Mostrando las entradas con la etiqueta Córdoba. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Córdoba. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de febrero de 2025

EA: Asalto paracaidista al terrorismo en Córdoba


Operación Las Tres Marías: Ataque antiterrorista aerotransportado en Córdoba

Sean Eternos los Laureles

Hace 50 Años, el 3 de Octubre de 1969, se ejecutó la primera misión de combate del sistema de armas Hercules y de Fuerzas Paracaidistas Argentinas, Saltando sobre las sierras cordobesas en misión de búsqueda y destrucción de fuerzas extremistas castroguevaristas. "...con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."


Otra de las tantas injusticias cometidas en Argentina es la total y lamentable falta de reconocimiento hacia la que fue la primera y única misión de combate aerotransportada a gran escala de las fuerzas paracaidistas y del Sistema de Armas Hércules en su rol primario de transporte paracaidista en el país. Esta operación involucró a la IV Brigada Aerotransportada del Ejército Argentino, con base principal en la provincia de Córdoba, y al Grupo 1 de Transporte de la I Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, con asiento en la Base Aérea de El Palomar, provincia de Buenos Aires.

Este hecho, de enorme relevancia en la historia del paracaidismo militar argentino, ha sido ignorado porque tuvo lugar en un contexto político que no encaja dentro del "Relato" oficial. Sin embargo, lejos de restarle importancia, este marco particular resalta aún más la labor de los paracaidistas del Ejército Argentino, tanto por las limitaciones técnicas con las que debieron operar como por las circunstancias tácticas y políticas en las que la misión se llevó a cabo con éxito. A continuación, y basándonos en parte del testimonio del investigador Alberto N. Manfredi, se expondrán las razones detrás de este silenciamiento histórico.



El hecho en cuestión comenzó en la madrugada del 3 de octubre de 1969, cuando 360 paracaidistas de la IV Brigada Aerotransprotada aguardaban, en medio de gran silencio formados junto a la pista de la Escuela de Aviación Militar, listos para abordar los 3 nuevos aviones de transporte y carga Lockheed C-130E Hércules con que contaba entonces la Fuerza Aérea Argentina, matriculados TC-61, TC-62 y TC-63, y que se hallaban estacionados sobre la cabecera norte, delante de 6 Douglas DC-3/C-47 Skytrain/Dakota, alineados inmediatamente detrás.



  Los hombres con su equipo de salto completo, se hallaban expectantes, atentos a las directivas de los suboficiales, listos para ponerse en movimiento ni bien se impartiera la orden de embarcar, mientras el sol se elevaba por el horizonte, iluminando débilmente el cielo despejado.



  Sin embargo aquellos no eran los únicos efectivos que iban a intervenir. A no mucha distancia de la pista, en el patio de armas, otros 540 efectivos abordaban los 18 camiones militares estacionados frente a la comandancia, en tanto oficiales y suboficiales iban y venían impartiendo órdenes a la vista de las máximas autoridades de la unidad. Muchos de ellos, tropa y mandos, habían participado en los recientes sucesos de violencia que tuvieron a la ciudad de Córdoba como escenario en el mes de mayo y aún sentían sobre sí el peso de aquella responsabilidad. Como sus camaradas en la cabecera de la pista, llevaban sus uniformes de campaña, sobre los cuales lucían insignias y distintivos, cargando el equipo de combate, las mochilas y los fusiles de asalto FAL III Para 50-63 y 50-64 calibre 7.62×51 mm, entre otro armamento, con los que se disponían a entrar en acción.



  Si bien todo ese movimiento era parte de los ejercicios de salto anuales, programados a comienzos de año, en esa oportunidad movía al comando una acción de índole militar pues se tenía información muy firme de que el mismo grupo subversivo que había asaltado uno de los depósitos de armas del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, en la Guarnición Campo de Mayo, el 5 de abril, iba a copar la cercana localidad cordobesa de La Calera, y en base a ello se había planificado una operación en pinzas, que comprendía el factor sorpresa por medio de un asalto aéreo, coordinado con un despliegue terrestre destinado a bloquear cualquier tipo de posible retirada enemiga que se podría llegar a dar.
  Desde los agitados días del “Cordobazo”, se venían sucediendo hechos que tenían en permanente vilo al gobierno: el incendio de los supermercados Minimax, en Buenos Aires y sus alrededores; el asesinato del dirigente sindical peronista Augusto Timoteo Vandor, el 30 de junio de ese mismo año, la agitación en las fábricas y las universidades, todo parecía indicar que algo raro se estaba gestando. Las guarniciones militares se mantenían en permanente estado de alerta y las Fuerzas de Seguridad estaban listas para actuar, igual que en los días previos a la revolución de septiembre de 1955, cuando esa misma zona de Córdoba se transformó en uno de sus principales campos de batalla.



  A esa altura la tropa ya había sido informada que la operación iba en serio, que no era un simple ejercicio, y la ansia propia de todo despliegue que se realiza, dio paso a la incertidumbre y la tensión propia de quien ahora se dirige hacia lo inesperado, y con posibilidad cierta de combate.
  Impartidas por fin las órdenes, los hombres comenzaron a abordar, acomodándose en el interior de las aeronaves. Y cuando los relojes marcaron la hora programada, los pilotos dieron potencia a sus motores y siguiendo las indicaciones de los señaleros, comenzaron a carretear, los pesados Hércules en primer lugar y los veteranos Douglas detrás.


 

Las aeronaves despegaron una tras otra en dirección a Alta Gracia y, a mitad de camino entre la capital provincial y Los Olivares, viraron hacia el noroeste, trazando una amplia elipse en dirección a San Antonio de Arredondo y Villa Independencia. En su recorrido, dejaron a la derecha los campos de Malagueño y a la izquierda, Falda del Carmen.

Al sobrevolar Pampa de Achala y las Altas Cumbres, cambiaron de rumbo hacia el norte. A 2.000 metros de altura, comenzaron a cruzar Traslasierra con destino a Villa Carlos Paz. Al llegar al lago San Roque, pusieron proa a la capital provincial y, manteniendo una velocidad constante de 320 km/h, iniciaron un descenso gradual.

Mientras tanto, en la Escuela de Tropas Aerotransportadas, una columna motorizada avanzaba por las calles internas de la unidad hasta incorporarse a la Ruta 20. Al cruzar los portones, los vehículos giraron a la izquierda, dejando a su derecha el Barrio Aeronáutico y su instituto universitario. Luego, tomaron dirección norte hacia La Calera, ascendiendo la zona serrana por la Ruta 55.

Cuando las aeronaves dejaron atrás Traslasierra, los paracaidistas recibieron la orden de ponerse de pie y alinearse junto a las compuertas. Los Hércules descendieron sus rampas traseras y los soldados se ubicaron al borde del fuselaje, listos para saltar.




La formación aérea se desplegó en abanico, rodeando la localidad por el norte, el centro y el sur, mientras los camiones repletos de tropas se aproximaban desde el este. La población, ajena a lo que estaba por suceder, comenzaba su jornada sin imaginar que una fuerza subversiva estaba a punto de lanzar un ataque.

A bordo de los aviones, los soldados fijaban la vista en la luz roja, esperando con tensión el cambio a verde. Sus pulsaciones se aceleraron cuando los oficiales abrieron las compuertas y alzaron la mano derecha, sincronizando sus relojes.

Uno de los Hércules se dirigió al norte, el segundo continuó su trayectoria por el centro y el tercero viró hacia el sur, cada uno escoltado por dos DC-3/C-47. En tierra, los camiones se dispersaron hacia el este, algunos siguiendo el antiguo camino de tierra que conducía a las terrazas de la Estanzuela, mientras otros avanzaban por el norte y el centro de la localidad para bloquear los accesos.

Tan pronto como se detuvieron, los soldados descendieron rápidamente y, siguiendo las órdenes, tomaron posiciones estratégicas, cerrando caminos y estableciendo piquetes para asegurar el área. Para ese momento, las Fuerzas de Seguridad locales, pertenecientes a la Policía de la Provincia de Córdoba, ya habían sido alertadas. De inmediato, ordenaron a la población permanecer en sus casas o lugares de trabajo, restringiendo al máximo la circulación en las calles.




  A mitad de camino entre el lago San Roque y La Calera, la luz verde se encendió y los paracaidistas comenzaron a saltar. Por el norte lo hicieron luego de sobrepasar Villa El Diquecito y por el sur en inmediaciones de las mencionadas terrazas de la Estanzuela.
  Los lugareños los vieron descender lentamente, apenas mecidos por el viento y tocar tierra uno tras otro, para recoger sus paracaídas y apresurarse a tomar posiciones. Sería la primera y única vez en la historia militar argentina, que los paracaidistas actuaban como tales en una acción de guerra.
  Siguiendo las instrucciones, se desplegaron por el terreno y de esa manera, comenzaron a rodear la localidad, cortando las vías de comunicación y peinando el área para dar con los sediciosos. Cuando el sol comenzaba a caer, sus mandos llegaron a la conclusión de que el sector se hallaba despejado y a las 19:00 horas levantaron el dispositivo y retornaron a sus bases, dejando piquetes en los caminos y puestos de guardia en los principales accesos a la población.
  Este relato novelado, está basado en hechos reales. Efectivamente, el 3 de octubre de 1969, 900 paracaidistas del Ejército Argentino fueron movilizados ante una falsa alarma. Las últimas semanas, los servicios de seguridad habían detectado movimientos extraños tanto en la Capital Federal como en diversos puntos del país y de esa manera, pudieron determinar que un grupo subversivo estaba a punto de copar La Calera. Las fuentes, que se repiten unas a otras, sostienen que el total de los paracaidistas saltó desde aviones Hércules C-130E y Douglas DC-3/C-47 pero solo una parte lo hizo porque en aquellos días se carecía de capacidad para una operación de  semejante envergadura. El resto lo hicieron por vía terrestre y de ese modo, lograron cercar la zona y peinar sus alrededores además de efectuar requisas en viviendas particulares, tanto en el casco urbano como en el área rural.



  Desde ya, la información que manejaban las fuerzas del orden no estaban para nada erradas, y tal operación seguramente impidió que la localidad sea asltada por fuerzas extremistas, ya que la historia demostró que bien se había previsto lo que iba a tener lugar en ese mismo sitio, en menos de un año. Es así que nueve meses después, un unidad de asalto de la organización mafiosa terrorista castroguevarista Montoneros, se apoderaría de la población, tomaría por sorpresa la Subcomisaría de la Policía de la Provincia de Córdoba, la central telefónica, las oficinas del correo y la sede municipal, para asaltar la sucursal del Banco Provincia y huir posteriormente con 4.000.000 $, tiroteándose con un efectivo de la Policía cordobesa que inesperadamente apareció en la localidad y fue herido de bala (por segunda vez, ya que en un asalto al Banco efectuado en 1969 por los terroristas, ya había sido herido), siendo que a continuación el grupo extremista realizó una ordenada fuga, como bien y al detalle hemos ya descrito con anterioridad (1 de julio de 1970, subversivos montoneros a sangre y fuego copan la localidad cordobesa de La Calera.

 

El impacto de estos acontecimientos no pasó desapercibido. En primer lugar, motivó una nueva movilización de los paracaidistas del Ejército Argentino, quienes, en esta ocasión, emprendieron por vía terrestre un operativo en busca de los insurgentes. A pesar de los esfuerzos, la operación no logró su objetivo, aunque quedó documentada en algunas de las imágenes aquí presentadas.

Paralelamente, un agente de policía de apellido Ambrosio, junto a un vecino de la localidad, emprendió valientemente la persecución de un grupo de extremistas. Lograron interceptar a tres de ellos, quienes habían sustraído un automóvil Rambler, dando lugar a un enfrentamiento en el que los insurgentes resultaron heridos y capturados.

Para ese momento, la Guerra Antisubversiva en Argentina ya había sido reactivada. Sus orígenes se remontaban a 1959, con la acción del estadounidense John William Cooke, un comunista infiltrado en el peronismo, quien, tras recibir entrenamiento y armamento en Cuba, dio origen a la organización Uturuncos. Su accionar violento tuvo su primera víctima fatal el 12 de marzo de 1960: la niña de tres años Guillermina Cabrera Rojo. Aunque para 1961 la organización había sido prácticamente desarticulada, la actividad extremista resurgió en 1964 con el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), integrado por combatientes cubanos y argentinos entrenados en la isla caribeña.

El 18 de abril de 1964, en el marco de esta nueva ofensiva terrorista, fueron asesinados tres trabajadores argentinos. Entre ellos, el primer uniformado caído en estas circunstancias, el gendarme Juan Adolfo Romero. Más tarde, en su intento de esconderse de la persecución de Gendarmería Nacional, los extremistas dieron muerte a Pascual B. Vázquez, capataz de un obrador. En el enfrentamiento que siguió, los insurgentes tomaron como rehén al hijo del capataz, el pequeño Froilán Vázquez, de solo seis años. Para proteger su vida, los gendarmes cometieron el error de permitir la fuga de los agresores, pero el niño no sobrevivió: el capitán cubano Hermes Peña, miembro del EGP, lo asesinó con dos disparos en la nuca. Poco después, Peña murió a causa de las heridas sufridas en el enfrentamiento.

El EGP fue finalmente desarticulado, con sus integrantes capturados o dispersos en los montes de Salta. Sin embargo, la reanudación de la actividad extremista en 1969 fue solo un preludio de la escalada de violencia que marcaría los años siguientes, dejando miles de muertos, heridos y mutilados, además de severos daños materiales y un profundo impacto económico, social y político en el país.

¿Qué ocurrió con los aviones que hicieron historia en Argentina?

No se dispone de información precisa sobre los DC-3/C-47 utilizados en esta operación en particular. Sin embargo, se sabe que la Fuerza Aérea Argentina operó un total de 55 unidades de estos modelos a lo largo de 49 años, integrados en las Brigadas Aéreas II, III, IV, V, VI y VII, así como en la Escuela de Aviación Militar y los Áreas Material Río IV y Quilmes.

El primer DC-3 llegó al país en 1941, cuando un ejemplar de Air France quedó en Argentina tras la capitulación de Francia ante Alemania, siendo incorporado por la Aeronáutica Militar con la numeración 169. Posteriormente, en 1947, ya con la Fuerza Aérea Argentina constituida, arribó un lote de 16 unidades provenientes del stock estadounidense. A estos se sumaron 12 ejemplares adquiridos en Brasil en 1960, conocidos como "bananeros". En 1966, la Fuerza Aérea recibió los DC-3 dados de baja por Aerolíneas Argentinas, junto con dos C-47 especializados en misiones de búsqueda y rescate en climas fríos (HC-47), equipados con esquíes retráctiles y tanques de combustible adicionales.

Estos aviones cumplieron un rol clave en la Antártida hasta la apertura de la pista de la Base Marambio, momento en el que fueron reemplazados por los Lockheed C-130E a partir de 1970. Posteriormente, los HC-47 fueron transformados en aviones de transporte convencionales. Finalmente, el último DC-3/C-47 en servicio en la Fuerza Aérea Argentina fue dado de baja el 28 de diciembre de 1990.




El Ejército Argentino recibió algunos de los DC-3/C-47 que llegaron al país en 1960. Sin embargo, con excepción del matriculado AE-100, debió transferir casi todas las unidades a la Fuerza Aérea poco tiempo después. Por su parte, la Armada Argentina también operó 14 aeronaves de este modelo, incorporadas entre 1946 y 1948, las cuales prestaron servicio en la 2ª Escuadrilla del Comando de Transportes Navales hasta su retiro en 1979.

Para el momento en que se llevó a cabo esta operación de asalto aerotransportado, la Fuerza Aérea Argentina contaba en servicio con un número estimado de entre 21 y 28 DC-3/C-47. De las 55 unidades recibidas a lo largo de los años, 25 ya habían sido dadas de baja, y otras 11 fueron retiradas a lo largo de 1969. Se tiene certeza de que al menos dos unidades fueron desprogramadas antes del 3 de octubre de ese año, y otras dos en diciembre. Es posible que los siete restantes, junto con los dos HC-47, no estuvieran disponibles para la misión del 3 de octubre. Aunque no se conoce con precisión cuántos de estos aviones estaban operativos en ese momento, se ha confirmado que seis DC-3/C-47 acompañaron a los tres Hércules en la operación.



Los Lockheed C-130E fueron, simultáneamente, los Hércules con la vida operativa más intensa y los únicos de los 15 ejemplares de cinco variantes (2 C-130B, 3 C-130E, 7 C-130H, 2 KC-130H y 1 L-100-30) operados por la Fuerza Aérea Argentina en sufrir bajas en combate con un alto costo en vidas humanas. En total, 13 hombres —6 de Gendarmería Nacional y 7 de la Fuerza Aérea Argentina— cayeron en acto de guerra a bordo de estos aviones.

Los tres C-130E (posteriormente denominados "Super E" o C-130H) fueron los primeros Hércules incorporados por la Fuerza Aérea Argentina en 1969, con matrículas TC-61, TC-62 y TC-63. Su llegada revolucionó el transporte aéreo militar del país y les valió el apodo extraoficial de Las Tres Marías, en referencia a la constelación de tres estrellas fácilmente visible desde la Tierra. Con un extenso historial de misiones de guerra, paz y ayuda humanitaria, además de su participación en vuelos de abastecimiento a la Antártida, estos aviones marcaron un hito en la historia de la aeronáutica argentina. Todos fueron asignados al Grupo 1 de Transporte (inicialmente Grupo II) de la I Brigada Aérea, con base en El Palomar, provincia de Buenos Aires.

El TC-62: Una vida operativa breve, pero trascendental

De los tres, el TC-62 tuvo la trayectoria más corta, ya que fue derribado en combate apenas seis años después de su incorporación, durante un ataque enemigo en el marco de la lucha contra la insurgencia.

En su breve servicio, el TC-62 alcanzó varios hitos. Apenas llegado a la Fuerza Aérea, el 1 de marzo de 1969 realizó un vuelo de reconocimiento en la Antártida Argentina, sobrevolando la isla Decepción y las bases Brown, Matienzo, Petrel y Esperanza, además del futuro emplazamiento de la Base Marambio. En esa misión, también efectuó lanzamientos de carga y correspondencia sobre las bases Matienzo y Petrel.

El 14 de abril de 1969, escoltó en un vuelo de apoyo a un DHC-6 Twin Otter (matrícula T-85), equipado con esquí-ruedas y destinado a operaciones en la Antártida. Su función fue suministrar información meteorológica en ruta, facilitando el anavizaje del Twin Otter en la Base Aeronaval Petrel y su posterior reconocimiento visual y fotográfico de la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio. Días después, el 23 de abril, brindó el mismo apoyo en el regreso del T-85, que en esa ocasión viajó junto a otro Twin Otter de la Armada Argentina, matrícula 1-F-1.

El 5 de agosto de 1969, el TC-62 partió de Comodoro Rivadavia, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y la Base Aeronaval Petrel, y regresó en vuelo directo a El Palomar. Luego, el 3 de octubre de 1969, participó junto a los TC-61 y TC-63 en la primera y única misión de combate paracaidista de los Hércules en Argentina, desplegando, junto a seis aviones DC-3/C-47, a 360 paracaidistas del Ejército Argentino en una operación de búsqueda y destrucción en los alrededores de La Calera, Córdoba.

El 9 de octubre de 1969, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y lanzó suministros para la Patrulla Soberanía, encargada de construir la primera pista de tierra en el continente antártico. Posteriormente, el 30 de junio de 1970, participó en la primera evacuación aeromédica desde la Antártida, transportando dos helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-31 y H-33), que permitieron la evacuación del jefe de la Estación Científica Almirante Brown.

El 17 de mayo de 1971, el TC-62 marcó otro récord al realizar el primer vuelo directo entre Buenos Aires (El Palomar) y la Base Marambio, cubriendo 3.265 km en 6 horas y 45 minutos. El 17 de agosto de 1972, arrojó dos toneladas de carga sobre la Estación Aeronaval Petrel y aterrizó en la Base Marambio, donde realizó otra misión de rescate. En esa ocasión, desembarcó los helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-32 y H-33), que al día siguiente evacuaron a un paciente desde la Base Esperanza hasta Marambio, regresando luego al continente.

El trágico final del TC-62

El 28 de agosto de 1975, el TC-62 fue derribado durante un atentado terrorista en el marco del Operativo Independencia, la campaña militar para erradicar al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otras organizaciones subversivas que intentaban establecer una "zona liberada" en Tucumán.

Ese día, la aeronave transportaba efectivos de Gendarmería Nacional que regresaban a sus hogares tras haber asistido a la población civil en una inundación. A las 13:00 horas, bajo el mando del Vicecomodoro Héctor A. Cocito, el Mayor Carlos J. Beltramone, el Capitán Francisco F. Mensi y los Suboficiales Mayores Fortunato Barrios, José Perisinotto y Clyde Pardini, además del Cabo Principal Eduardo Fattore, el TC-62 inició la carrera de despegue en el aeropuerto de Tucumán.

Sin que las fuerzas de seguridad lo advirtieran, un vehículo identificado con los logos de Agua y Energía estaba estacionado a poca distancia de la pista, operado por un militante montonero infiltrado en la estación aérea. Desde allí, se coordinó la activación de una carga explosiva oculta en un túnel bajo la pista, en el marco de la llamada Operación Gardel, un atentado planificado por Montoneros.

El explosivo, compuesto por una semiesfera de 10 kg de TNT, 60 kg de diametón y 90 kg de amonita dispuestos en forma de cono, estaba conectado a un cable de 250 metros que lo vinculaba con una batería de 12V en el vehículo. La detonación fue activada por control remoto en el momento exacto en que el Hércules pasaba sobre la alcantarilla, provocando una explosión devastadora.

Este atentado marcó la única pérdida de un C-130 argentino en un ataque directo. La tragedia dejó como saldo la muerte de toda la tripulación y de los gendarmes que transportaba. El ataque evidenció el nivel de infiltración y la capacidad operativa de las organizaciones subversivas en aquel período, siendo un hito en la escalada de violencia que afectó al país en los años siguientes.




En el preciso momento en que el TC-62 iniciaba su despegue, alcanzando una velocidad de 200 km/h y habiendo recorrido aproximadamente 800 metros desde la cabecera 18, la carga explosiva fue detonada. La explosión, de gran potencia, impactó de lleno en la aeronave cuando esta apenas se había elevado a unos pocos metros del suelo, envolviéndola en llamas y provocando su caída inmediata. Eran las 13:05 horas.

Según el testimonio de un tripulante que logró sobrevivir, en el instante previo a la detonación percibió cómo la pista parecía levantarse, formando un hongo negro de escombros compuesto por bloques de concreto y tierra. La explosión se produjo entre 100 y 150 metros por delante de la aeronave, con un desfase de apenas dos segundos.

El piloto, en un intento instintivo de recuperar el control, intentó ascender, pero la potencia del avión no fue suficiente para ejecutar la maniobra. La onda expansiva golpeó al Hércules en actitud ascendente, cuando se encontraba a una altura estimada de entre 12 y 15 metros. Como resultado, la aeronave se inclinó sobre su derecha, comenzó a incendiarse y cayó violentamente sobre la pista, deslizándose alrededor de 400 metros antes de detenerse.

Dentro de la cabina y la bodega de carga, la confusión era total. Los ocupantes, aturdidos por la explosión y el impacto, no lograban comprender lo que estaba ocurriendo. En cuestión de segundos, el interior del avión se llenó de humo y fuego, desatando el caos entre quienes aún permanecían con vida.





A bordo del TC-62 viajaban 114 efectivos del Equipo de Combate San Juan de la Gendarmería Nacional Argentina, quienes se dirigían a la provincia de San Juan. El compartimiento de carga estaba completamente ocupado cuando se produjo la explosión.

El atentado dejó un saldo de 6 gendarmes fallecidos y más de 60 heridos, de los cuales 9 sufrieron heridas de gravedad. Además, 6 miembros de la tripulación de la Fuerza Aérea Argentina resultaron heridos, entre ellos el Vicecomodoro Héctor A. Cocito, quien años más tarde rendiría homenaje al sistema de armas Hércules en una emotiva declaración: Ver video.


Tras ser alcanzado por la explosión, el TC-62 se precipitó a tierra y se destrozó al impactar contra la pista. El fuselaje se partió, lo que permitió que muchos tripulantes y pasajeros lograran escapar, mientras el avión quedaba envuelto en llamas.

En las zonas cercanas, especialmente en las inmediaciones del Barrio San Cayetano, se desataron escenas de pánico entre los vecinos, alarmados por la potente detonación. Los restos de la aeronave quedaron dispersos en un radio de aproximadamente 300 metros, mientras que el fuselaje principal ardía a un costado de la pista, envuelto en una densa columna de humo negro visible desde varios kilómetros de distancia.

Poco después, los tanques auxiliares de combustible y los pertrechos militares transportados a bordo comenzaron a explotar en cadena, lo que complicó gravemente las labores de los bomberos y rescatistas. A pesar de las condiciones extremas, estos lucharon contra el fuego e hicieron todo lo posible por asistir a los sobrevivientes atrapados entre los restos del Hércules en llamas.




Muchas vidas fueron salvadas gracias a la valentía y el esfuerzo de bomberos, vecinos de la zona, tripulantes del Hércules y gendarmes que, tras lograr escapar inicialmente, regresaron una y otra vez para rescatar a sus compañeros atrapados entre los restos del avión en llamas.

Entre estos actos heroicos, destacó la acción del Gendarme Raúl Remberto Cuello, quien, habiendo salido ileso del Hércules, regresó en múltiples ocasiones al interior del fuselaje para socorrer a sus compañeros. En su último intento, quedó atrapado por las llamas y perdió la vida por asfixia.

Los gendarmes fallecidos en el derribo del Hércules TC-62 fueron:

  • Sargento 1° Pedro Yáñez
  • Sargento 1° Juan Riveros
  • Gendarme Marcelo Godoy
  • Gendarme Juan Argentino Luna
  • Gendarme Evaristo Gómez
  • Gendarme Raúl Remberto Cuello

El contexto legal y político de la época

En el momento del atentado, Argentina se encontraba en un Estado de Guerra legal y constitucional. Esto fue consecuencia de la declaración de guerra realizada en 1974 por las organizaciones Montoneros-JP y ERP-PRT contra el Estado argentino. En respuesta, el gobierno de la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón y el vicepresidente provisional en ejercicio Ítalo Argentino Luder, ambos elegidos democráticamente con el 62% de los votos, emitieron los Decretos 261/75, 2770/75, 2771/75 y 2772/75 en febrero de 1975, estableciendo formalmente la lucha contra la insurgencia.

Estos decretos fueron ratificados por unanimidad en ambas Cámaras del Congreso de la Nación Argentina, legitimando la respuesta del Estado ante la escalada de violencia. Sin embargo, años después, con la llegada de la democracia en 1983, el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín emitió los Decretos 157/83 y 158/83, los cuales, de manera controvertida, desconocieron la validez de aquellas decisiones, permitiendo así el enjuiciamiento de quienes participaron en la lucha contra la subversión durante el conflicto.

Este cambio de criterio jurídico y político sigue siendo motivo de debate en la historia argentina, marcando un punto de inflexión en la interpretación legal de los acontecimientos de aquellos años.



Casi siete años después, en junio de 1982, en plena Guerra de Malvinas, otro C-130E (ya convertido en H), el TC-63, sufriría un destino similar al del TC-62. Esta aeronave formaba parte de los 11 Hércules de la I Brigada Aérea de El Palomar que participaron activamente en el conflicto, desempeñando misiones esenciales para el abastecimiento y apoyo logístico de las tropas argentinas en las islas.

El 1° de junio de 1982, el TC-63 recibió la Orden Fragmentaria 2258, que lo asignaba a una de las peligrosas misiones conocidas como "Vuelos Locos". Sin armamento, sin sistemas de autodefensa y sin escolta, debía operar en una zona de altísimo riesgo, tal como los Hércules habían hecho en múltiples ocasiones, violando el bloqueo aéreo enemigo para abastecer a las tropas en Malvinas.

La misión del TC-63 consistía en un reconocimiento naval sobre una posición extremadamente peligrosa, ubicada 100 km al norte de la desembocadura del Estrecho de San Carlos, donde se concentraban las fuerzas aeronavales británicas. A las 6:30 de la mañana, despegó de Comodoro Rivadavia con el indicativo "Tiza", tripulado por siete valientes aviadores:

  • Capitán Rubén Martel (piloto)
  • Capitán Carlos Krause (copiloto)
  • Vicecomodoro Hugo Meisner (navegador)
  • Capitán Miguel Cardone
  • Capitán Carlos Cantezano
  • Suboficial Principal Julio Lastra
  • Suboficial Ayudante Manuel Albelos

El Hércules volaba a una velocidad promedio de 590 km/h, manteniéndose a la menor altitud posible para evitar la detección enemiga. Durante su patrulla, ascendía periódicamente para realizar barridas de radar y luego volvía a descender para continuar su recorrido a ras del mar.

El ataque británico

A las 10:35 horas, mientras realizaba una de sus barridas de radar a 40 km del Estrecho de San Carlos, el TC-63 fue detectado por la fragata HMS Minerva, que de inmediato transmitió la información a una Patrulla Aérea de Combate (PAC) británica en la zona.

La patrulla estaba integrada por dos cazas BAe FRS-1 Sea Harrier de la Royal Navy, pertenecientes al 801 Squadron de la Fleet Air Arm. Sus pilotos eran:

  • Lt. Cdr. Nigel David "Sharkey" Ward (Sea Harrier XZ451)
  • Lt. Steve Thomas

Ambos cazas estaban finalizando su patrulla y contaban con poco combustible, por lo que fueron vectoreados de inmediato hacia el Hércules. Ward utilizó el radar Blue Fox de su Sea Harrier para localizar al TC-63, pero las nubes dificultaban la identificación visual. Ante esta situación, decidió descender mientras Thomas se mantenía a unos 900 metros de altitud.

En pocos segundos, Ward avistó al Hércules volando a muy baja altura, aproximadamente 60 metros sobre el mar y en rumbo oeste. La tripulación del TC-63 ya sabía que había sido detectada, pero desconocía que el ataque era inminente. Según los reportes, la aeronave mantuvo su rumbo recto y nivelado, sin realizar maniobras evasivas.





Según relató posteriormente el Teniente Steve Thomas, uno de los pilotos británicos involucrados en el ataque:

"Sharkey (Ward) lo tomó en su radar; el avión iba rumbo al oeste. Pensamos que podría ser un C-130H por su baja velocidad. Ward descendió (entre nubes) para atacar. Yo permanecí sobre la capa, a 3.000 pies, en caso de que el avión ascendiera por sobre ella. Luego, Ward informó que tenía un Hércules a la vista, a una distancia de aproximadamente seis millas, y descendí para reunirme con él. Salí de las nubes justo a tiempo para ver un misil saliendo de su avión, y al frente divisé al Hércules volando a 200 pies, en vuelo recto y nivelado."

En ese momento, Ward disparó su primer misil, pero debido a la gran distancia y la falta de energía, el proyectil perdió impulso y cayó al mar sin alcanzar el objetivo.

Ante esto, Ward se acercó aún más y lanzó un segundo misil, que impactó entre los dos motores derechos del Hércules, provocando de inmediato un incendio en la aeronave. Sin embargo, el TC-63 continuaba en vuelo, resistiendo el ataque.

Decidido a asegurar la destrucción del avión argentino, Ward, a pesar de la escasez de combustible que ya comprometía su propia seguridad, se aproximó aún más y vació sus cañones Aden de 30 mm sobre el Hércules.

Finalmente, el TC-63 entró en una espiral descontrolada hacia la izquierda. En su caída, el ala tocó el mar, lo que provocó que el avión girara sobre sí mismo y se desintegrara al impactar contra el agua.





Muchos han cuestionado la pasada final con cañones sobre el TC-63, argumentando que, dado el grave daño que ya había sufrido, sus pilotos probablemente habrían intentado un amerizaje de emergencia en el mar. Aunque esta maniobra era prácticamente suicida debido al fuerte oleaje, representaba su única posibilidad de supervivencia. En ese escenario, si lograban sobrevivir al impacto, podrían haber evacuado la aeronave y esperado un eventual rescate por parte de las fuerzas británicas.

Sin embargo, en el contexto de la guerra, no había margen para riesgos. Tanto los Sea Harrier como los aviones argentinos habían demostrado su capacidad de soportar daños extremos y continuar en vuelo, por lo que dejar a un Hércules averiado sin asegurarse de su destrucción no era una opción táctica viable. Además, los Sea Harrier ya estaban con el combustible al límite, lo que les impedía seguir a la aeronave o correr el riesgo de ser interceptados por Mirage IIIEA o Dagger A argentinos, que en cualquier momento podrían aparecer en la zona.

En una situación similar, cualquier piloto interceptor argentino habría hecho lo mismo. De hecho, el 21 de mayo de 1982, la fragata HMS Ardent fue devastada en el Estrecho de San Carlos por repetidas oleadas de A-4P, A-4Q y Dagger A argentinos. Aunque el buque ya estaba en llamas y prácticamente perdido, los ataques continuaron hasta aniquilarlo junto con gran parte de su tripulación, incluso cuando la nave ya no tenía capacidad de defensa.

A pesar de ello, en Gran Bretaña nadie acusó de asesinos a los pilotos argentinos que, cumpliendo con su deber, aniquilaron al enemigo en combate. El caso de los Sea Harrier contra el TC-63 no fue diferente: en la guerra, la misión no se considera cumplida hasta que el objetivo ha sido completamente neutralizado.





Horas después de perder contacto con el TC-63, un Lear Jet de la Fuerza Aérea Argentina, pilotado por el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina, despegó en una misión de búsqueda y reconocimiento. A bordo lo acompañaba el Comodoro Ronaldo Ferri, quien, ante la pérdida de una de sus aeronaves, decidió abandonar su puesto de mando para colaborar directamente en la operación de localización, a pesar del alto riesgo de emboscada por parte de aviones británicos.

Este hecho desmiente, como en tantas otras ocasiones, el mito de que los mandos argentinos no asumieron riesgos durante la guerra. A pesar de ser conscientes de la presencia de Patrullas Aéreas de Combate (PAC) enemigas, decidieron llevar adelante la misión.

Sin embargo, mientras intentaban identificar la zona del derribo, fueron interceptados por cazas británicos, lo que los obligó a retirarse antes de poder confirmar la ubicación exacta de los restos del TC-63.

Trágicamente, seis días después, el 7 de junio de 1982, el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina también perdería la vida, cuando el Lear Jet en el que volaba fue derribado por un misil antiaéreo Sea Dart, disparado desde un buque británico.





De los "Tres Marías", que tuvieron su bautismo de combate hace exactamente 50 años, solo el TC-61 logró sobrevivir. A diferencia de sus dos compañeros, este Hércules sigue en servicio, siendo el más longevo de todos los operados por la Fuerza Aérea Argentina.

El TC-61 llegó al país en noviembre de 1968 y, al igual que el TC-62 y el TC-63, fue asignado a la I Brigada Aérea, inicialmente en el Grupo II de Transporte, Escuadrón de Transporte Aerotáctico, a partir del 23 de diciembre de ese año. Posteriormente, pasó a integrar el Escuadrón I, Grupo I de Transporte de la misma brigada.

Su historial de servicio es extenso. Participó en la primera misión de combate del Sistema de Armas Hércules y en la única operación paracaidista de combate llevada a cabo por fuerzas aerotransportadas argentinas, el 3 de octubre de 1969.

Un año después, el 11 de abril de 1970, marcó un hito en la historia de la aviación argentina al convertirse en el primer C-130 Hércules en aterrizar en la pista recién construida de la Base Aérea Vicecomodoro Marambio, de 1.200 metros de longitud. Desde ese momento, se convirtió en un pilar fundamental del puente aéreo entre el continente y la Antártida Argentina.

A lo largo de su carrera operativa, también participó en la Guerra Antisubversiva. En 1977, fue actualizado al estándar C-130H, y un año después operó activamente durante la crisis con Chile de 1978.

En 1982, el TC-61 fue desplegado una vez más en combate, cumpliendo misiones esenciales durante la Guerra de Malvinas, consolidando su legado como una de las aeronaves más importantes en la historia de la Fuerza Aérea Argentina.





Ya avanzado el siglo XXI, la flota de Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, que en su momento de mayor capacidad llegó a operar 15 unidades, alcanzó su punto más alto en 2001, con 13 aeronaves simultáneamente operativas.

Sin embargo, tras la crisis política de diciembre de ese año y la posterior llegada al poder de un sector político hostil a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, estas instituciones fueron objeto de un desmantelamiento sistemático, y el Sistema de Armas Hércules no fue la excepción.

Como consecuencia de años de desinversión y falta de mantenimiento, la disponibilidad operativa de la flota se redujo drásticamente, al punto que, para fines de 2015, solo una aeronave permanecía en servicio.





Si bien Argentina ingresó al programa del avión de transporte multiusos brasileño EMBRAER EMB KC-390, a través de la empresa FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones), como socio de riesgo y comprometiéndose a adquirir seis unidades para la Fuerza Aérea Argentina, hasta la fecha no ha cumplido con dicho compromiso y no ha realizado ningún pedido formal del KC-390.

Ante la necesidad de mantener operativa su flota de transporte estratégico, se hizo imperiosa la modernización de los C-130 Hércules en servicio. Esta actualización incluyó mejoras en sus capacidades operativas, permitiendo:

  • Búsqueda y rescate de personas en mar o tierra, tanto de día como de noche.
  • Optimización de rutas de vuelo, facilitando trayectos más directos hacia zonas de emergencia.
  • Mayor precisión en el lanzamiento de cargas y personal.

Para ello, en 2013, los gobiernos de Estados Unidos y Argentina acordaron un programa de "remoción de obsolescencias", destinado a la modernización de cinco Hércules C/KC-130H aún en servicio en la Fuerza Aérea Argentina.

Este contrato, valuado en aproximadamente 75 millones de dólares, no incluyó al Hércules L-100-30, que hasta el momento sigue fuera del plan de actualización.





El acuerdo fue firmado con la empresa estadounidense L-3, lo que permitió la capacitación de técnicos argentinos en la integración y operación de nuevas tecnologías, otorgando a FAdeA experiencia en el área y el desarrollo de nuevas capacidades en mantenimiento y modernización de aeronaves.

Como parte del programa, se envió un avión KC-130H matriculado TC-69 a Estados Unidos, donde sirvió como prototipo de modernización. Al mismo tiempo, en Argentina, se trabajó en la actualización de otro Hércules, seleccionado entre los más veteranos en servicio: el TC-61, último superviviente del trío original de C-130E y segunda aeronave en completar el proceso de modernización.

Las mejoras implementadas en los Hércules incluyeron:

  • Nuevos sistemas de comunicación satelital.
  • Radar de última generación.
  • Instalación de visión electroóptica e infrarroja.
  • Panel de instrumentos digital, con seis pantallas multifunción.
  • Sistema digital de indicador de combustible y control electrónico de hélices.
  • Modificación del sistema de iluminación de cabina, compartimiento de carga y exterior para hacerlo compatible con equipos de visión nocturna.

Este proceso permitió estandarizar y renovar la flota de C-130H/KC-130H, asegurando su operatividad y mejorando sus capacidades para misiones de transporte, reabastecimiento, búsqueda y rescate.





Los trabajos de modernización, una vez iniciados, se completaron en un plazo de 10 meses y requirieron la participación de más de 150 técnicos e ingenieros de FAdeA. A lo largo de 47.000 horas de trabajo, la empresa estatal logró cumplir en tiempo y forma con los requerimientos de la Fuerza Aérea Argentina, consolidando su capacidad para llevar adelante este tipo de proyectos.

De esta manera, a finales de 2016, el TC-61 se convirtió en el primer avión de transporte de la Fuerza Aérea Argentina modernizado íntegramente en el país, a través de la Fábrica Argentina de Aviones "Brigadier General San Martín" S.A..

El Hércules recibió las mismas actualizaciones que previamente había incorporado el TC-69, modernizado en la sede de L3 en Waco, Texas. Durante ese proceso en EE.UU., técnicos de FAdeA participaron activamente, adquiriendo conocimientos y experiencia que luego permitieron replicar el programa de modernización en Argentina, marcando un hito en la industria aeronáutica nacional.




Entre 2017 y 2019, se llevó a cabo la modernización de otros tres Hércules, con los dos últimos ingresando a FAdeA para completar el proceso. Esto permitió extender la vida útil de la flota de transporte de la Fuerza Aérea Argentina por al menos 20 años más, dotándola de equipamiento de última generación para misiones de carga, abastecimiento, exploración, búsqueda y rescate en condiciones extremas.

Sin embargo, la modernización no incluyó sistemas de contramedidas defensivas, dejando a los Hércules vulnerables en entornos hostiles.

El TC-61, último sobreviviente del trío de Hércules que en 1968 revolucionaron el transporte aéreo militar en Argentina, continúa en servicio y se estima que podrá operar por al menos dos décadas más, manteniendo su legado al servicio de la Patria.

La memoria selectiva en la historia argentina

Desde hace décadas, en Argentina los actos de gloria y honor en defensa de la Patria han sido valorados según la conveniencia política del momento. Los hechos históricos, sus protagonistas y sus significados han sido ignorados, tergiversados o directamente negados, dependiendo de los intereses del poder de turno.

Se suele olvidar que las libertades y la institucionalidad —aun corrompidas y degradadas— son el resultado del sacrificio de hombres que defendieron el país en diferentes escenarios, enfrentando amenazas internas y externas. Desde las luchas contra el dominio español, pasando por la defensa de la soberanía en la Vuelta de Obligado, la Conquista del Desierto, los conflictos contra las invasiones extranjeras y la lucha contra la insurgencia en los años 70, hasta la Guerra de Malvinas, todos fueron combates en defensa de la Nación, más allá de que los resultados hayan sido victorias o derrotas.

Hoy, en el 50° aniversario del Bautismo Operativo Paracaidista del Ejército Argentino y del bautismo de combate del Sistema de Armas Hércules, aquellos pioneros que, el 3 de octubre de 1969, saltaron desde los Hércules y Skytrain/Dakota al grito de:

"Con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."

son ignorados.

No solo por el estamento político y los medios de comunicación, sino también por el pueblo argentino, la comunidad paracaidista y, lo que es aún más grave, por el mismo Ejército Argentino y los mandos de la IV Brigada Aerotransportada, que han dejado en el olvido a quienes escribieron una página fundamental en la historia de la fuerza.

Así, la memoria de aquellos que arriesgaron sus vidas en defensa del país parece desvanecerse, del mismo modo en que muchos argentinos han olvidado la responsabilidad que conlleva el ejercicio del poder y el destino de la Nación.





Y después esos mismos olvidadizos son los que preguntan ¿y los militares, y la policía, y la justicia dónde están?... Pues donde los han puesto, fuera de todo proceso social y nacional que no esté ligado con un interés político-ideológico en particular.


sábado, 16 de septiembre de 2023

Revolución Libertadora: Los nuevos enfrentamientos terrestres y aéreos en Córdoba


Nuevos enfrentamientos en Córdoba




Aviones de exploración y ataque Fiat G.59 (Ilustración: Cap. Exequiel Martínez)



El sábado 17 de septiembre amaneció con las tropas del II Ejército, el Regimiento 14 de Infantería, las III y V División de Caballería y la Escuela de Mecánica del Ejército confluyendo sobre la provincia de Córdoba mientras la I y II División de Ejército y la Agrupación de Montaña Neuquén, hacían lo propio sobre Puerto Belgrano y Bahía Blanca, en apoyo del Regimiento 5 de Infantería, que había resistido los embates del día anterior.
Para entonces, las fuerzas militares de todo el país habían sido puestas en alerta; en el norte la V División de Salta junto al Regimiento 5 de Caballería y el Regimiento 5 de Artillería; en Tucumán el Batallón de Comunicaciones 5 y el Regimiento 19 de Infantería; en Catamarca el Regimiento 17 de Infantería; el Regimiento 15 de Infantería en La Rioja y el Regimiento 18 de Infantería en Santiago del Estero. Todos ellos fueron movilizados y los que componían la V División de Ejército embarcados en ferrocarril para dirigirse a Córdoba en apoyo de las fuerzas del general Morello estacionadas en Alta Gracia.
Morello aguardaba expectante el arribo del Regimiento 12 de Infantería, procedente de Santa Fe y al Grupo de Artillería Antiaérea Liviano que venía desde Guadalupe, ambos al mando del general Miguel Ángel Iñíguez así como las tropas del II Ejército  que desde el sur avanzaba al mando del general José María Sosa Molina.
La tensión era tal, que numerosas legaciones extranjeras, entre ellas la de Chile, suspendieron actos y ceremonias en espera del desarrollo de los acontecimientos. Mientras tanto, en la ciudad de Córdoba la tensión se hizo más notoria cuando obreros armados ocuparon nuevamente el edificio de la CGT, abandonado por el Ejército el día anterior. Para contrarrestar esa presencia y recuperar el edificio volvió a ser comisionado el subteniente Gómez Pueyrredón, quien partió al frente de sus efectivos, reforzados por elementos civiles.
Al llegar al sector, ordenó a su gente que lo siguiera y así se introdujo en una clínica cercana desde cuyos techos pasó al edificio sindical. Fue entonces que se desató un nutrido intercambio de disparos en el que el joven oficial cayó gravemente herido sobre las terrazas de la CGT. Al verlo tirado, con el rostro ensangrentado, sus hombres parecieron cobrar vigor y arremetieron disparando con furia contra los sindicalistas, logrando su rendición a los pocos minutos. Los sindicalistas abandonaron la sede con las manos en alto y a empellones fueron conducidos hasta unos los camiones que los llevarían a prisión.
Durante la noche del 16 al 17 de septiembre, elementos infiltrados por el comando rebelde informaron al general Morello que las tropas revolucionarias preparaban un vigoroso ataque a sus posiciones y eso decidió a su comando a volver a movilizarse dejando los vehículos de su agrupación en Alta Gracia a efectos de simular que las tropas aún permanecían allí, las tropas se retiraron hacia Anizacate, donde el Río Primero le serviría de obstáculo y en ese punto se dispusieron a dar batalla.
A tal efecto, antes de partir, Morello ordenó a los jefes del Regimiento 14 de Río Cuarto que trajeran hasta el lugar el armamento automático del Arsenal Holmberg y solicitó al general Juan José Valle en Buenos Aires, el envío de una columna de refuerzo con sus servicios de retaguardia completos, es decir, el hospital de campo, elementos sanitarios, las cocinas rodantes, víveres y aguateros motorizados, petición a la que se le dio curso de inmediato.
Cuando Morello llegó a Anizacate se encontró al Batallón 4 de Comunicaciones y las posiciones de la Fuerza Aérea en Parque Sarmiento que habían sido duramente hostigadas por los cazas rebeldes el día anterior y al Grupo de Artillería Antiaérea Liviano al mando del coronel Benito Eduardo Trucco, procedente de San Luis como avanzada del II Ejército.
Acababa de mantener comunicación con el general Francisco Imaz, que le informó que ya habían sido despachados en su apoyo los refuerzos de la Escuela de Mecánica del Ejército con sus blindados (al mando del coronel Ercolano) y sabía que desde San Juan continuaban su avance el Destacamento de Montaña 3 (unos 1200 efectivos), el Batallón I procedente de El Marquesado y el Batallón II de Calingasta, fuerzas que harían su arribo a Mendoza a las 17.00 horas. El día anterior, el general Iñíguez se había reunido con el general Sosa Molina para recibir las instrucciones emitidas por el Comando de Represión en Buenos Aires. Se había decidido reunir a todas las fuerzas disponibles, aún a costa de una demora de dos o tres días para llevar a cabo un ataque frontal sobre Córdoba, tanto desde Cuyo como desde el litoral.
Movilizada desde el mediodía del 16, la Agrupación de Montaña Cuyo penetró en la provincia de San Luis en la madrugada del 17, con el general Héctor Raviolo Audisio a su frente. Cuando Sosa Molina volaba hacia Córdoba para reunirse con Morello en Anizacate y transmitirle las órdenes emanadas desde Buenos Aires.
Ausente Sosa Molina de San Luis, se produjo la sublevación del II Ejército a las órdenes del general Eugenio Arandía cuyo segundo en el mando era el teniente coronel Mario Fonseca, ello tras un violento intercambio de disparos en el sector de la Comandancia y sus inmediaciones, de resultas del cual, cayó herido en una pierna el capitán Farmache, leal al gobierno.
A efectos de neutralizar su accionar, el Comando de Represión ordenó la movilización del Regimiento 11 de Infantería de Rosario que al mando del teniente coronel Enrique Guillermo Podestá, hacía maniobras en San Nicolás de los Arroyos.



General José María Sosa Molina

La misión que se le encomendó fue regresar lo más rápido posible y alistarse en su guarnición para dirigirse desde allí a Villa María, por la Ruta Nº 9, hasta Villa María y una vez en ese punto seguir hasta Río Cuarto a efectos de comprobar si por ese sector habían pasado tropas rebeldes en dirección a Berrotarán, localidad situada en el camino de Alta Gracia. En ese punto, el teniente coronel Podestá se subordinaría al general José Alejandro Falconier y procedería a interceptar cualquier avance del enemigo replegándose hacia el norte ante cualquier ataque, a los efectos de cubrir la retaguardia de las tropas que, atacarían la ciudad de Córdoba procedentes del sur.
Mientras tenían lugar estos movimientos, las fuerzas rebeldes transmitían sus propios comunicados desde la estación de radio LV2 de la localidad de Ferreyra, con el propósito de contrarrestar la propaganda gubernista que daba por derrotado al movimiento.
“La Voz de la Libertad”, comenzó a emitir a primera hora, poniendo especial énfasis en la política dictatorial de Perón, en los abusos del régimen y en la quema de la enseña patria.
Temerosos de que las fuerzas peronistas intentasen recapturar el “bastión”, los rebeldes instalaron ametralladoras, una en los techos y dos en tierra, a ambos lados del edificio, protegidas ambas por puestos de vigilancia organizados con cadetes de Aeronáutica y comandos civiles.
Las medidas no fueron desacertadas ya que grupos de militantes peronistas, casi todos miembros de la CGT, intentaron aproximarse al sector. Varios de ellos cayeron muertos y otros resultaron heridos, al ser repelidos por la metralla.


Temeroso de verse rodeado por las fuerzas enemigas, el general Lonardi dispuso abandonar la Escuela de Artillería y desplazar a todos sus efectivos hacia su par de Aviación Militar, dada la creciente concentración enemiga en torno a ellos. De ese modo colocaba a sus tropas en mejor posición y, de paso, aseguraba las pistas de aterrizaje, dando tiempo a los generales Lagos y Aramburu para iniciar su marcha y alentar el alzamiento de otras guarniciones en el interior.
Se formó entonces, una extensa columna de camiones y ómnibus que, alrededor de las 11.00, comenzó a evacuar las instalaciones. Casi al mismo tiempo despegó a bordo de un Percival, el capitán Luis Ernesto Lonardi, con la misión de reconocer las posiciones del general Morello y prevenir cualquier ataque sus fuerzas.
Ese día, la actividad aérea comenzó temprano cuando las 01.45 un segundo Percival despegó en pos del enemigo. Tras detectarlo al noroeste de la Escuela de Aviación Militar regresó, aterrizando a las 03.15. A las 05.00 un AT-11 lanzó bengalas con el objeto de observar el desplazamiento de las tropas gubernamentales. Una hora y media después, un avión Fiat efectuó exploración entre la Escuela de Aviación Militar y Río Tercero, detectando una columna de 25 camiones militares y piezas de artillería que avanzaba a la altura de Anizacate, en dirección a Alta Gracia. A las 07.00 otro AT-11 realizó observación entre la mencionada escuela y la fábrica Kaiser, bombardeando con napalm al Regimiento 13 que se aproximaban amenazadoramente a la Escuela de Artillería, En ese mismo momento, un Fiat sobrevolaba el área comprendida entre Jesús María y Piquillín en busca de las avanzadas enemigas.
El Regimiento 13 recibió un nuevo ataque con napalm a las 07.20 y diez minutos después, un monomotor Fiat detectó movimiento de tropas por el camino de Dean Funes, siendo repelido por fuego antiaéreo cuando efectuó una pasada rasante para arrojar panfletos.
A las 07.50 el mismo AT-11 que había bombardeado al Regimiento 13, hizo reconocimiento entre Anizacate y Alta Gracia y a las 08.00 uno de los cinco Avro Lincoln al comando del capitán Ricardo Rossi despegó llevando a bordo a un teniente como observador, para bombardear esas fuerzas. Cuando la máquina enfilaba hacia las tropas gubernamentales fue recibida por intenso fuego antiaéreo, resultando alcanzada por un proyectil de 40 mm a la altura del radar.
El aparato se elevó hasta los 4000 metros de altura para esquivar los disparos y al ver la imposibilidad de bombardear al enemigo, se retiró hacia el aeropuerto de Pajas Blancas, donde hizo un aterrizaje de emergencia.
La batalla se fue intensificando a medida que pasaban las horas.
A las 08.10 un Percival despegó desde la Escuela de Aviación Militar para efectuar reconocimiento. De regreso, el mismo oficial que piloteaba la nave abordó un DL-22 y en vuelo rasante ametralló vehículos y tropas leales a la altura de Malagueño. Casi al mismo tiempo, un nuevo Fiat piloteado por un primer teniente y tripulado por un joven oficial del Ejército, efectuó reglaje de tiro de artillería (08.15) en tanto media hora después, otro Percival hizo observación a baja altura (08.50).
Eran las 09.15 cuando un Fiat piloteado por el veterano piloto de pruebas de la Fábrica Militar de Aviones Rogelio Balado sobrevoló el sector de Alta Córdoba para observar los alrededores de la estación ferroviaria; a las 09.50 otro Percival exploró las tierras que se extendían al oeste de la Escuela de Aviación Militar y a las 10.00 despegó de la misma un DL-22 para ametrallar tropas que se aproximaban por el oeste.
Veinte minutos después un nuevo Fiat pasó entre Malagueño y Alta Gracia, en dirección a Anizacate donde detectó una columna de diez camiones, sobre la que arrojó panfletos antes de ser repelido por el fuego de cuatro piezas de artillería antiaérea. La columna fue atacada a las 10.40 y sobrevolada nuevamente por un AT-11, que también le arrojó panfletos, seguido a las 11.10 por otro Fiat que exploraba el aérea entre Córdoba y Ojo de Agua.
Cerca del mediodía, un DL-22 que patrullaba el área recibió numerosos impactos de piezas antiaéreas que le provocaron daños de consideración, entre ellos, la rotura de su hélice, la perforación del colector de escape y un cilindro, la destrucción del sistema eléctrico y daños en la rueda trasera. El aparato debió regresar y hacer un aterrizaje de emergencia con sus tripulantes ilesos.
Al recibir la información de que un tren con tropas gubernamentales se aproximaba desde el norte para reforzar a las tropas del general Morello, el comando rebelde decidió volar con trotyl las vías férreas al norte de Jesús María, despachando para ello un avión Percival con dos oficiales a bordo, que debían llevar a cabo la misión.
El aparato voló hasta el lugar y después de aterrizar en un camino de tierra los comandos echaron pie a tierra y procedieron a colocar las cargas para hacerlas detonar. Sin embargo, al intentar decolar, la máquina sufrió un desperfecto en su motor y eso le impidió despegar. La tripulación decidió abandonarla en medio del campo y regresar por sus propios medios, pero cayeron prisioneros a poco de andar.
Para entonces y a lo largo de toda aquella jornada, numerosos aviones civiles, muchos de ellos de carga, se fueron incorporando a las filas rebeldes, entre ellos un DC-3 y un avión de pasajeros de Aerolíneas Argentinas, que fueron puestos al mando del comandante Alfredo Barragán, piloto civil de la mencionada empresa e integrante de un comando revolucionario. Según relata Isidoro Ruiz Moreno, este aviador hizo traer desde Chile un Convair, transporte de envergadura que vino de perillas a las fuerzas rebeldes, por sus múltiples capacidades. Tan importantes resultaron esos aparatos, que el comodoro Krausse estableció una guardia especial para evitar su sustracción o algún acto de sabotaje por parte de elementos leales.
Promediando la tarde, Krausse dispuso enviar a todos sus bombarderos pesados hacia otras bases porque en Córdoba, no se les podía brindar el mantenimiento que necesitaban. Las aeronaves debían trasladarse hacia sus nuevos destinos y a su regreso, traer los repuestos y municiones que la aviación de Lonardi necesitaba y por ese motivo mandó alistar a los capitanes Cappelini y Rossi para que volasen hacia Espora. Los pilotos debieron esperar antes de partir porque en esos momentos, al Lincoln B-016 del primero debían quitarle sus cañones para los de un Gloster Meteor que se habían dañado. El Lincoln había quedado prácticamente inutilizado al ser perforado su tanque de combustible durante la incursión de bombardeo al aeródromo de Coronel Olmedo.
Antes de partir, Cappelini quiso conocer cual era la situación que imperaba en esos momentos y por esa razón se dirigió a una de las dependencias de la Escuela en la que el recién llegado mayor Juan Francisco Guevara estudiaba un mapa de la región.
Una vez en el edificio, Cappellini solicitó autorización para entrar y después de las salutaciones e rigor, le pidió al mayor un detalle de lo que estaba ocurriendo. La respuesta que recibió lo dejó sumamente preocupado ya que, según el oficial del Ejército, las fuerzas sublevadas en esos momentos, era extremadamente dificil.
Cappelini y Rossi volaron hacia Comandante Espora mientras un Avro Lincoln al mando del recientemente llegado primer teniente Manuel H. Turrado Juárez, hizo lo propio hacia Villa Reynols, para cargar bombas. En esos momentos, la base puntana se hallaba en manos rebeldes (al mando del mayor Celestino Argumedo), dado que el Comando de Represión había retirado de allí a sus pilotos y aviones para concentrarlos en Morón.
El avión de Turrado Juárez partió con su dotación completa, integrada por el primer teniente Dardo José Lafalce, los tenientes Miguel Eduardo Aciar, Guillermo Rodolfo Alaggia y Domingo Aldo Patrignani, el alférez Aldo Luis Santi y los suboficiales Néstor Leoncio Martín, Pedro Boris Timorín (mecánico aviador), Martín Antonio Rivadera, Ramón Elía Quinteros y Augusto Lecchi. Una hora después de su partida, cuando sobrevolaba la ciudad de Río Cuarto en dirección a San Luis el gigantesco bombardero comenzó a presentar fallas mecánicas y se precipitó a tierra, pereciendo sus diez tripulantes. De ese modo, la Fuerza Aérea Argentina sumaba nuevos mártires en acciones de guerra.


General Miguel Ángel Iñíguez

Anochecía y nada se sabía de esta tragedia cuando el capitán Jorge Lisandro Suárez ordenó al primer teniente Hellmuth Conrado Weber atacar al Regimiento 12 de Infantería y al Tercer Grupo de Artillería Liviano de Guadalupe, que al mando del general Miguel Ángel Iñíguez, avanzaba hacia la capital provincial procedente de Santa Fe.
Aprovechando las últimas luces del día, Weber despegó a bordo de un Gloster Meteor, enfilando directamente hacia las posiciones enemigas. Al cabo de unos minutos estableció contacto con sus tropas y se abalanzó sobre ellas efectuando una pasada rasante que las tomó completamente desprevenidas. Mientras disparaba sus cañones de 20 mm, pudo ver a los soldados arrojarse a ambos lados del camino para ponerse a cubierto.
El piloto rebelde inició un pronunciado giro y enfiló en sentido inverso, volando a baja altura y disparando intermitentemente. Esta vez el enemigo lo esperaba y devolvió el fuego con sus piezas antiaéreas. Weber no olvidaría más aquella escenas, con los proyectiles pasando a escasos centímetros de su aparato, como si se tratara de fuegos artificiales. Agotó todos sus cargadores y se retiró ileso rumbo a la Fábrica Militar de Aviones dispuesto a reportar los pormenores de su incursión. Era su primera experiencia de guerra y por esa razón, cuando se presentó a sus superiores, se hallaba tremendamente excitado.
Detrás de él partió el primer teniente Rogelio Balado1 con igual misión. Sin embargo, en esta oportunidad, las tropas peronistas estaban alerta y lo recibieron con nutrido fuego de artillería cuyos resplandores se vieron en el anochecer, desde la Escuela y la Fábrica de Aviación. El veterano piloto de pruebas regresó con una veintena de impactos, pero aterrizó sin inconvenientes.

Quien se hallaba notablemente contrariado por las deserciones de los Avro Lincoln era el brigadier Juan Fabri, comandante de la Base Aérea de Morón. La actitud de los pilotos rebeldes lo había enfurecido notablemente y deseaba castigarlos “como se merecían”, enviando hacia Córdoba a una formación de cazas para derribarlos. Cuando le comentó la novedad a su segundo, el mayor Daniel Pedro Aubone, este se manifestó de acuerdo, observando únicamente que debido a la ininterrumpida sucesión de misiones de aquel día, los pilotos leales estaban extenuados. Fabri le dio la razón y cuando le preguntó si se animaba a encabezar el ataque, este le respondió que sí.

-¡Por supuesto que me animo. Toda mi vida me preparé para este momento!

Fabri le ordenó entonces elegir sus pilotos y las designaciones recayeron en el capitán Amauri Domínguez y el comandante Eduardo Catalá, quienes de inmediato iniciaron los aprestos para iniciar el vuelo mientras el personal de tierra proveía a los aviones de tanques suplementarios para extender su radio de acción y los dotaban de municiones perforantes, incendiarias, trazantes y de 20 mm.
De acuerdo a la explicación previa en la sala de prevuelo, los pilotos debían volar en un aparato de carga hasta el aeródromo de Las Higueras, próximo a Río Cuarto, para apoderarse de los Gloster Meteor rebeldes que allí se alistaban, privando al enemigo de un arma formidable. Ninguno de los tres aviadores tenía experiencia de combate aunque en 1948 habían realizado numerosas prácticas de tiro en Tandil, y recibido instrucción del general del aire Adolf Galland, uno de los ases alemanes de la Segunda Guerra Mundial contratados por Perón para organizar la Fuerza Aérea Argentina. Galland había escrito un manual de adiestramiento en uno de cuyos capítulos, detallaba como debía llevarse a cabo el ataque a un aeródromo.
Anochecía cuando los pilotos abordaron un transporte C-47 y despegaron hacia Córdoba, acompañados por los armeros y mecánicos que integrarían su personal de tierra. Lo que los tres ignoraban era que minutos antes el capitán Fernando González Bosque los había “traicionado”, partiendo hacia Córdoba en otro Avro Lincoln, con la intención de sumarse a la revolución.
González Bosque voló en plena noche y al llegar a destino, informó sobre la misión que el Comando de Represión había planificado sobre el aeródromo de La Higuera. El comodoro Krausse y su plana mayor comprendieron el peligro que ello significaba y organizaron de inmediato un ataque para inutilizar los cazas que había allí estacionados.
El C-47 tocó tierra en La Higuera en la media noche del 16 y después de cargar el avión con los pertrechos necesarios, la tripulación se fue a dormir al casino de oficiales, sabiendo que al día siguiente les esperaba mucha acción.
Por causa de la tensión, fue poco lo que Aubone durmió; se levantó a la mañana siguiente, muy temprano y al igual que sus compañeros procedió a revisar minuciosamente su avión, poniendo especial atención en las turbinas, el armamento y la mira.
Los mecánicos terminaban de alistar a los otros dos aparatos montaba una bomba voladora PAT-1 de fabricación nacional2 en el Avro Lancaster matrícula B-037 que piloteaba el capitán Eduardo Di Pardo, con la que el Comando de Represión pensaba atacar las posiciones del general Lonardi, disparándola desde una distancia de 30 kilómetros.


Bomba teledirigida PAT-1

El oficial trepó a la cabina de su Gloster con cierta dificultad, debido a una vieja lesión que había sufrido el año anterior y una vez en el interior, comenzó a sujetar sus correajes. En esos momentos había mucho movimiento en la base, con los mecánicos y los técnicos yendo y viniendo de aquí para allá, revisando los aviones, haciendo los últimos ajustes y conectando las baterías a los motores para poner en marcha a los cazas.
Cuando Aubone controlaba su tablero y los mecánicos se disponían a enchufar y alistar los sistemas de encendido, apareció repentinamente el Avro Lincoln del capitán Orlando Cappellini dispuesto a atacar. Con él volaban un cadete de Aviación de 4º año que portaba una ametralladora de mano para disparar desde la ventanilla y un artillero que tenía a cargo la ametralladora de cola.
A vuelo rasante, Cappellini pasó sobre la pista y luego se elevó, dando tiempo al personal del aeródromo de ponerse a cubierto. Aubone comprendió que había quedado completamente solo y que era blanco fácil del atacante y por esa razón, cuando el bombardero efectuó su segunda pasada, pensó que aquella era su última hora.
Una bomba impactó de lleno en el Avro Lancaster B-037 y otra pegó a un metro y medio de su ala izquierda, sin explotar (fue la única que no lo hizo), hecho providencial que lo salvó por milagro.
El Lancaster y su bomba de 1000 kilogramos se convirtieron en una bola de fuego mientras el personal de tierra intentaba ponerse a cubierto no solo de las balas enemigas sino de los restos del aparato que volaban en todas direcciones.
Tras descargar sus proyectiles, Cappellini comenzó a volar en círculos para batir la zona con la ametralladora portátil que manipulaba el cadete de 4º año y con los cañones de 20 mm de cola. Aubone, cubriéndose instintivamente la cabeza con las manos, sintió los impactos repiqueteando a su alrededor, sin que ninguno lo tocase.
En ese preciso instante apareció a gran velocidad un automóvil conducido por el ingeniero asimilado Gauna Krueger, quien corrió hasta el avión y en medio de las balas, ayudó al piloto a descender. Acto seguido, corrieron ambos hacia el rodado y una vez dentro, se alejaron rápidamente en dirección a un grupo de trincheras junto a las cuales, el conductor frenó. A toda prisa descendieron y se arrojaron en su interior encontrando allí a Domínguez y Catalá observando el último ataque de Cappellini.
Aunque muchos años después el piloto rebelde intentaría justificar su accionar asegurando que no había sido su intención impactar a los Gloster, la realidad es que su puntería falló debido a su falta de experiencia en bombardeos a baja altura. Su misión era destruir a los cazas y para eso había ido hasta Las Higueras.
El ataque duró aproximadamente media hora y dejó como saldo el Avro Lancaster incendiado y otro aparato averiado por las esquirlas.
Cuando la alarma cesó, los mecánicos y el personal de tierra reaparecieron y presas de la exitación exigieron a los gritos el derribo del atacante. Habían vivido momentos de extrema tensión y angustia ya que en los barrios inmediatos, tenían sus casas y sus familias.

-¡Mátelos, señor - le pidieron a Aubone - liquídenlos a todos!

Sin perder un instante, Aubone trepó a su avión y minutos después partió decidido en busca del bombardero. No lo encontró pero su vuelo sirvió para corroborar la excelente performance de los Gloster Meteor y demostrar a los rebeldes que había aparatos leales dispuestos a repeler su acción.


De regreso en la base, le informaron que se hallaba al teléfono el comodoro Casanova, subsecretario de la Fuerza Aérea, solicitando la inmediata destrucción de la aviación rebelde.

-¡Esos aviones pueden atacar Buenos Aires aún de noche y van a causar mucho daño en la ciudad. Hay que destruirlos inmediatamente!

Era evidente que el alto funcionario se hallaba impresionado por la noticia del ataque y las consecuencias que podría acarrear el hecho de que las fuerzas sublevadas dispusieran de semejante fuerza.
Aubone y sus numerales se abocaron a la tarea de planificar un ataque al aeródromo de Pajas Blancas, para neutralizar a los bombarderos pesados enemigos porquea esa altura se sabía que la Escuela de Aviación Militar carecía de capacidad suficiente para albergarlos y que la extensión de la pista era insuficiente.
La escuadrilla despegó a las 17.00 horas, volando a 700 kilómetros por hora, en dirección al valle de Calamuchita en absoluto silencio de radio. De acuerdo al plan de vuelo elaborado antes de decolar, enfilarían hacia el valle de Punilla, a través del lago San Roque desde donde se elevarían antes de caer sobre el blanco.
A efectos de causar la menor mortandad posible, se desplazarían en hilera, contrariando las enseñanzas de Galland, aún a riesgo de que el avión que volaba detrás dañara a sus propios compañeros al abrir fuego.
Los aparatos sobrevolaron el lago y cruzaron Cosquín, tomando altura sobre el Pan de Azúcar para caer sobre Pajas Blancas desde ese punto. Mientras lo hacían, detectaron bastante movimiento en torno a tres bombarderos ubicados al costado de la pista, uno de los cuales, tenía su carga de bombas a pleno y recibía combustible. Era el Avro Lincoln de Cappellini y Rossi, recién llegado de Comandante Espora con el enlace naval Carlos García Favre a bordo.
Los Gloster se lanzaron sobre el objetivo, separados por una distancia de 1000 metros entre uno y otro, encabezados por el mayor Catalá, quien abrió fuego en primer lugar alcanzando a los aviones mientras el personal de tierra corría en todas direcciones busca ponerse a cubierto. Cuando el guía se elevó, llegó disparando Aubone, impactando a dos de los tres Avro Lincoln detenidos en plataforma, uno de los cuales se tumbó hacia un costado con su rueda perforada. Le siguió el capitán Domínguez disparando con sus cañones e inmediatamente después ganaron altura para iniciar maniobras de evasión.



(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina)

Mientras efectuaban el ataque, los pilotos leales escuchaban a través de sus radios las alarmas de la base y una interminable seguidilla de órdenes provenientes de la torre de control, solicitando la salida de aviones para interceptarlos.
En momentos en que los tres cazas ganaban altura y emprendían la retirada a 900 kilómetros por hora, los disparos del numeral Domínguez alcanzaron levemente al avión del mayor Aubone y al averiado Avro Lincoln del capitán Rossi que se hallaba posado en tierra, dañado por las baterías antiaéreas durante el ataque al aeródromo de Coronel Olmedo. Dejaban atrás un mar de confusión, dos de los tres Avro Lincoln destruidos y un piloto rebelde herido.
Los Gloster Meteor sobrevolaron la ciudad de Córdoba y aterrizaron en Las Higueras, donde el personal de tierra los aguardaba expectante. Rodando lentamente por la carpeta asfáltica dejaron a un lado la pista y con los motores encendidos introdujeron los aviones en uno de los hangares especialmente acondicionado para ellos. Al descender, los tres pilotos y sus mecánicos observaron con asombro la cola del Gloster de Aubone completamente perforada por los proyectiles de Domínguez y lo cerca que estuvo de ser abatido. Evidentemente, Galland tenía razón.
Sin darles demasiado tiempo, el comodoro Daniel Cerri, jefe de los talleres de la  base, mandó alistar a los tres aparatos puesto que era previsible un ataque rebelde y en momentos en que impartía esa orden, volvió a llamar desde Buenos Aires el subsecretario de la fuerza, comodoro Casanova, para informar que una columna rebelde del II Ejército, estaba pronta a llegar a Córdoba procedente de San Luis y que el aeródromo de La Higuera iba a ser uno de los primeros puntos en ser ocupados. Casanova sabía que el Regimiento 11 de Infantería no llegaría a tiempo para detener el avance y por esa razón, ordenó a los tres pilotos retornar inmediatamente a Buenos Aires y al comodoro Cerri inutilizar los aviones.
Se decidió que Aubone, Catalá y Domínguez volarían de regreso en un Beechcraft AT-11 sanitario que se hallaba estacionado en el mismo hangar en el que habían guardado los Gloster, y a él treparon inmediatamente, seguidos por el grupo de suboficiales que los había acompañado desde Morón. Aubone ocupó el asiento del piloto y Catalá el del copiloto y después de encender los motores, ganaron el exterior y comenzaron a rodar hacia la cabecera de la pista.
En ese preciso instante un Calquin rebelde llegó volando a baja altura para arrojar una bomba que, aunque pegó cerca del Beechcraft, no impidió que siguiera su marcha.
El avión levantó vuelo en dirección a Río Cuarto, justo cuando el Calquin pasaba a su lado y le disparaba. Aubone se pegó al suelo y de ese modo evitó que el avión rebelde volviese a ametrallarlo y se lanzase tras él.
Era de noche cuando dejaron atrás la provincia y se internasen en Santa Fe volando siempre a baja altura y prácticamente a ciegas porque el radiogoniómetro no funcionaba. Ya en territorio bonaerense, encontraron nubes bajas y recién al ver las luces de Chivilcoy lograron orientarse y continuar hacia Morón.
La base aérea se hallaba  a obscuras y nadie respondía los llamados en previsión de posibles ataques por parte de la cada vez más numerosa aviación rebelde. En vista de ello, el capitán Catalá tomó el micrófono y después de darse a conocer informó que si no recibía respuesta en el acto, se retirarían al Uruguay. Ni bien terminó de decir eso, las luces de la pista se encendieron y así pudieron aterrizar.
Una vez en tierra, los aviadores fueron recibidos por el comodoro Fabri, que se encontraba sumamente entusiasmado por el éxito de la incursión. El oficial estaba resuelto a lanzar sobre Córdoba un ataque de mayor envergadura, utilizando bombarderos Avro Lincoln y Avro Lancaster, misión que se estaba programando para el día siguiente. Los mandos leales estaban convencidos de que las fuerzas rebeldes carecían de capacidad para contrarrestar esos ataques porque los pocos Gloster Meteor de los que disponían carecían de repuestos y por consiguiente, no estaban en condiciones de volar.

En la tarde del 17 de septiembre se completó el traslado de las fuerzas rebeldes desde la Escuela de Artillería a las de Aviación Militar y Suboficiales de Aeronáutica. El general Lonardi se instaló en la primera junto a su plana mayor y en la segunda, separada de aquella por la ruta que unía a Córdoba con Villa Carlos Paz, lo hizo el comodoro Krausse con los integrantes de su comando.
En las últimas horas, las fuerzas revolucionarias habían reforzado el perímetro defensivo de la guarnición, envolviendo dentro del mismo a edificios, hangares, talleres, pistas de aterrizaje y terrenos anexos, todo ello dentro de un radio de 360º. El mismo quedó al mando del general Lonardi, secundado por su hijo y ayudante, el capitán Luis Ernesto Lonardi y su igual en el mando, Ramón Eduardo Molina. El capitán Daniel Correa fue designado oficial de Informaciones, el teniente primero Miguel A. Mallea Gil, jefe de Comunicaciones, el teniente primero Julio Fernández Torres encargado de la seguridad del Comando, el coronel Arturo Ossorio Arana comandante del Grupo de Artillería, el mayor Melitón Quijano jefe de su plana mayor y el mayor Enrique Rottjer, encargado de Logística.
A lo largo de aquella segunda, jornada se fueron incorporando elementos civiles a quienes se fue proveyendo de armamento y se los destinó a reforzar pelotones al mando de oficiales, lo mismo militares retirados o fugados de las filas leales, entre quienes destacaban el teniente coronel (R) Juan Carlos Cuaranta, su igual en rango Carlos Godoy, el coronel Francisco Zerda, el capitán Alfredo Matteri, el mayor Enrique Rauch, el teniente de navío Raúl Ziegler, el mayor Lisandro Segura Lavalle y el teniente primero Carlos Goñi.
Mientras en Córdoba se desarrollaban esas acciones, las tropas leales continuaban su avance. Ello y la falta de noticias respecto a la situación en el resto del país, preocupaban sobremanera al general Lonardi y sus hombres especialmente después de saber que en las primeras horas de la noche las columnas de la V División de Ejército, al mando del general Aquiles Moschini, habían llegado por tren a Dean Funes y que estaban dispuestas a entrar en acción. Integraban la misma el Regimiento 15 de Infantería procedente de La Rioja, el Regimiento 18 de Santiago del Estero, el 17 de Catamarca y el 19 de Tucumán, conjuntamente con el Regimiento 5 de Artillería reforzado, procedente de Salta, sede del Comando de la División; el Regimiento 5 de Caballería de la misma provincia y el Batallón 5 de Comunicaciones de Tucumán.
Integraban el alto mando del general Moschini su jefe de Estado Mayor, el coronel Julián Trucco; su cuartel maestre, teniente coronel Carlos Augusto Caro y el mayor  Isola, a cargo de la División de Operaciones. Siguiendo sus indicativas, elementos motorizados del Regimiento 18 procedieron a reconocer el lugar y efectuar exploración en la zona de Jesús María con el objeto de detectar unidades rebeldes.
Casi al mismo tiempo, las tropas del general Miguel Ángel Iñíguez llegaban a Monte Cristo, donde dispuso alojar a la tropa para que pasar allí la noche, previa dispersión de su armamento y equipo en prevención de ataques aéreos. Cerca de la medianoche, esas tropas recibieron dos cañones Krupp 7.5 mm pertenecientes a la sección de Artillería del Regimiento 12 y tres ambulancias enviadas por el Ministerio de Salud Pública de la provincia de Santa Fe ya que, para el día siguiente, se esperaban duros enfrentamientos.

Las acciones del día 17 en Córdoba se reflejan claramente en los escritos de un combatiente, publicados en la revista “Cielo” bajo el título “…del diario de un Cadete”,. Dice el mismo:

“17 de septiembre (sábado). Finalmente tomamos una posición provisoria para protegernos de algún posible ataque enemigo. En realidad vivimos en un constante estado de alerta. Se presume que viene avanzando el 14 de Río IVº y por esa causa nos pasamos la mañana esperando.  A eso de las 11:00 hs. Se inicia el ataque…es el primer combate real en que actuamos y quien mas quien menos, todos pensamos en que puede ser nuestra última acción en este mundo. Es de admirar la rapidez con que cavamos la posición…en 30’ la terminé…y bastante honda por cierto.
   “La infantería viene avanzando bajo un nutrido fuego de obús y soportando el hostigamiento incesante de nuestros aviones. Esto decide el combate.
   “Rendido el 14, se me ordenó plegarme con el grupo a la sección del Alf. C…para ir a copar un grupo de unos 80 suboficiales y civiles que estaban perturbando por detrás de los polvorines. Tampoco esta vez tuvimos suerte, pues no encontramos más que animales……Seguramente se repliegan al enterarse que íbamos a combatirlos. Nos quedamos casi dos horas en un rancho vacío. Todas las casas de los alrededores han sido abandonadas…los animales están rabiosos de sed…hago lo imposible por procurarles agua. Vamos morir una yegua que tiene un proyectil en los íjares. Probablemente del 12,7.
   “Utilizando el teléfono portátil se comunica al comando que no hay novedad por esta zona. El 1er. Ten. F…, Jefe de nuestra Ca., ordena el repliegue hasta los polvorines, donde embarcamos en camiones que nos llevan a la Escuela de Suboficiales. Llegados allí, vemos que, como en nuestra Escuela, hay gran cantidad de civiles armados con gran variedad de armas y vestidos en forma muy particular: un ‘cocktail’ de ropa civil, militar y policial.
   “Algunos lucen orgullosos sus ‘trofeos’: gorras, sables, pistoleras y otros elementos tomados a la policía.
   “Bajamos a comer algo…nos dieron un sopón que podía cortarse con cuchillo, pero el hambre era mucho y eso salva el éxito del almuerzo. Mientras aguardamos nuestro regreso, conversamos con los aspirantes y civiles que por allí encontramos. Por ellos nos enteramos que las emisoras cordobesas, en nuestro poder desde ayer, hicieron un llamado pidiendo voluntarios y la mayoría de los hombres en condiciones de armarse han sabido responder a él. Nos relatan alternativas del combate que sostuvieron ayer junto con los cadetes, aspirantes y soldados en la Jefatura de Policía. Cuenta que con ellos se encontraban algunas mujeres, que arma en mano, daban muestras de un valor que ennoblece a la mujer argentina. Uno de los sectores donde la lucha fue más intensa fue por Barrio Pueyrredón donde la Policía opuso una tenaz resistencia. Afortunadamente no hubo que lamentar la muerte de ningún cadete…los aspirantes no tuvieron igual fortuna, pues dos o tres de ellos perdieron la vida en la acción; sin embargo, el mayor número de bajas lo tuvieron los civiles, que pagaron con la vida su fervor patriótico. La población vitoreaba a nuestros muchachos y prestaba toda su colaboración reafirmando así su identificación con los principios revolucionarios.
   “Luego de cambiar otras impresiones sobre lo ocurrido en la ciudad, llegó la hora de nuestro regreso a la E.A.M. y nos despedimos de ellos en un clima de profunda cordialidad…aunque pensando en la dureza de nuestro pozo y en las emociones que ellos vivieran, con un dejo de envidia por su suerte.
   “En la Escuela recibimos órdenes de hacer bañar a la tropa y equiparla convenientemente. Con la eficaz colaboración de algunos aspirantes, logramos hacerlo rápidamente y luego, otra vez a los camiones. Ibamos viajando en dirección a la línea, cuando supimos de la alarma antiaérea. Se presumía la aproximación de Gloster Meteor leales. Se ordenó tomar cubierta completa a la tropa…En el desbande, muchos camiones quedaron dificultando el tránsito y tuve que colaborar para despejar el camino. Con el ‘Tano’, aprovechamos para hacer una ‘requisa’ a la Sala de Armas y retirar munición que nos será de utilidad más adelante.
   “Pasada la alarma, sin que se produzcan novedades (luego nos enteramos que el ataque aéreo se había realizado en Pajas Blancas), aprovechamos el ‘impase’ para bañarnos y cambiarnos de ropa. Nuevamente tomo mi grupo y lo conduzco al lugar donde se me comunicó se extenderían nuestras líneas. Ya es de noche. Sobre el costado sur de la Escuela a la altura de la cabecera de la pista nueva, comenzamos a cavar las posiciones…esto de construir la posición en la obscuridad no es nada agradable: no se ve lo que se hace y el trabajo resulta doblemente penoso y poco eficiente.
   Cuando doy por terminado mi trabajo me doy cuenta que se ha levantado una sudestada de esas que llegan a los huesos…y mi grupo no tiene mantas. Entonces decido detener un camión que en ese momento pasa en forma providencial por allí y con el permiso del Jefe de la Ca. me voy al Escuadrón de Tropas.
   “El soldado no quiere conducir, pues dice que no ve nada, y aquí estoy yo, con toda mi inexperiencia de motorista, conduciendo un camión sin luces entre calles (?) llenas de obstáculos. Pero no tuve ningún inconveniente y pude llegar. La suerte me favoreció también en el regreso, pues, aún no se como, me fui a detener justo en el puesto ocupado por el Jefe de la Ca., y de allí fue un juego de niños llegar a mi posición. Mis soldaditos ya estaban medio duros de frío. La noche se hace bastante ‘perra’ pues las posiciones son malas y el viento sopla muy fuerte…por fortuna acallamos el estómago con un buen plato de locro caliente. El amanecer ansiosamente esperado por fin llega aunque sin el ansiado sol…El día es nublado y frío”.
En esas condiciones llegó la tercera jornada de lucha.


Notas


  1. Pese a tratarse de uno de los más reconocidos pilotos de prueba de la Fábrica Militar de Aviones, Rogelio Balado se volcó decididamente a la revolución. Experimentado piloto de caza de la Fuerza Aérea Argentina, comenzó su carrera en Córdoba, en 1952 después de la trágica muerte de Otto Behrens, veterano de la Luftwaffe y piloto de prueba del equipo de Kurt Tank, voló los prototipos Pulqui I y Pulqui II, el planeador IA-37 y el gigantesco transporte IA-38 Naranjero, antecedente nacional de los poderosos Hércules.
  2. El Proyectil Aéreo Teledirigido 1 era una bomba radioguiada aire-superficie de elaboración nacional fabricada por la Sección Armas Especiales de la Dirección General de Fabricaciones Militares dependiente del Ejército. En 1950, un equipo de técnicos alemanes y argentinos comenzó a trabajar en su diseño bajo la dirección de los hermanos Henrici, ingenieros aeronáuticos alemanes, con la asistencia en el diseño de los hermanos Mandel, todos ellos técnicos de la Alemania nazi captados por el régimen justicialista. Se trataba de un proyectil de 500 kilogramos y 30 kilómetros de alcance que constaba de dos cuerpos, el mayor de 3,54 metros en el que e alojaba el sistema de guiado, la cámara de combustión y la tobera de escape y el menor, de 2,52 metros, que llevaba los carburantes (oxigeno y metanol). Perón en persona supervisó los trabajos en 1952, año en que comenzaron las pruebas. El 20 de octubre de 1953, durante una de ellas, el Avro Lancaster B-036 piloteado por Werner Baumbach, otro veterano de la aviación alemana, se precipitó a aguas del Río e la Plata, pereciendo su piloto, uno de los hermanos Henrici y el radioperador argentino Viola. Otros tres tripulantes lograron ser rescatados.