El bombardeo de 1955: sangre y muerte en la Plaza de Mayo y el sueño de ver a Perón bajo los escombros
Fue un plan de la Marina inspirado en el ataque japonés a Pearl Harbor. Tomaron distintas bases aeronavales y de la Fuerza Aérea, y durante cinco horas bombardearon la Plaza de Mayo y sus alrededores. Tenían la intención de tomar la Casa Rosada con “comandos civiles” y gestar un gobierno “democrático”. Fue el crimen colectivo de mayor magnitud de la historia argentinaPor Marcelo Larraquy || Infobae
En momentos en que la relación de Juan Domingo Perón y la Iglesia argentina llegaban al punto de máxima tensión, con miles de feligreses que enfrentaban al gobierno al grito de “Cristo Vence”, unido a la oposición política, un grupo de oficiales de la Aviación Naval, con la anuencia del jefe de la Armada, activaba el bombardeo sobre la Plaza de Mayo que venía planificado en secreto desde hacía varios meses.
Cómo fue el operativo que planeó la Marina, inspirado en el ataque japonés a Pearl Harbor, cuando tomaron las distintas bases aeronavales de la Fuerza Aérea y durante cinco horas bombardearon la Plaza de Mayo y sus alrededores. Los detalles de la operación que pretendía tomar la Casa Rosada con “comandos civiles” y gestar un gobierno “democrático”. En un extracto del libro de Marcelo Larraquy, “Argentina, un siglo de violencia política”, la trama secreta del crimen colectivo de mayor magnitud de la historia argentina.
(…) Entonces no se preveía que la peor respuesta contra Perón no vendría del Vaticano sino del cielo. Muchos de los aviadores navales que bombardearían Buenos Aires el 16 de junio de 1955 habían acompañado la celebración de Corpus Christi el sábado 11. Hasta entonces, no sabían cuándo ni cómo matarían a Perón. Solo tres de sus jefes conocían el plan: la aviación naval bombardearía la Casa Rosada en momentos en que Perón reuniera a su “estado mayor”, los hombres con los que compartía las decisiones de gobierno. Se encontraba con ellos, semana de por medio, los días miércoles a las diez de la mañana. A esa hora se iniciaría el bombardeo. Duraría solo tres minutos.
El plan necesitaba apoyo terrestre. Después de la última detonación, se activarían las células de los comandos civiles. Las componían alrededor de cuatrocientos o quinientos hombres que permanecerían disimulados en calles y bares del centro de Buenos Aires. También debían bloquear los accesos a la Plaza de Mayo. Disponían de dieciséis automóviles. En la hipótesis de que la misión fuese exitosa, y que Perón y su gobierno quedaran reducidos a escombros, los comandos se servirían del terror y la humareda para tomar la Casa Rosada por el acceso de la calle Balcarce. Quizá deberían enfrentar al cuerpo de Granaderos, ya diezmado por las bombas. Los granaderos no eran más de cuarenta hombres sin otra infraestructura que un destacamento interno en la Casa de Gobierno. Si en esas condiciones bloqueaban a los comandos civiles, no podrían contener el avance simultáneo de los infantes de Marina por la retaguardia de la Casa Rosada. Los infantes eran alrededor de trescientos hombres distribuidos en dos compañías. Contaban con fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, que la Armada había hecho ingresar de contrabando. Serían entregados solo un día antes del bombardeo. Los granaderos, en cambio, debían defender la Casa Rosada con fusiles Mauser, un arma de principios del siglo XX.
Uno de los fusiles FN 49 semiautomáticos usados por la IMARA en el intento de golpe
La comunicación era otro factor clave para la definición del combate. Los conspiradores habían contactado al ex capitán Walter Viader, sublevado de 1951 con el general Menéndez, enviado a prisión y luego amnistiado. Junto a los comandos civiles, Viader organizaría la toma de las radios que difundirían la proclama golpista. Se esperaba que la noticia de la caída de Perón hiciera saltar a las calles a los opositores.
Después del bombardeo, una junta cívico-militar controlaría el poder. Intervendrían la CGT y las provincias, liberarían a los presos por razones políticas y fusilarían a quienes resistieran su autoridad. Los civiles convocados al nuevo gobierno serían tres activos dirigentes de “la contra” peronista: Adolfo Vicchi, mendocino, conservador; Américo Ghioldi, del Partido Socialista, exiliado en el Uruguay, y Miguel Ángel Zavala Ortiz, el más importante de todos, de la facción “unionista” del radicalismo, que acababa de perder el control del partido a manos de Arturo Frondizi. Zavala se comprometió a tomar las bases aeronavales junto a los aviadores.
Lo que preocupaba a los conspiradores era la imposibilidad de acumular fuerzas, después del primer impacto, para defender la toma de la Casa Rosada. Cumplido el objetivo de extirpar el núcleo duro del poder, quedarían en evidencia las víctimas de las bombas en las inmediaciones de la Plaza de Mayo. Se esperaba una reacción popular en defensa de Perón. Esta eventualidad hacía impredecible el curso de la operación. Más incertidumbre generaba la reacción del Ejército, una vez consumados los hechos. En ese ámbito, apenas contaban con la promesa del general León Bengoa, que llegaría a Buenos Aires en tren con una división de Infantería procedente de Paraná. Bengoa adelantó que iniciaría la expedición luego del estallido. No estaría en el frente de batalla desde el primer momento. El problema de los conspiradores era cómo fortalecerse para responder a una probable reacción militar y popular del peronismo.
El centro de operaciones de los rebeldes era la base aeronaval de Punta Indio, de donde despegarían los aviones. En media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. La toma de la base no presentaría obstáculos. Era difícil encontrar a algún marino que no fuese antiperonista. El jefe de la conspiración era el capitán de fragata Néstor Noriega.
El aeropuerto de Ezeiza era otra base para el despliegue aéreo. Funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del primer ataque. Desde hacía más de un año se construía allí, en forma clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Un simulacro aéreo oficial, previsto en Bariloche, fue aprovechado para el traslado de los explosivos desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia Punta Indio y Ezeiza.
La Séptima Brigada Aérea de Morón era otro objetivo militar de la conspiración. La toma era más delicada. Había oficiales aeronáuticos interesados en la caída de Perón, pero sin el nivel de intolerancia de la Marina. El control de la brigada permitiría tomar los aviones caza de propulsión a reacción Gloster Meteor. Además, la toma de Morón, la base aeronáutica más próxima al escenario de los hechos, bloqueaba la posibilidad de una respuesta inmediata.
La
escuadra aeronaval para el bombardeo estaba compuesta por veintiocho
aviones. Cinco de ellos eran los Beechcraft AT11. Descargaban bombas en
vuelo horizontal. Los pilotos se habían entrenado con descensos apenas
arriba de los cien metros. Otro avión era el North American AT6. Podía
descargar bombas de cincuenta kilos volando en picada hacia el
objetivo. Tenían veinte naves. La escuadra se completaba con tres
hidroaviones Catalina, también de bombardeo horizontal, con bombas de
doscientos cincuenta kilos. Un Douglas DC3 y otro DC4 trasladarían las
bombas a Ezeiza. En caso de que el golpe fracasara, serían utilizados
para llevar a los conspiradores al Uruguay.
La
idea del bombardeo tenía al menos dos años. Había sido lanzada casi
al azar en una comida de a bordo: imitar el bombardeo japonés contra
los norteamericanos en Pearl Harbor, durante la Segunda Guerra Mundial, y
destruir la Casa Rosada. Esa era la síntesis. Parecía una fantasía, pero la idea de sepultar a Perón bajo los escombros y poner punto final a su gobierno entusiasmó a los marinos y empezó a fluir de abajo hacia arriba.
El que motorizó el bombardeo fue el capitán de fragata Jorge Bassi. Sería el responsable de sublevar la base de Ezeiza. Bassi construyó el depósito clandestino y durante meses buscó un jefe que se pusiera al frente de la conspiración. Fue el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón. El almirante Aníbal Olivieri, jefe de la Armada, había sido sondeado para conducir el complot, pero no quiso asumir la jefatura. Dejó que la sublevación hiciera su propio camino. Cedería el Ministerio de Marina, ubicado a menos de trescientos metros del objetivo enemigo.
Los capitanes Noriega y Bassi, en cambio, se ocuparían de la logística: los aviones, el alzamiento de las bases, la carga de bombas y de combustible, la comunicación interna entre los complotados.
La fecha del ataque a la Casa Rosada se decidió de apuro. El martes 14 de junio de 1955, a la medianoche, Toranzo Calderón supo que el Servicio de Inteligencia de la Aeronáutica (SIA) tenía filmaciones de la entrada de su edificio en la calle Cuba, en Belgrano, donde se veía el ingreso de los conspiradores. Toranzo Calderón esperaba ser detenido de un momento a otro. Decidió adelantar el bombardeo. No tenía tiempo para ejecutarlo al día siguiente, cuando Perón reuniera a su gabinete, pero tampoco podía demorar la operación durante dos semanas. Se decidió para el jueves 16 de junio de 1955.
Ese día, los Gloster despegarían de Morón y volarían sobre la Catedral de Buenos Aires en homenaje al general José de San Martín y en desagravio a la bandera argentina que había sido quemada durante la celebración de Corpus Christi. La programación de este acto era un regalo del cielo para los conspiradores. Si llegaban a tomar la Séptima Brigada, los pilotos aeronáuticos ametrallarían la Casa Rosada y otros blancos estratégicos del poder peronista.
Para el 16 de junio, el servicio meteorológico anunciaba nubes y poco alcance de la visibilidad. Sin embargo, la decisión ya estaba tomada. Noriega, jefe de la conspiración en la base de Punta Indio, ya tenía la escuadrilla de aviones con las bombas cargadas. Bassi, en Ezeiza, tenía todo pronto para el reabastecimiento y esperaba el arribo de tropas de la Infantería de Marina desde Mar del Plata, Azul y Puerto Belgrano, en Bahía Blanca.
La primera bomba
El 16 de junio de 1955, el capitán Noriega se levantó a las 4 de la madrugada. Ordenó una reunión en la biblioteca del casino de oficiales de la base. En ese momento se hizo público el secreto que ya conocían: el plan de ataque y el objetivo del bombardeo. El cielo estaba encapotado; las nubes bajas. Era una madrugada de invierno. Noriega pensó que la luz del día iría componiendo el tiempo. A las 6, casi un centenar de oficiales ya había tomado Punta Indio. Noriega estaba comunicado por radio con Toranzo Calderón en el Ministerio de Marina. Lo acompañaba el vicealmirante Benjamín Gargiulo, que respondía a sus órdenes en el levantamiento, pese a que tenía mayor graduación. Los dos se habían apostado en el comando de la Aviación Naval, en el cuarto piso del Ministerio. Los infantes de Marina estaban en el sótano, a la espera de la primera bomba. La sede naval ya estaba liberada. En la tarde del 15 de junio, Olivieri se había internado en el Hospital Naval.
A las 10 de la mañana, Noriega decidió despegar el Beechcraft AT11 de Punta Indio. Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Llegando a Buenos Aires, advirtió que el clima tornaba imposible la maniobra. Decidió mantenerse en el aire, en los alrededores de Colonia, Uruguay. Confiaba en que el tiempo mejoraría. La autonomía de vuelo del Beechcraft era de cuatro horas. A esas alturas de la mañana, el capitán Bassi ya había tomado Ezeiza, y recibiría el refuerzo de los infantes de Marina, que ya habían partido desde Punta Indio en cinco aviones de transporte Douglas C47. La Brigada de Morón se mantenía sin novedades. Abajo, en tierra, la visibilidad era casi nula. Desde el Ministerio de Marina la niebla no permitía ver la Casa Rosada.
El presidente Perón había llegado a su despacho a las 6.15. A las 7 recibió al embajador norteamericano Albert Nuffert. Una hora más tarde, a las 8, el jefe del Ejército, el general Franklin Lucero, le informó sobre las acciones de los sublevados y la posibilidad de un bombardeo. Ya tenía confirmado que las bases de Punta Indio y de Ezeiza habían sido tomadas. Le dijo al presidente que se fuera de la Casa de Gobierno y se refugiara en el Ministerio de Ejército. No hay precisión exacta sobre la hora en que lo hizo. Perón diría que fue a las 9.30. Las fuentes son contradictorias. La falta de uniformidad, sin embargo, no resuelve el enigma: ¿por qué, si Perón se refugió en el Ministerio de Ejército entre las 9 y las 10 de la mañana en conocimiento del bombardeo, no ordenó el desalojo de la Casa Rosada? A esa hora, alrededor de cuatrocientas personas, entre funcionarios, empleados y público, permanecían en la Casa de Gobierno. Mucha gente que transitaba por la Plaza de Mayo y sus alrededores también estaba en riesgo. ¿Por qué el gobierno no alertó, o prohibió la circulación, o clausuró los accesos? El enigma se mantiene sin respuesta.
El bombardeo había sido anunciado a las 10. Pocos minutos después, Cosme Beccar Varela, miembro de los comandos civiles, entró en contacto con el Ministerio de Marina y le advirtieron que las naves ya estaban en vuelo. Los comandos estaban divididos en tres grupos, enlazados con un mando central. A las 12 seguían sin novedades. Supusieron que el bombardeo se habría abortado y, además, tenían la orden de no volver a llamar al Ministerio. Decepcionados por la demora, se tomó la decisión de licenciar a la tropa.
A las 12.40 el capitán Noriega lanzó la primera bomba sobre la Casa Rosada. Explotó en una cocina de servicio del primer piso. La bomba, que pesaba ciento diez kilos, mató a dos ordenanzas. La explosión hizo caer parte del techo de la sala de prensa. Los periodistas se escondieron en un túnel interno. Tras el primer impacto, una fila de aviones que esperaba su turno en el aire fue aproximándose hacia el objetivo. Cada piloto disponía de dos bombas. Sobrevolaron la Casa Rosada y efectuaron la descarga.
El bombardeo criminal de los sublevados lanzaría catorce toneladas de explosivos para matar a Perón. También, en oleadas sucesivas, bombardearían a la población civil de los alrededores de la Plaza de Mayo y apuntarían sobre la Policía Federal, la sede de la CGT y la residencia presidencial, el Palacio Unzué, en la calle Agüero. Una de las primeras bombas impactó en un trolebús. Provocó un resplandor rojo sobre la calle Paseo Colón. La explosión no desintegró en forma total la estructura del transporte público, pero la onda expansiva hizo que los trozos humanos quedaran incrustados en las paredes internas. Allí no hubo heridos. Hubo sesenta y cinco muertos.
Tras la primera bomba, los infantes de Marina salieron del Ministerio en camiones de la fuerza. Se dividieron en dos. Una compañía se apostó, calle de por medio, a cuarenta metros de la explanada norte de la Casa Rosada. La otra se refugió en la playa de estacionamiento del Automóvil Club, entre el Parque Colón y el Correo Central, a cien metros de la retaguardia de la Casa de Gobierno. Los marinos comenzaron a disparar. La avanzada sorprendió a un cuerpo de granaderos que acababa de bajar de un ómnibus casi en forma simultánea, sea porque era el cambio de guardia o porque fueron convocados de urgencia.
La base de la Brigada de Morón no fue sublevada de inmediato. Siguió bajo el mando oficial. Tras la primera bomba, se ordenó el despegue de los Gloster para combatir a los sublevados. La batalla estaba en el cielo.
Un Gloster persiguió y derribó un avión North American AT6 en la
zona de Aeroparque. El piloto, guardiamarina Arnaldo Román, logró
lanzarse con el paracaídas y cayó sobre el Río de la Plata. Luego fue
capturado. (nota del administrador: ese fue el verdadero bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina)
Parte de la escuadrilla oficial giró hacia la base de Ezeiza para abrir fuego contra los sublevados. En el ataque destruyeron un bombardero Catalina y averiaron una nave de bandera danesa que estaba en la pista del sector aerocomercial. Había fuego cruzado. Los aviones de la Armada comenzaron a bombardear una columna de soldados del Regimiento 3 de La Tablada, que avanzaba en camiones por la avenida Crovara para defender la Casa Rosada. Desde distintas azoteas de edificios públicos en las inmediaciones de la Plaza de Mayo —el Banco Nación, el Ministerio de Economía—, civiles armados comenzaron a disparar contra los aviones rebeldes.
Cuando los Gloster leales aterrizaron luego de su primera incursión, la Brigada de Morón había sido tomada por los conspiradores. El comandante de la Aeronáutica Agustín de la Vega había encañonado a sus jefes mientras observaban el despegue de los jets. Los superiores y subordinados que no habían adherido al levantamiento fueron reducidos en un hangar. Los Gloster cambiaron de pilotos y volvieron a despegar, ahora con un nuevo objetivo: la Casa de Gobierno.
La primera oleada del bombardeo también afectó el edificio del Ministerio de Ejército. Allí, en el sexto piso, estaba el general Lucero junto a Perón, dando instrucciones a las unidades miliares para que ocuparan las posiciones enemigas. Le ordenó a la base aérea de San Luis que despegara una escuadrilla de aviones a reacción y que atacara Punta Indio y Ezeiza. De pronto, la onda expansiva de una bomba alcanzó la oficina. El impacto le hizo perder estabilidad a Perón. Sus auxiliares lo empujaron contra un armario para protegerlo. Enseguida, el Presidente fue trasladado al sótano del edificio.
A media hora de la primera bomba, el balance era el siguiente: la conspiración golpista dominaba las bases de Punta Indio, Ezeiza y Morón. Hasta entonces, el poder de fuego aéreo estaba garantizado. Pero ya se advertían las carencias: la falta de incorporación de tropas del Ejército. El general Bengoa, que había viajado a Buenos Aires a una reunión en Campo de Mayo para disimular su futura participación en la sublevación, fue detenido en Aeroparque, cuando abordaba un avión hacia Paraná. El Ejército se mantenía leal a Perón: no había movilizado ninguna unidad.
La Infantería de Marina todavía mantenía firme su propósito de tomar la Casa Rosada. Pero la realidad era mucho más ardua que los planes originales. En parte porque las explosiones no fueron devastadoras. Si bien estallaron veintinueve bombas que provocaron doce muertos en la Casa Rosada, muchas otras no llegaron a detonar. La baja altura a la que volaban los aviones no permitió que se activaran las espoletas. Además, el tiempo jugaba a favor del gobierno, que podía acumular fuerzas en la defensa; los conspiradores, no. Los comandos civiles se habían dispersado y no retornaron a la Plaza de Mayo. En tierra solo estaban los infantes, que encontraron un inesperado escollo en el cuerpo de Granaderos. La resistencia de los soldados permitió ganar tiempo. Cerca de la 1, a veinte minutos de la primera bomba, desde el Regimiento de Palermo se incorporaron a la zona del combate la artillería liviana y cuatro tanques Sherman.
¡A las calles, en defensa de Perón!
También las bases peronistas comenzaron a movilizarse. A las 13.12, mientras se incrementaba el fuego entre infantes y granaderos, el secretario de la CGT, Hugo Di Pietro, utilizó la cadena radial y llamó a los trabajadores a concentrarse en los alrededores de la CGT. “¡Todos los medios de movilidad deben tomarse a las buenas o a las malas! ¡La CGT los llama a para defender a nuestro líder! ¡Concentrarse inmediatamente pero sin violencias!”, clamó.
Los camiones de la Fundación Eva Perón y de los sindicatos cargaron hombres y mujeres por los barrios del conurbano y de la Capital para llevarlos al teatro de operaciones en defensa de Perón. Algunos iban con las manos vacías, otros llevaban palos, herramientas de trabajo o revólveres cortos. En Constitución y en el centro porteño fueron asaltados dos locales de venta de armas.
La euforia del peronismo que se movilizaba en camiones se atenuaba apenas llegaban a la Plaza de Mayo. En los acoplados se cargaban decenas de cadáveres levantados de la calle. Los heridos eran trasladados a la Asistencia Pública de la calle Esmeralda y a otros hospitales.
Tres minutos después del llamado a la resistencia de la CGT, el ex capitán Viader difundió el bando golpista. Con sus comandos civiles había tomado por la fuerza las instalaciones de Radio Mitre. Obligó
al locutor a leer la proclama:
“Argentinos, argentinos, escuchad este anuncio del Cielo volcado por fin sobre la Tierra. El tirano ha muerto. Nuestra patria desde hoy es libre. Dios sea loado. Compatriotas: las fuerzas de la liberación económica, democrática y republicana han terminado con el tirano. La aviación de la patria al servicio de la libertad ha destruido su refugio y el tirano ha muerto. Los gloriosos cadetes de la Escuela Naval y los valientes soldados de la Escuela de Mecánica de la Armada avanzan desde sus respectivas guarniciones acompañados por compactos grupos populares que vitorean al movimiento revolucionario. Ciudadanos, obreros y estudiantes; la era de la recuperación de la libertad y de los derechos humanos ha llegado”.La proclama fue cortada por el personal de la planta transmisora de la radio en Hurlingham. Pocos minutos después, las radios oficiales empezaron a leer un comunicado que tenía la firma de Perón:
“Algunos disturbios se han producido como consecuencia de la sublevación de una parte de la Aviación y la Marina. La aviación militar ha derribado un avión y tres han sido obligados a aterrizar. La situación tiende a normalizarse. El resto del país, tranquilo. Fuerzas del Ejército, de la Aviación, firmes en el cumplimiento del deber”.
De inmediato, en el oeste de la ciudad apareció una segunda escuadrilla de aviones que había despegado de Morón. En vuelo rasante, un Gloster ametralló el edificio de la CGT. Un dirigente obrero, Héctor Passano, intentó responder con su arma corta desde la terraza y fue partido en dos por una ráfaga. También dispararon sobre el Departamento de Policía y el Ministerio de Obras Públicas en la Avenida 9 de Julio. Un oficial fue alcanzado por los disparos y murió en su oficina.
Por detrás de la cúpula del Congreso asomó otro Gloster que se dirigió a la Casa de Gobierno para ametrallarla.
El combate por la Casa Rosada
A poco menos de una hora del primer estallido, Olivieri decidió trasladarse hacia el Ministerio de Marina. Quería hacerse cargo de la sublevación y evitar que lo detuvieran en la cama del Hospital Naval. Para ingresar, aprovechó un sector del puerto por el que todavía no había avanzado el Ejército. Lo acompañaba el teniente de navío Emilio Eduardo Massera, que sería uno de los jefes del golpe de Estado de 1976. Todos los vidrios de los ventanales del Ministerio habían estallado. Los infantes se movían cuerpo a tierra para responder a los disparos de la artillería del Ejército.
A esas alturas, el cuadro de situación era el siguiente: la zona del Bajo, el perímetro de las avenidas Leandro N. Alem, Eduardo Madero y Paseo Colón, la avenida Corrientes y las calles de las inmediaciones estaban en situación de guerra. Circulaban jeeps del Ejército, camiones de obreros y simpatizantes peronistas, se gritaba por Perón, se alzaban banderas. Las balas se cruzaban entre los edificios y la calle. La posición dominante de los infantes empezó a revertirse poco antes de las 3 de la tarde. La artillería había instalado su cuartel en un edificio de Leandro N. Alem y Viamonte para atacar a los sublevados que se mantenían frente a la explanada norte de la Casa Rosada. También civiles armados del peronismo y de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) les disparaban desde muros, árboles o terrazas. Pocos minutos después, una compañía de infantes se replegó en el Ministerio de Marina y la otra, apostada en el Automóvil Club, se guareció en el edificio. Olivieri tomó contacto con la Escuela de Mecánica de la Armada, pero ya era tarde para que se volcara al alzamiento: estaba rodeada por el Regimiento 1 de Palermo.
En las bases aeronavales, la conspiración también estaba cercada. Punta Indio fue tomada por una división del Regimiento Motorizado de La Plata. Fue una toma pacífica, porque la base había quedado desguarnecida luego del primer vuelo y la logística había sido trasladada a Ezeiza. El aeropuerto, en tanto, estaba siendo atacado por los soldados del Regimiento 3 de La Tablada. Morón también estaba en riesgo. Los leales al gobierno apresados en el hangar mataron a un teniente de Aeronáutica que los custodiaba y empezaron a dispersarse por la base.
Con las fuerzas de tierra atrincheradas en el Ministerio de Marina, los conspiradores combatían en tiempo de descuento.
Las tropas oficiales atacaban con ametralladoras pesadas desde la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército. Rodeada de tanques, desde una ventana del séptimo piso de la base rebelde se agitó un lienzo blanco. Eran las 15.17.
Seguidos por grupos de civiles que acompañaban el paso de los tanques, y luego de que mediaran dos comunicaciones telefónicas entre Olivieri y Lucero, los generales Carlos Wirth y Juan José Valle se acercaron al Ministerio en un jeep con la intención de parlamentar sobre la rendición. Pero fueron sorprendidos. A las 15.20, los aviones de la Marina Beechcraft AT, North American AT6 y el Catalina volvieron a sobrevolar la Plaza de Mayo y descargaron treinta y tres bombas. Solo ocho no explotaron. El ataque destruyó dos pisos del ala sur del edificio y mató a un soldado conscripto. También fue muerto un general. Muchas de las naves fueron alcanzadas por las baterías antiaéreas de la Casa Rosada, pero ninguna fue derribada.
Los marinos en tierra aprovecharon la confusión y reanudaron el fuego. Muchos civiles fueron muertos y heridos en el contraataque. La acción provocó la furia de los leales a Perón. Esta nueva oleada de aviones, la tercera de la conspiración, bombardeó el epicentro del poder: la Casa Rosada, el Ministerio de Ejército, el Ministerio de Hacienda y el Banco Hipotecario. La residencia presidencial también fue atacada. Cada avión que la sobrevoló lanzó una bomba. Una cayó en el parque del Palacio Unzué y no detonó. Otra mató a un barrendero en la calle. La tercera, que erró el blanco por doscientos metros, cayó sobre la calle Pueyrredón: mató a un automovilista y a un chico de 15 años. El ataque tenía una razón de ser: suponían que en un edificio de la calle Gelly y Obes se había refugiado Perón.
El fuego de los conspiradores se sostuvo poco tiempo más. Un tanque Sherman disparó sobre el segundo piso del Ministerio de Marina, hizo un boquete y provocó un incendio en la sala de almirantes. A las cuatro y media de la tarde, Olivieri reclamó una negociación directa con Lucero. Estaba dispuesto a entregar el Ministerio y rendir las fuerzas rebeldes, pero, mientras los civiles siguieran alrededor de las tropas del Ejército, continuaría el combate. Los sublevados temían que las fuerzas leales no pudieran controlar al pueblo peronista. La rebelión podía concluir con un linchamiento y no querían correr ese riesgo.
Mientras la Marina negociaba los términos de la rendición, Noriega envió un Douglas DC3 de Ezeiza hasta la Brigada de Morón para evacuar a los complotados que seguían en combate contra las fuerzas oficiales. El DC3 podía cargar a treinta hombres. El resto, más de setenta, debía quedar en tierra. La imposibilidad de embarcar a todos generó una discusión entre los pilotos, pero ya no había mucho tiempo. El DC3 pudo levantar vuelo pese a la sobrecarga: terminó llevando a cincuenta pasajeros. Los marinos también lograron despegar los Gloster. En vuelo hacia el Uruguay, ametrallaron la Casa Rosada. Fue el último acto de servicio de la rebelión frustrada.
Entonces, a las 17.25, en la Plaza de Mayo ya había miles de personas convocadas por el gobierno. En forma simultánea al vuelo de los Gloster, desde el Ministerio de Ejército, Perón encomiaba por cadena nacional “la acción maravillosa que ha desarrollado el Ejército cuyos componentes han demostrado ser verdaderos soldados [...]. Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de la Marina de Guerra, que es la culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los argentinos”.
Para entonces, desde las bases de Morón y Ezeiza, treinta y seis aviones con ciento veintidós sublevados habían huido hacia el Uruguay. Uno de ellos era el radical Zavala Ortiz.
El mayor del Ejército Pablo Vicente, a cargo de la custodia de los prisioneros del Ministerio de Marina, visitó en la madrugada del día 17 a los tres líderes de la rebelión, Olivieri, Toranzo Calderón y Gargiulo. Estaban en calabozos separados. Les adelantó que serían juzgados por una corte marcial y que no podrían escapar al fusilamiento. Antes de retirarse, dejó a cada uno de ellos una pistola para que decidiera por sí mismo su destino. De los tres hombres de armas, Gargiulo fue el único que la usó. (…)
Nota del administrador: Piense el lector que este salvaje ataque fue realizado en ausencia completa de democracia. La oposición tenía prohibido por ley del peronismo criticar a los ministros y presidente con penas de prisión efectiva. Diarios opositores fueron "nacionalizados" para generar una prensa completamente adicta. Provincias enteras (como La Pampa y Chaco) cambiaron su nombre para adular al militar de dudosa moral que ejercía la presidencia, quien era un señor que ya llevaba sus fuerzas paramilitares a la represión de cualquier pensamiento disidente y a una educación dirigida al culto de la personalidad de este personaje y su partido. No debiera perderse de vista que era un partido nazi-fascista hecho y derecho. A ese gobierno, cuya traslación moderna y paralelismo podemos encontrar claramente en el chavismo venezolano, fue a quien fue dirigido este bombardeo. En ese contexto, el ataque está perfectamente justificado: no la matanza de civiles sino el golpe de decapitación. Jamás el peronismo iba a dejar el poder si no era a la fuerza. Dos meses después se inicia la revolución propiamente dicha que, contrario al discurso oficial, fue victoriosa gracias a los desastres de gestión de la crisis de este personaje acorralado por sus manías, perversiones sexuales y ajeno completamente a la realidad como era el dictador Perón. Lamentablemente el pueblo venezolano no tuvo su revolución libertadora y vemos sus consecuencias.
Unos eran unos ilusos al creer que podían derribar al dictador de Perón
ResponderBorrarSin controlar el ejército de Tierra
Y alas fuerzas Paramilitares de Perón que eran muy numerosos y armados
Calcularon muy mal sus fuerzas
Y por otra parte lo poco que le importaba a las personas el General Perón
Ya que solo pensó en ponerse a salvo y se olvidó que a la gente la estaban masacrando en la calle
Asi es Rosa. Fue un momento muy complicado de la historia argentina, cuando el peronismo se creyó el Reich de los Mil Años y pensaba que podía hacer y deshacer la vida de todos los argentinos. Los militares que iniciaron la revuelta querían matar a Perón y terminaron realizando un bombardeo indiscriminado a la zona céntrica de Buenos Aires. En cualquier caso, fue un acto de desesperación por la situación reinante y un mensaje claro a Perón que irían por su cabeza a la fuerza. Perón no debía sentirte golpeado: él mismo participó de los golpes de estado de 1930 y 1943. En cualquier caso, esa facción de las fuerzas armadas le dejó en claro que irían por él cueste lo que cueste y dos meses así lo hicieron. Esa es otra historia, gloriosa en sí misma dado que la rebelión del 17% de las fuerzas fue la que derrocó al dictador. Lamentablemente el paralelismo del peronismo de los 50s y el kirchnerismo actual es directo con el chavismo venezolano.
BorrarA quienes mandan mensajes diciendo que Perón había ganado las elecciones y por lo tanto no era un dictador les recuerdo que Hitler, Maduro, Chavez, Allende... todos ganaron elecciones y luego las instituciones republicanas las deformaron para quedar (o intentar quedarse) con el poder eterno. Está bueno, de todos modos, que sólo respondan con eso. Es de lo único que se pueden agarrar de aquel gobierno desastroso que condenó el desarrollo económico argentino hasta el día de hoy.
ResponderBorrarMuy bien dicho
BorrarUn saludo
Aquí me escribe un lector pidiendo a gritos que lo publique pero no publico a personajes que cambian de sexo, nacionalidad y partido politico aparte de insultar. Sin embargo, y solo para pelearle con la uña del dedo meñique, reproduzco parte de su texto
ResponderBorrar"Por otro lado muchas instituciones e industrias q hoy siguen y dando mucho al país fueron desarrolladas en aquel período; muchas de las cuales al llegar Rojas y compañía las destruyeron sin tener visión de futuro, si futuro. Ejemplo la fábrica militar de aviones etc, etc. Si usted avala lo que se hizo la verdad es muy triste."
Lo reproduzco porque es un argumento común del pardaje peronista que piensa, efectivamente, que el mundo se acabó en 1955, que en Argentina hubo un agujero negro (nunca mejor dicho) hasta que en 1973 renació la vida en estas yermas llanuras gracias a que volvió "el líder". Según este sujeto que se hace pasar por fémina, luego del golpe militar de 1955 la fábrica de aviones "se cerró, sin futuro". Jajaja y me recomienda encima el chabón éste que me ponga a leer a historiadores revisionistas (¿al mugriendo de Pigna tal vez?) para seguramente "iluminarme". Sepa usted, travestido lector, que la década del 60 fue una de las mejores décadas en términos de crecimiento económico comparando el período 1950-2020, pese a la enorme inestabilidad política de toda esa época. Le recuerdo, pequeño mono afeitado, que en los 60s la fábrica siguió trabajano produciendo la línea de aviones Guaraní y, ¡oh casualidad!, el avión más producido en la historia de la FMA, el IA-58 Pucará. Me da pena ilustrar semejante bestia. El PUCA es un producto de los 60s, cuando sus colegas peronistas coqueteaban con la guerrilla comunista. Durante ese período Argentina adquirió los Sabre para luego pasar a los gloriosos (¿o acaso también va a discutir eso?) A-4 Skyhawk tanto para la FAA como para el COAN durante el gobierno de Onganía (mientras Perón andaba de putas en Panamá y Madrid). Misma década en que la ARA tuvo su primer portaaviones (V-1 Independencia) para luego adquirir su segundo (V-2 25 de Mayo) embarcando jets como ningún país de Sudamérica estando el EA desarrollando el Plan Europa que culminaría con el desarrollo y producción del TAM a mediados de los 70s. ¿De qué carajos hablan los cabeza de termo peronistas cuando piensan que cuando el cobarde de Perón huyó el país se paralizó y atrasó??? El país creció mucho mas y fue mas prospero durante los 60s que durante la década perdida de 1945-1955 y mucho de la inestabilidad política de ese período se debe al sabotaje del peronismo, mismo que siempre emplearon cuando no estuvieron en el poder. Simplemente lean la Historia y vean los datos del INDEC, analfabestias. "Desconocida" y girogoliboti o como mierda te llames, nunca los voy a publicar, engendros cerebrales!
Les quedó el ojete humeando... Giroboliboti me pone que con Perón se produjeron pickups (camionetas o chatas, en la jerga argentina). Le recuerdo a estas bestias que durante la década del 60 se instalaron mas de una docena de fábricas europeas en el país que produjero todo tipo (TODO TIPO) incluyendo obviamente la Ford con la F-100, la rastrojero Diesel se siguió produciendo pese a haber sido un producto desarrolado durante el peronismo, y se agregar muchos vehículos más producidos en el país mayormente bajo licencia. Ah si... Perón (ese que tenía una amante de 14 años viviendo con él) produjo unas chatas. No pueden más de pelotudos que son.
ResponderBorrarGoriloti, lea esta nota a ver si le cabe ahora que su Jefe era un pedófilo o no...
ResponderBorrarhttps://fdra-historia.blogspot.com/2017/10/biografias-juan-domingo-pedofilo.html
Buenas
BorrarUna historia muy fuerte
Me recuerda la historia a
otro dictador
Pero que hay menos datos porque el lo arrasó todo lo que podía saber algo
Pero la historia era con familiar cercano y acabo en suicicidio y todo acallado
El era un gran orador y según algunas mujeres muy inteligente
Las masas le seguían ciegamente
Y lo aclamaban
Al final como acabo la cosa pues mal cómo va ser sino
El y su amante se suicidaron
Y así acabó la 2 GM
Un abrazo
Sr Rosa
Asi es amigo, jajaj el maldito loco austríaco. Es que la suma del poder público genera en muchas personas la creencia que pueden hacer lo que quieran y salir impunes. Yo me he críado en un hogar profundamente peronista así que me sé toda la liturgia de esa secta. Pero tuve la suerte de ir a la universidad y nadie que estudia en mínimamente en profundad puede ser peronista. Realmente un régimen fascista hecho y derecho. Tal era la calaña que el encargado de prensa y difusión de Perón (a la postre, un verdadero ministro de propaganda), era un tal Raúl Apold, amigo personal de Goebbels. Tanto que había cenado en su casa con su familia: ¿sabes lo nazi que tienes que ser para que Goebbels te invite a cenar con su familia? Sin embargo en Argentina la pobreza espiritual está del lado de estos delincuentes, quienes apenas asoman en el cargo de concejal de una localidad ya empiezan a robar sin disimulo. Así de podrída está Argentina culpa de esta gente.
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