La batalla de Tucumán
El 24 de septiembre se conmemora el día de la Virgen de la Merced. En Tucumán y en 1812 fue un día memorable. Ese día un pueblo pobre y sometido pero fiel a sus sentimientos y a su destino, guiados por un general que de general solo tenía el coraje y el amor a su pueblo (nada menos); libraron una de las más memorables batallas de la historia argentina. Tan admirable fue que cambió el rumbo extraviado que el Triunvirato porteño le había dado a la revolución y se ganó para los tucumanos el honor de ser la tierra donde se declararía la independencia nacional.
El abogado, político y periodista Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, puesto a general simplemente porque no sabía decir que no cuando la Patria reclamaba sus servicios, se había hecho cargo de los restos del Ejercito del Norte luego de la desastrosa campaña de su primo Castelli y del interregno de Pueyrredón. Desde Jujuy venían retrocediendo por órdenes del Triunvirato que era dominado por la ominosa figura de su secretario, el nefasto Bernardino Rivadavia. Las órdenes eran abandonarlo todo y retroceder hasta Córdoba para crear una barrera que protegiera a Buenos Aires.
El noble pueblo jujeño había seguido en su retirada a éste jefe rubio y de maneras elegantes cuya presencia física era más razonable en una tertulia porteña que en la dura guerra del norte, pero cuya voluntad y patriotismo eran inquebrantables. Política de tierra arrasada, igual a la que contemporáneamente le imponían a Napoleón los rusos, fue la estrategia para contener el avance del ejercito de Juan Pío Tristán y Moscoso, el hombre que con el correr de los años sería el último virrey del Perú.
Perseguido a pocos kilómetros de distancia por la avanzada del ejército del rey, llega Belgrano a Tucumán con la idea fija de desobedecer las directivas porteñas. Para ello había hecho adelantar a Balcarce, para que reuniera a todos los vecinos en condiciones de combatir y hacer frente al avance realista. Sabía que seguir retrocediendo era traicionar a los pueblos que se habían pronunciado por la libertad. Decidió jugarse a la suerte de las armas y triunfar o morir junto a los suyos. El 12 de septiembre escribe al triunvirato informándoles su decisión de desobedecer las órdenes y culmina su oficio con éstas palabras “Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos. Nada dejaré por hacer; nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan”
A partir de ese momento todo fue febril actividad para formar cuerpos de combate y conseguir armamento. Se armaron barricadas en las calles, se improvisaron escuadrones de lanceros que suplían experiencia y disciplina con decisión y coraje. Era la caballería gaucha que hacía su aparición en la escena revolucionaria. Se echó mano a la inventiva para convertir a la ciudad en una fortaleza. Belgrano con un ejercito improvisado de unos mil ochocientos hombres debía hacer frente a mas de tres mil veteranos fuertemente pertrechados y organizados. Su plan era salir a enfrentar al enemigo fuera de la ciudad para sorprenderlo y si era derrotado, atrincherarse en ella para “concluir con honor”.
En la mañana del 24, sus tropas que estaban ocultas en un bosque de naranjales al norte de la ciudad salieron a enfrentar al enemigo en el lugar que se conoce como Campo de las Carreras.
La soberbia le jugó una mala carta a Pío Tristán. En la seguridad de que el ejercito criollo huiría hacia Córdoba, esa mañana ordenó a sus tropas bordear la ciudad para alcanzarlos al sur de Tucumán. En esas maniobras estaba cuando lo sorprendió el ataque criollo.
Tres columnas de infantería apoyadas por la caballería atacaron a los realistas. La izquierda al mando de Superí, el centro comandado por Ignacio Warnes y la derecha por Carlos Forest. La caballería era dirigida por Juan Ramón Balcarce y la artillería por el barón Holmberg; la reserva estaba a cargo de Manuel Dorrego.
El sorpresivo ataque patriota produjo un descalabro en la columna izquierda de los realistas al punto que Forest y Balcarce arrasaron al regimiento Abancay y produciendo un giro, atacaron a la retaguardia hispana. En el centro, luego de soportar un fuerte fuego enemigo, las tropas de Warnes se recompusieron y apoyadas por Manuel Dorrego comenzaron a superar a las tropas del rey.
Distinta era la situación para Superí, quién tuvo que soportar a la infantería ligera de Tristán y fue desbordado a pesar del apoyo del comandante de húsares Bernaldes Palledo.
Se dio entonces la peculiaridad de que el ejercito de Belgrano triunfaba en una parte del campo y el de Tristán en la otra. La confusión fue tremenda y nadie sabía muy bien donde estaba parado. Como contribución a ese pandemónium, una manga de langostas atravesó el campo de batalla.
Belgrano, al encontrarse con la fuerza de Superí y Palledo que retrocedía y recibir informes del coronel Moldes que el centro se había desbandado retrocedió hacia el sur creyéndose derrotado.
Tristán había recompuesto sus líneas e inició después del mediodía un ataque a la cuidad. En los arrabales de la misma, chocó con las tropas acantonadas en la ciudad al mando de Eustoquio Díaz Vélez, quien tenía en su poder seiscientos prisioneros realistas y las banderas de los regimientos Cochabamba, Abancay y Real de Lima.
El jefe realista intimó la rendición a Díaz Vélez amenazando prender fuego a la ciudad, lo cual el jefe criollo contestó diciendo que si incendiaban un solo rancho mandaría a degollar a los seiscientos prisioneros y lo invitó a seguir combatiendo.
La llegada de la noche frenó los ímpetus guerreros y al amanecer, Belgrano que ya tenía conciencia de las ventajas adquiridas logró reunir quinientos hombres dispersos y unirse a Díaz Vélez. Entonces intimó la rendición a Tristán proponiéndole la paz en nombre de la confraternidad americana. Podría haber atacado, pero el ejercito de Tristán, a pesar de la derrota, todavía era poderoso y se podía perder todo lo ganado. Se produjo una tregua de hecho, que duró todo el día.
En la madrugada del 25 al 26 de septiembre, el ejercito realista inició una sigilosa retirada hacia el valle de Lerma, pues las ordenes de Goyeneche a Tristán eran las de hacerse fuerte en Salta y éste las había excedido.
Dejaban en el campo de batalla 453 muertos, 687 prisioneros, 13 cañones, armas y bagajes. Los patriotas habían tenido 65 muertos y 187 heridos.
La victoria de Tucumán salvó al norte del país y precipitó la caída del Triunvirato mediante la revolución del 8 de octubre de 1812, que fue encabezada por San Martín y libró al país por varios años de la fatídica influencia política de Rivadavia. Fueron justamente los años en que se definió la libertad de Sudamérica.
Pocos días después, los integrantes de la Sociedad Patriótica (precursores de Herminio Iglesias) quemaban públicamente un ataúd que simbolizaba al 1º Triunvirato. En el dorado salón de Mariquita Sánchez de Thompson se realizaba una fiesta en honor de Belgrano y por la caída del triunvirato, a la que asistió San Martín con su esposa y varios patriotas más.
Esta revolución puso en el poder a los hombres de la Logia Lautaro y fue el primer paso político para llevar adelante el Plan Continental; la gran epopeya sanmartiniana que llevaría la libertad a los pueblos de Sudamérica.
Cuando se pudo realizar la procesión en honor de la Virgen de la Merced, que había sido suspendida el día de la batalla, el General Belgrano acercándose a la imagen de la Virgen depositó en sus manos el bastón de mando en agradecimiento por el triunfo.
La Virgen se había apiadado al ver tanto sacrificio y tanto coraje, y los había protegido en el peor momento. Los ruegos de Manuel Belgrano habían sido escuchados.
Oscar Fernando Larrosa (h).
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