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miércoles, 12 de marzo de 2014

Revolución Libertadora: Calquines y Lincolns bombardean Río Santiago




Las acciones en Río Santiago


Base Naval de Río Santiago, astilleros y Escuela (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)

En la Base Naval de Río Santiago todo era agitación en la mañana del 16. El personal iba y venía mientras la oficialidad transmitía órdenes y procedía a hacerlas cumplir.
Desde las primeras horas del día, un importante número de oficiales había comenzado a llegar a la unidad militar con la idea de sumarse al movimiento, destacando entre ellos el capitán de corbeta Eduardo Davidou, comandante del patrullero “King”; su jefe de artillería, el capitán de fragata José Fernández y el comandante del “Murature”, capitán de corbeta Francisco Pucci. Una vez allí, se encontraron con las instalaciones en pleno estado de alerta y adoptando precauciones en espera de un ataque.
La defensa del área quedó a cargo del capitán de corbeta Carlos Schliemann, asistido por el capitán del Ejército Juan Carlos Ríos y los tenientes Roberto Wulff de la Fuente y Jorge Osvaldo Lauría.
Los cadetes, que habían sido conducidos a la parte posterior del edificio principal, fueron armados con viejos fusiles Mauser de instrucción y varios automáticos, destacándose pelotones de patrulla hacia las islas y piquetes defensivos sobre la línea perimetral de la base y la plaza de armas, con los que se formó un efectivo cordón defensivo.
La línea de vanguardia, compuesta íntegramente por elementos del Regimiento 3 de Infantería de Marina al mando del teniente Juan A. Plaza, fue ubicada en la zona de los silos y elevadores de granos, frente a la isla principal, río Santiago de por medio, reforzada por una sección de marinería a las órdenes del teniente de corbeta Carlos Büsser1, oficiales de la Armada y alumnos de la Escuela Superior de Guerra.
El mando de las operaciones fue asumido por el general Juan José Uranga, oficial valeroso y decidido se había subordinado al almirante Rojas, con quien tenía un trato más que cordial. Su principal preocupación, era la carencia de armamento para enfrentar a las fuerzas gubernamentales y la necesidad de recurrir a los depósitos de reserva en los que se guardaban las carabinas semiautomáticas Ballester Molina calibre 45 con doble cargador junto a otros fusiles.



Patrullero ARA "King" (P.21) amarrado en puerto (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

A poco de recibir la orden de alistamiento, los 120 conscriptos de la compañía que mandaba Büsser, secundado por un oficial y un cabo, abordaron las lanchas y cruzaron el riacho en dirección a los elevadores de granos. A ellos se le agregaron efectivos de Ejército recientemente incorporados, entre ellos el teniente Ibérico Saint Jean, que pese a tener más alto grado que el marino, se puso a sus órdenes sin dudarlo.
Mientras se completaba la movilización, el almirante Rojas ordenó a los patrulleros “King” y “Murature”, anclados en el canal lateral, ubicarse frente a la Escuela Naval a efectos de que, en caso de ser atacados, repeliesen la acción con sus poderosos cañones. De esa manera, pensaba compensar la falta de artillería y brindar, por ende, una cobertura adecuada. Impartida la directiva, dos remolcadores se les acercaron lentamente, para engancharlos y trasladarlos a su nueva posición, tarea en la que trabajaron aceleradamente las dotaciones de ambas embarcaciones.
Mientras tanto, desde La Plata, las fuerzas leales se movilizaban tan rápido como les era posible, adoptando disposiciones para avanzar sobre la base naval.
El gobernador de la provincia, mayor de Intendencia (RE) Carlos Aloé, había abandonado el palacio gubernamental para dirigirse a la cercana Jefatura de Policía para hacerse cargo de sus 700 efectivos, sustrayendo de paso su persona a un posible golpe de mano por parte de comandos insurgentes. La medida era acertada porque las dos unidades militares de la capital provincial, el Regimiento 7 de Infantería y el Batallón 2 de Comunicaciones, se hallaban de maniobras en Magdalena, 70 kilómetros al sur y no llegarían a tiempo para iniciar el avance y contener a las tropas sublevadas.
Conociendo la situación, el ministro Lucero dispuso urgentes medidas defensivas, ordenando el inmediato regreso de las unidades, lo mismo el Regimiento 2 de Artillería que se hallaba con ellas, movilizando además al Regimiento 6 de Infantería con asiento en Mercedes y al 1 de Artillería con base en Junín, todos ellos a las órdenes del general Heraclio Ferrazzano, comandante de la II División de Ejército a quien secundaba el coronel Norberto Ugolini, jefe de Estado Mayor de la División.
Tanto Uranga como Rojas comprendían la necesidad de apoderarse de La Plata a efectos de sustraer de manos gubernamentales tan importante plaza. Y a tal efecto, encomendaron al teniente Büsser embarcar su tropa en varios camiones y prepararse para avanzar.
En base a ese plan, se despachó un jeep para inspeccionar el área, cuyo conductor debía transportar a un oficial para reconocer la zona. Así se hizo y a su regreso, se tuvo la certeza de que tanto en la cercana localidad de Ensenada como en el camino de acceso a La Plata se habían apostado nidos de ametralladoras y gran número de tropas. Uranga quiso cerciorarse personalmente de ello y partió a bordo de un automóvil particular acompañado por su ayudante, el capitán Luis A. Garda y sus dos sobrinos, quienes lo habían conducido esa mañana hasta Río Santiago.
El vehículo se puso en marcha y a solo tres kilómetros de la base se topó con dos puestos de ametralladoras apostados a ambos lados del camino frente a los cuales pasaron sin inconvenientes porque Uranga vestía su uniforme y eso hizo suponer a las fuerzas policiales que se trataba de un oficial leal. Ignoraban todavía, que hubiera elementos del Ejército se habían unido a las fuerzas sublevadas.
Pese a ello, el general decidió regresar porque sabía que de seguir adelante, podía quedar aislado, con las tropas leales bloqueándole el camino. El automóvil dio la vuela y regresó por calles de tierra paralelas a la ruta.
Uranga ofreció al alto mando un panorama de la situación, razón por la cual, se decidió suspender el avance sobre La Plata para adoptar posiciones defensivas, asegurando el sector del Astillero Naval y los elevadores de granos.

Efectivos de la policía de la provincia de Buenos Aires, reforzados por Prefectura Naval y militantes civiles de las agrupaciones sindicales y unidades básicas de la capital provincial, se pusieron en marcha hacia Río Santiago, siguiendo indicaciones directas del Ministerio de Guerra. Una vez frente a la base, tomaron posiciones cerca de los accesos y comenzaron a disparar, desatando un intenso tiroteo que se escuchó a varios kilómetros a la redonda.
La batalla dio comienzo cuando las fuerzas leales se movilizaron para envolver a la vanguardia rebelde desplazándose hacia la izquierda, cubierta por los edificios, mientras se internaba en los pantanos circundantes.
Eran las 10.00 de aquella fría mañana de septiembre cuando el general Heraclio Ferrazzano y el coronel Hermenegildo Barbosa, este último jefe del Regimiento 7 de Infantería, llegaron a la zona para imponerse de la situación. Una hora después, cuando los 450 infantes de marina y sus aliados del ejército consolidaban una cabeza de puente en tierra firme, Ferrazzano ordenó atacarlos, para obligarlos a retroceder al otro lado del río Santiago.
Barbosa dividió sus fuerzas en dos secciones, enviando la primera a ocupar la estación ferroviaria y la segunda a hacer lo propio con la Plaza Belgrano, mientras el Regimiento 2 de Artillería, reforzado por una batería del Regimiento Motorizado “Buenos Aires” y el Batallón 2 de Comunicaciones, iniciaba su avance por el centro.
Al verlos venir, los efectivos apostados en el Astillero abrieron fuego, frenando a las fuerzas que se les venían encima y conteniéndolas hasta el medio día.
Mientras se producían los primeros enfrentamientos, un Avro Lincoln procedente de Morón bombardeó los polvorines de la base sin causar daños. Las bombas cayeron en el agua y el avión se alejó, repelido por la artillería de los patrulleros amarrados junto a la Escuela Naval.
Mientras estos hechos tenían lugar en tierra firme, desde la isla Martín García, las unidades de desembarco BDI Nº 6 y Nº 11, navegaban hacia la base llevando a bordo tropas de Infantería de Marina integradas por tres compañías de aspirantes y personal de la Escuela de Marinería con asiento en la isla más la Compañía Nº 2 de Infantería de Marina a las órdenes del capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, a bordo de la segunda.


Un Avro Lincoln se aproxima a vuelo rasante. (Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina - http //fdra.blogspot.com.ar)

Los lanchones habían partido a las 10.50 y dos horas después se hallaban frente a La Plata, dispuestos a ingresar en puerto. Cuatro cazas gubernistas Gloster Meteor y cinco bombarderos Calquin, detectaron su presencia y los atacaron, ametrallándolos primero y arrojándoles sus bombas inmediatamente después. El BDI Nº 11, piloteado por el teniente Federico Roussillon, recibió toda la furia del fuego.
Las bombas de los Calquin estallaron cerca, sacudiendo las embarcaciones con fuerza. Le siguieron a baja altura los Gloster Meteor que acribillaron indiscriminadamente sus cubiertas, carentes de defensas antiaéreas. Las lanchas  efectuaron maniobras en zigzag y prosiguieron su avance cuando los atacantes, tras consumir su munición, emprendieron el regreso a Morón.
El ataque provocó dos muertos y nueve heridos, a bordo de la BDI Nº 11, que solo respondió con fuego de fusilería, nada efectivo, por cierto. Un proyectil le había destrozado el regulador del motor, provocando su detención. Su posterior varadura dejó parcialmente bloqueado en canal2. Pese a los daños, la embarcación sería reparada y continuaría navegando durante el resto del día.
Los lanchones atracaron junto al destacamento de Prefectura y desembarcaron a la tropa bajo el fuego de los efectivos leales. Las compañías se desplegaron por los pantanos en dirección a la Escuela Naval, intentando cubrirse en los montes. La Compañía Nº 2 de Infantería de Marina, al mando del teniente Oscar López intentó unirse a la defensa del edificio principal del establecimiento. Los recibió el encargado de vigilancia, teniente de navío Roberto Wulff de la Fuente, quien les ordenó formar para distribuirlos inmediatamente después hacia diferentes sectores.
Los infantes se hallaban conmocionados por los ataques aéreos y por eso se desbandaron cuando un Gloster Meteor pasó sobre ellos, sin efectuar disparos. Alejado el peligro, los volvieron a formar y marcharon directamente hacia el frente.
Pasado el mediodía, el “King” y el “Murature”, arrastrados por los remolcadores, se ubicaron junto al muelle, frente a la Escuela Naval. Desde la lengua de tierra próxima a los elevadores de granos, en la orilla opuesta, recibieron intenso fuego, sufriendo las primeras bajas. Un impacto alcanzó el puente del “King” provocando algunos destrozos y a punto estuvo de alcanzar a su comandante. Los que no tuvieron la misma suerte fueron el marinero Mateo Viña, muerto por un disparo calibre 7,65 en el pecho y el cabo primero Raúl Torres, gravemente herido en el rostro, junto a al cañón Bofors que servía.
En el “Murature” la metralla alcanzó de lleno al cabo Balsante, también herido en el rostro; al suboficial artillero Victorio Rodríguez y al marinero Luis Palena, que cayó sobre un reloj Rokord desde el puente de señales,  manchando con su sangre al comandante. Los remolcadores también fueron alcanzados pero sin mayores consecuencias y pudieron seguir avanzando en dirección a los muelles.
Inmediatamente después de atracar, los patrulleros desembarcaron muertos y heridos mientras sus comandantes se dirigían al edificio del Liceo para presentarse ante su director, capitán de navío Carlos M. Bourel y recibir directivas. Bourel los puso al tanto del lugar en el que se hallaban ubicadas sus tropas y les ordenó abrir fuego sobre las posiciones enemigas.
Los patrulleros dispararon con tanta violencia, que al batir el área, las fuerzas leales se vieron obligadas a evacuar el sector mientras sufrían considerables bajas en sus filas. Mientras eso ocurría, la gente de Büsser, cuerpo a tierra, las tiroteaba desde los astilleros.


Patrullero ARA "Murature" (P-20) gana aguas abiertas en el Río de la Plata. Fue nave insignia del almirante Rojas hasta su trasbordo al crucero "La Argentina" el 18 de septiembre de 1955.
 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima)

Se combatía intensamente en Río Santiago cuando la Base Aérea de Morón partió un Avro Lincoln piloteado por el vicecomodoro Islas. La aeronave llevaba al capitán Hugo Crexell como apuntador y su misión consistía en intimidar a los rebeldes y mostrarles la capacidad destructiva de la que disponía el gobierno.
El aparato se aproximó volando alto sobre las destilerías de Dock Central y una vez sobre el objetivo abrió sus compuertas y dejó caer sus bombas iniciando inmediatamente maniobras de evasión. Las cargas se fueron largas y cayeron en aguas del canal, sin consecuencias.
En previsión de este tipo de ataques, los edificios principales fueron acondicionados, cubriéndose sus aberturas con colchones y todo tipo de elementos, a efectos de evitar las esquirlas y las astillas de los vidrios destrozados.


Un I.Ae-24 Calquin se dispone a atacar Río Santiago

A las 14.30 dos Avro Lincoln y un Calquin, volvieron a atacar, pero sin éxito. Al darse la alarma, la oficialidad, que había hecho de la Dirección de la Escuela Naval su cuartel general, se al suelo, bajo de mesas y escritorios, mientras las explosiones sacudían la tierra.
El almirante Rojas, en cambio, mantuvo una actitud serena, elogiada por sus asistentes al término del conflicto. Según cuenta Isidoro Ruiz Moreno, mientras duró el bombardeo permaneció de pie, bromeando con sus subalternos que lo observaban incrédulos desde el piso en especial, el teniente Jorge Isaac Anaya y el ayudante del almirante, teniente de navío Oscar Carlos Ataide, a cubierto ambos bajo un escritorio que había pertenecido al general Justo José de Urquiza. Desde esa posición, mantenía contacto telefónico con el capitán Adolfo Grandi, que comandaba las tropas que combatían en el Astillero, siguiendo las alternativas del combate.
Las primeras bombas cayeron en el agua sin estallar porque debido a la baja altura a la que volaban los aviones, sus espoletas no tuvieron tiempo de armarse. Le siguieron nuevas incursiones, todas ellas repelidas por fuego cruzado del “King” y el “Murature” que, a esa altura, se habían convertido en los principales bestiones de la defensa antiaérea. Una bomba estalló cerca del primero alcanzando su casco con las esquirlas en tanto dos de los aparatos atacantes recibieron impactos de distinta consideración: el Calquin uno que le atravesó de lado a lado el ala derecha, cerca del fuselaje y el Avro Lincoln otro en la torreta inferior. El primero se estrelló cerca del Club de Regatas de la Plata, pereciendo el piloto y su acompañante y el segundo se alejó echando humo en dirección al frigorífico “Armour”.

Mientras tenían lugar estas acciones, una escuadrilla de seis Calquin al mando del capitán Jorge Costa Peuser, desertó hacia las filas rebeldes. La integraban los capitanes Valladares, Marcilese, Pérez, Abdala y Crespo, quienes habían aterrizado ese mismo día en Morón, provenientes de El Plumerillo, provincia de Mendoza para reforzar a la Fuerza Aérea leal.
Recibida la orden de bombardear Río Santiago, los aviones arrojaron sus bombas al agua y siguieron vuelo hacia Tandil, para unirse a las filas revolucionarias. El hecho no pasó desapercibido en Morón donde, en horas de la tarde, Crexell y sus asistentes comenzaban a preocuparse por las defecciones, el potencial de fuego de los patrulleros y la impericia de los pilotos gubernistas durante los ataques.
Y no era para menos ya que un detenido análisis de la situación pudo determinar que ninguna de sus bombas había logrado impactos, dos aviones habían sido alcanzados al menos media docena había desertado, incluyendo los recién llegados de El Plumerillo.
El Comando de Represión dispuso una misión de bombardeo sobre las posiciones rebeldes en Córdoba y en cumplimiento de esa directiva, el jefe de la FAA, brigadier Juan Fabri, despachó los dos Avro Lincoln piloteados por los capitanes Ricardo Rossi y Orlando Cappellini a los que nos referimos en el capítulo 9.
Los pilotos decolaron a las 12.30 y una vez en el aire, hicieron una pasada rasante sobre la pista y cortaron comunicación con la torre. Una hora después se hallaban sobre la Escuela de Aviación Militar, en la provincia de Córdoba, solicitando autorización para aterrizar.
Dos horas después harían lo propio otros tres aparatos comandados por el capitán Fernando González Bosque y los primeros tenientes Manuel Turrado Juárez y Dardo Lafalce que como se ha dicho, incrementaron considerablemente el poder de fuego de las fuerzas revolucionarias.

Las acciones en Río Santiago se prolongaron hasta bien entrada la noche. Las fuerzas leales, al mando del general Ferrazzano habían hostigado la base y sus instalaciones durante toda la jornada, disparando sus poderosos cañones y morteros sobre los patrulleros y los principales edificios.
A las 17.00, la Infantería de Marina, siguiendo instrucciones directas de Rojas, comenzó a cruzar el brazo de agua que separa el Astillero de la Escuela. Allí se encontraba el teniente Carlos Sommariva, soportando sobre su posición, dentro de los galpones la presión de las fuerzas de Ferrazzano cuando llegó el capitán Grandi para transmitirle la orden de que debía dirigirse al ferry y cruzar a la Escuela. En el momento en que ambos oficiales hablaban una bala dio de lleno en Grandi y lo arrojó al piso. Sommariva pensó que lo habían matado pero grande fue su sorpresa cuando lo vio ponerse de pie y seguir hablando. El proyectil había impactado en un botón de su chaqueta, salvándole milagrosamente la vida.

Cañones del Regimiento 7 de Infantería abren fuego sobre
los patrulleros "King" y "Murature"
A una indicación de Sommariva los infantes de Marina corrieron hacia el ferry atravesando las rampas en las que se construía la fragata “Libertad”. Lo hicieron por secciones, muy profesionalmente, primero los conscriptos, después los suboficiales y finalmente los oficiales, quienes permanecieron hasta último momento cubriendo la retirada mientras el fuego se intensificándose en torno a ellos. El ferry cruzó y depositó a los conscriptos en la orilla opuesta mientras la oficialidad contenía al Ejército como mejor podía.
Entre los combatientes de primera línea se hallaba el teniente Menotti Alejandro Spinelli, veterano del 16 de junio, que durante el repliegue pasó junto al casco de la “Libertad”, cuando varios disparos enemigos perforaban su estructura. En plena construcción, la soberbia embarcación, orgullo de la Armada Argentina, recibía su bautismo de fuego.
A las 18.00, el ferry que guiaba el teniente Julio Santoianni regresó al Astillero para recoger a la oficialidad. La embarcación se arrimó al extenso espigón norte y la tropa comenzó a embarcar presurosamente, cubierta por el fuego de los patrulleros.
Cuando todo el personal estuvo a bordo la nave se alejó del muelle y regresó a la Escuela, posibilitando que las avanzadas del Ejército al comando del mayor Horacio Rella, cumpliendo órdenes directas del general Ferrazzano, alcanzara los accesos al astillero. Una hora después, la artillería se ubicaba a retaguardia, en el sector de descampados del Ferrocarril General Roca, guiada desde los puestos de observación y reglaje apostados en las torres de la iglesia y el Palacio Municipal de Ensenada.
Eran las 20.00 horas cuando los cañones comenzaron a ser acondicionados para apoyar el asalto de las tropas que se había planificado para el día siguiente. La Base Aérea de Morón, por su parte, dio por finalizadas las operaciones de ese día debido a la imposibilidad de operar de noche.
Cuando los relojes señalaban las 21.00, el capitán Crexell se encaminó hasta un automóvil ubicado en la playa de estacionamiento de la unidad para dirigirse al Ministerio de Marina a presentar su informe al almirante Cornes. Lo acompañaban los vicecomodoros de Marotte y Síster, con quienes comentaba las alternativas de la jornada cuando, repentinamente, desde un Calquin estacionado frente a ellos, alguien abrió fuego.
Los oficiales se arrojaron a tierra en el preciso momento en que el avión carreteaba hacia la pista para remontar vuelo salvando providencialmente sus vidas porque en el momento de disparar, el aparato se hallaba apoyado sobre el patín de cola y eso hizo que la ráfaga pasara sobre sus cabezas, sin alcanzarlos.

Las antiaéreas del "King" y "Murature" responden
(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina)
Pasado el susto, Crexell se incorporó, se despidió de sus acompañantes, abordó el rodado y partió hacia la capital. En el Ministerio lo recibieron su titular, el almirante Cornes y otros altos funcionarios a quienes brindó el informe correspondiente, que se prolongó durante la cena y finalizó cerca de medianoche. Fue allí donde percibió, con cierta preocupación, que las autoridades gubernamentales daban por desbaratado el alzamiento y eso le produjo preocupación porque, a esa altura, no se podía asegurar nada.
Mientras tanto, en Río Santiago el almirante Rojas efectuaba un análisis de la situación.
Carente de artillería, sabía que las fuerzas del general Ferrazzano acabaría por imponerse, reduciendo a cenizas las instalaciones navales. Era necesario evacuar el lugar y alejar a las tropas mar adentro si lo que se quería era evitar una masacre.
La decisión contrarió al capitán de navío Luis M. García quien protestó enérgicamente porque, según sus palabras, estaba allí para combatir hasta el fin y no para retirarse. Rojas lo tranquilizó, explicándole que la situación era insostenible y que para seguir la lucha, había que embarcar y hostigar al enemigo desde el mar. García comprendió y Rojas pasó a explicar el plan.


Con la llegada de la noche, el combate cesó. Las tropas del ejército cambiaron posiciones, evacuaron a los heridos y procedieron a recobrar energías distribuyendo el rancho entre la tropa. Por el lado rebelde, se impartieron las órdenes pertinentes al embarque de los efectivos mientras en la Dirección de la Escuela, el almirante Rojas, ayudado por los tenientes Jorge Isaac Anaya, Oscar Carlos Ataide y Jorge Osvaldo Lauría, procedía a quemar la documentación para evitar que cayese en manos del enemigo.
Rojas escribió una nota al general Ferrazzano, que dejó sobre su escritorio. La misma decía, entre otras cosas, que las instalaciones y edificios de la Base Naval y su Escuela eran patrimonio de la Nación y por ende, propiedad del pueblo argentino: “Abrigo la esperanza de que en esta ocasión no se repitan los hechos bochornosos que ocurrieron cuando fuerzas del Ejército ocuparon el 16 de junio pasado el Ministerio de Marina, el que fue saqueado como botín de guerra, no distinguiéndose entre bienes del Estado y bienes privados”.
Cerca de las 20.00, cuando las fuerzas leales procedían a acondicionar la artillería para apoyar el asalto final, el “Murature” terminaba de embarcar a la tropa y a la tripulación de su gemelo “King”, imposibilitado de navegar a causa de las reparaciones a las que estaba siendo sometido al momento de estallar la revolución.
Cuando todo estuvo listo, la nave aligeró amarras y con el personal en sus puestos de combate enfiló hacia el Río de la Plata en silencio total de radio, apuntando sus cañones hacia las posiciones enemigas. La embarcación encaró hacia el canal de acceso con el propósito de escoltar a los lanchones BDM y BDI en los que seguía embarcando el personal de la base y con un solo motor encendido, maniobró para abandonar el puerto alejándose lentamente aguas adentro, sin ser atacado.
El almirante Rojas fue el último en embarcar. Lo hizo en el BDI Nº 11, acompañado por el general Uranga y su estado mayor integrado por los capitanes Abel Fernández, Luis Miguel García, numerosos oficiales y su asistente del crucero “9 de Julio”, el suboficial Alfredo Bavera. La embarcación debía ser la última en zarpar pero como el BDT Nº 6 presentó fallas técnicas, debió hacerlo antes.
A las 21.00 horas Rojas ordenó zarpar. El guardiamarina Adolfo Arduino, a cargo del timón, estaba tan nervioso por su presencia que tuvo cierta dificultad en alejarse del muelle. Primero se separó un poco pero al cabo de unos minutos, chocó contra él. Volvió a repetir la maniobra y por segunda vez volvió a embestir contra el apostadero, lo mismo una tercera vez hasta que el capitán Jorge J. Palma, preocupado, solicitó hacerse cargo. Su par, el capitán Sánchez Sañudo lo contuvo recordándole que Arduino era el comandante en esos momentos y que era él, el encargado de efectuar la maniobra y así lo entendió aquel.
Finalmente zarparon. La embarcación se alejó de la costa y con las luces apagadas navegó por el canal para introducirse en la rada y ganar la inmensidad del río, rumbo al Pontón “Recalada”. Fue en ese momento cuando extenuado y aún tenso, Rojas bajó a los camarotes, se acostó sobre una litera y se quedó profundamente dormido.
El BDT 6 tardó dos horas en reparar sus desperfectos y una vez subsanados, partió también (23.00 horas), dejando completamente vacía a la Base Naval.

Notas


  1. En 1982 el almirante Carlos Büsser condujo las fuerzas de ocupación del archipiélago malvinense durante la Operación Rosario.
  2. Jorge E. Perren, Puerto Belgrano y la Revolución Libertadora, p. 187.


1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón

jueves, 20 de febrero de 2014

Revolución Libertadora: Los Gloster atacan a la Escuadra de Ríos

La batalla del Río de la Plata

 

Eran las 08.00 de la mañana y empezaba a amanecer cuando los destructores de la Escuadra de Ríos, ARA “Cervantes” (D-1) a las órdenes del capitán Pedro J. Gnavi y ARA “La Rioja” (D-4), bajo el mando del capitán Rafael Palomeque, soltaron amarras y abandonaron las radas de la gran base naval para internarse en Río de la Plata.
Mientras eso ocurría, varias lanchas cruzaban el canal desde los astilleros hasta la Escuela, transportando efectivos de Infantería de Marina para que tomasen posiciones de combate en ese sector. Hacía mucho frío y la creciente humedad empapaba las cubiertas de las embarcaciones dificultando los movimientos del personal.




Mientras los destructores se alejaban separados 1.000 metros uno del otro con el “La Rioja” delante y el “Cervantes” detrás, sus tripulaciones, a viva voz, recibieron la orden de colocarse sus cascos y salvavidas y adoptar zafarrancho de combate. La tranquilidad reinaba a bordo, en parte por la buena preparación de los cuadros y en parte porque nadie esperaba problemas porque la misión asignada parecía sencilla: había que bloquear la navegación en el Plata y evitar la llegada de buques a los puertos bonaerenses, algo que, a simple vista, no representaba riesgos de magnitud.
Los destructores navegaban lentamente, para dar potencia a sus motores una vez en aguas abiertas, debido a que sus calderas eran bastante vetustas. Lo hacían bajo estricto silencio de radio y con buen tiempo pese a que a lo lejos se percibía el avance de un frente de tormenta.
Había mucho viento y el frío calaba los huesos cuando el sol emergía lentamente por el horizonte provocando en las tripulaciones una sensación de agrado, no así en sus comandantes ya que, de persistir esas condiciones, la aviación enemiga podría actuar con facilidad.
Las naves llegaron a la boya de Punta Indio y de allí viraron hacia la costa uruguaya, frente a la cual navegaron lentamente en dirección oeste.
De los dos comandantes, el más preocupado era Palomeque, que en su celo profesional, había recomendado la máxima atención en espera de un posible ataque aéreo. Enfundado en su gabán, con las manos en los bolsillos y la gorra calada hasta las orejas, el veterano marino observaba los movimientos con sus anteojos de gran aumento (era corto de vista), sin decir nada.
La alegría y emoción inicial de los marineros más jóvenes fue desapareciendo ante las permanentes indicaciones de alerta que, en ambas embarcaciones, dieron lugar a sentimientos de seriedad y preocupación.
A estribor, sobre el puente de señales del “La Rioja”, se encontraban los cadetes Juan Angel Maañón y Jorge Augusto Fiorentino, atentos ambos a todos lo que ocurría. Los artilleros, por su parte, se hallaban en sus puestos, listos para accionar sus cuatro cañones de 120 mm, dos a proa y dos a popa, más dos montajes de ametralladoras Bofors de 40 mm, uno entre las chimeneas y otro en la popa, armamento poco adecuado para enfrentar un ataque aéreo.

Por el lado leal, la Fuerza Aérea ya estaba en alerta cuando las primeras luces del 16 de septiembre asomaban por el horizonte. El alto mando había llamado a sus miembros a una reunión urgente y poco después, desde la sede de Lavalle 2540, su titular, el brigadier Juan Ignacio San Martín, partió hacia el Ministerio de Guerra para ponerse a disposición de Perón y explicarle la situación.
Mientras San Martín se dirigía al Ministerio, su segundo, el brigadier Juan Fabri se trasladaba al Aeroparque para abordar un DC-3 del Comando en Jefe, decidido a volar inmediatamente a la Base Aérea de Morón.
Aquella mañana, temprano, el capitán de fragata Hugo Crexell, de la Aviación Naval, se presentó en el Ministerio de Ejército, expresamente convocado por las altas autoridades de Gobierno, para hablar personalmente con Perón. El valeroso piloto fue conducido por los pasillos del edificio hasta la oficina en la que el primer mandatario se hallaba reunido con miembros de su gabinete. Venía de realizar un importante programa de instrucción en el extremo sur del país, que incluía ejercicios de ataque a embarcaciones desde aeronaves que habían causado muy buena impresión en el Alto Mando. Y aunque todavía no lo sabía, en esos cruciales momentos, le esperaba una tarea de importancia, es decir, una verdadera misión de guerra.
Mientras caminaba por los pasillos, guiado por un oficial del Ejército, Crexell ignoraba que se le iba a encomendar una misión de guerra y que estaba a punto dirigir la primera batalla aeronaval de la historia argentina.
Junto a su guía, se detuvieron frente a una de las puertas de la dependencia e inmediatamente después, ingresó a un amplio salón donde lo recibió el ministro de Marina en persona, almirante Luis J. Cornes, quien lo condujo hasta la oficina donde se encontraba Perón en compañía de varios funcionarios.

-Este, mi general, es el piloto que se mantuvo leal el 16 de junio y que comandó los ejercicios aeronavales con gran pericia en el sur – le dijo Cornes al presidente después de cuadrarse y hacer la venia– Es quien está a cargo del Comando de Aviación Naval.
Nervioso e incluso perturbado, por hallarse ante una de las personalidades más poderosas de la historia de América, Crexell se cuadró y permaneció firme.
Perón se veía preocupado cuando le estrechó la mano y le dijo que debía “limpiar” de elementos rebeldes el Río de la Plata. Le dio algunas explicaciones y acto seguido, ordenó a San Martín que lo condujese personalmente hasta Morón, con la expresa directiva de “hacer lo que él creyera conveniente”; en una palabra, debían cumplirse todas sus directivas (las de Crexell) sin cuestionamientos de ninguna índole.
-Vaya usted con él y póngalo al mando – le ordenó a San Martín y dirigiéndose nuevamente a Crexell agregó – ¡Dele leña a esos traidores! ¡Adopte las medidas que crea necesarias!
Crexell hizo el saludo militar y junto a San Martín abandonó presurosamente el Ministerio en dirección al Aeroparque, donde lo aguardaba un helicóptero con los motores en marcha, listo para despegar.
La aeronave se elevó e inició su viaje hacia Morón, atravesando la Capital Federal hacia el oeste. Una vez en la base, el piloto naval saltó a tierra pensando que San Martín lo seguiría pero grande fue su sorpresa al ver que el alto oficial permanecía en su asiento, sin moverse.
Crexell volvió sobre sus pasos para preguntarle que ocurría y quedó absorto al escuchar del propio jefe aeronáutico que como no era bien visto en el lugar, regresaba inmediatamente a Buenos Aires.
Todavía absorto, Crexell retrocedió unos pasos y se quedó parado en la pista viendo como el helicóptero levantaba vuelo y se alejaba, sin comprender todavía cual era la situación.
Una vez frente al brigadier Fabri, el recién llegado hizo saber las órdenes que le había dado Perón y enseguida dispuso un vuelo de reconocimiento para familiarizarse con el área de operaciones y adoptar las primeras medidas. Subordinado a sus órdenes, Fabri mandó alistar un De Havilland que, al comando de un alférez, llevaría al mismo Crexell como navegante.
El avión partió sin inconvenientes y al cabo de media hora detectó a las unidades rebeldes navegando en aguas próximas a Colonia. El aviador naval ordenó el regreso y una vez en tierra, se encaminó a la central de operaciones para notificar la novedad a Fabri y a su segundo, el capitán Daniel de Marrote, ex colega suyo de la Armada pasado ahora a la Fuerza Aérea. Inmediatamente después, ordenó el primer ataque.
En un clima de gran excitación fue alistada una escuadrilla de cuatro Gloster Meteor a las órdenes del vicecomodoro Carlos A. Síster, el mismo que había ametrallado la Base Roja de Ezeiza el 16 de junio, a quien se le encomendó hostilizar y poner fuera de combate a las unidades de la Escuadra de Ríos.
Crexell en persona impartió las indicaciones en la sala de prevuelo y una vez finalizadas, los pilotos se pusieron de pie y se dirigieron a sus aviones para efectuar los controles correspondientes, trepar a sus cabinas y esperar que los mecánicos terminasen de cargar combustible.



Vicecomodoro Carlos A. Sister, Jefe de la sección de
Gloster Meteor que atacó a la Escuadra de Ríos 
(Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55,
Tomo II)





 

Cuando todo estuvo listo, Síster comunicó a la torre que despegaban y después de recibir la autorización, comenzó a rodar por el pavimento hacia la pista principal, seguido por sus escoltas. Una vez en la cabecera, se detuvo y menos de un minuto después, dio máxima potencia a sus turbinas y comenzó a carretear a gran velocidad, para decolar en primer lugar, seguido por sus tres numerales con una diferencia de quince segundos entre uno y otro.

Mientras los aparatos remontaban vuelo y enfilaban hacia el sudeste, a varios kilómetros de allí, en dirección a la Banda Oriental, los destructores rebeldes continuaban el bloqueo con sus tripulaciones en permanente estado de alerta.
Los realojes a bordo daban las 09.18 cuando la escuadrilla peronista fue detectada.

-¡¡¡Cuatro aviones a proa!!! – gritó uno de los vigías en el “La Rioja”.
Era el anuncio de alerta; el temido momento había llegado.
El capitán Carlos F. Peralta, segundo de a bordo, observaba con sus prismáticos desde el puente de mando, intentando ubicar a los aparatos. Como no lo logró, le pidió al cadete Maañón que lo hiciera y aquel respondió:

-¡Avanzan desde las destilerías de Dock Sud, mi capitán!

Peralta enfocó sus largavistas en esa dirección y pudo ver cuatro puntos pequeños que se acercaban a gran velocidad.
-¡¡Carguen cañones!!- ordenó, directiva que fue pasada a viva voz por los jefes de baterías.
-¡¡Artillería lista, señor!! – fue la respuesta.
En esos momentos, el comandante le ordenó al teniente de navío Ríos, que izase la bandera de guerra, indicación que aquel retransmitió a viva voz.

-¡¡¡Que nadie dispare hasta que de la orden!!! – gritó el capitán Palomeque mientras la aviación peronista avanzaba formada en “V”, tal como se los había enseñado Adolf Galland, el as de la Segunda Guerra Mundial contratado por Perón, en los cursos de entrenamiento.
A bordo del “La Rioja” la tripulación vio a los aparatos efectuar un amplio giro en dirección a Montevideo y colocarse en línea, uno detrás de otro, con el vicecomodoro Síster a la cabeza.
Al ver eso, el teniente Ríos no tuvo más dudas.
-¡¡¡Nos van a atacar, señor!!!
Palomeque permaneció incólume en el puente de mando observando con las manos en los bolsillos del gabán a los aviones que se le venían encima; Peralta, por su parte, se apresuró a tomar ubicación en su puesto de combate dando directivas a viva voz mientras el personal corría por la cubierta.
Con el sol de frente, las piezas de estribor apuntaron a las aeronaves y esperaron mientras los constantes alertas anunciaban el inicio de las hostilidades.
Los dos primeros cazas se descolgaron de las nubes disparando sus cañones furiosamente. El capitán Palomeque ordenó abrir fuego y la pieza Nº 1 comenzó a tronar, accionada por el guardiamarina Julio César Ayala Torales, a quien asistían los cadetes Edgardo Guillochón y Washington Bárcena.
-¡¡Viva la Patria, carajo!! – gritaron los oficiales en medio del ensordecedor estruendo.
El avión de Síster, pasó en primer lugar ametrallando la cubierta; inmediatamente después lo hizo el segundo, que volaba 1500 metros detrás. Sus proyectiles alcanzaron la estructura del buque, destrozando el foco de señales, varios termómetros y algunos objetos del cuarto de navegación, sin causar bajas.
La tripulación experimentó estupor y admiración al ver a su comandante de pie, en una saliente del puente, recibiendo el ataque sin buscar protección. Ninguna bala lo alcanzó.
Palomeque mandó al teniente Federico Ríos informar al almirante Rojas que había comenzado el combate y que se estaba respondiendo el fuego y cuando las máquinas atacantes se alejaban hacia el oeste, ordenó el “alto el fuego”.
-¡¿Averías o heridos?! – preguntaban los suboficiales en medio de la excitación.
-¡Sin novedad! – fue la respuesta.
Segundos después volvieron a sonar las alarmas, anunciando el segundo ataque.
Se  trataba de las otras dos aeronaves que llegaban a vuelo rasante accionando sus cañones. Las antiaéreas devolvieron el fuego llenando la cubierta de olor a pólvora y ensordeciendo a sus servidores con los estampidos. En su necesidad de aflojar tensiones, oficiales y marineros lanzaban vivas a la patria y duros epítetos contra un régimen al que, a esa altura, identificaban como su enemigo.
Los aviones pasaron sobre el destructor disparando de manera implacable y tomaron altura siguiendo a Sister y su compañero. El que volaba en último lugar fue el que más daños causó ya que alcanzó diversos puntos de la estructura, hiriendo gravemente al cadete Maañón. Un proyectil de 20 mm le había volado el maxilar inferior, provocándole una espantosa herida que lo dejó sin boca y sin varias de sus piezas dentales.
Sangrando en abundancia, el marino se sujetaba el mentón intentando mantener en su sitio la lengua, que le colgaba monstruosamente, sin reparar en los restos de dientes, sangre y trozos de carne que cubrían su gabán. Un sentimiento de horror estremeció a sus compañeros al ver su rostro desfigurado.
-¡¡¡Hijo mío!!! – gritó Palomeque tomando al marino por los brazos y casi enseguida, ordenó su inmediato traslado a la enfermería.
El “La Rioja” presentaba serios daños en su estructura, los más graves, seis orificios de 20 mm bajo la línea de flotación a través de los cuales penetraba el agua inconteniblemente.
La escuadrilla del vicecomodoro Síster retornó a Morón, aterrizando a las 10.00 horas, sin inconvenientes. Su jefe exteriorizaba euforia cuando descendió de su aparato y refirió a sus superiores los pormenores del ataque, solicitando inmediatamente una nueva incursión. Se dispuso entonces, el envío de una segunda formación al mando del vicecomodoro Orlando Pérez Laborda para que repitiese el ataque.
La nueva formación despegó quince minutos después y una vez en el aire, enfiló directamente hacia el objetivo, en momentos en que un frente de tormenta se aproximaba por el noreste.
Las embarcaciones se encontraban en medio del estuario cuando la Fuerza Aérea volvió a atacar.
El cadete José L. Cortés, del “La Rioja”, fue herido en el rostro. En el “Cervantes”, el cadete Juan Pieretti, recibió un disparo en la cadera y el capitán de corbeta Rodolfo de Elizalde resultó levemente quemado por una trazadora que le rozó su pierna derecha. Los marinos se encontraban en el puente de mando cuando se produjo el ataque y su rápida reacción, al arrojarse al suelo, los salvó de una muerte segura. Sin embargo, en esta nueva incursión, uno de los Gloster pareció ser alcanzado porque al alejarse hacia el oeste comenzó a perder velocidad al tiempo que efectuaba un brusco viraje antes de alcanzar la vertical del “La Rioja”. Pese a ello, cuando casi tocaba el agua se estabilizó y se alejó en dirección a Morón.



El "Cervantes" intenta cubrirse y hacer lo propio con el "La Rioja" desprendiendo una columna de humo (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


Mientras se llevaba a cabo la segunda incursión, el capitán Crexell explicaba al vicecomodoro Síster y al oficial Islas, la forma en la que debían hacerse los siguientes ataques, modificando el ángulo de disparos con corridas de popa a proa y no de costado como lo habían hecho en la incursión anterior. Eso facilitaría la acción de los pilotos y los pondría a cubierto detrás de las densas columnas de humo que despedían las chimeneas de los destructores.
Los pilotos seguían las explicaciones con atención mientras Crexell las graficaba en el pizarrón de la sala de comando y cuando su superior terminó de hablar, corrieron de regreso a los Gloster, para llevar a cabo una nueva embestida.


Destructor ARA "Cervantes" navegando en aguas del Plata (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)

Siguiendo esas indicaciones, el tercer ataque al mando de Síster, fue demoledor.
Los relojes señalaban las 11.00 cuando el “La Rioja” volvió a ser ametrallado con ferocidad.
La escuadrilla sobrevoló su cubierta en cuatro oportunidades, acribillándola con sus cañones, desafiando valerosamente a las antiaéreas y ametralladoras de a bordo, que intentaban rechazarla. Poco fue lo que pudieron hacer porque la velocidad de los cazas era su mejor defensa.
En una de las pasadas, los aviones le ocasionaron al “Cervantes” numerosas bajas, algunas de ellas fatales.
Una bala atravesó la cabeza de Carlos Cejas, cadete de 4º año que servía una pieza Bofors a popa. El muchacho cayó sin sentido sobre cubierta, muriendo minutos después. Cerca de ahí, el ayudante Raúl Machado recibió una profunda herida en el brazo derecho que obligó su inmediata evacuación a la enfermería, donde el Dr. Luis Emilio Bachini, médico odontólogo de a bordo, intentaba hacer lo mejor que podía. Machado falleció en la camilla, cuando el facultativo se disponía a amputarle el brazo. La metralla alcanzó también al teniente de navío Alejandro Sahortes cuando intentaba introducir en el cuarto de máquinas al cabo principal Juan Carlos Berezoski, presa de una crisis nerviosa. Berezoski murió en el acto y Sahores cayó bajo los botes salvavidas con el estómago perforado y la arteria femoral despedazada.
Fue, sin ninguna duda, una tremenda incursión que dejó un saldo de 21 bajas, cinco de ellas fatales.
La labor del Dr. Bachini fue encomiable. Con la asistencia del capitán Rodolfo de Elizalde, armó en la sala de personal un improvisado hospital de sangre y asistido por el mencionado oficial y un cadete, hizo todo lo que estuvo a su alcance para aliviar el sufrimiento de los heridos.
La situación en el “La Rioja” era peor. Los cazas peronistas arrasaron su cubierta y perforando su estructura en varios sectores, destruyendo completamente el cañón Nº 1. El cadete de 2º año Edgardo Guillochón fue alcanzado por los proyectiles y cayó muerto, sobre la pieza que servía. Su compañero, Washington Barcena, recibió una esquirla en la pierna izquierda, que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo pesadamente.
En la enfermería el cabo principal Araujo, que tenía nociones de primeros auxilios, se ocupaba de los heridos, atendiendo con esmero a Maañón y Cortés. Se trataba de un lugar reducido bajo el puente de mando, con dos camillas superpuestas y un pequeño ropero. En esas condiciones, el abnegado suboficial también realizó una labor excepcional, pese al escaso instrumental del que disponía.
Mientras sujetaba la lengua de Maañón para evitar que se la tragase, quitó con una gasa los restos dentales y las esquirlas del maxilar, lo mismo un pedazo de metal incrustado muy cerca de su ojo izquierdo. Finalizada esa tarea, le suministró uno de los pocos calmantes que había en el botiquín y le pidió que permaneciese quieto.
Sobre la camilla superior se hallaba el cadete José Luis Cortés con una grave herida en la cabeza. El bravo Araujo se la vendaba cuando los proyectiles del tercer ataque perforaron la estructura metálica del habitáculo, atravesándolo de lado a lado.
Una bala de cañón se incrustó bajo del omóplato derecho de Maañón, provocándole una nueva lesión. Otro marinero herido que se hallaba parado junto a la entrada, recibió impactos en las piernas al tiempo que la puerta en la que estaba apoyado saltaba de su marco. Araujo inyectó una dosis de morfina a Maañón y le practicó torniquetes al otro marinero, doloridos ambos por las nuevas lesiones.
Debido al duro castigo soportado por su embarcación, el capitán Palomeque se comunicó con el “Cervantes” para decirle que lo más conveniente era alejarse del área en dirección a la desembocadura del río, fuera del radio de alcance de los aviones peronistas.
Después de escuchar la propuesta, el comandante Gnavi manifestó estar de acuerdo y accedió, ya que de esa manera, podrían seguir cumpliendo con la misión de bloqueo sin arriesgar al personal de a bordo.
Palomeque llamó al almirante Rojas para informarle que las embarcaciones habían sido sometidas a violentos ataques y que tenían muertos y heridos a bordo. Y cuando pidió autorización para el repliegue, esta le fue concedida de manera inmediata.
Los viejos destructores viraron hacia el este y se dirigieron hacia el océano mientras a bordo se repartía el rancho a la tripulación. En esos momentos, cuando nadie lo sospechaba, se produjo un cuarto ataque.
Los buques navegaban hacia la desembocadura del Río de la Plata cuando por entre las nubes aparecieron cuatro Gloster Meteor que se abalanzaron sobre ellos.
Las cubiertas volvieron a ser ametralladas en tanto la tropa intentaba ponerse a cubierto. Y una vez más, el cadete Maañón fue alcanzado, esta vez en el pie derecho, cuando un proyectil perforó su borceguí y le rompió varios huesos del empeine y el talón. Sobre él se precipitó una vez más el valeroso cabo Araujo, aplicándole un nuevo torniquete y una nueva inyección de morfina que lo dejó completamente inconsciente.
Tras esta nueva incursión, los destructores dieron mayor potencia a sus motores y se alejaron de la zona a gran velocidad mientras las aeronaves de la Fuerza Aérea se retiraban hacia Morón. Las viejas embarcaciones estaban maltrechas pero salieron indemnes de la acometida. Habían disparado más de 1000 proyectiles y recibido 250 impactos y perdido algunas de sus piezas de artillería, dos el “Cervantes” y una el “La Rioja”.
Los buques navegaban escorados debido a los impactos que habían recibido bajo la línea de flotación y sobre esas vías de agua, trabajaban los equipos de reparaciones provistos de tacos de madera y alquitrán.


A la última incursión de los Gloster Meteor, le siguió un período de tensa calma en el que los ataques parecieron cesar.
Pese a los daños, el “Cervantes” aprovechó la oportunidad para detener un carguero estadounidense cargado de frutas, al que solicitó un médico. Lamentablemente los norteamericanos no tenían ninguno porque su tripulación era mínima y no lo necesitaban.
En esa tarea se hallaba ocupada la tripulación del destructor cuando repentinamente apareció en el aire una escuadrilla de bombarderos livianos Calquin que se dirigía directamente a los buques, procedente de Morón.
El hecho de que la nave de guerra se hallara en esos momentos junto a un mercante extranjero la salvó de lo que pudo haber sido un ataque demoledor. Las bombas cayeron a 50 metros, levantando altas columnas de agua sin provocar daños. Sin embargo, fueron motivo suficiente como para que el carguero virase y se alejase presurosamente hacia las bocas del río, al mismo tiempo que el buque de guerra se preparaba para repeler la agresión. Inmediatamente después de los Claquin apareció un Avro Lincoln a gran velocidad, con sus copuertas inferiores abiertas.
En un desesperado intento por evitar el ataque, el “Cervantes”  se aproximó al mercante pensando que el aviador no se atrevería a dañarlo, pero el Avro Lincoln lanzó su bomba provocando un tremendo estallido que sacudió las estructuras de ambos buques.
Los destructores intentaron evitar las cargas virando continuamente de derecha a izquierda mientras abrían fuego y estremecían el aire con sus cañones.
El avión se alejó dejando a sus espaldas a los maltrechos buques bajo la lluvia, apuntando sus proas en dirección al Uruguay.
De las dos embarcaciones, el “Cervantes” fue la que peores condiciones presentaba. Escorado, con pérdida de velocidad y una turbina dañada, se hallaba prácticamente fuera de combate porque sus piezas de artillería casi no operaban.
Frente a la capital uruguaya el capitán Gnavi contactó a su par del “La Rioja” para notificarle que necesitaba imperiosamente entrar en puerto. Palomeque estuvo de acuerdo por lo que el “Cervantes”, colocando su artillería en crujía, puso proa a la vecina orilla y se alejó. A esa altura, la atención de los heridos era más que urgente.


El ARA "La Rioja" gravemente dañado se dirige a Montevideo seguido por el "Cervantes" (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)

Eran las 18.30 cuando, a la vista de Montevideo, se aproximó el remolcador “Capella y Pons”, de la marina de guerra uruguaya se situó junto al “La Rioja” para solicitar amarras.
Su comandante, el capitán Diego Culachín, estableció contacto con el destructor y
Palomeque le informó que había un muerto y varios heridos a bordo y que necesitaba transferir inmediatamente para regresar a la batalla.
La operación de traspaso no se hizo esperar. Los marineros colocaron el cadáver del cadete Guillochon sobre una camilla, lo cubrieron con la bandera argentina y lo pasaron con sumo cuidado al buque uruguayo. Tras él hicieron lo propio, también en camillas, los cadetes Maañón y Bárcena y el suboficial artillero Ángel Stamati, que pese a sus graves heridas, pedía permanecer a bordo.
Cuando el último herido se hallaba en el “Capella y Pons” y el temporal comenzaba a agitar las aguas, la voz del cadete Ferrotto, a cargo de las señales, puso a todo el mundo en estado de alerta.
-¡¡Aviones enemigos!! – gritó – ¡¡Aviones enemigos!!
Cumpliendo directivas, la tripulación corrió a sus puestos tal como tantas veces lo había hecho durante los ejercicios y maniobras, mientras el remolcador uruguayo desenganchaba presurosamente y se alejaba.
A lo lejos, se recortó contra el gris plomizo del cielo, una formación de cuatro cazas que se acercaban velozmente hacia los destructores.
-¡¡¡Suelten amarras, carajo!!! – tronó la voz de un oficial.
-¡¡¡Preparen artillería!!! – ordenó otro.
-¡¡Alto!! - gritó alguien repentinamente - ¡¡Son aviones uruguayos!!
A través de sus prismáticos, el capitán Palomeque y sus oficiales pudieron distinguir a los cuatro aparatos Mustang P-51D de la Fuerza Aérea Uruguaya se aproximaban velozmente en la misión de cobertura, dispuestos a brindar protección a las naves argentinas en caso de ser hostigadas.
-¡¡Son aviones que se preparan para atacar! - volvió a gritar el cadete Ferrotto - ¡¡Nos atacan!!
-¡¡¡Pero cadete pel...!!! ¡¡¿No se da cuenta que son uruguayos?!! – gritó furioso el capitán Peralta.
Los aviones pasaron junto a los buques, volando a baja altura, luciendo en su cola los colores de su país, hecho que tranquilizó a los combatientes a bordo, devolviéndoles la serenidad.
Mientras el “Cervantes” era remolcado hacia Montevideo, el “La Rioja” metió presión a sus máquinas y se alejó aguas adentro dispuesto a proseguir la lucha, eludiendo legalmente la internación que el derecho internacional establece para las fuerzas beligerantes que llegan a países neutrales.
Tanto el “Cervantes” como el “Capella y Pons”, ingresaron lentamente en el puerto de Montevideo y amarraron junto a los diques, maniobra que presenció una multitud de ciudadanos uruguayos, hombres y mujeres, que se habían dado cita desde temprano para seguir de cerca las acciones de guerra1.
El desembarco de los muertos y los heridos impactó profundamente en el ánimo de quienes se habían acercado hasta allí y el descenso de los cadetes del “Cervantes” fue saludado con vivas y aplausos recordando a más de un uruguayo, hechos similares acaecidos dieciséis años atrás cuando los tripulantes del “Graf Spee” echaron pie a tierra en ese mismo lugar.



La contienda ha finalizado. El "La Rioja" muestra los daños que ha sufrido (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


El puente del "La Rioja" acribillado por los cañones de 20 mm de los Gloster Meteor (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


Según relatan diez periodistas en Así Cayó Perón. Crónica del movimiento revolucionario triunfante, cerca de la Aduana y frente a los accesos al puerto se había congregado una verdadera muchedumbre que pugnaba por acercarse al “Cervantes” en procura de novedades. Entre el público, había familiares y amigos de los tripulantes que intentaban averiguar si sus allegados se encontraban entre las víctimas.
A las 20.45 las radios uruguayas efectuaron un dramático pedido de sangre destinada a los marinos heridos, interrumpiendo sus programas habituales para hacer efectiva la solicitud. Decenas de personas se acercaron al Hospital Militar y al Hospital Maciel para ingresar de a dos por vez.
Los combatientes argentinos fueron alojados en barracones especialmente acondicionados en la zona portuaria donde fueron alimentados y asistidos con solicitud, al tiempo que se les prodigaba todo tipo de atenciones. También recibieron visitas, la mayoría de importantes personalidades del vecino país, una de ellas, la señora Matilde Ibáñez Tálice, esposa de quien fuera presidente del Uruguay hasta 1951, Luis Batlle Berres. La dama, nacida en Buenos Aires, se ocupó personalmente de muchas de las necesidades de los cadetes.
A poco de desembarcar, falleció el cadete Cejas y dos días después se produjo el deceso del cadete Vega, elevando el número de muertos a ocho. Maañón fue operado y atendido por el Dr. Vecchi, destacado facultativos uruguayo, quien advirtió al soldado que podía morir en la intervención. Maañón dio su consentimiento para ser intervenido pero antes escribió una carta de despedida a su padre, explicando las alternativas que había vivido2.


En horas de la noche se montó una guardia de honor en dependencias de la Armada Uruguaya, donde los caídos en combate fueron velados. La misma fue puesta a cargo del teniente de fragata Fernando Nis que durante el segundo ataque de los Gloster Meteor, se encontraba en la sala de máquinas junto a su jefe, el teniente de navío Alejandro Sahores, abatido por los proyectiles enemigos. El cadete de 4º año Luis Bayá, formó parte de la guardia.
Mucha más gente se acercó hasta el lugar para hacer llegar sus condolencias o, simplemente, curiosear, mientras decenas de periodistas pugnaban por obtener información. Y mientras eso sucedía, las radios seguían brindando amplia cobertura de los acontecimientos, lo mismo los periódicos, que a la mañana siguiente anunciaban las noticias con grandes titulares.
Tanto el “La Rioja” como el “Cervantes” tuvieron una brillante actuación. Con ellos, la Armada Argentina protagonizó la primera batalla aeronaval de su historia, pagando con sangre la experiencia vivida. Sus comandantes y las tripulaciones estuvieron a la altura de los acontecimientos, destacando muy especialmente el capitán Rafael Palomeque por su brillante accionar en cumplimiento del deber. Habían operado más allá de lo exigido y se habían desempeñado heroicamente, poniendo a resguardo el honor nacional. El almirante Rojas tenía motivos de sobra para enorgullecerse de su gente3.


Plana Mayor del "La Rioja". Sentado en primera fila, al centro, su comandante, capitán Rafael Palomeque (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


Tripulación del "La Rioja" junto a su comandante, Cap. Rafael Palomeque detrás del salvavidas (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


El "La Rioja" en el dique seco de los Astilleros Tandanor de Buenos Aires, después de la batalla (Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


Aviones P-51D Mustang de la Fuerza Aérea Uruguaya ofrecieron cobertura a los buques argentinos cuando entraron al puerto de Montevideo

Notas

  1. Pueblo y autoridades demostrarían una altura digna de su tradición al momento de ofrecer ayuda y atención a combatientes extranjeros.
  2. Afortunadamente el Dr. Vecchi era una eminencia y el valeroso cadete sobrevivió y una vez finalizada la contienda regresó a su país para reincorporarse a la Marina, retirándose años después, con el grado de capitán de fragata.
  3. Los detalles del enfrentamiento fueron extraídos de “El torpedero “La Rioja” y su intervención en la batalla aeronaval del Río de la Plata”, de Juan Manuel Jiménez Baliani, aparecido en el Boletín del Centro Naval Nº 773 de Febrero de 1994; La Revolución del 55, Tomo II, de Isidoro Ruiz Moreno, Puerto Belgrano. Hora 0. La Marina se subleva, de Miguel Ángel Cavallo y Así Cayó Perón. Crónica del movimiento revolucionario triunfante, de diez periodistas argentinos.

1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón