Malvinas: el día que los británicos aterrizaron en Tierra del Fuego para destruir aviones y matar a los pilotos
El periodista y escritor Marcelo Larraquy revela una operación de la patrulla del Special Air Service (SAS). Decidida como un “sacrificio humano”, su objetivo eran los aviones Super Étendard y a sus pilotos. El libro “La Guerra Invisible” cuenta cómo un grupo de comandos descendió cerca de la base de Río Grande el 18 de mayo de 1982Por Marcelo Larraquy ||
Infobae
Los pilotos argentinos de los Super Étendard eran el blanco del comando británicoDespués del ataque con misiles Éxocet al destructor Sheffield el 4 de mayo de 1982, el brigadier Peter De la Billière
aseguró al gobierno británico que podría proteger a la flota de nuevos
de nuevos lanzamientos. Ahora que la guerra había cambiado el centro de
gravedad y el continente representaba la mayor amenaza del enemigo, el
jefe del SAS quiso intervenir en el corazón del conflicto: propuso la
destrucción de la escuadrilla aérea de Super Étendard, con sus misiles y
pilotos, alojados en la base aeronaval de Río Grande, Tierra del Fuego.
El 8 de mayo, durante una reunión con su gabinete de guerra en la residencia oficial de Chequers, la premier Margaret Thatcher avaló la proposición, que rompía con los límites de la “zona de exclusión”. Con la invasión británica al continente se abría un escenario bélico de mayor magnitud.
De la Billière organizó la maniobra en dos etapas: una
patrulla que se aproximaría a la base de Río Grande y recogería
información -la operación Plum Duff- y luego, con los resultados de la
inteligencia previa, dos aviones Hércules despegarían de la isla de
Ascensión con 60 hombres y aterrizarían en la base para destruirla. Se denominaba Operación Mikado. Después, De la Billière modificó la maniobra y encomendó al capitán Andrew Legg,
jefe de la operación Plum Duff, el ataque directo a la base, mientras
los aviones Hércules se mantenían a la espera de la orden de despegue
hacia el continente.
En
el libro “La Guerra Invisible”, Marcelo Larraquy revela la operación de
la patrulla del Special Air Service (SAS) que aún se mantiene
clasificada como secreto de guerra por los ministerios de Defensa de
Gran Bretaña y de Argentina En este extracto del libro La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas, se publican por primera vez los detalles secretos de esta operación británica.
Estos son algunos de los párrafos más salientes:
(…)
“La Operación Mikado entró en estado de incertidumbre. Pero se avanzó con la misión que la antecedía, la Operación Plum Duff, que era la que debía realizar la inteligencia sobre la base aeronaval. De la Billière confió la conducción al capitán Andy Legg. Era el hombre elegido. Acababa de cumplir 28 años. Después de enrolarse en el Ejército, Legg había realizado un máster en Matemática aplicada en la Universidad de Reading, aunque su propósito siempre era integrarse al Regimiento de Paracaidistas, como paso previo a su ingreso al SAS. En 1980, dos años más tarde de lo que había proyectado, superó las pruebas de selección y se integró al Escuadrón B del Regimiento 22.
Ya había
servido en una operación en Omán, en las montañas de Dhofar, y
también en la selva de Belice, colonia británica en América Central, y
se disponía a viajar a Canadá cuando le encomendaron la jefatura de un comando que debía infiltrarse en el continente argentino con la guerra iniciada. Legg había recibido la siguiente instrucción: “Esto
será difícil, hágalo con firmeza, muévase lentamente y efectúe una
buena observación de los alrededores antes de hacer algo. Realice la
inteligencia a medida que avanza”, le recomendó su superior inmediato.
El capitán Andy Legg El
capitán Legg pensaba que un acceso por Chile, con una exploración
lenta hacia el objetivo, podría dar mejores resultados para elaborar un
mapa de inteligencia que el ingreso por la costa a una distancia
reducida del blanco. Además, desde Chile tendrían menores
posibilidades de ser detectados. Pero su inquietud no encontró la
atmósfera adecuada ni se abrieron posibilidades de discutir la
viabilidad de la misión, como solía suceder. No había tiempo ni
voluntad para generar cambios radicales en el diseño de la Operación
Plum Duff.
