Hace 36 años, la Navidad de 1978 fue testigo de la mayor crisis con el país vecino por las islas del Beagle y sólo la mediación papal --y una inesperada tormenta-- impidieron a último momento el estallido de las hostilidades
Por Daniel Gallo | LA NACION
La Navidad de 1978 fue recibida de manera especial en la Argentina y en Chile. |
Fue casi un milagro que hubiese un motivo para festejar. Los tambores de la guerra dejaron de sonar a sólo horas del momento elegido para lanzarse a la batalla. Se lo conoció como el conflicto del Beagle. Podría haber sido un enfrentamiento a escala general en los dos países e ir más allá de los límites de la zona en litigio en esos años. Sólo la intervención directa de Juan Pablo II logró hace 25 años el aire que necesitaban los negociadores de cada lado para frenar el conflicto cuando la movilización era total en la frontera.
Las reconstrucciones de esos sucesos señalan a los comandantes de cuerpos del Ejército argentino como los menos permeables a la diplomacia. El V Cuerpo a cargo del general José Vaquero, que tenía sus unidades en la avanzada, soportaría el peso de la ofensiva. En tanto, el I Cuerpo, al mando de Carlos Suárez Mason, había enviado al Sur a la poderosa Brigada de Caballeria Blindada I y a la Brigada de Infantería X.
Por su parte, el II Cuerpo, comandado por Leopoldo Fortunato Galtieri, tenía la misión de apoyar la acción del V Cuerpo, para lo que trasladó al frente a una brigada de caballería y otra de infantería. Luciano Benjamín Menéndez tenía en su III Cuerpo el que esperaba fuera el golpe decisivo, la movilización de la brigada aerotransportada. El punto de reunión sería Temuco con el objetivo estratégico de dividir en dos a Chile. El plan de batalla estaba en marcha.
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F-5 Tiger II chilenos escoltan (en una demostración de fuerza) al avión que traslada al presidente Videla a Puerto Montt. |
En su libro De Chapultepec al Beagle, Juan Archibaldo Lanús reseña la sensación del momento: "Ante el golpe emocional y político que había provocado el fallo en el gobierno y en la comunidad política argentina, se observaron distintas actitudes. En lo que respecta al gobierno, se evidenciaron tres actitudes que pueden calificarse como dura, intermedia y benévola. La primera posición --sostenida por el Ejército y la Marina-- consistía en la conveniencia de rechazar el laudo. La segunda, asumida sobre todo por un sector de la Cancillería, sostenía que debían rechazarse los considerandos del laudo y aceptar la parte dispositiva. La posición benévola consistía en aceptar el fallo, terminando así el conflicto, lo que permitía normalizar rápidamente las relaciones con Chile. Básicamente, las personas que sostenían esta posición en la Cancillería eran funcionarios de la consejería legal. Hubo indicios de que algunos oficiales de la Fuerza Aérea se inclinaron también por la aceptación del laudo".
Después de una serie de negociaciones secretas, en las que el almirante Julio Torti era el enviado argentino y el general Toro Dávila, el chileno, los presidentes Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet se encontraron en la base aérea mendocina del Plumerillo, en enero de 1978. Los mandatarios parecían los menos inclinados a la solución militar. Pero la reunión fracasó y el 25 de enero de 1978 la Argentina declaró la nulidad del fallo arbitral.
Las rondas de negociaciones continuaron ese año. A fines de octubre del 78, el brigadier Basilio Lami Dozo, entonces secretario general de la Fuerza Aérea, se entrevistó en Chile con Pinochet. Por primera vez se habló allí de una mediación papal.
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Videla y Pinochet intercambiaron correspondencia epistolar en tono amistoso, pero la marcha de la guerra continuaba. A mediados de diciembre los desplazamientos de tropas eran generales en uno y otro lado. El jefe del Ejército, general Roberto Viola, se mostraba menos deseoso de entrar en combate que su plana mayor. La flota de mar argentina se estacionaba en el Sur y la chilena dejaba sus apostaderos. La Infantería de Marina había movilizado 12.000 hombres. El día del enfrentamiento sería el 22 de diciembre.
El canciller argentino era entonces el brigadier retirado Carlos Washington Pastor, concuñado de Videla. Los funcionarios de la Cancillería lograron proponer un plan final: mandar enviados a Washington, el Vaticano y Moscú.
"La gravedad de la situación --resume Archibaldo Lanús en su escrito sobre el tema--, que se deterioraba por momentos, hacía justificable la necesidad de alertar, pues la Argentina no era un país periférico al equilibrio político y militar del mundo. El brigadier Pastor y el general Videla decidieron que Susana Ruiz Cerruti viajara a la Santa Sede y que el doctor Guillermo Moncayo y el primer secretario Federico Mirré se dirigieran a Washington, Nueva York y luego a Moscú".
La respuesta de la Casa Blanca fue decisiva. Recibió a los enviados argentinos el asesor para asuntos interamericanos, Bob Pastor, que pasó el mensaje del presidente Carter. Los funcionarios hablaron de urgencias: "A lo mejor somos los últimos diplomáticos en venir...". Bob Pastor contestó con dureza: "Si ustedes toman una sola roca, por minúscula que sea, el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN los van a calificar de agresores. Le pediría que transmitiera este mensaje con claridad absoluta a Buenos Aires. El presidente Carter está al tanto de nuestra conversación...".
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La tensión, el 21 de diciembre, se mantenía en la frontera. Para las unidades de la primera línea había llegado el punto de no retorno. Las sensaciones de los oficiales jóvenes eran ambivalentes. Por un lado, sentían el orgullo del llamado a defender la soberanía. Por el otro, estaban preocupados por el alcance del conflicto. Los planes que veían detallaban la ocupación de ciudades estratégicas de Chile, incluida su capital, en los primeros ocho días de combate, para negociar luego desde posiciones de fuerza cuando organismos internacionales llamasen al alto el fuego. Entendían esos jóvenes oficiales argentinos que ciudades propias recibirían a su vez ataques. El único resguardo con que contaban los hombres de Buenos Aires era que la aviación de Chile no podía alcanzar a sus familias. Para el resto del país, las bajas se estimaban en miles.
En la zona central del conflicto el clima no permitía operaciones de envergadura el 21 de diciembre. La flota soportaba un mar cada hora más bravo y la tormenta bloqueaba cualquier tipo de salida aérea. Los cazabombarderos instalados en Río Gallegos no podrían apoyar las acciones ese día. Quedó instalado que ese fue uno de los motivos que postergó las acciones y dio paso a la mediación papal. Sin embargo, la operación estaba diseñada para ser terrestre en su mayor parte y el clima no impediría un avance a los puntos de encuentro dentro del territorio chileno.
Ante la inminencia del combate, en la mañana del 22 llega a Buenos Aires y a Santiago de Chile el ofrecimiento papal de mediación. Casi al anochecer lo acepta la Junta Militar argentina.
El 23 de diciembre se anunció de manera oficial que Juan Pablo II, en el inicio de su papado, enviaría al cardenal Antonio Samoré para que se encargara de las negociaciones.
La guerra se había evitado.
Sin embargo, la aceptación de la mediación vaticana no frenó roces con los principales generales, quienes pensaban que las tropas ya estaban en el terreno y debía aprovecharse el momento. El general Menéndez llegó incluso a pedirle al canciller Pastor --al pie del avión-- que no viajase a Montevideo el 8 de enero de 1979 para firmar las condiciones de la negociación del enviado del Papa.
Más allá de las rondas de negociaciones, las tensiones se mantuvieron en la frontera durante años, sucediéndose crisis de mayor o menor intensidad hasta el acuerdo final concertado por el gobierno de Raúl Alfonsín. Las tropas argentinas ya no volverían a cavar trincheras hacia el Pacífico.
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