“Picho” Svendsen. El homenaje a un héroe de Malvinas, piloto audaz y líder natural, protagonista de un rescate memorable
A los 73 años, murió Jorge Rodolfo Svendsen, el piloto de helicópteros con más horas de vuelo en la guerra del Atlántico Sur
Ayer, jueves 10 de noviembre, murió un héroe de la patria. Un soldado admirado por sus camaradas, piloto de helicópteros, protagonista de un rescate memorable sobre el mar del sur. Durante la guerra de Malvinas combatió con el grado de Capitán. Sus amigos lo llamaban “El Picho”.
Jorge
Rodolfo Svendsen, descendiente de daneses, egresó del Colegio Militar
de la Nación en 1971, con la promoción 102. Se hizo piloto de
helicópteros en la Escuela de Aviación Militar. Llegó a Malvinas con 32
años como jefe de la Compañía de Helicópteros de Asalto B, integrada por
nueve Bell UH 1H idénticos a los que utilizó Estados Unidos en la
guerra de Vietnam (aptos para transportar hasta 11 hombres y una carga
de 2000 kilos). Tuvo a su cargo algunas de las misiones más riesgosas
del conflicto y ejerció un liderazgo natural sobre sus hombres.
A 40 años del rescate imposible
El
Bell UH 1H con matrícula AE-424 que piloteaba Jorge Rodolfo “Picho”
Svendsen voló 500 horas en Malvinas (un dato a tener en cuenta: todos
los helicópteros de Ejército Argentino sumaron 1.500 horas de vuelo en
las islas). Hizo operaciones de todo tipo: traslados de tropa y equipos,
voló tras las líneas enemigas y resistió al fuego de aviones ingleses.
Sin embargo, todas las crónicas de la época destacan un rescate
memorable, que hoy es caso de estudio en la Escuela de Aviación del
Ejército. Ocurrió el 21 de mayo de 1982, día que los ingleses eligieron
para concretar la Operación Sutton: su desembarco en el Estrecho de San
Carlos.
Después de bombardear la fragata tipo 21 HMS Ardent, que finalmente resultaría hundida, el teniente de navío César Arca intentó regresar a continente con su cazabombardero A-4Q Skyhawk. Durante el escape, fue interceptado por aviones Harriers enemigos. Apenas comenzaba las maniobras de evasión cuando vio cómo sus compañeros de cuadrilla fueron derribados. Primero fue el teniente de fragata Marcelo “Loro” Márquez, que perdió la vida cuando su avión se desintegró tras recibir una ráfaga de cañones de 30 milímetros del piloto inglés Clive Morell. Luego fue el turno del jefe de la cuadrilla, el capitán de corbeta Jorge Alberto Philippi, quien, tras ser impactado, alcanzó a comunicarse por radio con sus numerales: “Soy Mingo, me dieron, me eyecto, estoy bien”. Inmediatamente después, Arca también fue cañoneado y comprendió que jamás llegaría a su base, en el continente. Dirigió su Skyhawk “herido de muerte”, con más de 20 impactos, hacia Puerto Argentino. Quiso comunicarse con la Torre de Control del aeropuerto, pero no logró hacer contacto. En la frecuencia se cruzó con un camarada que durante el primer minuto le hizo de “puente” con los operadores de la torre. Ese compañero, casualmente, era el piloto de helicópteros “Picho” Svendsen, quien se encontraba volando “en zona”.
Arca
quiso aterrizar su avión en la pista, pero desde la torre de control le
advirtieron que no tenía tren de aterrizaje y que los agujeros en sus
alas eran tan grandes que podían ver a través. Le ordenaron eyectarse.
Arca eligió aterrizar en el agua: voló hasta la bahía y, a menos de 1000
metros de la costa, activó el mecanismo.
Recuerda César Arca, en diálogo con LA NACION: “Apenas
caí al agua cometí varios errores. Yo no volaba desde hacía ocho meses.
Estaba realizando el curso de Super Etendard, pero me uní a la
escuadrilla de los AQ durante la guerra. Mientras descendía, me
desprendí tarde del paracaídas, pero eso es que me enredé y tragué mucha
agua de mar accidentalmente. Empecé a luchar para mantener la calma,
pero no lo logré muy bien. Vivía el momento e intentaba resolver los
problemas de inmediato. El mar estaba a cinco grados. Sabía que si me
desesperaba, me moría en cinco minutos. Y si me apaciguaba, moría en
diez minutos. Elegí morir en diez. Mi estado mental era de
supervivencia, pero aun recuerdo muy bien que el helicóptero llegó
inmediatamente. Empezaron las maniobras. Svendsen hizo lugar arriba para
que yo pudiera subir. Intentaron izarme, me prendí de la soga, pero mi
propio peso la cortó. Yo estaba mojado y, además, mi casco y mi equipo
me hacían más pesado. Intentamos de nuevo, una segunda vez, y pasó lo
mismo. Ahí empecé a nadar hacia la costa. Pero desde el helicóptero me
dijeron que no lo hiciera, que la costa estaba minada por los ingleses.
Seguimos insistiendo durante media hora. Yo ya no sentía mis piernas. El
frío del agua me había anestesiado, pero yo todavía confiaba en mi
cuerpo. Me deshice de casi todo mi equipo. El casco era tan pesado que
se hundió. Me quedé flotando con nada más que la ropa que llevaba debajo
del traje de piloto y con las botas. Lo que Svendsen hizo a
continuación no era para cualquiera. Solo alguien con sus valores, su
habilidad y su idoneidad podría lograrlo. Metió el patín del helicóptero
dentro del agua. Cualquier viento podría haberlo derribado, había olas
de dos metros, causando una tragedia mayor. Martín San Miguel, que
estaba dentro del helicóptero, metió medio cuerpo dentro del agua. No
llevaba equipo de supervivencia de agua, nada, pero se la jugó y me
ayudó a colgarme de los patines del helicóptero. Volamos así hasta
Puerto Argentino y, a dos metros de altura, me dejé caer al piso. La
máquina no podía aterrizar porque yo estaba colgado del esquí. Mire,
siempre entrenamos para misiones como esa, pero muchas veces hay que
improvisar. Ese día, las falencias fueron corregidas por el factor
humano. Svendsen tenía unos valores
por fuera de los parámetros. Sin él, mi destino hubiera sido otro. Luego
de Malvinas, siempre mantuvimos contacto. Formamos una gran amistad.
Pude estar con él 24 horas antes de su muerte. Y le expresé, nuevamente,
como siempre, todo mi agradecimiento”.
Toda
la operación fue seguida desde la costa por una multitud. Soldados
argentinos, en su gran mayoría. El aviador naval Owen Crippa, que esa
mañana había descubierto el desembarco enemigo y había realizado un
vuelo épico entre los barcos enemigos a bordo de su Aermacchi, recuerda
para LA NACION: “Yo lo vi todo desde la costa. Me habían pedido que
viese en qué condiciones estaba el avión de Arca. Se notaba que le
faltaba uno de sus trenes de aterrizaje. Yo rezaba porque sabía que sus
cartuchos eyectores estaban vencidos. Pero todo el mecanismo funcionó
bien: vi el momento en el que se eyectó y vi también cuando se
desprendió del paracaídas. Eso me dio la pauta de que estaba consciente,
que el sacudón no lo había hecho perder el conocimiento. Estuve
expectante, como todos los que observábamos la escena desde la costa,
hasta que logró aferrarse del patín del helicóptero con piernas y
brazos. San Miguel terminó de subirlo agarrándolo de los pelos. La maniobra que hizo Svendsen para rescatar a Arca fue inédita, tuvo un admirable instinto por salvar al camarada”.
Durante el vuelo hasta la playa, Svendsen le ordenó al cabo primero San Miguel que impidiese por todos los medios que César Arca perdiese el conocimiento. El bravo suboficial hizo todo lo que estuvo a su alcance para mantenerlo despierto: le frotó las manos, le masajeó los brazos y también le dio algunos sopapos para impedir que se durmiera.
-¿Usted cómo se llama?, le preguntaba mientras le deba un bofetón.
-José César Arca, respondía el aviador.
-¿Qué grado tiene?, volvía a preguntar el suboficial mientras le daba un nuevo sopapo.
-Teniente de navío.
Así,
todo el trayecto. Svendsen, de pocas palabras y exagerada modestia, en
alguna entrevista recordó el episodio con mucho humor: “Esa noche,
los integrantes de la tripulación lo fuimos a visitar al hospital, donde
nos enteramos de lo sucedido durante ese día. El teniente de navío
Arca, hasta que nosotros lo sacamos del agua, había realizado, junto con
otros aviones de las mismas características (Skyhawk), un ataque a
buques ingleses que se encontraban en el estrecho de San Carlos, a la
vez que había recibido disparos desde una fragata inglesa. Perseguido
por un Harrier que lo averió seriamente, decidió hacer un aterrizaje en
Puerto Argentino, que no pudo lograr por lo comentado anteriormente. El
teniente Arca le decía, en tono de broma, al cabo primero San Miguel
que, pese a haber pasado por todo eso, lo que más le había dolido eran
las cachetadas que él le había dado y que esperaba reponerse para poder
desquitarse. Teníamos que proporcionarle calor de cualquier forma…”, contó entre risas.
Por su heroico rescate, “Picho” Svendsen recibió la medalla “La Nación Argentina al Valor en Combate”, la segunda más alta condecoración militar otorgada por la República Argentina. Además, por haber metido el patín en el agua, una maniobra por demás arriesgada que no figura en ningún manual de combate, la Armada Argentina lo declaró Aviador Naval Honoris Causa.
Este año, el artista Carlos Adrián García editó el libro "Malvinas 40 años", donde presenta sus pinturas de acciones aéreas con los relatos de sus protagonistas, en primera persona. Allí está la pintura del rescate de Arca, la única imagen que retrata aquél acontecimiento histórico.
La doble página de "Malvinas 40 años", donde el relato de Jorge Svendsen, en primera persona, convive con la pintura de García. El sitio web del artista www.aviationart.com.ar
“Fue el hombre más valiente que conocí en mi vida”
Horacio “Manucho” Sánchez Mariño era teniente cuando combatió en Malvinas bajo las órdenes de Jorge Rodolfo Svendsen. En la guerra acumuló 31 horas de vuelo y sus compañeros también lo describen como un piloto audaz y sacrificado que alguna vez hizo de “señuelo de tiro” para distraer al enemigo y que sus compañeros pudiesen completar una misión. Su recuerdo de “Picho” es contundente:
“Yo lo conocí cuando se recuperaron las Malvinas, en el ‘82. Él fue nombrado jefe de un escuadrón de helicópteros que iba a partir hacia el sur; a mí me designaron en ese escuadrón. Picho era capitán, tenía 32 años. Yo tenía 25 años. Era un hombre sumamente especial. Era reservado, nada extrovertido, y tenía un estilo de mando muy medido. No se caracterizaba por tener exageraciones o demasiado énfasis. Pero cuando empezaron las operaciones, lo que nosotros descubrimos fue un gran líder militar. Era un hombre de un coraje fuera de lo común. Para mí es el hombre más valiente que conocí en mi vida.
Siempre que le daban misiones al escuadrón, él iba primero y después decidía cuál de los tenientes lo iba a acompañar. Además, siempre se preocupaba, como piloto con experiencia, de proteger a los que tenían menos experiencia. Svendsen siempre estaba detrás del cuidado de los más jóvenes.
Uno puede ser un tipo de persona en la paz y otro tipo en la guerra. Él, en la guerra, demostró ser un jefe extraordinario. A partir de ahí tuvimos una relación personal muy fuerte. Svendsen era muy amable, muy atento, era silencioso, oía más de lo que hablaba. Era muy tranquilo.
El 28 de mayo, 7 días después del famoso rescate, Svendsen hizo otra acción espectacular. Fuimos con la escuadrilla a llevar tropas de infantería a Darwin, porque estaban siendo atacados por los ingleses. En un momento, entramos en una situación de mucho combate. Desde ahí pidieron que un helicóptero entrara a retirar heridos. Svendsen nos dijo: ‘Yo voy, ustedes vuelvan a Puerto Argentino”. Él, acompañado por Marcelo Florio, otro piloto, entró a Darwin en el medio del bombardeo y se quedaron esperando 20 minutos hasta que llegó la ambulancia con los heridos que levantaron y llevaron al Hospital Militar en Puerto Argentino. Tengo una especial devoción por él. Nos mostró una manera de ejercer el liderazgo que a mí me acompañó toda la vida”.
Aún después del 14 de junio, tras la rendición argentina, a la compañía de Svendsen se la autorizó a seguir volando para evacuar heridos y recorrer las posiciones defensivas argentinas en busca de más heridos o muertos, misión que cumplieron hasta el 16 de junio. Uno de estos vuelos lo hizo con un oficial inglés en su tripulación para convencer a un grupo de bravos combatientes argentinos que se negaban a creer como cierta la noticia de la rendición.
El 14 de
junio, antes de que los ingleses ingresaran a Puerto Argentino, Svendsen
solicitó autorización para destruir los helicópteros y evitar así su
caída en manos del enemigo. El permiso le fue denegado. El Bell UH 1H
con matrícula AE-424 que piloteó “El Picho” fue capturado por fuerzas
británicas en Malvinas y tuvo un curioso derrotero. Personal del 820
Squadron lo reparó y, en 1983, volvió a volar con nueva matrícula,
VP-FBD, otorgada por el gobierno kelper. Tres años más tarde apareció en
Gran Bretaña, con nueva identificación. Y, por último, se supo que en
1992 fue dado de alta en Papúa Nueva Guinea.
“Picho, descansá y tranquilizate, tu artillero de puerta estará a tu espalda”
El teniente coronel Jorge Rodolfo “Picho” Svendsen murió a los 73 años en una cama del Hospital Italiano, luego de luchar contra un cáncer de pulmón, rodeado por su familia y sus camaradas. Estaba casado con Raquel, con quien tiene tres hijos, dos mujeres y un varón, y nietos. Fue velado hasta la medianoche del jueves en la Cochería Vera de San Miguel y hoy, viernes 11 de noviembre, sus restos fueron trasladados al cementerio de San Miguel.
Martín Héctor “El Negro” San Miguel, su hermano de armas, quien voló a su lado en Malvinas como “mecánico de vuelo” y “artillero de puerta”, lo despidió con un emocionante posteo en Facebook: “Mi gran capitán, antes de ayer, cuando pude estar a tu lado en el Italiano, pude despedirme y fue muy emotivo. Tu puño subiendo y allí mi puño chocándolo… Tus ojos me decían todo, así pudimos comunicarnos. Luego, ese apretón de manos fue nuestra despedida. Y así charlamos, mirada y mirada. Luego te dije ‘Picho, descansá y tranquilizate, tu artillero de puerta estará a tu espalda y te cuidará así como a tu familia. Allí fue que tus ojos comenzaron a cerrarse y tu mano descansó. Lloré porque supe que mi gran capitán partía a su último vuelo. Gracias Picho, de tu Negro”.
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