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sábado, 8 de octubre de 2022

Virreinato del Río de la Plata: La lucha contra el indio

Lucha con los indios en la colonia

Revisionistas





Malón

Los indios “pampas” que se amparaban en las reducciones eran una escasa proporción de los que habitaban la llanura.  Los demás que se mantenían en indómita libertad y que tampoco formaban un número muy crecido, se resistían a ser catequizados, habiendo fracasado todo intento de reducirlos.  En partidas errantes, siempre al lomo de sus fogosos potros, recorrían la llanura a su albedrío, cazando venados, caballos y vacas de las grandes manadas silvestres y fijando sus “tolderías”, temporariamente, donde más abundaba la caza.

Estas hordas se mantenían alejadas de todo contacto con el español, sin haberlos inquietado seriamente, exceptuando el levantamiento de los indios de servicio capitaneados por el cacique Bagual, provocado por la opresión a que se le sometía.  Por eso, no hay que cargar al indígena todo el saldo desfavorable de sus violentas reacciones.  El trato despótico del colonizador, incitó al indio a la venganza.

En 1626, cuando entró a ejercer el gobierno Francisco de Céspedes, los indios, sublevados, infestaban los caminos de la campaña, cometiendo tropelías contra los viajeros.  El mandatario logró apaciguarlos atrayéndolos con obsequios y trato amable, pues, aseguraba que “si los aprietan se levantan y están mal seguros los caminos”.

Los serranos

Aquietados los indios vecinos, gracias a los medios convincentes de que se valió el gobernador, el peligro vino entonces de más lejos.  En 1628, 500 “serranos”, bien montados y armados de lanzas, arcos y flechas, bolas y hondas, avanzaron desde el lejano sur acampando por las cercanías de la ciudad.  Aunque simularon el propósito de conversión, llegaban con siniestros planes de invadir y saquear el poblado.  La presencia de estas huestes, sin embargo, parece que no pasó de simple amago, a juzgar por el silencio que guarda el gobernador, aunque consideró imprescindible proceder “manu militari” contra estas intentonas.

Céspedes era partidario de ensayar una política diferente con “pampas” y “serranos”.  Para los primeros, más pacíficos y dóciles, los medios persuasivos; para los “serranos”, de indómita fiereza, la ley de la guerra.

Marcadas diferencias distinguían estas dos naciones de indios.  Los primeros vivían en los lugares más vecinos a la ciudad, carecían de armas de guerra, pues las que poseían estaban destinadas a la caza, aunque naturalmente, las empleaban en veces para su defensa.

Habitualmente eran gentes pacíficas que entraban en acuerdos con los españoles, llegando a atacar sólo cuando se los oprimía.  Sabido es que el término “pampas”, no significaba una clasificación étnica, sino una determinación geográfica, porque así se denominaba la extensa llanura que arrancando desde el mismo Buenos Aires, se extendía hasta el río Negro y desde el mar hasta la cordillera.

Los “serranos”, habitantes de las zonas vecinas a los Andes, eran gente de guerra que vivía en continua actitud bélica.  El predominio de las armas de combate dentro del miserable ajuar doméstico, señala sus hábitos guerreros.

Las primeras incursiones de los indios

Después de aquel amago de invasión de 1628, los pobladores se rodearon de precauciones.  Las matanzas de ganado vacuno silvestre, que como se sabe, era una de las más pingües ocupaciones y por lo tanto a la que se entregaban la mayor parte de los habitantes, se hizo desde entonces faena arriesgada.  En 1629, los campesinos reunidos para salir a vaquear, tuvieron que hacerlo al frente del capitán Amador Baz de Alpoin, para evitar tropelías de los salvajes.

De la época en que entran los “serranos” por primera vez en la campaña de Buenos Aires, debe datar su fijación en la llanura bonaerense.  Las continuas luchas que sostenían en su territorio de origen, y los escasos medios de vida, los impulsaron a emigrar a un suelo donde la abundancia de ganado vacuno y caballar silvestre, venados, ñandúes y armadillos, y la ausencia de tribus guerreras, les ofrecían una vida tranquila y de abundancia.

Pronto los “serranos” hicieron alianza con los “pampas” de las reducciones, incitándolos a que cometieran tropelías.  Descubierto el pacto en 1635, se tomaron enérgicas medidas para cortar tan peligrosas comunicaciones.  Pero la intervención no surtió mayor efecto, pues los indios comenzaron desde entonces a cometer depredaciones en las estancias, mientras las autoridades de la ciudad contestaban con expediciones de castigo.  La inquietante situación se agravó en 1659, cuando una partida de “serranos” en unión de los “tubichaminies” que habían abandonado la reducción, se dedicaron descaradamente a saquear las estancias fronterizas.  El pánico cundió en la ciudad de la que salió una partida de soldados para recomendarles pacíficamente que desistieran de sus propósitos vandálicos.  Los “serranos”, lejos de obedecer las órdenes, atacaron a la partida, siendo detenidos y alojados en prisión.

Aunque el indio no cejó en sus incursiones varió de táctica para hurtarse los ganados sin riesgo.  Para ello, entraron en simulada amistad con los pobladores, prestándoles algunos servicios.  Luego se presentaban en partidas numerosas en las cercanías de la ciudad reclamando el pago que recibían en armas, yerba, tabaco y vino, y al retirarse a sus tierras, se dividían en pequeños grupos, arreándose el ganado de las estancias.

Algunas veces esos desmanes habían sido castigados militarmente, pero los españoles trataban de evitarlo por temor a recibir mayores perjuicios.  La relativa tolerancia con que se contemplaba ese estado de cosas, fomentaba las depredaciones, habiendo llegado a saquear las carretas que hacían el tráfico comercial con las provincias del interior.  Durante el gobierno de Alonso de Mercado y Villacorta (1660-1663) continuó la política de peligrosa tolerancia, que colocaba al indio en situación de superioridad.  Envalentonado por la actitud tímida del español, en 1663 dos parcialidades irrumpieron violentamente en la campaña, armados con lanzas, flechas y bolas arrojadizas y provistos de coletos protectores, arrollando a una tribu de indios amigos acampada al norte del río Salado.  Las autoridades de la ciudad contestaron esta vez con una expedición que castigó duramente a los salvajes, escarmentándolos.  Pero en 1670, “pampas” y “serranos”, volvían a invadir con frecuencia las estancias, manteniendo a los campesinos en continua alarma, en tanto que las autoridades se limitan a hacerles reconvenciones y amenazas, sin lograr contener las renovadas incursiones.  Se repitieron estas con tanta frecuencia y llegaron a ser tan graves, que en 1672 las autoridades de Buenos Aires, de acuerdo con el vecindario, procedieron a enviar una expedición punitiva.  La severa medida iba dirigida contra los “serranos” que estaban en constante comunicación con los “araucanos” de Chile, que eran quienes los impulsaban a la invasión, y contra los “tubichaminies”, que en vida libre, se aliaban con partidas errantes en el desierto, para saquear las haciendas.  Dos años más tarde, ante la repetición de los desmanes, un solemne cabildo abierto resolvió llevarles la guerra defensiva.

Campaña civilizadora del gobernador Andrés de Robles

Durante la gobernación de Robles (1674-1678), el tratamiento del indio tomó orientaciones muy distintas a las que llevaba.  Contrario a las medidas violentas para sujetarlo, desplegó una política de atracción espiritual, encuadrándola dentro de los justos límites marcados por cédulas y ordenanzas.  Protegió primero a los indios de encomienda, amparándolos contra los abusos de que se les hacía objeto.  Asegurado sobre esa firme base su trato pacífico, inició una nueva política para incorporar a la vida civilizada las hordas errantes, y recoger a los demás encomendados que andaban dispersos por el territorio.  Tomó con tal empeño la plausible iniciativa, que sin garantías para confiarla a nadie, salió en persona a realizarla.  El 1º de mayo de 1675, se internó resueltamente en el territorio de la provincia, con sólo seis hombres de escolta, para dar a entender al indio que iba en misión de paz.  La campaña tuvo un resultado insospechado.  Después de haber recorrido unas 90 leguas a la redonda, alejándose unas 30 o 40 al sur de la ciudad, visitando todas las tolderías indígenas establecidas dentro de ese circuito, regresó al frente de 8.000 indios dispuestos a vivir bajo normas civilizadas.  Agrupados por naciones y parcialidades, los estableció en tres distintos sitios: unos en la laguna de Aguirre a ocho leguas de la ciudad; otros a las márgenes del río Luján, distantes diez leguas, y, los demás a orillas del río Areco en el lugar llamado Bagual, que debió ser, sin duda alguna, el sitio donde estuvo establecida la primitiva reducción del cacique de ese nombre.

Gracias al trato paternal que les dio el dignatario, consiguió que se prestaran gustosos a permanecer asentados en los lugares señalados.  Pero si confiaban personalmente en el gobernador, recelaban de los colonizadores, contra quienes pidieron ser “defendidos y no maltratados” como lo habían sido anteriormente.

La primera medida destinada a asegurar su arraigo en el lugar y aplicarlos a la vida de orden y trabajo, fue la distribución de arados, bueyes y semillas para el cultivo de la tierra y ganado vacuno para el procreo y consumo.

En los ocho meses que permanecieron asentados, no consiguió, a pesar de sus esfuerzos, encontrar religiosos dispuestos a hacerse cargo de la enseñanza, “por querer primero que se les ponga casa, iglesia y renta”.  Al cabo de ese tiempo en que se estaba por dar comienzo al cambio de los “toldos” portátiles por habitaciones fijas, para borrar el último vestigio de su nomadismo, se propagó una violenta epidemia de viruela que diezmó las embrionarias poblaciones.  Los pocos sobrevivientes que quedaron en los sitios después del desbande que sobrevino, fueron licenciados a volver a sus tierras para evitar el contagio.  Pensó el gobernador reunirlos nuevamente una vez pasado el mal, aunque ya no cifraba grandes esperanzas, pues sabía que la vida errante en aquel medio salvaje, donde la ociosidad, la libertad indómita, la facultad de unirse a las mujeres que deseaban y el fácil alimento eran normas imperantes, era la vida que prefería el indio, tanto como despreciaba la civilización.  Sin embargo, decidido a tentar nuevamente su laudable propósito, a fines de diciembre de 1677, envió al interior de la provincia una partida de 100 soldados de caballería y 50 infantes para que los buscaran.  Los escasos 300 indios que lograron reunirse, fueron una prueba evidente de su resistencia a la conversión, confirmando la desconfianza del gobernador.  No debió dar otra interpretación a la elocuencia de los números.  Así parece demostrarlo, al menos, el que su primitivo plan de reducción y conversión, se redujera a reunirlos al lado de la estacada del fuerte con los pocos que habían quedado en la laguna de Aguirre después del desastre, empleándolos en las obras públicas y sometiendo a consulta sobre el destino definitivo que había de dárseles, a una junta que se celebró en casa del Obispo y que nada resolvió.

Justo es reconocer que si Andrés de Robles no pudo llevar a feliz término su magra obra de catequizar y reducir a poblaciones estables a las hordas salvajes, se debió a la vida indómita de las tribus y en parte, a la falta de apoyo de los religiosos y de las demás autoridades.  Pero desplegó una política eficaz para proteger a los indios de encomienda.  Fue un ejemplo de espíritu civilizador y el cabildo se encargó de encomiar ante el rey la labor personal realizada a favor de los naturales.

La época de Garro

Con la entrada del nuevo gobernador, José de Garro (1678-1682), las relaciones con las tribus libres tomaron orientaciones diferentes.

Alejado del gobierno el escrupuloso Robles, el Obispo de Buenos Aires pudo –el 8 de agosto de 1678- expresar sin temores al rey su opinión acerca de la cristianización de los “pampas”.  Manifestaba que la imposibilidad de realizarla se debía a que eran tribus nómadas, que vagando de continuo por las abiertas llanuras sin lugares fijos de asiento, los ministros no podían predicarles la palabra del evangelio.  Para mayor abundamiento, las declaraciones del Obispo eran corroboradas al año siguiente por otras del P. Tomás Donavidas, Procurador General de la Compañía de Jesús en las provincias de Paraguay y Buenos Aires.  En su informe, afirmaba el religioso que estas agrupaciones errantes, vivían “brutalmente sus costumbres abominables, no conocen dios ni rey, son enemigos de los españoles, hostilizando sus ciudades y no quieren oír la doctrina de Cristo”.  Semejantes hostilidades, eran “motivos bastantes –concluía- para hacerles la guerra”.

Las aseveraciones del Obispo y el Procurador iban a tener confirmación.  Después de la tregua dada a sus incursiones durante el gobierno de Robles y principio del de Garro, en 1680 fue reanudado el período de hostilidades por “pampas” y “serranos”, “gentío muy bravo” según decía el gobernador, con una violenta irrupción sobre los campos, causando la muerte de varios pobladores y la pérdida de numerosas haciendas.  Cuando llegaron a la ciudad los clamores de los campesinos, el ayuntamiento –cuya misión era velar por el bienestar público- pidió medidas enérgicas para castigar la osadía.  Una expedición enviada desde la ciudad, los escarmentó rudamente y apresó a muchos de ellos.  Los cautivos fueron distribuidos, con acuerdo del Obispo, entre los principales hombres de la expedición, para que los adoctrinaran.  Pero a poco sobrevino una fuga general de los prisioneros.

El temperamento adoptado en esta oportunidad originó una severa reclamación del Monarca inspirada por el Consejo de Indias, ordenando entregar los indios retenidos indebidamente, a los sacerdotes doctrineros y sentó el principio de que bajo ningún concepto era lícito hacer “semejantes repartimientos y que los indios gentiles que por cualquier accidente se apresaren, se entreguen a los doctrineros para que usando de todos los medios de suavidad, los instruyan en nuestra Santa Fe, guardando en todo, la disposición de las leyes que hablan en razón del buen tratamiento de los indios”.

El Monarca continuó siempre con igual firmeza incitando a la conversión de los indígenas.  En 1683, contestando el Obispo a las nuevas exhortaciones, volvió a poner de manifiesto las dificultades que ofrecía la empresa, debido a “su natural inconstancia y horror que tienen a la vida política”.

El gobernador José de Herrera y Sotomayor (1682-1691), que sucedió a Garro, compartió la opinión del Obispo, basado en la experiencia de las autoridades que lo habían precedido.  La gran rudeza mental de estos indígenas, les impedía comprender el alcance de la religión, aunque no perdían detalle del ceremonial.

Los aucas: sus ataques sistemáticos

Mientras las reducciones desaparecían y las encomiendas iban reduciéndose cada vez más, se acrecía la población en la pampa circundante y aumentaba con ella el peligro de las invasiones.

Como ninguna de las intervenciones tendientes a cortar los continuos avances de la indiada, era de resultado estable, motivó una intervención del cabildo dando una nueva orientación a la defensa.  Fue en 1686, en que los “pampas” capturados en una expedición de castigo, fueron arrancados en masa y deportados a la reducción de Santo Domingo Soriano, situada en la Banda Oriental.

Pero las cosas fueron de mal en peor.  El estrecho comercio que los “serranos” y “pampas” mantenían con los “aucas” o “araucanos” de Chile, llevándoles caballos y vacas cazados en las manadas cerriles de la provincia, los impulsaron a ocupar el territorio.  A principios del siglo XVIII comenzaron a desplazarse hacia la provincia, tal como antes lo habían hecho los “serranos”.

Siendo los “aucas” el pueblo más indómito de cuantos habitaban las regiones de la cordillera, llegaron al suelo bonaerense imponiéndose a las demás tribus y utilizándolas muchas veces como instrumento ejecutor de sus proyectos vandálicos.

Dueños del territorio, comenzaron a explotar el ganado vacuno silvestre, dispuestos a impedir que los colonizadores penetraran en él a realizar “vaquerías”.  Ignorantes los pobladores del cambio que se había operado, en octubre de 1711 salió una partida de campesinos para efectuar las acostumbradas matanzas de vacas y toros.  Cuando estaban entregados a reunir el ganado, fueron atacados de improviso por una numerosa indiada de “aucas” que los despojaron de los animales que habían reunido, hiriendo a algunos hombres en la arremetida.  Aunque el gobernador, de acuerdo con el cabildo, lanzó contra ellos una expedición de castigo, los ataques siguieron sucediéndose con nuevos bríos.

La suspensión de las vaquerías

En 1714 quedaron paralizadas por completo las matanzas que surtían de cueros, grasa y sebo a la ciudad.  La suspensión de tan vital actividad, aparte de provocar la miseria de los que la practicaban, hizo que se agotaran las existencias de grasa y sebo del mercado, causando un verdadero trastorno en la población de la ciudad.

La necesidad de poner fin a la gravísima situación planteada, fue estudiada por todas las autoridades de la ciudad, resolviendo enviar una fuerte expedición al interior del territorio, bajo cuya protección irían los vecinos a proveerse de grasa y sebo, tratando de alcanzar una paz amistosa con los indios, o en todo caso, castigarlos militarmente.

Como la medida salvadora no pudo realizarse por la gran sequía reinante, la crisis se hizo más aguda.  En 1716, el procurador general de la ciudad pidió que la grasa y sebo que se introducía de la Banda Oriental, se destinara al exclusivo consumo local.

La solución aconsejada por el procurador no podía ser más que una medida transitoria para suavizar la crisis, pero no un corte definitivo que dejara abandonada a manos de los indios la enorme riqueza que representaba el ganado silvestre.  Las autoridades, que comprendieron esta situación, dispusieron la reanudación de las “vaquerías” tomando precauciones.  Estas descansaban en una alianza establecida con los caciques “pampas” Mayupilquian y Yati que les ofrecían buena correspondencia.  Mientras se les permitía establecer sus viviendas al norte del río Salado donde encontraban abundante caza para su sustento y permanecían a cubierto de los ataques de las tribus enemigas, respondían, denunciando la proximidad de los indios rebeldes, para que la población tomara precauciones.

A pesar de la alianza establecida, el peligro era idéntico y pocos los que se aventuraban a penetrar en el territorio.  Disminuyó así en tal forma la recolección de cueros, que en 1717 se resolvió autorizar a que se realizara una parte de las faenas en la Banda Oriental.  Y tres años más tarde, en vista de que no cejaban en sus hostilidades, fue enviada una expedición de castigo para que los escarmentara.

Nuevas medidas para contener a los indios

Ya puede comprenderse que estas campañas militares hechas de tarde en tarde, no eran de fruto sólido.  Volvían las expediciones de “vaquerías” a internarse en el territorio, y los indios contestaban con nuevos ataques.  Al cabildo correspondió estudiar con calma la situación, tratando de conjurar el peligro en forma definitiva.  En 1722 proyectó hacer dar batidas periódicas con un destacamento de milicias de la ciudad.  La falta de fondos del municipio y la negativa de los vecinos a costearlo con nuevos impuestos, hizo fracasar el proyecto.  Sin embargo, el cabildo entendía que había que proceder con rigor contra las huestes bárbaras, y de ello quedó constancia en el acta del 21 de agosto, en que se hacía fuerte en solicitar al gobernador, el avío de 200 españoles y 100 indios amigos y mulatos libres, para salir “a la correduría de los campos”.

Los hechos vinieron a comprobar que la medida solicitada tenía su lógico fundamento.  Esperaban realizarla, cuando los “aucas” y “pehuenches”, tomando la delantera, cometieron “la osadía y atrevimiento” de asaltar y saquear unas carretas que llegaban de Mendoza.  Una expedición lanzada en persecución de sus agresores no obtuvo resultado.

La poca eficacia de estas expediciones, convenció a todos que era necesario tomar medidas preventivas para evitar las devastaciones.  Respondiendo a ese criterio, en 1724, cinco patrullas de milicianos montaron vigilancia en puntos avanzados de la abierta frontera.  Pero quitadas al poco tiempo, los “aucas” y “serranos” golpeaban las puertas de la propia ciudad.

En 1722 había dicho el cabildo que los “aucas” y “serranos” merodeaban el territorio “por el interés de las pocas vacas que han quedado”, pues las enormes matanzas que se realizaban de esas especies salvajes, las llevaban camino de su exterminio.  Mientras las vacadas cerriles se extinguían, las estancias atravesaban por un período floreciente, con muchos miles de cabezas de ganado que se apacentaban en las amplias praderas cubiertas de ricos pastos y aguadas en abundancia.

Desaparición del ganado silvestre: las grandes invasiones

Con la desaparición del ganado vacuno silvestre, al verse los indios privados de su comercio con Chile, planearon invasiones a las estancias.  Preparados los “serranos” para dar el golpe, en agosto de 1737, con corta diferencia, talaron dos veces las haciendas de Arrecifes, contestándose con aprestos bélicos en la ciudad.  Una expedición salida a castigar los desmanes, provocó represalias de parte de los indios.  Convocados 2.000 “aucas” de guerra, llegaron en agosto de 1738, causando grandes estragos en los campos de Arrecifes, donde se estableció un fortín para contener nuevas invasiones, pero con escaso resultado, pues los desmanes se sucedieron con leves intermitencias.

La reducción de Nuestra Señora de la Concepción

En 1739, una fuerte expedición entró a fondo en el territorio para apaciguar a las tribus.  Castigados los indios belicosos, se estableció un pacto de paz con los más dóciles que se prestaron a recibir misioneros.  En cumplimiento a lo capitulado, en 1740 llegaron a las cercanías de Buenos Aires 300 indios pampas pidiendo misioneros.  Con ellos se estableció la reducción de Nuestra Señora de la Concepción que dirigieron los padres Manuel Quirini y Matías Strobel.  El pueblo se estableció sobre la banda sur del río Salado a unas 7 leguas de su desembocadura, en unos terrenos bajos y anegadizos, de los que hubo que mudarlo a una loma situada a corta distancia al sudoeste, adonde estaba en 1748.  Esta reducción no dio los resultados que se esperaban.  Inclinados ya los indios a los robos de ganados, se comunicaban con los emisarios enemigos para planear las invasiones, hasta que en 1752 las autoridades extinguieron el pueblo para librarse de tan peligrosos amigos.

Nuevas invasiones

Mientras el indio arreciaba en sus malones, la ciudad, sin armas, sin municiones y sin fondos para adquirirlas, paralizó las medidas defensivas.

Producido ese estado de inactividad militar, los indios llevaron con mayor empuje y temeridad, sus incursiones devastadoras.  Entre los meses de agosto y noviembre de 1740, en el transcurso de 30 días. Los “serranos” realizaron tres invasiones sobre Fontezuelas, Luján y Matanza.  En Matanza, la entrada llegó hasta siete leguas de la ciudad, deteniéndose el malón a tres leguas del oratorio de San Antonio del Camino (hoy Merlo), donde se habían refugiado varias familias campesinas, escapando de la ferocidad de los salvajes.

Mientras la ciudad se debatía en medio de una pobreza desesperante, los indios, entusiasmados con el abundante botín de cautivos y ganados que les proporcionaban sus malones, se decidieron a ejecutar la más formidable invasión de cuantas habían hecho hasta entonces.  En la madrugada del 26 de noviembre, cuando los campesinos se preparaban para iniciar las faenas rurales, la numerosa indiada cayó de improviso sobre la floreciente región de la Magdalena, asolando los campos en varias leguas a la redonda, sin que se les ofreciera la menor resistencia, a pesar de que el gobernador había dado órdenes anticipadas para que las milicias montaran vigilancia.

El balance de la triste jornada no podía ser más agobiador.  Cerca de 100 infelices campesinos perdieron la vida a manos del salvaje, quedando cautivas numerosas mujeres y niños y perdiéndose gran cantidad de ganado, mientras las autoridades de la ciudad sin fondos del erario, quedaban imposibilitadas de hacer frente a la situación.  Pero como una nueva campaña militar era ya de todos puntos de vista imprescindible, a principios de 1741 se hizo una colecta pública que encabezó el gobernador, para reunir fondos destinados a su preparación.

La necesidad de expedicionar vino a hacerse más urgente, al saberse que el 19 de julio había sufrido una invasión la campaña lujanense y que los campesinos, con escaso armamento, habían salido en persecución de los salvajes sin resultado.

Tratado de paz con el cacique Bravo

Con más de 500 hombres partió Cristóbal Cabral a fines de setiembre, con órdenes del gobernador de alcanzar una paz firme con los indios, penetrando a fondo en el territorio hasta las sierras de Cayrú (Sierra Chica) y de Casuati (Sierra de la Ventana) por donde los indios tenían sus guaridas, y “donde nunca habían llegado los españoles, por la distancia y fragoso de las sierras”.

La expedición tuvo buen resultado.  Las capitulaciones firmadas con los indios, colocaban al cacique Bravo, jefe de los “pampas” como la suprema autoridad de todos los otros indígenas y por consiguiente, a él incumbía la vigilancia de toda la población que vivía al sur del Salado, límite fijado como la división entre las tierras indias y el dominio español.  El cacique Bravo era reconocido y respetado por las tribus pampeanas por su ferocidad y su valentía, y fue sincero y servicial amigo de los blancos.

Las medidas de defensa del gobernador Ortiz de Rozas

Cuando inició su gobierno Domingo Ortiz de Rozas (1742-1745), inició una política de amistad con los indios, atrayéndolos por medio de presentes.  Así logró aquietarlos, estableciendo primero acuerdos con los “pampas” y después con otras naciones.  Ya a fines de 1743 eran cuatro o seis naciones comarcanas las que hacían convivencia con los españoles, llegando los caciques hasta la ciudad a recibir sus gratificaciones en retribución de cesación de hostilidades.  Pero era evidente que el indio no hacía alianza con el español por sincera amistad o temor de castigos, sino para conseguir aguardiente con que mantener sus borracheras constantes, que los mismos españoles habían fomentado.

El gobernador Ortiz de Rozas, aunque se mostró satisfecho del resultado alcanzado, que ponía coto a los malones, no se confió de la amistad jurada de los indios, sino que con buen tacto, siguió manteniendo las precauciones.  Sus fundadas sospechas tuvieron amplia confirmación, pues los mismos que habían establecido la alianza y podían situar sus tolderías en los campos de Luján para comerciar sus productos (lazos, ponchos, plumeros, etc.), se aprovechaban de esta situación para saquear las estancias vecinas.  Este estado de cosas creó una situación tan llena de peligro a los lujanenses, que muchos se vieron obligados a abandonar sus campos, para refugiarse en Buenos Aires o emigrar a otras tierras libres de la asechanza indígena.

En las continuas acciones de guerra contra los indios, se empleaban casi exclusivamente los campesinos enrolados obligatoriamente en las milicias, dentro de la edad de 14 a 60 años.  Pero en algunas ocasiones intervenían las tropas del ejército regular.

Ya se ha ido viendo que la táctica seguida corrientemente en la lucha contra los indios, no alcanzaba soluciones definitivas.  Correspondió al gobernador Ortiz de Rozas reorganizar y armar las milicias, ordenando la defensa del territorio de la provincia con nuevas medidas.  Estas consistían en el establecimiento de fortines avanzados.  En enero de 1745 quedaron establecidos varios reductos a corta distancia de las últimas fincas rurales.  Las partidas que los ocupaban batían la zona en continuas recorridas, conteniendo eficazmente los intentos de la indiada.

Abandono de la defensa de las fronteras

Contenidas las invasiones, pudo el gobernador José de Andonaegui (1745-1755), decir al Virrey del Perú en 1746: “La guerra con los indios en habiendo cuidado es de más molestia que peligro, esta gente habita la campaña, no tiene género alguno de caserías ni hace sementeras, son diestrísimos a caballo (como que toda la vida lo ejercitan), vienen a hacer correrías a los pagos y a las estancias, hurtan el ganado y de camino, matan o cautivan las personas que pueden, y luego se retiran…”.

Por el trabajo rudo de defender las fronteras, que les obligaba a mantenerse casi exclusivamente a su costa, y dejar abandonadas durante el período de servicio sus labores, los milicianos iban teniendo horror a la vida de fronteras.  La deserción comenzó a cundir entre las milicias hasta que en 1750 la campaña quedó indefensa, reiniciándose las correrías devastadoras, contra las cuales se hubo que poner nuevos medios de defensa.

Fuente

  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Levene, Ricardo – Historia de la Provincia de Buenos Aires y formación de sus pueblos – La Plata (1949).

Portal www.revisionistas.com.ar

lunes, 24 de enero de 2022

Guerra de Corea: Hacia la tregua

Guerra de Corea de 1953: hacia la tregua

W&W



"Cómo se debe hacer" - Batalla por Hill 256, Guerra de Corea - por Rick Reeves

En febrero de 1953, el general James Van Fleet entregó el mando del Octavo Ejército en Corea al paracaidista veterano Maxwell Taylor. El general saliente desapareció al retirarse con amargas quejas de que se le había impedido lanzar una ofensiva total para expulsar a los chinos de Corea de una vez por todas. Su frustración fue ampliamente compartida por otros oficiales superiores. A esa generación que había llegado a la madurez durante la Segunda Guerra Mundial, en la que la derrota y la victoria eran absolutas, le parecía profundamente antisocial, permitir que un ejército se estancara en las montañas de Corea, restringido a patrullar. Van Fleet probablemente tenía razón al creer que, con la gran potencia de fuego a su disposición, la línea china podría haber sido violada y finalmente enrollada. Pero tal campaña habría costado muchos miles de bajas de la ONU. Nunca hubo la más remota posibilidad de que Washington o las capitales aliadas entretuvieran el plan. Sin embargo, en los últimos meses de la guerra se vieron algunos de los combates más feroces desde la ofensiva de primavera de 1951. Los chinos hicieron una serie de intentos decididos de poner a prueba la voluntad de la ONU en el campo de batalla, ya que las negociaciones en Panmunjom alcanzaron una etapa crítica. En cada ocasión, fueron arrojados hacia atrás; pero solo después de amargas luchas.

'Old Baldy', una colina en medio de la península que no poseía un significado estratégico especial, sin embargo, se convirtió en el foco de un intenso esfuerzo ofensivo chino en el verano y el otoño de 1952. En marzo de 1953, finalmente se apoderaron de ella después del colapso de un regimiento colombiano confiado precipitadamente con su defensa. Taylor era reacio a prodigar vidas tras su recuperación. Pero los comunistas rápidamente dejaron en claro que propusieron aprovechar la ventaja que habían ganado, para avanzar otro límite: Old Baldy pasó por alto una característica llamada Pork Chop Hill, guarnecida por dos pelotones de la 31ª Infantería de la 7ª División. . Poco después de las 10 p.m. En la noche del 16 de abril de 1953, una patrulla estadounidense que se dirigía al valle entre Pork Chop y las posiciones enemigas opuestas se encontró con dos compañías de chinos que avanzaban para asaltar la colina. En cuestión de minutos, los noventa y seis estadounidenses en Pork Chop se encontraron aislados bajo un ataque furioso. El teniente al mando perdió contacto por radio y teléfono con la parte trasera, y convocó a la artillería de emergencia por bengala. Pero cuando por fin se levantó el aluvión, los chinos irrumpieron de nuevo. A las 2 a.m., sostenían la mayor parte de la colina. Dos horas después, un contraataque estadounidense logró vincularse con los defensores sobrevivientes en el terreno elevado, pero no fue lo suficientemente fuerte como para recuperar las posiciones perdidas.

Durante todo el día siguiente, unos cincuenta y cinco estadounidenses se aferraron a su precario punto de apoyo en Pork Chop, inmovilizado por los chinos. En el Octavo Ejército, se tomó la decisión de que, a toda costa, se debe restablecer el dominio estadounidense de la posición. Era esencial que se le negara a la delegación comunista en Panmunjom la oportunidad de reclamar una victoria en el campo de batalla. A las 9.30 p.m. En la noche del 17 de abril, dos compañías de la 17ma Infantería atacaron el extremo occidental de la característica desde ambos lados. La batalla continuó durante todo el día siguiente, con una corriente de refuerzos lanzados por ambos lados. En la noche del 18 de abril, los chinos habían aceptado la derrota táctica. Retiraron sus elementos sobrevivientes de Pork Chop, mientras que los estadounidenses comenzaron una lucha intensa para reconstruir las defensas antes de que llegara el próximo asalto.

La batalla por la chuleta de cerdo continuó con una intensidad amarga hasta el verano de 1953. La guarnición de EE. UU. En sus vertiginosas laderas creció a cinco batallones, bajo el fuego incesante de morteros y artillería comunistas. El 10 de julio, quince días antes de que se firmara el armisticio, Taylor y sus comandantes concluyeron que el costo de mantenerlo, aún bajo vigilancia constante de Old Baldy, superaba incluso los beneficios morales. Fue evacuado. La lucha por Pork Chop se convirtió en parte de la leyenda del ejército de EE. UU. En Corea, reflejando el coraje de los defensores y la inutilidad táctica de tantas acciones de unidades pequeñas del tipo que dominaron los últimos dos años de la guerra. Se dijo que había once estrellas de generales estadounidenses en el cuartel general del regimiento detrás de Pork Chop en el apogeo de la batalla. El comandante de división, Arthur Trudeau, ganó una Estrella de Plata por liderar personalmente un grupo de reconocimiento del batallón de contraataque a Pork Chop bajo fuego, después de cambiar los cascos con su conductor. Algunos de los aliados eran profundamente escépticos sobre el precio que los estadounidenses pagaron para recuperar el puesto. Al general Mike West, que sucedió a Cassels al mando de la División de la Commonwealth, se le preguntó qué habría hecho para recuperarlo, y respondió: ‘Nada. Era solo un puesto avanzado ". Pero esta visión reflejaba, una vez más, el conflicto interminable entre la razón militar y el interés político.

Se llevó a cabo una sucesión de batallas casi igualmente amargas por la posesión de una cresta a pocas millas de la costa occidental de Corea, llamada "The Hook". En la noche del 26 de octubre de 1952, el 7º infante de marina de los EE. UU. Peleó una acción defensiva exitosa bajo las condiciones más desfavorables. A partir de entonces, el gancho pasó a manos de la División de la Commonwealth. Los británicos perdieron más bajas en sus flancos empinados que en cualquier otro campo de batalla en Corea. El primer Black Watch peleó la segunda batalla de Hook el 18 de noviembre de 1952. La tercera batalla, a fines de mayo de 1953, fue un asunto mucho más prolongado, del cual la peor parte recayó en el primer duque del regimiento de Wellington. En cada ocasión, el gancho fue objeto de un ataque nocturno chino de una pieza. "Fue un dolor de pulgar, una explosión en medio de la antigua ruta de Genghis Khan hacia Corea", dijo el mayor Lewis Kershaw, del regimiento del duque de Wellington, uno de los hombres que defendió la posición, "tenía una enorme cantidad de terreno". Kershaw era un Yorkshireman de cuarenta años de habla tranquila, que lamentaba mucho haber pasado la Segunda Guerra Mundial en inactividad, acuartelando Islandia y cosas por el estilo. Estaba al mando de la Compañía de Apoyo de su batallón, que llegó a Corea en octubre de 1952. El establecimiento de armas de cada pelotón aumentó drásticamente al tripular un sector sensible como el Hook. Cada hombre en el puesto sabía que en cualquier momento podían venir los chinos.

La noche del 28 de mayo de 1953, Kershaw y sus camaradas fueron advertidos por el intenso bombardeo de mortero y artillería de que un ataque era inminente. A las 7.50 p.m., él mismo acababa de llegar del Puesto de Comando del Batallón a las posiciones de la Compañía D, donde se había decidido enviar una patrulla, que él controlaría. De repente, los gritos y las cornetas en la oscuridad les dijeron que venían los chinos. Los defensores comenzaron a lanzar fuego de armas pequeñas hacia la colina. Kershaw y los demás en el cuartel general del pelotón delantero tuvieron que salir del búnker a las trincheras cuando comenzó a colapsar bajo una sucesión de golpes directos. Soldados chinos estaban cayendo entre ellos. Hubo un feroz intercambio de granadas de corto alcance. Junto a Kershaw, un pequeño subalterno del Servicio Nacional, concienzudo y de cara fresca, llamado Ernest Kirk, fue alcanzado por un estallido de disparos de eructos cuando arrojó una granada y cayó muerto a los pies de Kershaw. Kirk tenía veintiún años, unas pocas semanas menos que demob. Planeaba abandonar el ejército y convertirse en un maestro deportivo de la escuela. Los defensores habían sido advertidos de que si su posición era invadida, el fuego de artillería británico DF sería derribado. Cuando los proyectiles comenzaron a aterrizar entre las trincheras, Kershaw se arrojó por una escalera hacia una tienda de municiones cuando una granada de aturdimiento china aterrizó a su lado. Sus piernas y glúteos estaban salpicados de fragmentos, su casco se había volado, su pistola de rayos Sten se había sacado de sus manos.

Kershaw regresó tambaleándose a la trinchera de arriba, agarró la pistola de sargento de su sargento de pelotón y se apoyó contra la pared de tierra para mantenerse en pie. Luchando contra espasmos de ceguera e inconsciencia, arrojó algunas granadas más, luego tropezó con una cueva y se cayó. Cuando regresó, se encontró junto a cuatro "Katcoms" coreanos. Su pierna era inútil y sangraba. Torpemente, ató un torniquete con un cordón. Luego permanecieron en silencio, Kershaw entrando y saliendo de la conciencia, mientras el bombardeo de artillería británica golpeaba la colina sobre sus cabezas. Las comunicaciones entre las posiciones avanzadas de D Company y la retaguardia se habían roto. A lo largo del frente de los duques, la mayoría de los defensores ahora estaban atrapados en túneles y bunkers por caídas de tierra o bombardeos. Después de un tiempo, Kershaw le pidió a un coreano que mirara y viera si era de madrugada. El hombre respondió que no podía ver nada, aunque Kershaw dudaba que se hubiera atrevido a poner la cabeza sobre el nivel del suelo. Un segundo hombre fue y regresó para informar que los chinos ya no estaban en el puesto. Una hora después, el comandante de la compañía los encontró. Kershaw fue arrastrado a una sábana y trasladado a un jeep al pie del gancho. Le amputaron la parte inferior de la pierna antes de que lo subieran a un tren a Seúl.A primera luz del 29 de mayo, los británicos examinaron las secuelas caóticas habituales de la batalla en las colinas coreanas: las posiciones cuidadosamente cortadas de la tierra durante meses fueron aplastadas o derrumbadas, el suelo ennegrecido y el escaso follaje despojado por los bombardeos. El área delantera estaba llena de fragmentos de alambre y pedazos de sacos de arena, cajas de municiones y escombros. Los duques habían sufrido 149 bajas, incluyendo veintinueve muertos y dieciséis hechos prisioneros. Estimaron las bajas chinas en 250 muertos y 800 heridos. Se necesitaron horas de excavación para sacar a los hombres enterrados por los bombardeos. Poco después del amanecer, el fuego de artillería comunista comenzó de nuevo. Otro batallón alivió a los maltratados duques en el gancho, a la espera de otro ataque de infantería. Esto nunca llegó. Los chinos habían sido muy maltratados la noche anterior. Los duques habían montado una excelente defensa para un batallón compuesto por tres cuartos de reclutas del Servicio Nacional, recompensados ​​por un país agradecido con la suma principesca de £ 1.62 por semana.

En los últimos meses de la guerra, los nombres de las colinas Carson, Vegas y Reno se identificaron para siempre con el Cuerpo de Marines de EE. UU., Que luchó tan duro para retenerlos. El sargento Tom Pentony era un observador de artillería con los 5tos infantes de marina. Había encontrado que el campo de entrenamiento no era confiable después de los rigores de una educación católica en Nueva Jersey, "donde las monjas te enseñaron que morirías como mártir si luchabas contra el comunismo". El 26 de marzo de 1953, Pentony estaba con el 3 / 5to detrás de Las Vegas, cuando los chinos superaron a los "puestos de combate" estadounidenses, y los marines entraron para retomar el puesto. Pentony observó, horrorizado, cómo los estadounidenses luchaban por subir la colina castigando el fuego chino: used Solía ​​pensar que los oficiales eran inteligentes. Ahora sentí: “Esto es estúpido. ¿Tienen algún plan? Simplemente parecían pensar: "Los marines tomarán esa colina, asalto frontal, eso es todo". "En la tarde del 27 de marzo, el oficial superior de artilleros de Pentony, un mayor, estaba tan horrorizado por el espectáculo de infantería que aún luchaba por avanzar, habiendo perdido a todos sus propios oficiales, que recibió un permiso especial para avanzar y liderarlos él mismo". Su operador de radio regresó dos días después con la pistola y el reloj del mayor muerto. Las batallas de marzo para Carson, Reno y Las Vegas le costaron al Cuerpo de Marines 116 hombres muertos de un total de más de mil bajas, e inspiraron algunas de las hazañas más notables de coraje estadounidense para salir de la Guerra de Corea.

Pentony descubrió que su propio estado de ánimo, su actitud hacia la guerra, vacilaba mucho día a día: ‘Era como una indigestión: algunos días te sentías muy valiente, nada te molestaba, los sonidos nocturnos no te preocupaban. Luego, en otros días, sin ninguna razón especial, estabas asustado, nervioso: la cosa más pequeña te molestaba ". La atmósfera en las posiciones de la Marina era conscientemente" machista "en comparación con la de las líneas del ejército. Cuando los altavoces de propaganda chinos comenzaron a emitir sus estridentes mensajes con su habitual exhortación: "¡Soldados y oficiales estadounidenses!", Los marines interrumpieron de inmediato para gritar: "¡No somos soldados! ¡Somos marines! ”Muchos hombres eran reacios a ser cambiados de la línea a reserva, no solo porque estaban ganando menos puntos hacia su día de liberación, sino porque las unidades de reserva estaban molestas por el entrenamiento y las inspecciones, y aún eran susceptibles de ser llamado hacia adelante para llenar sacos de arena y cavar trincheras, a menudo más peligrosamente expuestos que los hombres en línea.

El sistema de puntos estadounidense fue considerado como una de las innovaciones más perniciosas de la campaña: un hombre necesitaba treinta y seis para volver a casa; en línea, he ganado cuatro al mes; en la zona de combate, tres; en el país pero fuera del alcance de la acción enemiga, dos. Por lo tanto, la mayoría de los hombres que sirven en una formación de combate estadounidense podrían esperar volver a casa después de aproximadamente un año en Corea, mientras que el personal de apoyo sirvió dieciocho meses. Fue una disciplina que ganó una gran aversión entre los soldados y comandantes profesionales, porque hizo que los hombres se volvieran cada vez más cautelosos y reacios a aceptar el riesgo a medida que se volvían "cortos", y se acercaba la fecha de liberación. Militó fuertemente contra la cohesión de la unidad que lograron los británicos, al enviar hombres dentro y fuera de Corea por batallones, porque cada soldado se centró en el horario de su propia gira en el país. Sin embargo, el sistema persistió en Vietnam a lo largo de los años sesenta, con efectos igualmente negativos sobre el ejército de los Estados Unidos allí.

El soldado James Stuhler era un desertor de la escuela secundaria de Nueva York que se había escapado para unirse a los marines a los dieciséis años, fue enviado a casa nuevamente y finalmente se fue a Corea durante los últimos meses de la guerra con la 3a División, en el valle de Kunwa . Una ironía inicial lo golpeó en su camino hacia el frente, cuando la policía militar detuvo y registró la camioneta en la que él y su proyecto de reemplazos se adelantaron. Incluso en esta etapa tardía de la guerra, las rutinas y tensiones de vida y muerte en la línea no disminuyeron. Pasaron sus primeros días en nuevas posiciones cavando incesantemente, porque la única contribución que la unidad que relevaron había hecho en su propia defensa fue colgar un cráneo chino en un poste largo. Un líder de escuadrón en su pelotón, obsesionado con el miedo a ser asesinado, deliberadamente le puso una bala en la mano. Para pasar el tiempo, colocaron una mira telescópica en una ametralladora calibre .50, estabilizaron su trípode con sacos de arena y trataron de atacar a los observadores chinos.

Luego, el comandante de su compañía, un joven y ansioso primer teniente, planeó una redada para aliviar la monotonía. Salió desastrosamente mal. Durante su avance a través de la oscuridad, entraron en el bombardeo de cobertura estadounidense. Dankowski, su líder de pelotón, fue asesinado casi de inmediato. "Oh, ¿qué demonios vamos a hacer?", Gritó Stuhler desesperadamente a O'Brien, su operador de radio. Los chinos ahora estaban disparando contra ellos, golpeando a su líder de escuadrón mientras corría a lo largo de una línea de cresta. La ametralladora de Stuhler atascada. Saqué una pistola .45 y disparé con puro miedo y frustración. Para su horror, descubrió que había fallado por poco en dispararle a un estadounidense que yacía frente a él. Luego, una astilla de roca lo golpeó en el dedo, adormeciendo todo su brazo. Una granada explotó, hiriendo horriblemente a su compañero de ametralladora en la cara. Stuhler miró horrorizado el ojo del hombre, que colgaba suelto de su cuenca. Atrás ¡Retrocede! ¡Echar para atrás! ’Gritó O’Brien entre el caos de explosión y pirotecnia que ahora rompe el cielo nocturno. La disciplina se derrumbó cuando tropezaron en el valle hacia sus propias líneas. Stuhler apresuradamente envolvió un vendaje de campo en la cara irregular de su compañero y le dijo al hombre que sostuviera su collar mientras lo guiaba hacia afuera. Su casco se había caído, y un momento después fue sorprendido por una roca voladora que lo golpeó en la cabeza. El neoyorquino nunca supo cómo volvió. Él y su compañero caminaron a la altura del pecho a través de un arroyo, y luego se les dijo que habían caminado por un campo minado. Hacia el amanecer, un repentino estallido de ametralladoras desgarró las cabezas de los hombres exhaustos. Se tiraron al suelo, el hombre herido gimió: "¡Nos van a matar! ¡Nos van a matar! "Stuhler les gritó a los estadounidenses frente a él que mantuvieran su fuego. Arrastraron a la víctima. "Oh, por el amor de Dios, ¿mirarás a este tipo?", Dijo el médico conmocionado que examinó su rostro. La víctima aún estaba consciente, y Stuhler dijo furiosamente: "No se supone que digas cosas como esas". Alrededor de la mitad del pelotón que había partido estaba muerto o herido. Stuhler recibió una Estrella de Bronce por traer de vuelta a su amigo. Para su furia, el comandante de la compañía, que nunca había abandonado las líneas, recibió una Estrella de Plata. El área del batallón se llamaba Camp Dankowski, en memoria de su despilfarrado comandante de pelotón. Este patético pequeño drama se desarrolló apenas un mes antes de que se firmara el armisticio. De esas cosas fue la desilusión cansada de los ejércitos con la guerra de Corea, en el verano de 1953.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Crisis del Beagle: Cómo se llegó a evitar la guerra


La historia secreta de cómo se evitó la guerra entre Argentina y Chile: a 35 años de la firma del Tratado de Paz 

El 29 de noviembre de 1984 se llegó al acuerdo por el Canal de Beagle en el Vaticano. Habían pasado años cargados de tensión entre los dos países. El día D, cuando casi se llega a un enfrentamiento armado, fue el 22 de diciembre de 1978. La mediación papal, las internas políticas de la Junta Militar, los generales que querían la guerra y el rol del gobierno democrático de Raúl Alfonsín
Por Juan Bautista "Tata" Yofre || Infobae


Salvador Allende, presidente de Chile, y Alejandro Agustín Lanusse, presidente de facto de la Argentina. El 23 de julio de 1971, en Salta, firmaron la declaración para resolver el conflicto por el Beagle "por la vía jurídica y pacífica"

El 23 de julio de 1971, en la ciudad de Salta, Alejandro Agustín Lanusse y Salvador Allende, presidentes de la Argentina y Chile, firmaron en Salta un Acta en la que se obligaban a exponer sus diferencias sobre el problema limítrofe del Canal del Beagle e islas adyacentes a un tribunal internacional especialmente integrado por jueces elegidos por ambos países. Sus resultados deberían ser aceptados por ambas cancillerías. El fallo fue negativo para la Argentina y empezaron las graves tensiones.

Todo comenzó a resolverse en 1978 con la intervención del Papa Juan Pablo II, en medio del desorden en que se debatía el gobierno de facto de Jorge Rafael Videla.

El 2 de mayo de 1977, se comunicó oficialmente el fallo arbitral sobre el litigio con Chile del Canal de Beagle. La sentencia de los cinco jueces de la Corte ad hoc, representantes de los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Suecia y Nigeria, resultó francamente favorable a las aspiraciones chilenas de extender su presencia al océano Atlántico.

Así nació un conflicto que llevaría al país en 1978 al borde de la guerra con Chile. La resolución de la Corte Arbitral causó indignación en el gobierno militar, y también entre la clase política: por ejemplo, el 4 de octubre, varios dirigentes solicitaron públicamente el rechazo del fallo del Beagle. Entre otros Raúl Alfonsín, Miguel Unamuno, Eloy Próspero Camus y Roberto Ares.


Las tropas movilizadas en el sur en 1978 se aprestaban par ala guerra

El régimen militar atravesaba su segundo año de gobierno sin objetivos claros y sin plazos. Dos fueron los temas que demandaron su mayor atención: el diferendo del Canal de Beagle y la reestructuración del esquema de poder político, es decir el debate sobre el “cuarto hombre”, ya que la Armada y la Fuerza Aérea querían que Videla ejerciera sólo su cargo de Presidente y dejara la comandancia en jefe del Ejército.

La Cancillería se preparaba en todos sus niveles a rechazar el fallo de la Corte Arbitral y mientras se trabajaba en esta dirección, el jueves 19 de enero, Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet se encontraron en la base de El Plumerillo, Mendoza, sin llegar a ningún atisbo de solución después de ocho horas de reuniones entre los mandatarios y sus equipos de colaboradores. El 25 de enero la Argentina rechazó de plano el Laudo Arbitral del Beagle.

El 26 de enero Videla y Pinochet volvieron a encontrarse, esta vez en Puerto Montt, Chile. Al final de la cumbre se firmó el Acta de Puerto Montt por el que se acordó la formación de comisiones negociadoras que, en tres etapas, deberían arribar a una solución para la “delimitación definitiva de las jurisdicciones que correspondan a Argentina y Chile en la zona austral”.

Al finalizar el encuentro, la diplomacia argentina se vio sorprendida por el discurso del mandatario chileno, cuando dijo: “La jurisdicción en esa región quedó refrendada en forma definitiva en la sentencia de Su Majestad británica. Por lo tanto, las negociaciones a realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo reconoció para Chile”. Videla, estupefacto, debió dejar su discurso escrito (que le había preparado, entre otros, el ex canciller Miguel Ángel Zabala Ortiz) e improvisar unas palabras con su habitual moderación.

Jorge Rafael Videl y Augusto Pinochet (AP)

Pocas horas más tarde, el almirante Emilio Eduardo Massera dijo en Río Grande que “aquí no hay alfombras espesas que ahoguen el latido de la tierra, aquí no sobreviven las intenciones oblicuas, las palabras elásticas, las argucias protocolares o la oratoria malhumorada como expresión de una hostilidad vacía de derecho”. El conflicto externo, era también un capítulo más de la interna castrense.

El 23, Videla se dirigió al país para explicar los alcances del Acta de Puerto Montt, y previno que habría “negociaciones de difícil trámite”, pero expresó su confianza de que se llegaría a “soluciones justas y armónicas”. El país comenzaba a prepararse para enfrentar un conflicto armado. Todo conducía en esa dirección.

Para encabezar la delegación argentina en las negociaciones con los chilenos fue designado el general (RE) Ricardo Etcheverry Boneo, quien presentaba como antecedente inmediato el ser secretario de Acción Comunal de la gobernación de Santa Fe. La contraparte chilena fue presidida por Francisco “Cato” Orrego Vicuña, profesor de la Universidad de Chile y Ph.D. en Leyes en la Universidad de San Francisco, Estados Unidos.

Junio y julio fueron meses de fiesta en todo el país. Se llevó a cabo el campeonato mundial de fútbol 1978 y la Argentina se distraía al compás del equipo de César Luis Menotti. Era “la locura del Mundial”, como tituló la revista Somos el 9 de junio. Llegaron turistas de todos los lugares del planeta. Acompañado por su esposa y rodeado de custodios, vino Henry Kissinger, el ex secretario de Estado de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford. Además de presenciar varios partidos, dio una conferencia en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y se entrevistó con altos miembros del gobierno militar. En uno de esos encuentros, en la residencia del comandante en jefe de la Armada, tuvo una sorpresa: el almirante Massera le propuso una mediación argentina en el conflicto árabe-israelí. Una alternativa que poco tiempo después dejaría trascender el canciller Montes. Massera no sería el último porque también imaginaron el disparate Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

Junio y julio fueron meses de fiesta en todo el país. Se llevó a cabo el campeonato mundial de fútbol 1978 y la Argentina se distraía al compás del equipo de César Luis Menotti (AFP)

En julio, después de semanas de discusiones separadas y conjuntas entre los altos mandos de las FFAA, quedó definido el “esquema de poder” y se creó la figura del “cuarto hombre”, no sin antes realizarse durante 15 horas (que fueron grabadas) la reunión de la Junta Grande, que congregó en un mismo lugar a todos los altos mandos militares (generales, almirantes y brigadieres). La cumbre se hizo a propuesta de la Armada que no quería que Jorge Rafael Videla continuara en la Presidencia. La respuesta del Ejército fue clara: “Hay tres candidatos a Presidente, Videla, Videla y Videla” y el 31 de julio, Roberto Eduardo Viola asumió con comandante en jefe del Ejército y Videla juró como Presidente de la Nación el 1° de agosto.

Con fecha 4 de agosto, la Junta Militar informó al país que "ejercerá las facultades del inciso 14 (conclusión de tratados de paz, de alianza, de límites y de neutralidad) del Artículo 86 de la Constitución Nacional otorgada al Poder Ejecutivo, así como también los del inciso 19 (aprobación de los tratados, alianzas y de neutralidad) del Artículo 67 que la Constitución Nacional atribuye al Congreso". En materia de política exterior (y de diseño de una política interior) el Presidente estaba atado de pies y manos. Por ejemplo, los embajadores sólo podían aprobarlos los miembros de la Junta.

El 6 de agosto murió en Roma Giovanni Battista Montini, Su Santidad Pablo VI. Luego de varios días de conciliábulos, el consejo cardenalicio eligió al cardenal Albino Luciani, que tomó el nombre de Juan Pablo I. Su coronación se iba a realizar en Roma, con todos los atributos de su majestad moral. En la Argentina, la discusión sobre quién debía encabezar la delegación que viajaría al Vaticano mostró la profundidad de la crisis en el vértice del poder. En lo institucional y también en lo intelectual.

Emilio Massera y la Armada que no querían que Jorge Rafael Videla continuara en la Presidencia. La respuesta del Ejército fue clara: “Hay tres candidatos a Presidente, Videla, Videla y Videla” y el 31 de julio, Roberto Eduardo Viola asumió con comandante en jefe del Ejército y Videla juró como Presidente de la Nación el 1° de agosto (Reuters)

El presidente Videla fue citado por la Junta Militar, a las 8 de de la mañana, al Comando en Jefe del Ejército, donde se estaba considerando la presencia de una alta autoridad del gobierno en la coronación de Juan Pablo I. Lo que sigue es un relato de un testigo de los hechos que fuera prolijamente anotado: “Siendo las 8.40 y en virtud de que no había sido invitado a entrar en el salón donde se hallaba reunida la Junta, Videla procedió a retirarse a la Casa Rosada”. Luego conversó con el general Reynaldo Bignone. El general Videla se sentía ofendido por la espera sufrida, pero Bignone le explicó que Viola no lo hacía entrar para no exponerlo a la discusión que se estaba llevando a cabo.

“Después retornó al Edificio Libertador y se reunió con la Junta Militar. Allí escuchó de boca de Massera que él no podía ir a Roma, porque quien debía hacerlo era un miembro de la Junta. Que las personalidades que iban a estar presentes en la coronación eran jefes de Estado y que él no lo era”.

"Massera dijo que la Junta era el órgano político supremo del Estado, mientras que Videla era jefe de gobierno. Videla, a pesar de la oposición, ratificó que viajaba igual, pues para él era un asunto de Estado. De lo contrario, dijo, estaba dispuesto a presentar su renuncia al cargo de Presidente”.

“La Fuerza Aérea, a través de [Orlando Ramón] Agosti, opinó que para su arma, el Papa Juan Pablo I no cuenta con su confianza. Lo mismo que Pablo VI, dijo Agosti, este Papa no cuenta con nuestra confianza. Para Agosti todo parecía muy simple; en vista que el nuevo Papa había afirmado que iba a continuar con la línea de Pablo VI, Agosti, por deducción, decía que 'este Papa tampoco cuenta con nuestra confianza’”.

“En un momento, el clima que se alzaba en la reunión se hizo insostenible. ‘Che, Viola’, dijo Massera, ‘a vos tu arma no te da pelota. Aquí tengo el decreto firmado por Videla ordenando la libertad de los presos de Magdalena y a un mes de haberse firmado todavía no ha sido ejecutado’”.

“A todo esto el nuncio apostólico Pío Laghi estaba furioso porque iban a verlo, unos para decirle que tenía que aconsejar que fuera un miembro de la Junta, otros para decirle que tenía que viajar Videla. Al final dijo, ya harto, que viajara el que tuviera ganas”. Era Babel, hablaban y no se entendían.

La pelea interna entre el presidente de facto Jorge Rafael Videla y los miembros de la Junta Militar, para decidir quién encabezaba la delegación a Roma para la coronación de Juan Pablo I fue durísima (Creative commons)

Finalmente, Jorge Rafael Videla encabezó la delegación argentina a las ceremonias de coronación de Juan Pablo I. En la capital italiana fue víctima de manifestaciones contrarias, organizadas por exiliados argentinos. Sin embargo, fue la ocasión para mantener tres sustanciosas entrevistas con Walter Mondale, Giulio Andreotti y Raymond Barre.

Videla mantuvo un diálogo con el premier italiano, luego de las ceremonias de coronación. Casi a escondidas, se vieron dentro del Vaticano y el “fratello” que ayudó a juntarlos fue Licio Gelli. Con Raymond Barre se trató la insólita negativa francesa a que los cadetes de la fragata Libertad rindieran una ofrenda floral en la tumba del soldado desconocido, ni desfilar o realizar una formación bajo el Arco de Triunfo (esta información había sido entregada por la embajada francesa a la Cancillería el 30 de agosto de 1978). La cuestión de los derechos humanos no fue evitada. El 15 de septiembre, Massera dejó la comandancia de la Armada en manos de Armando Lambruschini. Ahora pasaba a la actividad política.

El 27 de octubre renunció el almirante Oscar Antonio Montes y quedó a cargo del Palacio San Martín en forma interina el ministro Albano Harguindeguy. El 6 de noviembre prestó juramento como canciller el brigadier (RE) Carlos Washington Pastor; era hijo del dirigente conservador Reynaldo Pastor y concuñado del presidente Videla. Su última actividad había sido la de administrar un criadero de pollos.

El 8 de noviembre, Videla le escribió una carta a Pinochet en la que le expresa que “la vía de la negociación no se halla agotada y que una sincera voluntad de persistir en ella de buena fe permitirá superar los obstáculos que aún restan para un acuerdo integral”. Desde Chile, mientras tanto, se insiste con una mediación sin considerar nuevas negociaciones, ya que estas quedaron totalmente agotadas. Entre los posibles mediadores, los más nombrados eran el Rey de España y el Papa Juan Pablo II.

El Comité Militar había resuelto apoyar y promover la mediación papal. De fracasar dichas gestiones, se acordó, se promoverían operaciones militares entre el 15 y el 20 de diciembre (ocupándose las islas Evout, Barnevelt y Hornos). Y si existía una “respuesta militar” de parte de Chile, entonces los operativos militares se centrarían sobre Punta Arenas, Puerto Williams y Porvenir

En esas tensas semanas, mientras se hablaba de desplazamientos militares, el canciller Carlos Washington Pastor hizo su primer viaje al exterior. Fue al Uruguay. En el viaje de vuelta habló con Eduardo van der Kooy, el enviado de Clarín, quien le preguntó sobre la situación del Beagle. O no quiso hablar o no estaba al tanto, pero la respuesta de Pastor fue: “De eso no me pregunte porque recién estoy en la primera bolilla”.

Como una última oportunidad, los gobiernos de Argentina y Chile decidieron establecer un encuentro de cancilleres en Buenos Aires, para decidir quién sería el mediador y cuáles las diferencias a dirimir ante el mismo. En una reunión previa al encuentro de cancilleres, el Comité Militar había resuelto apoyar y promover la mediación papal. De fracasar dichas gestiones, se acordó, se promoverían operaciones militares entre el 15 y el 20 de diciembre (ocupándose las islas Evout, Barnevelt y Hornos). Y si existía una “respuesta militar” de parte de Chile, entonces los operativos militares se centrarían sobre Punta Arenas, Puerto Williams y Porvenir. Se había decidido focalizar el conflicto, reforzando el TOA (Teatro de Operaciones Austral), al mando del general Antonio Vaquero con 25.000 efectivos y 250 tanques. Esto significaba que “enfriaban” el TONO (Teatro de Operaciones Noroeste), al mando de Luciano Menéndez.

El Nuncio Pío Laghi, hablando el martes 12 de diciembre con el ex embajador argentino Gerardo Schamis, le refirió una larga serie de anuncios que corrían por el Cuerpo III. Entre otras chapucerías, le cuenta que en Córdoba se dice que “a fin de año se brindará en La Moneda con champagne”. Su interlocutor le responde: “Pero mi caro amigo, esos son cuentos que le traen curitas de pueblo”, a lo que Laghi contestó: “Me lo contó Primatesta y lo dice Menéndez”.

En esas horas, el Nuncio estudió la posibilidad de condicionar la intervención de la Santa Sede, si la Argentina procedía a desmovilizar a sus tropas, pero Videla y Viola no estaban en condiciones de concretarla.

El 22 de diciembre, el Papa hizo llegar un mensaje invitando a la paz a los gobiernos de Argentina y Chile, y el cardenal Antonio Samoré llegó a Buenos Aires el domingo 26. El 8 de enero, en Montevideo, se volvieron a encontrar Pastor y Cubillos con el mediador del Vaticano. La paz había triunfado esta vez. La intervención de Juan Pablo II puso término a una de las semanas más largas del año

Con una gran expectativa, el martes 12 de diciembre se produjo el encuentro de cancilleres, en medio de los más variados rumores y corrida bancaria. En el Salón Verde del Palacio San Martín se sentaron frente a frente Carlos Washington Pastor y Hernán Cubillos Sallato. Al lado de Pastor lo hicieron Moncayo, Gutiérrez Posse y Federico Mirré (salvo Mirré, los restantes no tenían ni formación ni trayectoria diplomática). Rodearon al canciller chileno Francisco Orrego Vicuña, Enrique Bernstein, Helmut Bruner y Rolando Stein (con excepción de Cubillos, todos tenían una larga trayectoria diplomática o académica).

Durante las conversaciones, por la mañana, ambas delegaciones coincidieron en una serie de ideas que los asesores de los cancilleres, por la tarde, concretaron en un borrador. Una vez que el documento fue aprobado por los dos jefes de las delegaciones, Pastor lo llevó al Comité Militar, que lo rechazó. El problema no era el mediador, el problema para los argentinos era la agenda que debería elevarse a Su Santidad. Para Chile sólo debían delimitarse los espacios marítimos, no los terrestres, que ya habían quedado delimitados por el Laudo. Del lado argentino, el temario debía contener un punto fijo terrestre donde apoyar la división territorial.

En fuentes de la Cancillería chilena se desestimó la posibilidad de una nueva reunión de los cancilleres, por “la ausencia de interlocutor argentino efectivamente válido para Chile”. En un aparte que mantuvo Hernán Cubillos Sallato con el nuncio apostólico en Buenos Aires, monseñor Pío Laghi, el canciller chileno le dijo no encontraba “un solo centro de poder” sino que el mismo se encontraba “atomizado”.

El domingo 17, viajó secretamente a Chile el brigadier Basilio Lami Dozo. Fue a entrevistarse con el jefe de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei. Al escuchar la propuesta del militar argentino, Matthei contestó que a él no le correspondía intervenir en el manejo de las relaciones exteriores, ya que es una actividad privativa de Pinochet.

La firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile. Fue el 28 de noviembre de 1984, en el Vaticano. Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, rubrica el acuerdo luego de la mediación Papal de Juan Pablo II (Biblioteca del Congreso Nacional)

Lo que ocurrió entre el 18 y 21 de diciembre linda entre la diplomacia y la historia militar. Los gobiernos de Chile, Brasil y Estados Unidos manejaron la información que el 21 se produciría la invasión argentina a los territorios insulares en disputa. La flota argentina estaba en alta mar, soportando un fuerte temporal. El mismo 21, Pinochet estaba en la Escuela Militar, presidiendo una graduación de oficiales, cuando su edecán Jorge Ballerino le acercó un mensaje urgente de Punta Arenas, informándole que se iniciaban las hostilidades. Luego, en el 10° piso del Edificio Diego Portales (la sede del gobierno) optó por aguardar 24 horas más para responder. El jueves 21 por la noche, llegaban a Roma las respuestas de Videla y Pinochet aceptando al Papa como mediador. Lo que fue informado el 22 al mediodía (8 y 7 de la mañana en Buenos Aires y Santiago, respectivamente).

El 22 de diciembre, el Papa hizo llegar un mensaje invitando a la paz a los gobiernos de Argentina y Chile, y el cardenal Antonio Samoré llegó a Buenos Aires el domingo 26. El 8 de enero, en Montevideo, se volvieron a encontrar Pastor y Cubillos con el mediador del Vaticano. La paz había triunfado esta vez. La intervención de Juan Pablo II puso término a una de las semanas más largas del año.

Según un memorándum argentino “la posición” que presento la Argentina al Cardenal Samoré “consistió en mantener como no negociable el principio Atlántico-Pacífico requiriendo una distribución de islas y espacios marítimos concurrentes con ese principio” y “someter a la Santa Sede los términos del diferendo y los antecedentes y criterios de la Comisión Mixta Nº2”. Además, como contrapartida de estas condiciones, “Argentina acepta el repliegue gradual de las Fuerzas de ambos países, requerido por el enviado Papal al ser éste un condicionamiento presentado por Chile.”

Una vez que el cardenal Antonio Samoré se hizo cargo de la Mediación se iniciaron en el Vaticano arduas y largas negociaciones. El 12 de diciembre de 1980 Su Santidad Juan Pablo II entregó a la Argentina y Chile una Propuesta de Paz que no satisfizo al gobierno de Jorge Rafael Videla, por lo tanto la rechazo.

Tras la derrota argentina en la Guerra de las Malvinas, el 15 de septiembre de 1982 los gobiernos de los generales Reynaldo Bignone y Augusto Pinochet convinieron, por consejo del Vaticano, prorrogar el Tratado de Solución de Controversias firmado entre los dos países en 1972. Para el último presidente de facto el problema debía ser considerado por el presidente constitucional que asumiría en diciembre de 1983.

El conflicto del Beagle también lució lo peor que anidaba en su interior el régimen militar. Sus flaquezas y miserias, en medio de una población que observaba silenciosa cómo podía sucederle cualquier cosa.

 
Raúl Alfonsín junto a Dante Caputo durante la resolución del conflicto de Beagle (NA)

Antes de concretar la versión definitiva de un nuevo Tratado de Paz, el 26 de julio de 1984, Raúl Ricardo Alfonsín convocó a una consulta popular no vinculante y el 82% de la población se inclino por aceptar la propuesta papal y los legisladores argentinos revalidaron la letra de la iniciativa vaticana.

Así el 29 de noviembre de 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad que en síntesis establecía, entre otros puntos:
  • La Argentina reconocía la soberanía chilena sobre las islas Picton, Nueva y Lennox y sobre islas e islotes al sur ubicados al sur de esas islas. Al mismo tiempo, el acuerdo limita la proyección marítima chilena de esas islas, es decir reconoce la soberanía argentina al norte del Canal de Beagle.
  • Ambos países establecieron derechos de navegación en la zona en disputa y la Argentina renunció a sus aspiraciones sobre el estrecho de Magallanes, al aceptar que límite de soberanía queda constituido por una línea recta que une los puntos Dungeness al norte y Cabo Espíritu Santo al sur, reflejando el principio atlántico-pacífico tan reclamado por la Argentina.
  • Acuerdan un sistema de cooperación e integración y establecen un mecanismo para el arreglo pacífico de las controversias que rechaza el uso de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza.

jueves, 28 de enero de 2016

Patagonia: El plebiscito del Valle de 1902 y el patriotismo de los galeses

Plebiscito del Valle 16 de Octubre de 1902
     




Única fotografía que se conserva del plebiscito.

Edificio original de la escuela nacional 18 luciendo el escudo nacional de chapa y la bandera de Argentina.


El plebiscito del Valle 16 de Octubre se realizó el 30 de abril de 1902 [1] en dicho valle de la actual provincia del Chubut, Argentina. Allí habitaban colonos galeses en tierras disputadas entre Argentina y Chile. En ese año, se llevó a cabo un laudo limítrofe entre los dos países arbitrado por el Reino Unido. El hombre designado para hacer el trabajo era el representante británico sir Thomas Holdich, quién decidió llevar a cabo una votación para resolver la cuestión que resultó favorable a la posición argentina.2

Antecedentes

Tras la expedición de los Rifleros del Chubut de 1885-1886, en los años siguientes se puebla el valle 16 de Octubre, en tierras asignadas a Chile por la divisoria de aguas (el valle pertenece a la cuenta del río Futaleufú que desemboca en el Océano Pacífico).[3] [4] [5] [2]

A orillas del río Corintos, se comienza a instalarse el primer asentamiento de la zona denominada Villa Repentina. En 1894, se instala una capilla y una escuela, que se oficializa al año siguiente.[6] En 1897 apareció una disputa de límites entre Argentina y Chile. El tratado de 1881 establecía como límite las cumbres divisorias de aguas; pero había una zona en la que las altas cumbres están en un lado y la divisoria de aguas, en otro.[7]

Hacia finales de los años 1800, por la gran cantidad de elogios a la zona poblada, el gobierno chileno cuestionó los derechos argentinos de posesión en el valle y las regiones cercanas.[8]

En 1895 se realizó un censo que arrojó los datos de 944 habitantes y 85 casas construidas. En el total de la población había unos 500 indígenas (tehuelches y mapuches) y chilenos que llegaban, estaban temporalmente y se marchaban. Muchos de los colonos galeses tenían vivienda en la colonia y también en el valle inferior del río Chubut, y pasaban un tiempo en cada lugar. Cerca de un centenar de personas vivían de manera permanente en la zona siendo casi todas galesas.[8]

Desarrollo


Cartel recordatorio.

Para realizar el laudo limítrofe se creó una Comisión nombrada por el rey Eduardo VII del Reino Unido, cuyos representantes fueron Diego Barros Arana (de Chile), Sir Thomas Holdich (del Reino Unido) y Francisco Pascasio Moreno (de Argentina).[5] También estuvo presente Carlos María Moyano. A pedido de las partes, según acta del 28 de mayo de 1902, la comisión estaba también integrada por Holdich y los ayudantes capitanes Dickson, Robertson y Crosthwait. Al capitán Dickson se le adjudicó la sección desde el lago Nahuel Huapi hasta el valle 16 de Octubre, siendo secundado por los argentinos Emilio E. Frey, C. Bulgarelli y E. Scot. [8]

Chile reclamaba desde las sierras situadas al oeste de Leleque y Esquel, el abra de Esquel, el cerro Nahuel Pan, el cerro Thomas, el abra de Súnica, el cerro Tecka, el abra del lago Cronómetro, la serranía de Caquel y el cerro Cuche.[8]


Edificio actual de la escuela 18.

Los tres representantes llegaron al área del actual Trevelin para realizar las tareas de arbitraje. Holdich decidió llevar a cabo una votación entre los colonos galeses, pobladores tehuelches y pobladores chilenos para resolver la cuestión el 30 de abril de 1902. Pese a que Chile ofrecía una legua de tierra por familia, votaron a favor de permanecer en Argentina., la gran mayoría de los colonos optaron por permanecer bajo la bandera argentina, sobre todo porque no querían establecer un límite entre ellos y sus familias en el resto del Chubut. Además, ya existían en el lugar algunos servicios como comisaría, escuela, correo y puesto sanitario colocados por el gobierno argentino. [9] [2] [8]

La votación fue llevada a cabo durante tres días en la Escuela Nacional N.º 18 de Río Corintos, [5] creada en 1895, siendo la primera escuela nacional más austral de la Argentina en su momento.[10] [6]

El 30 de abril se reunieron en la escuela unos 90 pobladores. El representante británico les preguntó si tenían preferencias por alguno de los dos países. Algunos de ellos respondieron:

No es cuestión de preferencias, hemos venido a la Argentina bajo cuyo pabellón nos hemos amparado. Nuestras relaciones públicas son con la Argentina, nuestro comercio con la Argentina, y argentinos son nuestros hijos a quienes hemos inscrito en los registros civiles del país. Es cuestión de respeto a la bandera elegida, lealtad a la bandera de adopción y a la patria nativa para otros. [8]
Según anécdota sobre el árbitro británico, alguien dijo en una comida «muy ricos estos patos» y Holdich les respondió «sí, son sabrosos los patos que se cazan en tierra argentina». Tras los laudos arbitrales, Holdich publicó un libro con mapas y fotografías de la región, y también con las impresiones obtenidas de los pobladores galeses del Chubut. Sobre el valle 16 de Octubre hace referencia a «la presencia de la gente de estirpe galesa que asumía y ostentaba con orgullo su destino argentino». [11] El representante chileno Diego Barros Arana luego del resultado del plebiscito envolvió la bandera chilena con lágrimas cruzando sus mejillas se volvió a Chile lamentando el territorio que su país había perdido por el laudo. [4]





El plebiscito ayudó a la Argentina a conservar su soberanía en los valles 16 de Octubre, Nuevo (hoy El Bolsón y Lago Puelo) y Cholila, incluyendo también los actuales Parque Nacional Los Alerces y Parque Nacional Lanín.[5] [9] [2] Solamente seis personas optaron por abandonar la colonia, trasladándose a tierras chilenas. [8]

Luego de la votación, catalogada por los colonos como de «suma importancia», se realizó un acto emotivo y sencillo en el que el director de la escuela Owen Williams leyó una poesía en idioma galés y se entonaron varios cantos. [12]

Actualmente, cada 30 de abril, las comunidades de Trevelin y Esquel, las autoridades locales y provinciales, junto con la comunidad galesa, se reúnen en la antigua escuela recordando el evento.9 2 La escuela número 18 actualmente es un monumento histórico nacional y un museo visitado por turistas.[12]

Con la ley provincial Nº 85 de feriados provinciales, se estableció el 30 de abril como no laborable en Chubut: [13]

Artículo 1°.- Decláranse días no laborables permanentes en todo el ámbito provincial los siguientes:
(...)
c) El día 30 de Abril, en homenaje a la decisión histórica de la Población que un mismo día pero del año 1902, se autoconvocó en la Escuela Nº 18 de Río Corintos, decidiendo con su voto a favor, nuestros legítimos derechos de Soberanía sobre la pertenencia de tierras cordilleranas, dado que se enmarcaban en la fijación de los límites entre dos nacientes estados, Argentina y Chile, la “demarcación desde el Lago Lácar y la sección desde el Nahuel Huapi hasta la Colonia 16 de Octubre”.


Lago Futalaufquen en el Parque Nacional Los Alerces, parte del territorio que gracias al plebiscito quedó del lado argentino.


Referencias

  1. Débora Finkelstein, María Marta Novella (2005). Poblamiento del noroeste del Chubut: aportes para su historia (Edición ilustrada). Fundación Ameghino. p. 43.
  2. «112° Aniversario del Plebiscito en Trevelin». Patagonia 2015. Sesquicentenario en la Cordillera.
  3. «Los Rifleros del Chubut». telpin.com.ar. Archivado desde el original el 1 de diciembre de 2015.
  4. Clery Evans: John Daniel Evans "El Molinero". ISBN ?
  5. «1902 Referendum: historical research book» (en inglés). Patagonia.com.ar.
  6. «Escuela N° 18». Guía Patagonia.
  7. «A 110 años del plebiscito de Trevelin». hosteriafutalaufquen.com.
  8. «Dieciséis de Octubre (colonia)». Patapeida.
  9. «Más de 100 años desde el plebiscito. Cuando los pobladores decidieron ser argentinos». Patagonia.com.ar.
  10. «Historia, actividades y más». Municipalidad de Trevelin.
  11. «Holdich, Thomas Hungerford (militar)». Patapeida.
  12. «Escuela Nº 18 de Trevelin». Patapeida.
  13. «LEY I - Nº 85 (Antes Ley 2258) - LEY DE FERIADOS PROVINCIALES». Legislatura de la Provincia del Chubut.

sábado, 16 de mayo de 2015

Guerra del Pacífico: Bolivia busca su salida en La Haya

El acceso al mar de Bolivia
¿Playas del futuro?



Una disputa fronteriza sudamericano tiene implicaciones para el derecho internacional
LA HAYA |  The Economist
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viernes, 2 de enero de 2015

Guerra ruso-japonesa: El espíritu del tratado de Portsmouth



El Tratado de Portsmouth y la Guerra Ruso-Japonesa, 1904-1905

El Tratado de Portsmouth terminó formalmente la guerra ruso-japonesa de 1904-1905. Las negociaciones se llevaron a cabo en agosto en Portsmouth, New Hampshire, y se negociaron en parte por el presidente estadounidense Theodore Roosevelt. El acuerdo final se firmó en septiembre de 1905, y se confirmó la presencia japonesa en el sur de Manchuria y Corea, y cedió la mitad sur de la isla de Sajalín a Japón.


La fotografía de la guerra ruso-japonesa

En 1904, Rusia y Japón habían sufrido varios años de disputas por el control de Manchuria. Los rusos habían entrado en la región durante la guerra chino-japonesa de 1894 a 1895 y, junto con Alemania y Francia, era una parte de la "Triple Intervención" que obligó a Japón a renunciar a sus demandas por los puertos del sur de Manchuria y la península de Liaodong a raíz de su victoria en China. En cambio, Rusia se trasladó a la zona y tomó el control de Port Arthur, un puerto de aguas tibias con una importancia estratégica y comercial. Un intento de Japón para organizar un golpe de estado en Corea adyacente fue frustrado en parte por la presencia de Rusia en la región, y los intereses divergentes de las dos naciones apareció más y más probabilidades de chocar.



En 1904, los japoneses atacaron la flota rusa en Port Arthur antes de la recepción de la declaración formal de guerra en Moscú, sorprendiendo a la marina rusa y ganando una victoria antes de tiempo. En el transcurso del próximo año, las dos fuerzas se enfrentaron en Corea y el Mar de Japón, con el marcador japonesa significativa, pero costoso, victorias. Víctimas de la guerra fueron altas en ambos lados. En la batalla por Mukden, los rusos perdieron 60.000 soldados y los japoneses perdieron 41 mil soldados. Los costos militares eran altas también. Una flota rusa hizo el largo viaje desde el mar Báltico alrededor de África y la India, sólo para ser destruido la mitad de los japoneses a su llegada en el noreste de Asia. Para 1905, la combinación de estas pérdidas y el coste económico de la financiación de la guerra llevaron a ambos países a buscar el fin de la guerra.


Fotografía del ataque a Port Arthur

Los japoneses le preguntaron el presidente estadounidense Roosevelt para negociar un acuerdo de paz, y los representantes de las dos naciones se reunieron en Portsmouth, New Hampshire en 1905. En aras de mantener el equilibrio de poder y la igualdad de oportunidades económicas en la región, Roosevelt prefirió que el extremo de la guerra en términos que dejó Rusia y Japón un papel que desempeñar en el noreste de China. Aunque emocionados por las victorias militares japoneses, Roosevelt se preocupaba por las consecuencias para los intereses norteamericanos si Japón se las arreglaba para arruinar a Rusia por completo.

Las negociaciones se centraron en el acceso a los puertos y territorios de Manchuria y Corea, el control de la isla Sakhalin, y la cuestión de quién fue el responsable de pagar los costos de la guerra. Los principales objetivos del negociador japonés incluyeron primer control en Corea y Manchuria del Sur, entonces la negociación de una indemnización y el control de la isla de Sakhalin. Los rusos querían mantener la isla de Sakhalin, se negaron a pagar una indemnización de costos de la guerra a los japoneses, y expresó la esperanza de mantener su flota en el Pacífico. El tema de indemnización, junto con la dispensación de la isla de Sakhalin, fueron los principales puntos de fricción en la negociación, aunque dadas sus dificultades financieras en 1905, Rusia fue probablemente incapaz de pagar una indemnización, incluso si es requerido por un tratado de hacerlo.

Cuando las negociaciones llegaron a un punto muerto, Roosevelt intervino con la propuesta de que Rusia "recomprar" la parte norte de Sakhalin del control japonés. Los rusos eran inflexibles que no iban a pagar cualquier cantidad de dinero, que actuaría como una indemnización encubierta, cuando el territorio debería ser el suyo. Después de mucho debate interno, Japón finalmente aceptó tomar sólo la mitad sur de la isla, sin ningún tipo de pago. La suya no había sido una victoria bastante decisiva para forzar el punto.

 El Tratado en última instancia, dio el control de Corea Japón y gran parte del Sur de Manchuria, incluyendo Port Arthur y el ferrocarril que conecta con el resto de la región, junto con la mitad sur de la isla de Sakhalin; El poder de Rusia se redujo en la región, pero no estaba obligado a pagar los costos de guerra de Japón. Debido a que ni la nación se encontraba en una fuerte posición financiera para continuar la guerra con facilidad, tanto se vieron obligados a ceder en los términos de la paz. Aún así, el público japonés sintió que habían ganado la guerra, y que considera la falta de una indemnización a ser una afrenta. Hubo un breve estallido de protestas y disturbios en Tokio cuando los términos del acuerdo se hicieron públicos. Del mismo modo, el pueblo ruso también estaban insatisfechos, molestos por renunciar a la mitad de Sakhalin.


Las personas se reunieron para trabajar en lo convirtió en el Tratado de Portsmouth

A lo largo de la guerra y de las conversaciones de paz, la opinión pública estadounidense se puso del lado en gran medida con Japón. Creyendo que los japoneses estaban luchando una "guerra justa" contra la agresión rusa, y que la nación de la isla era igualmente comprometidos con la puerta abierta y la integridad territorial de China, el pueblo estadounidense estaban ansiosos por apoyarlo. Este sentido realmente no cambia en el transcurso de las negociaciones, a pesar de los mejores esfuerzos del negociador de Rusia para mejorar la cobertura de prensa de la posición de su nación. La decisión final de los japoneses a renunciar a una indemnización sólo sirvió para fortalecer la aprobación de Estados Unidos de las acciones de Japón a lo largo del conflicto. El anti-tratado y, en ocasiones, las manifestaciones anti-estadounidenses en Tokio que siguieron a la ratificación del tratado atrapó a muchos estadounidenses fuera de guardia.



El Tratado de Portsmouth marcó el último evento real en una era de cooperación entre Estados Unidos y Japón, que comenzó con la restauración Meiji en 1868. En cambio, la competencia entre las dos naciones en el Pacífico creció durante los años que siguieron. Por el contrario, las relaciones de Japón con Rusia mejoraron a raíz del tratado. A pesar de la importancia real de la mediación y presión personal de Roosevelt en el liderazgo en Moscú y Tokio para el acuerdo final no está claro, que ganó el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos en la moderación de las conversaciones y empujando hacia la paz.

Office of the Historian