jueves, 3 de abril de 2014

Revolución Libertadora: La situación en Cuyo



Cuyo se moviliza

La noche del 17 de septiembre, las tropas del II Ejército llegaron a las puertas de la ciudad de Mendoza y allí se detuvieron. El general Julio Alberto Lagos los esperaba en ese punto listo para recibir el mando de manos de su comandante, el general Eugenio Arandía.


General Julio Alberto Lagos

Una vez al frente de la poderosa unidad, Lagos solicitó un informe de la situación pues necesitaba adoptar rápidas medidas antes de ponerse en marcha hacia Córdoba. El cuadro de situación que le describió Arandía no era el que esperaba pues según le explicaron, había falta de integración entre los mandos y las noticias emitidas por la radio, limitaban la revolución al foco rebelde de la provincia mediterránea que en esos momentos estaba siendo cercado por las tropas leales al mando de los generales Iñíguez, Morello y Moschini.
En vista de ello, influenciado por las falsas noticias emitidas por las estaciones de radio gubernamentales y dejándose llevar por un contraproducente exceso de prudencia, Lagos aprobó la resolución emanada de su Estado Mayor y se replegó hacia Mendoza, abandonando a las fuerzas de Lonardi a su suerte. De acuerdo a la conclusión a la que habían llegado con el general Arandía, si llegaba a estallar la guerra civil (que de hecho ya había comenzado), iba a ser necesario consolidar a las tres provincias cuyanas sin arriesgar sus fuerzas en una confrontación que a corto plazo, habría de aniquilarlas.
Las tropas de Lagos pernoctaron junto al puente de acceso a Palmira y a la mañana siguiente entraron en la ciudad, con el Batallón de Infantería de Montaña 2 de Calingasta a la cabeza, comandado por el teniente coronel Eduardo Aguirre. La larga columna de vehículos encontró las vías de acceso obstaculizadas por ómnibus y camiones que la CGT había abandonado durante la noche para dificultar el avance, pinchando los neumáticos de la mayoría. Bajo la dirección de oficiales y suboficiales, los conscriptos procedieron a retirarlos, apartando los vehículos del camino o arrojándolos al río y lentamente, el desplazamiento se fue haciendo efectivo.
El II Ejército fue recibido con júbilo. La población, movilizada por el Dr. Facundo Suárez[1], salió a las calles a vitorearlo y la gente se acercó a los soldados para entregarles alimentos y bebidas mientras gritaba y aplaudía su paso desde Guaymallén, por la avenida San Martín.
Lagos instaló su comando en el Liceo Militar y designó gobernador provisional de la provincia al general Roberto Nazar. Quien fuera su titular hasta ese momento, el Dr. Carlos Horacio Evans, se presentó poco después, para ponerse a su disposición y luego de un breve y correcto intercambio de palabras, se le indicó que podía abandonar la provincia o permanecer en su hogar, optando finalmente, por esta última proposición.
Una de las primeras órdenes impartidas por Lagos al llegar a Mendoza, fue ocupar la emisora radial, despachando para esa misión un pelotón al mando del teniente coronel Eduardo Aguirre, jefe del Batallón de Montaña 2 de Calingasta de destacada actuación durante la rebelión de San Luis. Aguirre se apoderó de la estación sin inconvenientes y de manera inmediata puso en funciones al teniente coronel Mario A. Fonseca, que una vez al micrófono, procedió a comunicar a la ciudadanía que tanto Mendoza como San Luis, se hallaban en poder de la revolución.
Otra importante medida que adoptó el general Lagos, fue la detención de altos dirigentes del oficialismo regional, representados principalmente por la cúpula política y gremial y por militantes de las unidades básicas justicialistas, quienes representaban una seria amenaza para la revolución. En ninguna de las unidades básicas allanadas opusieron resistencia Donde sí hubo problemas fue en el local de la CGT, en el que se habían atrincherado muchos de sus dirigentes, afiliados y obreros.
El teniente coronel Aguirre ser encaminó hacia la sede de la central obrera al frente de un pelotón, creyendo que la toma del edificio iba a ser cosa sencilla, sin embargo, al llegar al lugar, fue recibido por una nutrida lluvia de bala que lo obligó a  adoptar medidas defensivas.
Siguiendo órdenes de su jefe, los soldados saltaron de los jeeps en los que habían venido y una vez a cubierto abrieron fuego, generando un violento intercambio de disparos en el que dos conscriptos perdieron la vida y dos oficiales resultaron heridos.
El combate se prolongó varios minutos, con los sindicalistas conteniendo todo intento de acercamiento, cosa que obligó a Aguirre a pedir refuerzos. Mientras disparaba su pistola ametralladora impartía directivas preocupado por la seguridad de sus hombres. Dos de ellos yacían muertos sobre el pavimento y otros dos, gravemente heridos, intentaban cubrirse detrás de los vehículos.
Aguirre vio que los sindicalistas disparaban desde varios puntos, algunos desde las ventanas superiores y otros desde los techos, por lo que intentó concentrar sus ráfagas en esos puntos.
La llegada de do camiones con tropas fue lo que decidió el enfrentamiento. Sabiéndose rodeados y desbordados en hombres y armamento, los sindicalistas hicieron flamear un trozo de tela blanco atado a un palo y se rindieron. La sede sindical fue controlada y sus defensores obligados a salir lentamente, con las manos sobre la cabeza. Una vez fuera se los sometió a un intenso registro y acto seguido, se los obligó a subir a los camiones para ser conducidos a prisión. Los cuerpos de los soldados muertos fueron evacuados en una ambulancia que llegó unos minutos después y con ellos partieron los heridos en dirección al hospital. Las acciones en Cuyo habían cobrado sus primeras víctimas.
Dominada la ciudad, el general Lagos mandó ocupar la Base Aérea de El Plumerillo, hacia la cual envió al segundo del general Arandía, coronel Nicolás Plantamura, acompañado por la escolta del Destacamento 1 de Infantería de Montaña al mando del teniente coronel Alberto Cabello. En el lugar los esperaba el vicecomodoro Martín Alió, conocido por su tendencia peronista, que hizo entrega de la unidad militar aclarando antes que no se plegaba al alzamiento. Sí lo hicieron, en cambio, sus oficiales, a quienes Plantamura reunió en el casino para dialogar y conocer su postura respecto a la revolución. Quedaban a disposición de las fuerzas rebeldes doce bombarderos Calquin de fabricación nacional, que sumados a la poderosa dotación de Villa Reynolds, constituyeron un arma de gran valor.
De regreso en Mendoza, el teniente coronel Cabello recibió la orden de apoyar al pelotón del mayor Rufino Ortega que debía tomar la sede local de la Policía Federal, misión que se cumplió con el apoyo de comandos civiles revolucionarios sin ningún tipo de incidencias.
Esa era la situación en Mendoza y San Luis cuando, pasado el medio día, el teniente coronel Fonseca, el mismo que había transmitido por radio los mensajes revolucionarios, solicitó autorización para marchar sobre San Juan, temeroso de la actitud que pudiera asumir el jefe de aquella guarnición, coronel Ricardo Botto.
Tras obtener el visto bueno de sus superiores, Fonseca reunió bajo su mando al batallón de Infantería del coronel Aguirre y a la Compañía de Zapadores de San Juan que allí reforzaba al II Ejército y provisto de un cañón del batallón de artillería que comandaba el teniente coronel Fernando Elizondo, se puso en marcha.
Las tropas viajaron durante toda la noche, deteniendo su marcha al amanecer, en la localidad de Carpintería, inmediata a la capital provincial. Desde allí siguieron a plena luz, mientras la gente, casi toda oriunda de los campos, fincas y viñedos inmediatos a la ruta se agolpaba a la vera de la ruta para saludar a la tropa. Como bien relata Ruiz Moreno, de quien extraemos la mayor parte de la información, la gente no olvidaba la prohibición de llevar a cabo la procesión de la Virgen de Andacollo, impuesta por el gobierno.
Donde hubo tensión fue en San Juan, producto del despliegue de fuerzas policiales efectuado por el comisario César Camargo. Los policías estaban decididos a resistir pero la intervención de Fonseca, sanjuanino también y amigo de la infancia de Camargo, evitó el derramamiento de sangre. Era evidente que la policía no era una fuerza adecuada para enfrentar al Ejército y era necesario, a toda costa, evitar cualquier tipo de choque.
Camargo accedió y levantó el dispositivo para que las tropas entrasen en la ciudad, cuna de ilustres personalidades de la historia argentina como Domingo Faustino Sarmiento, fray Justo Santa María de Oro y Francisco Narciso Laprida. Allí también se vivieron escenas de júbilo, con la multitud aclamando y aplaudiendo el paso de los efectivos rebeldes. Incluso fue sacada de la catedral la Virgen de la Merced frente a la cual, la muchedumbre se congregó y oró, cubriendo la Plaza 25 de Mayo. Fonseca fue llevado en andas hasta la Casa de Gobierno donde su titular, Juan Viviani, le hizo entrega del mando. De esa manera Cuyo quedó en poder de la revolución con el general Lagos, al frente del mando civil y militar.

A las 06.30 del 19 de septiembre, un Beechcraft AT-11 procedente de Córdoba aterrizó en pleno campo, sobre la Ruta 40, a 30 kilómetros al sur de Mendoza,  trayendo a bordo al capitán de fragata Carlos García Favre, emisario del general Lonardi. Ni bien descendió del avión, el oficial naval abordó un vehículo particular que de manera inmediata lo condujo a Luján de Cuyo, escala previa a la capital provincial, donde llegó alrededor de las 11.00 cuando la población festejaba en las calles la llegada del II Ejército, procedente de San Luis.
Una hora después, fue conducido ante el general Lagos, urgido como estaba de ponerlo al tanto de la difícil situación que atravesaba la guarnición rebelde. Una vez en su presencia, el capitán de fragata Carlos García Favre, le transmitió el angustioso pedido de refuerzos de su par y de la imperiosa necesidad de que se pusiese en marcha a la mayor brevedad posible para aliviar su difícil situación. Mientras esto ocurría, en las calles, la multitud cantaba consignas en favor de la revolución y de la libertad, ignorante de esos acontecimientos que se estaban desarrollando.
Lejos de lo que García Favre se imaginaba, la actitud de Lagos fue de cautela. Después escucharlo atentamente, el general habló con parsimonia, detallando los inconvenientes que implicaba prestar socorro a Lonardi. Según sus palabras, el II Ejército no era plenamente conciente de lo que estaba ocurriendo, se hallaba imbuido por la consigna de no derramar sangre entre hermanos y por esa razón, no se podía contar con su plena subordinación al momento de marchar sobre Córdoba. Por otra parte, la toma de Río Cuarto era imposible porque el combustible escaseaba y era extremadamente difícil conseguirlo.
García Favre quedó consternado porque no esperaba semejante actitud. Sumamente nervioso, volvió a insistir: Córdoba necesitaba urgentemente refuerzos porque de no contar con ellos la revolución terminaría por ser derrotada. Lagos se mantuvo en su posición. Sin pronunciar palabra, escuchó con expresión grave al emisario y luego lo citó a un nuevo encuentro a las 18.00 horas.
Para entonces, todas las sedes partidarias del peronismo habían sido allanadas y los domicilios particulares de varios activistas requisados, a efectos de prevenir actos de sabotaje, todo eso antes de que la radio informase que a partir de las 21.00 de ese mismo día se imponía el toque de queda y que la ley marcial regía en toda la ciudad.

A la hora acordada García Favre, vistiendo ropas de civil, se presentó en los cuarteles del Batallón 8 de Zapadores para su segunda reunión con Lagos. Al llegar, fue invitado a presenciar la formación en la plaza de armas, frente a la cual, el general tomó posesión formal de su cargo y arengó a tropas y civiles, exhortándolos a luchar por la libertad. También elogió a la Armada por su valeroso e inclaudicable accionar, manifestando sobre el final que la unión de las tres fuerzas acabaría por otorgarles la victoria. Pero en lo que a la ayuda solicitada se refiere, nada le dijo a García Favre en concreto. Cuando el enlace intentó comunicarse con Lonardi para imponerlo de la situación, se encontró con que la detención de los oficiales a cargo de las comunicaciones, le impedía establecer contacto.
Durante la noche del 18 al 19 de septiembre, el general Lagos y su alto mando elaboró un plan tendiente a aligerar la difícil situación en la que se encontraba el general Lonardi. Entre otras cosas, se decidió un ataque aéreo desde Villa Reynolds al aeródromo de Las Higueras, a efectos de neutralizar a los Gloster Meteor leales que operaban desde allí.
Como explica Ruiz Moreno, Villa Reynolds, asiento de la V Brigada Aérea, había sido ocupada el domingo 18 por efectivos del Destacamento IV de Montaña de Tupungato que habían partido el día anterior desde San Luis, con ese destino.
La toma de la base estuvo a cargo del Batallón I del Regimiento 21 de Infantería de Montaña al mando del mayor Celestino Argumedo, que hizo su arribo después de dos horas de marcha a lo largo de 110 kilómetros de ruta. En la brigada, los esperaba reunida la oficialidad que a esa hora (03.00 de la madrugada) tenía el control de la unidad, después de un intenso combate con los 278 suboficiales leales que la custodiaban y que intentaron actos de sabotaje.
Esa misma tarde (17.30), el mayor Argumedo se comunicó con el general Lagos para sugerirle llevar a cabo el planeado ataque al aeródromo de Las Higueras, porque a esa altura, resultaba imperioso neutralizar la amenaza que representaban los Gloster Meteor que operaban desde allí. Le contestaron tres horas después, indicándole que se quedara en sus posiciones hasta nuevo aviso.
El ataque jamás se concretó y Argumedo se limitó solamente a surtir de bombas tanto a las fuerzas revolucionarias de Córdoba como a las de Comandante Espora y a proporcionar armas livianas al comando civil revolucionario del Dr. Guillermo Torres Fotheringham que debía apoderarse de Radio Ranquel de Río Cuarto.
A la mañana siguiente, tuvo lugar un hecho inesperado que levantó notablemente la moral de las fuerzas revolucionarias. Soldados del II Ejército que inspeccionaban la estación ferroviaria de Mendoza descubrieron un vagón repleto de armamento de última generación procedente de EE.UU, que se hallaba en ese lugar en tránsito hacia Chile. La carga, compuesta por bazucas, cañones-cohetes sin retroceso y ametralladoras, fue incautada y distribuida entre las tropas que al día siguiente debían marchar sobre Río Cuarto. La alegría que despertó el hallazgo significó poco para el capitán García Favre ya que en horas de la tarde, el general Lagos le manifestó no pensaba distraer efectivos hacia Córdoba porque planeaba consolidar sus posiciones en Mendoza.
El emisario del general Lonardi quedó perplejo pero logró para hacer una propuesta tendiente a complicar la situación de Perón y aligerar la de su superior: solicitar a los organismos internacionales el reconocimiento de Cuyo como territorio beligerante. Lagos estuvo de acuerdo y sin perder tiempo, le ordenó al Dr. Bonifacio del Carril, auditor honorario del Ejército en Campaña, que diera inicio a las gestiones correspondientes.

Debido a que en Córdoba se desconocía la situación de Cuyo, Lonardi despachó al mayor Francisco Guevara con la misión de comunicar a Lagos que estaba pronto a establecer un puente aéreo entre ambas provincias a efectos de transportar los refuerzos del II Ejército a la zona de combate.
Conforme a ese plan, La Escuela de Aviación Militar comenzó a alistar tres DC-3 y un Convair de Aerolíneas Argentinas, al que se le quitaron los asientos para aumentar su capacidad. Al frente de los mismos fue puesto el aviador civil Alfredo Barragán, piloto de la empresa aérea estatal y decidido partidario de la revolución, quien debía conducir los aviones hasta Mendoza en compañía del teniente coronel Carlos Godoy.
Guevara abordó un Beechcraft AT-11 piloteado por el capitán González Albarracín, un copiloto y un radiotelegrafista y partió a través el corredor aéreo del lago San Roque, el único que aún permanecía abierto a la aviación rebelde, con destino a Cuyo. La nave voló bajo hasta alcanzar las aguas y en ese punto levantó vuelo, para alejarse por entre las posiciones que ocupaban el Regimiento 14 de Infantería y el Regimiento de Artillería Antiaérea.
Tras dos horas de vuelo, el avión tocó tierra en El Plumerillo, desde donde partió Guevara para encontrarse con Lagos.
Al verlo llegar, el general se incorporó y lo saludó afectuosamente, invitándolo a participar de la reunión que en esos momentos mantenía con Arandía y García Favre. El jefe del II Ejército parecía ajeno a la realidad y daba la sensación de que la entrada triunfal que había hecho en Mendoza, había influenciado negativamente en él.
Guevara hizo un detallado relato de lo que acontecía en Córdoba y al igual que García Favre, puso especial énfasis en la necesidad de refuerzos que tenía el general Lonardi. Cuando terminó de hablar, entregó a Lagos una carta del jefe de la revolución en la que aquel le solicitaba el envío urgente de toda la infantería con sus morteros y ametralladoras, explicando que la crisis que padecida su agrupación era, precisamente, de infantería y que su situación se había agravado tanto, que contaba con ese auxilio para superarla lo antes posible.
Pese a ello y a que Guevara explicó que Lonardi pensaba resistir hasta el final, Lagos volvió a dudar, argumentando que disponía de solo 1000 hombres para la defensa de Cuyo y que no podía privarse de ninguno. Cuando manifestó su decisión de establecer en Mendoza un gobierno provisional, Guevara se sorprendió y respondió que esa idea ya había sido adoptada por el general Lonardi pero que no era primordial en esos momentos.
Aquello hizo recapacitar a Lagos que, al menos de momento, desechó el proyecto para estudiar nuevamente el envío de refuerzos hacia Córdoba.
Se iba el día 19 y Lagos todavía pensaba.

Mientras Lagos y Guevara discutían, aterrizaban en El Plumerillo el avión de Aerolíneas Argentinas que había enviado Lonardi al comandado de Barragán.
Una vez en tierra, los recién llegados se encaminaron presurosamente hasta el puesto de mando de Lagos y solicitar hablar con él. En esos momento, el general se hallaba reunido con el general Arandía, el mayor Enzo Garuti, juez de Instrucción Militar, el teniente coronel Eduardo Aguirre, el capitán García Favre y el mayor Guevara.
Los recién llegados estaban sumamente ansiosos cuando ingresaron en la habitación, suponiendo que para entonces todo estaba decidido, pero una vez más Lagos dio largas al asunto, pretendiendo que su Estado Mayor se detuviese a analizar a fondo la situación. Esa actitud exasperó los ánimos, en especial el del comandante Barragán quien, levantando la voz, exigió el inmediato envío de refuerzos. La respuesta que recibió lo dejó azorado por lo insólita y absurda:

-No puedo distraer tropas porque aquí la CGT es muy fuerte y puedo tener problemas.

Eso fue la gota que rebalsó el vaso.
-¡¡¿Pero cómo que la CGT va a ser un problema para el Ejército?!! -gritó Barragán- ¡¡¿qué está diciendo?!! ¡¡El problema lo tenemos nosotros!! ¡¡¡Vamos general, tiene que darnos las tropas y las armas ya mismo!!!

Tan fuera de sí estaba el piloto, que mientras hablaba extrajo su arma, obligando a que los presentes interviniesen para intentar aplacar su ira.

-¡Tranquilo Barragán! - dijo el teniente coronel Aguirre - ¡Todo se va a solucionar!

   Entonces, fue el mayor Garuti quien se hizo sentir por encima del tumulto.

-¡Es preciso socorrer a Córdoba, general. Cuyo esta en condiciones de hacerlo!

Al escuchar esas palabras, Lagos pareció convencerse y con tono grave ordenó:

-Bien Garuti, organice una Compañía.

Finalmente, después de perder horas preciosas en cavilaciones, el dubitativo jefe del II Ejército autorizó el alistamiento de 200 efectivos de Infantería que, provistos de ametralladoras pesadas y al mando del mayor Garuti, partieron de inmediato hacia El Plumerillo para abordar los aviones que, en un vuelo sin escalas, los conduciría al teatro de operaciones.

Notas

  1. Conocido dirigente radical de la provincia.

 

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