El calvario de Monte Cassino
por el Comandante Rudolf Böhmler
Desde hacía seis meses, los Aliados se hallaban detenidos ante el Monte Cassino. ¿Conseguirían los alemanes rechazar aún por mucho tiempo los encarnizados asaltos anglosajones, franceses y polacos, decididos a abrirse camino hacia Roma? El siguiente texto ha sido extraído del libro “Monte Cassino”, publicado en 1956, por el Comandante de paracaidistas alemanes Rudolf Böhmler, quien nos relata los últimos y decisivos combates de una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial.
El éxito obtenido en la defensa de la ciudad y de la montaña de Cassino se cuenta entre los más brillantes hechos de armas que los soldados alemanes hayan llevado a cabo en el curso de la última guerra. Esta importante victoria defensiva de la 1ª división de paracaidistas y de las unidades del ejército de tierra que estaban a sus órdenes, asombró al mundo. Tal resultado es tanto más notable cuanto que fue obtenido en el curso del quinto año de guerra, en una época en que los alemanes no tenían ya la iniciativa de las operaciones. Se luchó en Cassino contra un adversario que disponía de una superioridad aplastante en tierra, mar y aire. Los alemanes se hallaban reducidos a la defensiva en todos los frentes desde hacía un año, sus divisiones estaban muy diezmadas y su armamento muy reducido por los bombardeos aéreos. Igual que veinticinco años antes sus padres hicieron frente al alud de material bélico en Verdun, en el Somme y en Flandes, hoy sus hijos se enfrentaban en Cassino a la terrible oleada de material bélico con la que el enemigo creía poder aplastarles. Los paracaidistas se habían dado cuenta de la situación: la orden de conservar Cassino a cualquier precio significaba una lucha a muerte. Y sabían que tras esta orden se jugaban una partida vital. No se trataba de imponer una pausa provisional al asaltante; se debía sobre todo cerrarle el camino de Roma. Porque Roma, en manos del adversario, significaba también la pérdida de los aeródromos más próximos a la frontera y que cayera más número de bombas sobre la patria ya tan castigada.
En el mes de Marzo de 1944, a las órdenes del célebre general neocelandés Freyberg, un ataque de la 5ª brigada indostánica y del 25º batallón neocelandés había abierto una brecha en el frente alemán. Esto no dio resultado más que en parte. El 2/4º regimiento de paracaidistas alemanes pudo cerrar la brecha con sus contraataques del 19 de Marzo, pero esta unidad sufrió al hacerlo graves pérdidas. A pesar de la violencia con que fue llevado este ataque, predominó el espíritu caballeresco de los dos campos. Alemanes e indostánicos trabajaron juntos para recoger a muertos y heridos. Cumplieron con este deber de humanidad unos junto a otros, no como enemigos, sino como verdaderos camaradas. La guarnición británica devolvió a los paracaidistas alemanes sus heridos y su médico, y llegó inclusive a poner a su disposición cuatro camillas que les permitieran evacuarlos. Los indostánicos ofrecieron entonces a sus adversarios –y no solamente a los heridos- cigarrillos y chocolate y les dieron sus cantimploras para que bebiesen, probando así en cuán alta estima tenían a sus enemigos. Al día siguiente recibieron de nuevo, con todo el espíritu caballeresco de su raza, a los soldados alemanes que venían a devolver las camillas. Sin embargo, apenas terminada la tregua, volvieron a ser enemigos encarnizados.
Después del fracaso de Freyberg, el general Wilson pasó inmediatamente al siguiente “round”, es decir, a la tercera y última batalla de Cassino. Las enormes reagrupaciones que realizaron los ejércitos aliados les impidieron, ciertamente, reanudar de inmediato las operaciones terrestres, pero el buen tiempo les permitió lanzar la aviación a la batalla con toda su potencia. Sin embargo, esta vez su misión era desorganizar el abastecimiento de los ejércitos alemanes y “estrangular” a las divisiones de Kesselring. Tales eran el sentido y el objeto de la operación “Strangle”, que, comenzada en la segunda quincena de Marzo, se prolongó durante toda la ofensiva de primavera. Día tras día, el general Eaker enviaba a las unidades de la Iª flota aérea británica y de la IIª flota aérea norteamericana sobre la Italia central, donde, en formaciones cerradas, volaban en picada sobre la red ferroviaria, al sur de la línea de Pisa-Florencia-Rimini. Bombardeaban aún más intensamente los importantes nudos ferroviarios de Pisa, Florencia y Arezzo y también Terni, Perusa y Viterbo, atacando al mismo tiempo los puentes, los sectores más importantes, los talleres de reparación y los depósitos de locomotoras. Cazas y caza-bombarderos preferían como blanco las locomotoras tan difíciles de reemplazar. Los bombarderos estratégicos atacaron la zona de los Alpes, en especial el Brenner, y martillearon los nudos ferroviarios más importantes de la Italia del norte.
Pero Eaker no limitó sus ataques a la red ferroviaria italiana. Los dirigió igualmente contra las otras vías de abastecimiento terrestre en las cercanías del frente o en la zona de retaguardia, subiendo hacia Florencia. Sus bombardeos hacían saltar los puentes y las carreteras de montaña y bloqueaban el paso en muchas localidades. Los cazas aliados barrían las carreteras de Italia meridional y central, disparando sin piedad contra todo vehículo alemán. Lo mismo que el tráfico ferroviario, el tráfico diurno por carretera quedó pronto anulado. Y sólo cuando hacía mal tiempo se atrevían a salir trenes y camiones. Los aviadores aliados tomaron también como objetivo los puertos de las costas del Tirreno y el Adriático, ya que una parte del abastecimiento de los ejércitos Xº y XIVº era traída por mar, sobre todo por Génova, La Spezia y Livorno, y también por Venecia y Ancona.
La operación “Strangle” despertó inmensas esperanzas en el mando aliado. No obstante, a pesar del implacable esfuerzo de estrangulamiento de la M.A.A.F. (Mediterranean Allied Air Force), el sistema logístico alemán permaneció intacto antes y después de la ofensiva de primavera. Si la ofensiva de Mayo no terminó en una catástrofe para los alemanes se debe, en definitiva, a los estados mayores logísticos y al celo de los ferroviarios, la intendencia y el cuerpo de ingenieros. El deficiente abastecimiento de las tropas combatientes, a pesar de todos los esfuerzos de estos estados mayores y de sus dependencias, es imputable en primer lugar a la situación crítica de nuestras fábricas de material de guerra y sólo en segundo término a la operación “Strangle”.
Esta operación era un indicio innegable de las intenciones de los Aliados. El mando alemán la consideraba con razón como los preliminares de un gran ataque que iba a ser el decisivo. Pero no se podía adivinar cuándo, cómo y dónde asestaría Alexander el golpe principal. Dos preguntas, sobre todo, quedaban sin respuesta: ¿Intentarían los Aliados aliviar todo el frente sur con un nuevo desembarco, quizá en Civitavecchia, o todavía más al norte, en Livorno? Esa operación, pensaba Kesselring, provocaría el derrumbamiento de todo el frente de Italia central y asestaría un golpe mortal a su grupo de ejércitos. Por otra parte, ¿apoyaría el general Alexander esta ofensiva emprendiendo operaciones de envergadura con tropas aerotransportadas en el valle del Liri? El mando alemán esperaba un ataque en profundidad y en un ancho frente en el sector de Cassino, y los preparativos de ataque en el río Garellano ya no podían ocultarse.
Pero quedaba una gran incógnita: ¿Hacia dónde dirigiría Alexander su esfuerzo principal? Kesselring creía que sería en los montes Aurunci y el macizo del monte Cassino. Consideraba poco verosímil que el choque principal se redujese a una operación terrestre en el valle del Liri. Pero solamente la ofensiva podía revelar el verdadero emplazamiento de su centro de gravedad. La localización del C.E.F. (Cuerpo Expedicionario Francés) habría suministrado un indicio concreto. Desde hacía ya algún tiempo no estaba en el norte de Cassino. ¿Adónde había ido? Donde apareciera el general Juin allí se podría estar seguro de que Alexander había meditado algo realmente importante. Esto nadie lo sabía mejor que Kesselring, que escribió de su puño y letra a este respecto: «Mi mayor preocupación era conocer la dirección del ataque del C.E.F., su composición y dónde empezaría. El Xº ejército y los estados mayores que de él dependían recibieron la orden de comunicar con urgencia cualquier informe en este sentido, ya que la decisión final que tomase el mando dependía de ello». Esta preocupación estaba muy justificada, como se demostró más tarde. Fue Juin, en efecto, el que destruyó el ala derecha del Xº ejército alemán y abrió a los aliados el camino de Roma.
El 1º de Mayo, durante una conferencia en Caserta, cuartel general de Alexander, se fijó exactamente la orden de operaciones número 1 de los ejércitos aliados de Italia: «Aniquilar el ala derecha del Xº ejército, rechazar a los restos de los ejércitos Xº y XIVº de la región al norte de Roma y perseguir al enemigo hasta la línea Pisa-Rimini, causándole el máximo de pérdidas posibles».
Para romper la línea Gustav y alcanzar estos objetivos, el general Alexander había concentrado poderosas fuerzas entre los Abruzos y la desembocadura del Garellano, situando el centro de gravedad del ataque del VIIIº ejército en la región de Cassino. El cuerpo de ejército de Juin había sido desplazado, situándolo en el alto Garellano, entre el río Liri y Castelforte, habiendo sido reemplazado por el 2º cuerpo polaco en las montañas al norte de Cassino. El 10º cuerpo británico, retirado de la cabeza de puente del Garellano, había sido transferido al norte, en las montañas, y había enlazado con las fuerzas polacas, mientras que el 2º cuerpo norteamericano tomaba posición en la orilla oeste del bajo Garellano. El 5º cuerpo británico, a las órdenes directas de Alexander, se encontraba en el río Sangro. No debía atacar, sino solamente seguir los movimientos previstos de las tropas alemanas. La superioridad de los Aliados en hombres y material era aún más evidente que antes. Habían llegado nutridas unidades del Cercano Oriente, de los Estados Unidos y de Canadá.
El 11 de Mayo, a las once en punto de la noche, todo el frente se activa a la vez. Desde Aquafondata al mar Tirreno, dos mil blancos en llamas dibujan en la noche una verdadera serpiente de fuego. Es un espectáculo grandioso, los “relámpagos” surcan el aire hasta perderse de vista y el fragor de los cañonazos retumba en las laderas de las montañas. La artillería pesada de los ejércitos Vº y VIIIº comenzó a disparar con precisión matemática. De nuevo, miles de proyectiles arrasaban las posiciones alemanas, y ahora los puestos de mando se convertían a su vez en el blanco de los cañones aliados. A las 11,45 hs., los británicos pasaron al ataque en el río Rapido; a la 1,00 hs., los polacos al noroeste del monte Cassino; los franceses, en los montes Aurunci; los norteamericanos, en el sector costero.
El ataque del C.E.F. lo decidió todo muy rápidamente. Las tropas de Juin tenían la misión de penetrar en el Valle del Liri por el sur, después de haber abierto el acceso al valle del río Ausente y haberse apoderado del monte Maio y llegar hasta Pico. Las unidades de Juin se precipitaron con toda su fuerza contra la 71ª división de infantería en el alto Garellano. El efecto de la preparación de artillería duró tanto tiempo que transcurrieron 45 minutos antes de que la 2ª división marroquí, que atacaba en el centro de gravedad, quedara bajo el fuego de los cañones alemanes. Los granaderos de la división Raapke se defendieron desesperadamente contra un enemigo superior en número y acostumbrado a la montaña. Pero el 12 de Mayo, a las tres de la mañana, el monte Faito quedó en poder del 4º regimiento de tiradores marroquíes. El camino del monte Maio estaba libre. Antes, sin embargo, había que apoderarse del monte Girofano para cubrir el flanco izquierdo de la 1ª división motorizada francesa.
La gran sorpresa fue el comportamiento del C.E.F. en el combate. La campaña de 1940 había arrojado un lúgubre velo sobre el ejército francés. No se creía que pudiera recuperarse de aquella total derrota. Y ahora las divisiones del general Juin demostraban ser extremadamente peligrosas. La razón de ello no era solamente la experiencia que de la montaña tenían los soldados marroquíes y argelinos. Otros dos factores contribuían a ello: el equipo del Cuerpo Expedicionario Francés era ultramoderno. Y sobre todo, estas tropas estaban mandadas por oficiales franceses que conocían muy bien su oficio. Con estos tres elementos básicos, Juin había hecho una sólida aleación. Desde entonces sus hombres siguieron mostrándose a la altura de las misiones que se les encomendaron y el mariscal Kesselring ha afirmado a este autor que la presencia del cuerpo de ejército de Juin le creaba siempre graves preocupaciones. Si en los combates de monte Cassino el general Clark le hubiese hecho más caso al general Juin, si se hubiese adoptado su plan que consistía en abrir el valle del Liri, avanzando por Atina, probablemente no se habrían producido las tres sangrientas batallas del monte Cassino y la venerable casa de San Benito no habría sufrido tantos daños. Pero en las primeras semanas que siguieron a su toma de mando de un sector del frente de Italia, Juin no pesaba lo suficiente como para hacerse escuchar en el consejo aliado. Sólo más tarde, cuando demostró su valía con éxitos tangibles, se le prestó más crédito.
Sin embargo, en el monte Girofano el efecto de sorpresa había fallado y la batalla había pasado por alternativas diversas durante toda la jornada del 12 de Mayo. No obstante, el monte fue conquistado sobre el final de la mañana del día 13 por los marroquíes. A mediodía, el 8º regimiento de tiradores se apoderó del monte Feuci y poco después, a las cuatro de la tarde, del monte Maio, frente a una débil resistencia de los alemanes. Cuarenta horas después del comienzo del ataque, la bisagra sur de la puerta de Cassino había saltado, mientras que los polacos enrojecían con su sangre la bisagra norte. Después de la caída del monte Girofano, la 1ª división francesa se lanzó hacia el norte y, el 13 de Mayo por la tarde, llegaron al Liri. El ala norte de la 71ª división de infantería alemana estaba rota y ya no se podían seguir manteniendo las posiciones más al sur. Allí igualmente las divisiones de Juin habían ganado terreno. La 4ª división marroquí de montaña, así como la 3ª división argelina, habían penetrado en la línea Gustav. Castelforte y Damiano estaban en poder de los franceses. La puerta de acceso al valle del río Ausente estaba abierta. Juin no vaciló. Había llegado su momento. Atacó inmediatamente, de flanco, por el sur, a la 71ª división. El 13 de Mayo, marroquíes y argelinos se apoderaban a un mismo tiempo del monte Ceschito. La 1ª división francesa se lanzaba sobre San Giorgio, los argelinos avanzaban hacia Ausonia y la 4ª división marroquí de montaña se disponía a efectuar un sorprendente avance adentrándose muy al interior de la línea Gustav, por las cumbres, hasta el macizo de Petrella. Se había abierto la brecha decisiva. Nuestras escasas reservas no bastaban para taponar la brecha abierto por el C.E.F., que era el único capaz de alargar cada vez más su línea de frente, ya que el 13º cuerpo británico avanzaba más bien lentamente por el valle del Liri y los polacos no se habían apoderado todavía del monte Cassino. El monasterio seguía en poder de los alemanes. Desde el comienzo de la batalla, una espesa niebla flotaba sobre el Rapido y el valle del Liri. Y el propio monasterio estaba envuelto todo el día en una espesa cortina de niebla artificial, consecuencia del empleo de proyectiles fumígenos. No obstante, y gracias al empuje rápido de los franceses, los primeros días de combate habían abierto una brecha en el ala derecha del 51º cuerpo de montaña. El general Alexander, aprovechando en seguida la oportunidad que se le ofrecía, lanzó a la batalla al 1er cuerpo canadiense del general Burns. Sin esperar a que los polacos se hubiesen apoderado del monte Cassino, Burns se lanzó al ataque el 16 de Mayo, y el 18 se hallaba ya ante una posición alemana fortificada conocida como «cerrojo de Senger». Había, pues, rodeado el obstáculo.
Los polacos no habían tenido suerte en el combate. A pesar de sus ataques masivos, no habían conseguido apoderarse de la colina del monasterio. Este cuerpo de ejército polaco estaba compuesto por los soldados que el general Anders había conseguido rescatar de las prisiones soviéticas (el propio Anders fue prisionero en Lubianka). Reunió unos cuarenta mil hombres y se decidió su traslado a Irán por el nulo interés que Stalin demostraba en la organización de un ejército polaco (en rigor, muchas veces Stalin fue increpado por la “ausencia” de los oficiales polacos que figuraban en las listas de 1939 y que, según testigos, habían sido vistos en campos de concentración soviéticos. El 14 de Noviembre de 1941 hubo una lacónica respuesta del gobierno soviético: «Todos los oficiales polacos que se encontraban en territorio soviético han sido liberados». Naturalmente, Stalin no podía decir que esos oficiales estaban enterrados desde hacía más de un año en Katyn, donde habían sido cruelmente ejecutados por los bolcheviques). Los hombres que pudo rescatar el general Anders viajaron a Irán y quedaron bajo la protección del IXº ejército británico que mandaba entonces el general sir Henry Maitland Wilson. Pero la mayoría estaban gravemente enfermos como consecuencia de su cautiverio en Rusia. Se decidió llevar entonces a Irán a otras tropas polacas como la famosa unidad que había combatido en Narvik y la brigada de los Cárpatos, que había luchado en Tobruk bajo las órdenes del general Kopanski. Así nació, bajo las órdenes del general Anders, el 2º cuerpo de ejército polaco, que comprendía la 3ª división (Cárpatos), la 5ª división (Kresowa) y la 2ª brigada de tanques. Otras tropas polacas se hallaban acuarteladas en Gran Bretaña y Canadá. Finalmente, todo ese cuerpo de ejército polaco fue enviado a Italia. El general Anders había llegado a Nápoles el 6 de Febrero de 1944 para ponerse a disposición del mando del VIIIº ejército británico, al que habían sido destinados los polacos. En aquella época, los cazadores de los Cárpatos combatían ya en el río Sangro, mientras que la división de Kresowa desembarcaba en Tarento. El 19 de Febrero, el general Leese hizo saber al general Anders, impaciente por actuar, que correspondería a los polacos apoderarse de la tan disputada montaña en el caso de que el segundo ataque de Freyberg contra el monte Cassino no tuviera éxito. Era, pues, finalmente, el cuerpo de ejército de Anders el que estaba encargado de triturar aquel famoso hueso ante el cual norteamericanos, británicos, franceses. hindúes y neocelandeses se habían roto ya los dientes. Pero tampoco los polacos iban a lucirse.
Anders y sus soldados, situados en las faldas del monte Cassino, se encontraban ante una misión extremadamente difícil y no sospechaban que sus aliados, al lado de los cuales debían combatir para la conquista de aquel sector, ya habían cedido a Stalin desde hacía meses (en la conferencia de Teherán) importantes territorios de su patria; ignoraban que las potencias occidentales, y sobre todo Gran Bretaña, habían abandonado a los polacos del este al dominio del coloso ruso. Y, sin duda, ninguno de los soldados polacos que se disponían a atacar el monte Cassino se imaginaba que llegaría un día en que, por decisión de los Aliados, no podrían regresar a su patria. Tal debía ser, en efecto, la terrible consecuencia del reconocimiento del “gobierno” polaco pro-soviético de Lublin por los Estados Unidos y Gran Bretaña.
Es un hecho que los jefes polacos de las grandes unidades casi se pelearon por tener el honor de estar en la vanguardia del combate. Uno alegaba un mando en campaña y decía que se había distinguido en Tobruk; otro hacía valer la antigüedad de su graduación. Cada batallón rivalizaba en su celo por obtener el triunfo definitivo y, sin embargo, aquel entusiasmo iba a naufragar en un mar de sangre. El ataque polaco había sido preparado hasta en sus menores detalles. En la región de Venafro se almacenaron más de 15.000 toneladas de abastecimientos y se tomaron disposiciones para cegar con cortinas de humo todo el valle superior del río Rapido. Efectivamente, los observatorios de artillería alemanes seguían en el monte Cifalco, desde donde vigilaban a su placer los preparativos del enemigo. Además, los polacos tenían igualmente a su disposición una gran cantidad de material. Según las estadísticas, se quemaron más de 18.000 bombas de humo en el valle superior del Rapido entre el 11 y el 24 de Mayo; hay que mencionar además una gran cantidad de proyectiles fumígenos disparados por la artillería aliada. En estas condiciones, el general Anders podía esperar el 11 de Mayo con tranquilidad. Un mensaje de la B.B.C. dio la señal de ataque para las 11,00 hs. en punto de la noche. Durante dos horas, la artillería polaca martilleó las posiciones de montaña alemanas; después la infantería de Anders pasó al ataque, pero, detenida con graves pérdidas por el fuego defensivo del II/3º de paracaidistas, tuvo que replegarse. La artillería alemana cumplía su trabajo con precisión, abriendo anchas brechas en las filas asaltantes. La artillería polaca, por el contrario, operaba en condiciones extremadamente difíciles, pues casi todos sus observadores habían sido muertos o heridos antes del amanecer. Las terribles pérdidas forzaron al general Anders a hacer retroceder a la 5ª división a sus posiciones de partida en la tarde del 12 de Mayo. Una dura jornada tocaba a su fin. A pesar de una superioridad aplastante de hombres y armamento, y a despecho de un pesado ataque de artillería, los polacos, en definitiva, no habían conquistado un solo metro de terreno. Combatieron valerosamente, pero los paracaidistas alemanes les habían ganado la partida. El 13 y el 14 de Mayo, los polacos atacaron otras cuatro veces, pero en vano. Fueron rechazados las cuatro veces y la muerte recogió de nuevo una abundante cosecha.
La situación de los defensores se agravaba también cada vez más. El comandante Veth anotó en su diario por aquellos días: «Evacuación de los heridos, imposible; el enemigo dispara fumígenos continuamente; muchos muertos ante las colinas; hedor; no hay agua; no se duerme desde hace tres días; se hacen amputaciones en el puesto de mando…». La nube artificial obligó a los paracaidistas a ponerse otra vez sus caretas antigás, y en aquellos calurosos días de Mayo el olor de los cadáveres se hizo insoportable. A pesar de todo, los paracaidistas alemanes podían, con razón, sentirse satisfechos. El monte Cassino seguía inexpugnable y habían hecho frente a dos de las mejores divisiones de un ejército en el que sólo había combatientes experimentados. No obstante, los paracaidistas miraban con angustia hacia abajo, al valle del Liri. Lo que veían no les presagiaba nada bueno. Un desfile ininterrumpido de vehículos se extendía hacia el oeste. La artillería británica circulaba libremente, una batería tras otra, un grupo tras otro. Por primera vez, los soldados alemanes contemplaban el despliegue de la gigantesca potencia mecánica de los Aliados. ¿Quién podría resistir tal superioridad? Los ingleses no tardarían en situarse a sus espaldas, y en Cassino la división Heidrich caería en la trampa. El peligro que amenazaba a la 1ª división de paracaidistas crecía por momentos. Los Aliados acababan de alcanzar, tras un combate de varios meses, su tan codiciado objetivo: la arteria vital de la posición de Cassino estaba cortada. El cerco comenzaba a cerrarse. Pero en el sector del 51º cuerpo de montaña se había logrado al menos ocupar a tiempo el «cerrojo de Senger». Los regimientos de infantería 361º y 576º resistían con tesón en Pontecorvo, mientras que Aquino y Piedimonte estaban ocupados por pocas tropas.
En los montes Aurunci, al 14º cuerpo acorazado le iba todavía peor, que en el valle del Liri. Cuando el general von Senger volvió de permiso, el 17 de Mayo, su cuerpo de ejército estaba completamente batido. ¿Qué había ocurrido en el frente del 14º cuerpo acorazado desde el 14 de Mayo? Después de su profunda penetración en la posición de la 71ª división, el general Juin vio que se le presentaba una oportunidad en la montaña. Decidió tomar por objetivo el macizo de Petrella, muy adentrado en el dispositivo alemán, y tomó sus medidas para hacer que sus marroquíes, montañeses aguerridos, atravesasen los montes Aurunci hasta la carretera Itri-Pico, a 20 kilómetros detrás de la línea Gustav. El 13 de Mayo, Juin creó, bajo el mando del general Guillaume, una fuerza de choque de 12.000 hombres, con 4.000 bestias de carga. El 14 de Mayo, tras la conquista del monte Ceschito, el general Guillaume pasó al ataque en dirección al monte Petrella. Desde la noche del 15, sus tropas escalaron el monte Fammera, en el norte de Spigno, y el 16, Guillaume ocupó sucesivamente el monte Petrella (1.533 metros) y el monte Revole (1.285 metros). Después de ser abastecidos por aire por 36 bombarderos Baltimore, el avance prosiguió sin descanso el 17 de Mayo. Por la tarde, el monte Faggeto y el monte Calvo estaban en poder de los marroquíes. Las tropas francesas dominaban la carretera Itri-Pico, de importancia vital para el 14º cuerpo acorazado. Las unidades alemanas estaban completamente derrotadas; batallones y regimientos de diferentes divisiones combatían mezclados en desorden. La evolución de la situación en el conjunto del frente del Xº ejército impuso la retirada de la división Heidrich.
Durante la madrugada del 18 de Mayo, los paracaidistas alemanes evacuaron, llenos de desesperación, la posición de Cassino, donde tanta sangre habían derramado y donde habían combatido con tanta eficacia. Durante tres meses habían rechazado todos los ataques de fuerzas que eran netamente superiores en número, atrayendo la atención del mundo entero hacia aquel campo de batalla. Cassino se había convertido en un símbolo. Y ahora debían partir, amparándose en la noche, pero sin haber sido derrotados. En la mañana del 18 de Mayo, cuando el 12º regimiento Podolski asaltó el monasterio y penetró en sus ruinas, no encontró ninguna resistencia. Ahora, al fin, la bandera de una de las naciones aliadas flotaba sobre la montaña de San Benito. ¡Pero a qué precio! Sólo el Vº ejército norteamericano, en el período del 15 de Enero, en que comenzaron los combates por la posesión del monte Cassino, al 4 de Junio de 1944, fecha de la entrada de los Aliados en Roma, perdió 107.144 hombres. Hay que añadir a esto las pérdidas de la ofensiva de primavera ante la posición de Cassino. Se elevaban a 4.056 hombres del 13º cuerpo británico y a 3.779 hombres del 2º cuerpo polaco, es decir, un total de casi 115.000 muertos, más los heridos y desaparecidos. La caída del monte Cassino, al que se consideraba inexpugnable, fue un acontecimiento de capital importancia. Para los Aliados, llegaba en el momento oportuno, lo mismo que la conquista de Roma, poco antes de que Eisenhower desencadenase su ataque en el canal de la Mancha.
Los polacos estaban muy orgullosos de ser celebrados como vencedores del monte Cassino. Pero hoy, allá, en el monte del calvario, las tumbas de 1.200 soldados polacos recuerdan la sangrienta factura que hubo que pagar por este combate.
Fuente
Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial.
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