Las acciones en Río Santiago
Base Naval de Río Santiago, astilleros y Escuela (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)
En la Base Naval de Río Santiago todo era agitación en la mañana del 16. El personal iba y venía mientras la oficialidad transmitía órdenes y procedía a hacerlas cumplir.
Desde las primeras horas del día, un importante número de oficiales había comenzado a llegar a la unidad militar con la idea de sumarse al movimiento, destacando entre ellos el capitán de corbeta Eduardo Davidou, comandante del patrullero “King”; su jefe de artillería, el capitán de fragata José Fernández y el comandante del “Murature”, capitán de corbeta Francisco Pucci. Una vez allí, se encontraron con las instalaciones en pleno estado de alerta y adoptando precauciones en espera de un ataque.
La defensa del área quedó a cargo del capitán de corbeta Carlos Schliemann, asistido por el capitán del Ejército Juan Carlos Ríos y los tenientes Roberto Wulff de la Fuente y Jorge Osvaldo Lauría.
Los cadetes, que habían sido conducidos a la parte posterior del edificio principal, fueron armados con viejos fusiles Mauser de instrucción y varios automáticos, destacándose pelotones de patrulla hacia las islas y piquetes defensivos sobre la línea perimetral de la base y la plaza de armas, con los que se formó un efectivo cordón defensivo.
La línea de vanguardia, compuesta íntegramente por elementos del Regimiento 3 de Infantería de Marina al mando del teniente Juan A. Plaza, fue ubicada en la zona de los silos y elevadores de granos, frente a la isla principal, río Santiago de por medio, reforzada por una sección de marinería a las órdenes del teniente de corbeta Carlos Büsser1, oficiales de la Armada y alumnos de la Escuela Superior de Guerra.
El mando de las operaciones fue asumido por el general Juan José Uranga, oficial valeroso y decidido se había subordinado al almirante Rojas, con quien tenía un trato más que cordial. Su principal preocupación, era la carencia de armamento para enfrentar a las fuerzas gubernamentales y la necesidad de recurrir a los depósitos de reserva en los que se guardaban las carabinas semiautomáticas Ballester Molina calibre 45 con doble cargador junto a otros fusiles.
Patrullero ARA "King" (P.21) amarrado en puerto (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
A poco de recibir la orden de alistamiento, los 120 conscriptos de la compañía que mandaba Büsser, secundado por un oficial y un cabo, abordaron las lanchas y cruzaron el riacho en dirección a los elevadores de granos. A ellos se le agregaron efectivos de Ejército recientemente incorporados, entre ellos el teniente Ibérico Saint Jean, que pese a tener más alto grado que el marino, se puso a sus órdenes sin dudarlo.
Mientras se completaba la movilización, el almirante Rojas ordenó a los patrulleros “King” y “Murature”, anclados en el canal lateral, ubicarse frente a la Escuela Naval a efectos de que, en caso de ser atacados, repeliesen la acción con sus poderosos cañones. De esa manera, pensaba compensar la falta de artillería y brindar, por ende, una cobertura adecuada. Impartida la directiva, dos remolcadores se les acercaron lentamente, para engancharlos y trasladarlos a su nueva posición, tarea en la que trabajaron aceleradamente las dotaciones de ambas embarcaciones.
Mientras tanto, desde La Plata, las fuerzas leales se movilizaban tan rápido como les era posible, adoptando disposiciones para avanzar sobre la base naval.
El gobernador de la provincia, mayor de Intendencia (RE) Carlos Aloé, había abandonado el palacio gubernamental para dirigirse a la cercana Jefatura de Policía para hacerse cargo de sus 700 efectivos, sustrayendo de paso su persona a un posible golpe de mano por parte de comandos insurgentes. La medida era acertada porque las dos unidades militares de la capital provincial, el Regimiento 7 de Infantería y el Batallón 2 de Comunicaciones, se hallaban de maniobras en Magdalena, 70 kilómetros al sur y no llegarían a tiempo para iniciar el avance y contener a las tropas sublevadas.
Conociendo la situación, el ministro Lucero dispuso urgentes medidas defensivas, ordenando el inmediato regreso de las unidades, lo mismo el Regimiento 2 de Artillería que se hallaba con ellas, movilizando además al Regimiento 6 de Infantería con asiento en Mercedes y al 1 de Artillería con base en Junín, todos ellos a las órdenes del general Heraclio Ferrazzano, comandante de la II División de Ejército a quien secundaba el coronel Norberto Ugolini, jefe de Estado Mayor de la División.
Tanto Uranga como Rojas comprendían la necesidad de apoderarse de La Plata a efectos de sustraer de manos gubernamentales tan importante plaza. Y a tal efecto, encomendaron al teniente Büsser embarcar su tropa en varios camiones y prepararse para avanzar.
En base a ese plan, se despachó un jeep para inspeccionar el área, cuyo conductor debía transportar a un oficial para reconocer la zona. Así se hizo y a su regreso, se tuvo la certeza de que tanto en la cercana localidad de Ensenada como en el camino de acceso a La Plata se habían apostado nidos de ametralladoras y gran número de tropas. Uranga quiso cerciorarse personalmente de ello y partió a bordo de un automóvil particular acompañado por su ayudante, el capitán Luis A. Garda y sus dos sobrinos, quienes lo habían conducido esa mañana hasta Río Santiago.
El vehículo se puso en marcha y a solo tres kilómetros de la base se topó con dos puestos de ametralladoras apostados a ambos lados del camino frente a los cuales pasaron sin inconvenientes porque Uranga vestía su uniforme y eso hizo suponer a las fuerzas policiales que se trataba de un oficial leal. Ignoraban todavía, que hubiera elementos del Ejército se habían unido a las fuerzas sublevadas.
Pese a ello, el general decidió regresar porque sabía que de seguir adelante, podía quedar aislado, con las tropas leales bloqueándole el camino. El automóvil dio la vuela y regresó por calles de tierra paralelas a la ruta.
Uranga ofreció al alto mando un panorama de la situación, razón por la cual, se decidió suspender el avance sobre La Plata para adoptar posiciones defensivas, asegurando el sector del Astillero Naval y los elevadores de granos.
Efectivos de la policía de la provincia de Buenos Aires, reforzados por Prefectura Naval y militantes civiles de las agrupaciones sindicales y unidades básicas de la capital provincial, se pusieron en marcha hacia Río Santiago, siguiendo indicaciones directas del Ministerio de Guerra. Una vez frente a la base, tomaron posiciones cerca de los accesos y comenzaron a disparar, desatando un intenso tiroteo que se escuchó a varios kilómetros a la redonda.
La batalla dio comienzo cuando las fuerzas leales se movilizaron para envolver a la vanguardia rebelde desplazándose hacia la izquierda, cubierta por los edificios, mientras se internaba en los pantanos circundantes.
Eran las 10.00 de aquella fría mañana de septiembre cuando el general Heraclio Ferrazzano y el coronel Hermenegildo Barbosa, este último jefe del Regimiento 7 de Infantería, llegaron a la zona para imponerse de la situación. Una hora después, cuando los 450 infantes de marina y sus aliados del ejército consolidaban una cabeza de puente en tierra firme, Ferrazzano ordenó atacarlos, para obligarlos a retroceder al otro lado del río Santiago.
Barbosa dividió sus fuerzas en dos secciones, enviando la primera a ocupar la estación ferroviaria y la segunda a hacer lo propio con la Plaza Belgrano, mientras el Regimiento 2 de Artillería, reforzado por una batería del Regimiento Motorizado “Buenos Aires” y el Batallón 2 de Comunicaciones, iniciaba su avance por el centro.
Al verlos venir, los efectivos apostados en el Astillero abrieron fuego, frenando a las fuerzas que se les venían encima y conteniéndolas hasta el medio día.
Mientras se producían los primeros enfrentamientos, un Avro Lincoln procedente de Morón bombardeó los polvorines de la base sin causar daños. Las bombas cayeron en el agua y el avión se alejó, repelido por la artillería de los patrulleros amarrados junto a la Escuela Naval.
Mientras estos hechos tenían lugar en tierra firme, desde la isla Martín García, las unidades de desembarco BDI Nº 6 y Nº 11, navegaban hacia la base llevando a bordo tropas de Infantería de Marina integradas por tres compañías de aspirantes y personal de la Escuela de Marinería con asiento en la isla más la Compañía Nº 2 de Infantería de Marina a las órdenes del capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, a bordo de la segunda.
