Submarinos Argentinos: una opción política y estratégica posible
Por Alejandro Kenny || Fundación Nuestro Mar
El Atlántico Sur es escenario obligado de un país de grandes dimensiones geográficas e históricas, que necesita del mar básicamente para comunicarse, extraer sus recursos, y transportar personas y bienes. Estas acciones las realiza por medio de plataformas que lo permitan, aunque también utiliza buques que naveguen para vigilar, monitorear, investigar, mostrar la bandera, proteger y mantener el buen orden en el mar, cooperando con otros actores que tengan los mismos intereses.
La República Argentina es uno de esos actores, que a lo largo de su historia ha procurado no sólo usar el Atlántico Sur, sino también influir y proyectarse estratégicamente a través de él. Y lo ha realizado desde los albores de la Patria a través de la ininterrumpida presencia de los medios de la Armada Argentina. Una política de Estado actual, enfocada en el mar, debería fortalecer la premisa de que la presencia del Estado en el mar es irreemplazable.
En el mar las fronteras son difusas, y la libertad de movimiento es mucho mayor que dentro de las fronteras terrestres. En tanto en la alta mar no hay restricciones a la libertad de navegación, y esos espacios abarcan sectores significativos del globo terrestre, en la zona económica exclusiva (ZEE), la libertad de navegación es sólo restringida para extraer recursos o investigar, y hasta en las aguas territoriales el paso inocente está permitido.
En el mar no hay edificios, ni puestos de vigilancia, ni banderas fijas, ni poblaciones atentas. Por ello, si un país ribereño desea proteger sus intereses en el mar, debe hacerlo principalmente con buques y aeronaves del Estado, que mantengan una presencia acorde a los riesgos. En relación con las actividades productivas, hay buques que básicamente transportan, mantienen la navegabilidad, investigan, o pescan.
También hay estaciones fijas de extracción de hidrocarburos y hay satélites que pueden observar. Pero para que las actividades productivas puedan realizarse por quien corresponda, el Estado debe poder materializar su presencia en el mar, como acción ineludible de un país ribereño de envergadura, que por añadidura se encuentra en un lugar de confín, junto a otros países del Cono Sur. Por otra parte, el Atlántico Sur es un lugar remoto, alejado de los principales centros del poder mundial.
¿Pero el Atlántico Sur es estratégicamente importante? La respuesta surge del interés que demuestran, o del valor que le asignan, los actores que se manifiestan. Por ejemplo, a instancias de Brasil, el Atlántico Sur es considerado como Zona de Paz y Cooperación desde 1986.
Análogamente, las expresiones “Amazonia Azul” y “Pampa Azul” son una demostración del interés por parte de Brasil y Argentina respectivamente. Pescadores de China, España, Corea del Sur y de otros países, muestran con su accionar su interés en los recursos pesqueros, especialmente los del área adyacente a nuestra ZEE continental. El interés se manifiesta también a través de la posesión de las Islas del Atlántico Sur, tales como Isla Ascensión, Isla Santa Elena, Isla Bouvet, Isla de Gough y el grupo Tristán de Acuña. Las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur son también denominadas Islas del Atlántico Sur.
Salvo Bouvet que pertenece a Noruega y las islas antárticas, tales como las Islas Orcadas, que permanecen bajo el paraguas del Tratado Antártico, todas las demás islas están hoy bajo administración del Reino Unido.
El Atlántico Sur pareciera entonces ser estratégicamente importante para el Reino Unido, quizá por la posibilidad de extender desde distintas posiciones, jurisdicciones soberanas sobre el mar, y por poder proyectar su interés sobre la Antártida.
¿El Atlántico Sur es estratégicamente importante para nuestro país? Si la perspectiva fuera desde los fines, aquellos que establecen el mapa bicontinental que por Ley indica que el centro geográfico de la República Argentina se encuentra ahora en la Tierra del Fuego, podemos afirmar que el Atlántico Sur junto al territorio, es innegablemente nuestro lugar estratégico.
Si la perspectiva se centrara en los medios, para inspirar respeto y lograr aquellos fines, debemos reconocer que estamos muy lejos de poder alcanzarlos. Las alternativas son entonces, adecuar los fines –reduciéndolos– o bien adecuar los medios, incrementándolos, o haciéndolos existentes.
Instrumentos para materializar la presencia del Estado en el mar
Los sistemas y equipos para la obtención de información sobre lo que acontece en la superficie del mar, basados en satélites, aviones y buques, constituyen los primeros medios que surgen en la contabilidad de los instrumentos necesarios.Los buques en particular son insustituibles, porque además de poder observar con sus sensores, pueden hacer flamear un estandarte, mostrando inequívocamente que representan a un Estado. Además, los buques pueden replicar o dar respuesta con premura, a cualquier ofensa o alteración del buen orden en el mar. Los buques, de esta forma, dan muestra de la presencia del Estado, e inspiran respeto a ese Estado. Para tener buques en el mar se requiere de quienes los construyan y de gente de mar para que los tripulen.
Ambos son imprescindibles y no cuestan poco. Se requieren recursos y tiempo para conseguir que un buque sea botado, o que la gente de mar que lo tripula sea formada apropiadamente para que pueda adaptarse al ámbito marítimo, sometido a menudo a las grandes fuerzas de la naturaleza.
Los submarinos, esa clase particular de buques
La relativamente breve historia de los submarinos en el mundo y en nuestro país, permite sopesar y apreciar el potencial estratégico de este formidable ingenio del hombre.En los enormes espacios marítimos del Atlántico Sur, y si fuera necesario, más allá de ellos, los submarinos también pueden influir hoy con su existencia y su operación profesional. Los submarinos –a diferencia de los buques de superficie– no se muestran ni “muestran la bandera”, porque su presencia es sigilosa. No son visibles, porque son diseñados para navegar bajo el agua, ser discretos y accionar por sorpresa.
O sea, para no ser detectados. Pero, por el solo hecho de estar en el inventario de las fuerzas armadas de un país, los submarinos representan una capacidad a ser considerada. Es que inspiran respeto y hasta pueden representar un desafío o amenaza para otros buques de superficie o submarinos. Si generalizamos, su propósito principal es negar el uso del mar, a quienes pudieran desafiar o amenazar los intereses nacionales. En lenguaje actual, son armas Anti Acceso (A2) y de Negación de Área (NA), y como tales, quizás las más representativas de esas estrategias.
Su diseño los hace versátiles para cumplir misiones particulares, que abarcan no sólo la capacidad potencial para destruir otros buques –con torpedos, misiles o minas–, sino también para obtener y registrar información sin ser vistos –sea de costas hostiles, o de plataformas fijas y móviles–, o para incursionar desde el mar con la finalidad de bloquear, lanzar misiles, dar un golpe de mano, o rescatar lo que haga falta. Se afirma entonces que los submarinos son plataformas estratégicas, en principio porque son disuasivas y porque sus acciones tácticas pueden tener efectos estratégicos, que favorezcan, mantengan o perjudiquen los más importantes intereses de otros actores.
Pero también porque son diferenciales, ya que pueden enfrentar con éxito a una fuerza naval, y porque la diferencia entre tener y no tener submarinos, es mayúscula. No importa si su propulsión es nuclear, convencional, independiente del aire, con baterías plomo ácido o de litio.
Si están bien tripulados y mantenidos, siguen teniendo esas características esenciales, que los hacen potencialmente letales para quienquiera que navegue con pretensiones de dañar, sea o no poderoso. Actualmente, el modo normal de navegación de los submarinos es en inmersión.
Esta obvia característica se debe al diseño del casco –preparado especialmente para esa condición– que les otorga mayor velocidad y una mejor maniobra bajo el agua. Pero también les permite operar bajo cualquier condición meteorológica y sin apoyo, aunque las peculiaridades del mar y su entorno influyen en su operación.
La temperatura, densidad y profundidad de las aguas, el relieve y la composición del fondo, la vida marina, las corrientes y mareas, el tránsito marítimo, las actividades pesqueras, la presencia de hielos, las condiciones atmosféricas y magnéticas, y la composición y gradiente de las costas, facilitan o dificultan la operación de los submarinos y la posibilidad de ser detectados.
Esto es así, porque son factores que en mayor o menor medida afectan a la propagación del sonido. Esta propagación, a pesar de los adelantos tecnológicos, continúa siendo “de todas las formas de radiación conocida, la mejor bajo el agua”.
Por su parte, la opacidad del mar es la que permite que los submarinos sean todavía invisibles, en tanto el sonido hace que puedan detectar a otros buques a grandes distancias, mientras evitan ser detectados por ellos, por aeronaves u otros dispositivos.
El reconocimiento del medio marino por parte de los submarinos es entonces prioritario, no sólo para poder adiestrarse, o cumplir una misión particular asignada que implique realizar operaciones de control o de combate, sino también por seguridad náutica, porque la navegación en inmersión conlleva riesgos. Otra peculiaridad interesante de los submarinos es que la Convención del Mar de 1982 ha limitado en muy pocos casos su navegación en inmersión.
Por supuesto que un submarino no puede navegar sin autorización en ninguna condición, en las aguas interiores de otro país, pero puede hacerlo en sus aguas territoriales, en paso inocente, aunque sólo en superficie y mostrando su bandera.
Adicionalmente, aun cuando la Convención no lo prohíbe, y precisamente por ello, los submarinos gozan del derecho de tránsito rápido e ininterrumpido en ciertos estrechos, en su modalidad normal de navegación (es decir, en inmersión).
Por otra parte, submarinos de cualquier nacionalidad pueden transitar en inmersión la ZEE argentina, sin pedir autorización ni debiendo proporcionar información sobre su posición. Recíprocamente, los submarinos argentinos pueden navegar en inmersión libremente en todas las aguas donde la Convención del Mar no restringe, o sea como mínimo en las ZEE de cualquier país y por supuesto en la alta mar, que abarca grandes extensiones del globo.
Los submarinos y los submarinistas
Los submarinistas son gente de mar que se ha formado para tripular, operar y mantener este tipo particular de buques. Deben habituarse a vivir durante períodos prolongados, junto con otros tripulantes, dentro de un espacio estrecho con una atmósfera compleja, que requiere sistemas para controlar y purificar el aire. Las navegaciones frecuentes y prolongadas les permiten habituarse y adaptarse, como parte ineludible de la vida a bordo.El submarinista percibe al submarino como un lugar de riesgo, pero reduce esa condición, conociendo su buque en detalle, aceptando liderazgos o bien liderando, y sobre todo confiando en la capacidad del grupo para controlar peligros potenciales.
Ello se logra con una buena instrucción en tierra y frecuente adiestramiento en el mar, que abarque navegaciones prologadas, para llegar a convivir con los incidentes y desarrollar el instinto u “ojo marinero”, la resistencia a la fatiga y la resiliencia para superar las adversidades. Esto se hace de manera gradual y con los submarinistas experimentados acompañando a los bisoños, o sea a los oficiales y suboficiales que recién han logrado su capacitación como submarinistas.
La camaradería surge naturalmente y se hace más notable a medida que la experiencia se va aquilatando. Cuando un submarinista con muchas millas navegadas en inmersión, lo hace en un buque de superficie, se dedica a examinar juiciosamente el medio ambiente que lo rodea, especialmente si se encuentra en aguas restringidas, y observa la profundidad del lugar, las corrientes o el tipo de fondo, porque puede imaginar que se encuentra en inmersión, o piensa que alguna vez volverá a pasar por ese lugar con un submarino, y quiere capitalizar ávidamente toda la información que está obteniendo.
Para poder mantener la capacidad de transmisión intergeneracional de conocimientos y experiencia para operar submarinos y mantenerlos con seguridad y confianza, con una escuela de submarinos no alcanza. Se necesitan plataformas que permitan permanecer en el mar, para poder vivir in situ lo que significa navegar bajo el agua, empleando el buque en todas las condiciones establecidas de diseño.
También se requiere una infraestructura en tierra que brinde apoyo para mantener y reparar –con altos estándares de seguridad– el casco y los distintos equipos y sistemas de a bordo, sean periscopios, mástiles, torpedos, misiles, equipos electrónicos, máquinas, electricidad, baterías, sistemas hidráulicos, de compenso y balanceo, de aire comprimido u otros.
Que también permita almacenar sus repuestos, combustible y armas, y brinde facilidades en tierra para simular situaciones reales que faciliten la capacitación de los submarinistas en emergencias, en escape, en uso de sus armas, en los distintos tipos de maniobras para aproximarse, y en muchas otras habilidades necesarias para operar submarinos con apropiada actitud para el combate, si la situación así lo requiriera.
La experiencia más penosa
El Submarino A.R.A. “San Juan” naufragó e implosionó a las 1051 horas del 15 de noviembre de 2017 en aguas del Atlántico Sur, mientras se encontraba monitoreando lo que ocurría en alta mar, en el área adyacente a la ZEE argentina y sobre su plataforma continental, durante su tránsito de regreso desde Ushuaia, Tierra del Fuego. Su gemelo, el Submarino A.R.A. “Santa Cruz”, desde 2014 se encuentra en reparaciones demoradas, a la espera de decisiones. El Submarino A.R.A. “Salta”, de la clase 209, permanece amarrado y sin baterías, en el muelle de la Base Naval Mar del Plata, cumpliendo sólo funciones de simulador.La eventual reparación de ambos, o tan solo de uno de los submarinos, representa un dilema de proporciones. ¿Vale la pena pretender ponerlos en valor, cuando su vida útil está próxima a finalizar? Con el transcurso del tiempo, a pesar de las esporádicas navegaciones que nuestros submarinistas puedan hacer en submarinos de países amigos, si no se establece un plan de desarrollo de medios, la experiencia y conocimientos en la operación y mantenimiento de submarinos, inexorablemente se perderá.
¿Cuánto es suficiente?
Para revertir la situación actual y encarar un programa plausible de submarinos, se requiere una política sostenida y sustentable, apoyada en los profundos conocimientos técnicos y en la experiencia aquilatada en la Armada Argentina a lo largo de su historia.También debe apoyarse en la experiencia de profesionales de la industria naval específica, del ámbito público y privado, nacional y extranjero, que podrían apuntalar un desarrollo renovado y serio de esa industria, y la consiguiente generación de empleos calificados, necesarios para la construcción, y también para el mantenimiento de submarinos.
El proceso de selección de opciones posibles debe tener en cuenta muchos aspectos, en particular los éxitos y fracasos del pasado, el posicionamiento estratégico, las lecciones aprendidas, las recomendaciones que los propios submarinistas hayan elaborado institucionalmente a lo largo del tiempo, y el estudio y análisis de aquello que esté disponible en un mercado muy restringido, pero aun así competitivo. No hay fórmulas exactas para responder a la pregunta siempre lógica y necesaria de “cuánto es suficiente”. Más aún si los recursos disponibles son escasos.
La historia de los submarinos en nuestro país comenzó en 1933 con la llegada de tres sumergibles nuevos, construidos en Taranto, Italia. Luego, al inicio de los 60 continuó con la incorporación de dos sumergibles usados estadounidenses clase Flota, al inicio de los 70 con dos submarinos usados estadounidenses clase Guppy, a mediados de los 70, con la incorporación de dos submarinos nuevos de origen alemán clase 209, y finalmente culminó con dos submarinos nuevos clase TR 1700, construidos en Emden, Alemania, que fueron recibidos en nuestro país a mediados de los años 80. En la transición entre generaciones diferentes de submarinos, muchas veces se superpusieron dos pares en servicio, los que podían ser mantenidos y tripulados, aun cuando pertenecieran a diferentes clases.
Esta es una muestra que hace razonable mantener en servicio tres o cuatro submarinos. Otro fundamento indica, que para mantener de manera sostenida un submarino en un área o zona de patrulla, se requiere otro en tránsito de ida, y otro en tránsito de regreso, reparaciones o mantenimiento.
Las distancias en el Atlántico Sur son considerables y cualquier despliegue requiere tiempo para llegar al lugar de la acción, porque los submarinos convencionales son lentos en sus desplazamientos. Pero una vez en el lugar, pueden obtener información, registrarla, y transmitirla sin ser detectados, y dar respuesta apropiada a las acciones de intrusos que lo merezcan.
Sus grandes fortalezas son el sigilo con el que actúan y el tiempo prolongado que pueden permanecer en un área o zona de patrulla. En definitiva, pueden disuadir, a actores poderosos o a actores menores, de realizar acciones contrarias a los intereses de nuestro país, con la variedad de misiones que los submarinos pueden llegar a cumplir.
Acorde a las razones esgrimidas, nuestro país debería contar con tres (o cuatro) submarinos convencionales nuevos o usados, y en este caso con una vida útil remanente de al menos 20 años. El modelo a elegir debería ser uno ya experimentado, de unas 2000 toneladas de desplazamiento en inmersión, con una planta propulsora eléctrica, con baterías de buen rendimiento, con capacidad de lanzamiento de torpedos y eventualmente de misiles.
No se deberían pretender equipos y sistemas demasiado modernos o sofisticados que encarezcan innecesariamente la plataforma, ya sea en cuanto a su sistema de propulsión, máquinas térmicas, sonares y otros sensores, sistema de control tiro, periscopios, o sistemas de comunicaciones.
Sí son condiciones esenciales, que tenga una buena autonomía y sistemas probados de seguridad. Si fueran usados, no deberían tener entonces demasiados años de servicio desde su botadura, y los estándares de mantenimiento del país vendedor, deberían ser suficientemente estrictos.
Una transferencia de submarinos de este tipo constituiría una estrategia de cooperación militar, enmarcada por una relación histórica con el país proveedor. Por esa razón, parecería que podría realizarse, si se poseen intereses y hasta un destino común en el Atlántico Sur. Finalmente, la solución que se adopte –por su trascendencia estratégica– va a ser seguramente incluida en los planeamientos de diseño de fuerzas en elaboración, brindando la oportunidad para una política a ser llevada a cabo desde los más altos niveles de gobierno, que permita poder contar en algunos años, con submarinos y submarinistas argentinos que naveguen en el Atlántico Sur, haciendo presente al Estado, y monitoreando, protegiendo y haciendo respetar los intereses argentinos en el mar y desde el mar.
(CA (R) ALEJANDRO KENNY – BOLETÍN DEL ISIAE / CARI) #NUESTROMAR
olvidense de comprar submarinos para la ARA mientras sigan en el poder esta casta de politicos
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