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sábado, 14 de junio de 2025

Doctrina militar: Ataques preventivos y preemptivos, con aplicación al caso Malvinas/Antártida

Sobre las doctrinas de defensa basada en la anticipación

EMcL para FDRA


  • Se distinguen tres conceptos clave:
    • Ataque preemptivo: el enemigo está por atacar.
    • Ataque Preventivo: el enemigo podría atacar a futuro.
    • Ataque anticipatorio: espectro entre ambos.
  • Cuando es legítimo y cuando no en términos del derecho internacional
    •  La ONU solo permite el uso de la fuerza si hay un ataque armado. Preemption puede entrar, preventive no. La legitimidad, sin embargo, es otro juego: puede haber acciones ilegales pero vistas como necesarias (Kosovo ‘99).
  • Cuando sería válido en el escenario Malvinas/Antártida


El documento "Striking First: Preemptive and Preventive Attack in U.S. National Security Policy" (RAND MG-403) analiza el papel de los ataques anticipatorios —tanto preventivos como preemptivos— en la política de seguridad nacional de EE. UU., especialmente tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Vamos a analizar este documento de manera descriptiva inicialmente y crítica posteriormente. La sorpresa del ataque ha sido una tradición en la Historia Militar argentina que supo ser muchas veces decisiva. Luego, presentamos un resumen de este enfoque enormemente provocador e inspirador con una potencial aplicación al escenario Malvinas/Antártida al final.


1. El dilema de golpear primero: anticipación, poder y legitimidad en la política de seguridad de EE. UU.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos redefinió las reglas del juego en el ámbito de la seguridad internacional. Con el enemigo oculto entre sombras y la amenaza de armas de destrucción masiva en manos de regímenes impredecibles o grupos terroristas, la lógica tradicional de “esperar y responder” parecía obsoleta. En ese nuevo mundo, el principio rector pasó a ser claro y contundente: si hay que defenderse, mejor hacerlo antes de que el enemigo tenga siquiera la oportunidad de atacar. Nació así una nueva doctrina estratégica, controversial y poderosa: la anticipación ofensiva.

En ese contexto, el estudio Striking First, elaborado por el think tank RAND para la Fuerza Aérea de EE. UU., se propuso examinar a fondo el concepto de ataque anticipatorio —en sus dos formas principales, el ataque preemptivo y el ataque preventivo—, evaluando sus fundamentos, límites legales, consecuencias estratégicas y viabilidad operativa. No se trataba de un llamado a la acción inmediata, sino de una reflexión rigurosa sobre cuándo, cómo y por qué un país con poder militar sin precedentes debería considerar la opción de golpear primero.

La distinción conceptual es clave. Un ataque preemptivo se lanza cuando se percibe que el adversario está a punto de atacar: la amenaza es inminente, la decisión urgente. En cambio, un ataque preventivo apunta a una amenaza aún lejana pero en crecimiento: se actúa para evitar que el enemigo adquiera una ventaja estratégica futura. Ambos casos —aunque diferentes en grado— comparten una lógica de anticipación y caen bajo el paraguas del ataque anticipatorio, término que RAND adopta para explorar este espectro de opciones.

Pero ¿qué factores determinan si vale la pena anticiparse? El estudio identifica dos variables estratégicas clave. Por un lado, la certeza de la amenaza: ¿es seguro que el adversario atacará? Por otro, la ventaja del primer golpe: ¿mejora significativamente la situación si se actúa antes? En el extremo ideal —una amenaza segura e inminente, y una ventaja militar clara al atacar primero— la decisión es casi automática. Sin embargo, estos escenarios son extremadamente raros. Lo más común es el terreno intermedio, donde las amenazas son ambiguas y los beneficios inciertos. Allí, la prudencia estratégica se vuelve tan importante como la capacidad de fuego.

Aun cuando existan razones militares sólidas, el ataque anticipatorio debe superar otro umbral: el del derecho internacional. Según la Carta de la ONU, sólo se permite el uso de la fuerza en defensa propia ante un “ataque armado” real. Por eso, los ataques preemptivos pueden, en algunos casos, justificarse como legítima defensa anticipada. Pero los ataques preventivos —por su carácter especulativo— no son legalmente aceptables bajo el marco actual. Algunos juristas han sugerido flexibilizar el concepto de inminencia frente a amenazas como el terrorismo nuclear, pero no existe consenso. Más aún, los riesgos legales personales para líderes militares y políticos han aumentado con el avance de instituciones como la Corte Penal Internacional.





A este marco legal se suma una dimensión más compleja y volátil: la legitimidad. Un ataque puede ser legal y aun así percibido como ilegítimo, o al revés. La legitimidad depende del contexto, de las intenciones percibidas, de la proporcionalidad del uso de la fuerza, y de la narrativa que acompaña la acción. Un mismo ataque puede ser visto como heroico por unos y criminal por otros, y estas percepciones influyen directamente en la diplomacia, las alianzas y el apoyo interno.

En este escenario, ¿cómo debe adaptarse la política de defensa de EE. UU.? El estudio recomienda tratar el ataque anticipatorio como una capacidad de nicho, no como doctrina central. Las fuerzas armadas —especialmente la Fuerza Aérea— deben estar listas para operar con rapidez, precisión y autonomía cuando sea necesario, pero sin rediseñar toda su estructura en torno a esta estrategia. La clave está en la flexibilidad: poder responder en distintos teatros, contra amenazas estatales o terroristas, sin comprometer la sostenibilidad operativa ni la legitimidad política.

Además, la capacidad de inteligencia estratégica se vuelve fundamental. Evaluar intenciones enemigas, identificar preparativos de ataque y anticipar desarrollos tecnológicos hostiles requiere una combinación de medios técnicos, humanos y analíticos de alto nivel. La calidad de la inteligencia no sólo condiciona el éxito operativo, sino también la justificación política y legal del ataque.

El estudio identifica tres escenarios donde EE. UU. podría considerar seriamente un ataque anticipatorio. El primero: prevenir una agresión transfronteriza contra aliados clave, como un ataque de Corea del Norte contra el sur, o una ofensiva china sobre Taiwán. El segundo: atacar grupos terroristas antes de que puedan ejecutar atentados, como ha ocurrido en Yemen, Afganistán o África del Norte. El tercero: frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, especialmente si un Estado hostil está cerca de desarrollar armas nucleares que podrían ser transferidas a actores no estatales.

No obstante, todos estos escenarios plantean riesgos profundos. Atacar primero puede generar un conflicto más amplio, provocar represalias inesperadas o acelerar programas que se intentaba frenar. Además, puede erosionar normas internacionales que limitan el uso de la fuerza, abriendo la puerta a imitadores —Estados que justifiquen agresiones propias amparándose en el precedente estadounidense.

Por eso, el estudio concluye con una serie de recomendaciones prudentes. En primer lugar, tratar el ataque anticipatorio como la excepción, no la regla. En segundo lugar, reforzar la inteligencia y las capacidades de análisis, minimizando la dependencia de juicios apresurados o datos poco verificados. En tercer lugar, mantener opciones militares de rápida ejecución pero reversible, escalables y precisas. Y, por último, asegurar la coordinación política-militar en todo momento, porque en este terreno, la guerra siempre será una continuación de la política por otros medios.

Striking First no es un llamado a la acción, sino una advertencia mesurada: el poder de anticiparse debe usarse con extrema cautela. Golpear primero puede ser decisivo, pero también puede ser el error que detone un desastre estratégico. Saber cuándo no atacar es, en muchos casos, la mejor forma de defensa.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos reconfiguró de manera drástica su estrategia de seguridad nacional. En lugar de basarse únicamente en la doctrina clásica de disuasión —un pilar de la Guerra Fría que suponía que la amenaza de represalias bastaba para evitar ataques enemigos—, el nuevo enfoque estratégico, articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, introdujo la posibilidad explícita de actuar antes de ser atacado. Esta política, conocida como la doctrina Bush, planteó que frente a amenazas asimétricas como el terrorismo global o la proliferación de armas de destrucción masiva (ADM), la defensa reactiva ya no era suficiente. En un entorno donde los actores no estatales y los Estados fallidos operan al margen de las reglas tradicionales, Estados Unidos adoptó la idea de que debía reservarse el derecho de atacar primero, incluso si la amenaza aún no era inminente.

Este giro doctrinal tuvo profundas implicancias, tanto operativas como normativas. Por un lado, desafió los límites establecidos por el derecho internacional sobre el uso de la fuerza. Por otro, planteó exigencias nuevas a las fuerzas armadas, especialmente en términos de inteligencia, movilidad, precisión y legitimidad. El concepto de “defensa preventiva” ya no era solo una herramienta teórica, sino una opción concreta en la caja de herramientas estratégicas del poder militar estadounidense.

En este contexto, el estudio elaborado por RAND Project AIR FORCE y encargado por la Fuerza Aérea de EE. UU. surge como una respuesta a la necesidad de evaluar seriamente las implicaciones reales de esta doctrina emergente. Su objetivo principal no es justificar ni condenar la anticipación como política de Estado, sino analizarla en profundidad para proporcionar una base empírica y estratégica que permita tomar decisiones informadas.

El estudio se propone, en primer lugar, examinar la naturaleza y viabilidad de los ataques anticipatorios, tanto en su versión preemptiva como preventiva. Esto implica preguntarse bajo qué circunstancias golpear primero puede considerarse legítimo, eficaz o incluso necesario, y qué riesgos se derivan de ello. No se trata únicamente de un dilema moral o jurídico, sino también operacional: ¿qué condiciones deben darse para que un ataque anticipado sea exitoso? ¿Qué grado de certeza se necesita sobre la amenaza? ¿Qué capacidad de respuesta inmediata deben tener las fuerzas armadas?

En segundo lugar, el estudio busca determinar cuándo y cómo estos ataques pueden ser útiles desde una perspectiva estratégica. Para ello, evalúa múltiples factores: desde los beneficios tácticos inmediatos hasta los costos diplomáticos a largo plazo, pasando por el impacto en alianzas internacionales, la percepción pública y la estabilidad del orden global.

Un tercer objetivo, estrechamente vinculado a los anteriores, es explorar las consecuencias operativas para las fuerzas armadas, con énfasis en la Fuerza Aérea. En escenarios anticipatorios, la velocidad, la precisión y la autonomía operativa cobran especial relevancia. Se requiere una capacidad sostenida para ejecutar operaciones quirúrgicas con poco preaviso, muchas veces en entornos políticamente hostiles o legalmente ambiguos. Esto implica repensar doctrinas, revisar estructuras de comando y fortalecer capacidades como ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), ataques de largo alcance y despliegues rápidos.

Finalmente, el estudio pretende ofrecer orientación a los planificadores y responsables de política, brindando un marco analítico que les permita abordar amenazas emergentes que no se ajustan a las lógicas tradicionales de confrontación interestatal. En un mundo donde los enemigos no siempre portan uniformes ni operan desde territorios definidos, la anticipación se convierte en un desafío tanto conceptual como práctico.

Para cumplir estos objetivos, el enfoque metodológico del informe es amplio y multidisciplinario. Parte de una revisión doctrinal y legal sobre el uso anticipado de la fuerza, analizando los principios internacionales de legítima defensa y los límites de la acción preventiva. Luego, explora casos históricos representativos, como los ataques israelíes contra instalaciones nucleares en Irak o Siria, o las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, para identificar patrones, errores y lecciones aplicables. También realiza una evaluación comparativa de costos y beneficios estratégicos, integrando factores militares, políticos y diplomáticos. Finalmente, el informe proyecta escenarios futuros en los que EE. UU. podría contemplar la anticipación como opción estratégica, desde conflictos con potencias regionales hasta la neutralización de grupos terroristas con acceso a tecnologías letales.

En resumen, el estudio de RAND no busca promover una doctrina ofensiva ni negar los riesgos que implica golpear primero. Su propósito es más sobrio y más útil: dotar a los responsables de seguridad de las herramientas necesarias para tomar decisiones complejas en un entorno de amenazas difusas, tiempos de reacción acotados y consecuencias potencialmente irreversibles. En un siglo XXI marcado por la incertidumbre estratégica, pensar en frío antes de actuar en caliente se convierte en un imperativo de la política de defensa.


2. Conceptos Clave

En el contexto de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, el lenguaje estratégico adoptó nuevos matices y categorías que, si no se comprenden correctamente, pueden llevar a confusión o a errores de política grave. El estudio de RAND, consciente de esta ambigüedad conceptual, establece con precisión las diferencias entre tres nociones que suelen utilizarse indistintamente: ataque preemptivo, ataque preventivo y ataque anticipatorio. Comprender estos términos no solo es clave para el análisis legal y estratégico, sino también para evaluar la legitimidad y la utilidad práctica de cualquier acción militar ofensiva justificada en defensa propia.

El ataque preemptivo se refiere al uso de la fuerza militar cuando existe una amenaza inminente y claramente identificada. Es decir, cuando se tiene la convicción de que el enemigo está a punto de atacar y que actuar primero representa la única manera de evitar un daño grave o una derrota estratégica. Esta categoría se basa en el principio de autodefensa inmediata, reconocido por el derecho internacional, y tiene como antecedente histórico paradigmático el ataque de Israel contra Egipto en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. En ese caso, la destrucción preventiva de la fuerza aérea egipcia proporcionó a Israel una ventaja táctica decisiva. Sin embargo, justificar legalmente este tipo de ataque requiere inteligencia precisa y verificable que demuestre la inminencia real de la amenaza. Sin esa condición, la acción pierde su sustento jurídico y político.

En contraste, el ataque preventivo se basa en la percepción de una amenaza futura, que todavía no se ha materializado pero que podría hacerlo con mayor intensidad si no se actúa a tiempo. A diferencia del ataque preemptivo, aquí la amenaza no es inminente; lo que se anticipa es un deterioro futuro del equilibrio estratégico, como la adquisición de armas nucleares por parte de un adversario hostil. El bombardeo israelí del reactor Osirak en Irak en 1981 es un caso clásico de esta lógica. También lo fue, aunque mucho más cuestionado, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, justificada por la presunta posesión de armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. Desde la perspectiva del derecho internacional, el ataque preventivo es generalmente considerado ilegal, ya que no cumple con el principio de inminencia que justifica la legítima defensa. Además, su uso eleva los riesgos políticos y diplomáticos, y puede debilitar normas fundamentales sobre el uso restringido de la fuerza en las relaciones internacionales.

Dado que muchas situaciones reales no se ajustan perfectamente a estas dos categorías, el estudio introduce una noción más amplia y flexible: el ataque anticipatorio. Esta categoría engloba tanto el ataque preemptivo como el preventivo, y se utiliza para analizar un rango continuo de situaciones en las que se considera actuar ofensivamente por razones defensivas. Su valor conceptual radica en que permite abordar contextos complejos donde la amenaza es probable pero no inminente, o donde la decisión de atacar primero responde a una combinación de factores tácticos, políticos y estratégicos. Así, el ataque anticipatorio no define una doctrina específica, sino un marco analítico útil para evaluar cuándo golpear primero puede parecer necesario desde la lógica de la seguridad nacional.

Por último, el estudio distingue una categoría adicional que suele confundirse con las anteriores: la preemption operacional. En este caso, no se trata de anticipar el inicio de un conflicto, sino de realizar ataques dentro de una guerra ya en curso para impedir movimientos tácticos concretos del enemigo. Por ejemplo, atacar una base aérea antes de que despeguen los aviones enemigos, o destruir un nodo de comunicaciones para interrumpir una ofensiva en desarrollo. Aunque este tipo de acción comparte con la preemption estratégica la lógica de actuar antes del daño, su fundamento es estrictamente militar, no político, y se inscribe en la dinámica normal del campo de batalla. Por tanto, no entraña los mismos dilemas legales o morales que una decisión estratégica de iniciar hostilidades.

En resumen, la diferenciación entre estas categorías puede sintetizarse en tres ejes: el grado de inminencia de la amenaza, su legalidad bajo el derecho internacional y la lógica principal que la justifica. El ataque preemptivo responde a una amenaza inmediata y puede considerarse legal bajo ciertos parámetros. El preventivo, en cambio, se enfrenta a una amenaza futura y es generalmente ilegal. El ataque anticipatorio abarca ambos dentro de un espectro de decisiones defensivas ofensivas, y su legalidad dependerá del contexto específico. Finalmente, la preemption operacional es una herramienta táctica legítima dentro de conflictos ya iniciados, pero no equivale a iniciar una guerra.

Comprender estas distinciones no es una cuestión terminológica, sino una condición indispensable para formular políticas coherentes, respetuosas del orden internacional y adaptadas a los riesgos del siglo XXI. Como muestra el estudio de RAND, en temas de seguridad nacional, la precisión conceptual es tan crucial como la precisión militar.

Resumen de Diferencias Clave

Tipo de ataqueInminencia de la amenazaLegalidad internacionalJustificación principal
PreemptivoAltaGeneralmente legalEvitar un ataque inminente
PreventivoBaja o futuraGeneralmente ilegalEvitar aumento futuro de amenaza
AnticipatorioVaría (es un continuo)Mixta/ambiguaActuar antes de que la amenaza escale

3. Evaluación Estratégica

La decisión de lanzar un ataque anticipatorio —ya sea preemptivo o preventivo— no puede tomarse a la ligera. Supone una ruptura fundamental con la norma internacional que prohíbe el uso de la fuerza salvo en defensa propia. Por eso, tal decisión debe apoyarse en un análisis estratégico riguroso que contemple no solo la viabilidad operativa, sino también los riesgos políticos, legales y morales. El estudio de RAND identifica dos factores fundamentales que estructuran esta evaluación: la certeza de la amenaza y la ventaja del primer golpe. A estos, se suman consideraciones políticas y dilemas inherentes a la ambigüedad estratégica.

El primer eje de análisis es la certeza de la amenaza. Este aspecto se refiere al grado de convicción que tienen los responsables de la toma de decisiones sobre si el adversario realmente tiene la intención —y la capacidad— de atacar. En la práctica, rara vez se cuenta con información perfecta. La inteligencia puede ser incompleta, errónea o difícil de interpretar. A esto se suma una incertidumbre estructural: incluso con datos fiables, el comportamiento futuro de los actores puede ser impredecible por naturaleza. Cuando la amenaza es incierta, justificar un ataque anticipatorio resulta mucho más difícil, sobre todo si implica costos significativos —como la pérdida de vidas, el inicio de una guerra o la erosión de la legitimidad internacional. Un ejemplo ilustrativo es la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Aunque EE. UU. detectó misiles soviéticos en territorio cubano, optó por no lanzar un ataque inmediato, debido a la incertidumbre sobre las intenciones soviéticas y los posibles desenlaces de una escalada.

El segundo elemento clave es la ventaja del primer golpe, es decir, si atacar primero otorga un beneficio militar sustancial frente a responder más tarde o esperar ser atacado. Este análisis varía según el tipo de amenaza y el tipo de ataque anticipado. En contextos de ataque preemptivo, la ventaja se mide en términos inmediatos: destruir capacidades clave del adversario, desorganizar su mando y control, lograr la sorpresa táctica o asegurar el control inicial del terreno. En ataques preventivos, el análisis es más prospectivo: se trata de evaluar si el equilibrio militar será menos favorable en el futuro, por ejemplo, si el adversario está cerca de adquirir armas nucleares o de mejorar su capacidad ofensiva. El caso de Israel en 1967 es un claro ejemplo: ante la percepción de un ataque inminente por parte de Egipto, Israel se adelantó y logró una victoria decisiva gracias a la destrucción de la fuerza aérea enemiga antes de que pudiera despegar.

No obstante, incluso cuando se percibe una ventaja táctica clara, los costos políticos, legales y reputacionales pueden ser prohibitivos. Atacar primero puede acarrear condena internacional, pérdida de legitimidad, ruptura de alianzas y un mayor riesgo de escalada. El caso de Irak en 2003 lo ejemplifica: la ausencia de armas de destrucción masiva tras la invasión debilitó profundamente la justificación política del ataque y erosionó la credibilidad de Estados Unidos en los años siguientes. Por eso, cualquier análisis de conveniencia militar debe estar acompañado de un cálculo preciso del impacto diplomático y del nivel de apoyo interno e internacional con el que cuenta la acción.

Este contexto genera una serie de dilemas estratégicos. En muchos casos, la amenaza no es completamente segura, ni la ventaja de atacar es concluyente. Esto produce un espacio de ambigüedad en el que las decisiones se vuelven especialmente difíciles y propensas al error. Por ejemplo, si se tiene certeza de que el enemigo atacará, pero la ventaja militar de adelantarse es baja, tal vez convenga intentar la disuasión en lugar de lanzar un ataque. Por el contrario, si la ventaja ofensiva es alta pero la amenaza no es clara, actuar podría desencadenar una guerra innecesaria y costosa. Este tipo de decisiones, por definición, se toma con información incompleta y bajo presión, lo que aumenta la posibilidad de un error estratégico de gran magnitud.

Para ayudar a ordenar este proceso, el estudio de RAND propone un modelo de evaluación combinado, en el que la certeza de la amenaza se coloca en un eje y la magnitud del beneficio estratégico de atacar primero en otro. Las situaciones que realmente justifican un ataque anticipatorio se ubican en el cuadrante superior derecho: alta certeza de amenaza y alta ventaja táctica. Sin embargo, la mayoría de los escenarios reales no se sitúan en ese cuadrante ideal, sino en zonas grises donde predominan la incertidumbre y los riesgos elevados.

La conclusión estratégica del informe es clara: un ataque anticipatorio no puede fundarse simplemente en el deseo de actuar con iniciativa o en la percepción subjetiva de una amenaza. Exige una base sólida de inteligencia confiable, un análisis cuidadoso de los costos y beneficios —militares y políticos—, una evaluación rigurosa de su legalidad y legitimidad, y una previsión razonable de las consecuencias a corto y largo plazo. Por todo ello, este tipo de acción debe considerarse una excepción estratégica, no una política generalizada. Solo bajo condiciones extraordinarias, cuando converjan la certeza de la amenaza, la ventaja operacional decisiva y el respaldo político necesario, un ataque anticipatorio podría ser una opción justificable. En todos los demás casos, la prudencia es la mejor estrategia.


4. Legalidad y Legitimidad

El uso anticipado de la fuerza militar representa uno de los temas más controvertidos del derecho internacional contemporáneo. El estudio de RAND dedica una atención especial a esta cuestión, consciente de que, más allá de la conveniencia táctica o de la superioridad militar de Estados Unidos, el verdadero desafío está en encontrar un equilibrio entre eficacia estratégica, legalidad normativa y legitimidad política. Golpear primero puede parecer una solución efectiva a ciertos problemas de seguridad, pero ¿bajo qué condiciones puede considerarse legal? ¿Y cuándo es legítimo a los ojos del mundo?

El marco jurídico internacional, tal como lo establece la Carta de las Naciones Unidas, es claro en su intención. El artículo 2(4) prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, mientras que el artículo 51 reconoce el derecho inherente a la autodefensa —individual o colectiva— en caso de que ocurra un “ataque armado”. La interpretación tradicional de estos artículos ha aceptado la posibilidad de un ataque preemptivo únicamente cuando hay evidencia clara e inmediata de que el enemigo está a punto de atacar. Este criterio se apoya en el famoso precedente del Caroline Case del siglo XIX, que establece que para que la acción anticipatoria sea legal, debe haber una necesidad instantánea, ninguna alternativa razonable y un uso proporcional de la fuerza.

Sin embargo, el caso del ataque preventivo —lanzado no ante una amenaza inminente, sino para evitar un peligro potencial en el futuro— no goza del mismo reconocimiento jurídico. En la visión clásica del derecho internacional, este tipo de acción es incompatible con el principio de uso restringido y proporcional de la fuerza. La amenaza aún no se ha materializado y, por lo tanto, no hay justificación legal para actuar con violencia. La mayoría de los expertos jurídicos coinciden en rechazar la legalidad de este enfoque, incluso cuando se invoca la posibilidad de una catástrofe, como en los casos de proliferación nuclear o amenaza terrorista latente.

Ante la aparición de amenazas no convencionales —terrorismo transnacional, armas nucleares portables, ataques cibernéticos—, algunos juristas y gobiernos han sugerido la necesidad de redefinir el concepto de “inminencia” para permitir una autodefensa más flexible. ¿Debe un Estado esperar a que un grupo terrorista con acceso a un arma nuclear actúe, o basta con saber que tiene la capacidad y la intención de hacerlo? Estados Unidos ha defendido una interpretación más amplia del derecho a la autodefensa, especialmente desde la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, en la que se afirma que la anticipación puede ser necesaria en un mundo donde los enemigos no siempre declaran sus intenciones.

Sin embargo, estas propuestas no han logrado consolidarse como parte del derecho internacional consuetudinario, ni han sido formalmente codificadas por organismos multilaterales. El uso de esta doctrina genera tensiones con instituciones como la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), y su aceptación se ve limitada por el temor de abrir la puerta a abusos sistemáticos del principio de anticipación.

La complejidad legal se agudiza cuando los ataques anticipatorios se dirigen contra actores no estatales que operan dentro del territorio de Estados soberanos. Aquí surgen preguntas difíciles: ¿puede un Estado intervenir militarmente si el país huésped no combate a los terroristas? ¿Existe un umbral de amenaza suficiente para considerar inminente una acción que aún no ha ocurrido? En casos como Yemen (2002) o Gaza, tanto Estados Unidos como Israel han argumentado que el Estado anfitrión era incapaz o no estaba dispuesto a actuar, y que por tanto la intervención era justificada. Aun así, este tipo de acciones sigue siendo jurídicamente polémico, sobre todo si no cuentan con el respaldo explícito del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora bien, más allá de la legalidad formal, existe otro concepto clave: la legitimidad. No siempre lo legal y lo legítimo coinciden. Un ataque puede ajustarse técnicamente a la ley, pero ser considerado ilegítimo si se percibe como desproporcionado, unilateral o motivado por intereses ocultos. Inversamente, un ataque ilegal puede ser visto como legítimo si se enmarca en una causa ética superior, como la prevención de un genocidio. La intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 es un ejemplo paradigmático de este dilema: fue ilegal según el derecho internacional, pero ampliamente considerada legítima desde una perspectiva humanitaria.

Varios factores contribuyen a la percepción de legitimidad: la alineación con principios éticos (como proteger civiles), el apoyo de aliados y organizaciones multilaterales, la transparencia en la justificación del ataque y la proporcionalidad de los medios empleados. Además, las percepciones de legitimidad pueden cambiar con el tiempo. Una intervención inicialmente controvertida puede adquirir mayor respaldo si se demuestra que evitó una catástrofe o condujo a una estabilización real. Lo contrario también es cierto: una acción aceptada inicialmente puede volverse ilegítima si sus consecuencias son desastrosas.

El estudio concluye que toda planificación de un ataque anticipatorio debe considerar no solo su viabilidad militar, sino también su base legal y legitimidad internacional. La eficacia táctica puede verse anulada por consecuencias políticas negativas: aislamiento diplomático, sanciones económicas, pérdida de influencia o deslegitimación en foros multilaterales. Además, sin un consenso jurídico claro, la institucionalización de esta práctica como parte estructural de la política exterior estadounidense corre el riesgo de socavar principios fundamentales del orden internacional, debilitando justamente el entorno legal y normativo que EE. UU. ha contribuido históricamente a construir.

En definitiva, el dilema de la anticipación no es solo una cuestión de estrategia militar, sino también un reto jurídico y moral. Si Estados Unidos desea preservar su liderazgo global, deberá equilibrar cuidadosamente su poder de acción con el respeto a las normas que rigen la convivencia internacional. Porque en el siglo XXI, la legitimidad puede ser tan decisiva como la fuerza.

5. Implicaciones para la Política de Defensa de EE. UU.

Desde que la doctrina de ataque anticipatorio se incorporó de manera más explícita en la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha planteado una pregunta crucial para la planificación militar: ¿debe el aparato de defensa organizarse en torno a la posibilidad de golpear primero? El estudio de RAND es claro al respecto: aunque este tipo de operaciones ha ganado notoriedad, su aplicación práctica seguirá siendo limitada y selectiva. No estamos frente a un nuevo paradigma que reemplace la disuasión o la contención, sino ante un recurso excepcional que, si bien debe contemplarse, no puede convertirse en eje estructurante de la defensa nacional.

El ataque anticipatorio debe concebirse como una contingencia de nicho, no como una doctrina central. Aunque puede considerarse con más frecuencia en un entorno estratégico incierto, seguirá siendo poco común en la práctica. Por lo tanto, las fuerzas armadas deben estar capacitadas para ejecutarlo si fuera necesario, pero sin reorganizar su estructura ni su entrenamiento general en torno a este tipo de misión. No se trata de desarrollar capacidades completamente nuevas, sino de adaptar las ya existentes a escenarios bien definidos.

Y es que los requisitos militares para una operación anticipatoria varían enormemente según el caso. No existe una fórmula única ni una plantilla estándar. Prevenir una invasión de Taiwán, neutralizar instalaciones nucleares en Irán o eliminar una célula terrorista en Yemen son desafíos completamente distintos, que exigen medios, tiempos, inteligencia y reglas de enfrentamiento específicos. Por eso, RAND enfatiza la importancia de planificar sobre la base de escenarios concretos en lugar de abrazar una doctrina genérica de anticipación.

En todos los casos, la inteligencia estratégica adquiere un rol central. Comprender las intenciones del adversario, distinguir entre preparativos defensivos y ofensivos, y detectar actividades encubiertas —como la proliferación nuclear— son tareas complejas que requieren capacidades de vigilancia, análisis y acción en tiempo real. La Fuerza Aérea, con sus sistemas ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), cumple un papel fundamental en este proceso. Sin información precisa y oportuna, cualquier decisión anticipatoria se transforma en una apuesta ciega.

Especialmente en el caso de agresiones transfronterizas inminentes, como podría ser una ofensiva convencional de Corea del Norte o una acción militar china sobre Taiwán, la capacidad de reacción rápida es decisiva. Para que un ataque preemptivo tenga sentido, debe lanzarse antes de que el enemigo ejecute su ofensiva. Eso requiere fuerzas preposicionadas, o al menos con alta capacidad de despliegue, decisiones políticas rápidas y confiables, y armamento de largo alcance capaz de actuar incluso sin acceso territorial directo.

Cuando se trata de frenar la proliferación de armas nucleares, químicas o biológicas, las exigencias son aún más elevadas. No basta con atacar instalaciones; muchas veces se requiere eliminar capacidades profundamente enterradas, neutralizar defensas aéreas y, en algunos casos, incluso propiciar un cambio de régimen, como ocurrió con la invasión de Irak. Estas operaciones deben lograr una eficacia quirúrgica sin margen de error, y además prepararse para las consecuencias: desde contaminación nuclear hasta una escalada regional. Por eso, RAND destaca la necesidad de contar con autonomía operativa, sin depender del apoyo directo de aliados, si estos no están dispuestos a participar.

En un plano distinto, los ataques anticipatorios contra organizaciones terroristas implican misiones de escala menor, pero alta complejidad operativa. Suelen realizarse mediante drones, comandos especiales o en coordinación con inteligencia aliada, y requieren niveles altos de infiltración, precisión y velocidad. Si este tipo de acciones se hace recurrente, como ha sido el caso en los últimos años, se incrementará la presión sobre las fuerzas especiales (SOF) y se requerirá una inversión sostenida en unidades no convencionales, equipos discretos y medios autónomos.

Ahora bien, el estudio también advierte contra el riesgo de sobrevaloración de esta capacidad. El éxito de operaciones pasadas, como el ataque preventivo de Israel en 1967, puede fomentar una confianza excesiva en la anticipación como herramienta universal. Este sesgo ofensivo ha llevado históricamente a decisiones estratégicas erróneas, como ocurrió en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial o con la intervención en Irak basada en inteligencia defectuosa. La lección es clara: no todos los problemas de seguridad se resuelven atacando primero.

Además, existe un peligro creciente de que EE. UU. termine siendo blanco de un ataque preemptivo. Si un adversario percibe que la intervención estadounidense es inevitable, puede decidir golpear primero para reducir sus propias pérdidas. Doctrinas como la china, en caso de crisis sobre Taiwán, ya contemplan esa posibilidad. Frente a ello, la estructura de fuerzas de EE. UU. debe diseñarse con criterios de resiliencia y dispersión, incorporando sistemas de defensa activa, redundancia y capacidad de absorción de ataques sorpresa.

Finalmente, RAND subraya la necesidad de una coordinación estrecha entre los líderes políticos y los mandos militares. Las decisiones de anticipación no pueden improvisarse. Los planificadores deben comunicar con precisión qué es factible, advertir sobre las limitaciones operativas y los riesgos implicados, y estar preparados para actuar con poco margen de maniobra temporal si las circunstancias lo exigen.

En suma, el ataque anticipatorio no debe dominar la planificación militar estadounidense, pero sí incorporarse como una capacidad especializada y estratégica. Su éxito dependerá de una combinación equilibrada de inteligencia confiable, criterios legales claros, evaluación política rigurosa y preparación técnica sobria. Se trata, en última instancia, de estar listos para actuar sin precipitarse, de anticiparse sin invitar al desastre, y de preservar el poder militar sin renunciar a la prudencia.


6. Escenarios Probables para EE. UU.

El estudio de RAND identifica con claridad tres escenarios principales en los que Estados Unidos podría contemplar el uso de ataques anticipatorios en el futuro cercano. Estos no son ejercicios hipotéticos: responden a preocupaciones reales en la política exterior y defensa estadounidense, y sirven como guía para planificadores estratégicos, tanto en el terreno militar como diplomático.

El primer escenario plantea la posibilidad de tener que anticiparse a una agresión transfronteriza. El objetivo sería impedir o mitigar una invasión o ataque inminente contra un aliado, como podría ser un avance norcoreano sobre Corea del Sur o una ofensiva de China contra Taiwán. En estos casos, un ataque anticipatorio permitiría a EE. UU. reducir el daño inicial a sus propias fuerzas y a sus aliados, ganando así una ventaja táctica. Sin embargo, esta opción también conlleva un riesgo mayúsculo: iniciar una guerra a gran escala en una región sensible. La magnitud del conflicto haría que la calidad y certeza de la inteligencia sobre la inminencia del ataque enemigo sea absolutamente crítica. Si la amenaza resulta ser menos inminente de lo previsto o no se concreta, el costo político —tanto interno como externo— podría ser devastador. Por ello, este tipo de operación sólo sería justificable en condiciones excepcionales de urgencia y certeza, y requeriría una preparación militar y diplomática extensa y coordinada.

Un segundo escenario contempla ataques anticipatorios contra grupos terroristas antes de que ejecuten atentados. Aquí se trata de operaciones de menor escala, llevadas a cabo mediante drones armados, fuerzas especiales o en colaboración con servicios de inteligencia aliados. Estas misiones suelen ser encubiertas, de corto alcance, y orientadas a eliminar objetivos específicos con precisión quirúrgica. Ejemplos como el ataque con misil Hellfire en Yemen (2002) o los operativos en Afganistán y Pakistán ilustran este tipo de intervención. La ventaja central de este enfoque es su alto grado de aceptabilidad moral y política, siempre y cuando haya evidencia concreta que justifique la acción. Además, al tratarse de acciones puntuales, el riesgo de escalada es mucho menor. No obstante, su éxito depende críticamente de una inteligencia táctica confiable y precisa. También surgen dilemas legales, especialmente cuando estas operaciones se realizan dentro de territorios soberanos sin el consentimiento del Estado anfitrión. Aun con estos desafíos, este es probablemente el tipo de ataque anticipatorio más frecuente y políticamente viable en el mundo contemporáneo.

El tercer escenario, más delicado aún, es el de impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. Aquí el blanco no son grupos dispersos ni movimientos tácticos inmediatos, sino la infraestructura crítica de Estados que podrían adquirir —o ya poseen— capacidades nucleares, químicas o biológicas. Irán y Corea del Norte son los casos más notorios, pero también se contempla la posibilidad de futuros actores. A lo largo de la historia, se han registrado precedentes de este tipo de acción: el bombardeo israelí al reactor Osirak en Irak (1981) o, de manera más ambiciosa, la invasión estadounidense de Irak en 2003. Este último caso, basado en premisas equivocadas sobre la existencia de ADM, se convirtió en un ejemplo paradigmático de los peligros de actuar preventivamente sin evidencia sólida. Operaciones de este tipo exigen una precisión militar extrema: deben destruir no solo instalaciones físicas, muchas veces ocultas o fortificadas, sino también la capacidad técnica y humana del programa enemigo. Además, implican un riesgo alto de guerra prolongada, ocupación territorial y consecuencias geopolíticas imprevistas. Políticamente, si la acción no cuenta con respaldo internacional y la amenaza no es percibida como creíble, el costo en términos de legitimidad puede ser catastrófico. Así, estos ataques sólo pueden considerarse cuando el adversario es claramente incontrolable por medios diplomáticos o disuasivos, y la amenaza es tangible.

Más allá de estos tres escenarios, el estudio identifica una serie de efectos cruzados que deben tenerse en cuenta. Por ejemplo, el impacto disuasivo de estas acciones puede ser ambiguo: mientras algunos países podrían abandonar programas de armamento por temor a ser atacados, otros podrían sentirse incentivados a acelerarlos para disuadir un ataque anticipado. Libia renunció a sus armas tras ver lo que sucedió en Irak, pero Irán podría haber llegado a la conclusión opuesta: que el desarrollo nuclear rápido es la mejor garantía contra una intervención.

Asimismo, el uso repetido o institucionalizado del ataque anticipatorio por parte de Estados Unidos podría erosionar las normas internacionales que condenan el uso preventivo de la fuerza. Esto abriría la puerta a que otros Estados —como India, Rusia o Israel— invoquen esta doctrina para justificar agresiones en sus respectivas regiones, lo que aumentaría la inestabilidad global.

En términos generales, los escenarios más probables para el uso de ataques anticipatorios por parte de EE. UU. se concentran en tres líneas: prevenir agresiones convencionales de Estados hostiles, neutralizar amenazas terroristas antes de que se concreten, e impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. No obstante, la decisión de actuar en forma anticipatoria no puede depender únicamente de la capacidad militar o de la voluntad política. Debe fundarse en tres criterios clave: la certeza de la amenaza, la ventaja estratégica real de actuar primero y el costo político y diplomático que tendría una acción militar unilateral o controvertida.

En última instancia, el estudio de RAND no propone una doctrina rígida, sino un marco analítico que ayude a decidir con inteligencia y cautela. Los ataques anticipatorios, si bien útiles en ciertos contextos, requieren una evaluación minuciosa, caso por caso. La ventaja de golpear primero nunca debe eclipsar el riesgo de golpear en falso.

7. Riesgos y Recomendaciones

Aunque la opción de golpear primero puede ofrecer ventajas estratégicas significativas en ciertos contextos, el estudio de RAND advierte que una dependencia excesiva de los ataques anticipatorios —ya sean de carácter preemptivo o preventivo— entraña riesgos sustanciales tanto en el plano estratégico como en el político. Estas acciones, por más que puedan parecer atractivas en términos de control del conflicto o eliminación de amenazas potenciales, deben ser consideradas con suma cautela y sólo en circunstancias excepcionales.

Uno de los principales peligros identificados es la sobrevaloración del ataque anticipatorio. Casos como el de Israel en 1967, exitosos desde el punto de vista militar, pueden inducir una percepción distorsionada sobre la universalidad de sus beneficios. Esta interpretación errónea podría generar entre líderes políticos y militares una preferencia por la acción ofensiva, subestimando los costos prolongados que implica iniciar una guerra antes de tiempo. En ese camino, el impulso estratégico puede dejar de lado la evaluación rigurosa de alternativas no militares y abrir la puerta a conflictos innecesarios.

Además, si la acción anticipatoria se basa en información defectuosa —como ocurrió en Irak en 2003—, el daño a la credibilidad internacional de Estados Unidos puede ser profundo y duradero. La confianza de aliados, organizaciones multilaterales y opinión pública se resiente, lo que debilita la efectividad de futuras amenazas disuasorias. Una nación que falla al justificar sus intervenciones pierde autoridad moral y capacidad de liderazgo en el sistema internacional.

Existe también el riesgo de provocar una escalada incontrolada. Atacar primero puede desencadenar guerras regionales o incluso globales, especialmente si el objetivo es una potencia intermedia o nuclear. La anticipación mal calculada puede resultar en un conflicto de mayor envergadura que el que se pretendía evitar. Peor aún, puede llevar a que otros actores perciban que deben actuar preventivamente también, desencadenando un ciclo de agresiones defensivas —un efecto espejo sumamente peligroso.

Otra preocupación fundamental es el debilitamiento del orden jurídico internacional. El uso frecuente o unilateral de esta doctrina puede erosionar los principios que limitan el recurso a la fuerza entre Estados. Cuando una potencia como EE. UU. actúa fuera de esos marcos, otros países pueden sentirse legitimados para hacer lo mismo, incluso en contextos mucho más cuestionables. El resultado sería una progresiva desestabilización del sistema internacional y el regreso a un modelo de relaciones de fuerza sin reglas claras.

Y no hay que descartar que Estados Unidos, al mostrarse proclive a atacar primero, se convierta él mismo en blanco de ataques preemptivos. Si un adversario percibe que una intervención estadounidense es inevitable, podría optar por adelantarse, iniciando hostilidades con la esperanza de limitar sus propias pérdidas. Esta lógica ya se refleja en doctrinas militares como la china en torno a Taiwán, que contempla la posibilidad de atacar fuerzas estadounidenses si se aproxima una confrontación.

Frente a este panorama, el estudio ofrece un conjunto de recomendaciones orientadas a minimizar riesgos y preservar la legitimidad estratégica de EE. UU. La primera y más importante es tratar el ataque anticipatorio como una excepción, no como regla. No debe convertirse en una herramienta rutinaria de política exterior, sino reservarse para situaciones extremas, cuando la amenaza sea clara, inminente o no mitigable por otros medios.

La segunda recomendación apunta al fortalecimiento de la inteligencia estratégica. Invertir en capacidades humanas y tecnológicas (HUMINT y SIGINT) es vital para interpretar con precisión las intenciones del adversario y detectar amenazas en desarrollo. Esa inteligencia debe ser contrastada, verificada y compartida de forma rigurosa, evitando que decisiones críticas se tomen sobre la base de datos fragmentarios o erróneos.

Tercero, se enfatiza la necesidad de contar con capacidades militares flexibles y reversibles. Es decir, fuerzas de reacción rápida, armamento de precisión y plataformas de operación furtiva que permitan escalar o desescalar la intervención según evolucione la situación. Esta modularidad es crucial para conservar opciones y no quedar atrapado en una lógica de "todo o nada".

También es esencial minimizar el daño colateral. La legitimidad de un ataque anticipatorio está íntimamente ligada a su precisión y proporcionalidad. Evitar víctimas civiles y limitar la destrucción a objetivos estrictamente militares es no sólo una exigencia moral, sino también estratégica: las operaciones limpias preservan el respaldo político y reducen el riesgo de radicalización o escalada prolongada.

En paralelo, se debe reforzar la coordinación civil-militar. Las decisiones de anticipación no pueden tomarse desde compartimentos estancos. Requieren una comunicación fluida entre planificadores militares y responsables políticos, de modo que estos últimos comprendan con claridad qué es posible, qué es riesgoso y qué implicaciones tendría cada curso de acción.

Una planificación responsable también debe contemplar el escenario posterior al ataque. Toda operación anticipatoria debe incluir medidas para proteger a las fuerzas desplegadas, garantizar la seguridad de los aliados y gestionar la respuesta diplomática y militar del adversario. Pensar en la escalada no como una posibilidad remota, sino como una consecuencia plausible, es parte del realismo estratégico necesario.

Por último, el estudio insiste en la necesidad de respetar y sostener las normas internacionales. A pesar de sus límites, el derecho internacional es un pilar fundamental del orden global. Por ello, EE. UU. debería esforzarse por legitimar cualquier acción anticipatoria mediante alianzas, marcos multilaterales, transparencia informativa y procedimientos formales. No se trata sólo de cumplir reglas, sino de reafirmar el compromiso con un sistema que da previsibilidad y contención a la violencia internacional.

En suma, el ataque anticipatorio puede ser una herramienta útil en circunstancias excepcionales, pero nunca debe convertirse en una doctrina general. Su valor reside en la capacidad de neutralizar amenazas graves y específicas, no en su aplicación sistemática. La clave está en combinar una preparación operativa de alto nivel con una estrategia marcada por la moderación, la inteligencia verificable, el respaldo político firme y el respeto a las normas que rigen la convivencia entre Estados. En tiempos de incertidumbre global, la prudencia estratégica es tan vital como el poder militar.

Ataque de anticipación para el caso Argentina vs Reino Unido/Chile

La teoría de los ataques anticipatorios —en sus variantes preemptiva, preventiva o de carácter más general— desarrollada en el estudio de RAND, ofrece un marco analítico útil para pensar escenarios complejos de seguridad donde la decisión de “golpear primero” podría considerarse racional desde un punto de vista estratégico. Si bien esta doctrina fue concebida en el contexto de la política de defensa estadounidense posterior al 11 de septiembre, su estructura conceptual puede proyectarse, con las debidas adaptaciones, a otras realidades nacionales. Históricamente, en el caso argentino, sufrimos un ataque preventivo con el ataque y captura de la ciudad de Corrientes en 1865 que dio lugar a nuestra entrada en la Guerra del Paraguay. Estuvimos también a punto de realizar un ataque preemptivo en el caso de la crisis del Beagle. Posteriormente, la operación Rosario podría también encuadrarse en el caso de un ataque preemptivo en términos de debilitar el accionar británico en el TOAS luego de revelada las acciones en las Georgias del Sur. La hipótesis de una futura intervención militar en el Atlántico Sur —particularmente en torno a las Islas Malvinas o a los territorios reclamados en la Antártida— plantea un terreno fértil para este tipo de reflexión prospectiva, siempre que se reconozcan las profundas diferencias en capacidades, alianzas, legitimidad y condicionamientos geopolíticos que separan a Argentina del caso estadounidense.

A modo de ejercicio académico, puede imaginarse un escenario a mediano o largo plazo —dentro de las próximas dos décadas— en el cual el contexto internacional en la región austral se ha transformado radicalmente. El Tratado Antártico podría haberse debilitado o incluso colapsado, dando lugar a una etapa de competencia explícita por recursos estratégicos, desde hidrocarburos hasta minerales críticos. En paralelo, la presencia militar y económica del Reino Unido y de Chile en el Atlántico Sur y la Antártida podría haberse intensificado a través de instalaciones duales, con fines científicos y de vigilancia. En ese marco, la exploración de recursos naturales podría haber dejado de ser una actividad cooperativa para convertirse en un foco de fricción geopolítica. Simultáneamente, Argentina habría iniciado un proceso de modernización militar —modesto pero realista— centrado en capacidades ISR, armas de precisión y plataformas de proyección regional limitada. Sobre ese trasfondo, los incidentes recurrentes en las zonas disputadas, incluyendo provocaciones navales cerca de las Malvinas o actividades hostiles encubiertas, marcarían una escalada de tensiones.

En ese contexto hipotético, la posibilidad de aplicar una doctrina de ataque anticipatorio podría cobrar cierta racionalidad estratégica. Por ejemplo, ante indicios claros y verificables de que el Reino Unido está a punto de desplegar nuevos sistemas ofensivos —como misiles de largo alcance o submarinos nucleares— en las Islas Malvinas, el liderazgo argentino podría interpretar esa acción como el preludio de un reposicionamiento militar más agresivo, orientado a consolidar su control sobre zonas circundantes del Atlántico o incluso avanzar sobre reclamos antárticos. De confirmarse una amenaza inminente y específica, Argentina podría contemplar un ataque preemptivo limitado, en línea con el modelo de evaluación de RAND, que combina alta certeza sobre la amenaza con una ventaja táctica clara derivada de actuar primero. Sin embargo, aun en ese caso, los obstáculos serían formidables: el uso anticipatorio de la fuerza solo sería mínimamente viable si se dispone de inteligencia de alta calidad, se logra un control político total sobre la escalada, y se obtiene algún grado de legitimidad regional o multilateral que respalde la acción.

Otro escenario más problemático desde el punto de vista jurídico y estratégico sería el de un ataque preventivo contra instalaciones chilenas en sectores superpuestos del continente antártico o en el extremo sur de la Patagonia. Si, por ejemplo, Chile estableciera bases logísticas con capacidad ofensiva en áreas que Argentina considera parte de su reclamo histórico, y esa infraestructura otorgara una ventaja estratégica irreversible a su contraparte, se podría plantear la necesidad de neutralizar la amenaza antes de que se consolide. Sin embargo, la doctrina RAND señala con claridad que los ataques preventivos —al actuar sobre amenazas futuras y no inminentes— rara vez se justifican plenamente, ni desde el derecho internacional ni desde la legitimidad política. Una acción de este tipo por parte de Argentina sería vista como agresión, con escasas posibilidades de éxito diplomático y alto riesgo de generar una escalada inmediata con otros actores regionales como Perú o Bolivia, tradicionalmente sensibles a alteraciones en el equilibrio austral.

Una opción más plausible dentro del repertorio anticipatorio sería la realización de acciones limitadas, quirúrgicas y encubiertas, destinadas a negar capacidades específicas de vigilancia, control o despliegue rápido por parte de actores extranjeros en zonas disputadas. Este tipo de ataque anticipatorio táctico podría implicar, por ejemplo, el sabotaje selectivo de sensores, infraestructura satelital terrestre o redes de comunicaciones militares en bases británicas o chilenas en la Antártida o sus alrededores. Tal como señala el informe de RAND, las operaciones de esta naturaleza, si son altamente precisas, no letales y conducidas en un marco de negación plausible, pueden resultar más aceptables desde el punto de vista político y más eficaces para evitar una escalada directa. No obstante, incluso estos escenarios exigen capacidades técnicas sofisticadas, un entorno de inteligencia extremadamente fino y una estrategia diplomática sólida para contener las reacciones posteriores.

El conjunto de estos escenarios revela una constante: los riesgos asociados al uso anticipatorio de la fuerza por parte de Argentina son considerables. Escalada bélica con potencias superiores, condena internacional, pérdida de legitimidad en organismos multilaterales, e incluso la posibilidad de que tales acciones justifiquen un mayor refuerzo militar británico o chileno en la región, constituyen peligros concretos. Para que cualquier acción anticipatoria pueda ser evaluada como factible, se requieren condiciones muy exigentes: inteligencia precisa y verificable, planificación proporcional y limitada en objetivos, una narrativa pública clara, y, sobre todo, respaldo regional que dote de legitimidad a la operación. La falta de alguno de estos elementos podría convertir una acción de anticipación en un error estratégico irreparable.

En conclusión, la adaptación de la doctrina de ataques anticipatorios al caso argentino no debe entenderse como una recomendación operativa, sino como una herramienta conceptual para pensar con mayor rigor los posibles cursos de acción frente a amenazas futuras en el Atlántico Sur y la Antártida. Tal como enfatiza el estudio de RAND, este tipo de ataques no debe institucionalizarse ni convertirse en una política general. Su aplicación solo tendría sentido bajo circunstancias excepcionales, donde confluyan amenazas inminentes, ventajas operativas tangibles y una arquitectura política que permita sostener la acción sin sacrificar la estabilidad regional o el prestigio internacional. Para Argentina, la prioridad estratégica debe seguir siendo la construcción de una capacidad de disuasión creíble, la inversión en inteligencia avanzada y la articulación de una diplomacia preventiva robusta. Solo así podrá asegurarse que cualquier decisión de emplear la fuerza, si llegara el caso, no sea fruto de la desesperación o la improvisación, sino de una evaluación estratégica madura, fundada en principios y alineada con los intereses nacionales de largo plazo.


miércoles, 2 de agosto de 2017

Análisis: El oscuro escenario de atacar Corea del Norte

Lindsey Graham revela el cálculo oscuro de atacar a Corea del Norte

Si los militares norteamericanos hubiesen golpeado al país, sería preferible que un conflicto real en Asia oriental sea aceptado como una amenaza teórica para los Estados Unidos.


Científicos de Corea del Norte observan cómo se dispara un cohete.

Uri Friedman | The Atlantic

En un espectáculo soleado de la mañana del martes, Lindsey Graham hizo un cálculo sumamente oscuro. La segunda prueba de Corea del Norte de un misil balístico intercontinental significó que Kim Jong Un es casi capaz de colocar una ojiva nuclear en un misil de largo alcance y golpear a los Estados Unidos con él, señaló el senador republicano en el programa Today. Y Estados Unidos no puede permitir que un "loco" llegue a ese punto, a cualquier costo para los no estadounidenses.

Donald Trump está de acuerdo, agregó Graham, y lo sabe porque lo escuchó directamente del presidente: Trump ha "tenido que escoger entre la seguridad nacional y la estabilidad regional", argumentó Graham. "Japón, Corea del Sur, China estarían en el punto de mira de una guerra si iniciamos una con Corea del Norte. Pero si [Corea del Norte consigue] un misil pueden golpear California, quizás otras partes de América. "

"Si va a haber una guerra para detener [a Kim Jong Un], va a ser allá. Si mueren miles, van a morir allá. No van a morir aquí. Y [Trump] me lo dijo en mi cara ", dijo Graham. "Eso puede ser provocativo, pero no realmente. Cuando eres presidente de los Estados Unidos, ¿dónde está tu lealtad? A la gente de los Estados Unidos. "

A Graham le gustan especialmente las soluciones militares a los problemas de la política exterior; En su aparición en el Today Show, propuso "destruir [...] la propia Corea del Norte" para librar al país de armas nucleares -que, sea lo que sea, es más agresivo que los objetivos declarados por la administración Trump para cualquier operación militar. Pero Graham ha expresado en términos contundentes lo que otros funcionarios estadounidenses acaban con su vaga charla de "opciones de respuesta militar" y todo lo que queda "sobre la mesa".

Si los militares norteamericanos atacaran a Corea del Norte por las razones que mencionó Graham, sería el resultado de un cálculo que provocar un conflicto real en Asia oriental es preferible a aceptar una amenaza teórica para Estados Unidos, que vale la pena arriesgarse a las muertes reales De los que viven en y cerca de Corea del Norte, incluidos los expatriados estadounidenses y las tropas estacionadas en Japón y Corea del Sur, para evitar las muertes potenciales de los estadounidenses en casa. Cuando encuesté a expertos esta primavera, ellos predijeron que cualquier tipo de ataque estadounidense contra Corea del Norte, podría causar miles o incluso millones de muertes -como los norcoreanos toman represalias con armas convencionales, químicas y quizás nucleares y los Estados Unidos y Sus aliados responden en especie, arrastrando a la región en una espiral de conflicto. La vasta gama de las estimaciones de víctimas habló de cuánto riesgo desconocido los planificadores militares de los EE.UU. estarían asumiendo.


Graham está defendiendo "ataques preventivos", que difieren de las "huelgas preventivas" en que no serían una respuesta al ataque inminente de Corea del Norte. Él no está sugiriendo que el ejército de los E. salte a la acción si él cree que Kim Jong Un está a punto de nuke California. Está sugiriendo que los militares estadounidenses neutralizan la amenaza nuclear de Corea del Norte para que Kim nunca tenga la capacidad de bombardear a California. Como escribió mi colega Peter Beinart, los políticos estadounidenses de la posguerra asociaron la guerra preventiva con la Alemania nazi y el Japón Imperial, y por lo tanto tendieron a rechazar el enfoque por razones morales. Pero desde el final de la Guerra Fría, la acción militar preventiva se ha convertido en una opción popular entre los funcionarios estadounidenses, culminando con la invasión de George W. Bush a Irak.

Cuando los miembros de la administración Trump discuten públicamente las opciones militares contra Corea del Norte, suelen describirlos en términos preventivos. No es de extrañar que un halcón como Lindsey Graham caracterizara las opiniones del presidente de esa manera. Pero usted no tiene que tomar su palabra para ella. H. McMaster, consejero de seguridad nacional del presidente, ha apostado por una posición similar. En abril, dijo que sería inaceptable que el gobierno norcoreano obtuviera armas nucleares que pudieran llegar a los Estados Unidos, incluso si eso implica tomar acciones militares que producirían una "catástrofe humana" en Corea del Sur. En julio, Joseph Dunford, el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, participó en el mismo cálculo sombrío.

"Muchas personas han hablado de opciones militares [contra Corea del Norte] con palabras como" inimaginable ", observó. "Me cambiaría un poco y diría que sería horrible. Sería una pérdida de vidas diferente a cualquiera que hayamos experimentado en nuestras vidas. Cualquier persona que ha estado viva desde la Segunda Guerra Mundial nunca ha visto la pérdida de vidas que podría ocurrir si hay un conflicto en la península coreana ". (El Secretario de Defensa James Mattis ha descrito de manera similar una segunda guerra de Corea como" probablemente la peor clase de Luchando en la vida de la mayoría de la gente ... ... la conclusión es que sería una guerra catastrófica.")

"No es inimaginable tener opciones militares para responder a la capacidad nuclear de Corea del Norte", continuó Dunford. "Lo que es inimaginable para mí es permitir una capacidad que permita que un arma nuclear aterrice en Denver, Colorado". Dunford dijo esto aunque el escenario que él imagina -un poder de armas nucleares poder golpear a los Estados Unidos- es eminentemente imaginable . Estados Unidos ha desplegado durante mucho tiempo fuerzas nucleares, sistemas de defensa contra misiles y otros activos militares para evitar que Rusia y China hagan precisamente eso.

La administración de Trump puede simplemente estar hablando con dureza para asustar a Corea del Norte ya su aliado, China, en hacer concesiones. "Si yo fuera China, yo también creería [Trump] y haría algo para" presionar al gobierno norcoreano para que devuelva su programa de armas nucleares ", dijo Graham el martes. La amenaza de la fuerza militar parece más creíble si el gobierno estadounidense indica que está tan poco dispuesto a vivir con Corea del Norte como una potencia nuclear que está dispuesto a invitar a la mayor catástrofe humana en la memoria viva. Pero, ¿qué pasa si Corea del Norte llama el farol de Estados Unidos?

domingo, 11 de junio de 2017

Interdicción y actitud: A 36 años de la Operación Opera

Hace 36 Años, "Operación Opera": El ataque aéreo israelí sobre un reactor nuclear iraquí.

Por Tom Demerly - The Aviationist


 Los israelíes sacuden el mundo con el primer y audaz primer ataque de los F-16.

17.35 hora local, domingo, 7 de junio de 1981. Instalaciones de Investigación Nuclear Al-Tuwaythah, en las afueras de Bagdad, Irak.

El coronel iraquí Fakhri Hussein Jaber está en estado de shock. Su mandíbula cae, con la boca abierta a medida que un gemido tenso sale de su garganta. A pesar de la temperatura del desierto caliente sus miembros se sienten fríos. No puede creer lo que está viendo.

Ocho F-16 pintados de color arena como camuflaje del desierto de una sección de vuelo en formación de ataque de una sola fila al nivel de los techos se asoma sobre las afueras de Bagdad desde el suroeste. Se deslizan fuertemente a la izquierda, cortando vetas blancas de vapor de sus puntas de alas cubiertas de misiles en el aire de la tarde. Uno a uno a la vez se encienden sus postcombustidores sobre el borde sur de la ciudad. La fisura del trueno de los aviones hace que la gente de Bagdad eche un vistazo al cielo. A medida que los pilotos atacantes tiran de sus palancas de mando laterales de nuevo los jets instantáneamente saltan hacia arriba en el claro azul de la tarde en las colas de fuego naranja.

Sus alas llevan el redondel blanco y la estrella azul de David. Los israelíes están aquí.

La procesión de una sola fila de los ruidosos jets alcanza 5.000 pies, sus colas al sol e invisibles desde la tierra dada la cegadora luz del momento. Se balancean pesadamente sobre sus espaldas, las alas hinchadas con enormes bombas de una tonelada. Tumban hacia abajo en una inmersión superficial y perezosamente caen de nuevo a nivel de las alas. Luego, cada uno de ellos lanzará dos bombas de propósito general Mark-84 de 2.000 libras sobre el nuevo orgullo industrial de Irak, el reactor nuclear diseñado por Francia en Osirak. La gran cúpula del reactor redonda se destruye por completo en sólo dos minutos. No se toca nada más.

Y luego se han ido, tal como aparecieron.



Artilleros de la defensa aérea de Irak hacen el único daño colateral. Disparan accidentalmente sobre una de sus propias posiciones antiaéreas en el suelo cuando tratan de golpear el último avión israelí que huye a bajo nivel cuando las explosiones en erupción de las espoletas retardados de las bombas rompen la cúpula nuclear. Un contratista francés de Air Liquide muere trágicamente en el ataque aéreo. Diez soldados iraquíes también son muertos, aunque no se sabe si su muerte fue resultado de las bombas israelíes.


Esta imagen de Google Earth muestra el Centro de Investigación Nuclear de Tuwaitha con la flecha indicando la ubicación anterior del reactor destruido durante la Operación Opera (Google Earth vía Rick Herter)

Habiéndose recuperado de su sorprendente regalo y sumido en el terror, al día siguiente el coronel Fakhri Hussein Jaber es ahorcado en una ejecución pública junto con sus compañeros oficiales. El presidente iraquí, Saddam Hussein, los hace ejecutar por incompetencia y no defender el objetivo estratégico más importante del país. Fue la gran esperanza iraquí de construir un programa de armas nucleares.

En un guión que se ha reproducido antes y que se repetirá una y otra vez, una nación extranjera ha atacado a Irak para destruir su programa de armas de destrucción masiva (ADM). Esta vez es Israel, y esta es la Operación Opera, uno de los ataques aéreos más audaces en la historia del poder aéreo el 7 de junio de 1981. Se compara en importancia al ataque aéreo a Pearl Harbor, el Doolittle Raid, Y de una manera inusual los ataques nucleares en Nagasaki e Hiroshima.

No es la primera vez que se lanza un audaz ataque aéreo para destruir el programa de desarrollo nuclear de Irak. Los iraníes lanzaron un ataque similar sólo unos meses antes en septiembre de 1980, pero no lograron un resultado tangible, usando dos viejos McDonnell-Douglas F-4 Phantoms. Los Phantom iraníes le erraron a la cúpula del reactor con sus bombas. El trabajo en el reactor iraquí apoyado por los franceses continuó, esta vez con las defensas aéreas mejoradas sonaban desde las instalaciones. No impediría que Israel lo intentara también.

La Operación Opera, a veces llamada también Operación Babilonia, ocupa un lugar significativo en la historia del combate aéreo por muchas razones. Algunos lo consideran quizás el ataque aéreo más atrevido y significativo de la historia.


Las tripulaciones que volaron la Operación Opera (Ze'ev Raz)

Este fue un espectacular combate de debut para uno de los aviones tácticos más exitosos jamás construidos y aún sirviendo en servicio de primera línea con muchas naciones hoy. Los primeros General Dynamics F-16 Fighting Falcons utilizados en la incursión fueron llamados "F-16A Netz" o "Hawk" en servicio israelí. Estos mismos F-16As pasaron a construir un legado ilustre para Israel, derribando unos increíbles 40 aviones enemigos en la primera guerra con Líbano el año después de la Operación Opera en 1982. Los aviones F-16A Netz originales fueron retirados recientemente del servicio israelí el 26 de diciembre de 2016. Se están vendiendo a un contrato privado "red air" de la empresa para proporciona la simulación de las fuerzas enemigas para el entrenamiento de las nuevas tripulaciones de combate, probablemente sobre el suroeste de EE.UU. Durante las décadas siguientes, los F-16 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos lanzaron miles de toneladas de municiones en la región.

En el último capítulo, la Fuerza Aérea Iraquí libre adquirió el primero de los treinta y seis F-16 en junio de 2014. Ese mismo año, un instructor de F-16 nos dijo en condición de anonimato que el programa para entrenar pilotos iraquíes para volar F-16 en el Aeropuerto Internacional de Tucson en Arizona fue que, "lamentablemente, la mayoría de ellos [los estudiantes de F-16 iraquíes] apenas pueden volar". Pero los iraquíes libres desarrollaron suficiente habilidad para usar sus F-16 con éxito en combate sobre Irak a partir de septiembre de 2015. Recientemente la Fuerza Aérea Iraquí recibió su quinto lote de cuatro F-16IQ el 24 de marzo de 2017 completando el 9º Escuadrón de Combate iraquí completo con todos sus F-16.

La Operación Opera tiene sus raíces en los bombardeos aéreos tradicionales antes de la introducción de furtivos y armas guiadas de precisión. También alcanzó en el futuro debido a su misión de terminar la proliferación de ADM en Iraq bajo Saddam Hussein. Esa misma agenda perseguiría a todos los presidentes estadounidenses desde entonces y eventualmente obligaría a George W. Bush a invadir Irak en marzo de 2003. La Operación Ópera prefigura la doctrina estadounidense con Corea del Norte hoy, apoyando un creciente argumento de que Estados Unidos debería seguir el ejemplo de Israel con Irak y destruir la amenaza nuclear de Corea del Norte antes de que sea demasiado peligroso de desafiar.

Mientras que la Operación Opera obtiene su lugar en la tradición de la aviación de combate, fue, en su mayor parte, un ataque aéreo de interdición de bajo nivel relativamente convencional. Una de las muchas cosas que hicieron que Ópera fuera sensacional fue la audacia de Israel de lanzar el ataque, un acto agresivo que Israel defendería con vigor, las Naciones Unidas condenaría y luego - Estados Unidos. El presidente Ronald Reagan se encogía de hombros ante una sorprendente pero tranquila admiración por la agresividad, la audacia y la iniciativa de Israel.

Otra cosa que sorprendió a los observadores, incluidos los analistas de inteligencia de los EE.UU., fue cómo los israelíes lograron completar la incursión sin reabastecimiento aéreo y cómo fueron capaces de infiltrarse en uno de los espacios aéreos más fuertemente defendidos de Irak completamente sin ser detectados en plena luz del día. Las respuestas a estas preguntas son planificación excepcional, espionaje vigoroso, trabajo increíble por parte de las tripulaciones de mantenimiento, personal de apoyo e increíble habilidad aérea para los pilotos de ataque, sin ninguna pequeña fortuna para los israelíes.


Los F-16A israelíes toman combustible hasta el último momento antes del despegue (Ze'ev Raz a través de Rick Herter)

Es interesante que los israelíes optaran por usar ocho F-16A ligeros y monomotores como el avión de ataque de bombas y asignaron seis de los aviones más pesados ​​y bimotores F-15 "Baz" para volar la patrulla aérea de combate sobre la misión. El F-15 sería adaptado más adelante en una configuración dedicada del caza de ataque que habría sido más conveniente a una incursión como la operación Opera.

Sorprendentemente, 26 años más tarde Israel usaría esta plantilla de misión nuevamente.

El 6 de septiembre de 2007, Israel invertiría el papel del mismo avión durante la operación Orchard, un ataque aéreo en una instalación nuclear siria secreta en el área de Deir ez-Zor. En este ataque posterior a un objetivo similar, Israel emplearía a los nuevos aviones F-15I Ra'am como bombarderos y utilizará las últimas armas guiadas de precisión aire-tierra, incluyendo misiles Maverick y bombas guiadas por láser. Un equipo de operaciones especiales israelíes se infiltró en la zona para realizar el reconocimiento inicial, incluido el reconocimiento radiológico, y posteriormente designar a las armas guiadas con precisión durante el ataque. El sitio nuclear de Siria fue construido con el apoyo y la cooperación significativa de los norcoreanos, y diez trabajadores de Corea del Norte fueron muertos en Deir ez-Zor, Siria durante el ataque de 2007.

El artista e historiador de la aviación Rick Herter de los Estados Unidos viajó a Israel hace algún tiempo con un General de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Herter recibió un acceso único a la secreta Fuerza Aérea israelí, interfiriendo con el Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de Israel para obtener un detallado conocimiento histórico de las operaciones israelíes, incluida la Operación Opera. Después del viaje de Herter a Israel, comenzó a trabajar en estrecha colaboración con el coronel Ze'ev Raz, que había planeado y comandado la Operación Opera, volando uno de los aviones de ataque. La relación única de Herter con el hombre que planeó y voló la misión le dio ideas que conducen a su pintura de la misión, la única imagen en vuelo con precisión histórica y técnica. La pintura de Rick Herter, "Caer el martillo, Operación Opera" se utiliza en la tapa de este artículo.



El coronel y piloto Ze'ev Raz de la Fuerza Aérea israelí jubilado colabora con el historiador y artista de la aviación, Rick Herter. (Rick Herter)

domingo, 19 de marzo de 2017

Análisis: Pros y contras de atacar a Corea del Norte

A bordo del portaaviones Carl Vinson durante un ejercicio militar conjunto Corea del Sur-Estados Unidos en los mares al este de la Península Coreana este mes. China había propuesto que los Estados Unidos suspendieran los ejercicios militares con Corea del Sur a cambio de una suspensión de los programas nucleares y de misiles de Corea del Norte, para establecer una base para las negociaciones. Crédito Jung Yeon-Je / Agencia France-Presse - Getty Images

Los riesgos de los ataques preventivos contra Corea del Norte
Por Max Fisher - The New York Times



El secretario de Estado, Rex W. Tillerson, habló el sábado en una rueda de prensa conjunta con el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, de China. Credit Pool foto de Mark Schiefelbein

Una declaración de la secretaria de Estado Rex W. Tillerson que Estados Unidos consideraría una acción militar preventiva contra Corea del Norte plantea una pregunta que ha perseguido a los planificadores militares estadounidenses durante 20 años: ¿Cómo puede llegar a funcionar?

El secretario de Estado Rex W. Tillerson señaló el viernes que el gobierno de Trump estaba dispuesto a desechar casi una década de la política de Estados Unidos hacia Corea del Norte a favor de un esfuerzo más agresivo para eliminar el programa de armas nucleares del país. Si eso significa una acción preventiva, que él advirtió que estaba "sobre la mesa", dependerá en gran medida de cómo responda China.

Estados Unidos ha amenazado con la fuerza desde hace tiempo. La sinceridad de tales amenazas siempre ha sido ambigua, ya que a menudo se significan menos para prepararse para la guerra que para actuar como un elemento de disuasión a Corea del Norte, y una seguridad del compromiso por parte de los Estados Unidos a Corea del Sur.

Pero hay una razón que, incluso cuando los programas de armas de Corea del Norte han pasado la línea roja después de la línea roja, Estados Unidos nunca ha seguido adelante.

Casi cualquier plan traería un alto riesgo de escalada involuntaria a una guerra total, según creen los analistas. Colocaría a millones de civiles surcoreanos y japoneses en la cruz de las armas de Corea del Norte con pocos beneficios garantizados.

Que los funcionarios incluso levantar un ataque preventivo muestra la creciente gravedad de la crisis, pero los problemas asociados con cualquier plan de este demostrar por qué la crisis ha permanecido sin resolver durante dos décadas.

Tres opciones poco atractivas

Un ataque preventivo generalmente puede significar una de tres cosas. El Sr. Tillerson, de acuerdo con las declaraciones estadounidenses anteriores, no aclaró cuáles de esas opciones estaban sobre la mesa, pero no descartó ninguna de ellas.

Aquí hay una breve guía para cada uno:

1. Un solo golpe para detener un lanzamiento de misiles

Cómo funcionaría: Mike Mullen, ex presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, dijo en septiembre en el Consejo de Relaciones Exteriores que tal ataque sería más "autodefensa" que preempción.

Si Corea del Norte parece preparada para lanzar un misil con armas nucleares, dijo, los ataques estadounidenses podrían "sacar las capacidades de lanzamiento en la plataforma de lanzamiento o sacarlas una vez que sean lanzadas".

El desafío: Puede que no sea tan fácil como golpear lanzaderas a la intemperie. En tiempos de guerra, Corea del Norte probablemente usaría lanzadores móviles, ocultos en todo el país en lugares como túneles. Golpear cada lanzador antes de que pudiera ser utilizado sería difícil.

El riesgo: Esto casi con toda seguridad sería demasiado tarde para evitar que todos los misiles nucleares salgan del suelo y, dado que la defensa antimisiles no es una garantía, a través de sus objetivos.


2. Un conjunto de ataques para devastar el Arsenal

Cómo funcionaría: El ataque de instalaciones nucleares y de misiles retrasaría los programas y presionaría a Pyongyang para que los entregara. Los ataques cibernéticos, lanzados al lado o en lugar de ataques físicos, podrían sabotear los programas e interrumpir el mando militar.

El reto: Como el programa de Corea del Norte es indígena y no importado del extranjero, el país tiene los conocimientos necesarios para reemplazar las instalaciones destruidas, haciendo retrocesos temporales. Sería difícil golpear misiles existentes ocultos alrededor del país, lo más probable es dejar mucho de la amenaza en su lugar.

El riesgo: Incluso un ataque limitado probablemente provocaría represalias. Un ataque lo suficientemente amplio como para degradar gravemente el programa podría provocar temores norcoreanos de una invasión o un intento de asesinato, que podría conducir a una guerra total.

3. Una guerra lanzada en términos americanos

Cómo funcionaría: Estados Unidos iniciaría una guerra para destruir el gobierno norcoreano de forma absoluta, como en Irak en 2003.

El reto: Se cree que los planes de guerra de Corea del Norte exigen ataques nucleares extensos para detener cualquier invasión.

El riesgo: Corea del Norte casi con toda seguridad tendría éxito en lanzar algunas armas nucleares y químicas, potencialmente matando a millones.

Cualquier plan se enfrenta a un conjunto común de problemas que son esenciales para superar y, hasta ahora, han demostrado ser insuperables.

El problema de la retaliación

Para toda la superioridad militar de los Estados Unidos, Corea del Norte tiene una ventaja significativa: su disposición a aceptar riesgos.

Esto permite al país tomar represalias contra cualquier ataque limitado imponiendo costos que son desproporcionadamente difíciles de soportar para sus adversarios.

Corea del Norte puede tomar represalias, por ejemplo, mediante el lanzamiento de ataques cibernéticos, como se sospecha que han hecho en 2013 contra el sistema bancario de Corea del Sur y en 2014 contra Sony Pictures.

Puede agitar el riesgo de conflicto, como lo hizo con las provocaciones en 2013. Esto beneficia el liderazgo de Corea del Norte, reuniendo a los ciudadanos en torno a la narrativa del estado de una lucha gloriosa. Los civiles estadounidenses, surcoreanos y japoneses están menos dispuestos a aceptar la amenaza que amenaza la guerra.

Mark Fitzpatrick, académico del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, escribió en el sitio web del think tank que los planes de ataque podrían enfrentar una fuerte oposición de los líderes surcoreanos y japoneses, cuyos ciudadanos "soportarían el peso de la represalia". Militares.

El país también ha demostrado disposición a utilizar la violencia que se encuentra justo por debajo del umbral de la guerra, por ejemplo bombardeando una isla surcoreana y hundiendo un buque surcoreano, ambos en 2010.

Muchos analistas creen que el reciente asesinato del hermanastro de Kim Jong-un, por el agente nervioso de VX en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur, fue pensado, en parte, como una demostración de la voluntad de Corea del Norte de usar armas químicas en el extranjero y en áreas civiles.

Cualquier plan de ataque estadounidense limitado tendría que asumir tales represalias -un costo potencialmente alto para pagar por ataques que probablemente sólo impondrían retrasos temporales en el desarrollo nuclear del país.

El problema del escalamiento

Corea del Norte sabe que probablemente perdería la guerra. En caso de que se produzca, sus planes exigen una represalia de última hora para detener a los estadounidenses.

Esta estrategia, desesperada, crea un riesgo que ha castigado durante mucho tiempo a los planificadores de guerra norteamericanos: que Corea del Norte percibiría incluso un ataque limitado como el inicio de una guerra y respondería con todo su arsenal.

Jeffrey Lewis, experto en Corea del Norte en el Middlebury Institute of International Studies, recordó un episodio en 1969 en el que Corea del Norte derribó un avión de la Armada de los Estados Unidos, matando a 31.

El gobierno de Nixon, dijo, nunca tomó represalias porque no pudo encontrar opciones que fueran "lo suficientemente duras como para castigar a los norcoreanos, pero no tan duro que los norcoreanos pensarán que es un ataque general", desencadenando una guerra total.

Ese ha sido el problema desde entonces, el Sr. Lewis dijo: "Flash de noticias, estos diagramas de Venn no se superponen."

A medida que la capacidad nuclear de Corea del Norte ha crecido, la distancia entre un solo ataque y la guerra total se ha acortado. Paradójicamente, el aumento del temor a la escalada también lo hace más probable.

"Si alguna vez hubiera un conflicto, Pyongyang no tendría ningún otro sitio a donde ir, sino subir la escalada después de la artillería, excepto a sus armas nucleares", escribió Victor Cha, que fue director de asuntos asiáticos en el Consejo de Seguridad Nacional de George W. Bush escribió una columna de septiembre en un periódico surcoreano.

Esa amenaza va en ambos sentidos, escribió el Sr. Cha, porque "obliga a Estados Unidos a atacar preventivamente a las fuerzas nucleares a la primera señal de conflicto".

Una guerra completa, introducida deliberada o accidentalmente, se arriesgaría a costos terribles.

El general Curtis M. Scaparrotti dijo a un comité del Congreso en 2016, cuando era comandante de las fuerzas estadounidenses en Corea del Sur, que la guerra con Corea del Norte "sería más parecida a la Guerra de Corea y la Segunda Guerra Mundial - muy compleja, . "

Los analistas dudan de que Estados Unidos pueda reproducir la rápida victoria militar que logró contra Irak en 2003. En caso de guerra, se piensa que los planes de Corea del Norte exigen ataques nucleares contra los principales puertos y bases aéreas de Corea del Sur y Japón, deteniendo cualquier invasión americana antes de que pudiera comenzar completamente.

Mientras tanto, los ataques nucleares y químicos contra los principales centros de población tendrían la intención de sacudir al mundo para capitular. La defensa antimisiles sería de uso limitado contra cohetes de corto alcance y de ninguna utilidad contra los cientos de piezas de artillería de Corea del Norte, muchas de las cuales se dirigen a Seúl, la capital de Corea del Sur.

El problema de la estrategia

Potencialmente la cuestión más difícil de todo es si tales planes lograrían objetivos estratégicos americanos.

Los ataques militares pueden ser una herramienta imperfecta, dicen los analistas, para resolver lo que es esencialmente un problema político: la creencia del liderazgo de que requiere un programa nuclear avanzado para sobrevivir.

Los ataques insuficientes en una guerra correrían el riesgo de profundizar, más que de alterar, este cálculo. Los ataques que llevaron a la guerra arriesgarían exactamente el intercambio nuclear que se pretende evitar.

Sin embargo, los Estados Unidos han mantenido durante mucho tiempo planes de ataque, que ilustran la creciente urgencia de la crisis de Corea del Norte, así como lo difícil que se ha convertido a resolver.

"Es una mala idea estratégica, pero se puede entender por qué los planificadores militares gravitarían hacia ella", dijo Lewis, calificando los planes de "el mejor de los malos".