miércoles, 26 de febrero de 2014

Revolución Libertadora: Las acciones en Curuzú Cuatiá

Curuzú Cuatiá





En la madrugada de aquel agitado 16 de septiembre, un camión militar se aproximó lentamente al aeródromo de Gualeguay con sus luces apagadas. Junto a la pista de aterrizaje esperaba expectante un grupo de oficiales revolucionarios.
El vehículo, conducido por el coronel Eduardo Arias Duval, se detuvo y varias personas descendieron de él. Se trataba del general Pedro Eugenio Aramburu, el coronel Eduardo Señorans, el subteniente Carlos B. Chasseing y el propio Arias Duval, sin contar a los soldados fuertemente armados, que viajaban en la parte posterior.
Quienes esperaban junto a la pista se aproximaron a los recién llegados y después de intercambiar unas pocas palabras, se encaminaron hacia el monomotor Piper que al comando del teniente primero Enrique Méndez, aguardaba con los motores encendidos en la cabecera, listo para despegar.
Los individuos cargaron el equipaje y el armamento e inmediatamente después abordaron la máquina, tomando ubicación en su interior.
Ni bien encendió el motor, Méndez se dio cuenta que había sobrepeso y por eso ordenó descargar todo aquello que fuera prescindible. Los tripulantes bajaron varios bultos que apilaron junto a la pista y enseguida volvieron a abordar, comprobando con desazón que la máquina seguía sobrecargada y, por consiguiente, sin posibilidades de despegar. Así se lo explicó Méndez al general Aramburu y este le dijo que en su condición de piloto, fuese él el encargado de decidir.
Señorans, que escuchaba la conversación se volvió hacia el Dr. Eduardo Bergalli, dirigente radical y único civil a bordo y le pidió que bajara. El hombre intentó oponerse pero, debido a su condición, se le exigió descender rápidamente porque llevaban retraso y no querían demorar más la partida.
Muy a su pesar, el dirigente abandonó la aeronave y junto a él hizo lo mismo él el teniente primero Catani, por ser el oficial más joven.
Una vez libre de la sobrecarga, el avión cerró sus compuertas y dando máxima potencia a su motor, comenzó a rodar por la pista, justo en el momento en que la policía de la provincia de Entre Ríos, llegaba a gran velocidad con el objeto de impedir su partida.
El avión ganaba velocidad cuando los agentes descendieron de sus móviles y abrieron fuego alcanzando el fuselaje e hiriendo en la pierna al capitán de fragata Aldo Molinari.
El monomotor se elevó sin problemas y cuando en el horizonte comenzaba a clarear, su piloto puso rumbo a la vecina provincia de Corrientes, más precisamente a Curuzú Cuatiá, una de las dos ciudades fundadas por el general Belgrano durante su expedición al Paraguay.
Molinari se tomaba la pierna cuando advirtió a sus acompañantes que estaba sangrando. Arias Duval, que viajaba en el asiento del copiloto, se incorporó y se ubicó a su lado para hacerle un torniquete con dos pañuelos y de esa manera detuvo momentáneamente la hemorragia.
A las 08.05 el avión se estabilizó y casi enseguida, el teniente Méndez, notó que frente a ellos se formaba un frente de tormenta con unas amenazantes nubes obscuras, razón por la cual, encendió la radio para escuchar el parte meteorológico.
En esos momentos, la voz del locutor transmitía un mensaje oficial que daba cuenta del levantamiento militar en la provincia de Córdoba, que el mismo comenzaba a ser controlado por las fuerzas leales y que reinaba la calma en el reino del país. Los tripulantes se miraron sorprendidos justo cuando Méndez iniciaba un rodeo para evitar la tormenta virando un tanto a la izquierda, maniobra que les permitió distinguir a lo lejos, la localidad de Rosario del Tala.
Sobrevolaban el curso del río Mocoretá, cuando el coronel Señorans explicó a los pasajeros que de acuerdo a lo acordado al planificarse la operación, la señal que confirmaría que el lugar se hallaba en manos rebeldes era una ambulancia estacionada junto a la pista de aterrizaje.
Veinte minutos después, el monomotor comenzó a descender aunque con muy poca visibilidad debido a la densa capa de nubes que cubría el sector y casi enseguida divisaron el aeródromo, notando una extraña quietud y lo que era peor, ninguna ambulancia detenida su lado.
El aparato comenzó a volar en círculo mientras sus ocupantes discutían la situación. Aramburu, que viajaba sentado en la parte posterior se había mantenido en silencio durante todo el viaje y recién habló cuando sus camaradas se percataron de la situación, preguntándole a Molinari cual era su parecer. El marino respondió que a su entender, lo más acertado era aterrizar y seguir adelante con los planes. Después de escucharlo, el general meditó un momento y después de unos segundos de meditación, ordenó el aterrizaje.



En tierra firme, el decidido mayor Juan José Montiel Forzano tenía todo listo para iniciar la sublevación a la hora convenida. Se había estado moviendo aceleradamente desde el día 14 poniendo al tanto de los planes a los oficiales y civiles sublevados, entre ellos el mayor de Zapadores Constantino Passoli, los capitanes Eduardo Rezzonico, Claudio Mas, José Eduardo Montes, Joaquín Vallejos y Francisco Balestra, Pedro E. Ramírez (hijo del ex presidente de la Nación Pedro Pablo Ramírez), Julio César y José Rafael Cáceres Monié (hermanos del militar), Mario de León, Juan Labarthe y Enrique Arballo.
A las 0 horas del 16 de septiembre, procedió a capturar los cuarteles del Destacamento de Exploración Blindado de la localidad y a detener a sus principales autoridades, encabezadas por los tenientes coroneles Carlos Frazer, Julio César Uncal y Carvajal y los mayores Tomás Rodolfo Orsi, Nadal, Hogan, Rodríguez e Idelbo Eleodoro Voda junto a varios capitanes y tenientes. Acto seguido, reunió a los 180 suboficiales de la unidad en el patio principal del Destacamento de Exploración, y los invitó a plegarse al alzamiento, cosa que la mayoría, rechazó. Ante tal situación, ordenó su detención desarmándolos y encerrándolos en el depósito de materiales frente a los cuales dispuso montar una fuerte custodia para asumir la comandancia inmediatamente después, distribuyendo cargos entre sus seguidores.
Todo estaba bajo control cuando el avión en el que viajaba el general Aramburu tocó tierra, a excepción de la Agrupación Blindada, su Escuela y sus talleres, con sus dotación de 50 tanques y vehículos semioruga, ubicada en uno de los extremos de la población, con el arroyo Curuzú Cuatiá de por medio.
Montiel Forzano despachó hacia allí al mayor Eduardo Samyn al frente de un grupo de oficiales mientras los comandos civiles ocupaban la Municipalidad, la comisaría, el Correo, la estación del ferrocarril, el Banco y la oficina de teléfonos, sin hallar oposición.
La Escuela y la Agrupación Blindada cayeron sin derramamiento de sangre y de esa manera, toda una División, con sus cañones, morteros y tanques, quedó en poder de las fuerzas rebeldes. Poco después el teniente coronel Jorge Orfila, jefe del Distrito Militar, se subordinó a Montiel Forzano, poniendo a sus órdenes a la policía y los comandos civiles.
Sin pérdida de tiempo, se despachó hacia el aeródromo a una sección al mando del teniente José Luis Picciuolo, con instrucciones de recibir al general Bengoa y llevarlo inmediatamente al Destacamento. El alto oficial debía ponerse al frente de las fuerzas sublevadas, abordar los trenes y encaminarse hacia Paraná primero y Rosario después, para reunir a las tropas que a las órdenes del general Lonardi, marcharían desde Córdoba hacia a la Capital Federal, pero una vez más el alto oficial nunca apareció.
A las 10.00 horas se hizo presente en la estación aérea el coronel Héctor Solanas Pacheco, que venía de la estancia “El Carmen” para interiorizarse de lo que acontecía, a y después de escuchar que nada se sabía de Bengoa, emprendió el regreso.



Quien quedó vivamente sorprendido por lo que acontecía en la Agrupación Blindada Escuela de Curuzú Cuatiá fue su comandante, el coronel Ernesto Sánchez Reinafé cuando a poco de llegar a Buenos Aires, supo por boca del general Francisco Antonio Imaz, que su guarnición se había sublevado.
Se le ordenó regresar de inmediato y junto al general Carlos Salinas y el coronel José Eduardo Tabanera, comandantes de la División Blindada y de Artillería del Cuerpo Mecanizado respectivamente, hacerse cargo de la situación. De ese modo, sin pérdida de tiempo, se dirigieron al Aeroparque Metropolitano y una vez allí abordaron un avión civil LV bimotor y partieron rumbo a Corrientes.
Sánchez Reinafé había sido víctima de una maniobra de distracción de Montiel Forzano, quien le había hecho llegar un mensaje en el que se le ordenaba presentarse urgentemente en Buenos Aires para una reunión en el Ministerio de Ejército.
El avión que conducía a Salinas y Sánchez Reinafé despegó de la capital cerca de las 12.00 y una hora después, sobrevolaba Curuzú Cuatiá arrojando panfletos del gobierno, que anunciaban el fracaso del alzamiento. Eso y los comunicados oficiales emitidos por las radios, dando cuenta de que las fuerzas leales se estaban imponiendo, hicieron cundir el desconcierto en la guarnición blindada, hasta tal punto que varios oficiales, entre ellos el capitán Nicolás Granada y los tenientes Alberto Rueda, Shefferd y Juan Rocamora, rebeldes hasta ese momento, abandonaron la conjura y se apresuraron a liberar a los 180 suboficiales que custodiaban.
Lo que hasta el momento había sido un movimiento pacífico se transformó en un baño de sangre. Los suboficiales, enajenados, abandonaron los talleres en los que habían estado encerrados y profiriendo insultos y vivas a Perón corrieron a los arsenales para proveerse de armamento, reduciendo previamente a los oficiales Rubén Molli y Carlos Zone, que en esos momentos montaban guardia. Desde ese punto se encaminaron hacia los portones de acceso, apoderándose de la entrada principal, controlando con ello los accesos a la unidad.
Al ver eso, el mayor Samyn corrió hasta el pueblo donde se hallaban reunidos los altos mandos rebeldes y los puso al tanto de lo que estaba ocurriendo1.
Sumamente agitado, Samyn informó que la guarnición había vuelto a manos leales y que el caos y la confusión dominaban la Agrupación, por lo que Detang le aconsejó a Solanas no esperar más y hacerse cargo inmediatamente de la situación mientras Montiel Forzano partía presurosamente para ponerse al frente de sus tropas.
Las circunstancias eran en extremo complejas ya que era el general Aramburu y no Bengoa quien se había presentado para tomar el mando en Corrientes y eso tornaba más confusa la situación.
Haciendo caso omiso y siguiendo adelante con lo que se había planificado, Montiel Forzano se puso al frente de una columna de siete vehículos semioruga, cuatro cañones, personal de Zapadores y del Destacamento de Exploración y al frente de ella atravesó la población para alcanzar el extremo opuesto, cuando las tropas leales, al otro lado del arroyo, efectuaban aprestos.
Dos de los blindados se dirigieron hacia el sector, uno al mando del teniente primero Jorge Cisternas y el otro al del subteniente Juan Carlos González, al tiempo que un camión leal conducido por el teniente Juan Rocamora, partía a toda velocidad desde la vecina Escuela, embistiendo violentamente la baranda divisoria lateral para bloquear el puente. Ambas fuerzas abrieron fuego y se trabaron en duro combate con los suboficiales, apostados en los talleres, disparando contra los tanques. Uno de ellos subió corriendo al blindado del subteniente González y dese la torreta disparó a quemarropa. La bala impactó en una saliente del interior y eso salvó milagrosamente al oficial. El teniente Villamayor, abatió al agresor desde su blindado cuando el efectivo leal estaba a punto de efectuar un segundo disparo. El sujeto cayó pesadamente a tierra en el preciso momento en que los tanques abrían fuego con sus cañones y ametralladoras pesadas de 7,65 mm. Uno de ellos disparó contra el carrier de Villamayor en momentos en que Montiel Forzano trepaba por él. Los rebeldes devolvieron el fuego y obligaron a sus adversarios a replegarse mientras la lucha crecía en intensidad llegando, incluso, al combate cuerpo a cuerpo.

La gran cantidad de bajas que se produjeron, obligó a las partes a efectuar un repliegue táctico con el objeto de reagruparse y evaluar la situación. Fue en ese preciso instante, que Montiel Forzano se trasladó hasta una casilla cercana y se comunicó con el Grupo de Artillería para ordenarle que atacase la Escuela disparando por encima de la población.
La orden no llegó a cumplirse porque en esos momentos el coronel Arias Duval se hizo presente con el objeto de solicitar un parlamento. No soportaba la idea de que se estuvieran matando entre amigos y compañeros de armas y por esa razón, pidió dialogar. Montiel le explicó que había solicitado el bombardeo a la Escuela y que le resultaría sumamente difícil detenerlo pero a los pocos minutos, logró establecer un nuevo enlace telefónico y contuvo a tiempo la acción.
Arias Duval, ex subdirector de la Agrupación, tenía muchas amistades entre los suboficiales y por esa razón intentó entablar diálogo. Seguido por el capitán José Eduardo Montes, salió al exterior enarbolando una bandera blanca, pero al verlos avanzar, los suboficiales les dispararon, obligándolos a buscar cobertura detrás de un árbol. Desde esa posición hicieron señales agitando la bandera y el fuego cesó.
Arias Duval y Montes cruzaron el puente y después de ser recibidos por las avanzadas del enemigo, se encaminaron hacia su puesto de mando escoltados por hombres fuertemente armados. Inmediatamente después, ingresaban en la Escuela donde los esperaban el jefe de la Compañía de Tiradores, capitán Nicolás Granada y el teniente Mario Benjamín Menéndez2 y entablaron conversaciones en tono cordial pero firme en las que quedó claro que los jefes leales nada querían saber con la revolución y exigían la inmediata liberación del coronel Frazer, detenido en la cercana comisaría.
Arias Duval accedió y mandó buscar al oficial quien, al cabo de unos instantes (que se hicieron extremadamente largos), se hizo presente para incorporarse a las tratativas. Se acordó que tanto la Escuela como los talleres se mantendrían al margen de la contienda y que los prisioneros de ambos bandos serían liberados.

En horas de la tarde, el mando leal se hallaba reunido en el casino de oficiales de la VI División de Caballería, organizando la represión.
Lo constituían el general Astolfo Giorello y los coroneles Sánchez Reinafé y José Bernardo Tabanera, quienes decidieron movilizar al Regimiento 9 de Caballería y a un grupo de artillería de apoyo infiltrando previamente entre la población y los cuadros rebeldes, a varios suboficiales vestidos de civil, para obtener información. Estos últimos fueron eficientes a la hora de cumplir su cometido y una vez de regreso, dieron cuenta que las fuerzas amotinadas aún no habían sido desplegadas y que tenían algunas dificultades para organizarse.
Eso era, precisamente, lo que los jefes leales deseaban escuchar y lo que los decidió a ponerse en marcha sobre Curuzú Cuatiá.
Una larga columna de vehículos, integrada por dieciocho camiones, diez ómnibus y al menos cinco automóviles particulares, se puso en movimiento  desde los cuarteles que fue detectada por un avión de reconocimiento cuando se desplazaba a la altura de la localidad de Justino Solari3.
Ni bien el piloto transmitió la información, el general Aramburu solicitó al teniente Méndez que la confirmase, orden que el joven oficial se apresuró a cumplir sobrevolando minutos después la larga hilera de vehículos, e incluso a elementos de Artillería avanzaban en tren desde Paso de los Libres.
La noticia produjo confusión entre los mandos rebeldes que, sumamente preocupados, dudaban entre aguardar el ataque en posiciones defensivas o salir al encuentro de esas fuerzas para sorprenderlas en el camino. Finalmente, se optó por esta última alternativa, alistando para ello a catorce vehículos semioruga, siete piezas de artillería y varios camiones para transportar la tropa4.
Cuando todo estuvo listo, el general Aramburu ordenó al coronel Solanas Pacheco que permaneciese en los cuarteles a cargo de la guarnición y poco después abordó uno de los camiones con el que partió a enfrentar a las fuerzas leales.
Eran más de las 18.00 y el cielo se hallaba cubierto por espesas nubes cuando Solanas Pacheco y Roger Detang, vieron a la larga hilera de vehículos alejándose en dirección a la ruta. Cuando la misma desapreció de vista, el primero procedió a efectuar una recorrida por las instalaciones, visitando en primer lugar al capitán Molinari, que se reponía de sus heridas satisfactoriamente en el hospital local (aunque con bastante dolor), e inmediatamente después regresó al cuartel.
Recién entonces se percató que tenía a su cargo una heterogénea tropa de soldados y suboficiales y que cundía la confusión en sus filas por lo que, según refiere Ruiz Moreno, le comentó a Detang el hecho, solicitando su consejo en base a su experiencia como combatiente de la Segunda Guerra Mundial.

-Esto para vos debe ser algo normal pero no para mí – le dijo al francés- Considero la situación extremadamente difícil.
-Te confieso que es la situación más jodida de mi vida – le respondió aquel - En la guerra conocíamos al enemigo, pero estos que nos rodean nos pueden disparar en cualquier momento.

Mientras tenía lugar esa conversación, las fuerzas revolucionarias seguían su avance encabezadas por el blindado de Montiel Forzano y el mayor Néstor Vitón, jefe del Grupo de Artillería. De acuerdo al plan, la columna se introdujo en una arboleda que se extendía a un lado del camino y tomó posiciones para emboscar en ese punto a las tropas del general Giorello que llegaban desde Mercedes. Allí quedaron Aramburu y su estado mayor mientras Montiel Forzano se adelantó para explorar.
El bravo oficial llegó hasta las líneas del enemigo que al ver su carrier, se replegaron a gran velocidad. En ese preciso momento llegó a su lado un jeep conducido por el capitán José Eduardo Montes que traía una orden de Aramburu según la cual, debía regresar a la mayor brevedad posible.
Montiel obedeció y una vez en presencia de su superior, supo que los vehículos comenzaban a quedarse sin combustible y que como estaba obscureciendo, la situación se tornaba desventajosa.
-Considero conveniente regresar al cuartel – dijo Aramburu.
Montiel Forzano se sintió bastante decepcionado al escuchar esas palabras porque había venido a luchar y estaba dispuesto a hacerlo.

-Mi general, le pido autorización para organizar un ataque sobre las posiciones enemigas con cinco semiorugas. Sé donde está el enemigo.
-No sé si eso es conveniente. Se me ha informado que la columna leal se detuvo en la localidad de Baibiene y que están posicionando sus cañones y ametralladoras junto al camino.
-Es posible, pero creo que saldrán huyendo cuando sientan nuestros disparos sobre sus cabezas.
Aramburu titubeó unos segundos y al final concedió.
-De acuerdo. Proceda5.
Montiel Forzano partió decidido a cumplir su misión. Tenía pensado abandonar el camino principal y flanquear las posiciones del enemigo a través del campo y atacarlo por detrás y para ello ordenó cargar combustible y colocar cuatro ametralladoras en cada blindado.
Cuando los soldados se hallaban abocados a esas tareas, se le acercó un sargento para informarle que el general Aramburu requería nuevamente su presencia. Sumamente contrariado el oficial se dirigió al puesto de mando para escuchar una vez más, por boca de su superior, que la incursión debía abortarse.
-Hemos analizado su plan y creemos que es irrealizable. Se ha resuelto suspender el ataque.
Montiel Forzano quedó desconcertado pero como buen militar que era, acató la orden. Para eso había un general allí y por algo adoptaba esa decisión. Incluso se produjo un hecho que pareció darle la razón a Aramburu que antes de salir de los cuarteles, los vehículos que componían la columna habían cargado combustible pero en esos momentos, sus tanques se hallaban prácticamente vacíos, prueba fehaciente de que habían sido saboteados y de que se debían adoptar medidas urgentes para evitar un descalabro.
Cumpliendo las órdenes de Aramburu, la columna dio media vuelta y en plena noche emprendió el regreso.
Una vez en los cuarteles, los rebeldes hallaron nuevas pruebas del sabotaje. Los suboficiales habían derramado el combustible de los depósitos y no había una sola gota de nafta y para peor, Rolando Hume, que había sido enviado por el Dr. José Rafael Cáceres Monié a la localidad de Justino Solari para requisar todo el gas oil del lugar, había caído prisionero de las avanzadas leales y no se tenían noticias de él. En vista de ello, Aramburu decidió despachar a Solanas Pacheco para que intentase volcar al general Giorello a la revolución, pues había indicios de que era proclive a ello.
Acompañado por Detang y Carlos Passeron, Solanas subió a un automóvil particular y se dirigió hacia Baibiene para cambiar allí sus uniformes por ropas de civil y seguir viaje en medio de la noche.
El automóvil se encontraba a solo 30 kilómetros del cuartel de Curuzú Cuatiá cuando ráfagas de ametralladoras lo obligaron a detenerse. Al ver que se les acercaban varios soldados apuntándoles con sus armas, Detang descendió con las manos en alto, gritando con su típico acento francés que eran tres hacendados en viaje de negocios.
Los soldados rodeaban el automóvil en momentos en que un suboficial abría la puerta trasera del rodado e iluminada su interior con una linterna. Al reconocer a Solanas, llamó al coronel Juan José Arnaldi, director de la Escuela de Caballería a cargo del operativo, quien al llegar al lugar ordenó a los ocupantes del rodado, descender inmediatamente.
-¡Quedan los tres detenidos! – dijo.
Desarmados y bajo rigurosa vigilancia, Solanas Pacheco, Detang y Passeron fueron conducidos hasta tres vehículos militares en los que iban a ser trasladados a la localidad de Mercedes en calidad de detenidos. La guerra para ellos, había finalizado.

