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miércoles, 25 de junio de 2025

SGM: Los botes de U-boot en las playas patagónicas

¿Botes nazis en la Patagonia?: hallan rastros de los posibles desembarcos de submarinos alemanes en playas del sur

El investigador Abel Basti, que ya encontró un naufragio que podría ser un submarino alemán, se topó con las embarcaciones en las costas de Camarones. Los análisis para determinar si son de la Armada de Adolf Hitler. Y los testimonios de vecinos de la zona
Mariano Jasovich || Infobae




  
Abel Basti junto a uno de los botes en Camarones

El mito está instalado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Una flota de submarinos nazis partieron desde algún lugar de la península escandinava, en Europa, con rumbo a América del Sur. Muchos de estos U-Boots habrían llegado hasta la costa argentina. La leyenda, dice también, que en alguna de estas naves viajaba Adolf Hitler, .Lo que es seguro es que hay dos alemanas confirmadas cuya tripulación se rindió en el puerto de Mar del Plata luego de finalizado el conflicto. Los relatos hablan de otros más que fueron vistos en Villa Gesell o en alguna playa desierta de la Patagonia. Hace menos de dos años, Abel Basti, escritor que sostiene la hipótesis de que el führer vivió en el sur del continente, encontró un naufragio en las costas de Quequén muy similar a lo que sería un submarino nazi. Ahora, Basti también encontró una serie de botes en la localidad patagónica de Camarones, Chubut. “Son dos pares de embarcaciones que si se confirma están vinculadas con el desembarco desde dos U-Boots alemanes que lo hicieron en esta zona en forma clandestina”, explica en diálogo con Infobae.

Basti halló primero dos de los botes de metal y luego un poblador le avisó que había dos más a una corta distancia. “Entre los dos desembarcos hay una separación de unos seis kilómetros. Fue en dos bahías que en esa época, después de 1945, estaban deshabitadas”, sostiene Basti. Hoy esos campos le pertenecen al magnate Douglas Tompkins y son áreas protegidas por lo que las embarcaciones no pueden ser trasladadas”.

El fantasma nazi recorre la Patagonia

La hipótesis de Basti es que se trató de un plan de evacuación masiva del Tercer Reich que tuvo como destino la Argentina. “Pude ver documentos desclasificados soviéticos que hablaban de estos viajes de escape al finalizar la Segunda Guerra Mundial”, revela Basti.

En Camarones circulan algunas historias y rastros sobre la posible presencia nazi en la zona. “Hay relatos de un ciudadano danés que creo que en realidad escondió su origen alemán. Claro, acá pocos entendían el idioma - cuenta Basti-. Además, de noche se veían camiones que iban con unos tanques de nafta de la empresa Astra hasta la playa. Seguro el destino era llevar energía a los submarinos que se escondían bajo el mar a pocos kilómetros de las costa patagónica”.


Los botes estaban abandonados en las desiertas playas de Camarones

“Uno de los lugares relacionados a los desembarcos de los nazis, ubicado al norte de Camarones, es un puerto natural ubicado en la playa de la estancia Santa Elena, propiedad de la familia Trucco”, cuenta el investigador de las huellas del nazismo en Argentina. Respecto a ese sector de la costa, en 1999 uno de los pobladores de la estancia, Juan Trucco, contó: “En el invierno de 1945 estaba en la estancia, vivía allí. Unas semanas después de que terminara la guerra, una mañana, vimos gente en botes que andaban por la bahía. Estaban uniformados y llevaban aparatos de radio. Era muy raro y a nosotros, que éramos chicos, nos asustó un poco”.

Basti también cita al poblador Juan Enrique Lacoste, que vivía en la estancia La Primitiva, de la misma zona, y agregó datos sobre la misma historia de apariciones de soldados nazis en el sur. “Me acuerdo de esos botes que dice Trucco. Lo que además vi es que cuando esos hombres de uniforme llegaron a la playa y desembarcaron, lo primero que hicieron fue ponerse a hacer ejercicios y a respirar aire puro, como si hiciera mucho tiempo que estuvieran encerrados”.

El investigador cree que al menos 10 submarinos llegaron hasta la costa de Argentina. “Todos se fueron espaciando desde Mar del Plata hacia el sur”, explica Basti su hipótesis. El escritor va un poco más allá y habla de la presencia de Adolf Hitler en una de esas embarcaciones que llegaron hasta el sur de América. Su idea fue que luego de encontrar lugares seguros en el continente los submarinos eran implosionados. “Fue lo que sucedió con el U-Boots que hallé frente a las costas de Quequén”, sostiene Basti. El escritor pudo confirmar a través de un especialista italiano que se trataba de una embarcación nazi. Sin embargo, el Estado no hizo nada para investigar la procedencia de los restos encallados en el mar argentino. “Sólo dicen que se trata de un naufragio sin detallar el origen. Deberían hacerlo porque fue la incursión de una nave de otro país en territorio nacional”, explica.


Un plano del U-Boot en el que se ve el espacio para el bote

Los botes de Camarones

Respecto a los botes, Basti ya hizo las primeras consultas. “Todo indica que cada par de embarcaciones son de un submarino alemán que llegó a estas costas luego de finalizar la Segunda Guerra Mundial - sostiene-. Ahora viene la etapa de analizar de qué tipo de material metálico están hechos. Se nota que se usaban para trasladar los materiales desde la costa hacia las naves”.

Basti, además, acerca unos planos de los U-Boots, el modelo clásico de submarino alemán, en los que se ve los espacios en los que se almacenaban unos botes similares a los hallados en las playas de Camarones. “Además, las dos embarcaciones tienen la opción de unirse y crear una sola desde la zona de la popa”, explica el escritor, que viajó hasta la Patagonia para ver de cerca los objetos. “Tienen mucha profundidad cada bote y son de una chapa fina. Creo que el objetivo era hacerlos livianos para poder guardarlos en el submarino”, sostiene.

Durante la década del 50, los botes fueron usados por los pobladores locales para la extracción de algas del mar. Luego, por alguna razón, fueron abandonados en la zona. “Tienen varias capas de pintura, pero igual no son embarcaciones de pesca comunes como muchas de las que hay en la zona”, explica Basti.


Basti accedió además a una imagen de los botes de los submarinos nazis originales

Encuentro cercano con los nazis

El investigador acerca a Infobae otros testimonios de pobladores de la zona. Clemente Monchot, un viejo comisario retirado de la policía de Chubut, sostuvo en los documentos a los que accedió Basti que “desde Punta Rojas, en el extremo sur del puerto Santa Elena, se efectuaron abastecimientos de submarinos durante toda la guerra. El encargado de hacerlo era Christian Poppe, un alemán que tenía estancias en la zona, todos sabíamos que Poppe, que fue uno de los primeros aviadores de la zona, despegaba con su avioneta, sobrevolaba la bahía, y cuando el submarino emergía dejaba caer paquetes y bidones”, en tanto, Enrique Lucero, oriundo de Camarones, contó en archivos a los que también tuvo acceso Basti que una zona de desembarcos de los U-Boots al sur de Camarones, en la Caleta Carolina, una de las más profundas de ese sector del litoral. “En 1945 yo estaba haciendo el servicio militar, y desde el pueblo, a la noche, veíamos las luces de los submarinos que llegaban a la costa. El lugar donde desembarcaban era Caleta Carolina, donde desde 1944 se hacían tareas de reabastecimiento. Hasta hace algunos años todavía estaban los tanques de doscientos litros, vacíos, en los que los camiones que venían desde Comodoro traían el combustible. El campo donde llegaban los submarinos era la estancia La Península, de Christian Poppe”.

Por su parte Juan Cancelas, uno de los más antiguos pobladores, en 1999 contó que había visto el casco de un submarino que estaba hundido en una caleta, a unos 30 kilómetros al sur de Camarones. “En 1947 se veía. No estaba hundido sino como varado, entre unas hendiduras de la roca. Con marea alta se cubría en parte, pero en la bajamar se veía casi todo”, contó en aquel momento. Basti suma pruebas sobre las huellas de los nazis que llegaron a las playas argentinas. Incansable, no le preocupa el paso del tiempo. El investigador ve en cada rastro una confirmación a sus hipótesis y al paso de los alemanes por el sur del continente.

miércoles, 18 de junio de 2025

SGM: La batalla aeronaval de Santa Cruz

Batalla de Santa Cruz

Parte I  || Parte II
War History






El portaaviones de la Marina de los EE. UU. USS Enterprise (CV-6) y otros barcos de su pantalla en acción durante la Batalla de Santa Cruz, el 26 de octubre de 1942. Una bomba explota en su popa, mientras que dos bombarderos en picado japoneses son visibles directamente encima del portaaviones. y hacia el centro de la imagen. A lo lejos se puede ver el destello de los cañones antiaéreos del acorazado USS South Dakota (BB-57).

Henderson Field, utilizando el mismo enfoque general para obtener un resultado igualmente sombrío. La infantería del general Hyakutake, azotada por el fuego de ametralladoras, morteros y granadas, se vio obligada a retirarse. Las muertes japonesas ascendieron a tres mil quinientas. Las muertes estadounidenses en lo que se conocería como la batalla por el campo Henderson ascendieron a unas noventa.

Mientras los hombres de Vandegrift resistían de nuevo, el primer informe de los PBY llegó a Kinkaid alrededor de la medianoche y pasó a Halsey. El informe, enviado poco después de las 3 de la madrugada del día 26 (por un valiente piloto de Catalina que duplicó su suerte intentando bombardear el Zuikaku), no llegó a Kinkaid hasta dos horas después. Cuando finalmente lo hizo, el tipo de noticia lo persuadió a dudar. No lanzaría su ataque hasta que llegara información más reciente.

El Enterprise, como transportista de servicio, envió la patrulla del amanecer para reanudar las búsquedas al oeste y al norte del grupo de trabajo. A las 6:17 am, dos Dauntless que trabajaban en el sector de búsqueda occidental divisaron los acorazados, el Vanguard Force de Abe, a unas ochenta y cinco millas de distancia. Pero fueron los transportistas los más apreciados. Menos de treinta minutos más tarde, otros dos aviadores del Enterprise llegaron a la zona de peligro, espiando a los portaaviones de Nagumo al oeste-noroeste de Kinkaid, a unas doscientas millas de distancia.

Desafortunadamente para Kinkaid, su decisión de esperar mejor información antes de atacar tuvo lugar justo cuando uno de los aviones exploradores de Kondo finalmente lo localizó. Como consecuencia del retraso del comandante estadounidense y su mala suerte al ser descubierto, los japoneses lanzaron su ataque principal unos veinte minutos antes que los estadounidenses. A las siete y treinta y dos, el Hornet, que operaba a unas diez millas del grupo de trabajo Enterprise, comenzó a lanzar su primera carga de aviones.

Debido a que Kondo se dirigía hacia el sureste, directamente contra el viento, mientras que los portaaviones de Kinkaid navegaban con el viento y, por lo tanto, tenían que invertir el rumbo para lanzar o recuperar aviones, los japoneses fueron más rápidos en el sorteo en unos treinta minutos. A las siete cuarenta, sesenta y cuatro aviones japoneses (una mezcla casi pareja de torpederos Kate, bombarderos en picado Val y cazas Zero de Shokaku, Zuikaku y Zuiho) estaban en el aire y despegaban.

Los pilotos de exploración estadounidenses que detectaron los portaaviones de Nagumo fueron rápidamente interceptados y conducidos hacia las nubes por la patrulla aérea de combate enemiga. Otros dos Enterprise Dauntless escucharon el informe del avistamiento, navegaron para localizar la flota enemiga y se lanzaron en picado. Apuntando al portaaviones ligero Zuiho, el teniente Stockton B. Strong y el alférez Charles B. Irvine colocaron una bomba de quinientas libras en la parte trasera de su cubierta de vuelo. El agujero de quince metros la dejaría fuera de la refriega, pero sus pilotos de ataque ya estaban en el aire, volando hacia los portaaviones de Kinkaid.

Los dos portaaviones estadounidenses embarcaron entre ellos 137 aviones operativos (64 cazas, 47 bombarderos en picado y 26 torpederos). Sus cuatro homólogos japoneses llevaban 194 (76 cazas, 60 bombarderos en picado, 57 torpederos y un avión de reconocimiento). Pero más importante que los números era la velocidad con la que los aviones podían localizar y atacar sus objetivos. Con este pequeño pero contundente primer golpe, que destruyó el equipo de detención del Zuiho y le robó la capacidad de recuperar aviones, se unió la Batalla de Santa Cruz.

Para los comandantes que tomaban decisiones divididas en medio de una gran incertidumbre, no estaba nada claro qué enfoque instaba la prudencia: enviar aviones para atacar tan rápido como abandonaban la cubierta del portaaviones, o hacer que reunieran fuerzas cerca de sus portaaviones antes de lanzarse tras el enemigo. Con las dos fuerzas de tarea estadounidenses operando independientemente, separadas por unas diez millas, no fue fácil combinar las formaciones de aviones en cualquier caso. Los pilotos del Enterprise recibieron instrucciones contradictorias a ese respecto. Lo que siguió estuvo lejos de ser un asunto ordenado.

Con los japoneses a doscientas millas de distancia, el combustible era demasiado valioso para quemarlo dando vueltas en círculos hasta el punto de encuentro. Los principales ataques del Hornet y del Enterprise se lanzaron apresuradamente y se les ordenó buscar a los japoneses tan pronto como estuvieran en el aire. Un tripulante de la cubierta de vuelo del Enterprise sostenía en alto un cartel: "PROCEDA SIN HORNET", que indicaba que el grupo de ataque de cada portaaviones estaba solo. A las ocho y veinte, un grupo de veintisiete Intrépidos, veinte Vengadores y veintitrés Gatos Monteses, organizados libremente en tres grupos, volaba detrás de Kondo.

Los principales aviones estadounidenses llevaban apenas treinta minutos en el aire cuando el ataque japonés apareció a la vista en una trayectoria de vuelo recíproco. Así comenzó un combate improvisado cuando nueve Zeros se separaron de su servicio de escolta y se lanzaron en picado en el vuelo estadounidense a unas sesenta millas al noroeste de los portaaviones estadounidenses.

El comandante del Escuadrón de Torpedos 10, el teniente comandante John A. Collett, volando en la sección líder de cuatro aviones de los Vengadores, sintió que su avión se estremecía y su ala de estribor hundía. Cuando el artillero de la torreta abrió con su ametralladora calibre cincuenta, el operador de radio de Collett, Thomas C. Nelson, Jr., no obtuvo respuesta de su piloto por el intercomunicador. Collett, obligado a abandonar su cabina en llamas, echó hacia atrás su capota y se arrastró hasta el ala de estribor. Cuando Collett fue arrastrado por la corriente de aire y nunca más se le volvió a ver, Nelson abandonó el compartimiento del operador de radio en el vientre del avión. El fue el unico sobreviviente. La pelea aérea le costó al grupo aéreo Enterprise cuatro Wildcats y cuatro Avengers derribados o obligados a regresar. La babel de voces en la frecuencia de radio de los pilotos informó al almirante Kinkaid en el Enterprise de la pelea que se desarrolló cuando los ataques aéreos estadounidenses y japoneses se chocaron entre sí. Conectando los puntos, dibujó una imagen de un ataque entrante y ordenó a sus portaaviones, todavía navegando a unas diez millas de distancia, que empujaran al resto de sus aviones al aire.

Poco antes de las nueve, el ataque japonés se vio bañado por las transmisiones del radar de búsqueda aérea del crucero pesado Northampton, asignado para escoltar al Hornet en la Task Force 17. De algún modo, ni los ojos electrónicos del Hornet ni del Enterprise vieron nunca el fantasmas. El capitán del Northampton, sin saberlo, transmitió la información al Hornet tranquilamente, mediante banderas de señales en lugar de mediante una transmisión de radio más rápida pero menos segura. Como resultado, el Enterprise nunca recibió ninguna noticia. Peor aún, el oficial director de combate inexperto del Enterprise, responsable de guiar la patrulla aérea de combate hacia sus objetivos, se olió por completo. Informó el ángulo de aproximación del ataque japonés con referencia al rumbo relativo de su barco. Una estrella polar así era de poca utilidad para cualquier piloto que no pudiera ver el barco que informaba. Y así, en ese día nublado, la mayoría de los treinta y siete jinetes Wildcat que volaban en patrulla aérea de combate no lograron interceptar el ataque antes de que ya hubiera sobrevolado su portaaviones. Afortunadamente para el Enterprise, encontró refugio en una tormenta. Como resultado, el primer ataque aéreo japonés cayó sobre el autor del ataque de Doolittle, el Hornet.

Cuando el grupo de ataque del Hornet dejó atrás su grupo de trabajo, algunos de los pilotos vieron las nubes negras de fuego antiaéreo que salpicaban el cielo detrás de ellos. Fue entonces cuando supieron que los japoneses habían encontrado su barco. Un grupo de veintiún bombarderos en picado Val del Zuikaku, bajo el mando del teniente Sadamu Takahashi, fueron los primeros en atacar el Hornet.

Para consternación de la tripulación del portaaviones, la mitad de su potente batería antiaérea de cinco pulgadas quedó efectivamente inutilizada cuando el joven oficial que supervisaba la batería de popa de cinco pulgadas "empujó los cañones hasta los topes", congelándolos en una elevación horizontal justo cuando el El primer bombardero en picado enemigo apareció sobre nuestras cabezas. “Créanme, los capitanes de armas se tomaron esto muy, muy personal. Todo su entrenamiento, todo, directamente por la ventana”, recordó el ayudante de artillero de primera clase, Alvin Grahn. “Cinco de nuestras armas más letales ahora estaban con sus cañones bloqueados en su lugar. Habrían hecho picadillo ese avión”.

Mientras los Wildcats en patrulla aérea de combate se enredaban con los Zeros que los escoltaban, los bombarderos en picado japoneses se concentraron en su objetivo y alcanzaron al Hornet con tres bombas. Un Val alcanzado por fuego antiaéreo cayó ardiendo y se estrelló contra la superestructura de la isla en una oleada de llamas. El avión penetró varias cubiertas, esparciendo fuego a medida que avanzaba, directamente hacia una sala preparada para el escuadrón, una cubierta debajo de la cabina de vuelo. Su bomba de quinientas libras fue encontrada más tarde, sin explotar y rodando en un pasillo exterior. Mientras los Vals hacían su trabajo, los torpederos del Shokaku estaban a poca altura en el agua, acercándose al Hornet desde dos direcciones, por la proa de estribor y por la aleta de babor. El ataque de “yunque” de libro de texto expondría al portaaviones a torpedos de un grupo de Kates u otro, sin importar en qué dirección girara. En pocos minutos, dos torpedos se estrellaron contra el costado de estribor del portaaviones, inundando ambas salas de fuego y apagando su propulsión y potencia. Eran las 9:15 a.m.

A varios cientos de kilómetros al norte, el almirante Nagumo no estaba en condiciones de celebrar. En lo alto, los pilotos de los dos escuadrones equipados con el Dauntless del Hornet habían encontrado sus portaaviones.

Mientras el comandante del Escuadrón de Exploración 8, el teniente comandante William “Gus” Widhelm, inspeccionaba la flota de abajo, cuatro Zeros del Shokaku se amontonaron para interceptar. Cautivos y decididos, los bombarderos en picado estadounidenses, que no eran rivales para los cazas japoneses en el combate aire-aire, evitaron los cortes frontales y las carreras elevadas de la patrulla aérea de combate japonesa. Cuando el líder de la sección de cazas japonesa se lanzó sobre Widhelm desde las doce en punto, el estadounidense retiró su bastón y soltó sus cincuenta. Si un bombardero en picado rara vez vence a un caza en un duelo aéreo, un veterano ocasionalmente puede elegir su lugar. Los aviones convergentes estaban a sólo un corto campo de fútbol de distancia cuando el motor del Zero se incendió y explotó. Widhelm voló entre los escombros y continuó acercándose con el Shokaku delante.

Mientras Zeros y Dauntlesses participaban en su danza asesina, un piloto japonés alineó el avión de Widhelm y disparó una ráfaga de sus cañones de veinte milímetros. Mientras los compañeros de escuadrón de Widhelm se precipitaban sobre el Shokaku en picado de setenta grados, con las cabezas inclinadas hacia adelante mirando hacia las miras de sus bombas y los frenos de picado apretando el aire, fue una señal segura de su espíritu que cuando el motor de Widhelm tosió humo y se apagó, sus camaradas encontraron sus corazones en llamas al escuchar sus maldiciones de grado naval sobre la falta de ayuda efectiva de los cazas del Hornet mientras guiaba su humeante avión hacia el mar. Sobreviviendo al aterrizaje forzoso, Widhelm se quedó para observar las hazañas de sus camaradas desde una balsa salvavidas amarilla que se balanceaba.

No pasó mucho tiempo antes de que el teniente James E. “Moe” Vose, líder del segundo vuelo de Dauntlesses del Hornet, del Escuadrón de Bombardeo 8, encontrara los portaaviones de Nagumo. Al enviar por radio un informe de avistamiento, empujaron al Shokaku y se apiñaron. Los Dauntless que volaban en misiones de búsqueda o “exploración” llevaban una bomba de tamaño medio de quinientas libras, para ampliar mejor su alcance. Los Dauntless armados para atacar llevaban un huevo de mil libras. Los aviadores de Vose estaban preparados para soportar. Mientras se lanzaban sobre el veloz y desviado Shokaku, el veterano del ataque a Pearl Harbor patinó valientemente fuera del camino de las primeras tres o cuatro grandes bombas. Los siguientes, todos ellos de mil libras, impactaron fuertemente, destrozando la cubierta de vuelo del portaaviones y destruyendo su ascensor central. A las nueve y media, con los incendios arrasando la cubierta del hangar, el Shokaku ya no era capaz de realizar operaciones de vuelo. Todavía podía alcanzar treinta y un nudos, pero, al igual que el Zuiho antes que ella, estaba fuera de combate.

El crucero pesado Chikuma, menos valioso que el Shokaku pero de todos modos un activo naval importante, recibió un par de bombas de los aviadores del 8.º Escuadrón de Bombardeo Hornet y dos casi accidentes de los jinetes del Enterprise Dauntless, y quedó maltrecho y en llamas, pero navegable, con casi dos cien muertos.

Treinta minutos después de que los pilotos de ataque estadounidenses atacaran por primera vez sus objetivos, terminaron sus ataques y se dirigieron a casa.





Durante la pausa que siguió a los primeros ataques al Hornet, el Northampton maniobró para remolcar al portaaviones averiado. A varias millas de distancia, en el Task Force 16, el almirante Kinkaid se enteró de la mala suerte del Hornet cuando le llegó la noticia de que su buque insignia, el Enterprise, debía aterrizar todos los aviones que regresaran, incluidos los del Hornet. La Big E estaba preparando otro ataque aéreo en ese momento, sus artilleros cargaban bombas en bastidores y lanzaban mangueras de combustible por todas partes. Si un ataque enemigo llegara a esa ventana vulnerable, podría ser desastroso. Dio la casualidad de que fue un avión estadounidense el que sacó la primera sangre del grupo de trabajo Enterprise.

Fue ese tipo de cosas fortuitas que sólo parecen suceder en tiempos de guerra. Poco antes de las 10 de la mañana, el piloto de un Avenger averiado fue despedido de su primera aproximación en el Enterprise. Incapaz de dar vueltas para otro intento de aterrizaje, abandonó cerca del destructor Porter. Mientras él y su tripulación subían a la balsa salvavidas, el destructor se acercó a ellos y se detuvo. La fuerza de cubierta se estaba preparando para subir a bordo a la tripulación de vuelo cuando un vigía gritó: "¡Estela de torpedo en la proa de babor!" Los pilotos vieron el misil, trazando un círculo en sentido antihorario delante del Porter. Se lanzaron e hicieron dos pases de ametralladora en un esfuerzo por detonar el arma cerca del barco, pero el arma se agitó y finalmente golpeó el costado de babor en el centro del barco. La explosión mató a quince marineros y dejó el barco apto sólo para hundirlo. Aunque otro destructor informaría de un periscopio sospechoso mientras maniobraba para recuperar a los supervivientes, en realidad el torpedo procedía del mismo avión que el Porter se apresuraba a salvar. Se soltó al impactar con el agua.

Pocos minutos después, el ataque japonés alcanzó al grupo Enterprise. Desde muy por encima del techo de nubes de seis mil pies, desde detrás del Enterprise, cayó una cascada de Vals, sin oposición de los combatientes estadounidenses.

El recién equipado South Dakota, el barco más pesado en la pantalla del Enterprise, junto con el crucero antiaéreo San Juan y el crucero pesado Portland, lanzaron un volumen asombroso de fuego. “A medida que cada avión caía”, informó un piloto estadounidense, “un verdadero cono de proyectiles trazadores lo envolvía. Se podía ver cómo los proyectiles explosivos lo golpeaban y rebotaban”.

Los disparos de cinco pulgadas dirigidos por radar fueron letales. El Dakota del Sur y el San Juan encabezaron la pantalla al derribar un total de treinta y dos aviones enemigos que se acercaban al Task Force 16. Un oficial del Junyo quedó atónito por la insignificante cantidad de aviones que regresaron. “Los aviones se tambalearon y se tambalearon sobre la cubierta, cada uno de los cazas y bombarderos llenos de balas... Mientras los pilotos salían cansados ​​de sus estrechas cabinas, hablaban de una oposición increíble, de cielos obstruidos por ráfagas de proyectiles antiaéreos y trazadores”. Un líder de escuadrón de bombarderos regresaba al Junyo “tan conmocionado que a veces no podía hablar con coherencia”. Pero ninguna defensa podría ser perfecta. Entre las diez y diecisiete y las diez y veinte, el Enterprise recibió tres bombas en su cubierta de vuelo. Fue sólo mediante un hábil manejo del barco que su nuevo capitán, Osborne B. Hardison, que había reemplazado al capitán Arthur C. Davis sólo tres días antes de la batalla, evadió los misiles más mortíferos lanzados por los aviones torpederos. El buen trabajo de los equipos de extinción de incendios y control de daños impidió que las explosiones de bombas quemaran el portaaviones sin posibilidad de salvación.

A las diez y veinte, un piloto que regresaba de atacar a la flota japonesa realizó un aterrizaje forzoso con su Avenger averiado cerca de Dakota del Sur. Confundiendo el robusto fuselaje cilíndrico del avión con un submarino que emerge a la superficie, los artilleros del acorazado y los destructores cercanos dispararon contra el avión. El destructor Preston, que maniobraba para rescatar al piloto y su tripulación, tuvo que desviarse para escapar del fuego de los cañones secundarios del acorazado.

Ninguna hazaña de manejo de barcos ese día superó la realizada por el capitán del destructor Smith. Durante el ataque aéreo, un avión torpedero japonés, perseguido ferozmente por un Wildcat, cayó humeante hacia el barco y se estrelló contra su castillo de proa. Mientras las llamas envolvían toda la parte delantera del destructor, su capitán, el teniente comandante Hunter Wood, dirigió su barco en llamas hacia la voluminosa espuma arrojada por la estela del Dakota del Sur que avanzaba rápidamente delante de él. Las cascadas de espuma cubrieron las cubiertas, controlando los incendios.

Las posibilidades del afectado Hornet no se vieron favorecidas por una señal que su capitán había emitido alrededor del mediodía mediante una luz intermitente: "VAYA A ENTERPRISE". Su comandante había destinado la señal a los numerosos pilotos estadounidenses que estaban sobre sus cabezas y buscaban un lugar para aterrizar. Cuando el departamento de señales del Northampton repitió la señal, el comandante del Juneau, el capitán Lyman K. Swenson, creyó que el mensaje estaba dirigido a él. Inmediatamente el crucero antiaéreo salió de la formación y aceleró a toda velocidad para unirse a la Task Force 16 en el horizonte. La Task Force 17 necesitaba urgentemente la pesada batería antiaérea del Juneau. En el ataque aéreo de trece minutos de duración de esa mañana, sus artilleros se atribuyeron el mérito de una docena de los muchos aviones japoneses que se vieron caer alrededor del grupo de trabajo.

La insistencia del comando estadounidense en operar sus portaaviones por separado condenó al Hornet a una muerte solitaria. A la 1:35 pm, habiendo recuperado su avión de ataque que regresaba, Kinkaid decidió retirarse hacia el sur con el Task Force 16. El Enterprise, con el South Dakota y sus otras escoltas, giró hacia el sureste. Esta fue una mala noticia para el Hornet, ya que hace casi una hora, los pilotos japoneses lo detectaron e informaron sobre un objetivo de oportunidad. El Enterprise abandonó la escena, llevándose consigo su paraguas protector de aviones de combate; Otro ataque japonés, lanzado por el Junyo, llegó más tarde. Con la aparición de más aviones enemigos, el Northampton soltó su cable de remolque al Hornet a favor de renovadas maniobras evasivas. Con una escora de quince grados y el timón atascado a estribor, el Hornet era un mal candidato para ser rescatado en cualquier caso. A la deriva, se enfrentó a otro ataque.

“Sin nuestra cobertura aérea, los japoneses se salieron con la suya”, recordó el compañero de artillero Alvin Grahn. “Bombarderos en picado y aviones torpederos, como digo, todos mezclados. Había destructores y cruceros zigzagueando por todas partes y disparando sus armas como locos, y los torpederos japoneses tuvieron problemas para intentar alinearse en el Hornet con tantos otros barcos en el camino. Los aviones torpederos finalmente pudieron encontrar una abertura a nuestro lado de estribor y fue entonces cuando realmente nos encontramos en un infierno. Uno de ellos arrojó un torpedo y luego se lanzó en picado sobre la cubierta de vuelo. Alguien lo golpeó fuerte y se incendió. Sólo una masa de llamas, con el tren de aterrizaje cayendo y todo. El piloto volcó su avión e hizo un círculo cerrado y regresó y se estrelló contra el lado de babor... El motor y el fuselaje del avión penetraron en cuatro o cinco camarotes y siguieron adelante y terminaron en el foso del ascensor delantero. Todo este castigo nos dejó sin luz ni presión de agua, muertos en el agua y combatiendo incendios con brigadas de baldes”.

El grupo de trabajo Enterprise también sufrió un ataque final. A pesar de toda la fulminante resistencia que sus hermanos habían encontrado contra las fuerzas de tarea de los portaaviones estadounidenses, los pilotos que volaron en el último ataque del día de Kondo, lanzado por Junyo, que llegó tarde, desafiaron el desafío una vez más. Pusieron una bomba de quinientas libras en el San Juan que penetró sus delgadas cubiertas y explotó debajo de él, destrozando su timón. Otra bomba alcanzó la torreta delantera del Dakota del Sur. Esta explosión, que explotó sobre el techo fuertemente blindado, no tenía a dónde ir más que hacia arriba y hacia afuera.

Todos los oficiales en el puente del acorazado, excepto uno, cayeron a cubierta. Ese oficial era Thomas Gatch. El capitán del barco estaba de pie en una pasarela delante de la torre de mando, observando al Enterprise que tenía delante a través de la niebla de la tarde. El popular comandante, que valoraba cierto tipo de honor al estudiar las guerras de Napoleón, la literatura de Shakespeare y la historia de la Guerra entre los Estados, diría más tarde que "estaba por debajo de la dignidad de un capitán de un hombre de negocios estadounidense". -guerra para esquivar una bomba japonesa”. La recompensa por su bravuconería fue una lluvia de metralla que le cortó la vena yugular. Mientras el jefe de intendencia se apresuraba a presionar la herida, el médico del barco se dirigió al puente. Corrieron rumores de que Gatch estaba al borde de la muerte. Para él, la preparación para la batalla dejaba todo lo demás bajo cubierta. Escupir y pulir... fuera. La regimentación por sí misma: fuera. La disciplina como medio para fomentar cualquier cosa que no sea luchar contra la eficiencia... fuera. Su estado de salud fue el tema principal entre la tripulación durante días.

Mientras el Hornet se hundía y se escoraba, con sus fuegos fuera de control, provocando 111 muertos, se designó a dos destructores estadounidenses para que lo ayudaran a morir. El Mustin y el Anderson apuntaron sus baterías de torpedos al portaaviones y dispararon, pero ninguno logró someterlo. Luego, los destructores recurrieron a sus armas y dispararon balas de cinco pulgadas a la línea de flotación del Hornet. Después de varios cientos de rondas, sus fuegos estaban aún más hambrientos, pero ella aún se negaba a ir. Fue después de que los americanos lo dejaron pasar la noche (alrededor de la 1:30 am, con incendios tan intensos que sería de poca utilidad incluso si los japoneses se apoderaran de él como botín de guerra) que los barcos de guerra de Kondo cerraron con Hulk. Fueron los destructores japoneses los que finalmente hundieron al Hornet con sus torpedos.

Lo anterior, evidentemente, fue suficiente drama por un día. Como no le gustaban sus posibilidades con un avión dañado contra dos portaaviones enemigos sin cicatrices (el Zuikaku y el Junyo estaban sueltos y eran peligrosos, y no sabía nada del estado destrozado de sus grupos aéreos), Kinkaid continuó retirándose. Se enfrentaría a severas dudas por su decisión de abandonar el Hornet.

El contraalmirante Hiroaki Abe, comandante de la Vanguard Force, también sería censurado por su precaución. Eligió no perseguir al grupo de trabajo Enterprise de Kinkaid que se retiraba cuando cayó la noche del 26 de octubre. La decisión no pudo haber sido por falta de motivación. Había estado presente en la batalla del Cabo Esperanza, donde había caído su amigo de toda la vida, Aritomo Goto. Había oído hablar de las blasfemias de Goto al morir: "¡Bakayaro!" (¡idiotas!)”, mientras el crucero Aoba era aplastado por fuerzas que él creía que eran amigas.

Mientras su barco avanzaba hacia el sur en compañía del maltrecho Enterprise, la tripulación del South Dakota se centró en las ceremonias mediante las cuales honraban a sus muertos. Después del anochecer, el capitán Thomas Gatch ordenó que los motores redujeran la velocidad y se detuvieran para poder realizar un entierro adecuado en el mar para sus dos primeros muertos. La noche era negra y una sensación de tristeza lo oprimía como un peso. El capellán, el comandante James V. Claypool, sujetó con fuerza el cinturón del portador del féretro más cercano para evitar que tropezara y cayera por la borda mientras entonaba las palabras. “Dado que el espíritu del difunto ha regresado a Dios que lo dio, encomendamos su cuerpo a las profundidades del mar…” El Capitán Gatch estaba bajo cubierta y todos los celebrantes sabían que él bien podría ser el próximo en salir de la losa. Incalculables cientos de hombres yacían muertos en otros barcos o ya estaban en el abrazo del mar. Mientras la tripulación del Dakota del Sur realizaba el entierro, levantando un extremo de la losa funeraria para que los cuerpos pudieran deslizarse hacia el mar, Claypool leyó la bendición. “Que el Señor te bendiga y te guarde…” Mientras hablaba, la luna brillaba a través de un claro entre las nubes, iluminando las cubiertas del gran barco. Claypool pensó que era una señal de inmortalidad que esperaba a todos los que creían.

El South Dakota había embarcado a los supervivientes del Porter, el destructor perdido ese día por el torpedo del Avenger que se estrelló. Los supervivientes recibieron ropa, cigarrillos, ropa de cama y todo lo que necesitaban. Varios miembros de la tripulación de la sala de máquinas de ese barco, gravemente quemados por el fuego del torpedo, murieron en la enfermería del acorazado. El capitán del Porter pidió a Claypool que realizara los ritos mientras la tripulación del destructor se reunía en popa. “Con sus ropas prestadas, estaban parados en una herradura en la popa de nuestro barco, escuchando las palabras de esperanza y amor pronunciadas por nuestro Señor Jesucristo. Se secaron las lágrimas con las mangas de sus petos, pero abandonaron el funeral con los hombros erguidos y la cabeza en alto. Al observarlos, me pareció oír una corneta que hacía sonar la emocionante llamada de la Marina: "¡Continúen!". ”, escribió Claypool.

Cuando el barco regresó a Numea después de la batalla del 26 de octubre, los heridos enviados a barcos hospitales rogaron que se les permitiera regresar, pero sólo si Gatch permanecía al mando. ¿Estaba vivo? querían saber. Muy bien, les diría el cuerpo médico de SOPAC. Se decía que era un paciente difícil. El capellán Claypool lo mantuvo en el buen camino. Gatch seguía una tradición británica que exigía que el capitán leyera la lección de las Escrituras en la misa. La fe del capitán sin duda fortaleció a su capellán, quien pensaba que la religión organizada era algo natural que la Armada debía promover. “Los hombres tienen que tener algo en la cabeza”, escribiría. “Si no tienen religión, la superstición se apresura a llenar el vacío... No resisten el fuego. En la Marina, llevamos la religión como llevamos municiones”. El Dakota del Sur había cargado ese cargador en particular al máximo de su capacidad mientras se dirigía al teatro. Al cruzar la línea internacional de cambio de fecha, Claypool se alegró de encontrarse con domingos consecutivos, gracias al cambio de zonas horarias.

Los japoneses no perdieron el tiempo haciendo las afirmaciones más optimistas sobre el desempeño de sus pilotos ese día. "Ojalá tuviéramos tantos portaaviones como dicen haber hundido", escribió Nimitz a Catherine al día siguiente. Pero no se necesitaban cuentos fantásticos para reclamar una victoria material. “Numérica o tácticamente, fue una victoria japonesa”, escribiría Tameichi Hara, capitán de un destructor de la Armada Imperial Japonesa, haciéndose eco de la opinión estadounidense al menos con respecto a las pérdidas de barcos. “El enemigo [los estadounidenses] había entrado en la contienda con una ventaja táctica y psicológica, pero la complacencia les había costado un alto precio. El enemigo podía atacar en el momento y lugar de su elección. Para su sorpresa, la cabeza y la cola del oponente japonés eran versátiles y flexibles (a diferencia de Midway) y contraatacaron eficazmente con la fuerza que tenían”.

Aunque las pérdidas de aviones fueron aproximadamente iguales (noventa y siete aviones japoneses se perdieron contra ochenta y uno estadounidenses), fue en las bajas personales donde Estados Unidos obtuvo su victoria más sorprendente, aunque rara vez apreciada. En la primera exposición concentrada de Japón al fuego antiaéreo de última generación, murieron 148 pilotos y tripulaciones, un tercio más que en Midway (110). La mitad de las tripulaciones de vuelo de los bombarderos en picado de Nagumo se perdieron. Los escuadrones americanos sufrieron veinte muertos ese día, además de cuatro más rescatados por el enemigo y hechos prisioneros. El liderazgo en las salas de preparación del escuadrón de la IJN recibió un duro golpe; Se perdieron veintitrés líderes de escuadrón y sección. Al atardecer de ese día, más de la mitad de los pilotos que atacaron Pearl Harbor el 7 de diciembre habían muerto en combate. Los portaaviones Zuikaku y Junyo, aunque no sufrieron daños graves, se vieron obligados a regresar a Japón por falta de hombres para pilotear sus aviones. Con la evisceración de sus tripulaciones aéreas navales, los japoneses sufrieron un déficit crítico que nunca podrían compensar. La evaluación del Capitán Hara fue una profunda subestimación: “Considerando la gran superioridad de la capacidad industrial de nuestro enemigo, debemos ganar cada batalla de manera abrumadora. Esta última, lamentablemente, no fue una victoria abrumadora”.

La batalla tuvo un alto precio para la fuerza de portaaviones japonesa, y también para su comandante durante mucho tiempo, Chuichi Nagumo. Demacrado y viejo, a quien sus amigos les parecían haber envejecido veinte años en menos de un año de acción, Nagumo fue relevado al mando de la fuerza de ataque del portaaviones por Jisaburo Ozawa, un destructor cuyas habilidades como comandante de la fuerza de tarea eran desconocidas para sus pares.

Después de la Batalla de Santa Cruz, Estados Unidos no tendría ni un solo grupo de trabajo de portaaviones operable en el Pacífico Sur hasta que el Enterprise pudiera ser reparado en Nouméa y puesto nuevamente en servicio. El Task Force 17 se disolvió con el hundimiento del Hornet. Y con el Enterprise yendo al astillero para reparaciones, el Dakota del Sur fue enviado a unirse al Washington en el Task Force 64.

Habiendo agotado sus fuerzas de portaaviones en los mares al este de Guadalcanal el 26 de octubre, las flotas enemigas regresaron a sus bases para reagruparse. Con los portaaviones de Halsey y Yamamoto marginados por ahora, la pregunta que debía responderse en las paradas y embestidas de las próximas semanas era: ¿la flota de combate de superficie de qué bando daría un paso al frente y controlaría los mares durante la noche? No importa cuán valientemente los hombres pudieran luchar en tierra, no resistirían mucho si su Armada finalmente les fallaba. En unas pocas semanas, el mayor desafío hasta el momento a la posición estadounidense en Guadalcanal se alzaría en las oscuras aguas de Savo Sound.

jueves, 12 de junio de 2025

Blindaje: ¿Qué fue el Zimmerit nazi?


Zimmerit: ¿Cuál es la textura rugosa de los tanques alemanes?


ezoico ezoico || Tank Historia

Durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, los tanques alemanes eran entregados al campo con una extraña textura rugosa en la parte superior de su armadura. Probablemente hayas visto esto y te hayas preguntado qué es y para qué sirve.

Este material se llama Zimmerit y estaba destinado a la defensa contra las minas. A pesar de su largo y laborioso proceso de solicitud, resultó ser casi completamente inútil. Ahora se considera otro ejemplo de las extrañas prioridades de Alemania durante la guerra.

El propósito de Zimmerit

La creación de Zimmerit fue una contramedida directa contra las minas antitanque, específicamente las minas magnéticas.

Como lo implica el nombre, estas minas serían pegadas en el blindaje de un tanque por la infantería fuera del vehículo. Era un trabajo peligroso. Si una mina se conectaba con éxito a un tanque, poco podía hacer la tripulación. Si supieran siquiera que estaba allí, para evitar su detonación.


 
Vista de cerca del revestimiento de Zimmerit en una Tiger II.

Zimmerit intentó reducir la utilidad de las minas antitanque. Aumentó la distancia entre la armadura y los imanes dentro de la mina. En teoría, esto evitaría que la mina se adhiera.

Minas magnéticas

Los alemanes introdujeron en 1942 la mina magnética antitanque Hafthohlladung. Esta arma de 3 kg contenía una carga perfilada que podía atravesar hasta 140 mm de acero. Esto es más de tres veces el grosor de la armadura lateral de un Sherman.

Estaba unido al objetivo mediante tres potentes imanes en la base de la mina. Estos no sólo sirvieron como método de adhesión. También actuaron como espaciadores que mantuvieron la carga formada a la distancia óptima de la armadura (permitiendo que se formara el chorro de metal fundido).


Un soldado británico sostiene una mina magnética Hafthohlladungen.
 
Como estaban unidas magnéticamente, este tipo de minas inutilizaban las armaduras en ángulo. Por lo tanto, sólo había que abordar el espesor de la placa en bruto.

Alemania produjo más de medio millón de minas Hafthohlladung durante la guerra. La mayoría de ellos fueron reemplazados en las últimas etapas del conflicto por el Panzerfaust.

Sin embargo, cuando se introdujeron por primera vez, Alemania temió que sus enemigos pudieran copiar fácilmente el arma. Así que se propusieron desarrollar contramedidas para impedir que las minas enemigas funcionaran.

Esta investigación culminó con Zimmerit.

Zimmerit

Como ya hemos mencionado, el objetivo de Zimmerit era aumentar la distancia entre la armadura de acero y los imanes. A medida que la fuerza magnética disminuye rápidamente con la distancia. Para ello, los alemanes experimentaron con una serie de barreras físicas aplicadas sobre el blindaje de un tanque.

Probaron con capas de hormigón, pintura espesa e incluso hielo, pero ninguna de ellas resultó práctica.


El revestimiento de Zimmerit todavía se puede encontrar en los tanques alemanes hoy en día.
 

Finalmente, la empresa Zimmer & Co preparó una sustancia parecida a una masilla que al secarse adquiría un acabado duro como una piedra. Estaba compuesto por cristales de pino, benceno, sulfato de bario, sulfuro de zinc, cola blanca, serrín, polvo de guijarros y ocre.

Una vez mezclada la pasta se aplicó con llana. Cada vehículo que recibió Zimmerit tenía instrucciones específicas sobre dónde debía aplicarse. Para ahorrar tiempo y recursos, Zimmerit normalmente solo se aplicaba en superficies al alcance de la infantería.

 
Como se ve aquí, el Zimmerit sólo se aplica en partes del casco a su alcance.

No se aplicó a áreas como bisagras y rejillas. Y otras áreas en las que una mina magnética no funcionaría bien, como luces y faldones laterales.

La capa terminada de Zimmerit tenía un espesor de 6 mm y debía aplicarse de forma muy especial. En primer lugar se colocó una capa de 2 mm de espesor sobre el vehículo y se dejó secar durante cuatro horas.

Luego, esta primera capa se golpeó con un soplete para acelerar el proceso de endurecimiento y quemar el exceso de humedad.

 
Este diagrama muestra cómo Zimmerit actúa como una barrera física, evitando que el imán toque la armadura. Las crestas son importantes para ahorrar peso.

8 días para secar

Una vez hecho esto, se aplicaron los 4 mm finales. En esta etapa, el patrón distintivo se presionó en el revestimiento y una vez más se explotó con un soplete. El benceno de la mezcla produjo intensos incendios cuando entró en contacto con el soplete. Sin embargo. sin este complejo proceso, el revestimiento de Zimmerit habría tardado 8 días en secarse.

Las crestas del revestimiento aumentaron su espesor sin añadir más material. Esto también fue algo bueno. En un Tiger se utilizaron 200 kg de Zimmerit , mientras que en un Panzer IV se necesitaron 100 kg.

Los patrones varían ampliamente, desde líneas simples hasta zig-zags y formas de gofres. El tipo exacto dependía de quién lo aplicaba y a qué vehículo.
 
Este Sturmgeshutz 40 presenta un Zimmerit con patrón de gofres. Imagen de Alan Wilson CC BY-SA 2.0

Retiro

Para el propósito previsto, Zimmerit funcionó bien. Sin embargo, había un defecto importante en todo el sistema de defensa contra minas magnéticas. Sólo los alemanes utilizaron minas magnéticas en una escala apreciable.

Esto significó que el proceso costoso y lento para proteger los tanques contra minas magnéticas fuera una completa pérdida de tiempo.

En septiembre de 1944, Zimmerit se suspendió después de que circularan rumores de que el revestimiento se incendiaba al ser golpeado. Aunque los alemanes procedieron a desacreditar esta teoría. Nunca se ordenó que Zimmerit volviera a producirse, probablemente porque no era necesario.

miércoles, 11 de junio de 2025

SGM: Las impresionantes torres Flak alemanas

Las torres antiaéreas alemanas tenían muros de 3,5 metros de espesor

Nathan Cluett || Plane Historia



Durante la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi construyó una serie de formidables estructuras de defensa antiaérea conocidas como Flak Towers. Estos enormes edificios de hormigón fueron diseñados para proteger ciudades clave de los bombardeos aliados.

Cada torre servía como sólida plataforma de artillería antiaérea, centro de mando y refugio antiaéreo para civiles. Su importancia estratégica y su poderío arquitectónico las convertían en un elemento crucial de los esfuerzos defensivos de Alemania.

El papel estratégico de las torres antiaéreas

Las torres antiaéreas desempeñaron un papel fundamental en la estrategia de defensa aérea de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. El despliegue estratégico de estas torres tenía como objetivo crear un escudo formidable sobre los principales centros urbanos e industriales.

Al concentrar la artillería antiaérea dentro de estas enormes estructuras, el ejército alemán buscó contrarrestar la abrumadora superioridad aérea de las fuerzas aliadas y proteger la infraestructura crítica de los bombardeos devastadores.


La «G-Tower» en Augarten, Viena. A la derecha se puede ver la parte superior de la «L-Tower». Crédito de la fotografía: C.Stadler/Bwag CC BY-SA 4.0.

La ubicación de torres antiaéreas en ciudades como Berlín, Hamburgo y Viena no fue casualidad. Estas ciudades albergaban instalaciones militares, industriales y gubernamentales esenciales para el esfuerzo bélico alemán.

En Berlín, las torres custodiaban el corazón político y administrativo de la capital, protegiendo edificios gubernamentales clave y centros de comunicación.

En Hamburgo, un importante puerto y centro industrial, las torres protegían astilleros, fábricas y depósitos de suministros cruciales para la economía de guerra. Las torres de Viena defendían importantes emplazamientos industriales y vías de transporte que eran vitales para el movimiento de tropas y suministros.

Cada complejo de torres antiaéreas, compuesto por una torre G y una torre L, formaba una unidad defensiva altamente coordinada. Las torres G, armadas con cañones antiaéreos pesados, proporcionaban la potencia de fuego principal.

Armas mortales

Estos cañones tenían un alcance de hasta 14 kilómetros y podían atacar a los bombarderos enemigos a altitudes superiores a los 10.000 metros. El fuego concentrado de múltiples torres creaba densas descargas antiaéreas, formando en la práctica un campo de minas aéreo que los bombarderos enemigos tenían que sortear.

Las torres L desempeñaron un papel crucial en la dirección de esta potencia de fuego. Equipadas con sistemas avanzados de radar, telémetros y computadoras de control de tiro, las torres L calculaban soluciones de disparo precisas para los cañones de las torres G.

Estos sistemas podían rastrear a los aviones enemigos, determinar su velocidad y altitud y predecir sus trayectorias de vuelo. El fuego coordinado desde múltiples torres G, guiado por la información de orientación de las torres L, maximizaba la eficacia de las defensas antiaéreas.

La disposición estratégica de las torres antiaéreas dentro de las ciudades también creó campos de fuego superpuestos. Este sistema de defensa en red garantizaba que cualquier avión enemigo que se acercara a una ciudad sería atacado desde varias torres simultáneamente.


Un FlaK 40 de 12,8 cm y su dotación.

Al obligar a los bombarderos enemigos a volar a mayores altitudes para evitar el intenso fuego antiaéreo, las torres redujeron la precisión de los bombardeos, minimizando así el daño a objetivos críticos en tierra.


Diseño y construcción

El arquitecto Friedrich Tamms y el ingeniero Leo Winkel fueron los artífices del diseño arquitectónico y estructural de estas torres. Concibieron las torres G y L para que funcionaran como una unidad defensiva integrada.

Las torres G, o Gefechtstürme, se dedicaban a operaciones de combate. Con una altura de unos 40 metros, estas torres tenían una planta cuadrada con lados de aproximadamente 70 metros.

Sus gruesos muros de hormigón, de hasta 3,5 metros, y techos reforzados con vigas de acero garantizaban resistencia ante explosiones de bombas e impactos directos.

Las Torres G albergaban varios niveles, cada uno de los cuales tenía una finalidad operativa distinta. La planta baja y las plantas intermedias albergaban el depósito de municiones, los alojamientos de la tripulación y las salas de operaciones, mientras que la plataforma del techo albergaba las baterías antiaéreas.

Estas baterías incluían normalmente ocho cañones FlaK 40 de 128 mm, capaces de disparar de 10 a 12 proyectiles por minuto. Esta configuración permitía a las G-Towers lanzar una andanada continua de fuego antiaéreo, lo que constituía una defensa formidable contra los bombarderos de gran altitud.

Torres L

Como complemento de las Torres G, las Torres L, o Leittürme, servían como centros de control de incendios. Aunque un poco más pequeñas, de unos 35 metros de altura, las Torres L eran igualmente robustas, con paredes de hormigón de grosor similar y estructuras reforzadas. Su función principal era dirigir el fuego desde las Torres G con precisión.

Para lograrlo, las Torres L albergaban equipos de radar avanzados, telémetros ópticos y computadoras de control de tiro electromecánicas. El sistema de radar Würzburg, por ejemplo, podía detectar y rastrear aviones enemigos a una distancia de hasta 40 kilómetros, y proporcionaba datos cruciales de orientación a los artilleros de las Torres G.

La construcción de las torres antiaéreas comenzó bajo una enorme presión, y la ejecución rápida fue una prioridad absoluta. La mano de obra forzada, principalmente de los territorios ocupados, desempeñó un papel importante en el proceso de construcción, trabajando junto con ingenieros y personal militar alemanes.

El uso de trabajadores forzados procedentes de campos de concentración y de instalaciones de prisioneros de guerra puso de relieve las brutales realidades de la guerra y la despiadada explotación de los recursos humanos por parte del régimen.

El hormigón, el material principal para las torres, tuvo que producirse y transportarse en grandes cantidades. Las obras funcionaron las 24 horas del día, con trabajadores vertiendo hormigón en enormes moldes de madera para formar paredes y pisos gruesos.

La urgencia del esfuerzo bélico requirió técnicas innovadoras para acelerar la construcción, como el uso de elementos prefabricados y el empleo de maquinaria especializada para levantar y posicionar componentes pesados.


Las torres L&G en Augarten, Viena. Crédito de la fotografía: Gerald Zojer CC BY-SA 3.0.

Diseño interno

La disposición interna de cada torre reflejaba una meticulosa atención a la eficiencia operativa y la defensa. Los pisos inferiores incluían áreas de almacenamiento para grandes cantidades de munición y suministros, lo que garantizaba operaciones sostenidas durante ataques aéreos prolongados.

Los cuarteles de la tripulación, ubicados en niveles intermedios, brindaban espacio para los soldados que custodiaban las torres, con áreas para dormir, comedores e instalaciones médicas. Estas disposiciones permitían la presencia continua de personal militar, listo para responder ante cualquier amenaza en cualquier momento.

Los niveles más altos de las Torres G contaban con plataformas abiertas donde se montaban los cañones antiaéreos. Estas plataformas ofrecían un amplio campo de tiro, lo que permitía a los cañones apuntar a los aviones que se acercaban desde cualquier dirección.

La disposición de los cañones en un patrón radial maximizaba la cobertura y la eficiencia de los disparos. Los parapetos protectores y los refugios blindados para las dotaciones de los cañones garantizaban su seguridad durante los intensos bombardeos, lo que les permitía mantener sus operaciones defensivas incluso bajo ataque directo.

Las Torres L, con sus equipos de radar y control de tiro, contaban con plataformas de observación y salas de operaciones cerradas. Estos espacios albergaban a los operadores de radar y a los oficiales de control de tiro, que trabajaban en conjunto para rastrear a los aviones enemigos y coordinar el fuego de las Torres G.

Las líneas de comunicación conectaban las torres, facilitando el intercambio de datos en tiempo real y la coordinación estratégica.


¿Eran efectivas las torres antiaéreas?

Cada complejo de torres antiaéreas formaba un nodo central en una red integrada de defensa aérea. Las torres G, con su artillería antiaérea pesada, creaban densas descargas antiaéreas que cubrían amplias franjas del espacio aéreo. Estas descargas consistían en proyectiles explosivos diseñados para detonar a altitudes predeterminadas, dispersando metralla que representaba una amenaza mortal para las aeronaves.

La intensidad del fuego obligó a los bombarderos enemigos a volar a mayores altitudes, lo que redujo su precisión de bombardeo y limitó el daño que podían infligir a las ciudades y objetivos industriales alemanes.

A pesar de las formidables defensas que proporcionaban las torres antiaéreas, los aliados adaptaron sus tácticas para mitigar su impacto. Las formaciones de bombarderos comenzaron a volar a mayores altitudes y a adoptar rutas de vuelo más evasivas para evitar las descargas antiaéreas.


Alemania fue objeto de enormes bombardeos diurnos y nocturnos. Las torres antiaéreas eran un intento de defenderse de estos ataques.

También intensificaron sus campañas de bombardeo, desplegando mayores cantidades de bombarderos en oleadas concentradas para abrumar las defensas.

Además, los avances en la tecnología de bombardeo, como el desarrollo de sistemas de orientación más precisos, permitieron ataques más efectivos contra las torres y su infraestructura circundante.


Desafíos para los aliados

Sin embargo, la presencia de las torres antiaéreas seguía complicando las misiones de bombardeo aliadas y el impacto psicológico en las tripulaciones aéreas aliadas era significativo.

Saber que tenían que navegar a través de los mortíferos campos antiaéreos creados por estas torres añadió una capa de estrés y peligro a sus misiones.

Las torres obligaron a los planificadores aliados a asignar más recursos para contrarrestar la amenaza antiaérea, desviando la atención de otros objetivos estratégicos.

La eficacia operativa de las torres antiaéreas iba más allá de sus capacidades antiaéreas: servían como centros de mando y control para operaciones de defensa aérea más amplias, coordinándose con otras baterías antiaéreas e interceptores de cazas.

Los sistemas de comunicación de las torres facilitaron el intercambio de información en tiempo real, mejorando la capacidad de respuesta y la coordinación generales de las defensas aéreas alemanas. Este enfoque en red permitió un despliegue más eficiente de los activos defensivos, optimizando la cobertura y la eficacia del sistema de defensa aérea.


Los tres tipos diferentes de Torres G.

La presencia de torres antiaéreas en las principales ciudades también supuso un estímulo moral para la población alemana. Estas imponentes estructuras simbolizaban resiliencia y protección, y reforzaban la idea de que el régimen estaba tomando medidas activas para defender a sus ciudadanos.

Durante los ataques aéreos, miles de civiles buscaron refugio en los profundos sótanos de las torres, que estaban diseñados para resistir las explosiones de bombas. Esta doble función, como fortalezas defensivas y refugios civiles, puso de relieve la eficacia operativa multifacética de las torres antiaéreas.

Refugios para civiles

Cada torre antiaérea podía albergar a miles de civiles y ofrecer seguridad frente a los bombardeos aéreos que causaban destrucción en muchas ciudades alemanas.

Los refugios estaban ubicados en los niveles inferiores y en los sótanos profundos de las torres, protegidos por gruesos muros de hormigón y techos reforzados capaces de soportar el impacto directo de las bombas. Esta robusta construcción garantizaba la seguridad de los civiles que se encontraban en el interior incluso cuando las torres eran objeto de duros ataques.

Las zonas de refugio se planificaron meticulosamente para ofrecer no solo seguridad, sino también una sensación de normalidad y comodidad en medio del caos. Las habitaciones estaban equipadas con bancos y literas, lo que permitía a la gente sentarse o acostarse durante los ataques aéreos, que a veces podían durar horas.

Se instalaron instalaciones sanitarias básicas, como retretes y lavabos, para mantener la higiene y reducir el riesgo de enfermedades en condiciones de hacinamiento. Los sistemas de ventilación garantizan un suministro de aire fresco, fundamental para evitar la asfixia y mantener la moral.


La Torre G de Heiligengeistfeld en 2006.

Las instalaciones médicas dentro de las torres eran otro aspecto fundamental de los refugios civiles. Entre ellas había puestos de primeros auxilios atendidos por personal médico que podía tratar las heridas sufridas durante los ataques aéreos.

Las salas médicas estaban repletas de suministros como vendajes, antisépticos y otros equipos médicos esenciales. Esta preparación permitió responder de inmediato ante cualquier víctima, asegurando que los heridos recibieran atención inmediata.

En las torres antiaéreas también se almacenaban alimentos y agua para abastecer a los civiles durante las estancias prolongadas. Entre estas provisiones se encontraban alimentos enlatados, pan y otros productos no perecederos, además de grandes tanques de agua.

El objetivo era prepararse para situaciones en las que las personas pudieran necesitar permanecer refugiadas durante períodos prolongados, en particular si el área circundante estaba gravemente dañada y no era posible una evacuación inmediata.
Impacto psicológico

El impacto psicológico de los refugios en las torres antiaéreas fue profundo. Saber que había un refugio seguro durante los ataques aéreos tranquilizaba a la población civil. Las torres simbolizaban protección y resiliencia, y reforzaban la moral incluso cuando la devastación de la guerra se intensificaba.

Las familias trajeron pertenencias personales para hacer más llevadero su refugio temporal, fomentando un ambiente comunitario.

El espacio del refugio estaba bien organizado, con procedimientos de entrada para gestionar el flujo de personas de manera eficiente, evitando el pánico y el hacinamiento. Los encargados del refugio designados, a menudo voluntarios de la comunidad, mantenían el orden y brindaban asistencia.


Torre AG Torre Flak en construcción en 1942.

Guiaron a los civiles a áreas designadas, distribuyeron alimentos y agua e hicieron cumplir las reglas de refugio.

El uso de torres antiaéreas como refugios tuvo implicaciones estratégicas. Proporcionar lugares seguros para los civiles permitió a las autoridades mantener la normalidad y continuar la producción en tiempos de guerra.

Los trabajadores podían refugiarse durante los bombardeos y regresar rápidamente a sus puestos, lo que reducía al mínimo el tiempo de inactividad en las fábricas y las instalaciones esenciales. Esta continuidad era vital para sostener el esfuerzo bélico.

Sin embargo, la vida en los refugios era complicada. Las condiciones de hacinamiento generaban estrés y ansiedad, especialmente durante las redadas prolongadas.

El ruido constante de las armas antiaéreas y las bombas aumentaba la tensión. A pesar de las medidas de comodidad y seguridad, el costo psicológico de los repetidos ataques aéreos era considerable, y las familias se apiñaban atemorizadas y sentían profundamente los horrores de la guerra.

De la posguerra

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas aliadas victoriosas se enfrentaron al desafío de enfrentarse a las torres antiaéreas. Estas estructuras, profundamente arraigadas en el tejido urbano de ciudades como Berlín, Hamburgo y Viena, planteaban un dilema.

Su robusta construcción, con muros de hasta 3,5 metros de espesor, hizo que su demolición fuera una tarea ardua y costosa. En muchos casos, los aliados optaron por dejar las torres en pie, en parte debido a la inmensa dificultad de quitarlas y en parte por la enorme magnitud de la reconstrucción necesaria en otras partes de Europa devastada por la guerra.

Por ejemplo, las torres antiaéreas de Berlín plantearon importantes desafíos para su demolición. Los esfuerzos por demoler la Torre del Zoológico, ubicada en el Zoológico de Berlín, provocaron importantes daños en la zona circundante sin destruir por completo la estructura.

La gran cantidad de explosivos necesarios para desmantelar estas fortalezas planteaba riesgos de seguridad y dificultades logísticas. Por ello, muchas de las torres de Berlín se mantuvieron en su sitio y se convirtieron en imponentes reliquias del pasado.

En Hamburgo surgieron desafíos similares. La ciudad, fuertemente bombardeada durante la guerra, requirió importantes esfuerzos de reconstrucción y los recursos se destinaron a menudo a necesidades más inmediatas.

Nuevos usos

Algunas de las torres antiaéreas fueron demolidas parcialmente, mientras que otras permanecieron intactas y fueron absorbidas gradualmente por el entorno urbano. Con el tiempo, estas estructuras comenzaron a encontrar nuevos usos, reflejando el cambio del paisaje y las necesidades de la ciudad.

Viena ofrece quizás la reutilización más variada e imaginativa de las torres antiaéreas. En el período de posguerra, la ciudad reconvirtió varias de sus torres en aplicaciones civiles. La torre del parque Esterhazy, por ejemplo, se convirtió en la Haus des Meeres, un acuario y atracción pública.

Esta transformación no solo preservó el significado histórico de la estructura, sino que también la integró a la vida cultural y recreativa de la ciudad. Otra torre en Viena se convirtió en un centro de datos, aprovechando su sólida construcción y sus características de seguridad para albergar infraestructura de tecnología e información sensible.


Una torre en Viena que ahora se utiliza como muro de escalada. Crédito de la foto: Joanna Merson CC BY-SA 4.0.

La conservación y adaptación de estas torres en Viena pone de relieve una tendencia más amplia hacia el reconocimiento del valor histórico y arquitectónico de las Torres Antiaéreas. Con el paso del tiempo, las actitudes hacia estas estructuras evolucionaron.

Lo que antes se consideraba un recordatorio sombrío de un capítulo oscuro de la historia pasó a ser considerado un importante artefacto histórico y una oportunidad para su reutilización creativa. Este cambio permitió una reconciliación del pasado bélico de las torres con las necesidades urbanas contemporáneas.

Además de su reutilización práctica, algunas torres antiaéreas se han convertido en lugares históricos y educativos. En Berlín, por ejemplo, la torre antiaérea de Humboldthain ha sido excavada parcialmente y abierta al público.

Las visitas guiadas permiten a los visitantes explorar el interior de la torre, lo que permite conocer su construcción, su papel en tiempos de guerra y las experiencias de quienes buscaron refugio entre sus muros. Estas visitas sirven como un recordatorio conmovedor del impacto de la guerra en la ciudad y sus habitantes, lo que fomenta una comprensión más profunda de la historia.



lunes, 2 de junio de 2025

Artillería antiaérea: 15 cm Flak 50, 55, 60 & 60F

Cañón antiaérea pesado 15 cm Flak 50, 55, 60 & 60F



Las primeras torres antiaéreas urbanas alemanas fueron originalmente diseñadas para montar cuatro cañones individuales de 15 cm, de un modelo que nunca llegó a entrar en servicio, aunque sí se probó. Se evaluaron al menos cuatro diseños distintos. El más avanzado fue el 15 cm Gerät 50, con autocargador en la montura que debía recargarse manualmente entre ráfagas. De los otros diseños (Gerät 55, 60 y 60F) se sabe menos, ya que no progresaron tanto.

En este calibre, tener una pieza fija tenía cierto sentido. A diferencia de los cañones de 12,8 cm, que podían transportarse por partes o incluso montarse sobre vagones ferroviarios para mayor movilidad, los de 15 cm eran demasiado pesados: superaban el peso de un Panzer IV y no eran móviles, apenas reubicables. Por ejemplo:

15 cm Flak Gerät 50

  • Calibre: 149,1 mm

  • Largo del cañón: 7.753 mm (L/52)

  • Peso total: 44.600 kg (en cuatro partes)

  • Velocidad inicial: 890 m/s

  • Alcance en altura: 16.300 m

  • Cadencia: 10 disparos por minuto

  • Proyectil: 40 kg

  • Fabricante: Krupp AG

Este diseño fue un proyecto alternativo a cargo de Rheinmetall (Gerät 55), iniciado en 1936. Se canceló en enero de 1940. Luego, en octubre de 1942, Krupp desarrolló el 15 cm Gerät 60, que evolucionó al Gerät 60F (versión fija) con mejores prestaciones. Esta variante podía disparar proyectiles de 42 kg a 960 m/s, montada en remolques especiales Meiller. El prototipo 60F, con sistema de control de tiro mejorado, alcanzaba 1.200 m/s y una altura de 18.000 m, aunque su cañón solo resistía unas 86 disparos.


El cañón antiaéreo de 15cm

Como la Flak de 12,8 cm aún no había sido entregada a las tropas, las empresas Krupp y Rheinmetall recibieron el encargo de desarrollar una Flak de 15 cm.

El “Gerät 50” de Krupp se montaba con su cureña de base sobre una plataforma con cuatro estabilizadores. El control de puntería era, al igual que en la Flak de 12,8 cm, electrohidráulico. El peso del proyectil, de 40 kg y hasta 43 kg, requería un sistema de carga completamente automático. Para lograr una cadencia de disparo de diez disparos por minuto, se alimentaba automáticamente desde un cargador doble: a la derecha e izquierda del tubo del cañón había un tambor con capacidad para cuatro cartuchos. Dos tambores adicionales se encontraban en los cargadores de reserva listos para recargar. El transporte del cañón se realizaba en tres partes: plataforma, cureña y tubo. El tubo se montaba en la cureña mediante un sistema de elevación y luego se desplazaba hacia adelante hasta su posición de cierre.

El “Gerät 55” de Rheinmetall estaba montado sobre una plataforma con seis estabilizadores. El apuntado también era electrohidráulico. El sistema de carga consistía en un cargador de caja en el lado izquierdo del cierre, desde el cual los cartuchos eran trasladados a la bandeja de carga mediante un sistema de elevación.

El cañón se transportaba también en tres partes: plataforma, cureña y tubo.

Ambos modelos se presentaron y probaron solo como prototipos. En estas pruebas se demostró que el esfuerzo de fabricación y materiales no se justificaba en comparación con el rendimiento balístico alcanzado. Por lo tanto, se abandonó inicialmente la producción en serie.

Poco después, ambas empresas recibieron el encargo de continuar con el desarrollo de un cañón antiaéreo de 15 cm en una forma mejorada, ya que mientras tanto se había demostrado que la Flak de 8,8 cm era insuficiente frente a formaciones de bombarderos fuertemente protegidas, y la Flak de 12,8 cm aún no estaba disponible en grandes cantidades.

Este nuevo modelo debía, en lo posible, montarse sobre una cureña de ruedas y poder remolcarse en posición de combate, para ser también adecuado como cañón antitanque pesado. Se adoptó el sistema de alimentación por tambor, como ya se había probado con éxito en el “Gerät 50”. El tubo del cañón fue diseñado con una longitud de 60 calibres (L/60). Al igual que con la Flak de 12,8 cm, se desarrollaron versiones gemelas del modelo de 15 cm.

La producción se limitó nuevamente a prototipos. De Rheinmetall se conocen las designaciones internas “Gerät 60” y “Gerät 65”. Este último debía poder transportarse en dos partes sobre remolques de tres ejes del tipo Meiller. La velocidad de salida debía alcanzar los 1.200 m/seg y el alcance los 18.000 m, con un techo de fuego de 15.000 m. Los trabajos en el “Gerät 55”, la primera versión de Rheinmetall, ya se habían detenido en la etapa de desarrollo.

Como los datos técnicos en la literatura especializada difieren parcialmente, aquí se prescinde de proporcionar más cifras.

El 15 cm Gerät 55, de Rheinmetall, derivaba de los modelos anteriores de 10,5 y 12,8 cm. Fue diseñado sobre una plataforma rectangular con seis patas, dos fijas y cuatro plegables. El apuntado estaba motorizado, con un sistema hidráulico Pittler-Thoma, aunque también podía operarse manualmente. El sistema de dirección de tiro usaba el Übertragungsgerät 37. La recámara tenía alimentación automática. Este modelo se transportaba en tres secciones: base, soporte y cañón. Se abandonó porque su mayor potencia respecto al 12,8 cm no justificaba su enorme peso y tamaño.

En 1940 se reactivó el desarrollo de armas de 15 cm con mejores especificaciones: proyectiles de 42 kg a 960 m/s sin necesidad de desarmar el arma para transportarla. Así surgió el 15 cm Gerät 65, que luego derivó en la versión fija 65F, capaz también de alcanzar los 1.200 m/s y los 18.000 m de altitud. El cañón se completó en 1942 y el montaje en 1943. Sin embargo, en septiembre de ese año, todo el desarrollo de armas antiaéreas de 15 cm fue suspendido, y las unidades existentes se usaron solo para pruebas balísticas.

También en 1941 se inició el diseño de un cañón aún mayor: el 24 cm Gerät 85, pero fue cancelado el 14 de agosto de 1943, antes de llegar a fase prototipo.




La imagen muestra el cañón experimental de 15 cm Flak 55 de Rheinmetall. Estaba montado sobre la cureña de base en una plataforma con seis estabilizadores y dos cilindros de puntería separados para los movimientos en elevación y dirección. Al igual que los sistemas de 10,5 cm y 12,8 cm, la Flak estaba controlada electrohidráulicamente. Los proyectiles se almacenaban en tambores de carga y eran transportados a la bandeja de carga mediante un sistema elevador. En la imagen también se aprecian las conexiones hidráulicas de los sistemas de puntería.



Masas, pesos y datos balísticos

Especificación 10,5 cm 38/39 10,5 cm S.K.L/32 12,8 cm 15 cm Gerät 50 Krupp 15 cm Gerät 55 Rheinmetall 15 cm Gerät 60 Krupp
Calibre (mm) 105 105 128 150 150 150
Longitud del tubo (mm) 6.648 4.740 7.835 7.753 8.250
Parte rayada (mm) 5.315 3.612 6.724 6.113 7.753
Cantidad de estrías 36 32 40
Paso de estría (mm) 780–900 420–500 1.000–1.300
Ángulo de giro horizontal (°) ilimitado ±360 ilimitado ±360 ±360 ±360
Ángulo de elevación (°) -3/+85 -9/+79 -3/+85 -1/+90 -3/+88 -3/+90
Cadencia de fuego (disparos/min) 12–15 10 10–12 10 10 10
Altura de la recámara (mm) 1.800 1.900 2.300 2.200 2.600
Peso en posición de marcha (kg) 14.000 (38) 6.640 27.000 44.600 (4 cargas) 42.000 (3 cargas)

14.600 (39)




Peso en posición de disparo (kg) 10.000 (38) 5.740 17.000 22.200 22.000 27.000

10.240 (39)




Vel. inicial granada HE (m/seg) 960 785 880 890 860 1.200
Vel. inicial mun. perforante (m/seg) 860
Alcance máximo con granada HE (m) 17.700 15.175 20.800 16.000 16.300 18.000
Altura máxima de tiro (m) 12.800 11.000 15.000 12.000 13.000
Peso del proyectil HE (kg) 26 24 45 46 43 42
Peso del proyectil perforante (kg) 26,1
Peso del proyectil completo (kg) 15,5 14,8 26 43 41 40