Identificación de objetivos, priorización de amenazas, asistencia a la toma de decisiones… todo automatizado. Una revolución que debía transformar la guerra moderna.

Pero la revolución, por ahora, no ha llegado. Lo que hay son avances dispersos, desarrollos parciales, integraciones incompletas. El campo de batalla sigue dependiendo, en gran medida, de la intuición humana, de mandos que todavía se toman segundos —o minutos— para decidir. Y en la guerra moderna, eso ya es demasiado lento.

Sin embargo, algo está cambiando. La guerra electrónica —esa dimensión emergente donde se cruzan señales, frecuencias y algoritmos— ha devuelto urgencia al sueño de la fusión hombre-máquina. Y en ese contexto, aparece un nombre propio: Leonidas.

No es un experimento. Es un sistema real, funcional, desplegable. Montado sobre vehículos militares, Leonidas está diseñado para enfrentar una de las amenazas más disruptivas del presente: los enjambres de drones. ¿Su arma? Microondas de alta potencia. ¿Su efecto? Apagar en cuestión de segundos múltiples blancos aéreos sin disparar una sola bala. Un pulso, y todo lo que vuela cae.

No es fuerza bruta: es precisión energética. Y lo más inquietante, es que este tipo de sistemas ya están integrando IA. Para detectar, priorizar, activar… sin intervención humana directa.

Lo que antes era ciencia ficción hoy empieza a asentarse como doctrina. Y lo que hasta hace poco se consideraba futurismo, pronto será norma: decisiones tomadas en milisegundos, ataques invisibles, campos de batalla que ya no responden a lo que podemos ver o tocar.

Cuando la máquina deje de asistir al humano y comience a decidir por él, el rostro de la guerra cambiará para siempre. Y lo que hoy parece una ventaja tecnológica… mañana podría ser una dependencia irreversible.


Primero fue probado sin hacer demasiado ruido, en algún rincón del Medio Oriente. Pero su eco ya resuena en laboratorios militares de medio mundo. Leonidas, desarrollado por la firma estadounidense Epirus, no es simplemente un nuevo sistema de armas: es un cambio de paradigma. Un arma que no lanza misiles ni proyectiles, sino que emite pulsos de microondas de alta potencia capaces de desactivar, en seco, la electrónica de drones enemigos.

Lo más impresionante no es solo lo que hace, sino cómo lo hace. Una antena plana proyecta un haz de energía amplio, capaz de neutralizar enjambres enteros de drones a la vez. No uno, ni dos. Docenas. En un instante. Y lo puede repetir indefinidamente: sin recarga, sin munición, sin necesidad de rearmarse. Solo pulsa y apaga. Una y otra vez. Silencioso, limpio, eficaz.

¿A qué recuerda? Inmediatamente surge un paralelo: el sistema ruso Krasukha. Pero hay diferencias clave. Krasukha fue concebido para otra época, otra lógica. Su haz es más concentrado, pensado para interferir radares, confundir sistemas de guía, cegar misiles de crucero. Porque cuando fue diseñado, los enjambres de drones eran una idea de laboratorio, no una amenaza real. Lo importante era bloquear la visión de un misil antes de que alcanzara su objetivo.

Pero ahora los blancos se han multiplicado, se han miniaturizado y se han hecho autónomos. Y con ellos, también cambió el enfoque. El desarrollo de Leonidas responde directamente a ese nuevo paisaje: más drones, más amenazas dispersas, más velocidad, más urgencia.

¿Podríamos comparar directamente ambos sistemas? Potencia de salida, eficacia, tolerancia operativa… Sería revelador. Pero no podemos. Porque en este terreno, lo esencial no está publicado. Y lo clasificado, por definición, no se comparte.

Mientras tanto, la Fuerza Aérea de EE. UU. ya ha puesto en marcha la siguiente fase. Acaba de firmar un contrato de 6,4 millones de dólares con el Grupo de Guerra Electrónica Avanzada del Instituto de Investigación del Suroeste, en San Antonio. Su objetivo es claro: desarrollar algoritmos que analicen amenazas emergentes con la precisión de un operador humano, pero con una velocidad muy superior.

"Queremos sistemas que comprendan el entorno como lo haría un humano, pero que reaccionen más rápido y con más exactitud", explicó el director del proyecto, David Brown. El anuncio se hizo público en abril. Y aunque la iniciativa suena ambiciosa, la cautela técnica persiste.

Porque una cosa es tener una idea brillante. Otra muy distinta es convertirla en una plataforma robusta, funcional, lista para el despliegue real. Desde el prototipo hasta el campo de batalla pueden pasar años. A veces, una década. Y aunque Estados Unidos avanza, y no lo hace solo, el camino aún es largo. Las promesas de armas inteligentes aún deben traducirse en máquinas confiables, operativas en aire, tierra y mar.

La guerra del futuro ya está tomando forma. Aunque por ahora, esa forma aún es borrosa. Lo único claro es esto: el enemigo ya no tiene que verse. Y el ataque, no tiene por qué hacer ruido.




Superar a los nuevos protagonistas de la guerra electrónica no es simplemente una cuestión de voluntad ni de estrategia: es un desafío gigantesco que exige años de desarrollo, talento técnico, y miles de millones en inversión sostenida. Aun así, no hay garantías. Pero Estados Unidos ya no tiene margen para elegir. Está obligado a competir.

¿Y hacia dónde se orientan ahora los esfuerzos? La brújula apunta, como era previsible, hacia la inteligencia artificial. La prioridad es clara: crear algoritmos capaces de detectar, en tiempo real, señales que indiquen un ataque electrónico inminente. Puede ser un pulso electromagnético, una ráfaga de microondas de alta energía, una alteración sutil del espectro. Identificarlo antes de que impacte es la clave. Y automatizar esa detección es la única forma viable de sobrevivir en el campo de batalla digital.

Porque ahí fuera, cada décima de segundo importa. Si hoy un operador tarda cinco segundos en revisar una anomalía, la inteligencia artificial puede hacerlo en medio segundo. O menos. Y ese margen puede marcar la diferencia entre perder un dron de reconocimiento y salvarlo. Un dron que, en lugar de esperar instrucciones, detecta el riesgo, toma decisiones por sí mismo y sale del área de peligro. Cierra receptores, maniobra, se oculta. Y con él, se protege también todo el flujo de información que transporta.

La otra línea crítica de desarrollo está más cerca de lo físico: la compacidad. Porque el tamaño ahora es cuestión de vida o muerte. Lo ha demostrado el frente ucraniano: los grandes sistemas son blancos fáciles. La guerra electrónica del futuro será portátil, difícil de detectar, fácil de mover, incluso si eso implica reducir temporalmente su potencia. Un sistema pequeño puede operar más tiempo, sobrevivir más misiones… y, en la práctica, ser mucho más útil que uno grande que no dura más de un día bajo fuego enemigo.

Hasta no hace tanto, el gran depredador de estos sistemas era el avión. Por muy sofisticado que fuera un generador de interferencia, su alcance era menor que el de un misil de crucero. Para ser útil, tenía que acercarse al frente. Y ahí lo esperaban misiles con cabezales infrarrojos: detectaban el calor, fijaban el blanco, disparaban. Así de simple.

La respuesta fue el blindaje. Estaciones reforzadas, escapes redirigidos, disipación térmica. Sirvió, por un tiempo. Hasta que llegó la contra-reacción: los misiles antirradiación, diseñados para seguir la firma electromagnética hasta el origen. Armas eficaces, sin duda. Pero ahora, también enfrentan sus propios límites, especialmente con la proliferación de sistemas SAM de largo alcance que obligan a los aviones a mantenerse bien lejos del frente.

Y aquí es donde los números dicen más que cualquier discurso. Pensemos en el Kh-31, uno de los misiles antirradiación más avanzados del mercado. Velocidad, precisión, trayectoria inteligente. Todo está ahí. Pero si su objetivo apaga su señal antes del impacto, o si el sistema cambia de posición en cuestión de segundos, ¿sigue siendo letal? ¿O queda volando hacia el vacío?

La guerra electrónica de hoy ya no es una guerra de potencia bruta. Es una guerra de velocidad, de inteligencia, de adaptabilidad. Es móvil. Es volátil. Es cada vez más autónoma. Y quienes quieran sobrevivir en ese entorno, tendrán que dejar atrás la lógica del siglo XX.

Porque hoy, para dominar el espectro, ya no basta con emitir más fuerte.
Hay que pensar más rápido. Y cada vez, con menos intervención humana.



El misil Kh-31, uno de los proyectiles antirradiación más conocidos y temidos, tiene un alcance que varía —según la versión— entre 70 y 110 kilómetros. Su velocidad ronda los 1.000 metros por segundo, lo que significa que, desde el momento del lanzamiento hasta el impacto, transcurren entre 80 y 120 segundos.

Y aunque eso suene rápido, en términos militares es una eternidad.

¿Por qué? Porque en esos dos minutos, la tecnología moderna ya ha tenido tiempo suficiente para hacer su trabajo: rastrear el lanzamiento, calcular la trayectoria y predecir el objetivo final. Y con esa información en la mano, también hay margen para actuar. La medida más simple —y más efectiva— es apagar la estación emisora antes del impacto. Sin señal, el misil pierde referencia. Y aunque sufra daño colateral, el golpe ya no es quirúrgico.

Pero hoy, hay una amenaza que puede ser incluso más eficaz. Y sobre todo, mucho más barata: los drones.

La era de los misiles carísimos está siendo desafiada por pequeñas plataformas aéreas no tripuladas, de bajo costo, que pueden cumplir objetivos tácticos con eficiencia notable. Para ponerlo en perspectiva: un solo Kh-31 ronda el medio millón de dólares. Con ese presupuesto, se pueden comprar y equipar entre 30 y 40 drones. Cada uno con su propia carga útil, su propia misión, su propio blanco. No necesitan precisión quirúrgica: la fuerza está en el número, en la saturación, en el caos que generan.

Y el mundo ya ha visto cómo se usan. No hace falta imaginarlo. En Ucrania, esta clase de armas ha reescrito las reglas del combate. Los drones se han convertido en ojos, en proyectiles, en exploradores y hasta en cebos. Vuelan bajo, cambian ruta, se adaptan. Y lo más importante: cuestan lo justo como para perder decenas… y seguir ganando.

En ese contexto, misiles como el Kh-31 siguen teniendo su lugar. Pero ya no son la única opción. Ni la más versátil. Ni la más temida.

Porque hoy, la eficacia no siempre está en el impacto. Está en la capacidad de multiplicar amenazas. De estar en todas partes al mismo tiempo. De obligar al enemigo a mirar al cielo… y no saber cuántos vienen detrás.




Y a propósito: a pesar de su tamaño compacto y su portabilidad, un dron bien dirigido puede ser devastador. Basta con colocar cinco kilos de explosivos sobre el espejo de la antena emisora de un sistema de guerra electrónica. El resultado es simple: antena destruida, sistema inutilizado. Porque sin antenas, no hay guerra electrónica posible. Y lo mismo aplica a las estaciones de contrabatería: un solo impacto bien colocado, y quedan fuera del juego.

Sin embargo, los UAV no son invulnerables. Su talón de Aquiles sigue siendo la detección visual. A menos, claro, que estemos hablando de modelos como el Geranium, que opera sobre blancos con coordenadas fijas. Pero si el dron tiene que buscar su objetivo o moverse en tiempo real, ser visto sigue siendo el mayor riesgo. Eso ha devuelto al camuflaje un rol que parecía haber quedado atrás. Hoy, ocultarse vuelve a ser tan importante como disparar primero.

Lo interesante es que el camuflaje, en esta nueva etapa, ha evolucionado junto con la tecnología. Ya no hablamos solo de redes o pintura. Ahora, los sistemas enteros pueden disfrazarse. Se pueden ocultar misiles dentro de un contenedor marítimo estándar, como en el caso de los “Kalibr” rusos desplegados en una barcaza anónima en medio del lago Peipus. O el ejemplo británico: el sistema Defense Gravehawk, un lanzador de misiles integrado en un simple contenedor de carga, apto para ser transportado en un camión, un vagón de tren o un buque civil.

Es el regreso de lo inesperado. Un lanzador camuflado como carga industrial. Un dron escondido en una mochila. Un radar disfrazado de remolque agrícola. La línea entre lo civil y lo militar, entre lo visible y lo invisible, nunca fue tan delgada.

Y eso cambia las reglas del juego. Porque ahora, detectar una amenaza no es solo cuestión de mirar al cielo. Hay que mirar a todas partes.




La misma lógica se aplica a los sistemas de pulso electromagnético, o más específicamente, a los de alta frecuencia, como el proyecto estadounidense Leonidas. Este sistema, diseñado con una misión clara —neutralizar enjambres de drones—, no solo representa un avance tecnológico, sino también una nueva forma de pensar la defensa moderna.

Leonidas ha sido concebido con una ventaja clave: la compacidad. Lo suficientemente pequeño como para instalarse en un camión de reparto o esconderse dentro de un contenedor de carga estándar. En otras palabras, puede aparecer donde nadie lo espera. Y eso lo convierte en una contramedida particularmente interesante. De hecho, ya se lo empieza a comparar con el sistema ruso "Lever", que, a diferencia de muchos de su clase, no está limitado a plataformas aéreas como helicópteros, sino que puede desplegarse de manera más flexible.

¿Pero por qué tanto énfasis en los enjambres de drones? La respuesta es simple y, al mismo tiempo, alarmante. Lo que China está demostrando en materia de control coordinado de vehículos no tripulados es impresionante. No se trata solo de exhibiciones aéreas con drones dibujando dragones en el cielo —aunque incluso eso ya es técnicamente complejo—, sino del potencial militar real de esa misma tecnología.

Porque si se puede coordinar un espectáculo aéreo con cientos de drones en perfecta sincronía, también se puede aplicar ese mismo principio para lanzar ataques masivos por oleadas, desde distintas altitudes, en múltiples fases. Y en ese escenario, no está garantizado que los sistemas de defensa aérea actuales puedan resistir. Saturar sensores, confundir radares, colapsar capacidades de respuesta… ese es el verdadero poder del enjambre.

Por eso Leonidas no es un experimento más. Es una respuesta directa a una amenaza emergente, y al mismo tiempo, un indicio de hacia dónde se moverá la defensa en los próximos años: oculta, móvil, autónoma… y lista para apagar el cielo antes de que los drones lleguen a tocar tierra.




El pasado abril, Irán atacó a Israel con un total de 300 sistemas de lanzamiento diferentes, desde misiles balísticos hasta vehículos aéreos no tripulados. Israel contó con la asistencia de aeronaves y defensas aéreas navales de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Jordania y Arabia Saudita para repeler el ataque. En general, el ataque fue repelido con éxito, pero varias instalaciones militares resultaron alcanzadas.


El mundo entero contraatacaba. Israel podría haber triunfado solo; la pregunta es a qué precio.

Bien, pero ¿y si no hay 300 drones, sino 3000? Sí, claro, las ojivas de misiles balísticos son un asunto muy serio; pueden causar daños psicológicos. Pero un misil balístico, por ejemplo, destruye una subestación eléctrica en un distrito. Es desagradable, pero el daño se redistribuye entre otras subestaciones. ¿Y qué pueden hacer cien drones que dañen cincuenta subestaciones transformadoras en el mismo distrito? La pregunta es…

El «Epirus Leonidas» puede destruir un enjambre de drones con un pulso electromagnético que desactiva sus componentes electrónicos. De hecho, este es el siguiente paso en la lucha contra los vehículos aéreos no tripulados; la única pregunta es su implementación a tiempo.

Y hay un matiz más: primero la filtración de datos, y luego la de tecnología.

En Estados Unidos, existe el Departamento de Seguridad Nacional, una agencia responsable de la implementación de las políticas de inmigración, aduanas y fronteras, la ciberseguridad interna nacional, algunos aspectos de la seguridad nacional estadounidense, así como de la coordinación de la lucha contra el terrorismo, las emergencias y los desastres naturales en el territorio estadounidense.

Un informe de 2022 del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. analizó los riesgos que representan los terroristas que utilizan "tecnologías disponibles comercialmente". Resaltó la posibilidad real de que los grupos insurgentes accedan a drones y señaló que tecnologías como los pulsos electromagnéticos podrían representar una amenaza creciente en manos de estos grupos.

Históricamente, las organizaciones insurgentes y terroristas han tenido que utilizar armas menos sofisticadas, recurriendo a dispositivos explosivos improvisados ​​(IED), armas pequeñas y tácticas de guerrilla. Sin embargo, la barrera de entrada para la guerra electrónica se está reduciendo. A diferencia de los tanques o los aviones de combate, que requieren una logística y un entrenamiento exhaustivos, un arma EMP oculta en un camión puede operarse con un entrenamiento mínimo.

Pues bien, Ucrania ha demostrado al mundo entero cómo es posible producir miles de drones en unas condiciones de “montaje de garaje”.


Un dron que lanza a un punto con coordenadas específicas no 5 kg de explosivos, sino una unidad de interferencia que se activa en el momento oportuno o emite un único pulso de energía que desactiva todos los dispositivos electrónicos de cierta naturaleza dentro de su radio de acción. Una bomba electrónica puede, en algunos casos, ser significativamente más efectiva que una bomba convencional.

Dado que estos ataques electrónicos no dejan rastros de explosivos, disparos ni señales tradicionales de un ataque, complican las respuestas. Sería difícil para las autoridades determinar si se trata de un ataque militar, un ciberataque o un simple fallo técnico.

A medida que la IA continúa mejorando la toma de decisiones autónoma en la guerra electrónica, estos sistemas serán cada vez más eficaces y difíciles de contrarrestar. En un futuro donde los grupos puedan desplegar inhibidores controlados por IA, armas electromagnéticas y sabotaje electrónico desde cualquier parte del mundo, como ocurre actualmente con el hackeo de, por ejemplo, instituciones bancarias, las estrategias de defensa deben evolucionar para detectar y neutralizar estas amenazas invisibles antes de que ocurran.

Ejércitos de todo el mundo ya están invirtiendo en contramedidas de guerra electrónica, incluyendo electrónica reforzada contra la radiación que puede soportar altos niveles de radiación, algoritmos de defensa basados ​​en IA y cifrado cuántico para mejorar la seguridad contra ataques EMP. Sin embargo, la historia demuestra que las medidas defensivas a menudo van a la zaga de la innovación ofensiva.

El futuro de la guerra podría ser tranquilo, al menos en parte. En lugar de explosiones, los campos de batalla del mañana podrían ver cortes de energía instantáneos, aeronaves en tierra y defensas inutilizadas, todo gracias a ataques electrónicos impulsados ​​por inteligencia artificial. Dado que ocultar armas ya es una estrategia militar probada, es solo cuestión de tiempo antes de que los pulsos electromagnéticos y los sistemas de armas electrónicas convencionales sigan la misma trayectoria: ocultos en contenedores, automóviles, calles de la ciudad, distribuidos por drones o cualquier otra cosa que se les ocurra a quienes los necesitan.

¿Qué ocurrirá cuando la guerra deje de ser como las guerras que conocemos? El mundo está a punto de descubrirlo, y la renovación está en pleno apogeo. Muchos sistemas de armas han alcanzado la cima, y ​​los que representaban el poder hace apenas diez años ahora son simplemente innecesarios debido a su ineficacia.

Y aquí la pregunta es: ¿quién liderará este proceso?


B Ars 601: Maniobras con los anfibios ACL5

Capacitación técnica sobre vehículos anfibios ACL5




El Batallón de Arsenales 601 dictó una instrucción teórica y práctica sobre el funcionamiento de los sistemas de radio y radar recientemente integrados en el ACL5.

La instrucción incluyó una fase teórica dedicada a describir las funciones y operatividad de los equipos de comunicación y detección. Posteriormente, se realizaron prácticas en las instalaciones del Batallón de Ingenieros 601, donde el personal pudo aplicar los conocimientos adquiridos y reforzar las competencias técnicas necesarias para el empleo.


jueves, 17 de abril de 2025

China-Taiwán: La potencia anfibia china

Flota anfibia china: ¿Tomará posesión de Taiwán y controlará las islas en disputa?

Linnik Sergei || Revista Militar





En los últimos diez años, el mar dejó de ser una barrera para China. Hoy, la Armada del Ejército Popular de Liberación ya no es una simple fuerza costera: se ha transformado en una auténtica potencia oceánica. Y lo ha hecho rápido, silenciosamente, pero con determinación.

La combinación de cantidad y calidad ha sido clave. La construcción acelerada de buques modernos —fragatas, destructores, portahelicópteros— ha dado lugar a una flota que ahora se despliega con confianza en los océanos del mundo. Tres flotas —Norte, Este y Sur— componen el corazón operativo de la Armada del EPL. Todas están listas para actuar más allá del litoral, en escenarios de gran escala, donde se juega más que territorio: se juega poder.

Hoy, China ya es la segunda armada del mundo por tonelaje. Su flota, entre superficie y submarinos, supera las 500 unidades. Y si miramos a los buques de desembarco —los verdaderos protagonistas en cualquier operación anfibia—, se cuentan por docenas. Se estima que hay al menos 60 listos para operar en alta mar. Todo esto respaldado por una fuerza humana de más de 300.000 efectivos, incluyendo aviación naval e infantería de marina.

Pero la estrategia de Pekín va más allá de lo militar. La Armada no es solo un martillo táctico, sino una herramienta de influencia política y económica. Un símbolo flotante del poder chino en aguas internacionales. Y cuando se menciona a Taiwán como una “parte inalienable del territorio nacional”, la posibilidad de una acción militar directa ya no parece una hipótesis lejana. En ese escenario, cada buque de desembarco cobra un valor estratégico mayúsculo.

Desde 2014, China ha ido más lejos aún: crear tierra donde no la había. En el Mar de China Meridional, sobre arrecifes y bancos de arena disputados, levantó islas artificiales con una mezcla de roca, concreto y ambición. Hoy, esas islas no son simples puestos avanzados: son fortalezas.

Allí operan estaciones de radar, sistemas de guerra electrónica, plataformas de vigilancia, pistas de aterrizaje, muelles aptos para recibir buques oceánicos. Los sistemas antibuque y antiaéreos de largo alcance ya están instalados. Y la logística corre por cuenta de los mismos buques de desembarco que, en tiempos de guerra, podrían usarse para algo más que reabastecimiento.

Estas islas no solo están militarizadas: están habitadas, administradas, sostenidas por una cadena de suministro constante que refuerza, cada día, la afirmación tácita de soberanía china en la región.

En suma, Pekín ha dejado de mirar al mar como una frontera. Ahora lo ve como un tablero. Y está posicionando sus piezas con precisión quirúrgica.


Buques de desembarco Tipo 073III y Tipo 073A


Para entender la fuerza anfibia actual de la Armada china, hay que retroceder en el tiempo y seguir paso a paso la evolución de sus buques de desembarco. Esta historia comienza con un nombre poco conocido pero clave: el Tipo 073III, conocido por la OTAN como clase Yudeng.

Este buque es el último eslabón de una línea que nació en los años 60, en plena Guerra Fría, cuando China empezaba a dar sus primeros pasos en la construcción naval militar moderna. El diseño original, el Tipo 073, fue desarrollado por el Instituto 708 de Investigación en Shanghái. Su primer ejemplar tocó el agua en agosto de 1969. Pero la euforia duró poco.

Las pruebas revelaron múltiples deficiencias técnicas: problemas estructurales, limitaciones de carga, fallos en los sistemas de navegación. El proyecto, tal como estaba concebido, no daba la talla. La producción en masa fue cancelada.

Años después, surgió una versión revisada: el Tipo 073II. Pero el contexto no era favorable. China atravesaba el caos de la Revolución Cultural, una etapa marcada por la inestabilidad económica y el colapso industrial. Así, aunque el buque estaba listo, no se incorporó a la flota hasta 1980. Y aún entonces, seguía arrastrando problemas. Su sistema de propulsión resultó poco fiable, y solo se construyó un ejemplar. Otros dos buques que ya estaban en proceso fueron reconvertidos al nuevo diseño Tipo 073IIY, al que se le introdujeron más de 100 modificaciones: un rediseño profundo para corregir errores heredados y mejorar la fiabilidad operativa.

Finalmente, en 1991, llegó el salto decisivo: el Tipo 073III, con número de casco 990. Este buque marcó el comienzo de una nueva era. Incorporó todas las lecciones aprendidas en los prototipos anteriores, y trajo mejoras sustanciales en maniobrabilidad, habitabilidad y capacidad de carga. No era simplemente una evolución, era el primer buque de desembarco chino verdaderamente operativo y apto para despliegues en alta mar con una eficiencia real.

El Tipo 073III abrió el camino para una serie de desarrollos más ambiciosos que vendrían después, en un proceso que transformaría a la Armada del EPL de una fuerza costera a una potencia con proyección anfibia global.



Tipo 073II

El Tipo 073III no impresiona por su tamaño, pero es una pieza clave en la evolución de la capacidad anfibia china. Con un desplazamiento total de 1.850 toneladas, este buque de desembarco tiene una longitud de 87 metros, manga de 12,6 metros y un calado de apenas 2,25 metros, lo que le permite operar cerca de la costa y acceder a zonas poco profundas: ideal para misiones de desembarco rápido.

La tripulación está compuesta por 74 personas, y su propulsión corre a cargo de dos motores diésel que en conjunto generan 8.500 caballos de fuerza, suficientes para alcanzar una velocidad máxima de 17 nudos. A un ritmo de crucero de 14 nudos, el Tipo 073III puede cubrir hasta 1.500 millas náuticas sin necesidad de reabastecimiento.

Pero lo más importante es lo que puede llevar. Su capacidad de carga alcanza las 250 toneladas, con espacio suficiente para transportar ocho tanques anfibios Tipo 63, o cinco tanques medianos Tipo 59. En lugar de blindados, también puede embarcar hasta 450 paracaidistas completamente equipados, listos para el combate.

En cuanto a armamento, este buque no está indefenso. El Tipo 073III SVDK viene equipado con dos cañones gemelos Tipo 76 de 37 mm, adecuados para defensa cercana contra amenazas ligeras, y un lanzacohetes múltiple Tipo 81H de 122 mm, útil para apoyo de fuego durante desembarcos o neutralización de posiciones costeras.

Diseñado con pragmatismo y evolución constante, el Tipo 073III refleja la transición de China hacia una flota capaz de proyectar fuerza más allá de sus costas inmediatas, sentando las bases de la actual doctrina anfibia del EPL.


Instalación de artillería con cañón antiaéreo gemelo de 37 mm Tipo 76.
En 2001, se botó el primer buque Tipo 073A (clase Yunshu) en el astillero Hudong Zhonghua de Shanghái. Tiene capacidad para transportar un buque de desembarco aerodeslizador Tipo 724, o 6 tanques medianos, u 8 tanques anfibios, o 9 vehículos blindados con ruedas, o 12 vehículos militares ligeros con mayor capacidad de cross-country. Hay una plataforma de aterrizaje en la popa, pero no hay previsión para la base permanente de un helicóptero en el buque.


Tipo 073A

El desplazamiento total del Tipo 073A SDK alcanza las 2000 toneladas. La longitud es de 87 m, la manga es de 12,6 m, el calado es de 2,25 m. La tripulación es de 70 personas. La planta motriz es similar a la del Tipo 073III. La autonomía de crucero también se mantiene al nivel del proyecto anterior y la velocidad máxima no supera los 16 nudos.


El armamento de los buques Tipo 073A era inicialmente el mismo que el de su predecesor. Fuentes occidentales afirman que durante las reparaciones y modernizaciones, varios SDK fueron equipados con modernos cañones de artillería de 30 mm, así como con sistemas de comunicaciones y radar más sofisticados.


En 2005, la Armada china recibió 10 buques Tipo 073A, que forman parte de las Flotas Oriental y Meridional, y en 2019 se construyó otro para Mauritania.


Imagen satelital de Google Earth del buque de desembarco Tipo 073A en el muelle del puerto de Woody Island.

En la actualidad, los buques del proyecto Tipo 073A se utilizan activamente para transportar carga y personal a las islas del Mar de China Meridional, donde se encuentran guarniciones militares y diversas instalaciones de defensa.

Buques de desembarco Tipo 072III y Tipo 072A

En 1992, el astillero Hudong Zhonghua de Shanghái entregó el primer gran buque de desembarco del tipo 072III (clase Yuting), que era una versión mejorada del proyecto del tipo 072II (clase Yukan). En abril de 2002, se habían construido 11 de estos buques, todos ellos en servicio. Seis grandes buques de desembarco del tipo 072III fueron asignados a la Flota del Sur y el resto a la Flota del Este.


Tipo 072III

El modelo 072III ha cambiado significativamente en su aspecto en comparación con su predecesor. En la parte de popa del buque se ha añadido una plataforma adecuada para el despegue y aterrizaje de helicópteros Z-8. En la parte delantera del casco del buque se encuentran dos grúas que se pueden utilizar para la carga y descarga. El desembarque se realiza a través de puertas corredizas en la proa y a través de la puerta de popa de la cámara de atraque.


El Tipo 072III es el primer buque de la Armada del EPL capaz de recibir helicópteros de clase media y transportar dos lanchas de desembarco con colchón de aire. Puede transportar 10 tanques anfibios, 250 infantes de marina o 500 toneladas de carga.

El desplazamiento total del Tipo 072III es de 4800 toneladas. La eslora es de 119,5 m, la manga es de 16,4 m. La tripulación es de 92 personas. La velocidad máxima es de 18 nudos. La autonomía de crucero a una velocidad de 14 nudos es de 3000 millas náuticas.


La defensa aérea de campo cercano está proporcionada por un montaje de artillería doble de 37 mm, varias ametralladoras de 12,7 mm y tripulaciones de MANPADS en la cubierta superior.


Imagen satelital de Google Earth del buque de desembarco Tipo 072III en el muelle del puerto de Woody Island.

Los buques de desembarco Tipo 072III han sido vistos en numerosas ocasiones en bahías artificiales en islas recuperadas del mar de China Meridional. Al igual que el Tipo 073A, se utilizan para la entrega regular de diversas cargas.

El buque de desembarco Tipo 072III sirvió de base para el proyecto mejorado Tipo 072A. Desde octubre de 2023 hasta marzo de 2016, se construyeron 15 buques de este tipo en dos series. Los buques de la serie posterior se construyeron en astilleros de Wuchang y Fujian. Siete buques de desembarco Tipo 072III están asignados a la Flota del Este, seis a la Flota del Sur y dos a la Flota del Norte.


Tipo 072A

En seis barcos entregados entre 2015 y 2016, el montaje del cañón antiaéreo doble Tipo 76 de 37 mm fue reemplazado por un montaje naval H/PJ-17 de 30 mm, mucho más ligero y de disparo más rápido.


Cañón antiaéreo de 30 mm H/PJ-17

Fuentes occidentales escriben que recientemente el mando de la Armada del EPL se ha preocupado por la protección de los buques de desembarco contra armas de alta precisión, y los buques de desembarco Tipo 072A están equipados con nuevos sistemas de interferencia y estaciones de guerra electrónica .


Hace relativamente poco tiempo, el buque Tipo 072A se utilizó para practicar el despliegue de un helicóptero de ataque Z-10, que debería ampliar las capacidades de apoyo de fuego para las unidades marinas que desembarquen en la costa.

Buques de desembarco Tipo 074 y Tipo 074A

El buque líder de la clase Tipo 074 (nombre de informe OTAN: clase Yuhai) fue diseñado a finales de la década de 1980 y para su creación se tuvo en cuenta la experiencia de operar los buques Tipo 079 y Tipo 271IIIA.


Tipo 074

El primer buque de desembarco de tanques Tipo 074 se construyó en 1995 en el Astillero Wuhu en Wuhu, provincia de Anhui. En 1995, se entregaron a la Armada del EPL un total de 2000 buques de desembarco de este tipo. Se entregaron dos buques Tipo 074 más a Bangladesh, uno a Sri Lanka y otro a Argelia. Estos TDC pasaron a formar parte de la Flota del Norte de China y desde 1997 se han utilizado para abastecer a las unidades del EPL en la Región Administrativa Especial de Hong Kong.


El buque de desembarco Tipo 074 tiene un desplazamiento total de 656 t, una eslora de 58,4 m y una manga de 10,4 m. El calado es de 2,43 m. La tripulación está formada por 56 personas. Dos motores diésel con una potencia de 1600 CV cada uno proporcionan una velocidad máxima de hasta 16 nudos. La autonomía de crucero es de hasta 800 millas náuticas.


Según fuentes chinas, el Type 074, completamente cargado, puede cruzar el punto más estrecho del estrecho de Taiwán en cuatro horas. Al mismo tiempo, se observa que los barcos de este tipo tienen una navegabilidad mediocre y pueden operar en olas moderadas.

El barco, con una capacidad de elevación de 150 toneladas, puede transportar 180 paracaidistas equipados o 6 tanques ligeros. El aterrizaje en una costa no equipada se produce mediante la apertura de puertas en la proa a lo largo de una rampa plegable. También hay una grúa en la cubierta para cargar y descargar carga ligera.


La autodefensa contra los aviones enemigos y el apoyo de fuego para la fuerza de desembarco están asegurados por dos montajes gemelos de ametralladoras Tipo 65 de 14,5 mm y un cañón automático Tipo 61 de 25 mm. Varios buques también estaban equipados con MLRS Tipo 81H de 122 mm, en detrimento de la capacidad de la fuerza de desembarco.

Aunque algunas fuentes dicen que los buques de desembarco Tipo 074 todavía están en servicio en la marina china, parece que la mayoría de ellos han sido desmantelados o puestos en reserva. En 2027, por ejemplo, surgió información de que dos buques de este tipo, construidos en 1995, fueron utilizados como objetivos y hundidos por cazas embarcados J-15 durante ejercicios.

El Tipo 074 se utilizó como base para el nuevo proyecto Tipo 074A (clase Yubei) con un casco tipo catamarán. El puente del buque de desembarco Tipo 074A y otras superestructuras están ubicados en el lado de estribor, formando una timonera larga y estrecha de dos pisos. El primer buque Tipo 074A entró en servicio en 2004. Actualmente, la Armada del EPL tiene 11 buques de desembarco de este tipo.


Tipo 074A

El buque de desembarco de tanques Tipo 074A tiene un desplazamiento estándar de 650 toneladas y un desplazamiento total de 800 toneladas. Eslora: 63 m, manga: 10,8 m, calado: 2,7 m. El barco tiene dos motores diésel de 4900 CV, que le proporcionan una velocidad de hasta 18 nudos. Autonomía: hasta 1000 millas. Autonomía: 15 días.

Al diseñar el Tipo 074A, se prestó mucha atención a la reducción de la firma térmica y al aumento de la capacidad de supervivencia en caso de daños en combate. La torre de mando del barco tiene blindaje antiastillas.


El TDK Tipo 074A puede transportar una carga total de 200 t: tres carros de combate principales Tipo 3 y 96 marines, o seis carros anfibios Tipo 70 o 6 soldados completamente armados, así como hasta seis vehículos de tonelaje medio cargados con carga.


El armamento inicialmente consistía en dos monturas gemelas de 25 mm. Algunos buques han sido equipados recientemente con ametralladoras H/PJ-17 de 30 mm. Además, se pueden utilizar ametralladoras de 12,7 mm con guía manual para protegerse contra vehículos aéreos no tripulados y lanchas rápidas. Para garantizar la defensa, también se utilizan MANPADS en la zona cercana.

Lancha de desembarco tipo 071

Todos los buques de desembarco chinos descritos anteriormente se construyeron según un concepto adoptado a mediados del siglo XX, según el cual el desembarco del personal y la descarga del equipo se realizaban directamente en la costa o en la zona de rompientes, lo que aumentaba el riesgo de ser alcanzado por las defensas antidesembarco enemigas y limitaba el desplazamiento y la capacidad de carga del buque.

A finales de la década de 1990, el mando de la Armada del EPL llegó a la conclusión de que era necesario disponer de buques oceánicos equipados con modernos sistemas de comunicaciones, guerra electrónica y defensa aérea, capaces de desembarcar a una distancia considerable de la costa, fuera del alcance de la artillería costera enemiga.

Para ello, se creó el proyecto Tipo 071 (clase Yuzhao), con una cámara de atraque que podía acomodar lanchas de desembarco con colchón de aire, y el buque también tiene espacio para helicópteros de transporte y desembarco.


Embarcación de desembarco Tipo 071 Kunlun

El barco es capaz de realizar varias tareas: desembarcar tropas, recibir helicópteros, servir como centro de mando y hospital flotante. El barco puede acomodar simultáneamente 800 paracaidistas, 4 helicópteros Z-8 y 726 aerodeslizadores Tipo 16 capaces de transportar vehículos blindados. En lugar de barcos, la cubierta inferior puede acomodar 05 vehículos de combate de infantería anfibios ZBD-05 y tanques ligeros anfibios ZTD-XNUMX.

El desplazamiento total del TDK Tipo 071 alcanza las 25 toneladas. Longitud - 000 m, ancho - 210 m. Velocidad máxima - 28 nudos. Autonomía de crucero a una velocidad de 25 nudos - 17 millas náuticas. Tripulación - 10 personas.

Para autodefensa, hay un montaje de artillería H/PJ-26 de 76 mm (versión china del AK-176) y cuatro rifles de asalto H/PJ-13 de seis cañones de 30 mm (versión china del AK-630M), así como cuatro montajes de 18 cañones para configurar interferencias térmicas y de radar.


Montaje del cañón de 76 mm H/PJ-26

En uno de los buques de este proyecto se instaló un sistema láser diseñado para cegar los sistemas de reconocimiento y guía optoelectrónicos. Para contrarrestar objetivos aéreos y marítimos de pequeño tamaño, se pueden instalar ametralladoras de 7,62 y 12,7 mm en los costados.


El primer buque Tipo 071, llamado Mount Kunlun y numerado 998, fue construido en el astillero Hudong-Zhonghua Shipbuilding en Shanghái y botado en diciembre de 2006. Fue puesto en servicio en noviembre de 2007. A diciembre de 2020, la Armada del EPL tenía ocho buques Tipo 071. Otro buque de exportación Tipo 071E fue entregado a Tailandia en 2023.


Imagen satelital de Google Earth de los buques de desembarco Tipo 071 en la base naval de la Flota del Sur en Zhanjiang.

En la Flota del Sur hay cinco TDK Tipo 071 y dos en la Flota del Este. Los buques están estacionados en las bases navales de Zhanjiang y Shanghái.

Portahelicópteros y barcazas de desembarco universales tipo 075


Los buques de mayor tamaño de la Armada del EPL capaces de realizar operaciones anfibias son los buques de desembarco universales Tipo 075 (clase Yushen). Hasta el momento, se han construido cuatro de estos buques en la República Popular de China. Tres de ellos están en la flota y el cuarto está en pruebas en el mar. El diseño del LPD comenzó en 2013 en el 708.º Instituto de Investigación de la Corporación Estatal de Construcción Naval de China, que anteriormente diseñaba casi todos los buques de desembarco chinos. La construcción se llevó a cabo en el Astillero de la Gran China en Shanghái.

LPD del proyecto Tipo 075 "Hainan"

El primero de esta familia es un LPD botado en septiembre de 2019 y bautizado como Hainan. El 23 de abril de 2021, el buque fue puesto en servicio y se le asignó el número táctico 31.

El LPD Type 075 tiene un desplazamiento total de 36 t, una longitud de cubierta de 000 m y una manga total de 227 m. Cuatro unidades de propulsión diésel-eléctrica con una capacidad total de 36,8 CV proporcionan una velocidad máxima de 64 nudos. Se desconoce el número de la tripulación, pero según la información publicada en los medios chinos, más de 000 personas pueden vivir a bordo durante un mes.

La cubierta superior tiene siete helipuertos y dos elevadores para trasladar helicópteros Z-8 (Z-18) con palas de hélice plegadas hacia y desde los hangares internos. El Type 075 UDC puede acomodar hasta 30 helicópteros. Además de los helicópteros de transporte y antisubmarinos Z-8, el ala del barco incluye helicópteros Z-9D equipados con misiles antibuque TL-10.


En el futuro, está previsto que el LPD Tipo 075 se utilice como base para los helicópteros Z-20, adaptados para atacar objetivos terrestres y marítimos. El helicóptero Z-20 está basado en el UH-60 Black Hawk estadounidense.


En la cámara de atraque hay espacio para tres lanchas de desembarco aerodeslizadoras Tipo 726. En total, las lanchas de desembarco Tipo 075 pueden transportar unos 50 vehículos con ruedas u orugas de diversos usos. El número de tropas de desembarco alcanza las 800 personas.

Las lanchas Tipo 075 están equipadas con un sistema de información y control de combate que integra los sistemas del barco e interactúa con plataformas externas y centros de mando superiores. El equipamiento de los barcos de este tipo incluye sistemas de guerra electrónica capaces de suprimir los radares y las comunicaciones del enemigo, así como equipos de reconocimiento electrónico que permiten detectar e identificar fuentes de radiación electromagnética a una distancia de varios cientos de kilómetros.


Montaje de artillería antiaérea de 30 mm H/PJ-11

La defensa aérea de corto alcance está a cargo de dos sistemas SAM HQ-10 y dos montajes de artillería H/PJ-11 de 30 mm y 11 cañones. Los señuelos térmicos y de radar se disparan desde dos montajes de 18 cañones.

Después del buque líder del proyecto Tipo 075, el CV Guangxi con número táctico 2021 entró en servicio en diciembre de 2013.


El 11 de septiembre de 2022, los medios de comunicación chinos informaron que el tercer LPD de Anhui había recibido el número de casco "33". El 30 de junio de 2023, la Oficina del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas de Autodefensa de Japón publicó un informe que indicaba que el barco chino Jiangxi con el número táctico "34", acompañado por el destructor de misiles guiados Tipo 052D, la fragata lanzamisiles Tipo 054A Anyang y el complejo buque de suministro Tipo 903A pasaron por el estrecho de Osumi y entraron en el océano Pacífico.

Según la información disponible en fuentes abiertas, los LPD con los números "31" y "34" están asignados a la Flota del Sur, y los barcos con los números "32" y "33" están asignados a la Flota del Este.

El 11 de septiembre de 2022, los medios de comunicación chinos informaron que el tercer LPD de Anhui había recibido el número de casco "33". El 30 de junio de 2023, la Oficina del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas de Autodefensa de Japón publicó un informe en el que se afirma que el buque chino Jiangxi con el número táctico "34", acompañado por el destructor de misiles guiados Tipo 052D, la fragata de misiles Tipo 054A Anyang y el buque de suministro integrado Tipo 903A, pasó por el estrecho de Osumi y entró en el océano Pacífico.

Según la información disponible en fuentes abiertas, los LPD con los números "31" y "34" están asignados a la Flota del Sur, y los buques con los números "32" y "33", a la Flota del Este.


Imagen satelital de Google Earth: barcos de desembarco en la base naval de la Flota del Sur de Zhanjiang

Imágenes satelitales de dominio público muestran otro LPD Tipo 075 en el muelle de equipamiento de la Compañía de construcción naval Hudong-Zhonghua.


Imagen satelital de Google Earth: UDC del proyecto Tipo 075 en el muelle de equipamiento de la empresa de construcción naval Hudong-Zhonghua

Los analistas navales estadounidenses afirman que China podría construir ocho buques Tipo 075, que podrían potencialmente transportar vehículos aéreos no tripulados de ataque pesado.

Portahelicópteros multipropósito Tipo 076

Actualmente, la empresa Hudong-Zhonghua Shipbuilding está construyendo el portahelicópteros Tipo 076, que en China está clasificado como un buque de desembarco, en un astillero de Shanghai.


Según información preliminar, el desplazamiento total de este buque puede alcanzar las 48 toneladas. A juzgar por las imágenes satelitales, la longitud de la cubierta supera los 000 m, y la anchura es de unos 250 m. El portahelicópteros tiene una planta motriz combinada con una capacidad total de 45 CV, compuesta por dos turbinas de gas y seis generadores diésel.


Se desconoce la composición del ala aérea, pero varios expertos afirman que en la cubierta se instalarán una catapulta electromagnética y dispositivos de remate de aeronaves de tipo cable, lo que permitirá, además de helicópteros, elevar y recibir aviones de combate a reacción con despegue y aterrizaje cortos, así como vehículos aéreos no tripulados de reconocimiento y ataque del tipo de los aviones.

Continuará...