Mientras tanto, en Curuzú Cuatiá Montiel Forzano, siguiendo órdenes directas del general Aramburu, organizaba a toda prisa el ataque a las tropas leales apostadas en Paso de los Libres.
El oficial rebelde se hallaba planificando la ofensiva en el Destacamento de Exploración de Caballería, cuando alrededor de las 23.00 se hicieron presentes dos suboficiales para informar que elementos del Grupo de Artillería y del Batallón de Zapadores habían desertado para plegarse a las fuerzas gubernamentales que acababan de liberar a todos los prisioneros y que al frente de ellos avanzaban hacia el lugar, fuertemente armados.
Montiel Forzano y sus compañeros ignoraban que en ese preciso instante, los suboficiales leales rodeaban el Casino y se preparaban para abrir fuego y sin perder tiempo le pidió a un mensajero que se dirigiese inmediatamente hasta el puesto de mando del general Aramburu para decirle que debía retroceder hasta el Destacamento de Exploración y prepararse para resistir la embestida gubernamental. Al saber la novedad, el general reunió a sus oficiales y los puso al tanto de la situación, a saberse: las tropas leales habían quedado inmovilizada, no había combustible y fuerzas procedentes de Paso de los Libres, Mercedes y Monte Caseros convergían sobre el sector.
-Todo ha terminado. Quedan en libertad de acción. Quien desee dirigirse a Córdoba, puede hacerlo.
Para evitar quedar rodeado, el comando rebelde se desconcentró apresuradamente mientras afuera comenzaban a escucharse disparos.
Aramburu abordó un jeep junto al teniente coronel Carlos Ayala y los capitanes Claudio Mas y José Eduardo Montes y partió hacia Paso de los Libres sin decir cuales serían sus siguientes pasos. El coronel Señorans se dirigió hacia el aeródromo, acompañado por el piloto Enrique Méndez y los tenientes Hernández Otaño y Castelli, para abordar el avión que los había traído desde Buenos Aires y volar hacia Córdoba, pero lo encontraron rodeado por tropas gubernistas y por esa razón, ganaron el campo y se alejaron rumbo a la estancia de Eduardo Cazes Irigoyen.
Quien decidió permanecer en su puesto fue el coronel Arias Duval, en su carácter de ex subdirector de la Escuela Blindada. Sabía que iba a caer prisionero y que sufriría las consecuencias pero no estaba deseaba e entregar el mando a los suboficiales sino que lo haría personalmente con un oficial competente.
Así lo hizo y cuando el mayor Nadal, jefe de los talleres de la agrupación, se hizo presente, Arias Duval procedió a traspasarle el control de la unidad militar y se puso a su disposición. Nadal, que era su amigo, no dispuso su arresto sino que, por el contrario, lo obligó a subir a un jeep y él mismo en persona, lo condujo hasta los límites de la guarnición.
Arias Duval escapó en la noche, a campo traviesa y se escondió en un rancho cercano a la ruta que conducía a Monte Caseros, donde permaneció oculto hasta el 18 de septiembre cuando abordó un tren con destino a Paraná decidido firmemente a llegar a Córdoba para sumarse a la lucha.
Montiel Forzano, que hasta último momento mantuvo la esperanza de llevar a cabo un ataque sobre las fuerzas enemigas, desistió de su plan y abordó otro jeep para encaminarse a Goya en compañía de varios oficiales, sabiendo que el capitán Francisco Balestra los esperaba con un avión particular listo para partir en cuanto llegasen.
Cuenta Ruiz Moreno que a causa del agotamiento, Montiel Forzano se quedó dormido ni bien el jeep se puso en marcha y que recién se despertó sobre el puente del arroyo Santa Lucía cuando un pelotón peronista detuvo su marcha y lo hizo prisionero junto al conductor y sus acompañantes.
Las fuerzas de Perón ganaron la batalla de Curuzú Cuatiá, el coronel Frazer se hizo cargo de la Agrupación Blindada y su Escuela y de ese modo, la población y su guarnición volvieron a manos del gobierno. A las 02.00 del día siguiente le entregó el mando al coronel Sánchez Reinafé, cuya primera medida fue el envío de un telegrama urgente a la capital, notificando con satisfacción, que la unidad militar se hallaba nuevamente en manos leales.


Notas

  1. Entre los presentes se encontraban el coronel Solanas Pacheco, el mayor Montiel Forzano y el veterano francés de la Segunda Guerra Mundial, Robert Detang, quienes en esos momentos intercambiaban información con el recién llegado general Aramburu.
  2. Sobrino nieto del general alzado en 1951 e hijo del eminente médico y catedrático de Chañar Ladeado, de igual nombre y apellido, se haría célebre, veintisiete años después, por su poco convincente desempeño como gobernador del archipiélago de Malvinas durante la guerra del Atlántico Sur.
  3. La localidad lleva el nombre de Mariano I. Loza. El piloto que tripulaba el avión de reconocimiento era Julio Delage, instructor civil del aeroclub de Curuzú Cuatiá.
  4. De acuerdo a lo pactado con la Agrupación Blindada, los tanques no serían utilizados.
  5. Isidoro Ruiz Moreno, op. cit, pp. 145-146.


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