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sábado, 4 de enero de 2025

Guerra contra la Subversión: ¿Podría repetirse la historia en Argentina hoy?

La Guerra Antisubversiva en Argentina: Tácticas antiterroristas y descentralización operativa y evolución al presente

Por Esteban McLaren



Control de rutina durante la guerra antisubversiva: Conscriptos realizan el control de documentación.


¿Se podría repetir la intervención militar para combatir a la guerrilla o el terrorismo como en los 70s en Argentina? La respuesta es con alta probabilidad no. La evolución de las formas de combatir, no solo a la guerrilla sino a fuerzas convencionales, a evolucionado de modo que pocas tropas altamente especializadas a nivel de la policía con una logística específica y muñidos de inteligencia y análisis pueden desarrollar esa tarea que comprometió a todas las fuerzas armadas en su momento. El compromiso política y judicial, en todo caso, siempre será el responsable final de la eficiencia de todas las operaciones.

Parte 1: Doctrina y operatividad de la Guerra Antisubversiva

La denominada Guerra Antisubversiva en Argentina (1976-1983) marcó un período de intensa actividad militar y de seguridad interna orientada a combatir organizaciones insurgentes consideradas terroristas por el régimen militar. Esta etapa, impulsada por la Junta Militar, se caracterizó por la adopción de tácticas antiterroristas que buscaban neutralizar a grupos armados como los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). A diferencia de otros países que adoptaron modelos más centralizados de coordinación, las operaciones argentinas se destacaron por una descentralización operativa significativa, permitiendo una autonomía notable a las unidades militares y policiales locales.

Tácticas antiterroristas en el terreno

Las tácticas antiterroristas implementadas en Argentina pueden analizarse desde tres ejes principales.

El modelo táctico argentino en la lucha contrainsurgente se construyó sobre un enfoque dual: reactivo y proactivo. Este diseño buscaba identificar, localizar y neutralizar objetivos insurgentes mediante una combinación de inteligencia precisa, operaciones directas y métodos coercitivos. La inteligencia humana (HUMINT) jugó un rol crucial en esta estrategia, con un amplio uso de informantes infiltrados y agentes dobles que penetraron las estructuras insurgentes. Gracias a estas operaciones, se lograron resultados significativos, como frustrar ataques planificados o desarticular acciones insurgentes críticas, incluyendo el conocido asalto al batallón de arsenales de Monte Chingolo, donde la anticipación y la información obtenida demostraron ser determinantes.

Sin embargo, no toda la información se obtuvo mediante infiltración. Los interrogatorios coercitivos se convirtieron en un componente oscuro pero central del esfuerzo contrainsurgente. Realizados en detenciones clandestinas, muchas veces fuera de cualquier registro oficial, estos interrogatorios emplearon métodos de tortura para extraer datos estratégicos. Este enfoque, aunque efectivo en términos operativos, permitió la identificación y neutralización de miembros clave dentro de las organizaciones insurgentes, incluidos altos mandos. Las consecuencias éticas y legales de estas prácticas siguen siendo objeto de debates históricos y políticos, pero su impacto operativo fue innegable en la desarticulación de redes rebeldes.

En los centros urbanos, la acción directa adquirió una forma particularmente agresiva con los denominados "grupos de tareas". Estas unidades, pequeñas pero altamente móviles, fueron desplegadas para llevar a cabo operaciones de asalto directo. Con precisión quirúrgica, se dedicaron a capturas, ejecuciones extrajudiciales y la desmantelación de células urbanas. Entre sus logros más destacados se encuentra la eliminación del jefe máximo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), un golpe que desarticuló significativamente la capacidad operativa de esta organización. Estas operaciones urbanas, aunque polémicas, fueron el punto culminante de una estrategia diseñada para erradicar la insurgencia con eficacia implacable.

La combinación de inteligencia, coerción y acción directa formó un esquema táctico que resultó devastador para las fuerzas insurgentes. Aunque cuestionable desde una perspectiva ética y legal, este enfoque logró su propósito operativo: desmantelar las estructuras insurgentes y neutralizar su capacidad de amenaza. No obstante, dejó un legado de tensiones sociales y dilemas morales que continúan resonando en la memoria histórica de Argentina.







En las áreas rurales de Argentina, la lucha contrainsurgente tomó un cariz implacable, modelado por tácticas que evocaban las empleadas por Estados Unidos en Vietnam. Tucumán se convirtió en el epicentro de estas operaciones durante el Operativo Independencia, un despliegue militar que, más allá de los montes tucumanos, se extendió a otras regiones rurales del país en un intento de sofocar las insurgencias. Las patrullas móviles emergieron como uno de los recursos tácticos más eficaces, pequeñas unidades que se adentraban en la espesura de la selva y los montes, rastreando a los guerrilleros y llevando la guerra hasta el corazón de sus escondites. Este enfoque, diseñado para minar la capacidad de las fuerzas insurgentes de moverse y operar con libertad, resultó devastador en muchos aspectos.

Paralelamente, la destrucción de la infraestructura logística de los insurgentes fue clave para debilitar sus capacidades operativas. Campamentos enteros eran desmantelados, redes de abastecimiento desarticuladas y arsenales clandestinos destruidos. Incluso las imprentas, símbolo de la resistencia y herramienta propagandística, eran objetivos prioritarios en esta guerra asimétrica. Cada armería destruida y cada línea de suministro cortada representaban un golpe que buscaba aislar a las fuerzas insurgentes, empujándolas al colapso operativo.

El aislamiento era una constante en esta estrategia de contrainsurgencia. Los cercos operativos se erigían como murallas invisibles pero letales alrededor de las áreas en las que los insurgentes encontraban refugio y apoyo civil. Estas operaciones, desplegadas con precisión luego de atentados, secuestros y otras acciones insurgentes, buscaban cortar todo vínculo entre los guerrilleros y las comunidades locales. En un entorno rural donde el apoyo civil era vital para la supervivencia de las fuerzas rebeldes, estos cercos demostraron ser una herramienta tan contundente como las patrullas móviles o las operaciones directas.

No obstante, la lucha no se limitó a las acciones en el terreno. El gobierno desplegó una maquinaria de propaganda y guerra psicológica que complementaba las acciones cinéticas con un sofisticado arsenal de mensajes destinados a desmoralizar a los insurgentes y consolidar el apoyo social. A través de mensajes intimidantes, exhibiciones de fuerza y narrativas diseñadas para justificar la represión, el Estado buscaba erosionar la moral de las fuerzas rebeldes mientras reforzaba el relato de la "guerra contra el terrorismo". Este esfuerzo no solo apuntaba a legitimar las operaciones militares, sino también a obtener el respaldo de sectores específicos de la sociedad, apelando a sus miedos y alineando su percepción con los objetivos del régimen.

La combinación de tácticas rurales y operaciones psicológicas en Argentina se convirtió en un ejemplo emblemático de contrainsurgencia multidimensional, donde cada patrulla en el monte y cada mensaje difundido desde los medios formaban parte de un entramado destinado a sofocar la rebelión a cualquier costo. Sin embargo, este modelo dejó un legado de lecciones y controversias, especialmente en cuanto al balance entre eficacia táctica, impacto social y respeto por los derechos humanos.


Descentralización operativa: Autonomía y fragmentación del mando

Argentina, a diferencia de otros países que optaron por enfoques centralizados como el modelo francés en Argelia, adoptó una estrategia descentralizada en su lucha contra las guerrillas. Este método otorgaba a las unidades locales la responsabilidad de planificar y ejecutar las operaciones, lo que resultó en una notable eficacia táctica. En cuestión de meses, las organizaciones guerrilleras quedaron al borde de la desarticulación operativa, un logro sin parangón en escenarios donde se emplearon estrategias más centralizadas.

La autonomía regional fue uno de los pilares de esta estrategia. Las zonas militares se dividieron en regiones estratégicas, cada una bajo un comando regional que gozaba de amplia libertad para diseñar y llevar a cabo operaciones. Este enfoque, basado en el principio militar de la Auftragstaktik, permitió respuestas rápidas y adaptadas a las necesidades locales. Sin embargo, esta descentralización también dio lugar a una falta de uniformidad en las tácticas empleadas y en los métodos de recolección de inteligencia, lo que debilitó la cohesión estratégica.

Otro elemento distintivo fue el uso de grupos de tareas compuestos por efectivos de diversas fuerzas, como el Ejército, la Policía Federal y Provincial, y la Gendarmería. Estos grupos operaban con una independencia considerable y sin una supervisión central constante. Si bien esta flexibilidad facilitó decisiones rápidas en el terreno, también incrementó los riesgos asociados a la falta de controles superiores.

La fragmentación, si bien eficaz en el nivel táctico, tuvo consecuencias de gran alcance. Aunque las acciones específicas, como capturas y eliminaciones de insurgentes, fueron ágiles y precisas, la coordinación estratégica quedó relegada, dificultando una evaluación integral de las operaciones. Además, la descentralización exacerbó los niveles de abuso de autoridad y discrecionalidad, lo que llevó a violaciones sistemáticas de los derechos humanos.

Este modelo argentino, con sus logros y controversias, ilustra el delicado equilibrio entre autonomía táctica y supervisión estratégica, dejando lecciones clave para futuras operaciones de contrainsurgencia.


Evaluación de la eficiencia militar

Desde un enfoque estrictamente militar, la estrategia argentina de contrainsurgencia logró resultados magníficos hacia el final del conflicto, desmantelando gran parte de las capacidades operativas de los grupos insurgentes. Sin embargo, esta eficacia táctica estuvo acompañada de serias limitaciones y costos que dejaron un impacto profundo en las Fuerzas Armadas y en el país.

Operativamente, la estrategia cumplió con muchos de sus objetivos. Los principales líderes insurgentes fueron neutralizados, debilitando gravemente la capacidad ofensiva de organizaciones como los Montoneros y el ERP. Las operaciones urbanas, rápidas y contundentes, se adaptaron con eficacia a los entornos complejos de las ciudades, donde la insurgencia intentaba consolidar su presencia. Estas acciones reflejaron una capacidad táctica que, en el plano inmediato, logró frenar la amenaza insurgente.

Sin embargo, a nivel estratégico, el enfoque descentralizado mostró serias fallas. La falta de coordinación centralizada limitó la capacidad de consolidar los logros operativos en un marco nacional coherente. Esta fragmentación, aunque útil en el nivel táctico, impidió articular una estrategia unificada que capitalizara las victorias locales en un resultado estratégico definitivo. Además, la autonomía otorgada a los grupos operativos fomentó un clima de impunidad y corrupción interna. Recursos valiosos se desviaron, y los esfuerzos perdieron eficacia debido a la falta de supervisión y control central.

Los costos internos de esta estrategia también fueron profundos y duraderos. El enfoque descentralizado multiplicó los abusos y ejecuciones sumarias, lo que dañó gravemente la legitimidad de las Fuerzas Armadas. Este impacto negativo se vio exacerbado tras la derrota en la guerra de Malvinas, cuando la imagen institucional ya estaba seriamente deteriorada. Además, la carencia de tropas especializadas en tácticas no convencionales obligó a emplear a conscriptos, suboficiales y oficiales con un entrenamiento limitado y muchas veces improvisado. La falta de preparación adecuada dejó brechas operativas que pudieron haberse mitigado con una fuerza más capacitada.

Los recursos dedicados a la contrainsurgencia también debilitaron otras áreas críticas de la defensa nacional. Al embarcar a las tropas en una guerra no convencional, se comprometió su preparación para enfrentar conflictos convencionales, dejando vulnerabilidades estratégicas en el ámbito militar. Además, el abandono de una legislación que permitía combatir a los insurgentes con respaldo legal socavó la legitimidad de las acciones y contribuyó a un marco operativo que, aunque efectivo a corto plazo, resultó perjudicial en el largo plazo.

En definitiva, la estrategia argentina alcanzó su objetivo inmediato de desarticular la insurgencia, pero lo hizo a un costo significativo. La falta de coordinación estratégica, los abusos cometidos y el desvío de recursos erosionaron tanto la capacidad militar como la confianza social en las Fuerzas Armadas. Este legado, a la vez eficaz y controvertido, sigue siendo una lección de los dilemas inherentes a las guerras de contrainsurgencia.


Análisis legal: Costos nacionales e internacionales

La Guerra Antisubversiva dejó un legado de costos legales y éticos para los militares argentinos. A medida que las democracias volvieron a consolidarse, tanto a nivel nacional como internacional, las tácticas utilizadas fueron condenadas.

1. Impacto nacional

  • Juicios por delitos de lesa humanidad: Con el regreso de la democracia en 1983, comenzó una serie de procesos judiciales contra oficiales y agentes involucrados en desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones extrajudiciales.
  • Reputación institucional dañada: La descentralización, que facilitó excesos y abusos, contribuyó a una deslegitimación pública de las Fuerzas Armadas.


2. Repercusiones internacionales

  • Condenas en foros internacionales: Organismos como las Naciones Unidas y la OEA señalaron que las tácticas empleadas constituían violaciones graves de derechos humanos.
  • Impacto diplomático: Argentina enfrentó aislamiento internacional durante la dictadura, lo que limitó su acceso a apoyo militar y económico.

3. Lecciones estratégicas:

La descentralización, aunque útil para responder rápidamente a amenazas insurgentes locales, demostró ser contraproducente en términos legales y éticos. En retrospectiva, un enfoque más centralizado y regulado podría haber mitigado los abusos, reduciendo los costos legales y diplomáticos a largo plazo.


Preliminares de la guerra antisubversiva

La Guerra Antisubversiva en Argentina fue un ejemplo de cómo un enfoque descentralizado puede ofrecer ventajas tácticas a corto plazo, pero generar graves consecuencias legales y éticas a largo plazo. Aunque se lograron los objetivos de neutralizar a los grupos insurgentes, las tácticas utilizadas dejaron profundas cicatrices en la sociedad argentina y comprometieron la legitimidad de las Fuerzas Armadas tanto dentro como fuera del país. La experiencia ofrece lecciones críticas para el diseño de estrategias antiterroristas modernas, donde el balance entre eficacia operativa y respeto por los derechos humanos es esencial.



Parte 2. Combatir la amenaza del terrorismo urbano en el Siglo XXI: ¿Cómo enfrentar el fantasma de los años 70?

Imaginemos por un momento un escenario que resucita las sombras de un pasado turbulento: grupos insurgentes operando en ciudades y zonas rurales, ataques selectivos contra objetivos civiles y militares, y una nación atrapada entre la necesidad de mantener el orden y el riesgo de caer en excesos. Los escenarios hoy se acercan más al narcoterrorismo (Rosario, Gran Buenos Aires, frontera con Paraguay y Bolivia), los grupos radicalizados araucanos en la Patagonia (alentados desde Chile), tal vez un amenaza del extremismo islámico (ya hemos tenido ataques del terrorismo islámico). Este escenario podría parecer arrancado de la Argentina de los años 70, pero ¿cómo enfrentaríamos hoy un desafío similar?

En ese entonces, la lucha contra el terrorismo y la guerrilla urbana en Argentina fue un torbellino de tácticas improvisadas, inteligencia fragmentada y acciones muchas veces llevadas al límite de la ley. Hoy, sin embargo, vivimos en un mundo donde la tecnología, las redes sociales y las fuerzas especiales han revolucionado la manera en que las naciones enfrentan las amenazas internas. Si una situación como la de los años 70 ocurriera hoy, la respuesta sería diferente: más precisa, más controlada, pero también más visible para el escrutinio público.

Del mismo modo, los 70s presentaron parte importante de la solución al desafío del terrorismo actual: Los equipos SWAT (Special Weapons and Tactics). La creación de fuerzas especiales comprimieron el tamaños de las secciones necesarias para combatir efectivamente elementos de insurgencia o terrorismo en el ámbito urbano.


La inteligencia, el nuevo campo de batalla

En los años 70, la inteligencia se basaba en agentes infiltrados, informantes y, tristemente, interrogatorios brutales. Era una lucha casi artesanal, donde la información se obtenía a través de redes humanas y operativos clandestinos. Hoy, la inteligencia ha evolucionado hasta convertirse en un arte dominado por algoritmos y análisis de datos.

Las herramientas modernas permiten a los gobiernos vigilar redes sociales, interceptar comunicaciones cifradas y rastrear movimientos con una precisión inimaginable hace décadas. Los analistas de inteligencia no solo dependen de espías y operativos, sino también de sistemas avanzados como Palantir, que cruzan millones de datos en tiempo real para detectar patrones de actividad sospechosa. Las redes sociales, que en los 70 ni siquiera existían, ahora son tanto una herramienta para los insurgentes como un arma para las fuerzas de seguridad. Plataformas como Twitter y Facebook pueden revelar reclutadores, simpatizantes y posibles objetivos con solo pulsar unas teclas.

Sin embargo, no se trata solo de observar; la guerra moderna también se libra en el ámbito psicológico. Las fuerzas de seguridad emplean estas mismas plataformas para sembrar desinformación entre los insurgentes, desacreditar sus narrativas y, en algunos casos, desactivar células antes de que actúen.

Las Fuerzas Especiales: Guerreros del Siglo XXI

En el pasado, Argentina dependía de "grupos de tareas" que, aunque efectivos a corto plazo, operaban con una descentralización que favoreció abusos y excesos. Hoy, los estándares han cambiado. La lucha contra el terrorismo urbano y rural recae principalmente en unidades especializadas altamente entrenadas y disciplinadas.

Equipos como el Grupo Halcón de la Policía Bonaerense o las unidades tácticas de la Policía Federal Argentina han evolucionado para convertirse en los escudos contra estas amenazas. Inspirados en modelos internacionales como los SWAT estadounidenses o el GIGN francés, estas fuerzas operan bajo estrictos protocolos y con una precisión quirúrgica. Cada policía provincial cuenta con un grupo de fuerzas especiales análogo.

El enfoque entonces ya no es lanzar una red amplia, sino realizar operaciones específicas, basadas en inteligencia sólida y con un claro objetivo: neutralizar amenazas con el menor daño colateral posible. En casos extremos, donde el terrorismo supera la capacidad de estas fuerzas—como cuando hay armas pesadas involucradas—la Gendarmería o incluso el Ejército pueden apoyar, pero siempre bajo un marco legal claro.

Ejemplos de grupos especiales provinciales

Como ya mencionó, el Grupo Halcón, formalmente denominado División de Seguridad Especial Halcón, es la unidad de operaciones especiales de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Fundado en 1986 como el Grupo de Operaciones Especiales (GOE), su creación estuvo a cargo del comisario Julio César y el oficial principal Claudio Rafael Pereyra. Inicialmente, sus miembros fueron entrenados con estándares internacionales, incluyendo formación con equipos SWAT en el extranjero.

 

El grupo tuvo su bautismo de fuego en el copamiento del cuartel de La Tablada, evento que consolidó su reputación. En 1996, se renombró formalmente como División Especial de Seguridad Halcón (DESH). Con una estructura compuesta por 75 comandos divididos en equipos tácticos de 15 miembros, cada grupo incluye especialistas en francotiradores, explosivos, negociación, medicina táctica, inteligencia y comunicación, además de personal de asalto.

Reconocido como una de las fuerzas especiales de mayor nivel en América Latina, el Grupo Halcón mantiene una rigurosa selección y capacitación de su personal, reflejada en su distintivo brevet azul de comando. Esta unidad sigue siendo un referente en la resolución de situaciones de alto riesgo, como tomas de rehenes y operaciones tácticas complejas.

 

La Compañía de Tropas de Operaciones Especiales (TOE) es la unidad de élite de operaciones especiales de la Policía de la Provincia de Santa Fe, Argentina. Su origen se remonta a 1987, cuando se llevó a cabo el primer Curso de Adiestramiento Policial Especial (CAPE). Posteriormente, el 4 de mayo de 1990, se formalizó la creación de la unidad bajo la denominación de Tropas de Operaciones Especiales (TOE).

Esta fuerza depende directamente del Jefe de la Policía de la Provincia y se desarrolló a partir de un análisis exhaustivo de reglamentos y tácticas utilizadas por unidades de operaciones especiales de renombre internacional. Entre estas se encuentran la GSG-9 (Alemania), RAID (Francia), GEO y BBT (España), FBI y SWAT (Estados Unidos), SAS (Reino Unido) y BOPE (Brasil). Los miembros de la TOE han recibido una capacitación intensiva en centros internacionales destacados, como el NCIS del Reino Unido y el Yamam de Israel, así como formación especializada en múltiples países de América Latina.

El alto nivel de organización e instrucción logrado permite a la TOE ejecutar una amplia gama de operaciones, que incluyen misiones de seguridad, investigaciones científicas, resolución de situaciones con rehenes, custodia de personalidades VIP, operaciones en montes, islas y mediante transporte aéreo, además de manejo de atentados con explosivos. Su versatilidad y preparación la posicionan como una de las unidades más completas y especializadas en su ámbito.

El Equipo de Tácticas Especiales Recomendable (ETER) de la Policía de la Provincia de Córdoba, creado el 19 de febrero de 1985, es una unidad de élite destinada a garantizar la custodia y seguridad de dignatarios provinciales, así como de funcionarios y personalidades nacionales e internacionales. Su labor se extiende a la resolución de situaciones de crisis como atentados terroristas, tomas de rehenes, secuestros, tiradores activos y sujetos parapetados.

Entre sus principales funciones también se encuentran la ejecución de allanamientos de alto riesgo y misiones especiales encomendadas por la Jefatura de Policía. Su misión central es resolver situaciones críticas manteniendo el orden público y la seguridad ciudadana, con un enfoque prioritario en la protección de la vida y la integridad física de todos los involucrados.

El ETER dispone de un equipo de Negociadores especializado para abordar incidentes de crisis y cuenta con personal altamente entrenado y equipado con recursos adaptados a cada tipo de operación. Su rápida respuesta y profesionalismo lo convierten en un pilar fundamental para enfrentar emergencias que demandan intervención táctica especializada.

El Grupo de Operaciones Especiales (GOE) de la Provincia de Misiones fue creado en 1993 por iniciativa del Ministerio del Interior Nacional y bajo disposición del Ministerio de Gobierno, con respaldo de la Jefatura de Gobierno. Su misión principal es intervenir en la provincia de Misiones cuando las fuerzas policiales regulares, como comisarías y comandos radioeléctricos, no pueden manejar situaciones de alto riesgo.


El GOE está diseñado para actuar en escenarios complejos que requieren técnicas y tácticas especializadas, como rescates de rehenes, recuperación de buses, aeronaves o instalaciones, y operaciones en entornos urbanos o selváticos. Su personal está altamente capacitado en áreas como buceo táctico, manejo de explosivos, tiro especializado, rescate en altura, andinismo y supervivencia en el monte, entre otras.

La doctrina de instrucción del GOE se basa en métodos internacionales adquiridos a través de cursos realizados en Argentina y países vecinos. Su personal ha recibido formación en fuerzas de élite como el GATE de Brasil, la FOPE de Paraguay, y el GOPE de Chile, además de un entrenamiento especializado con el equipo SWAT del Departamento de Policía de Los Ángeles, en Estados Unidos. Esta preparación internacional asegura su capacidad para enfrentar las más diversas y exigentes situaciones.

Israel: Un modelo para aprender

Pocos países han enfrentado el terrorismo con tanta intensidad como Israel. Su experiencia contra grupos como Hamas y Hezbollah ha marcado el camino para las naciones que buscan perfeccionar sus estrategias.

Israel combina la tecnología más avanzada con una táctica clásica: la anticipación. Sus drones vigilan sin descanso, sus satélites identifican movimientos sospechosos, y sus unidades especiales, como Yamam, actúan con velocidad y precisión en los entornos más desafiantes. En Gaza, por ejemplo, los ataques quirúrgicos combinan bombardeos de precisión con incursiones terrestres para minimizar el impacto en la población civil.

En el sur del Líbano, Hezbollah ha construido túneles y escondites armados con cohetes de largo alcance. Israel responde con una mezcla de inteligencia satelital y fuerzas de comando para destruir estos puntos antes de que se conviertan en una amenaza real. El éxito de esta estrategia radica en su enfoque integrado, donde cada operación está respaldada por datos, tecnología y entrenamiento superior.


¿Cómo prepararnos para el futuro?

El mundo actual nos enseña que combatir el terrorismo no se trata solo de fuerza bruta. Requiere planificación, tecnología y, sobre todo, una clara delimitación de responsabilidades. En Argentina, una estrategia moderna debe priorizar:

  1. Fortalecer unidades especializadas:

    • Expandir y equipar grupos como el Grupo Halcón y otras fuerzas especiales así como a las fuerzas tácticas de la Policía Federal.
    • Entrenar a la Gendarmería y Prefectura para manejar entornos rurales y fronterizos, donde las células terroristas podrían refugiarse. El grupo Alacrán y Albatros, respectivamente, ya tienen experiencia en tareas de golpes de mano y acciones complejas.
  2. Inversión en inteligencia:

    • Crear un centro nacional para analizar redes sociales, interceptar comunicaciones y coordinar información en tiempo real.
    • Incorporar sistemas avanzados de análisis como Inteligencia Artificial y Big Data para detectar amenazas emergentes.
  3. Rol militar limitado:

    • Reservar el uso del Ejército para escenarios excepcionales donde las fuerzas policiales sean insuficientes, como en el caso de amenazas con armamento pesado.
    • Mantener un mando centralizado y transparente para evitar los errores del pasado.
  4. Colaboración internacional:

    • Aprender de los modelos israelíes y europeos, participando en programas de entrenamiento conjunto.
    • Integrar a Argentina en redes internacionales de intercambio de inteligencia para anticiparse a posibles amenazas globales.

Un futuro en guardia

Si algo nos enseñan los conflictos pasados y presentes es que la lucha contra el terrorismo nunca se detiene. Sin embargo, hoy contamos con las herramientas y el conocimiento para enfrentar estas amenazas de manera más efectiva, respetando los derechos humanos y limitando el impacto social y político. No es necesario la intervención directa de las fuerzas militares en un conflicto antiterrorista salvo que estas fuerzas ilegales adquieran equipamientos y tácticas que superen a las fuerzas especiales de las fuerzas de seguridad. Lo que sería necesario es ampliar la creación y disposición de unidades de fuerzas especiales provinciales para control local de estos conflictos.
Otro camino paralelo y necesario es la creación de unidades de combate del crimen especializadas, en áreas muy puntuales como la inteligencia (digital y de campo), equipos antisecuestro, policía científica, entre otros.
Argentina tiene la oportunidad de aprender del pasado y construir una estrategia que proteja a su población sin repetir los errores de épocas oscuras. El enemigo puede cambiar, pero la clave siempre será adelantarse a sus movimientos.



miércoles, 1 de enero de 2025

Teoría de la guerra: Libros que acercan a von Clausewitz al presente

¿Qué autores modernos aumentan el conocimiento de la guerra partiendo de von Clausewitz?



El legado de Carl von Clausewitz: La guerra desentrañada

Cuando Carl von Clausewitz escribió su obra maestra, "De la guerra", probablemente no imaginó el impacto universal que tendría en el pensamiento militar, político y filosófico. Su trabajo, más que una guía técnica, es un viaje profundo hacia el alma de la guerra, explorando no solo las tácticas y estrategias, sino también los hilos invisibles que conectan la guerra con la política, la psicología y la humanidad misma.

Clausewitz vivió en un mundo sacudido por las guerras napoleónicas, testigo de una Europa en constante transformación. En ese contexto, concibió su teoría de la guerra como algo más que enfrentamientos armados: una extensión de la política por otros medios. Este concepto, conocido como la "continuidad entre política y guerra", rompió con la visión tradicional de la guerra como una actividad aislada, presentándola como un fenómeno que emana directamente de los objetivos y ambiciones humanas.

Más allá de las tácticas: el "genio militar"

Lo fascinante de la obra de Clausewitz es su capacidad para navegar entre lo técnico y lo abstracto. Introdujo el concepto del "genio militar", esa figura excepcional capaz de operar en medio de la "niebla de la guerra", un término que describe la incertidumbre y el caos inherentes a los conflictos. Para Clausewitz, un comandante exitoso no es solo alguien que sigue reglas al pie de la letra, sino un líder que comprende cuándo romperlas, que sabe adaptarse y aprovechar lo impredecible (Auftragstaktik).

La "niebla" y la fricción

Otro de los legados más perdurables de Clausewitz es su descripción de la guerra como un fenómeno marcado por la "fricción": esas pequeñas fallas, errores y circunstancias imprevistas que pueden cambiar el rumbo de una batalla. Este enfoque realista y crudo contrasta con los ideales de perfección que a menudo dominaban la literatura militar de su época. Para Clausewitz, la guerra nunca es limpia ni predecible, y reconocer esto es clave para entender su verdadera naturaleza, de ahí la niebla de la guerra (fog of war).

Relevancia moderna

Aunque escribió en el siglo XIX, Clausewitz sigue siendo una referencia ineludible en academias militares y círculos políticos de todo el mundo. Su énfasis en la interacción entre los objetivos políticos y las acciones militares resuena especialmente en un mundo donde los conflictos no solo se libran en campos de batalla tradicionales, sino también en arenas diplomáticas, económicas y cibernéticas.

Carl von Clausewitz no solo desentrañó la mecánica de la guerra; iluminó su esencia. Su obra invita no solo a los estrategas, sino a todos los pensadores, a reflexionar sobre la relación entre el conflicto y la condición humana, revelando que, en su núcleo, la guerra no es solo un choque de armas, sino un diálogo feroz y apasionado entre los objetivos humanos.


Seguidores de la obra de von Clausewitz

Varios teóricos y estrategas militares modernos han realizado contribuciones significativas al entendimiento de la guerra, ampliando o desafiando las teorías de Carl von Clausewitz. A continuación, se presentan algunas figuras clave:

  1. John Boyd: Conocido por su ciclo OODA (Observar, Orientar, Decidir, Actuar), las teorías de Boyd enfatizan la agilidad, la rapidez en la toma de decisiones y la adaptabilidad en las operaciones militares, especialmente en el combate aéreo. Sus ideas sobre la guerra de maniobras y los ciclos de decisión han influido en las tácticas militares modernas, particularmente en el contexto de la guerra impulsada por la tecnología moderna.

  2. Martin van Creveld: En su libro "The Transformation of War", desafía la visión centrada en el Estado de la guerra descrita por Clausewitz. Van Creveld sostiene que la guerra moderna ha cambiado de los conflictos entre Estados-nación a la guerra irregular, donde los actores no estatales y las tácticas de guerrilla juegan un papel más central. Esta teoría ha cobrado importancia con el aumento de las insurgencias y el terrorismo.


     

  3. Colin S. Gray: Como estratega, Gray ha escrito extensamente sobre el concepto de cultura estratégica, y sus obras argumentan la necesidad de una comprensión integral de la guerra que incluya tanto los niveles operativos como estratégicos. Ofrece críticas y expansiones sobre las teorías de Clausewitz, destacando la importancia de los factores culturales y psicológicos en la guerra.


     

  4. Antoine Bousquet: En su libro "The Scientific Way of Warfare", Bousquet proporciona un marco moderno para comprender la guerra en términos de teoría de sistemas y cibernética, una desviación de la visión más mecanicista de Clausewitz sobre la guerra. Bousquet examina cómo el avance de la tecnología de la información y la guerra en red ha cambiado la naturaleza de la estrategia militar.

     


  5. David Kilcullen: Experto en contrainsurgencia, el trabajo de Kilcullen en libros como "The Accidental Guerrilla" y "Counterinsurgency" ofrece ideas sobre los conflictos modernos donde los actores no estatales y las insurgencias son predominantes. Sus ideas sobre la estrategia de contrainsurgencia proporcionan una actualización práctica a las teorías de Clausewitz en el contexto de la guerra del siglo XXI.

     


Estos teóricos han abordado diferentes aspectos de la guerra moderna, como la toma de decisiones, la guerra irregular y la influencia de las nuevas tecnologías, áreas que amplían o se desvían de la obra fundamental de Clausewitz De la Guerra.

Aquí te incluyo los enlaces a las páginas de los libros mencionados:

  1. John Boyd - OODA Loop
  2. Martin van Creveld - The Transformation of War
  3. Colin S. Gray - The Future of Strategy
  4. Antoine Bousquet - The Scientific Way of Warfare
  5. David Kilcullen - The Accidental Guerrilla

Si necesitas más detalles o enlaces directos a versiones digitales específicas, se pueden publicar más a pedido en los comentarios.

domingo, 20 de octubre de 2024

Infantería: Potencia de fuego del infante a fines del siglo 19

Potencia de fuego de la infantería de finales del siglo XIX

Weapons and Warfare






Un oficial francés, el coronel Ardant du Picq, más que la mayoría, percibió que las altas cadencias de fuego y el largo alcance de las armas modernas significaban que la batalla en orden cerrado ya no era posible:

El combate antiguo se libraba en grupos muy juntos, en un espacio pequeño, en campo abierto, a la vista de los demás, sin el fuerte ruido de las armas actuales. Los hombres en formación marchaban hacia una acción que tenía lugar en el lugar y no los alejaba miles de pies del punto de partida. La vigilancia de los líderes era fácil, la debilidad individual se controlaba de inmediato. La consternación general por sí sola causaba la huida.

Hoy en día, la lucha se lleva a cabo en espacios inmensos, a lo largo de líneas finas que se rompen a cada instante por los accidentes y obstáculos del terreno. Desde el momento en que comienza la acción, tan pronto como hay disparos de fusil, los hombres se dispersan como tiradores o, perdidos en el inevitable desorden de la marcha rápida, escapan a la supervisión de sus oficiales superiores. Un número considerable de ellos se ocultan, se alejan del combate y disminuyen en la misma medida el efecto material y moral y la confianza de los valientes que quedan. Esto puede provocar la derrota.


Concluyó que las antiguas formas de combate en orden cerrado deben ser reemplazadas, argumentando que

El combate requiere hoy, para dar los mejores resultados, una cohesión moral, una unidad más vinculante que en cualquier otro momento. Es tan cierto como claro que, si no se desea que los lazos se rompan, hay que hacerlos elásticos para fortalecerlos.

Su conclusión táctica fue que la infantería debería luchar en orden abierto en el que pudiera maximizar la eficacia de sus armas y protegerse del fuego enemigo:

Los fusileros colocados a mayores intervalos estarán menos desconcertados, verán más claramente, estarán mejor vigilados (lo que puede parecer extraño) y, en consecuencia, dispararán mejor que antes.

Había visto a los hombres bajo fuego, había comprendido sus acciones y argumentó que su instinto de buscar refugio de la tormenta de fuego era correcto, pero que necesitaba ser controlado y organizado:

¿Por qué el francés de hoy, en singular contraste con el [antiguo] galo, se dispersa bajo el fuego? Su inteligencia natural, su instinto bajo la presión del peligro lo lleva a desplegarse. Su método debe ser adoptado… debemos adoptar el método del soldado y tratar de poner algo de orden en él.


Du Picq, quien fue asesinado en 1870 al comienzo mismo de la guerra franco-prusiana, ofreció un brillante análisis de los problemas planteados por la nueva potencia de fuego. Pero las potencias europeas encontraron la manera de resolver el problema a través de la dura experiencia, particularmente en las guerras de unificación alemana que enfrentaron a Prusia contra Austria (1866) y Francia (1870-1). En 1815, Alemania se había convertido en una confederación de treinta y nueve estados y ciudades individuales, dominada por Prusia en el norte y Austria en el sur. El año 1848 planteó la perspectiva de una unión plena del pueblo alemán. Mientras Austria y Prusia se unían contra el espectro del liberalismo, se convirtieron en rivales por el liderazgo en Alemania. Las tensiones subsiguientes inevitablemente preocuparon profundamente a Francia, cuyos gobernantes temían un estado fuerte en su frontera oriental. Bajo Bismarck, ministro-presidente prusiano después de 1862, Prusia jugó la carta nacional. En 1866, las tensiones entre Prusia y Austria estallaron en guerra.



El sistema militar prusiano había sido reformado a fondo después de que Napoleón lo aplastara en Jena en 1806. El acontecimiento crucial fue el crecimiento de un Gran Estado Mayor, incorporado por ley en 1814. Se seleccionaron oficiales brillantes para lo que era efectivamente una hermandad militar, encargados del estudio continuo del arte de la guerra y de la elaboración y revisión de planes. Esencialmente un sistema de gestión, a la larga demostró ser brillantemente adecuado para controlar ejércitos grandes y complejos. El Estado Mayor prusiano, gracias a su éxito en las guerras de 1866 y 1870-1, adquirió un enorme prestigio y una influencia decisiva en los asuntos militares. Los oficiales del Estado Mayor formaban grupos especializados, como los que se ocupaban de los ferrocarriles, y eran hábiles para detectar formas en que la nueva tecnología podía adaptarse para usos militares. En última instancia, cada general al mando de un ejército tenía un jefe de Estado Mayor que tenía derecho a apelar si no le gustaban los planes de su superior. Para evitar que estos oficiales perdieran el contacto con la realidad militar, se les rotaba a través de períodos regulares de servicio en regimientos de línea. El Estado Mayor prusiano presidía un ejército de 300.000 hombres reclutados mediante una forma de reclutamiento altamente selectiva. Estos estaban respaldados por 800.000 reservistas, cada uno de los cuales a la edad de 32 años pasaba a la milicia o Landwehr, que solo sería convocada en caso de emergencia. En 1859, Prusia había intentado moverse para apoyar a Austria contra Francia, pero la movilización de los alemanes fue un fracaso. El ejército austríaco no había logrado una rápida concentración, por lo que el Estado Mayor prestó especial atención al uso de los ferrocarriles para que las tropas pudieran llegar rápidamente al frente. Al mismo tiempo, los batallones de reserva y regulares estaban firmemente adscritos a los distritos militares locales, de modo que ambos se conocían.

En 1866, las tensiones entre Prusia y Austria por el liderazgo de Alemania condujeron a la guerra. Prusia tenía sólo la mitad de la población de su adversario y los austríacos contaban con un ejército de reclutas de larga data de 400.000 hombres que, en teoría, podrían atacar primero en territorio enemigo. Sin embargo, el ejército austríaco no podía concentrarse rápidamente porque sus unidades se utilizaban para la seguridad interna, estaban tan dispersas que los hombres siempre eran extraños para la gente que guarnecían. De este modo, Prusia tuvo tiempo de convocar a sus reservas y tomar la iniciativa bajo el mando de Helmuth von Moltke. Además, la ventaja numérica austríaca se vio parcialmente anulada porque Prusia se alió con Italia, lo que obligó a Austria a enviar un ejército allí. En Italia, en 1859, las fuerzas austríacas no habían logrado implementar tácticas de potencia de fuego y se habían visto abrumadas por los ataques directos (y muy costosos) franceses. Ahora estaban armados con un buen fusil Lorenz de avancarga, pero pensaban que debían mantener unidas a sus tropas en grandes unidades que estuvieran entrenadas para lanzar cargas con bayoneta. Además, conscientes de la insuficiencia de su cañón en Italia, los austríacos habían comprado una excelente artillería estriada de retrocarga.



Moltke envió tres ejércitos a lo largo de cinco vías férreas para atacar Austria a través de Bohemia, para concentrarlos contra la fuerza principal del enemigo. Al final, dos de estos ejércitos se enfrentaron a los austríacos en su posición fuerte y parcialmente fortificada en Sadowa/Königgrätz el 3 de julio de 1866. Cada bando tenía unos 220.000 hombres. La lucha fue feroz, pero los prusianos resistieron hasta que llegó su tercer ejército para obtener la victoria. Las tácticas de infantería prusianas fueron la revelación de Sadowa. En 1846, el ejército prusiano había adoptado un fusil de retrocarga, el cañón de aguja Dreyse. Este tenía una cadencia de disparo potencial de unos cinco disparos por minuto y podía cargarse y dispararse desde la posición boca abajo. El Dreyse fue despreciado por otros ejércitos: carecía de alcance porque el sello de gas en la recámara era inadecuado y se temía que una cadencia de fuego tan alta animara a los soldados a desperdiciar su munición antes de cargar contra el enemigo, sobrecargando así las líneas de suministro. En Sadowa, la artillería austríaca causó muchos daños, pero el fuego rápido del Dreyse a corta distancia acabó con los austríacos, cuyas fuerzas estaban agrupadas en grandes unidades cerradas, muy vulnerables a este tipo de tormenta de fuego. El coronel británico G.F.R. Henderson comentó que los prusianos no cargaban con la bayoneta hasta que el enemigo había sido destruido por la fusilería: “Los alemanes dependían del fuego, y sólo del fuego, para vencer la resistencia del enemigo: la carga final era una consideración completamente secundaria”.

A pesar de lo importante que fue el Dreyse, la verdadera clave para la victoria era táctica y organizativa. Moltke, como Clausewitz, comprendió la fluidez de la batalla y el problema del control:

Son diversas las situaciones en las que un oficial tiene que actuar basándose en su propia visión de la situación. Sería un error si tuviera que esperar órdenes en momentos en los que no se pueden dar. Pero sus acciones son más productivas cuando actúa dentro del marco de la intención de su comandante superior.

Desarrolló lo que más tarde se llamaría la doctrina de tácticas de misión (Auftragstaktik), según la cual los oficiales subordinados, incluso hasta el nivel de pelotón, recibían instrucciones sobre las intenciones del comandante general, pero se les dejaba que encontraran su manera de lograr este fin. En Sadowa, los prusianos hicieron valer su potencia de fuego de infantería al acercarse al enemigo en terrenos boscosos donde la potente artillería austríaca no podía alcanzarlos. Esto les permitió disparar contra las apretadas filas austríacas mientras sus oficiales subalternos los conducían por los flancos enemigos. El fuego y el movimiento fueron la solución al enigma tan hábilmente propuesto por du Picq.

Esto fue posible porque los oficiales subalternos del ejército prusiano estaban completamente entrenados y comprendían la necesidad de aceptar la responsabilidad por el progreso de sus soldados, y los oficiales de estado mayor rotaban por las unidades de combate y comunicaban lo que querían los comandantes superiores. Además, en el núcleo del ejército prusiano había un excelente cuerpo de suboficiales de largo plazo muy capaces de apoyar a sus oficiales. En Sadowa, los austríacos sufrieron 6.000 muertos, más de 8.000 heridos y aproximadamente la misma cantidad de desaparecidos, y concedieron 22.000 prisioneros. Los prusianos perdieron 2.000 muertos y 6.000 heridos. Austria firmó la paz casi inmediatamente y Prusia se apoderó de todos los estados del norte de Alemania, mejorando enormemente su capacidad militar. La lección obvia de Sadowa fue la potencia de fuego. El mariscal de campo austríaco Hess articuló otra muy claramente: "Prusia ha demostrado de manera concluyente que la fuerza de una fuerza armada deriva de su preparación. Las guerras ahora suceden tan rápidamente que lo que no está listo al principio no estará listo".

Con el tiempo… y un ejército preparado es dos veces más poderoso que uno medio preparado. El principio de atacar primero se convertiría en un artículo de fe entre los estados mayores de Europa en los años hasta 1914.

El ascenso de Prusia amenazaba a la Francia de Napoleón III. El sobrino del gran Napoleón había aprovechado la turbulencia de la Segunda República para tomar el poder y declarar el Segundo Imperio en 1852. Defendía, sobre todo, el dominio de Francia en los asuntos europeos. La victoria prusiana en 1866 fue, por tanto, un golpe a los cimientos mismos del régimen, y todos los partidos de la vida pública francesa consideraron a partir de entonces la guerra con Prusia como inevitable. Esto centró la atención en el ejército francés, un cuerpo de reclutas de largo plazo muy parecido al austríaco pero con mucha más experiencia de combate. Sin embargo, carecía de una fuerza de reserva, mientras que los oficiales y suboficiales franceses disfrutaban de bajos salarios y estatus y sufrían un sistema de ascensos estreñido. Había un Estado Mayor, pero sus oficiales formaban una pequeña élite que tenía poco que ver con el ejército en su conjunto. En todos los niveles hubo una ausencia de iniciativa, en parte porque Napoleón, aunque carecía de una verdadera capacidad militar, cultivó el «mito napoleónico» del líder heroico y omnipotente.

En reacción a Sadowa, los franceses adoptaron un nuevo fusil de retrocarga, el chassepot. Este tenía un excelente mecanismo de recámara que duplicaba tanto la cadencia de tiro como, a 1.200 metros, el alcance efectivo del Dreyse. Sorprendentemente, se desarrolló la metrailleuse, una ametralladora rudimentaria, pero estaba rodeada de una seguridad tan estricta que las tropas nunca pudieron integrarla en sus tácticas. Debido a que estas armas eran costosas, el cañón de ánima lisa de Napoleón de 1859 siguió siendo la pieza de artillería dominante. En 1868 se aprobó una ley para crear una reserva cuyos miembros acabarían pasando a formar parte de una milicia territorial, la garde mobile. Pero Napoleón era impopular, la Asamblea Legislativa obstruyó la ley y, por lo tanto, el sistema apenas funcionaba en 1871.

Los franceses decidieron que, tácticamente, las nuevas armas favorecían la defensa, por lo que agruparon a los soldados en grandes unidades sólidas para producir una potencia de fuego masiva, negando cualquier flexibilidad a los comandantes locales y dejando a las unidades expuestas al riesgo de ser flanqueadas; de hecho, el sistema francés estaba altamente centralizado y dependía de la voluntad y la capacidad del emperador. Peor aún, a pesar de las intenciones y los pronunciamientos belicosos, no se hicieron planes reales para la guerra contra Prusia. Esto anuló la ventaja clave de un ejército permanente, que podía atacar primero antes de que un enemigo que dependía del reclutamiento pudiera reunir sus fuerzas. Además, el ejército francés estaba muy disperso. Sus tropas se utilizaban para la seguridad interna, por lo que las unidades se dispersaron y no se les permitió servir en sus áreas de origen.

Cuando estalló la guerra en 1871, los franceses planearon movilizar y concentrar sus ejércitos en la frontera de Metz y Estrasburgo, pero la planificación del Estado Mayor fue inútil. Las carreteras y vías férreas congestionadas y la escasa atención a la logística convirtieron este proceso en una pesadilla. A finales de julio, cuando Napoleón llegó a Metz para asumir el mando, apenas habían llegado 100.000 de los 150.000 soldados, y sólo 40.000 de los 100.000 habían llegado a Estrasburgo. El sistema de reserva funcionaba tan lentamente que no había apoyo para los regulares, mientras que la guardia móvil carecía por completo de entrenamiento, equipamiento y, en algunos lugares, era abiertamente desleal. Los suministros de pan y otros artículos esenciales fallaron, mientras que hubo indisciplina e incluso quejas explícitas contra el régimen. Pero tal vez el factor clave en la propagación de la desmoralización fue que, en ausencia de planes, Napoleón vacilaba.

Los franceses habían proyectado originalmente un avance hacia la delicada unión entre el norte y el sur de Alemania. Luego pasó a primer plano la idea de una postura defensiva para repeler un ataque prusiano. La esperanza de una intervención austríaca, tal vez apoyada por los estados del sur de Alemania que detestaban a Prusia, llevó al establecimiento de fuerzas poderosas en Estrasburgo. Esta fuerza, bajo el mando del mariscal Maurice MacMahon, estaba bastante aislada de la fuerza principal de Napoleón en torno a Metz por las montañas de los Vosgos. Los comandantes superiores de Napoleón no tenían claro cuál de estas opciones, si es que había alguna, se iba a adoptar, ya que ninguna de ellas había sido debidamente pensada y planificada. Esa vacilación se contagió rápidamente a los soldados, pues los ejércitos son muy sensibles a ese tipo de dudas. Aquí, pues, había un ejército sin estrategia, dirigido por un gobernante vacilante atormentado por una dolorosa enfermedad pero muy consciente de que su régimen necesitaba el éxito militar.

En cambio, los prusianos eran devotos creyentes de la velocidad y su planificación permitió a Moltke enviar tres ejércitos a la frontera, donde la inacción francesa les permitió organizarse con tranquilidad. Estaban respaldados por un flujo constante de reservas, de modo que las fuerzas prusianas superaron rápidamente en número a las francesas. El proceso de concentración no fue perfecto en absoluto y el traslado de tropas y suministros fuera de la estación principal provocó congestión. Para ambos ejércitos, la frontera con sus colinas y ríos planteó problemas considerables. Moltke dirigió Sadowa, Moltke había ordenado que sus fuerzas superiores se unieran a las de los franceses. Desde Sadowa, había sistematizado las tácticas de modo que la fuerza de ataque estándar era ahora la compañía de 250 hombres. Además, Moltke había observado las fuertes pérdidas infligidas a su infantería por la artillería austríaca y había comprado cañones estriados Krupp. No se sabía cuál era la mejor manera de utilizarlos, pero en su mayoría se colocaron cerca del frente para apoyar a la infantería. Al final de la batalla de Sadowa, los austríacos habían lanzado una carga de su caballería pesada para cubrir su retirada, pero fue destrozada por el fuego de los fusiles. Como consecuencia, la caballería prusiana estaba ahora muy bien entrenada para un papel activo en el reconocimiento, que desempeñó con gran eficacia.

El primer encuentro de la guerra, en Wissembourg el 4 de agosto de 1870, marcó el modelo. El príncipe heredero de Prusia, con 60.000 hombres y 144 cañones, se topó con una única división de 8.000 franceses con doce cañones, bien atrincherados y protegidos por los edificios de la ciudad. Los ataques frontales contra el intenso fuego de los cañones de la infantería francesa, bien atrincherada, le costaron caro a los prusianos. Sin embargo, la artillería prusiana avanzó para bombardear las posiciones francesas; los pocos y desbordados cañones franceses no pudieron responder. Esto permitió a la infantería prusiana trabajar alrededor de los flancos franceses y forzar una retirada. Pero contra una única división, los prusianos sufrieron 1.500 bajas, casi tantas como contra un vasto ejército austríaco en Sadowa, aunque infligieron 2.000. Al final, salieron victoriosos en cinco batallas importantes. El fracaso del mando francés es más que evidente, ya que incluso en la única ocasión en que no se vieron superados en número, no lograron ganar.

No se puede decir que el nivel de mando de ambos bandos fuera muy alto. El 18 de agosto, en Gravelotte, 30.000 prusianos atacaron las hileras de trincheras que se elevaban hasta Saint Privat: avanzaron en una formación que prácticamente era la del siglo XVIII: una delgada línea de escaramuza sucedida por medios batallones respaldados en una tercera línea por batallones concentrados. Demasiados oficiales superiores eran simplemente anticuados o desconfiaban de los nuevos métodos de Auftragstaktik, que Moltke había aplicado en Sadowa. A los pocos minutos de lanzar su asalto, habían perdido 5.000 hombres. Poco a poco, pequeñas unidades al mando de oficiales subalternos se desplegaron, ampliando y adelgazando la línea de ataque, mientras veintiséis baterías de artillería de campaña bombardeaban las posiciones francesas, que fueron capturadas, causando 8.000 bajas. Alrededor del 70 por ciento de las bajas alemanas fueron causadas por fuego de fusil, pero aproximadamente la misma proporción de bajas francesas fueron causadas por proyectiles explosivos. Los franceses nunca adaptaron realmente sus tácticas al agresivo ataque de la artillería prusiana. Sus comandantes estaban paralizados por un estricto control central y eran reacios a tomar cualquier iniciativa que en ocasiones podría haberles arrebatado la victoria. En Mars-la-Tour, el 18 de agosto, el general Cissey vio una oportunidad de destruir a los prusianos y ordenó a sus hombres que formaran columnas de ataque, pero ellos se negaron, reflejando su desconfianza hacia el alto mando que no había desarrollado métodos sensatos de ataque.

Los prusianos aislaron a Napoleón III y su ejército en Metz, luego llegaron a París el 19 de septiembre, donde Napoleón había sido derrocado y Gambetta había formado un nuevo Gobierno de Defensa Nacional francés que se negó a rendirse. Como resultado, la ciudad fue bombardeada y después de la capitulación de Metz el 29 de octubre, se estableció un asedio cerrado. Un gran número de reservistas franceses nunca llegaron al frente activo. Concentrados en el Loira, amenazaron al ejército prusiano allí e incluso lograron reconquistar Orleans el 10 de noviembre. Pero finalmente París se hundió en la hambruna y el 28 de enero de 1871 se acordó un armisticio que condujo a la paz. La Nueva República intentó librar una guerra popular llamando a todos los hombres a las armas, y los prusianos sufrieron algunas bajas a manos de una abigarrada mezcla de francotiradores, civiles, desertores e irregulares que disparaban a los invasores. Pero el pueblo francés no veía sentido en continuar una guerra perdida y se negó a apoyarla, por lo que nunca se desarrolló una guerra de guerrillas.

La guerra franco-prusiana produjo un cambio dramático en el equilibrio de poder en Europa, simbolizado por la proclamación del Imperio Alemán en Versalles el 18 de enero de 1871. El nuevo Reich se convirtió en la potencia europea dominante. Esto fue un triunfo para la profesionalidad del ejército prusiano y sus tácticas agresivas. A primera vista, un ejército europeo bien entrenado había demostrado dos veces en cinco años que podía llevar la guerra a una conclusión rápida y exitosa. El papel del Estado Mayor había sido vital y, como resultado, fue ampliamente copiado. Pero los problemas logísticos del ejército alemán en 1866 y 1871 habían sido bastante importantes y los soldados a menudo habían terminado buscando comida, con resultados nefastos para el campo que tenían a su merced. Pero estas guerras se libraron cerca de bases en un continente con buenas comunicaciones y durante períodos cortos.


miércoles, 11 de septiembre de 2024

Liderazgo de tropas mecanizadas: Ejemplo de 6 ejércitos OTAN



Liderazgo en la infantería mecanizada: Enfoques en los Ejércitos Holandés, Danés, Sueco, Británico, Francés y Estadounidense

Por Esteban McLaren
para FDRA


Las fuerzas de infantería acorazada, también conocidas como infantería mecanizada, juegan un papel crucial en las operaciones militares modernas. Estas unidades son transportadas al campo de batalla en Vehículos Blindados de Transporte de Personal (APC, por sus siglas en inglés) o Vehículos de Combate de Infantería (IFV), lo que les permite moverse rápidamente y proporcionar potencia de fuego y protección durante las operaciones de desembarco. Sin embargo, el liderazgo efectivo se vuelve esencial cuando las tropas desembarcan de sus vehículos para combatir a pie. El proceso de cómo se lleva a cabo el liderazgo una vez que las tropas desembarcan varía entre naciones, reflejando sus respectivas doctrinas, estructuras organizativas y experiencias en la guerra moderna. Este informe analiza cómo los ejércitos holandés, danés, sueco, británico, francés y estadounidense deciden cómo liderar a sus unidades de infantería acorazada después de desembarcar de sus vehículos.



1. Enfoque Holandés: Flexibilidad equilibrada y mando descentralizado

El Ejército Real de los Países Bajos opera bajo el concepto de mando por misión, una doctrina que enfatiza la descentralización (Auftragstaktik), otorgando a los líderes subordinados la libertad de adaptarse a las condiciones cambiantes del campo de batalla. La infantería mecanizada holandesa es transportada en IFVs CV90 y APCs Boxer, que brindan apoyo de fuego y movilidad.

  • Liderazgo al desembarcar: El liderazgo en la infantería acorazada holandesa es principalmente a nivel de pelotón, pero se otorga flexibilidad a los jefes de escuadra una vez que las tropas desembarcan. El comandante de pelotón retiene la responsabilidad general, coordinando con las tripulaciones de los vehículos y otras unidades, mientras que los jefes de escuadra lideran a sus equipos desembarcados.

  • Rol del comandante de pelotón: Tras desembarcar, el comandante de pelotón sigue siendo responsable de la misión general y de la coordinación con los vehículos para apoyo de fuego. El mando es descentralizado, y los jefes de escuadra toman decisiones tácticas en respuesta a las amenazas inmediatas.

  • Autonomía de la escuadra: Se espera que los jefes de escuadra actúen de forma independiente, tomando decisiones basadas en su comprensión de la intención del comandante de pelotón. Esta estructura de mando flexible permite una rápida adaptación durante el combate en espacios reducidos.

 
Soldados holandeses desembarcando de un CV90
 

2. Enfoque Danés: Liderazgo de pequeñas unidades y cohesión

El Ejército Danés, con su infantería mecanizada transportada principalmente en APCs Piranha V y M113, pone énfasis en el liderazgo de pequeñas unidades, la cohesión y la comunicación clara. La doctrina militar danesa resalta la cooperación entre las tripulaciones de los vehículos y la infantería una vez que desembarcan.

  • Liderazgo al desembarcar: Los líderes de la infantería mecanizada danesa se centran en mantener la cohesión de la unidad durante el desembarco. El jefe de escuadra es clave para mantener el control sobre la infantería desembarcada, mientras que el comandante de pelotón supervisa la coordinación entre las escuadras y el apoyo de los vehículos.

  • Roles de pelotón y escuadra: El líder de pelotón desembarca con la infantería y toma el control directo de la situación táctica a pie, confiando en los jefes de escuadra para mantener el control de sus equipos. Los jefes de escuadra lideran sus elementos desembarcados en estrecha coordinación con el plan general del comandante de pelotón.

  • Coordinación con los vehículos: Los daneses enfatizan la coordinación continua con el APC o IFV, particularmente para apoyo de fuego y movimiento. El comandante de pelotón trabaja estrechamente con el comandante del vehículo para dirigir la potencia de fuego de los APCs mientras la infantería desembarcada asegura los objetivos.

 
M113 y Piranha V daneses

3. Enfoque Sueco: Equipos de fuego independientes con fuerte apoyo de vehículos

El Ejército Sueco transporta a su infantería mecanizada en IFVs CV90, que proporcionan tanto potencia de fuego como transporte de tropas. La doctrina militar sueca se centra en tácticas de pequeñas unidades independientes, con equipos de fuego operando de forma autónoma bajo el control general del liderazgo del pelotón.

  • Liderazgo al desembarcar: La infantería mecanizada sueca enfatiza la independencia de los equipos de fuego, con los líderes de equipo asumiendo el control táctico durante el desembarco. El comandante de pelotón coordina el movimiento y los objetivos, pero delega una gran autoridad a los líderes de equipo.

  • Rol del comandante de pelotón: Después de desembarcar, el comandante de pelotón permanece conectado con la tripulación del IFV para asegurar un apoyo de fuego coordinado. El comandante supervisa el panorama táctico general, asegurando que los equipos se mantengan alineados con los objetivos de la misión mientras confía en los líderes de equipo para la ejecución táctica.

  • Autonomía de los equipos de fuego: Los equipos de fuego suecos operan con un alto grado de autonomía, capaces de tomar decisiones tácticas inmediatas en función de la intención de la misión. Esta independencia permite flexibilidad y toma de decisiones rápidas en situaciones dinámicas.

 

Tropas mecanizadas suecas

4. Enfoque Británico: Cohesión y liderazgo de pelotón

El Ejército Británico, que utiliza IFVs Warrior y APCs Bulldog, adopta un enfoque centralizado pero flexible para el liderazgo en sus unidades de infantería acorazada. La doctrina británica enfatiza acciones cohesivas a nivel de pelotón con estructuras de mando claras.

  • Liderazgo al desembarcar: El Ejército Británico destaca el rol del comandante de pelotón, quien lidera la operación de desembarco, coordinando con las tripulaciones de los vehículos para apoyo de fuego. Las órdenes del comandante de pelotón son ejecutadas por los comandantes de sección, que lideran los equipos de fuego individuales.

  • Rol de los comandantes de sección: Una vez desembarcados, el comandante de sección lidera la infantería a nivel táctico, ejecutando las órdenes del comandante de pelotón. El enfoque está en mantener una estrecha coordinación entre las secciones y asegurar que la potencia de fuego se dirija donde más se necesita.

  • Rol del comandante de pelotón: El comandante de pelotón sigue siendo responsable de la ejecución general de la misión, confiando en los comandantes de sección para gestionar sus equipos. El mando sigue siendo centralizado, pero los comandantes de sección tienen flexibilidad para adaptarse a las condiciones de combate inmediatas.


APC FV432 Mk2 Bulldog

5. Enfoque Francés: Mando centralizado con fuerte integración de vehículos

La infantería mecanizada del Ejército Francés, transportada en APCs VBCI y VAB, opera bajo una doctrina que enfatiza la coordinación entre las tropas desembarcadas y sus vehículos. La doctrina francesa valora el papel central del comandante de pelotón en mantener el mando y control sobre las operaciones de desembarco.

  • Liderazgo al desembarcar: El comandante de pelotón en la infantería mecanizada francesa retiene el control central sobre las tropas desembarcadas, con los líderes de equipo gestionando los elementos individuales. Se pone un gran énfasis en mantener la coordinación entre la infantería desembarcada y el APC para apoyo de fuego.

  • Rol de los líderes de equipo: Los líderes de equipo ejecutan las órdenes del comandante de pelotón, pero se espera que tomen decisiones tácticas rápidas durante el combate. La doctrina francesa enfatiza el control centralizado, pero permite a los líderes de equipo cierta flexibilidad para la toma de decisiones inmediatas en los enfrentamientos.

  • Coordinación con los vehículos: Los comandantes de vehículos y el comandante de pelotón mantienen una estrecha comunicación, asegurando que la potencia de fuego del vehículo se utilice de manera efectiva para apoyar las operaciones desembarcadas. La doctrina de infantería mecanizada francesa destaca la importancia de utilizar el vehículo como parte integral de la operación desembarcada.

 
APC VAB
 

6. Enfoque Estadounidense: Mando descentralizado y autonomía de los equipos de fuego

El Ejército de los Estados Unidos, que utiliza IFVs Bradley y APCs Stryker, opera con una estructura de mando descentralizada, enfatizando la independencia de los equipos de fuego. La doctrina militar estadounidense pone énfasis en la flexibilidad y la rápida adaptación, con la autoridad de toma de decisiones delegada a las unidades más pequeñas.

  • Liderazgo al desembarcar: En la infantería mecanizada estadounidense, el liderazgo es descentralizado. Los líderes de escuadra o líderes de equipo de fuego asumen el control de las tropas desembarcadas, mientras que el comandante de pelotón coordina la misión general y proporciona apoyo.

  • Rol del comandante de pelotón: El comandante de pelotón en el Ejército de los EE.UU. a menudo permanece montado en el APC o IFV, o puede desembarcar según la situación táctica. Mantiene el control de la misión general, confiando en los líderes de escuadra para tomar decisiones tácticas durante los enfrentamientos desembarcados.

  • Liderazgo del equipo de fuego: La doctrina estadounidense permite una considerable autonomía a nivel de equipo de fuego, con los líderes de equipo tomando decisiones rápidas en situaciones de combate dinámicas. Esta estructura permite una respuesta rápida a las amenazas y maximiza la flexibilidad de la unidad.

  • Integración con los vehículos: El comandante de pelotón y los comandantes de vehículos trabajan estrechamente para proporcionar apoyo de fuego y movilidad a las tropas desembarcadas. La flexibilidad del enfoque estadounidense asegura que tanto los elementos montados como los desembarcados puedan operar de manera efectiva en coordinación.

 

Stryker y Bradley, caballos de batalla de la infantería mecanizada americana


Análisis comparativo de los enfoques de liderazgo

NaciónEnfoque de liderazgoRol del comandante de pelotónRol del líder de escuadrón/secciónCoordinación con vehículos
Países BajosDescentralizado, mando por misiónSupervisa la misión generalDecisiones tácticas para equipos desembarcadosCoordinación fuerte para apoyo de fuego
DinamarcaLiderazgo de pequeñas unidadesControl táctico directoMantiene cohesión, se adapta a la misiónFuerte integración para fuego
SueciaEquipos de fuego independientesCoordinación, apoyo de fuegoAlta autonomía en decisiones tácticasCoordinación sólida con el apoyo de vehículos
Reino UnidoCohesivo, mando centralizadoControla la misión generalEjecuta órdenes con flexibilidad tácticaComunicación constante para apoyo
FranciaMando centralizadoMantiene control estrechoEjecuta dentro de los límites establecidosIntegración sólida con vehículos
Estados UnidosDescentralizado, autonomía de equiposSupervisión de la misión generalAlta autonomía y toma de decisiones tácticasFlexibilidad en apoyo y coordinación

 

Conclusión

El liderazgo de la infantería acorazada una vez desembarcada de los APCs o IFVs varía entre naciones, con cada una adoptando métodos que reflejan sus doctrinas tácticas y necesidades operativas. Los ejércitos de los Países Bajos, Dinamarca y Estados Unidos enfatizan el mando descentralizado, otorgando autonomía a los líderes de escuadra o equipos de fuego. En cambio, los ejércitos de Francia y el Reino Unido mantienen un control más centralizado, con el comandante de pelotón dirigiendo estrechamente las operaciones. Mientras tanto, el enfoque sueco equilibra la independencia a nivel de equipo de fuego con una fuerte integración del apoyo de vehículos.

Cada enfoque refleja una mezcla de experiencias históricas, prioridades estratégicas y la necesidad de adaptarse a entornos de combate complejos. Esta diversidad en los métodos de liderazgo asegura que la infantería acorazada pueda operar de manera efectiva en una variedad de escenarios de combate, desde conflictos de alta intensidad hasta operaciones de mantenimiento de la paz.