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viernes, 14 de junio de 2024

Guerra Fría: Auge y caída de TRIGON

TRIGON: El espía de la CIA que canalizó secretos soviéticos a Estados Unidos

Rosemary Giles, autora invitada
War History Online

 
Crédito de la foto: 1. Agencia Central de Inteligencia / Wikimedia Commons / Dominio público (coloreado por Palette.fm) 2. Управление по сооружению Московской окр. ж. д. / Wikimedia Commons / Dominio público

La muerte de Aleksandr Ogorodnik parecía sacada de una película de espías, claro está, porque era un agente secreto. Operando bajo el nombre de espía "TRIGON", se le considera uno de los agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) más exitosos de la Guerra Fría, transmitiendo grandes cantidades de información valiosa a los estadounidenses. Cuando sus enemigos lo descubrieron, tomó una pastilla de cianuro en lugar de confesar lo que había hecho.


Aleksandr Ogorodnik


 

Aleksandr Ogorodnik. (Crédito de la foto: Agencia Central de Inteligencia / Wikimedia Commons / Dominio público)

Aleksandr Ogorodnik, nacido en 1939, creció para asistir al Instituto de Asuntos Exteriores de Moscú, Unión Soviética. Finalmente se encontró trabajando en el Ministerio de Asuntos Exteriores soviético (SMFA) en Bogotá, Colombia. En un país mucho más libre que aquel en el que creció, Ogorodnik supuestamente disfrutó de su vida allí , entablando un romance con la local Pilar Suárez Barcala.

Fue ella quien lo puso en el radar de dos agencias de inteligencia diferentes.

Mientras estaba en la SMFA, Ogorodnik fue contactado tanto por el Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia como por la CIA , quienes esperaban que aceptara espiar a la Unión Soviética para ellos. Tuvieron éxito, aunque las fuentes varían respecto a si aceptó de buena gana o si fue chantajeado por agentes colombianos.

Comenzó a trabajar para el otro bando en 1973. Como ocurre con cualquier espía, recibió un nombre en clave: TRIGON.


Un espía conocido como TRIGON


 
Desfile militar en el Kremlin. (Crédito de la foto: Michel Artault / Gamma-Rapho / Getty Images)

Aleksandr Ogorodnik recibió una formación eficaz en espionaje básico, incluida la forma de fotografiar documentos con una cámara tipo bolígrafo. Sin embargo, hubo poco de importancia en sus primeras caídas.

No fue hasta 1974, cuando fue trasladado de regreso a Moscú, que el espía conocido como TRIGON se volvió realmente útil. Estacionado en el Ministerio de Asuntos Exteriores soviético en la ciudad, tenía acceso casi ilimitado a los documentos ultrasecretos que pasaban por su escritorio a diario.

La responsable inmediata del caso de Ogorodnik fue Martha Peterson, la primera mujer agente de la CIA destinada a Moscú. Los dos nunca terminaron reuniéndose, sino que se comunicaron a través de puntos muertos, pasando elementos e información a través de una ubicación secreta designada. Una de las cosas que le pasaron a Ogorodnik fue un bolígrafo que contenía una pastilla de cianuro, que había solicitado poco antes de regresar a la Unión Soviética.

Si bien aceptó seguir espiando, quería asegurarse de poder protegerse si lo atrapaban.


Un acto de traición


 
Hana Koecher, Karl Koecher y Ronald Kessler. (Crédito de la foto: Ronald Kessler / Wikimedia Commons CC BY-SA 4.0)

Aleksandr Ogorodnik y Martha Peterson trabajaron juntos durante casi dos años sin problemas. Peterson no levantó ninguna bandera porque, en ese momento, la KGB no creía que las mujeres pudieran ser espías. A lo largo de este tiempo, Ogorodnik ascendió hasta llegar al Departamento de Asuntos Globales, lo que le proporcionó acceso a los planes de política exterior que posteriormente transmitió a Peterson.

A pesar de sus años de éxito, el tiempo de Ogorodnik como espía finalmente terminó cuando el traductor de la CIA Karl Koecher pasó su nombre al Servicio de Inteligencia Checo, para quien había estado trabajando en secreto. Luego compartieron esta información con la KGB. No está claro exactamente cuándo detuvieron a Ogorodnik, tal vez a finales de 1973 o principios de 1974, pero la CIA empezó a notar diferencias en sus informes.

Creyeron correctamente que había sido comprometido.


Fin del espía conocido como TRIGON


 

Pico de entrega muerta, una de las muchas formas en que se pasaban artículos entre agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) durante la Guerra Fría. (Crédito de la foto: Agencia Central de Inteligencia / Wikimedia Commons / Dominio público)

Mientras dejaba un punto muerto para Aleksandr Ogorodnik el 15 de julio de 1977, Martha Peterson fue capturada por la KGB y llevada para interrogarla. Recordó haber sido “acosada por estos tres hombres que me agarraron. Sabían exactamente dónde estaba el paquete y había toda una camioneta llena de gente trajeada”. Fue liberada ilesa, pero obligada a regresar a Estados Unidos inmediatamente.

No fue hasta mucho más tarde que la CIA se enteró de lo que le sucedió a Ogorodnik el 22 de junio de 1977. Supuestamente, mientras lo interrogaban, dijo que le daría a la KGB una confesión completa de su espionaje. Para escribirlo pidió su bolígrafo, el que contenía la pastilla de cianuro.

Cuando se lo dieron, mordió la tapa que contenía el veneno y murió casi instantáneamente.

Al recordar al espía en sus memorias, Peterson dijo: "TRIGON murió a su manera, un héroe". Después de regresar a Estados Unidos, siguió siendo agente de la CIA y se jubiló en 2003.




lunes, 25 de septiembre de 2023

Segunda guerra sino-japonesa: La valentía de Cheng Benhua frente a la atrocidad japonesa

Cheng Benhua





Cheng Benhua, que se muestra en la fotografía, sonríe desafiante a la cámara momentos antes de su trágico asesinato por parte de los hombres detrás de ella. Su valiente lucha por la libertad de su pueblo tuvo lugar en 1938, en un momento en que Japón estaba pasando por una transformación militarista y una ola extrema de patriotismo, creyendo en su superioridad sobre otras naciones asiáticas. La falta de Japón de recursos naturales esenciales como el caucho y el petróleo condujo a su invasión de China, buscando establecer esferas de influencia en toda Asia.

Cheng Benhua, junto con su esposo, Liu Zhiyi, asumieron el papel de liderar un pequeño grupo de resistencia en su ciudad natal de Hexian en la provincia de Anhui, oponiéndose a los invasores japoneses. Desafortunadamente, en una feroz batalla, Liu perdió la vida y Cheng fue capturado y posteriormente sometido a brutales interrogatorios y torturas por parte de las fuerzas japonesas. La fotografía captura un poderoso momento de resistencia y desafío de Cheng frente a sus opresores. A pesar de soportar horrores indescriptibles, se mantiene erguida, cruza los brazos y mantiene una sonrisa resuelta, negando a sus torturadores la satisfacción de quebrantar su espíritu.

Trágicamente, poco después de que se tomó la fotografía, Cheng fue asesinada con bayoneta por los hombres detrás de ella, quienes la apuñalaron con cuchillos unidos a sus armas. Cheng y Liu ahora son venerados como mártires en China, lo que simboliza el espíritu inquebrantable del pueblo chino frente a la injusticia y la opresión. Su valentía y sacrificio dejaron un impacto duradero, a pesar de que no tuvieron hijos para continuar con su legado.

Los japoneses cometieron crímenes atroces contra la humanidad durante su presencia en China, dejando un doloroso capítulo en la historia. La historia de Cheng sirve como un conmovedor recordatorio de la fuerza y la resiliencia de las mujeres que enfrentaron la adversidad y lucharon por lo que creían.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Confederación Argentina: Los degolladores

Los degolladores

Revisionistas


Los degolladores, óleo de Cesáreo B. de Quirós.

-¿Cómo se degollaba, don Pascasio?

Esta pregunta se la oímos hacer hace más de un siglo a don Pascasio Rivas, un cordobés que anduvo en muchas y que también vio muchas…

-Y… lo más fácil.  Se le metía el cuchillo debajo de la oreja, detrás de la carretilla y se lo hacía bandear al otro lado.  Después no había más que cortar p’adelante.  Igual que a las ovejas.

El famoso gaucho alzado Ledesma, un temible asesino que, por una burla del destino, fue a morir en duelo criollo a manos de un pobre agente de policía (allá por mil ochocientos noventa y tantos), contaba en los fogones de las islas de Verde, frente al Saladero Cabal:

-Yo he degoyau de todo y a veces por curiosidá.  M’entretenía hasta con loj perroj y cualisquier bicho.  Y dispuej loj soltaba pa ver ande iban a parar.  El que va a cáir maj lejo ej el cristiano.

En nuestra historia del siglo XIX abundan los casos de degüellos, tal vez porque fuimos durante ese lapso un pueblo eminentemente ganadero.  La mayor industria que tuvimos, por no decir la más importante, el saladero, era una verdadera orgía de sangre.  Al animal se lo enlazaba, desjarretaba y degollaba en medio de una batahola de gritos y perros, y entre charcos de sangre y pisando achuras y residuos.  La muchachada de la ciudad y de los pueblos iba a los saladeros y mataderos a entretenerse viendo degollar reses.  Esteban Echeverría ha dejado tal vez una de sus mejores páginas en la dramática descripción de estas faenas.  Estas cosas no se vieron jamás en Europa.  Y menos en esas aldeas donde se mataba un cerdo una vez al año y donde faenar una vaca era algo inconcebible, al extremo de que si la parición de ésta coincidía con el  parto de la nuera, lo más probable era que el suegro corriese en busca del veterinario y se dejaba a la parturienta en manos de la abuela y alguna vecina.

En tiempos no tan lejanos los chicos jugaban a los vaqueros y a los astronautas.  En el campo y aun en los pueblos y ciudades a donde llegaba la influencia rural, se jugaba a “las estancias”.  Se simulaban yerras, y naturalmente se “degollaban reses”, para lo cual no faltaban los que se prestaban a ser novillos y los que la oficiaban de “degolladores”.

Alguna vez oímos a nuestras abuelas referirse a los tiempos en que eran niñas:

-Teníamos que esconder las muñecas porque los muchachos las degollaban para jugar.

Cuando había que sacrificar un animal no se pensaba sino en degollarlo, aunque se tratase de un caballo de carrera que había sufrido una quebradura incurable.  El dueño lo mandaba degollar, porque así lo determinaba la costumbre.  Y no se le ocurría abreviarle a la pobre bestia los sufrimientos pegándole un tiro, aunque estuviese con el revólver en el cinto y los ojos llenos de lágrimas.

Un tal Argumedo, hijo de un comandante entrerriano, contaba:

-Mi padre me enseñó a degollar.  La primera volada me la dio cuando tenía catorce años.  Al principio cuesta y uno se embadurna entero.  Pero después se hace baquiano.

Ha sido precisamente un pintor entrerriano, Cesáreo Bernaldo de Quirós, quien ha dejado uno de los documentos más dramáticos de esos tiempos.  Se trata de los cuadros “Los degolladores” y “El matadero”, que se exhiben en el Museo Nacional de Bellas Artes.  El de “Los degolladores”, sobre todo, horroriza por su tremendo realismo, acentuado por el violento colorido, con predominio del rojo, como casi toda la obra de ese artista.  Allí se ve también una manta extendida sobre los pastos, donde se han ido arrojando las prendas de plata quitadas a los condenados.  Era el pago que a veces recibían los degolladores para cumplir su oficio.

Cesáreo Bernaldo de Quirós tuvo buenos motivos de inspiración en su tierra natal, sobre todo con los procedimientos de Justo José de Urquiza, que, según la tradición, mandaba degollar a los ladrones.  Se cuenta que hubo quien perdió la cabeza por haberle robado una sandía.  A Santa Fe fue a parar uno que se escapó arañando de que Justo lo hiciese degollar por uno de estos delitos.  Cayó a la ciudad de Estanislao López ostentando un gran claro sobre la frente, donde no le había quedado sino uno que otro pelito.  Tomado firmemente de los cabellos, en el momento en que le arrimaron el cuchillo dio un tremendo cabezazo hacia atrás y escapó.  El frustrado degollador se quedó bramando de indignación con el mechón entre los dedos, mientras el otro ganaba el monte con tan buenas ganas de disparar que no lo alcanzaron ni con perros.  “Jamás volveré a degollar sin haberlos maneado antes”, fue el amargo comentario del burlado…

No es para extrañarse de que aquél dejase el jopo en manos de su presunto degollador.  En trance de morir, el ser humano suele adquirir fuerzas descomunales.  Cuando degollaron en Cayastá, siglo XIX, al conde Tessieres de Bois Bertrand con toda una numerosa familia, en uno de los hechos más dramáticos que es posible imaginar, un muchacho de catorce años, en un descuido de los asesinos que habían cerrado todas las puertas de la residencia para no dejar uno vivo, escapó a través de una sólida reja doblando los hierros.  Cuando después se hizo la reconstrucción del crimen, el pobre chico no pudo hacer pasar siquiera la cabeza por el sitio por donde él mismo había escapado en un momento de desesperación.

Muchas veces, por circunstancias especiales –venganzas personales, odios políticos profundos, etc.- los degolladores prolongaban el suplicio.  Tal es lo que ocurrió en Tucumán con el doctor Marco Avellaneda.  Dicen que lo ultimaron con un cuchillo desafilado y mellado, y como el degollador, probablemente a propósito, demoraba la faena, el doctor Avellaneda le gritó: “Apure, apure…”.

Degüello también por venganza fue el que ocurrió en La Cimbra (Santa Fe) con el hotelero suizo Antonio von Will, quien había venido de Nueva York para atender un negocio de su hermano, que debía viajar a Suiza.  En esos días se produjo la revolución de 1893 y los radicales tomaron el pueblo de Helvecia, distante 15 kilómetros de Cayastá.  El gobierno mandó tropas, a las que se agregaron varios cientos de irregulares y merodeadores.  Von Will aprovechó que se detuvieron en las proximidades de Cayastá y corrió a avisar a Helvecia.  Allí los revolucionarios esperaron prevenidos a sus adversarios y les hicieron treinta muertos, entre los que cayó el comandante de milicias Camilo Romero.  Retomado más tarde el gobierno, su hermano Benito, también comandante, sacó una noche sigilosamente a von Will y lo hizo degollar junto a un arroyo.  En venganza por la muerte de su hermano –y también, sin duda, por ser gringo y meterse en las cosas nuestras- ordenó al victimario:

-Degoyalo a lo chanco y removele el cuchiyo.

Es decir, que le clavara el cuchillo en la garganta, hacia abajo, y le hurgara la herida hasta verlo morir.

En condiciones también muy crueles –si es que se puede agregar mayor crueldad a un degüello- fue muerto el coronel Martín de Santa Coloma, apenas terminó la batalla de Caseros.

No bien cayó prisionero, fue llevado a presencia de Urquiza, quien ordenó secamente:

-Degüellenló por la nuca,  Así paga las que ha hecho.

No era faena fácil eso de degollar por la nuca.  Había que cortar primero los músculos de la parte posterior del cuello, para abrir camino hasta la columna vertebral.  Allí, con el filo del cuchillo, se busca una articulación de las vértebras para seccionar la columna y llegar luego a la garganta.  Si el degollador le erraba a la articulación en los primeros intentos o se ponía nervioso, como el verdugo que, según Maurois, decapitó a María Estuardo, el trabajo se prolongaba.  Lo más probable entonces, era que se decidiese a cortar en cualquier parte hachando a machetazos el espinazo.  La sección de la médula abreviaba la agonía.

En su historia de Corrientes, el doctor Francisco Mansilla relata las alternativas del degüello de Pago Largo, de acuerdo a lo que le refiriera un testigo.  Dice que alinearon a los prisioneros y los fueron contando.  Cada diez sacaban uno y lo degollaban,  Cuando llegaron al otro extremo, comenzaron de nuevo en sentido inverso.  La oficialidad de las fuerzas entrerrianas presenciaba el espectáculo, festejando lo que le causaba gracia.  También andaba entreverado el mayor Calventos, quien se paseaba sobando cuidadosamente una lonja de piel fresca:

-Esta se la saqué del lomo a Berón de Astrada…

Se dice que con ella fabricó una manea que mando a Juan Manuel de Rosas.

En el cuadro de Quirós los degollados aparecen con las manos atadas a la espalda y los pies también amarrados.  Así se los degollaba más fácil, pues los prisioneros –sobre todo si eran de agallas- se defendían como podían.

Por ejemplo, el valiente coronel Martiniano Chilavert, que murió atacando a sus verdugos a puñetazos y puntapiés, había sido jefe de la artillería rosista en Caseros.  Pero Chilavert se resistió por un motivo distinto; Urquiza quiso hacerlo fusilar por la espalda.  Cayó acribillado a bayonetazos, golpes de sable y culatazos.  Pero no le dio a Urquiza el gusto de que lo vieran morir como un traidor, que nunca lo había sido y menos en su Patria.

Todo lo que se acaba de relatar causa horror y no es para menos.  Pero ello no ha sido algo exclusivo de los argentinos y menos de “los tiempos del rosismo”.  Tampoco nuestros comandantes de campaña eran tan refinados como para inventar suplicios como los que los hombres de toga mandaron aplicar a Tupac Amarú, condenándolo a ser descuartizado atando sus miembros a cuatro caballos, mientras mandaron cortar la lengua y después degollar a su esposa, sus hijitos y todos los parientes más o menos cercanos.  El caballero Martín de Alzaga, héroe durante las invasiones inglesas, mandó aplicar tormento a un pobre infeliz acusado de difundir noticias de la Revolución Francesa.  Rodeado de toda la aparatosidad legal y procesal de circunstancias, el verdugo le amarró las manos y le fue introduciendo cuñas de hierro debajo de cada uña.  La sesión indagatoria se repitió dos veces.  En la primera se le destrozaron las uñas de los dedos de una mano; en la segunda se le mutiló la otra.  Encima resultó que el pobre era inocente.

El ambiente en que se vivió durante el siglo XIX en nuestro país bien pudo producir gente insensible y bárbara.  Pero de alguna pasta muy buena debe estar amasado el espíritu de nuestro pueblo cuando, a pesar de ello, jamás permitió un linchamiento ni acepta la pena de muerte y ni siquiera admite que se realicen corridas de toros….  No deja de ser alentador este largo camino recorrido por los argentinos desde la frecuentación de esos degüellos que hemos relatado y el respeto por la vida ajena que actualmente forma parte de nuestra modalidad nacional.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Vigo, Juan M. – La historia chica: Los degolladores, Buenos Aires (1967)

Portal www.revisionistas.com.ar