El Escuadrón B del Regimiento 22
dirigido por Legg continuó su preparación. Era el único escuadrón
que todavía no había sido enviado al Atlántico Sur. Primero
entrenaron en Gales con tiros de rifles, emboscadas nocturnas y marchas
forzadas. Luego se desplazaron a Wick, en el extremo norte de Escocia,
para ensayar aterrizajes con el Hércules desde baja altura, a poca
distancia del mar.
Cuando regresaron a Hereford,
el 14 de mayo, De la Billière los reunió con las novedades: las dos
patrullas de exploración se fusionaban y, si se daban las
posibilidades, también deberían atacar la base de Río Grande en una operación de acción directa. Por esta nueva planificación, debían llevar explosivos y detonadores por tiempo y resignar ropa y comida en su mochila. La base de Río Gallegos se había descartado como blanco. El
capitán Legg conduciría una patrulla única de siete hombres que
llegaría a Río Grande y exploraría y destruiría la base. Ese era
el nuevo objetivo. Todavía no existía una planificación final, se
iría conociendo con el correr de los días. Podrían desembarcar desde
una fragata, un submarino o un helicóptero. Esta última opción era la
más probable. Lo único cierto era que debían volar hacia Ascensión
al día siguiente para iniciar la maniobra.
El
15 de mayo, el Escuadrón B ya estaba en la isla, ubicada a 4200 millas
náuticas de Gran Bretaña y 3800 de las islas Malvinas. Era un dominio
británico de 88 kilómetros cuadrados, aunque su base aérea de
Wideawake permanecía bajo control de Estados Unidos desde 1962 por
contrato de arriendo. Gran Bretaña volvió a utilizarla como soporte
logístico, de inteligencia y escuchas satelitales para la guerra con
Argentina. La base también tenía un polígono de tiro para el misil
Sidewinder de los aviones Harrier para entrenamientos militares.
Los C-130-Hercules ingleses despegarían del aeropuerto Wideawake de la RAF en la Isla Ascensión (Think Defense)
La Operación Plum Duff seguía con luz verde. Ya había despachado a sus soldados. El Escuadrón B lo vivía como un viaje de ida, una misión sin retorno. El lema del SAS era “el que se atreve gana”, pero también se necesitaba planificación e información confiable.
No existía inteligencia previa sobre las fuerzas enemigas, no se
conocía la exacta posición geográfica del objetivo, ni siquiera
sabían si los pilotos del Super Étendard a los que debían matar
dormían en la base. Solo contaban con fotos satelitales de precario
valor para el reconocimiento y dos mapas del pueblo de Río Grande. Uno
era un Atlas escolar de 1930 y otro, fechado en 1942, había sido
creado por el Instituto Geográfico Militar argentino. Lo habían
encontrado en la Universidad de Cambridge. Estaba archivado en una
biblioteca desde 1947. Pero en ninguno estaba determinada la posición
de la base.
Ese era todo el material reunido
para aproximarse al blanco, explorarlo, detectar la ubicación de los
aviones, los misiles y producir el ataque. Pero, si esta acción que
debían ejecutar en soledad no resultaba posible, debían señalizar la
pista con balizas para facilitar el aterrizaje de los dos aviones
Hércules para la Operación Mikado. El plan de retirada era aún más
incierto. Solo tenían la orden de escapar hacia Chile.
En
Ascensión les dieron la mochila de 36 kilos, una pistola Browning de 9
milímetros, explosivos, un fusil, proyectiles y raciones de comida a
cada uno para cuatro días. Esa misma noche abordarían un avión
Hércules C-130. La operación avanzaba. El gabinete de guerra, por el
convencimiento que había demostrado De la Billière, la había
aprobado. La Secretaría de Defensa había recomendado seguir adelante y
Thatcher también. La falta de información y las dudas quedaban para
el comando del SAS. Todavía no se sabía cómo llegarían a la base ni
cómo saldrían de ella. Los detalles técnicos y tácticos se irían
decidiendo de camino al objetivo.
En Ascensión,
antes de cruzar el hemisferio, Legg sostuvo una comunicación satelital
con De la Billière. El brigadier le dio algunos detalles del
lanzamiento al océano y le informó que probablemente volarían al continente con un Sea King. La
posibilidad de que la operación se cancelara y que a él lo
reasignaran para unirse al resto del Escuadrón del SAS con la Fuerza de
Tareas se acababa en ese momento, pensó Legg. Sintió que ya no había
forma de escapar. Hubiera preferido un submarino o una lancha
rápida para llegar a la costa, en todo caso. El ruido del Sea King
representaría un seguro boleto de ida.
Le
preguntó a De la Billière qué sucedería con el helicóptero después
de que los dejara en tierra. Temía que, si quedaba visible, se
intensificara la búsqueda de su patrulla. “Tenemos activos que
eliminarán la evidencia. No es un tema de su incumbencia”, fue la
respuesta exasperada del brigadier. No hubo más preguntas. Antes de
cerrar la transmisión De la Billière les deseó suerte. Esperaba
verlos en su regreso a Londres, le dijo.
El
brigadier Sir Peter de la Billiére, el director del SAS y cerebro de la
Operación Mikado y Dum Pluff (National Potrait Gallery)
El 16 de mayo, siete horas
después del despegue, a 17 mil pies de altura, el Hércules fue
acoplado por la sonda de otro Hércules y tras dos intentos fallidos
logró cargar combustible. Faltaba la mitad del viaje. El piloto les
anticipó que había un poco de brisa desde el oeste. Nada de qué
preocuparse. El tiempo era bueno. Seis horas después se colocaron su
paracaídas y sus salvavidas y los ocho hombres saltaron desde 370
metros junto a sus armas y las mochilas. Desde el avión después les tiraron las cajas con pertrechos de guerra, que recuperaron en el mar. La Operación Plum Duff cruzaba al hemisferio sur por primera vez. Estaban dispersados por las olas, a 60 millas al norte de Puerto Argentino, pero todavía lejos del continente.
El rescate se demoró. Esperaron más de media hora la llegada del buque de auxilio Fort Austin para levantarlos del agua congelada. Legg lamentó no haber pedido trajes de neoprene para su grupo.
Desde el Fort Austin volaron en helicóptero hasta el Hermes.
En el portaviones se conformaría la tripulación que los trasladaría
al continente. Se les ofreció a los pilotos del Sea King postularse
como voluntarios. Algunos acababan de regresar de la isla Borbón y
mantenían el entusiasmo por el éxito de la operación. Pero, si para
esa misión habían vuelto al Hermes, la misión Pluff Duff no tenía la posibilidad de llegar al continente y regresar. Era lo más parecido a un sacrificio humano. Y también material.
El almirante Woodward ordenó que utilizaran el modelo más antiguo del Sea King. El piloto de mayor graduación del escuadrón de transporte aéreo, Bill Pollock, lo convenció de que les permitiera utilizar la versión más moderna, el Sea King 4. Legg entendía que en el vuelo al continente se sacrificaría a tres pilotos, al Escuadrón B, además del helicóptero.
Pero la superioridad creía que este sacrificio no representaba un
costo alto frente a la posibilidad de poner en riesgo el resultado de la
batalla. Aunque el éxito de la misión fuera mínimo, el sacrificio
debía realizarse.
La
ruta de la Operacion Mikado y los puntos acordados para que
desembarcaran los SAS , primero en Argentina y como opción secundaria en
Chile (Plano extraído del libro Special Forces Pilot) Uno de los postulantes fue el teniente Richard Hutchings.
Se había formado como marino y había entrenado con el SAS. Pollock
creía que tendría mayores habilidades que el resto para sobrevivir en
el continente. Le pidió que eligiera a otros dos pilotos para completar
la tripulación. Hutchings eligió al teniente “Wiggy” Alan Bennet, de 21 años, al que percibía como el más capaz para operar el TANS (Tactical Air Navigation System), y a Michael “Dock” Love,
de 22. Ya había realizado siete salidas operacionales. Pollock dijo
que Love estaba asignado para otra misión. (Love moriría dos días
después, en la caída de un Sea King, junto a otros veinte miembros del
SAS). Pollock sugirió al suboficial Peter Blaim Imrie, que se
había ofrecido porque era joven, soltero y tenía menos que perder que
los otros pilotos, según le dijo. Hutchings lo aceptó. La tripulación
ya estaba lista. Trasladaría al Escuadrón B del Regimiento 22 a un
territorio desconocido. Cuando le presentaron al jefe del comando le
resultó familiar. Había compartido con Legg un curso de entrenamiento
militar el año anterior. El capitán del SAS estaba preocupado por el
funcionamiento del equipo de comunicación satelital con el que debía
tomar contacto con la base de Hereford desde el continente. Se había
mojado en el océano y ya no habría tiempo para que se secara. Esa
misma noche debían despegar. Esa era la instrucción. Legg se enteraba
en ese momento. El Hermes navegaba rumbo al punto de despegue, previsto a
33 millas de la isla Soledad.
La tripulación del Sea King y el Escuadrón B se reunieron en una sala del portaviones para ajustar los detalles. Legg
había traído imágenes satelitales que habían sido generadas por
Estados Unidos sobre el sector chileno de la isla de Tierra del Fuego.
No podía llevarlas al continente porque, si caían —y todo hacía
presumir que caerían—, dejaría en evidencia la colaboración norteamericana. Dibujó en un papel los detalles que consideraba relevantes y lo guardó. El
vuelo del Sea King sería en línea recta desde el sur de la isla
Soledad hasta Río Grande. Hutchings, al principio, calculó que podría
dejar al grupo a 19 millas terrestres al norte de la base, cerca de la
laguna Miranda, en una estancia. La estancia Las Violetas podría ser el
punto alternativo. El piloto aprovechó para proponerle a Pollock otra
opción para salvar el helicóptero. Como el combustible le alcanzaba
para llegar a Río Grande y regresar hasta mitad de camino, podría
descender sobre una fragata o un submarino, recargar combustible
suficiente y volver al portaviones. Pollock desestimó su idea: sería
muy peligrosa para la tripulación.
El
meteorólogo anticipó que habría niebla en el continente cuarenta y
ocho horas más tarde y les sugirió que despegaran en ese momento. Pero
los soldados del SAS no ocultaban su cansancio: caían de sueño. Habían
dormido muy poco en los últimos tres días. Pollock consideró,
además, que no podrían irse con la ropa mojada. Le propuso a Woodward
suspender la operación por un día. El jefe naval aceptó. Legg se
alegró porque tendría tiempo para secar su radio satelital, y
Hutchings para escribirle una carta de despedida a su esposa. Le dijo que, si él moría, no se torturara guardándole lealtad. “Si
llega el hombre correcto, debes aprovechar la oportunidad para ser
feliz y disfrutar tu vida al máximo. Espero haber sido un buen recuerdo
y un buen ejemplo para nuestros hijos”.
(..)
Al
día siguiente, el 17 de mayo, el capitán Legg y la tripulación del
Sea King se enteraron de un cambio de planes. El Hermes no podía
permanecer más tiempo cercano a la costa de las Malvinas porque corría
el riesgo de ser impactado por un Exocet. Se decidió que la misión despegara desde el Invincible, que estaba ubicado cerca de la isla Beauchene, 30 millas al sur de la isla Soledad.
En el portaviones los recibió el capitán Jeremy Black. Hutchings le pidió un diccionario inglés español y un oficial lo solicitó por altavoces.
Hutchings entendió que la misión al continente dejaba de ser secreta.
También consiguieron un hacha, cintas adhesivas y les dieron una sala
para continuar con el análisis de la operación. Legg repartió billetes en dólares, libras esterlinas y pesos argentinos y chilenos a sus hombres y a la tripulación. Black
les hizo completar una planilla que sirvió de recibo. Después
prosiguieron con el repaso de alternativas. Hutchings planeó un
probable descenso más cerca de la costa, en la estancia Las Violetas, a
14 millas terrestres de la base. Estaba marcada en la carta náutica.
Chile sería la opción para un aterrizaje de emergencia si un radar
llegaba a detectar el vuelo. Legg prefería que ese segundo punto de
desembarco fuese cerca de la frontera, como se había pensado en
Hereford: una aproximación a la base desde el oeste. Sería la mejor
opción para evitar la captura y completar la misión. ¿Qué harían
con el helicóptero luego de que dejara en tierra al Escuadrón B? Lo
hundirían bajo tierra o en el agua, eliminarían toda evidencia y después, con la ayuda del agente Edwards, la tripulación partiría hacia Santiago de Chile.
(El
portaaviones británico HMS Invincible fotografiado por un avión
TU-95RTs de la Aviación Naval de la Unión Soviética cuando se encontraba
regresando de Malvinas) No
había más que decir. Los miembros del Escuadrón B fueron ubicándose
en silencio en el Sea King, al que se le habían quitado los asientos
para agregarle tanques suplementarios de combustible. Había pasado la
medianoche. Eran las 0:15 del 18 de mayo de 1982. Se iniciaba la misión hacia el continente.
Debían volar 350 millas. Hutchings calculó que les tomaría un poco
más de cuatro horas. Las hélices comenzaron a girar y esperaron que el
Invincible, en completa oscuridad y bajo silencio de radio, alcanzara
su velocidad máxima para facilitar que el Sea King se elevara. La
patrulla del SAS partió sin entusiasmo. Les habían dado trajes de
inmersión naranjas fluorescentes por si se accidentaban en el despegue.
Después, el portaviones y sus fragatas escoltas Brilliant y Coventry abandonaron la posición y comenzaron a navegar hacia el noreste para unirse a la Fuerza de Tareas.
Las primeras horas del vuelo las hicieron a 15 metros por encima del mar para evitar el radar de Malvinas.
Después subieron a 60 metros. La atmósfera interna era tensa, todos
estaban ganados por la incertidumbre. Solo se escuchaba el ruido de los
motores. Legg se había unido al Regimiento para vivir un poco de
aventura y ahora la tenía en exceso; la situación había salido de su
control. “¿Cómo mierda terminé acá?”, se preguntaba. Sentía que los movían como peones, pero no era el primer soldado que tenía la misma sensación. Ni sería el último. Estaba perturbado. Necesitaba
tener un sentido de perspectiva. Decidió concentrarse en tiempos más
felices. Pensó en su infancia en la granja con su familia. En sus
amigos, cuando jugaba al rugby. Recordó cuando pasaba un rato tomando
cerveza con ellos después de los partidos. Pensó en sus viejas novias,
en los buenos momentos que había vivido en el Regimiento. Entraba y
salía del sueño, adormecido por el zumbido del helicóptero. Se sentía
cansado.
Hutchings volaba con la radio y los aparatos electrónicos desactivados. Solo si observaba al 25 de Mayo debía romper el silencio y alertar sobre su posición. Tenían orden de atacarlo aun fuera de la zona de exclusión para eliminar su amenaza. (…)
A
la cuarta hora de vuelo divisaron la costa del continente. Hutchings,
con sus visores nocturnos, pudo observar un resplandor. Mientras se
acercaba, lo sorprendió una llama de gas incandescente de una torre que
emergía del mar. Se veían las luces rojas que destellaban en la
niebla. Supusieron que era una plataforma petrolera marina. Hutchings
lamentó que el detalle no estuviera marcado en el informe de
inteligencia ni en las imágenes satelitales de Estados Unidos, que solo
alcanzaban hasta las aguas costeras de Río Grande. Viró hacia el sur
para evitar la plataforma petrolera y advirtió edificaciones sobre la
costa que tampoco estaban en la cartografía. Una densa niebla los
cubrió. Estaban entrando al continente.
Libro
Vigilancia y Control Aéreo en Argentina: la imagen muestra las trazas
de los casi cinco minutos que estuvo el Sea King ZA290 en la pantalla
del radar. La primera traza ocurre a las 4:28 AM cuando, según la
tripulación, tocó tierra para desembarcar al equipo del SAS
El destructor Bouchard los detectó en su radar de aire por sonido e imagen. Había otra intrusión del enemigo,
como había sucedido treinta y cuatro horas antes. No se trataba de
tres elementos que avanzaban en V; se podía ver su desplazamiento hacia
el oeste. A las 4:26 el helicóptero traspasaba la costa. Se informó
al Piedrabuena del hallazgo y a la base de Río Grande para
consultar si era una aeronave amiga, pero luego de una demora en la
comunicación desde la base lo negaron. Veinte minutos después había
perdido el eco y supusieron que la aeronave había descendido a tierra
cerca de la Ruta 3.
Las luces de la base de Río Grande se apagaron. Alerta roja.
Sobre la bahía San Sebastián había un depósito de combustible que
suministraba nafta especializada para los aviones de la base. Podría
ser objetivo de la intrusión. Las patrullas terrestres de infantes de
Marina salieron hacia la zona norte para rastrillar las estancias. Los
helicópteros se lanzaron a la búsqueda. La artillería antiaérea esperó un ataque desde el mar. Había
confusión. Cuando se observaba la luz de un auto en una zona apenas
elevada de la Ruta 3, pensaban que podría ser el helicóptero. No tenían claridad de lo estaba sucediendo, pero estaban seguros de que el enemigo había entrado al continente.
Cuatro millas tierra adentro, el
piloto del Sea King estaba perdiendo referencias visuales y sintió que
en cualquier momento podría perder el control de la aeronave. Ya
no veía el suelo. Decidió aterrizar en el pastizal. Afuera el aire
estaba espeso por la niebla y adentro se advertía la tensión del
grupo. El jefe del Escuadrón B se acercó a la cabina de la
tripulación y se colocó entre los asientos. Le pidió a Alan Bennet
que le mostrara las coordenadas del TANS. Según el sistema de
navegación estaban a 19 millas terrestres de la base, cinco más arriba
del plan original. Legg lo contrastó con el mapa que había dibujado.
No confiaba en la posición del TANS. Suponía que estaban más al norte
todavía. Desde que habían entrado al continente por la bahía San
Sebastián, a 60 millas, no podrían haber cubierto semejante distancia
volando en forma lenta y en tan poco tiempo. Bennet verificó el TANS y
aseguró que estaban a 30 millas terrestres de la base. Era el área de la estancia La Sara, propiedad de la familia Braun Menéndez. No estaba marcada en la carta náutica, pero Legg la tenía en su mapa como vía de escape.
Si esto era cierto, la patrulla debía caminar 50 kilómetros.
La marcha sería mucho más comprometida, sobre todo porque Legg
percibía que habían sido detectados. Creyó ver unas luces a 200 o 300
metros, que, supuso, podrían ser de un auto. Sin embargo en el mapa
que le mostraba Hutchings no había ningún camino cercano. También vio
un resplandor; podría ser una bengala iluminada en la niebla. Estaba
convencido de que la operación había perdido sorpresa y podrían ser
emboscados. A cada segundo sentía la inminencia de un ataque. No
convenía estar más tiempo en el lugar. El suelo estaba cubierto de
escarcha, el viento helado atravesaba el aire y la oscuridad era total.
Un miembro de la patrulla que había saltado a tierra pudo corroborarlo.
(…)”
* Marcelo Larraquy es periodista e
historiador (UBA). Es autor del libro “La Guerra Invisible. El último
secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana.