La hipótesis de conflicto en el ciberespacio
Jul-18-12 - por Rosendo Fraga
Cuando años atrás China destruyó un satélite propio en el espacio, EEUU, Japón, Corea del Sur, Australia y otros países calificaron el acto de agresión peligrosa.
Las Fuerzas Armadas chinas se habían limitado a utilizar un misil chino para destruir un satélite de su nacionalidad y propiedad, próximo a finalizar su período de vida útil.
Es que China mostraba con ese acto su capacidad de derribar satélites estadounidenses que pasaran por encima de su territorio.
La situación respecto al espacio es paradojal. Tanto el gobierno chino como el ruso -y en esto actúan coordinadamente- reclaman el uso no militar del espacio, mientras que EEUU opta por no responder.
La razón es clara: la supremacía militar a nivel mundial de los EEUU no sólo se basa en que teniendo sólo 20% del PBI mundial concentra el 43% del gato militar total, sino que a raíz de ello tiene una clara primacía en el control del espacio a través de satélites sobre las dos potencias militares que le siguen a gran distancia, que son Rusia y China.
EEUU organizó ya en la década pasada un comando militar para defenderse de las agresiones al ciberespacio -entendido éste como el espacio metafórico donde se “aloja” Internet- y está construyendo una gran instalación para procesar toda la información proveniente de sus satélites, que le permiten interceptar las comunicaciones telefónicas de los celulares en todo el mundo, el tráfico de Internet y el de las redes sociales. Procesar adecuadamente esta enorme masa de información seguramente será un recurso militar clave para ganar contiendas en la década que se inicia.
Pero al mismo tiempo, los sistemas con los cuales EEUU domina el ciberespacio son cada vez más vulnerables y tanto Beijing como Moscú han mostrado hasta el presente trabajar activamente en las capacidades para vulnerarlos. A ello se agrega que el ciberespacio permite también a actores no estatales desarrollar iniciativas para atacar estados poderosos. Esto ha generado el concepto de ciberterrorismo, el que no tiene por qué estar reducido a los estados y sus aliados.
La capacidad del daño generado por ataques cibernéticos puede ser enorme e incluso podrían producir un colapso mundial. Tal sería el caso si una serie de satélites de comunicaciones claves se vieran neutralizados o desarticulados o si se borrara la base de datos del sistema financiero.
Hay quienes piensan que el sistema de suministro eléctrico puede ser el área más vulnerable a este tipo de ataques, ya que cualquier economía del siglo XXI colapsa sin él.
En los EEUU se ha revelado recientemente la existencia de los super virus Flame y Stuxnet, que habrían sido desarrollados por este país e Israel para destruir el programa nuclear de Irán. El primero de ellos puede hacerse cargo de los periféricos de una computadora, grabar conversaciones de Skype, tomar fotografías y transmitir información a través de Bluetooth a cualquier dispositivo cercano.
La cuestión es que Internet fue en su origen una red de comunicaciones segura del Pentágono -gran parte de los adelantos científicos del mundo en la historia fueron originados por necesidades militares- que después se hizo de uso civil y se universalizó. ¿No podría suceder lo mismo con estos virus con alto poder de información y destrucción desarrollados con fines militares?
Esto también plantea un debate sobre la regulación o no del ciberespacio y las nuevas tecnologías, a lo que se opone la industria del sector con argumentos similares a los que la actividad financiera utiliza para resistir el control y la supervisión.
El mundo cibernético también presenta amplias posibilidades para el llamado conflicto asimétrico, que permite a un actor con poca fuerza desarrollar acciones de alto efecto sobre las grandes potencias, las que tienen el dominio del ciberespacio.
El replanteo de la doctrina militar de los EEUU que ha impuesto Obama parece tener tres ejes: 1) la prioridad del Asia como escenario de conflicto potencial respecto al Cercano y Medio Oriente; 2) la limitación de las guerras y su sustitución por operaciones letales reducidas, como la realizada para terminar con Ben Laden y las que se hacen hoy en Afganistán con los aviones sin piloto; 3) la prioridad puesta en la guerra cibernética en su doble faz: la ofensiva, que incluye un uso más intenso del ciberespacio como fuente de datos para la inteligencia, y la defensiva, centrada en el desarrollo de los antivirus para reducir la vulnerabilidad de los sistemas propios.
Pero cabe recordar que hace veinte años el reconocido futurólogo Alvin Toffler publicó el libro Las Guerras del Siglo XXI, tras trabajar en los planes de modernización del Ejército estadounidense, en el que preveía la sustitución de los hombres por la tecnología de acuerdo a la experiencia de la primera guerra del golfo, a la que le siguieron las de Irak y Afganistán, dos guerra en las cuales los hombres el terreno fueron el recurso más escaso y necesario y el suicida el arma más letal.
Es que como dice Churchill en sus memorias de la Segunda Guerra, el problema de los estados mayores es que se preparan para la guerra que viene corrigiendo los errores de la pasada y eso no sirve porque la nueva siempre es diferente.
Nueva Mayoría
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