Un Avro Lincoln se aproxima a vuelo rasante. (Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina - http //fdra.blogspot.com.ar)
Los lanchones habían partido a las 10.50 y dos horas después se hallaban frente a La Plata, dispuestos a ingresar en puerto. Cuatro cazas gubernistas Gloster Meteor y cinco bombarderos Calquin, detectaron su presencia y los atacaron, ametrallándolos primero y arrojándoles sus bombas inmediatamente después. El BDI Nº 11, piloteado por el teniente Federico Roussillon, recibió toda la furia del fuego.
Las bombas de los Calquin estallaron cerca, sacudiendo las embarcaciones con fuerza. Le siguieron a baja altura los Gloster Meteor que acribillaron indiscriminadamente sus cubiertas, carentes de defensas antiaéreas. Las lanchas efectuaron maniobras en zigzag y prosiguieron su avance cuando los atacantes, tras consumir su munición, emprendieron el regreso a Morón.
El ataque provocó dos muertos y nueve heridos, a bordo de la BDI Nº 11, que solo respondió con fuego de fusilería, nada efectivo, por cierto. Un proyectil le había destrozado el regulador del motor, provocando su detención. Su posterior varadura dejó parcialmente bloqueado en canal2. Pese a los daños, la embarcación sería reparada y continuaría navegando durante el resto del día.
Los lanchones atracaron junto al destacamento de Prefectura y desembarcaron a la tropa bajo el fuego de los efectivos leales. Las compañías se desplegaron por los pantanos en dirección a la Escuela Naval, intentando cubrirse en los montes. La Compañía Nº 2 de Infantería de Marina, al mando del teniente Oscar López intentó unirse a la defensa del edificio principal del establecimiento. Los recibió el encargado de vigilancia, teniente de navío Roberto Wulff de la Fuente, quien les ordenó formar para distribuirlos inmediatamente después hacia diferentes sectores.
Los infantes se hallaban conmocionados por los ataques aéreos y por eso se desbandaron cuando un Gloster Meteor pasó sobre ellos, sin efectuar disparos. Alejado el peligro, los volvieron a formar y marcharon directamente hacia el frente.
Pasado el mediodía, el “King” y el “Murature”, arrastrados por los remolcadores, se ubicaron junto al muelle, frente a la Escuela Naval. Desde la lengua de tierra próxima a los elevadores de granos, en la orilla opuesta, recibieron intenso fuego, sufriendo las primeras bajas. Un impacto alcanzó el puente del “King” provocando algunos destrozos y a punto estuvo de alcanzar a su comandante. Los que no tuvieron la misma suerte fueron el marinero Mateo Viña, muerto por un disparo calibre 7,65 en el pecho y el cabo primero Raúl Torres, gravemente herido en el rostro, junto a al cañón Bofors que servía.
En el “Murature” la metralla alcanzó de lleno al cabo Balsante, también herido en el rostro; al suboficial artillero Victorio Rodríguez y al marinero Luis Palena, que cayó sobre un reloj Rokord desde el puente de señales, manchando con su sangre al comandante. Los remolcadores también fueron alcanzados pero sin mayores consecuencias y pudieron seguir avanzando en dirección a los muelles.
Inmediatamente después de atracar, los patrulleros desembarcaron muertos y heridos mientras sus comandantes se dirigían al edificio del Liceo para presentarse ante su director, capitán de navío Carlos M. Bourel y recibir directivas. Bourel los puso al tanto del lugar en el que se hallaban ubicadas sus tropas y les ordenó abrir fuego sobre las posiciones enemigas.
Los patrulleros dispararon con tanta violencia, que al batir el área, las fuerzas leales se vieron obligadas a evacuar el sector mientras sufrían considerables bajas en sus filas. Mientras eso ocurría, la gente de Büsser, cuerpo a tierra, las tiroteaba desde los astilleros.
Patrullero ARA "Murature" (P-20) gana aguas abiertas en el Río de la Plata. Fue nave insignia del almirante Rojas hasta su trasbordo al crucero "La Argentina" el 18 de septiembre de 1955.
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)
Se combatía intensamente en Río Santiago cuando la Base Aérea de Morón partió un Avro Lincoln piloteado por el vicecomodoro Islas. La aeronave llevaba al capitán Hugo Crexell como apuntador y su misión consistía en intimidar a los rebeldes y mostrarles la capacidad destructiva de la que disponía el gobierno.
El aparato se aproximó volando alto sobre las destilerías de Dock Central y una vez sobre el objetivo abrió sus compuertas y dejó caer sus bombas iniciando inmediatamente maniobras de evasión. Las cargas se fueron largas y cayeron en aguas del canal, sin consecuencias.
En previsión de este tipo de ataques, los edificios principales fueron acondicionados, cubriéndose sus aberturas con colchones y todo tipo de elementos, a efectos de evitar las esquirlas y las astillas de los vidrios destrozados.
Un I.Ae-24 Calquin se dispone a atacar Río Santiago
A las 14.30 dos Avro Lincoln y un Calquin, volvieron a atacar, pero sin éxito. Al darse la alarma, la oficialidad, que había hecho de la Dirección de la Escuela Naval su cuartel general, se al suelo, bajo de mesas y escritorios, mientras las explosiones sacudían la tierra.
El almirante Rojas, en cambio, mantuvo una actitud serena, elogiada por sus asistentes al término del conflicto. Según cuenta Isidoro Ruiz Moreno, mientras duró el bombardeo permaneció de pie, bromeando con sus subalternos que lo observaban incrédulos desde el piso en especial, el teniente Jorge Isaac Anaya y el ayudante del almirante, teniente de navío Oscar Carlos Ataide, a cubierto ambos bajo un escritorio que había pertenecido al general Justo José de Urquiza. Desde esa posición, mantenía contacto telefónico con el capitán Adolfo Grandi, que comandaba las tropas que combatían en el Astillero, siguiendo las alternativas del combate.
Las primeras bombas cayeron en el agua sin estallar porque debido a la baja altura a la que volaban los aviones, sus espoletas no tuvieron tiempo de armarse. Le siguieron nuevas incursiones, todas ellas repelidas por fuego cruzado del “King” y el “Murature” que, a esa altura, se habían convertido en los principales bestiones de la defensa antiaérea. Una bomba estalló cerca del primero alcanzando su casco con las esquirlas en tanto dos de los aparatos atacantes recibieron impactos de distinta consideración: el Calquin uno que le atravesó de lado a lado el ala derecha, cerca del fuselaje y el Avro Lincoln otro en la torreta inferior. El primero se estrelló cerca del Club de Regatas de la Plata, pereciendo el piloto y su acompañante y el segundo se alejó echando humo en dirección al frigorífico “Armour”.
Mientras tenían lugar estas acciones, una escuadrilla de seis Calquin al mando del capitán Jorge Costa Peuser, desertó hacia las filas rebeldes. La integraban los capitanes Valladares, Marcilese, Pérez, Abdala y Crespo, quienes habían aterrizado ese mismo día en Morón, provenientes de El Plumerillo, provincia de Mendoza para reforzar a la Fuerza Aérea leal.
Recibida la orden de bombardear Río Santiago, los aviones arrojaron sus bombas al agua y siguieron vuelo hacia Tandil, para unirse a las filas revolucionarias. El hecho no pasó desapercibido en Morón donde, en horas de la tarde, Crexell y sus asistentes comenzaban a preocuparse por las defecciones, el potencial de fuego de los patrulleros y la impericia de los pilotos gubernistas durante los ataques.
Y no era para menos ya que un detenido análisis de la situación pudo determinar que ninguna de sus bombas había logrado impactos, dos aviones habían sido alcanzados al menos media docena había desertado, incluyendo los recién llegados de El Plumerillo.
El Comando de Represión dispuso una misión de bombardeo sobre las posiciones rebeldes en Córdoba y en cumplimiento de esa directiva, el jefe de la FAA, brigadier Juan Fabri, despachó los dos Avro Lincoln piloteados por los capitanes Ricardo Rossi y Orlando Cappellini a los que nos referimos en el capítulo 9.
Los pilotos decolaron a las 12.30 y una vez en el aire, hicieron una pasada rasante sobre la pista y cortaron comunicación con la torre. Una hora después se hallaban sobre la Escuela de Aviación Militar, en la provincia de Córdoba, solicitando autorización para aterrizar.
Dos horas después harían lo propio otros tres aparatos comandados por el capitán Fernando González Bosque y los primeros tenientes Manuel Turrado Juárez y Dardo Lafalce que como se ha dicho, incrementaron considerablemente el poder de fuego de las fuerzas revolucionarias.
Las acciones en Río Santiago se prolongaron hasta bien entrada la noche. Las fuerzas leales, al mando del general Ferrazzano habían hostigado la base y sus instalaciones durante toda la jornada, disparando sus poderosos cañones y morteros sobre los patrulleros y los principales edificios.
A las 17.00, la Infantería de Marina, siguiendo instrucciones directas de Rojas, comenzó a cruzar el brazo de agua que separa el Astillero de la Escuela. Allí se encontraba el teniente Carlos Sommariva, soportando sobre su posición, dentro de los galpones la presión de las fuerzas de Ferrazzano cuando llegó el capitán Grandi para transmitirle la orden de que debía dirigirse al ferry y cruzar a la Escuela. En el momento en que ambos oficiales hablaban una bala dio de lleno en Grandi y lo arrojó al piso. Sommariva pensó que lo habían matado pero grande fue su sorpresa cuando lo vio ponerse de pie y seguir hablando. El proyectil había impactado en un botón de su chaqueta, salvándole milagrosamente la vida.
Cañones del Regimiento 7 de Infantería abren fuego sobre los patrulleros "King" y "Murature" |
Entre los combatientes de primera línea se hallaba el teniente Menotti Alejandro Spinelli, veterano del 16 de junio, que durante el repliegue pasó junto al casco de la “Libertad”, cuando varios disparos enemigos perforaban su estructura. En plena construcción, la soberbia embarcación, orgullo de la Armada Argentina, recibía su bautismo de fuego.
A las 18.00, el ferry que guiaba el teniente Julio Santoianni regresó al Astillero para recoger a la oficialidad. La embarcación se arrimó al extenso espigón norte y la tropa comenzó a embarcar presurosamente, cubierta por el fuego de los patrulleros.
Cuando todo el personal estuvo a bordo la nave se alejó del muelle y regresó a la Escuela, posibilitando que las avanzadas del Ejército al comando del mayor Horacio Rella, cumpliendo órdenes directas del general Ferrazzano, alcanzara los accesos al astillero. Una hora después, la artillería se ubicaba a retaguardia, en el sector de descampados del Ferrocarril General Roca, guiada desde los puestos de observación y reglaje apostados en las torres de la iglesia y el Palacio Municipal de Ensenada.
Eran las 20.00 horas cuando los cañones comenzaron a ser acondicionados para apoyar el asalto de las tropas que se había planificado para el día siguiente. La Base Aérea de Morón, por su parte, dio por finalizadas las operaciones de ese día debido a la imposibilidad de operar de noche.
Cuando los relojes señalaban las 21.00, el capitán Crexell se encaminó hasta un automóvil ubicado en la playa de estacionamiento de la unidad para dirigirse al Ministerio de Marina a presentar su informe al almirante Cornes. Lo acompañaban los vicecomodoros de Marotte y Síster, con quienes comentaba las alternativas de la jornada cuando, repentinamente, desde un Calquin estacionado frente a ellos, alguien abrió fuego.
Los oficiales se arrojaron a tierra en el preciso momento en que el avión carreteaba hacia la pista para remontar vuelo salvando providencialmente sus vidas porque en el momento de disparar, el aparato se hallaba apoyado sobre el patín de cola y eso hizo que la ráfaga pasara sobre sus cabezas, sin alcanzarlos.
Las antiaéreas del "King" y "Murature" responden
(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina)
|
Mientras tanto, en Río Santiago el almirante Rojas efectuaba un análisis de la situación.
Carente de artillería, sabía que las fuerzas del general Ferrazzano acabaría por imponerse, reduciendo a cenizas las instalaciones navales. Era necesario evacuar el lugar y alejar a las tropas mar adentro si lo que se quería era evitar una masacre.
La decisión contrarió al capitán de navío Luis M. García quien protestó enérgicamente porque, según sus palabras, estaba allí para combatir hasta el fin y no para retirarse. Rojas lo tranquilizó, explicándole que la situación era insostenible y que para seguir la lucha, había que embarcar y hostigar al enemigo desde el mar. García comprendió y Rojas pasó a explicar el plan.
Con la llegada de la noche, el combate cesó. Las tropas del ejército cambiaron posiciones, evacuaron a los heridos y procedieron a recobrar energías distribuyendo el rancho entre la tropa. Por el lado rebelde, se impartieron las órdenes pertinentes al embarque de los efectivos mientras en la Dirección de la Escuela, el almirante Rojas, ayudado por los tenientes Jorge Isaac Anaya, Oscar Carlos Ataide y Jorge Osvaldo Lauría, procedía a quemar la documentación para evitar que cayese en manos del enemigo.
Rojas escribió una nota al general Ferrazzano, que dejó sobre su escritorio. La misma decía, entre otras cosas, que las instalaciones y edificios de la Base Naval y su Escuela eran patrimonio de la Nación y por ende, propiedad del pueblo argentino: “Abrigo la esperanza de que en esta ocasión no se repitan los hechos bochornosos que ocurrieron cuando fuerzas del Ejército ocuparon el 16 de junio pasado el Ministerio de Marina, el que fue saqueado como botín de guerra, no distinguiéndose entre bienes del Estado y bienes privados”.
Cerca de las 20.00, cuando las fuerzas leales procedían a acondicionar la artillería para apoyar el asalto final, el “Murature” terminaba de embarcar a la tropa y a la tripulación de su gemelo “King”, imposibilitado de navegar a causa de las reparaciones a las que estaba siendo sometido al momento de estallar la revolución.
Cuando todo estuvo listo, la nave aligeró amarras y con el personal en sus puestos de combate enfiló hacia el Río de la Plata en silencio total de radio, apuntando sus cañones hacia las posiciones enemigas. La embarcación encaró hacia el canal de acceso con el propósito de escoltar a los lanchones BDM y BDI en los que seguía embarcando el personal de la base y con un solo motor encendido, maniobró para abandonar el puerto alejándose lentamente aguas adentro, sin ser atacado.
El almirante Rojas fue el último en embarcar. Lo hizo en el BDI Nº 11, acompañado por el general Uranga y su estado mayor integrado por los capitanes Abel Fernández, Luis Miguel García, numerosos oficiales y su asistente del crucero “9 de Julio”, el suboficial Alfredo Bavera. La embarcación debía ser la última en zarpar pero como el BDT Nº 6 presentó fallas técnicas, debió hacerlo antes.
A las 21.00 horas Rojas ordenó zarpar. El guardiamarina Adolfo Arduino, a cargo del timón, estaba tan nervioso por su presencia que tuvo cierta dificultad en alejarse del muelle. Primero se separó un poco pero al cabo de unos minutos, chocó contra él. Volvió a repetir la maniobra y por segunda vez volvió a embestir contra el apostadero, lo mismo una tercera vez hasta que el capitán Jorge J. Palma, preocupado, solicitó hacerse cargo. Su par, el capitán Sánchez Sañudo lo contuvo recordándole que Arduino era el comandante en esos momentos y que era él, el encargado de efectuar la maniobra y así lo entendió aquel.
Finalmente zarparon. La embarcación se alejó de la costa y con las luces apagadas navegó por el canal para introducirse en la rada y ganar la inmensidad del río, rumbo al Pontón “Recalada”. Fue en ese momento cuando extenuado y aún tenso, Rojas bajó a los camarotes, se acostó sobre una litera y se quedó profundamente dormido.
El BDT 6 tardó dos horas en reparar sus desperfectos y una vez subsanados, partió también (23.00 horas), dejando completamente vacía a la Base Naval.
Notas
- En 1982 el almirante Carlos Büsser condujo las fuerzas de ocupación del archipiélago malvinense durante la Operación Rosario.
- Jorge E. Perren, Puerto Belgrano y la Revolución Libertadora, p. 187.
1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón