Mostrando las entradas con la etiqueta Córdoba. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Córdoba. Mostrar todas las entradas

sábado, 16 de septiembre de 2023

Revolución Libertadora: Los nuevos enfrentamientos terrestres y aéreos en Córdoba


Nuevos enfrentamientos en Córdoba




Aviones de exploración y ataque Fiat G.59 (Ilustración: Cap. Exequiel Martínez)



El sábado 17 de septiembre amaneció con las tropas del II Ejército, el Regimiento 14 de Infantería, las III y V División de Caballería y la Escuela de Mecánica del Ejército confluyendo sobre la provincia de Córdoba mientras la I y II División de Ejército y la Agrupación de Montaña Neuquén, hacían lo propio sobre Puerto Belgrano y Bahía Blanca, en apoyo del Regimiento 5 de Infantería, que había resistido los embates del día anterior.
Para entonces, las fuerzas militares de todo el país habían sido puestas en alerta; en el norte la V División de Salta junto al Regimiento 5 de Caballería y el Regimiento 5 de Artillería; en Tucumán el Batallón de Comunicaciones 5 y el Regimiento 19 de Infantería; en Catamarca el Regimiento 17 de Infantería; el Regimiento 15 de Infantería en La Rioja y el Regimiento 18 de Infantería en Santiago del Estero. Todos ellos fueron movilizados y los que componían la V División de Ejército embarcados en ferrocarril para dirigirse a Córdoba en apoyo de las fuerzas del general Morello estacionadas en Alta Gracia.
Morello aguardaba expectante el arribo del Regimiento 12 de Infantería, procedente de Santa Fe y al Grupo de Artillería Antiaérea Liviano que venía desde Guadalupe, ambos al mando del general Miguel Ángel Iñíguez así como las tropas del II Ejército  que desde el sur avanzaba al mando del general José María Sosa Molina.
La tensión era tal, que numerosas legaciones extranjeras, entre ellas la de Chile, suspendieron actos y ceremonias en espera del desarrollo de los acontecimientos. Mientras tanto, en la ciudad de Córdoba la tensión se hizo más notoria cuando obreros armados ocuparon nuevamente el edificio de la CGT, abandonado por el Ejército el día anterior. Para contrarrestar esa presencia y recuperar el edificio volvió a ser comisionado el subteniente Gómez Pueyrredón, quien partió al frente de sus efectivos, reforzados por elementos civiles.
Al llegar al sector, ordenó a su gente que lo siguiera y así se introdujo en una clínica cercana desde cuyos techos pasó al edificio sindical. Fue entonces que se desató un nutrido intercambio de disparos en el que el joven oficial cayó gravemente herido sobre las terrazas de la CGT. Al verlo tirado, con el rostro ensangrentado, sus hombres parecieron cobrar vigor y arremetieron disparando con furia contra los sindicalistas, logrando su rendición a los pocos minutos. Los sindicalistas abandonaron la sede con las manos en alto y a empellones fueron conducidos hasta unos los camiones que los llevarían a prisión.
Durante la noche del 16 al 17 de septiembre, elementos infiltrados por el comando rebelde informaron al general Morello que las tropas revolucionarias preparaban un vigoroso ataque a sus posiciones y eso decidió a su comando a volver a movilizarse dejando los vehículos de su agrupación en Alta Gracia a efectos de simular que las tropas aún permanecían allí, las tropas se retiraron hacia Anizacate, donde el Río Primero le serviría de obstáculo y en ese punto se dispusieron a dar batalla.
A tal efecto, antes de partir, Morello ordenó a los jefes del Regimiento 14 de Río Cuarto que trajeran hasta el lugar el armamento automático del Arsenal Holmberg y solicitó al general Juan José Valle en Buenos Aires, el envío de una columna de refuerzo con sus servicios de retaguardia completos, es decir, el hospital de campo, elementos sanitarios, las cocinas rodantes, víveres y aguateros motorizados, petición a la que se le dio curso de inmediato.
Cuando Morello llegó a Anizacate se encontró al Batallón 4 de Comunicaciones y las posiciones de la Fuerza Aérea en Parque Sarmiento que habían sido duramente hostigadas por los cazas rebeldes el día anterior y al Grupo de Artillería Antiaérea Liviano al mando del coronel Benito Eduardo Trucco, procedente de San Luis como avanzada del II Ejército.
Acababa de mantener comunicación con el general Francisco Imaz, que le informó que ya habían sido despachados en su apoyo los refuerzos de la Escuela de Mecánica del Ejército con sus blindados (al mando del coronel Ercolano) y sabía que desde San Juan continuaban su avance el Destacamento de Montaña 3 (unos 1200 efectivos), el Batallón I procedente de El Marquesado y el Batallón II de Calingasta, fuerzas que harían su arribo a Mendoza a las 17.00 horas. El día anterior, el general Iñíguez se había reunido con el general Sosa Molina para recibir las instrucciones emitidas por el Comando de Represión en Buenos Aires. Se había decidido reunir a todas las fuerzas disponibles, aún a costa de una demora de dos o tres días para llevar a cabo un ataque frontal sobre Córdoba, tanto desde Cuyo como desde el litoral.
Movilizada desde el mediodía del 16, la Agrupación de Montaña Cuyo penetró en la provincia de San Luis en la madrugada del 17, con el general Héctor Raviolo Audisio a su frente. Cuando Sosa Molina volaba hacia Córdoba para reunirse con Morello en Anizacate y transmitirle las órdenes emanadas desde Buenos Aires.
Ausente Sosa Molina de San Luis, se produjo la sublevación del II Ejército a las órdenes del general Eugenio Arandía cuyo segundo en el mando era el teniente coronel Mario Fonseca, ello tras un violento intercambio de disparos en el sector de la Comandancia y sus inmediaciones, de resultas del cual, cayó herido en una pierna el capitán Farmache, leal al gobierno.
A efectos de neutralizar su accionar, el Comando de Represión ordenó la movilización del Regimiento 11 de Infantería de Rosario que al mando del teniente coronel Enrique Guillermo Podestá, hacía maniobras en San Nicolás de los Arroyos.



General José María Sosa Molina

La misión que se le encomendó fue regresar lo más rápido posible y alistarse en su guarnición para dirigirse desde allí a Villa María, por la Ruta Nº 9, hasta Villa María y una vez en ese punto seguir hasta Río Cuarto a efectos de comprobar si por ese sector habían pasado tropas rebeldes en dirección a Berrotarán, localidad situada en el camino de Alta Gracia. En ese punto, el teniente coronel Podestá se subordinaría al general José Alejandro Falconier y procedería a interceptar cualquier avance del enemigo replegándose hacia el norte ante cualquier ataque, a los efectos de cubrir la retaguardia de las tropas que, atacarían la ciudad de Córdoba procedentes del sur.
Mientras tenían lugar estos movimientos, las fuerzas rebeldes transmitían sus propios comunicados desde la estación de radio LV2 de la localidad de Ferreyra, con el propósito de contrarrestar la propaganda gubernista que daba por derrotado al movimiento.
“La Voz de la Libertad”, comenzó a emitir a primera hora, poniendo especial énfasis en la política dictatorial de Perón, en los abusos del régimen y en la quema de la enseña patria.
Temerosos de que las fuerzas peronistas intentasen recapturar el “bastión”, los rebeldes instalaron ametralladoras, una en los techos y dos en tierra, a ambos lados del edificio, protegidas ambas por puestos de vigilancia organizados con cadetes de Aeronáutica y comandos civiles.
Las medidas no fueron desacertadas ya que grupos de militantes peronistas, casi todos miembros de la CGT, intentaron aproximarse al sector. Varios de ellos cayeron muertos y otros resultaron heridos, al ser repelidos por la metralla.


Temeroso de verse rodeado por las fuerzas enemigas, el general Lonardi dispuso abandonar la Escuela de Artillería y desplazar a todos sus efectivos hacia su par de Aviación Militar, dada la creciente concentración enemiga en torno a ellos. De ese modo colocaba a sus tropas en mejor posición y, de paso, aseguraba las pistas de aterrizaje, dando tiempo a los generales Lagos y Aramburu para iniciar su marcha y alentar el alzamiento de otras guarniciones en el interior.
Se formó entonces, una extensa columna de camiones y ómnibus que, alrededor de las 11.00, comenzó a evacuar las instalaciones. Casi al mismo tiempo despegó a bordo de un Percival, el capitán Luis Ernesto Lonardi, con la misión de reconocer las posiciones del general Morello y prevenir cualquier ataque sus fuerzas.
Ese día, la actividad aérea comenzó temprano cuando las 01.45 un segundo Percival despegó en pos del enemigo. Tras detectarlo al noroeste de la Escuela de Aviación Militar regresó, aterrizando a las 03.15. A las 05.00 un AT-11 lanzó bengalas con el objeto de observar el desplazamiento de las tropas gubernamentales. Una hora y media después, un avión Fiat efectuó exploración entre la Escuela de Aviación Militar y Río Tercero, detectando una columna de 25 camiones militares y piezas de artillería que avanzaba a la altura de Anizacate, en dirección a Alta Gracia. A las 07.00 otro AT-11 realizó observación entre la mencionada escuela y la fábrica Kaiser, bombardeando con napalm al Regimiento 13 que se aproximaban amenazadoramente a la Escuela de Artillería, En ese mismo momento, un Fiat sobrevolaba el área comprendida entre Jesús María y Piquillín en busca de las avanzadas enemigas.
El Regimiento 13 recibió un nuevo ataque con napalm a las 07.20 y diez minutos después, un monomotor Fiat detectó movimiento de tropas por el camino de Dean Funes, siendo repelido por fuego antiaéreo cuando efectuó una pasada rasante para arrojar panfletos.
A las 07.50 el mismo AT-11 que había bombardeado al Regimiento 13, hizo reconocimiento entre Anizacate y Alta Gracia y a las 08.00 uno de los cinco Avro Lincoln al comando del capitán Ricardo Rossi despegó llevando a bordo a un teniente como observador, para bombardear esas fuerzas. Cuando la máquina enfilaba hacia las tropas gubernamentales fue recibida por intenso fuego antiaéreo, resultando alcanzada por un proyectil de 40 mm a la altura del radar.
El aparato se elevó hasta los 4000 metros de altura para esquivar los disparos y al ver la imposibilidad de bombardear al enemigo, se retiró hacia el aeropuerto de Pajas Blancas, donde hizo un aterrizaje de emergencia.
La batalla se fue intensificando a medida que pasaban las horas.
A las 08.10 un Percival despegó desde la Escuela de Aviación Militar para efectuar reconocimiento. De regreso, el mismo oficial que piloteaba la nave abordó un DL-22 y en vuelo rasante ametralló vehículos y tropas leales a la altura de Malagueño. Casi al mismo tiempo, un nuevo Fiat piloteado por un primer teniente y tripulado por un joven oficial del Ejército, efectuó reglaje de tiro de artillería (08.15) en tanto media hora después, otro Percival hizo observación a baja altura (08.50).
Eran las 09.15 cuando un Fiat piloteado por el veterano piloto de pruebas de la Fábrica Militar de Aviones Rogelio Balado sobrevoló el sector de Alta Córdoba para observar los alrededores de la estación ferroviaria; a las 09.50 otro Percival exploró las tierras que se extendían al oeste de la Escuela de Aviación Militar y a las 10.00 despegó de la misma un DL-22 para ametrallar tropas que se aproximaban por el oeste.
Veinte minutos después un nuevo Fiat pasó entre Malagueño y Alta Gracia, en dirección a Anizacate donde detectó una columna de diez camiones, sobre la que arrojó panfletos antes de ser repelido por el fuego de cuatro piezas de artillería antiaérea. La columna fue atacada a las 10.40 y sobrevolada nuevamente por un AT-11, que también le arrojó panfletos, seguido a las 11.10 por otro Fiat que exploraba el aérea entre Córdoba y Ojo de Agua.
Cerca del mediodía, un DL-22 que patrullaba el área recibió numerosos impactos de piezas antiaéreas que le provocaron daños de consideración, entre ellos, la rotura de su hélice, la perforación del colector de escape y un cilindro, la destrucción del sistema eléctrico y daños en la rueda trasera. El aparato debió regresar y hacer un aterrizaje de emergencia con sus tripulantes ilesos.
Al recibir la información de que un tren con tropas gubernamentales se aproximaba desde el norte para reforzar a las tropas del general Morello, el comando rebelde decidió volar con trotyl las vías férreas al norte de Jesús María, despachando para ello un avión Percival con dos oficiales a bordo, que debían llevar a cabo la misión.
El aparato voló hasta el lugar y después de aterrizar en un camino de tierra los comandos echaron pie a tierra y procedieron a colocar las cargas para hacerlas detonar. Sin embargo, al intentar decolar, la máquina sufrió un desperfecto en su motor y eso le impidió despegar. La tripulación decidió abandonarla en medio del campo y regresar por sus propios medios, pero cayeron prisioneros a poco de andar.
Para entonces y a lo largo de toda aquella jornada, numerosos aviones civiles, muchos de ellos de carga, se fueron incorporando a las filas rebeldes, entre ellos un DC-3 y un avión de pasajeros de Aerolíneas Argentinas, que fueron puestos al mando del comandante Alfredo Barragán, piloto civil de la mencionada empresa e integrante de un comando revolucionario. Según relata Isidoro Ruiz Moreno, este aviador hizo traer desde Chile un Convair, transporte de envergadura que vino de perillas a las fuerzas rebeldes, por sus múltiples capacidades. Tan importantes resultaron esos aparatos, que el comodoro Krausse estableció una guardia especial para evitar su sustracción o algún acto de sabotaje por parte de elementos leales.
Promediando la tarde, Krausse dispuso enviar a todos sus bombarderos pesados hacia otras bases porque en Córdoba, no se les podía brindar el mantenimiento que necesitaban. Las aeronaves debían trasladarse hacia sus nuevos destinos y a su regreso, traer los repuestos y municiones que la aviación de Lonardi necesitaba y por ese motivo mandó alistar a los capitanes Cappelini y Rossi para que volasen hacia Espora. Los pilotos debieron esperar antes de partir porque en esos momentos, al Lincoln B-016 del primero debían quitarle sus cañones para los de un Gloster Meteor que se habían dañado. El Lincoln había quedado prácticamente inutilizado al ser perforado su tanque de combustible durante la incursión de bombardeo al aeródromo de Coronel Olmedo.
Antes de partir, Cappelini quiso conocer cual era la situación que imperaba en esos momentos y por esa razón se dirigió a una de las dependencias de la Escuela en la que el recién llegado mayor Juan Francisco Guevara estudiaba un mapa de la región.
Una vez en el edificio, Cappellini solicitó autorización para entrar y después de las salutaciones e rigor, le pidió al mayor un detalle de lo que estaba ocurriendo. La respuesta que recibió lo dejó sumamente preocupado ya que, según el oficial del Ejército, las fuerzas sublevadas en esos momentos, era extremadamente dificil.
Cappelini y Rossi volaron hacia Comandante Espora mientras un Avro Lincoln al mando del recientemente llegado primer teniente Manuel H. Turrado Juárez, hizo lo propio hacia Villa Reynols, para cargar bombas. En esos momentos, la base puntana se hallaba en manos rebeldes (al mando del mayor Celestino Argumedo), dado que el Comando de Represión había retirado de allí a sus pilotos y aviones para concentrarlos en Morón.
El avión de Turrado Juárez partió con su dotación completa, integrada por el primer teniente Dardo José Lafalce, los tenientes Miguel Eduardo Aciar, Guillermo Rodolfo Alaggia y Domingo Aldo Patrignani, el alférez Aldo Luis Santi y los suboficiales Néstor Leoncio Martín, Pedro Boris Timorín (mecánico aviador), Martín Antonio Rivadera, Ramón Elía Quinteros y Augusto Lecchi. Una hora después de su partida, cuando sobrevolaba la ciudad de Río Cuarto en dirección a San Luis el gigantesco bombardero comenzó a presentar fallas mecánicas y se precipitó a tierra, pereciendo sus diez tripulantes. De ese modo, la Fuerza Aérea Argentina sumaba nuevos mártires en acciones de guerra.


General Miguel Ángel Iñíguez

Anochecía y nada se sabía de esta tragedia cuando el capitán Jorge Lisandro Suárez ordenó al primer teniente Hellmuth Conrado Weber atacar al Regimiento 12 de Infantería y al Tercer Grupo de Artillería Liviano de Guadalupe, que al mando del general Miguel Ángel Iñíguez, avanzaba hacia la capital provincial procedente de Santa Fe.
Aprovechando las últimas luces del día, Weber despegó a bordo de un Gloster Meteor, enfilando directamente hacia las posiciones enemigas. Al cabo de unos minutos estableció contacto con sus tropas y se abalanzó sobre ellas efectuando una pasada rasante que las tomó completamente desprevenidas. Mientras disparaba sus cañones de 20 mm, pudo ver a los soldados arrojarse a ambos lados del camino para ponerse a cubierto.
El piloto rebelde inició un pronunciado giro y enfiló en sentido inverso, volando a baja altura y disparando intermitentemente. Esta vez el enemigo lo esperaba y devolvió el fuego con sus piezas antiaéreas. Weber no olvidaría más aquella escenas, con los proyectiles pasando a escasos centímetros de su aparato, como si se tratara de fuegos artificiales. Agotó todos sus cargadores y se retiró ileso rumbo a la Fábrica Militar de Aviones dispuesto a reportar los pormenores de su incursión. Era su primera experiencia de guerra y por esa razón, cuando se presentó a sus superiores, se hallaba tremendamente excitado.
Detrás de él partió el primer teniente Rogelio Balado1 con igual misión. Sin embargo, en esta oportunidad, las tropas peronistas estaban alerta y lo recibieron con nutrido fuego de artillería cuyos resplandores se vieron en el anochecer, desde la Escuela y la Fábrica de Aviación. El veterano piloto de pruebas regresó con una veintena de impactos, pero aterrizó sin inconvenientes.

Quien se hallaba notablemente contrariado por las deserciones de los Avro Lincoln era el brigadier Juan Fabri, comandante de la Base Aérea de Morón. La actitud de los pilotos rebeldes lo había enfurecido notablemente y deseaba castigarlos “como se merecían”, enviando hacia Córdoba a una formación de cazas para derribarlos. Cuando le comentó la novedad a su segundo, el mayor Daniel Pedro Aubone, este se manifestó de acuerdo, observando únicamente que debido a la ininterrumpida sucesión de misiones de aquel día, los pilotos leales estaban extenuados. Fabri le dio la razón y cuando le preguntó si se animaba a encabezar el ataque, este le respondió que sí.

-¡Por supuesto que me animo. Toda mi vida me preparé para este momento!

Fabri le ordenó entonces elegir sus pilotos y las designaciones recayeron en el capitán Amauri Domínguez y el comandante Eduardo Catalá, quienes de inmediato iniciaron los aprestos para iniciar el vuelo mientras el personal de tierra proveía a los aviones de tanques suplementarios para extender su radio de acción y los dotaban de municiones perforantes, incendiarias, trazantes y de 20 mm.
De acuerdo a la explicación previa en la sala de prevuelo, los pilotos debían volar en un aparato de carga hasta el aeródromo de Las Higueras, próximo a Río Cuarto, para apoderarse de los Gloster Meteor rebeldes que allí se alistaban, privando al enemigo de un arma formidable. Ninguno de los tres aviadores tenía experiencia de combate aunque en 1948 habían realizado numerosas prácticas de tiro en Tandil, y recibido instrucción del general del aire Adolf Galland, uno de los ases alemanes de la Segunda Guerra Mundial contratados por Perón para organizar la Fuerza Aérea Argentina. Galland había escrito un manual de adiestramiento en uno de cuyos capítulos, detallaba como debía llevarse a cabo el ataque a un aeródromo.
Anochecía cuando los pilotos abordaron un transporte C-47 y despegaron hacia Córdoba, acompañados por los armeros y mecánicos que integrarían su personal de tierra. Lo que los tres ignoraban era que minutos antes el capitán Fernando González Bosque los había “traicionado”, partiendo hacia Córdoba en otro Avro Lincoln, con la intención de sumarse a la revolución.
González Bosque voló en plena noche y al llegar a destino, informó sobre la misión que el Comando de Represión había planificado sobre el aeródromo de La Higuera. El comodoro Krausse y su plana mayor comprendieron el peligro que ello significaba y organizaron de inmediato un ataque para inutilizar los cazas que había allí estacionados.
El C-47 tocó tierra en La Higuera en la media noche del 16 y después de cargar el avión con los pertrechos necesarios, la tripulación se fue a dormir al casino de oficiales, sabiendo que al día siguiente les esperaba mucha acción.
Por causa de la tensión, fue poco lo que Aubone durmió; se levantó a la mañana siguiente, muy temprano y al igual que sus compañeros procedió a revisar minuciosamente su avión, poniendo especial atención en las turbinas, el armamento y la mira.
Los mecánicos terminaban de alistar a los otros dos aparatos montaba una bomba voladora PAT-1 de fabricación nacional2 en el Avro Lancaster matrícula B-037 que piloteaba el capitán Eduardo Di Pardo, con la que el Comando de Represión pensaba atacar las posiciones del general Lonardi, disparándola desde una distancia de 30 kilómetros.


Bomba teledirigida PAT-1

El oficial trepó a la cabina de su Gloster con cierta dificultad, debido a una vieja lesión que había sufrido el año anterior y una vez en el interior, comenzó a sujetar sus correajes. En esos momentos había mucho movimiento en la base, con los mecánicos y los técnicos yendo y viniendo de aquí para allá, revisando los aviones, haciendo los últimos ajustes y conectando las baterías a los motores para poner en marcha a los cazas.
Cuando Aubone controlaba su tablero y los mecánicos se disponían a enchufar y alistar los sistemas de encendido, apareció repentinamente el Avro Lincoln del capitán Orlando Cappellini dispuesto a atacar. Con él volaban un cadete de Aviación de 4º año que portaba una ametralladora de mano para disparar desde la ventanilla y un artillero que tenía a cargo la ametralladora de cola.
A vuelo rasante, Cappellini pasó sobre la pista y luego se elevó, dando tiempo al personal del aeródromo de ponerse a cubierto. Aubone comprendió que había quedado completamente solo y que era blanco fácil del atacante y por esa razón, cuando el bombardero efectuó su segunda pasada, pensó que aquella era su última hora.
Una bomba impactó de lleno en el Avro Lancaster B-037 y otra pegó a un metro y medio de su ala izquierda, sin explotar (fue la única que no lo hizo), hecho providencial que lo salvó por milagro.
El Lancaster y su bomba de 1000 kilogramos se convirtieron en una bola de fuego mientras el personal de tierra intentaba ponerse a cubierto no solo de las balas enemigas sino de los restos del aparato que volaban en todas direcciones.
Tras descargar sus proyectiles, Cappellini comenzó a volar en círculos para batir la zona con la ametralladora portátil que manipulaba el cadete de 4º año y con los cañones de 20 mm de cola. Aubone, cubriéndose instintivamente la cabeza con las manos, sintió los impactos repiqueteando a su alrededor, sin que ninguno lo tocase.
En ese preciso instante apareció a gran velocidad un automóvil conducido por el ingeniero asimilado Gauna Krueger, quien corrió hasta el avión y en medio de las balas, ayudó al piloto a descender. Acto seguido, corrieron ambos hacia el rodado y una vez dentro, se alejaron rápidamente en dirección a un grupo de trincheras junto a las cuales, el conductor frenó. A toda prisa descendieron y se arrojaron en su interior encontrando allí a Domínguez y Catalá observando el último ataque de Cappellini.
Aunque muchos años después el piloto rebelde intentaría justificar su accionar asegurando que no había sido su intención impactar a los Gloster, la realidad es que su puntería falló debido a su falta de experiencia en bombardeos a baja altura. Su misión era destruir a los cazas y para eso había ido hasta Las Higueras.
El ataque duró aproximadamente media hora y dejó como saldo el Avro Lancaster incendiado y otro aparato averiado por las esquirlas.
Cuando la alarma cesó, los mecánicos y el personal de tierra reaparecieron y presas de la exitación exigieron a los gritos el derribo del atacante. Habían vivido momentos de extrema tensión y angustia ya que en los barrios inmediatos, tenían sus casas y sus familias.

-¡Mátelos, señor - le pidieron a Aubone - liquídenlos a todos!

Sin perder un instante, Aubone trepó a su avión y minutos después partió decidido en busca del bombardero. No lo encontró pero su vuelo sirvió para corroborar la excelente performance de los Gloster Meteor y demostrar a los rebeldes que había aparatos leales dispuestos a repeler su acción.


De regreso en la base, le informaron que se hallaba al teléfono el comodoro Casanova, subsecretario de la Fuerza Aérea, solicitando la inmediata destrucción de la aviación rebelde.

-¡Esos aviones pueden atacar Buenos Aires aún de noche y van a causar mucho daño en la ciudad. Hay que destruirlos inmediatamente!

Era evidente que el alto funcionario se hallaba impresionado por la noticia del ataque y las consecuencias que podría acarrear el hecho de que las fuerzas sublevadas dispusieran de semejante fuerza.
Aubone y sus numerales se abocaron a la tarea de planificar un ataque al aeródromo de Pajas Blancas, para neutralizar a los bombarderos pesados enemigos porquea esa altura se sabía que la Escuela de Aviación Militar carecía de capacidad suficiente para albergarlos y que la extensión de la pista era insuficiente.
La escuadrilla despegó a las 17.00 horas, volando a 700 kilómetros por hora, en dirección al valle de Calamuchita en absoluto silencio de radio. De acuerdo al plan de vuelo elaborado antes de decolar, enfilarían hacia el valle de Punilla, a través del lago San Roque desde donde se elevarían antes de caer sobre el blanco.
A efectos de causar la menor mortandad posible, se desplazarían en hilera, contrariando las enseñanzas de Galland, aún a riesgo de que el avión que volaba detrás dañara a sus propios compañeros al abrir fuego.
Los aparatos sobrevolaron el lago y cruzaron Cosquín, tomando altura sobre el Pan de Azúcar para caer sobre Pajas Blancas desde ese punto. Mientras lo hacían, detectaron bastante movimiento en torno a tres bombarderos ubicados al costado de la pista, uno de los cuales, tenía su carga de bombas a pleno y recibía combustible. Era el Avro Lincoln de Cappellini y Rossi, recién llegado de Comandante Espora con el enlace naval Carlos García Favre a bordo.
Los Gloster se lanzaron sobre el objetivo, separados por una distancia de 1000 metros entre uno y otro, encabezados por el mayor Catalá, quien abrió fuego en primer lugar alcanzando a los aviones mientras el personal de tierra corría en todas direcciones busca ponerse a cubierto. Cuando el guía se elevó, llegó disparando Aubone, impactando a dos de los tres Avro Lincoln detenidos en plataforma, uno de los cuales se tumbó hacia un costado con su rueda perforada. Le siguió el capitán Domínguez disparando con sus cañones e inmediatamente después ganaron altura para iniciar maniobras de evasión.



(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina)

Mientras efectuaban el ataque, los pilotos leales escuchaban a través de sus radios las alarmas de la base y una interminable seguidilla de órdenes provenientes de la torre de control, solicitando la salida de aviones para interceptarlos.
En momentos en que los tres cazas ganaban altura y emprendían la retirada a 900 kilómetros por hora, los disparos del numeral Domínguez alcanzaron levemente al avión del mayor Aubone y al averiado Avro Lincoln del capitán Rossi que se hallaba posado en tierra, dañado por las baterías antiaéreas durante el ataque al aeródromo de Coronel Olmedo. Dejaban atrás un mar de confusión, dos de los tres Avro Lincoln destruidos y un piloto rebelde herido.
Los Gloster Meteor sobrevolaron la ciudad de Córdoba y aterrizaron en Las Higueras, donde el personal de tierra los aguardaba expectante. Rodando lentamente por la carpeta asfáltica dejaron a un lado la pista y con los motores encendidos introdujeron los aviones en uno de los hangares especialmente acondicionado para ellos. Al descender, los tres pilotos y sus mecánicos observaron con asombro la cola del Gloster de Aubone completamente perforada por los proyectiles de Domínguez y lo cerca que estuvo de ser abatido. Evidentemente, Galland tenía razón.
Sin darles demasiado tiempo, el comodoro Daniel Cerri, jefe de los talleres de la  base, mandó alistar a los tres aparatos puesto que era previsible un ataque rebelde y en momentos en que impartía esa orden, volvió a llamar desde Buenos Aires el subsecretario de la fuerza, comodoro Casanova, para informar que una columna rebelde del II Ejército, estaba pronta a llegar a Córdoba procedente de San Luis y que el aeródromo de La Higuera iba a ser uno de los primeros puntos en ser ocupados. Casanova sabía que el Regimiento 11 de Infantería no llegaría a tiempo para detener el avance y por esa razón, ordenó a los tres pilotos retornar inmediatamente a Buenos Aires y al comodoro Cerri inutilizar los aviones.
Se decidió que Aubone, Catalá y Domínguez volarían de regreso en un Beechcraft AT-11 sanitario que se hallaba estacionado en el mismo hangar en el que habían guardado los Gloster, y a él treparon inmediatamente, seguidos por el grupo de suboficiales que los había acompañado desde Morón. Aubone ocupó el asiento del piloto y Catalá el del copiloto y después de encender los motores, ganaron el exterior y comenzaron a rodar hacia la cabecera de la pista.
En ese preciso instante un Calquin rebelde llegó volando a baja altura para arrojar una bomba que, aunque pegó cerca del Beechcraft, no impidió que siguiera su marcha.
El avión levantó vuelo en dirección a Río Cuarto, justo cuando el Calquin pasaba a su lado y le disparaba. Aubone se pegó al suelo y de ese modo evitó que el avión rebelde volviese a ametrallarlo y se lanzase tras él.
Era de noche cuando dejaron atrás la provincia y se internasen en Santa Fe volando siempre a baja altura y prácticamente a ciegas porque el radiogoniómetro no funcionaba. Ya en territorio bonaerense, encontraron nubes bajas y recién al ver las luces de Chivilcoy lograron orientarse y continuar hacia Morón.
La base aérea se hallaba  a obscuras y nadie respondía los llamados en previsión de posibles ataques por parte de la cada vez más numerosa aviación rebelde. En vista de ello, el capitán Catalá tomó el micrófono y después de darse a conocer informó que si no recibía respuesta en el acto, se retirarían al Uruguay. Ni bien terminó de decir eso, las luces de la pista se encendieron y así pudieron aterrizar.
Una vez en tierra, los aviadores fueron recibidos por el comodoro Fabri, que se encontraba sumamente entusiasmado por el éxito de la incursión. El oficial estaba resuelto a lanzar sobre Córdoba un ataque de mayor envergadura, utilizando bombarderos Avro Lincoln y Avro Lancaster, misión que se estaba programando para el día siguiente. Los mandos leales estaban convencidos de que las fuerzas rebeldes carecían de capacidad para contrarrestar esos ataques porque los pocos Gloster Meteor de los que disponían carecían de repuestos y por consiguiente, no estaban en condiciones de volar.

En la tarde del 17 de septiembre se completó el traslado de las fuerzas rebeldes desde la Escuela de Artillería a las de Aviación Militar y Suboficiales de Aeronáutica. El general Lonardi se instaló en la primera junto a su plana mayor y en la segunda, separada de aquella por la ruta que unía a Córdoba con Villa Carlos Paz, lo hizo el comodoro Krausse con los integrantes de su comando.
En las últimas horas, las fuerzas revolucionarias habían reforzado el perímetro defensivo de la guarnición, envolviendo dentro del mismo a edificios, hangares, talleres, pistas de aterrizaje y terrenos anexos, todo ello dentro de un radio de 360º. El mismo quedó al mando del general Lonardi, secundado por su hijo y ayudante, el capitán Luis Ernesto Lonardi y su igual en el mando, Ramón Eduardo Molina. El capitán Daniel Correa fue designado oficial de Informaciones, el teniente primero Miguel A. Mallea Gil, jefe de Comunicaciones, el teniente primero Julio Fernández Torres encargado de la seguridad del Comando, el coronel Arturo Ossorio Arana comandante del Grupo de Artillería, el mayor Melitón Quijano jefe de su plana mayor y el mayor Enrique Rottjer, encargado de Logística.
A lo largo de aquella segunda, jornada se fueron incorporando elementos civiles a quienes se fue proveyendo de armamento y se los destinó a reforzar pelotones al mando de oficiales, lo mismo militares retirados o fugados de las filas leales, entre quienes destacaban el teniente coronel (R) Juan Carlos Cuaranta, su igual en rango Carlos Godoy, el coronel Francisco Zerda, el capitán Alfredo Matteri, el mayor Enrique Rauch, el teniente de navío Raúl Ziegler, el mayor Lisandro Segura Lavalle y el teniente primero Carlos Goñi.
Mientras en Córdoba se desarrollaban esas acciones, las tropas leales continuaban su avance. Ello y la falta de noticias respecto a la situación en el resto del país, preocupaban sobremanera al general Lonardi y sus hombres especialmente después de saber que en las primeras horas de la noche las columnas de la V División de Ejército, al mando del general Aquiles Moschini, habían llegado por tren a Dean Funes y que estaban dispuestas a entrar en acción. Integraban la misma el Regimiento 15 de Infantería procedente de La Rioja, el Regimiento 18 de Santiago del Estero, el 17 de Catamarca y el 19 de Tucumán, conjuntamente con el Regimiento 5 de Artillería reforzado, procedente de Salta, sede del Comando de la División; el Regimiento 5 de Caballería de la misma provincia y el Batallón 5 de Comunicaciones de Tucumán.
Integraban el alto mando del general Moschini su jefe de Estado Mayor, el coronel Julián Trucco; su cuartel maestre, teniente coronel Carlos Augusto Caro y el mayor  Isola, a cargo de la División de Operaciones. Siguiendo sus indicativas, elementos motorizados del Regimiento 18 procedieron a reconocer el lugar y efectuar exploración en la zona de Jesús María con el objeto de detectar unidades rebeldes.
Casi al mismo tiempo, las tropas del general Miguel Ángel Iñíguez llegaban a Monte Cristo, donde dispuso alojar a la tropa para que pasar allí la noche, previa dispersión de su armamento y equipo en prevención de ataques aéreos. Cerca de la medianoche, esas tropas recibieron dos cañones Krupp 7.5 mm pertenecientes a la sección de Artillería del Regimiento 12 y tres ambulancias enviadas por el Ministerio de Salud Pública de la provincia de Santa Fe ya que, para el día siguiente, se esperaban duros enfrentamientos.

Las acciones del día 17 en Córdoba se reflejan claramente en los escritos de un combatiente, publicados en la revista “Cielo” bajo el título “…del diario de un Cadete”,. Dice el mismo:

“17 de septiembre (sábado). Finalmente tomamos una posición provisoria para protegernos de algún posible ataque enemigo. En realidad vivimos en un constante estado de alerta. Se presume que viene avanzando el 14 de Río IVº y por esa causa nos pasamos la mañana esperando.  A eso de las 11:00 hs. Se inicia el ataque…es el primer combate real en que actuamos y quien mas quien menos, todos pensamos en que puede ser nuestra última acción en este mundo. Es de admirar la rapidez con que cavamos la posición…en 30’ la terminé…y bastante honda por cierto.
   “La infantería viene avanzando bajo un nutrido fuego de obús y soportando el hostigamiento incesante de nuestros aviones. Esto decide el combate.
   “Rendido el 14, se me ordenó plegarme con el grupo a la sección del Alf. C…para ir a copar un grupo de unos 80 suboficiales y civiles que estaban perturbando por detrás de los polvorines. Tampoco esta vez tuvimos suerte, pues no encontramos más que animales……Seguramente se repliegan al enterarse que íbamos a combatirlos. Nos quedamos casi dos horas en un rancho vacío. Todas las casas de los alrededores han sido abandonadas…los animales están rabiosos de sed…hago lo imposible por procurarles agua. Vamos morir una yegua que tiene un proyectil en los íjares. Probablemente del 12,7.
   “Utilizando el teléfono portátil se comunica al comando que no hay novedad por esta zona. El 1er. Ten. F…, Jefe de nuestra Ca., ordena el repliegue hasta los polvorines, donde embarcamos en camiones que nos llevan a la Escuela de Suboficiales. Llegados allí, vemos que, como en nuestra Escuela, hay gran cantidad de civiles armados con gran variedad de armas y vestidos en forma muy particular: un ‘cocktail’ de ropa civil, militar y policial.
   “Algunos lucen orgullosos sus ‘trofeos’: gorras, sables, pistoleras y otros elementos tomados a la policía.
   “Bajamos a comer algo…nos dieron un sopón que podía cortarse con cuchillo, pero el hambre era mucho y eso salva el éxito del almuerzo. Mientras aguardamos nuestro regreso, conversamos con los aspirantes y civiles que por allí encontramos. Por ellos nos enteramos que las emisoras cordobesas, en nuestro poder desde ayer, hicieron un llamado pidiendo voluntarios y la mayoría de los hombres en condiciones de armarse han sabido responder a él. Nos relatan alternativas del combate que sostuvieron ayer junto con los cadetes, aspirantes y soldados en la Jefatura de Policía. Cuenta que con ellos se encontraban algunas mujeres, que arma en mano, daban muestras de un valor que ennoblece a la mujer argentina. Uno de los sectores donde la lucha fue más intensa fue por Barrio Pueyrredón donde la Policía opuso una tenaz resistencia. Afortunadamente no hubo que lamentar la muerte de ningún cadete…los aspirantes no tuvieron igual fortuna, pues dos o tres de ellos perdieron la vida en la acción; sin embargo, el mayor número de bajas lo tuvieron los civiles, que pagaron con la vida su fervor patriótico. La población vitoreaba a nuestros muchachos y prestaba toda su colaboración reafirmando así su identificación con los principios revolucionarios.
   “Luego de cambiar otras impresiones sobre lo ocurrido en la ciudad, llegó la hora de nuestro regreso a la E.A.M. y nos despedimos de ellos en un clima de profunda cordialidad…aunque pensando en la dureza de nuestro pozo y en las emociones que ellos vivieran, con un dejo de envidia por su suerte.
   “En la Escuela recibimos órdenes de hacer bañar a la tropa y equiparla convenientemente. Con la eficaz colaboración de algunos aspirantes, logramos hacerlo rápidamente y luego, otra vez a los camiones. Ibamos viajando en dirección a la línea, cuando supimos de la alarma antiaérea. Se presumía la aproximación de Gloster Meteor leales. Se ordenó tomar cubierta completa a la tropa…En el desbande, muchos camiones quedaron dificultando el tránsito y tuve que colaborar para despejar el camino. Con el ‘Tano’, aprovechamos para hacer una ‘requisa’ a la Sala de Armas y retirar munición que nos será de utilidad más adelante.
   “Pasada la alarma, sin que se produzcan novedades (luego nos enteramos que el ataque aéreo se había realizado en Pajas Blancas), aprovechamos el ‘impase’ para bañarnos y cambiarnos de ropa. Nuevamente tomo mi grupo y lo conduzco al lugar donde se me comunicó se extenderían nuestras líneas. Ya es de noche. Sobre el costado sur de la Escuela a la altura de la cabecera de la pista nueva, comenzamos a cavar las posiciones…esto de construir la posición en la obscuridad no es nada agradable: no se ve lo que se hace y el trabajo resulta doblemente penoso y poco eficiente.
   Cuando doy por terminado mi trabajo me doy cuenta que se ha levantado una sudestada de esas que llegan a los huesos…y mi grupo no tiene mantas. Entonces decido detener un camión que en ese momento pasa en forma providencial por allí y con el permiso del Jefe de la Ca. me voy al Escuadrón de Tropas.
   “El soldado no quiere conducir, pues dice que no ve nada, y aquí estoy yo, con toda mi inexperiencia de motorista, conduciendo un camión sin luces entre calles (?) llenas de obstáculos. Pero no tuve ningún inconveniente y pude llegar. La suerte me favoreció también en el regreso, pues, aún no se como, me fui a detener justo en el puesto ocupado por el Jefe de la Ca., y de allí fue un juego de niños llegar a mi posición. Mis soldaditos ya estaban medio duros de frío. La noche se hace bastante ‘perra’ pues las posiciones son malas y el viento sopla muy fuerte…por fortuna acallamos el estómago con un buen plato de locro caliente. El amanecer ansiosamente esperado por fin llega aunque sin el ansiado sol…El día es nublado y frío”.
En esas condiciones llegó la tercera jornada de lucha.


Notas


  1. Pese a tratarse de uno de los más reconocidos pilotos de prueba de la Fábrica Militar de Aviones, Rogelio Balado se volcó decididamente a la revolución. Experimentado piloto de caza de la Fuerza Aérea Argentina, comenzó su carrera en Córdoba, en 1952 después de la trágica muerte de Otto Behrens, veterano de la Luftwaffe y piloto de prueba del equipo de Kurt Tank, voló los prototipos Pulqui I y Pulqui II, el planeador IA-37 y el gigantesco transporte IA-38 Naranjero, antecedente nacional de los poderosos Hércules.
  2. El Proyectil Aéreo Teledirigido 1 era una bomba radioguiada aire-superficie de elaboración nacional fabricada por la Sección Armas Especiales de la Dirección General de Fabricaciones Militares dependiente del Ejército. En 1950, un equipo de técnicos alemanes y argentinos comenzó a trabajar en su diseño bajo la dirección de los hermanos Henrici, ingenieros aeronáuticos alemanes, con la asistencia en el diseño de los hermanos Mandel, todos ellos técnicos de la Alemania nazi captados por el régimen justicialista. Se trataba de un proyectil de 500 kilogramos y 30 kilómetros de alcance que constaba de dos cuerpos, el mayor de 3,54 metros en el que e alojaba el sistema de guiado, la cámara de combustión y la tobera de escape y el menor, de 2,52 metros, que llevaba los carburantes (oxigeno y metanol). Perón en persona supervisó los trabajos en 1952, año en que comenzaron las pruebas. El 20 de octubre de 1953, durante una de ellas, el Avro Lancaster B-036 piloteado por Werner Baumbach, otro veterano de la aviación alemana, se precipitó a aguas del Río e la Plata, pereciendo su piloto, uno de los hermanos Henrici y el radioperador argentino Viola. Otros tres tripulantes lograron ser rescatados.


sábado, 13 de mayo de 2023

Argentina: El sol rojo de los comechingones

El Sol Rojo de los Comechingones

Revisionistas






Sol Rojo de los Comechingones

“La provincia de los comechingones” ….. así llamaron los españoles a casi toda la jurisdicción de Córdoba. Encontramos en los archivos municipales, que esta provincia ubica a los comechingones en las sierras a uno y otro lado, desde más o menos Cruz del Eje hasta el Arroyo de La Punilla.

La Primera Expedición que entra a Córdoba en el año 1528, lo hace al mando del navegante Gaboto, por el Este y llega a estas zonas serranas atraído por un Cerro de Plata y una ciudad llamada Paititi que se halla cerca de Yúngulo, donde se encuentra la famosa Ciudad de los Césares, cuyos pobladores son llamados los Señores, pues se sientan en sillas de oro y toda la vajilla es de ese metal precioso. Gaboto siente hablar en el Perú de los famosos y verídicos Comechingones, cuyas virtudes de hombres amantes de la verdad, han llegado hasta esos lugares del Incario.

Tienen la ciudad de Yúngulo, les comentan a los europeos en el Perú y lo que dicen los Comechingones es cierto, porque son hombres formales y de cumplimiento. Gaboto entra por el Este a la provincia de Córdoba y la camina en sus partes principales, pero no puede llegar hasta esos tesoros que la leyenda o la fábula, habían creado. Luego otro “conquistador” llamado Mendoza, entra por el norte en 1545 sin fundar ninguna población y en 1550, también lo hace Francisco de Villagra, quien no deja ninguna señal de su paso por tierras de los Barbados Serranos de Viarava y Charava. A principios de 1573, un “conquistador”, llamado Mejía Miraval, entra a Córdoba, precediendo a Jerónimo Luis de Cabrera que en los primeros días de Julio de 1573, funda la ciudad de Córdoba y muere de “garrote vil” en su cama, a principios del año 1575.

Las formas culturales de los Comechingones eran variadas y auténticas. Tenían su máxima expresión en el arte rupestre de Cerro Colorado, en las pinturas de Inti Huasi y en las pictografías y petroglifos que se encontraban en distintos lugares de las sierras cordobesas.

Para desgracia de la cultura argentina, gran porcentaje de estas expresiones se han perdido o desmejorado por encontrarse sin ninguna clase de protección de las inclemencias del tiempo, otras han sido arrancadas por manos impías con el empleo de cortafierros y martillos y llevadas a lugares desconocidos o han quedado también expuestas a la veleidades y al desprecio de los lugareños y de un turismo que en su mayoría no entiende la trascendencia de sus expresiones culturales y pone leyendas y símbolos sectarios con tiza o aerosoles imborrables.

Con las cavernas y alerones, sucede lo mismo, pues en algunas de ellas se han levantado remedos de grutas religiosas europeas, llegando en algunos casos a pintarlas con exóticos e inconcebibles colores que se refieren a determinados equipos de fútbol, en un total descreimiento de incultura y violencia populachera, tan arraigada en ciertos sectores de la sociedad argentina.

La propiedad privada que se ejerce sobre estos bienes incalculables de la cultura del hombre, ha hecho posible con el transcurso de los años, la desaparición o destrucción de Estanques Sagrados, donde en épocas pretéritas se bañaban las Ñustas, Vírgenes y Doncellas de las antiguas religiones, los Templos del Sol convertidos en resguardo de ganado y de murciélagos, las casas de Piedra, los Menhires que fueron destruidos como el de Calabalumba al pie del Uritorco o trasladados a una plaza para propaganda turística, con lo cual perdieron sus mágicos atributos, las Pircas que delineaban provincias, aldeas o propiedades, los Pucaraes o antiguas fortalezas de piedra, las manifestaciones de arte rupestre milenario y todos los objetos históricos/ culturales de mediana o pequeña construcción que los hombres de la antigüedad nos dejaran, como un testimonio silencioso de su belleza espiritual y moral, a través de su arte lítico, de la cerámica de sus guardas y dibujos, de sus trabajos en cobre, plata y oro, de los restos paleontológicos, llevados en camiones al extranjero, como los dinosaurios de Ischigualasto y toda la herencia cultural que nos dejaron grabada y pintada en la roca de sus cavernas y en sus Templos Solares Metafísicos.

El patrimonio espiritual de las antiguas civilizaciones debe permanecer sin duda alguna, a la propiedad directa del Ser Nacional de los Argentinos, por cuanto esas obras se encuentran en sus límites territoriales y su custodia, protección y conocimiento, es un derecho y una obligación irrenunciable que debe ejercer por sí misma la Nación Argentina.

El Sol Rojo del Templo del Sol

Estando de vacaciones, el escritor Leopoldo Lugones (2), el 26 de marzo de 1903 dio a conocer el hallazgo de las pinturas rupestres de Inti Huasi (Departamento de Tulumba), en un artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires.

En la caverna de Inti Huasi, se podía mirar hasta el año 1926, esculpido en la pared de esa roca, al Sol Rojo de los Comechingones, una de las joyas de la arqueología de Armórica (1). Frente a ese Sol terracota, también se apreciaba el cielo que de noche podían ver dichos indígenas. Formaba parte, junto a otras pinturas ancestrales, del llamado “Templo del Sol”, sitio sagrado para los originarios. Ese mismo año, arribó a la zona el arqueólogo escocés Gordon Gardner, de la Universidad de Oxford con el pretexto de estudiar las pictografías, frecuentando estos lugares hasta 1926. Antes de su regreso a Inglaterra, donde publicó un trabajo sobre las mismas (3), arrancó con un martillo neumático el Sol Rojo. Ardua tarea dado que tiene un metro con sesenta centímetros de diámetro y pesa tres mil setecientos kilos,

Una vez fuera de la cueva, fue llevado desde Tulumba con el ferrocarril, en aquel tiempo Central Argentino y de allí a la estación Retiro. Luego fue cargado en una carreta tirada por 2 caballos de pelo tordillo, pasando por detrás de la Casa de Gobierno y fue cargado en un buque con destino a Inglaterra.

El Sol Comechingón estuvo expuesto en el British Museum hasta 1982, Actualmente dicha pieza arqueológica no se halla más en ese repositorio, pues en la guerra de Malvinas la habían sacado, junto con otros testimonios de los Dioses Solares Armoricanos, se desconoce si está en el Makind Museum de Londres o en los Archivos Secretos del Vaticano (4). Su paradero hasta ahora es todo un misterio.

El Sol Rojo es una obra de arte magnífica, mal llamada Sol Incaico, dado que es muy anterior al Imperio Inca y, que perteneció a la cultura troyana que fundó el Primer Imperio de Tiwanaku (en la actual Bolivia). Algunos suponen que su origen pertenece al período Incaico posiblemente tallado por la cultura Ayampitín. Esta cultura debió sobrevivir hasta el 500 o 1000 a.C., aunque no existe certeza al respecto.

Es lamentable que las autoridades argentinas nunca hayan hecho un reclamo para su devolución. Parece que su prioridad es regalar terrenos a pueblos “no originarios” y devolver piezas arqueológicas foráneas a sus países de procedencia. Nadie se preocupa por cuidar y recuperar lo que es verdaderamente nuestro. México y Perú han logrado recuperar exitosamente miles de objetos, en su mayoría de la época prehispánica. Los pueblos víctimas de este saqueo no han sido desposeídos de objetos de arte irreemplazables, han sido desposeídos de una memoria que les hubiera ayudado a conocerse mejor a sí mismos,

Referencias


(1) Leopoldo Antonio Lugones nació en Villa de María del Río Seco, Córdoba (cerca de Río Colorado en las proximidades del límite con Santiago del Estero) el 13 de junio de 1874 en el seno de una familia de clase aristocrática. Pasó su infancia en diversos pueblos del interior de la provincia de Córdoba, hasta que se mudó a la capital, Se quitó la vida en San Fernando, Pcia. de Buenos Aires, el 18 de febrero de 1938.
(2) El profesor cordobés Guillermo Alfredo Terrera escribió un gran número de obras sobre la historia esotérica del continente al que él llamaba “armoricano”.
(3) “Las rocas pintadas del noroeste de Córdoba“, Oxford, Clarendon Press (1931).
(4) Los Museos Vaticanos custodian cerca de 80.000 piezas de culturas de todo el planeta, por supuesto también de la América precolombina.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal revisionistas.com.ar
Terrera, Guillermo Alfredo y Moreno de Terrera, Edith – Los Comechingones – Sol Rojo Editora, Córdoba (2004).
Turone, Oscar A. – El Sol Rojo de los Comechingones – Buenos Aires (2023)


jueves, 9 de febrero de 2023

Argentina: “Líneas Experimentales de Transportes” con Ae. T. 1 en 1934

Se inaugura “Líneas Experimentales de Transportes”


El 8 de febrero de 1934 dentro de la estructura de la Dirección de Aerotécnica, bajo la dependencia de la Sección Experimental de Transportes Aéreos de la FMA, las “Líneas Experimentales de Transportes” (LET) inician sus servicios en la ruta Buenos Aires – Córdoba para pasajeros, correo y carga menor. Se afectan a estos servicios tres Ae. T. 1 de construcción nacional.


domingo, 21 de diciembre de 2014

FAA: Pagan lo que deben y presentan al Grob 120TP

Presentación oficial de los entrenadores Grob 120TP



Los seis aviones de origen alemán, ensamblados en la Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA), completan la dotación de diez aeronaves biplaza que servirán para el entrenamiento de pilotos del Curso Básico Conjunto de Aviador Militar (CBCAM).

El acto, realizado en Córdoba, estuvo encabezado por el ministro de Defensa junto al JEMGFAA, Brig. Gral. Mario Callejo, el Sec. de Ciencia, Tecnología y Producción para la Defensa y autoridades del Ministerio.



Tras una inversión de alrededor de 26 millones de dólares, el titular de esa cartera afirmó que, durante este año se hicieron aproximadamente 2.000 horas de vuelo con tres aviones y que para el 2015, con estos nuevos aviones, estiman llegar a unas 7.000 / 8.000 horas que permitirán “potenciar el programa de instrucción de la Fuerza Aérea (…) y la formación de un número importante de pilotos”.



En la ocasión, se expusieron siete aeronaves en la plataforma y dos de ellas fueran las que realizaron pasajes frente al público presente.



También, el Ministro dejó inaugurado el nuevo Centro Asistencial Guarnición Córdoba de la FAA y participó de la presentación de la Cámara de la Industria Aeronáutica Argentina. El objetivo de esta entidad es promover el desarrollo de un sector estratégico como la industria aeroespacial, proceso en el cual FAdeA cumple un rol indispensable.


Fotos: Martin Muotri

Fuente: Aeroespacio

jueves, 6 de noviembre de 2014

Revolución Libertadora: La victoria sobre el populismo


Dos Gloster Meteor junto a un Pulqui II. Los tres aparatos volaron durante el desfile de la victoria en Córdoba  (Imagen: Ricardo Burzaco, Alas de Perón II)

La Victoria Rebelde


Llegada del Crucero "17 de Octubre" al puerto de Buenos Aires. El almirante Rojas eufórico junto a su plana mayor


A las 10.30 de la mañana del 23 de septiembre de 1955, el crucero “General Belgrano” hizo su entrada en el puerto de Buenos Aires y media hora después amarró en la Dársena C, frente a la enfervorizada multitud que esperaba en los muelles agitando banderas y lanzando vivas a la victoriosa revolución.
Desde el puente de mando el almirante Rojas, observaba la escena conmovido mientras la muchedumbre aclamaba su nombre. Entre la gente aguardaban su esposa Lía Edith “Beba” Sánchez, con un gran ramo de flores en sus manos, llorando emocionada y sus hijas, María Lía y María Teresa quienes, a su vez, agitaban sus manos en señal de saludo (su hijo Gustavo Rojas, cadete naval, se hallaba embarcado con la Escuela).
Al descender a tierra, el almirante fue saludado calurosamente por la concurrencia y al cabo de media hora se encaminó hacia Aeroparque para recibir al presidente provisional de la República, general Eduardo Lonardi, que en esos momentos viajaba desde Córdoba a bordo del DC-3 matrícula T-23 escoltado por tres Gloster Meteor.


"A esta la compré" reza el cartel que llevan estos motociclistas cordobeses (Fotografía: Jorge R. Schneider)

El trayecto desde el puerto a la estación aérea fue una verdadera marcha triunfal, con la multitud agolpada a ambos lados de la Costanera, vivando y agitando banderas y símbolos patrios, entre ellos retratos del general San Martín y el Sagrado Corazón de Jesús.
En el Aeroparque se hallaban presentes los generales Aramburu, Bengoa, Uranga, Forcher y Bergallo, quienes saludaron emocionados al marino, estrechándose en efusivos abrazos.
El DC3 en el que viajaba Lonardi tocó la pista a las 12.30, precedido por un avión de transporte que conducía a un pelotón de paracaidistas y detrás hicieron lo propio los tres cazas a reacción que en los días previos, habían tomado parte en los combates.
Cuando el jefe de la revolución salió por la compuerta, un griterío ensordecedor conmovió el lugar. Rojas y los generales lo esperaban al pie de la escalerilla y todos se estrecharon en un fuerte abrazo, en medio de los vivas de la multitud.
El trayecto hasta la Casa Rosada se hizo a bordo de un vehículo descapotable y fue lo más parecido a un “triunfo romano” que viera Buenos Aires a lo largo de su historia. Al paso de los vehículos, la muchedumbre aclamaba a sus héroes, agitando banderas y arrojando flores. Y allí se vio a más personas que mostrando retratos de Nuestro Señor Jesucristo y del general San Martín, símbolos de la religión y la patria mancilladas intentaban acercarse a la caravana.
“A lo largo del trayecto, mezclados entre la concurrencia, estaban apostados marinos de diversa graduación, a los cuales el capitán de fragata de Infantería de Marina Juan García, había armado y dispuesto que vistieran de civil” explica Ruiz Moreno en su obra y luego añade: “El auto que conducía a Lonardi y Rojas, manejado por cadetes del Colegio Militar, solo podía avanzar por Paseo Colón, aproximándose a la plaza de Mayo, debido a que le abría paso un carrier del Ejército. Ocupaban el automóvil en su parte delantera los cadetes Auel, Fernández Sfeir y Lorenzo, este último, abanderado del Colegio”.


El Gral. Lonardi jura como presidente de la Nación

Al subir la explanada de la Casa de Gobierno, el carrier que precedía al automóvil presidencial efectuó un giro brusco y aquel lo embistió, rompiendo uno de sus faros delantero.
En la contigua Plaza de Mayo, la multitud enfervorizada reclamaba la presencia de los jefes revolucionarios, vivando a sus líderes, como en los más emblemáticos actos partidarios de la era peronista.
Lonardi, Rojas y la comitiva que los escoltaba subieron hasta el Salón Blanco que en esos momentos se hallaba colmado y allí prestaron juramento, el primero como presidente de la Nación y el segundo como vicepresidente. Acto seguido, la concurrencia entonó las estrofas del Himno Nacional e inmediatamente después prorrumpió en vivas y aplausos que las flamantes autoridades respondieron con su característica prudencia.
Luciendo la banda presidencial y ostentando en su diestra el bastón de mando, el general Lonardi se asomó por el balcón de la Casa Rosada acompañado por el almirante Rojas y el séquito de personas que los rodeaban. De ese modo, sonriendo satisfechos por el espectáculo que se veía desde lo alto, saludaron a la multitud que cubría Plaza de Mayo hasta donde alcanzaba la vista.
Un griterío ensordecedor se elevó desde el epicentro de Buenos Aires, escenario de tantos sucesos de la historia patria, al tiempo que decenas de miles de banderas argentinas (y muchas del Uruguay) flameaban aquí y allá, dando vida al lugar.
Lonardi habló a la multitud y esta respondió cada una de sus palabras con más vivas y aplausos y al finalizar, se retiró al interior del palacio de gobierno seguido por los altos jefes revolucionarios. Escenas similares se repitieron en Bahía Blanca, Córdoba, Mendoza y otros puntos de la Nación donde la ciudadanía opositora salió a las calles para expresar su júbilo y alegría.
No muy lejos de donde se desarrollaban esos acontecimientos, a bordo de la cañonera “Paraguay”, Perón vivía sus últimos días en la República Argentina.
Versiones sin fundamento dan cuenta que desde su fuga, el 19 de septiembre, se había refugiado en el mencionado bunker antinuclear que había mandado construir bajo el edificio Alas y que desde allí se había dirigido hacia la cañonera a través de túneles que comunicaban el refugio con el puerto. Nada de eso es verdad. En ningún momento utilizó Perón ese bunker sino que, como se dijo en capítulos anteriores, se apresuró a solicitar asilo en la embajada paraguaya y desde ahí se dirigió en automóvil hasta las radas para abordar la “Paraguay”, en la que estuvo alojado hasta el 2 de octubre, fecha de su partida hacia el exilio.
Desde el 25 de septiembre, tanto la “Paraguay” como su gemela, la “Humaitá”, permanecían fondeadas en el Río de la Plata, en “silencio de radio”, a una distancia de varios kilómetros de distancia una de otra, constantemente vigiladas por el “King” y el “Murature”.
Aquel 2 de octubre, los marinos paraguayos observaron en las zonas aledañas al puerto así como en aguas próximas, un gran despliegue de buques y aviones. Para entonces, la embajada guaraní había solicitado y obtenido del gobierno argentino el salvoconducto necesario para que Perón abandonase la Argentina y en ese sentido comenzaron los preparativos para concretar la operación lo más rápidamente posible.
Ese día, el gobierno de Asunción despachó hacia Buenos Aires al hidroavión PBY Catalina T-29 al comando del capitán Herbert Leo Nowak, a bordo del cual, Perón abandonaría definitivamente el país rumbo a esa capital. En él llegaron el contralmirante Gabriel Patiño, comandante de la Armada Paraguaya y el capitán de navío Horacio Barbita, agregado naval de la embajada argentina en Paraguay, quienes debían supervisar la operación.
Horas después, cerca de las 11.00, la lancha patrullera argentina P-81, se aproximó a la “Paraguay” llevando a bordo al embajador paraguayo, Dr. Juan R. Chaves, al flamante ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, Dr. Mario Amadeo; al agregado militar en Paraguay, general Demetrio Cardozo; al mencionado capitán de navío Horacio Barbita; al mencionado jefe del Estado Mayor Naval, capitán de navío Mario Robbio, al comandante del crucero “9 de Julio”, capitán de navío Benjamín Moritán Colman y a los oficiales de la Armada Argentina, capitán de fragata Raúl González Vergara y capitán de corbeta Abelardo Camay.
Los recién llegados pasaron a la cañonera y una vez en la cámara de oficiales, se presentaron ante Perón. El Dr. Amadeo fue el primero en hablar. Dijo que estaba allí por expresa orden del Presidente de la Nación, general Eduardo Lonardi, para garantizar la vida y la integridad del mandatario depuesto así como también, la inviolabilidad de los fueros del embajador del Paraguay y el cumplimiento del Derecho de Asilo, agregando al mismo tiempo, que la República del Paraguay había contraído la obligación de cuidar que las futuras actividades del general Perón no alterasen las amistosas relaciones entre ambos países. A ello respondió el embajador Chaves que la República Argentina, haciendo honor a sus tradiciones, había cumplido una vez más con sus compromisos internacionales y que el Paraguay iba a respetar las normas del Derecho Internacional.
Perón se despidió de la tripulación, saludando a cada uno de los oficiales y luego bajó la escalerilla en dirección a la lancha patrullera, que abordó con la ayuda del Dr. Amadeo, que lo sostuvo del brazo para que no cayera al agua. La embarcación se separó lentamente de la cañonera y se dirigió lentamente hacia el hidroavión que se mecía lentamente sobre las aguas, cerca de la “Paraguay”.
La P-81 se desplazó lentamente, sacudida por el oleaje y a escasos metros del Catalina, se detuvo. La comitiva encabezada por Perón, Chaves y Amadeo pasó a un pequeño bote de la Armada y desde allí continuó a remo, impulsado por marineros de su dotación. Los esperaban su piloto, el capitán Nowak, el copiloto, teniente Ángel Souto y el resto de la tripulación, formada por su navegante, el subteniente Edgar Usher, los mecánicos Insfrán, Escario y Díaz y la azafata Delia González que ayudaron al ex presidente a subir a bordo. Detrás de Perón hicieron lo propio el embajador Chaves, el coronel Demetrio Cardozo, el coronel Ovando, el capitán Bolgasi de la Armada Argentina, el capitán Barbita y el mayor Cialcetta junto al equipaje del ilustre asilado.

-Bienvenido a bordo, mi General - saludó el subteniente Usher sujetando a Perón por el brazo.

El ex presidente le respondió con amabilidad y a continuación, se ubicó en el asiento que le indicaban, hasta donde fue acompañado por la azafata que, inmediatamente después le alcanzó los diarios del día.
Una vez que los pasajeros estuvieron a bordo, el bote de la Armada se retiró, llevando al Dr. Amadeo de regreso a la P-81. Mientras los marineros argentinos remaban, los motores del hidroavión paraguayo comenzaron a acelerar, agitando todavía más las aguas del estuario.
Lentamente el hidroavión se alejó de la zona, para iniciar la corrida desde una posición más segura, frente a la mirada atenta de numerosos testigos. Por un momento, se temió que por causa del oleaje no pudiese remontar vuelo pero después de dos intentos, tras deslizarse 1800 metros sobre la superficie del río, se elevó lentamente y comenzó a tomar altura, rozando los mástiles de una de las embarcaciones de guerra argentinas.
Una vez en el aire, el piloto efectuó un pronunciado giro hacia la izquierda y poco después enfiló hacia el norte, en dirección a la costa del Uruguay, escoltado por dos Gloster Meteor de la Fuerza Aérea Argentina. Eran las 12.40 horas del 2 de octubre de 1955, el último capítulo de la Revolución Libertadora, llegaba a su fin.



General Eduardo Lonardi el día de su juramento como presidente de la Nación (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55)


Almirante Isaac Francisco Rojas. Vicepresidente de la Nación (1955-1958)


Puerto de Buenos Aires, 23 de septiembre de 1955, el almirante Rojas desciende del "17 de Octubre" rebautizado "General Belgrano" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Las autoridades victoriosas de la revolución, encabezadas por el general Lonardi y elalmirante Rojas, se dirigen a la Casa de Gobierno saludados por la muchedumbre (Gentileza: Fundación Villa Manuelita)


Como en los mejores días del peronismo, una multitud se concentra en Plaza de Mayo para presenciar la asunción del general Eduardo Lonardi (Gentileza: Fundación Villa Manuelita)


Otra vista de la multitud el 23 de septiembre de 1955


Damas partidarias de la revolución saludan desde un balcón de Av. Callao (Gentileza: Fundación Villa Manuelita)


Córdoba. El pueblo exterioriza su emoción (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Los cordobeses se burlan de Aloe (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Partidarios de la revolución destruyen símbolos del peronismo (Gentileza: Fundación Villa Manuelita)


El pueblo de Córdoba se congrega frente al antiguo Cabildo para celebrar la victoria (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Júbilo en las calles de Córdoba (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Desfile de la ciudadanía por las calles cordobesas (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Júbilo popular tras la caída de Perón (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Caravana antiperonista exterioriza su alegría en la ciudad de Córdoba (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Personas de todos los estratos sociales exteriorizan su euforia (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Este colectivo con la leyenda "Libres" es claro ejemplo de lo que sentía una parte importante de la ciudadanía (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Música y algarabía en calles y avenidas cordobesas (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Otro transporte público con pintadas alusivas al movimiento revolucionario. Córdoba se vistió de fiesta de la mano de un sector de la ciudadanía que repudiaba a Perón (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Como en Buenos Aires, estos jóvenes cordobeses destruyen símbolos del régimen depuesto (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Estudiantes de Medicina que se ofrecieron como voluntarios para la atención de los heridos se suman a los festejos en el centro de Córdoba (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Médicos, estudiantes y enfermeros cordobeses que atendieron a los heridos durante los enfrentamientos (Fotografía: Jorge R. Schneider)


Enfermeras y voluntarias que ofrecieron su desinteresado concurso para atender a los heridos durante los combates en Córdoba (Fotografía: Jorge R. Schneider)


El crucero "General Belgrano" (ex "17 de Octubre") amarrado en el Puerto de Buenos Aires.
Al fondo el Ministerio de Marina (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Homenaje a la memoria del capitán Eduardo Estivariz, el teniente Miguel Irigoin y el suboficial Juan I. Rodríguez el 18 de septiembre de 1956 en las afueras de Saavedra. En la fotografía el contralmirante Arturo A. Rial y el Sr. Carlos A. Mey, presidente de la comisión organizadora del acto (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


El contralmirante Rial y el Sr. Mey depositan una ofrenda floral  junto al monumento a los pilotos navales abatidos el 18 de septiembre de 1955 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Concurrencia que se dio cita frente al monolito inaugurado el 18 de septiembre de 1956 en memoria de Estivariz, Irigoin y Rodríguez (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


El contralmirante Rial descubre la placa alusiva en el monolito inaugurado en las afueras de Saavedra el 18 de septiembre de 1956 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


Parte de la concurrencia que se dio cita al acto de homenaje e inauguración del monolito alusivo. 18 de septiembre de 1956 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)



Placa conmemorativa. "Aquí recibió la Patria vuestras vidas abrasadas en el sagrado fuego de la Libertad" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)


1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón