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miércoles, 18 de septiembre de 2024

Costos sociales de armamentismo y el militarismo: Chile, USA, URSS, España y Corea del Norte

Los costos sociales del armamentismo

Por Esteban McLaren
 

La carrera armamentística naval entre Argentina y Chile (1880-1905): Un ejemplo de prioridades nacionales en tensión

La carrera armamentística naval entre Argentina y Chile, que tuvo lugar principalmente entre 1880 y 1905, es uno de los episodios más intrigantes de la historia militar de Sudamérica. A pesar de la tensa rivalidad entre estos dos países, nunca se llegó a una guerra abierta, pero los esfuerzos por mantener la superioridad naval exigieron sacrificios extraordinarios, tanto en términos económicos como sociales. Para Chile, esto significó destinar recursos originalmente previstos para mejorar la infraestructura y el bienestar de la población, sacrificando, entre otros aspectos, los fondos que estaban destinados al alcantarillado de Santiago. Este episodio es un ejemplo elocuente de cómo el gasto militar en tiempos de paz puede afectar negativamente el desarrollo social y económico de un país.

 

Contexto de la carrera naval

Durante el siglo XIX, tanto Argentina como Chile estaban en proceso de consolidar sus fronteras nacionales, especialmente en regiones ricas en recursos naturales como la Patagonia. Las tensiones derivadas de estos territorios compartidos y la ambición de expandir sus zonas de influencia marítima en el Atlántico y el Pacífico contribuyeron a un aumento de las tensiones entre ambas naciones.

Uno de los puntos álgidos de la rivalidad fue la adquisición de buques de guerra. Ambos países, en un esfuerzo por dominar las aguas sudamericanas, buscaron modernizar sus flotas, con un enfoque particular en la construcción y compra de acorazados, cruceros y destructores. Este tipo de armamento era no solo costoso, sino también tecnológicamente avanzado para la época, lo que implicaba la necesidad de adquirirlo a través de países extranjeros como el Reino Unido y Alemania.

Para Chile, este impulso por mantenerse a la par con Argentina en términos navales vino a un costo social significativo. En 1887, el gobierno chileno tomó la controvertida decisión de desviar fondos que originalmente estaban destinados al sistema de alcantarillado de Santiago hacia la compra de buques de guerra. El sistema de alcantarillado era una necesidad urgente en la capital chilena, que enfrentaba serios problemas de saneamiento debido al crecimiento poblacional y la falta de infraestructura adecuada. Esta decisión demostró que la competencia militar, incluso en ausencia de un conflicto armado directo, podía llevar a priorizar la defensa nacional por encima de las necesidades básicas de la población.

Impacto económico y social en Chile

La decisión de Chile de destinar fondos al gasto militar en lugar de a proyectos sociales como el alcantarillado de Santiago tuvo consecuencias a largo plazo. A corto plazo, la falta de una infraestructura de saneamiento adecuada contribuyó a problemas de salud pública, exacerbando la propagación de enfermedades como el cólera y la fiebre tifoidea, que afectaban gravemente a la población urbana. La inversión en defensa, sin duda, fortaleció la posición de Chile en términos de poder naval, pero lo hizo a expensas del bienestar de sus ciudadanos, creando una disonancia entre las necesidades militares percibidas y las necesidades sociales reales.

Aunque la carrera armamentística no culminó en una guerra abierta entre Argentina y Chile, la carga económica de mantener una flota moderna pesó significativamente sobre ambos países. En 1902, ambas naciones firmaron el Pacto de Mayo, un acuerdo que puso fin a la rivalidad naval al establecer limitaciones sobre las compras de armamento naval. Sin embargo, el daño económico ya estaba hecho: Chile y Argentina habían gastado sumas exorbitantes en sus respectivas flotas, fondos que podrían haber sido invertidos en desarrollo económico y social.

Otros ejemplos de sacrificios sociales por gasto militar excesivo

La historia está llena de ejemplos en los que los gastos militares excesivos en tiempos de paz han tenido un impacto devastador en las condiciones de vida de las poblaciones civiles. A continuación, se detallan algunos casos notables de países que sacrificaron el bienestar social en favor de la carrera armamentística o la defensa nacional, sin que esto condujera a una guerra inmediata.

1. La Unión Soviética y la Guerra Fría

Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética gastó una cantidad desmesurada de su presupuesto en la carrera armamentística contra Estados Unidos. Desde la década de 1950 hasta su colapso en 1991, el gobierno soviético destinó una parte significativa de su Producto Interno Bruto (PIB) a la construcción de un ejército gigantesco, el desarrollo de armas nucleares y la carrera espacial.

Aunque la URSS se convirtió en una superpotencia militar, el costo para la economía fue inmenso. La inversión masiva en armas y tecnología militar redujo drásticamente los fondos disponibles para la infraestructura civil, la vivienda, la salud y el suministro de alimentos. Como resultado, la población soviética soportó décadas de escasez de bienes básicos, largas colas para comprar productos esenciales y un sistema de salud pública deteriorado. Al final, el gasto militar contribuyó al colapso económico del país, lo que a su vez condujo a la disolución de la Unión Soviética.

2. Corea del Norte: Militarización en desmedro de la población

Corea del Norte es un claro ejemplo de un país que ha priorizado su gasto militar a costa del bienestar de su población. Desde la Guerra de Corea en los años 50, el régimen norcoreano adoptó la política de Songun ("primero el ejército"), que coloca a las fuerzas armadas en el centro de las decisiones políticas y económicas del país. Esto ha resultado en una de las mayores proporciones de gasto militar en relación con el PIB a nivel mundial, a pesar de ser uno de los países más pobres del mundo.

El régimen ha invertido fuertemente en el desarrollo de su arsenal nuclear y mantiene una de las fuerzas armadas más grandes en términos de personal. Sin embargo, este enfoque ha tenido un costo devastador para la población civil. La gran mayoría de los recursos se destinan a la defensa, dejando a la población en condiciones de pobreza extrema, con graves problemas de desnutrición y falta de acceso a servicios básicos como la salud y la educación.



Los ciudadanos norcoreanos enfrentan restricciones severas en su acceso a alimentos, y los sistemas de atención médica y educativo son deficientes, marcados por la falta de recursos y personal capacitado. A pesar de estas dificultades, el gobierno continúa priorizando su programa militar, reforzando su poderío armamentístico mientras desatiende las necesidades más urgentes de su gente.

Este desequilibrio entre la inversión en defensa y el bienestar social refleja una política centrada en la supervivencia del régimen, dejando a gran parte de la población en condiciones precarias, sin mejoras significativas en su calidad de vida.

En este mismo sentido aunque obviamente sin llegar a estos extremos, tenemos la Ley Reservada del Cobre en Chile, la cual establecía un vínculo directo entre los ingresos generados por la exportación de cobre y el financiamiento de las Fuerzas Armadas del país. Esta ley, promulgada en 1958 y modificada posteriormente en 1973 durante el gobierno de la Junta Militar, dispone que un porcentaje de los ingresos que genera la empresa estatal Codelco (Corporación Nacional del Cobre de Chile) por la venta de cobre sea destinado al financiamiento de las adquisiciones y modernización de las Fuerzas Armadas chilenas.
La Ley Reservada del Cobre establecía que el 10% de los ingresos brutos por la exportación de cobre debía ser destinado a un fondo exclusivo para las Fuerzas Armadas. Este fondo se utilizaba principalmente para la adquisición de equipamiento militar y la modernización de las tres ramas de las Fuerzas Armadas: Ejército, Armada y Fuerza Aérea.
Los fondos generados por la Ley del Cobre se depositaban en un fondo reservado que no formaba parte del presupuesto general del Estado, lo que permitía a las Fuerzas Armadas acceder a recursos financieros considerables de manera automática y sin necesidad de aprobación parlamentaria. Esto proporcionaba estabilidad y previsibilidad en el financiamiento de la defensa.
Gracias a la Ley del Cobre, las Fuerzas Armadas chilenas lograron financiar una serie de programas de modernización durante las décadas posteriores, permitiéndoles adquirir sistemas de armas avanzados, renovar su flota de aviones y buques, y mejorar sus capacidades tecnológicas. Esto se hizo especialmente evidente durante las décadas de los 90 y 2000, cuando Chile invirtió en la compra de aviones F-16, submarinos y otros equipos de alto costo.
Sin embargo, a lo largo de los años, la Ley del Cobre fue objeto de críticas por parte de sectores políticos y sociales, ya que otorgaba a las Fuerzas Armadas un acceso privilegiado y discrecional a fondos públicos sin supervisión civil o control democrático. Además, se consideraba que la ley vinculaba de manera rígida los ingresos del cobre al gasto militar, lo que limitaba la flexibilidad del Estado para utilizar esos recursos en otras áreas, como educación o salud. Finalmente, en 2019, tras años de debate, se derogó la Ley Reservada del Cobre, reemplazándola por un nuevo sistema de financiamiento para las Fuerzas Armadas, basado en un presupuesto plurianual y supervisado por el Congreso. Este cambio buscaba modernizar la forma en que se financia el gasto militar en Chile, dándole mayor transparencia y control civil sobre los recursos destinados a la defensa.

3. La España de Felipe II y la bancarrota del Imperio Español

Durante el reinado de Felipe II en el siglo XVI, el Imperio Español se comprometió en una serie de costosas campañas militares para proteger y expandir su vasto imperio, que abarcaba territorios en Europa, América y Asia. Estas guerras, motivadas tanto por el deseo de preservar la hegemonía española como por razones religiosas y políticas, resultaron en un gasto económico descomunal. A pesar de las enormes riquezas que llegaban de las Américas, España declaró la bancarrota en múltiples ocasiones a lo largo del siglo, ya que los ingresos no eran suficientes para cubrir los inmensos costos militares.

El tesoro español, alimentado principalmente por la plata y el oro del Nuevo Mundo, fue en gran parte destinado a financiar las guerras en Europa, el mantenimiento de grandes ejércitos y la construcción de poderosas flotas navales. Sin embargo, estos recursos, que podrían haber sido utilizados para modernizar la infraestructura, impulsar la industria o mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, fueron canalizados casi exclusivamente hacia el esfuerzo bélico.


Esta estrategia tuvo consecuencias devastadoras para la economía española. La constante necesidad de recursos para sostener el imperio, combinado con una administración ineficaz de las finanzas, generó un estancamiento económico. La industria local no se desarrolló adecuadamente, y España comenzó a depender de productos importados, mientras que el flujo de metales preciosos provocó inflación. La serie de bancarrotas y la incapacidad para adaptarse a las nuevas realidades económicas globales socavaron la estabilidad del imperio y, a largo plazo, contribuyeron a su declive como superpotencia mundial.

La España de Felipe II es un claro ejemplo de cómo el exceso de militarización y la mala gestión económica pueden agotar incluso los recursos más abundantes, dejando a una nación debilitada y vulnerable en el escenario internacional.

4. Estados Unidos en la Guerra de Vietnam

Durante la década de 1960, Estados Unidos se sumergió profundamente en la Guerra de Vietnam, dedicando una gran parte de su presupuesto federal a este conflicto. Este gasto militar no solo fue considerable por el despliegue de tropas y el equipo bélico necesario, sino que también se vio exacerbado por la Guerra Fría, en la que Estados Unidos competía con la Unión Soviética por la supremacía global, lo que implicó una expansión masiva de los programas de defensa.

El impacto económico de la guerra fue significativo. Mientras se destinaban recursos al esfuerzo bélico, los programas sociales que el presidente Lyndon B. Johnson había impulsado como parte de su visión de una "Gran Sociedad" empezaron a sufrir. Estos programas estaban diseñados para combatir la pobreza, mejorar el acceso a la educación y expandir los servicios sociales en todo el país, especialmente para las comunidades más desfavorecidas. Sin embargo, el desvío de fondos hacia la guerra limitó la capacidad del gobierno para implementar plenamente estas reformas.


Aunque Estados Unidos no cayó en la pobreza extrema como otros países que priorizaron el gasto militar, la guerra de Vietnam y el enorme costo asociado exacerbaron las desigualdades sociales. Las tensiones económicas aumentaron y contribuyeron a un periodo de inestabilidad social en los años posteriores, con protestas masivas contra la guerra, el crecimiento del movimiento por los derechos civiles y un mayor malestar entre los sectores más vulnerables de la población.

Además, el elevado costo de la guerra generó inflación y una creciente deuda pública, debilitando la economía y afectando la percepción del gobierno de Johnson, lo que llevó a un profundo escepticismo en torno al involucramiento militar de Estados Unidos en el extranjero. La guerra de Vietnam es un ejemplo de cómo el gasto militar, incluso en una nación rica como Estados Unidos, puede tener efectos colaterales negativos en el bienestar social y la estabilidad económica.

Al final...

La carrera armamentística naval entre Argentina y Chile es un recordatorio de cómo las rivalidades militares en tiempos de paz pueden llevar a decisiones que sacrifican el bienestar de la población civil en nombre de la seguridad nacional. Al igual que otros ejemplos históricos, desde la Unión Soviética hasta Corea del Norte y el Imperio Español, el gasto militar excesivo en ausencia de guerra puede tener efectos devastadores en el desarrollo económico y social de un país.

La clave está en encontrar un equilibrio entre las necesidades de defensa y las necesidades sociales, algo que a menudo se ve comprometido en tiempos de tensión internacional o rivalidad militar.

lunes, 26 de agosto de 2024

Argentina: Geopolítica entre 1880-1932

Geopolítica Argentina 1880-1932

Esteban McLaren




 

La geopolítica de Argentina entre 1880 y 1932 es un tema complejo que involucra el análisis de las relaciones internacionales del país, su posición dentro de América Latina y su interacción con potencias extranjeras como el Reino Unido, Estados Unidos y Alemania. Durante este período, Argentina experimentó un profundo desarrollo económico y social, en gran parte influenciado por su inserción en la economía global y la inmigración masiva. Este reporte examinará en profundidad estos aspectos, incluyendo cómo estas relaciones internacionales y flujos migratorios moldearon el desarrollo de Argentina y su posición geopolítica.

Introducción: Argentina en la era del liberalismo oligárquico

El período de 1880 a 1932 en Argentina es conocido como la era del liberalismo oligárquico, una etapa en la que el país experimentó una transformación significativa, tanto en términos económicos como sociales. Tras la consolidación del Estado argentino luego de décadas de conflictos internos, los sucesivos gobiernos promovieron políticas que favorecían la inversión extranjera, la inmigración y la integración de Argentina en la economía global.

Durante estos años, Argentina se posicionó como una de las economías más dinámicas de América Latina, atrayendo capital extranjero, principalmente del Reino Unido, y convirtiéndose en un gran exportador de productos agropecuarios. Este crecimiento económico fue acompañado por una transformación social, marcada por la llegada de millones de inmigrantes europeos, que influyeron profundamente en la sociedad y la cultura argentinas.

Relación de Argentina con el Mundo y América Latina

Inserción en la economía global

A finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina se insertó en la economía global como un proveedor clave de productos agropecuarios, especialmente carne y cereales. El modelo económico de la Argentina durante este período se basó en la exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Este modelo de crecimiento estuvo respaldado por una relación cercana con el Reino Unido, que se convirtió en el principal socio comercial e inversor en el país.

Argentina se benefició de la expansión del comercio global durante la Pax Britannica, un período de relativa paz en Europa que permitió el crecimiento del comercio internacional. La infraestructura del país, especialmente el ferrocarril, fue desarrollada principalmente por capital británico, lo que facilitó la expansión del sector agroexportador.

Relaciones con América Latina

En términos de su relación con el resto de América Latina, Argentina mantuvo una postura ambivalente. Por un lado, buscaba consolidarse como líder regional, promoviendo la doctrina del panamericanismo, que buscaba la cooperación entre los países de las Américas. Por otro lado, las relaciones con países vecinos, como Brasil y Chile, estuvieron marcadas por tensiones, en parte debido a disputas territoriales y en parte debido a la competencia por el liderazgo regional.

A pesar de estas tensiones, Argentina logró evitar conflictos armados significativos en la región durante este período, en parte gracias a la diplomacia y a la mediación de potencias extranjeras, como el Reino Unido, que tenía interés en mantener la estabilidad en sus principales mercados y áreas de influencia.

Relación con el Reino Unido, Estados Unidos y Alemania

El Reino Unido: El principal socio económico

La relación entre Argentina y el Reino Unido durante este período fue particularmente estrecha y se basó en la complementariedad económica. Gran Bretaña, que en ese momento era la potencia industrial y financiera dominante, tenía un interés estratégico en asegurar el suministro de materias primas para su industria y alimentos para su población. Argentina, con su vasta producción agropecuaria, se convirtió en un proveedor clave.




El capital británico fue fundamental para el desarrollo de la infraestructura argentina, especialmente en la construcción de ferrocarriles, puertos y la expansión del sistema financiero. A cambio, Argentina exportaba grandes cantidades de carne, lana, y granos al Reino Unido. Esta relación asimétrica significó que la economía argentina se volvió altamente dependiente de las exportaciones y de las fluctuaciones del mercado británico.

Sin embargo, esta dependencia también tuvo sus desafíos. Por un lado, dejó a Argentina vulnerable a las crisis económicas internacionales, como la crisis de 1890, que afectó gravemente a la economía argentina. Por otro lado, la dependencia del mercado británico limitó la diversificación económica y la industrialización del país.

Estados Unidos: Una relación en evolución

En el mismo período, la relación de Argentina con Estados Unidos fue más limitada en comparación con la relación con el Reino Unido. Durante las primeras décadas del siglo XX, Estados Unidos estaba más enfocado en su propia expansión interna y en consolidar su influencia en América Central y el Caribe, lo que limitó su interés en Sudamérica.

Sin embargo, con el tiempo, Estados Unidos comenzó a ver a Argentina como un importante socio comercial y político en la región. Esto fue particularmente evidente durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922, 1928-1930), cuando Argentina buscó equilibrar su dependencia del Reino Unido fortaleciendo sus relaciones con otras potencias, incluido Estados Unidos. La relación con Estados Unidos también se intensificó a medida que este último comenzó a disputar la influencia británica en el hemisferio occidental.

A pesar de estos acercamientos, durante este período, Argentina mantuvo una política exterior relativamente independiente, resistiendo las presiones tanto de Estados Unidos como del Reino Unido para alinearse completamente con sus intereses.

Alemania: Un socio comercial en crecimiento

La relación entre Argentina y Alemania también se fortaleció durante este período, aunque en menor medida que con el Reino Unido. Alemania, como una potencia industrial emergente, buscaba mercados para sus productos manufacturados y materias primas para su industria. Argentina, con su creciente capacidad agroexportadora, era un socio comercial natural.

Durante la Primera Guerra Mundial, la neutralidad de Argentina le permitió continuar comerciando tanto con los Aliados como con las Potencias Centrales, aunque la guerra afectó las exportaciones debido a la interrupción de las rutas comerciales. Después de la guerra, la relación comercial con Alemania se reanudó y se expandió, aunque el Reino Unido continuó siendo el principal socio económico de Argentina.

Influencia de las Relaciones Internacionales en el Desarrollo Económico de Argentina

Las relaciones internacionales de Argentina, especialmente con el Reino Unido, tuvieron un impacto significativo en su desarrollo económico. El capital británico no solo financió la infraestructura clave del país, sino que también impulsó la modernización de la agricultura y la expansión del sistema ferroviario, lo que permitió a Argentina consolidarse como uno de los principales exportadores mundiales de productos agropecuarios.

Sin embargo, esta relación también creó una dependencia estructural que limitó la diversificación de la economía argentina. La industria nacional se desarrolló lentamente, y el país se volvió vulnerable a las fluctuaciones de los mercados internacionales, como se vio durante la Gran Depresión de 1929. La dependencia de las exportaciones agropecuarias significó que cualquier caída en los precios internacionales afectaba gravemente a la economía argentina.

Además, la falta de diversificación industrial hizo que Argentina no pudiera aprovechar plenamente su potencial económico, a pesar de ser uno de los países más ricos de América Latina en términos de recursos naturales y capacidad productiva.

El rol de la inmigración

Inmigración masiva y transformación social

Uno de los factores más importantes que moldearon la geopolítica y la economía de Argentina durante este período fue la inmigración masiva. Entre 1880 y 1930, millones de inmigrantes, principalmente de Europa, llegaron a Argentina. Los inmigrantes provenían principalmente de Italia, España, y en menor medida de otros países como Alemania, Francia y Europa del Este.

Esta inmigración tuvo un impacto profundo en la demografía, la economía y la cultura de Argentina. En términos económicos, los inmigrantes fueron fundamentales para la expansión del sector agropecuario y para el desarrollo de la industria en las ciudades. La mano de obra barata y abundante proporcionada por los inmigrantes permitió la expansión de las fronteras agrícolas y el crecimiento de la producción industrial.

Socialmente, la inmigración transformó a Argentina en una sociedad multicultural, con una mezcla de tradiciones europeas y locales. Los inmigrantes trajeron consigo nuevas ideas, costumbres y formas de organización, que influyeron en la política, la cultura y la economía del país. La urbanización acelerada, impulsada por la llegada de inmigrantes, también llevó a la transformación de ciudades como Buenos Aires, que se convirtió en una metrópolis moderna y cosmopolita.

Impacto en la geopolítica interna y externa

La inmigración masiva también tuvo implicaciones geopolíticas, tanto internas como externas. Internamente, la llegada de millones de inmigrantes cambió el equilibrio demográfico y político del país. La inmigración fue vista por las élites argentinas como una forma de "europeizar" la población y modernizar el país, alineándolo más con los modelos europeos. Sin embargo, también creó tensiones sociales, ya que muchos inmigrantes llegaron con ideas políticas y sociales que chocaban con la estructura oligárquica dominante.

Externamente, la gran comunidad de inmigrantes europeos en Argentina fortaleció los lazos con sus países de origen, especialmente Italia y España. Esto creó un flujo constante de personas, bienes y capital entre Argentina y Europa, lo que reforzó la inserción de Argentina en la economía global y su dependencia de los mercados europeos.

Sin embargo, la presencia de grandes comunidades inmigrantes también generó desafíos para la identidad nacional y para la integración de los inmigrantes en la sociedad argentina. Las diferencias culturales y lingüísticas, así como las condiciones de vida a menudo precarias de los inmigrantes, llevaron a conflictos sociales y a la emergencia de movimientos obreros y anarquistas que demandaban mejores condiciones laborales y derechos políticos.

Geopolítica y la Crisis de 1930

El período culminante de esta era se produjo con la crisis de 1930, que marcó un punto de inflexión en la historia de Argentina. La Gran Depresión que comenzó en 1929 tuvo un impacto devastador en la economía argentina, que dependía en gran medida de las exportaciones agropecuarias. La caída de los precios internacionales de los productos básicos redujo drásticamente los ingresos del país y llevó a una crisis económica y social.

La crisis económica exacerbó las tensiones políticas internas, lo que culminó en el golpe de estado de 1930 que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen. Este golpe marcó el inicio de una década de inestabilidad política y económica, conocida como la "Década Infame". Durante esta época, la política exterior de Argentina se caracterizó por un creciente aislacionismo y una desconfianza hacia los poderes extranjeros, en contraste con la apertura y la integración que había caracterizado el período anterior.

Conclusiones

La geopolítica de Argentina entre 1880 y 1932 estuvo profundamente influenciada por su relación con potencias extranjeras, especialmente el Reino Unido, y por el impacto de la inmigración masiva. Durante este período, Argentina experimentó un notable crecimiento económico, impulsado por las exportaciones agropecuarias y la inversión extranjera. Sin embargo, este crecimiento también creó una dependencia estructural y limitó la diversificación económica del país.

La inmigración masiva transformó a Argentina en una sociedad multicultural y urbana, pero también creó desafíos sociales y políticos que influyeron en la evolución de la identidad nacional y en la estabilidad del país. La crisis de 1930 marcó el fin de esta era de crecimiento y el comienzo de una nueva etapa en la historia de Argentina, caracterizada por la inestabilidad política y un enfoque más introspectivo en su política exterior.

El análisis de este período muestra cómo la interacción entre factores internos y externos, incluidos la inmigración, las relaciones internacionales y las condiciones económicas globales, moldearon el desarrollo de Argentina y su posición en el mundo. Aunque Argentina logró consolidarse como una de las principales economías de América Latina, las vulnerabilidades inherentes a su modelo de desarrollo y las tensiones sociales internas sentaron las bases para los desafíos que enfrentarían en las décadas siguientes.

viernes, 9 de agosto de 2024

VI Brigada Aérea: Arranca la ampliación de las instalaciones esperando a los F-16s

La VI Brigada Aérea de Tandil comenzó a ponerse a punto para recibir a los F-16 que compraron a Dinamarca

El Eco



VI Brigada Aérea PH: Archivo


Oficialmente la primera de las intervenciones empezó a realizarse en la unidad con asiento en Tandil. A finales de la semana próxima, en tanto, se conocerán los oferentes para el Centro de Instrucciones.


Oficialmente la VI Brigada Aérea comenzó su proceso de transformación para lo que será la recepción de los caza F-16 que el gobierno nacional compró a Dinamarca en marzo pasado. La semana pasada comenzó la primera de las obras que se harán en el lugar y que, en su totalidad, según explicó el brigadier general Xavier Julián Isaac, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, demandarán una inversión cercana a los 15 millones de dólares.

En concreto, fue el punto de partido para la “Readecuación ala suereste grupo aérea IV -VI Brigada Aérea Tandil”. Durante la presente intervención se "realizarán los trabajos necesarios para dejar en condiciones de uso los locales existentes en el Ala Sureste del Edificio, realizando demoliciones menores, cierre de vanos de mampostería, completamiento y reparación de piso técnico, retiro y provisión de nuevo cielorraso, divisorios interiores de placas de yeso, cambio de carpintería, pintura, readecuación de sanitarios, instalación eléctrica, comunicaciones aire acondicionado y detección de incendio".

Además, "los trabajos incluirán todas las tareas necesarias para la concreción de la totalidad de los trabajos de acuerdo al Objeto de la Obra. Por lo que no se aceptaran imprevisiones ni mayores gastos asociados a la misma".

El plazo de la obra es de 90 días corridos, "dentro de este plazo se incluye además de la ejecución de la obra en sí, el tiempo que demande el montaje y desmontaje del obrador, la presentación y aprobación de ensayos, estudios, cálculos, planos, así como también los cómputos correspondientes".

Presupuesto

En el detalle, fueron siete las empresas que se presentaron a la licitación que tenía un presupuesto asignado de 322 millones de pesos. Ninguna pudo alcanzar el monto previsto por las autoridades nacionales, incluso una de ellas, casi que duplicó ese monto.

El pasado 5 de julio, el portal COMPR.AR , publicó el dictamen de evaluación de oferta , recomendando la oferta de la empresa local, Tregar Ingeniería SRL, por un total de 386.951.699,04, una propuesta que superó en 64 millones el presupuesto oficial asignado. En la evaluación, se detalló que la recomendación es “por resultar administrativamente, económicamente y técnicamente conveniente a los intereses del Estado Nacional”.

Finalmente, Tregar Ingenieria SRL, resultó adjudicada y desde el 29 de julio y hasta el 27 de octubre, según se detalló en el resumen de la Orden de Compra, se realizan las modificaciones pertinentes.

Centro de Instrucción

A finales de junio, se publicó en el Boletín Oficial la licitación pública para la construcción de un nuevo Centro de Instrucción que será fundamental para la recepción de los F-16.

Bajo el expediente número 50635353, se habilitó la compra del pliego en la plataforma Contratar. El próximo 16 de agosto se conocerán las ofertas. El presupuesto oficial de la obra es de 3.365.045.945 pesos, más de 3.000.000 millones de dólares a valor oficial hoy.

En concreto, el nombre del proceso de contratación es "Construcción Centro de Instrucción - VI Brigada Aérea". En el detalle del pliego, la obra “se compone de un Espacio Central para Instrucción en las Aeronaves, 2 Aulas de Instrucción teórica, 2 Aulas para Instrucción de idiomas, Biblioteca, Oficinas, Sanitarios y Pañol”.

“El edificio posee una Superficie Total de 2070 m2 desarrollados de la siguiente manera: Espacio Central para la Instrucción Practica y de servicios en una sola planta y Espacio para Instrucción Teórica y de Idioma con locales complementarios en dos plantas”, se destacó en el pliego.

También se subrayó que "la superficie en Planta Baja es de 1740 m2 y en Planta Alta 330 m2. La construcción constará de tres sectores diferenciados tanto por sus usos como por sus características arquitectónicas: Sector A: Sector de Instrucción Teórico. Desarrollado en dos Plantas, posee 4 aulas, biblioteca y oficinas, bar/office, sanitarios masculinos y femenino, hall de acceso y escalera. Comprende un sector de acceso, enfatizado a través de un pórtico metálico, con un Hall de acceso en doble altura, escalera metálica, cerramiento con vidrio laminado y cenefa de Alucobond. La estructura se proyectó de hormigón armado de dos niveles de 8,43 metros de anchos por 36,85 metros de largo con fundación de zapatas. Los tabiques exteriores serán de ladrillos retak y revestimiento exterior texturado tipo Revear. La cubierta será plana con carga perimetral, con cielorraso a +2.80 m, respecto al nivel de piso terminado. Sector B: Sector de Instrucción Práctico. Desarrollado en una sola Planta con altura libre de 7,8m. Se construirá en estructura metálica de acero con una cubierta tipo “diente de sierra” en el sector “B”, en planta de 41.12 metros de frente, por 33.62 metros de fondo. El frente tiene un portón metálico de acceso compuesto por ochos hojas. Dichas hojas son de 3.58 metros de ancho por 6.45 metros de altura, que se soportan mediante guías inferiores/superiores. El cerramiento será de panelearía tipo PIR y paneles traslucidos de policarbonato en algunos sectores de la cubierta. El piso será de pavimento de Hormigón con terminación a la llana y pintura epoxi especificada. El sector contempla: Calefacción por aire, tomas trifásicas y monofásicas. Este espacio tendrá un pavimento de Hormigón de 0,20 m de espesor apoyado en una base de suelo seleccionado con cemento de 0,20m de espesor, cuyo contenido es del 8 % de cemento de peso".

En tanto, en el "Sector C: Sector de servicios para la Instrucción Práctica, se encuentra dentro del Sector B. Este Espacio es el destinado a los servicios anexos de la nave central como: sanitarios, vestuario, pañol y sala de máquinas Será ejecutado en construcción en seco sobre el pavimento. La cubierta y el lateral que da hacia el Hangar será revestido en chapa. Se completa además un área de acceso exterior con veredas perimetrales, canteros y pavimentos de aproximadamente 540 m2, posee además una alcantarilla de desagüe y una plataforma lateral de estacionamiento vehicular de 635 m2. La totalidad de la Obra comprende trabajos de movimiento de suelo, alcantarillas y perfilado de terreno, Instalación eléctrica completa, incluso conexión desde una Subestación Transformadora ubicada a 200 m, instalación sanitaria, gas, calefacción central en espacio Aire Acondicionado en espacio A, instalaciones de detección y extinción de incendios, sistema de descarga atmosférica y servicio de comunicaciones y datos".

El plazo de la obra está estipulado en 420 días corridos. Es decir, que con fechas de apertura de sobres de licitación y de adjudicación de la misma, la obra recién estaría finalizada en septiembre-octubre del 2025. “Se deberán programar los trabajos de manera que en los primeros 210 días de obra, se encuentre finalizado el Sector B (Sector de instrucción práctico) en cuanto a estructura, cerramiento, cubierta y pavimento, pintura y toda otra tarea que posibilite la habilitación parcial del sector”, se remarcó en el pliego.

Compra

La compra de los aviones significa una inversión de más de 300 millones de dólares, que se pagarán en cinco cuotas anuales.

La compra realizada al Ministerio de Defensa de Dinamarca incluye 16 aviones monoplazas y ocho aeronaves biplazas. Así quedó determinado en la decisión administrativa N.º 252/2024 firmada por el titular de la cartera de defensa nacional, Luis Petri, y el entonces jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, Nicolás Posse.

El titular del Ministerio de Defensa, Luis Petri, afirmó que todo el espacio aéreo nacional era “un colador” y destacó que los 24 aviones de guerra F-16 que el Gobierno le compró a Dinamarca y llegarán a Tandil, "van a garantizar la soberanía".

"Desde hace 10 años se desprogramaron los aviones Mirage y la Argentina había perdido capacidad de defensa de su espacio aéreo. En un mundo que está en guerra, nosotros estábamos absolutamente indefensos. No sólo nuestra frontera norte era un colador, sino que todo nuestro espacio aéreo era un colador", aseguró Petri.

El funcionario reiteró además que en el pasado se realizaron "promesas de equipamiento y se firmaron cartas de intención, pero los fondos se desviaban y nunca llegaban a la compra de ese equipamiento, sino que caían en saco roto”.

"La compra de los F-16 es la más importante desde la vuelta de la democracia en equipamiento militar" dijo Petri y consideró que “van a garantizar la soberanía".

"Hemos dado todas las precisiones de la compra. Son 24 aviones, un avión escuela, 8 motores, 5 simuladores, 5 años de repuestos para las aeronaves", precisó el ministro.

jueves, 28 de enero de 2021

La infraestructura de la guerra

La infraestructura de la guerra

W&W





El impacto de la pólvora en la guerra se hizo sentir sobre todo en el campo de la táctica. Su efecto sobre la organización, la logística, la inteligencia, el mando y control, y sobre la estrategia misma, fue mucho menor y en su mayor parte indirecto. Para comprender la realidad tecnológica subyacente a la evolución de la guerra en estos campos, es necesario recurrir principalmente a la tecnología no militar.

La invención de la pólvora se considera comúnmente como un acontecimiento revolucionario en la historia mundial y, de hecho, esta ha sido la interpretación predominante desde que Francis Bacon a principios del siglo XVII la describió como tal. Dado que la guerra durante milenios había sido prácticamente idéntica al combate, es fácil comprender cómo surgió ese punto de vista; sugerimos, sin embargo, que ahora está desactualizado y, por lo tanto, es un obstáculo para la verdadera comprensión. Una vez que se suprime la antigua identificación de guerra con combate, surge una perspectiva muy diferente. La batalla se considera uno de los principales medios empleados por la guerra, pero no su fin.

Hemos visto cómo la organización constituía quizás el eslabón más débil de la guerra medieval, y cómo esta debilidad se basaba, al menos en parte, en factores tecnológicos como la ausencia de material de escritura barato y el consiguiente declive de la alfabetización. El hecho de que los ejércitos se organizaran sobre la base de lazos personales y no de principios burocráticos indudablemente contribuye mucho a explicar la naturaleza caótica de la guerra, y de muchas otras cosas, durante la Alta Edad Media antes del año 1000. Sin embargo, desde ese momento en adelante , fue evidente una reversión inconfundible de la tendencia. A medida que la vida de la ciudad, el comercio y la economía monetaria se expandían lentamente, el servicio militar-feudal fue reemplazado cada vez más por el pago en dinero, conocido como escudo o escudo, que podía usarse para obtener mercenarios. Esto a su vez implicó un uso creciente de registros escritos, recibos, listas, etc. La proliferación de documentación escrita se vio favorecida en gran medida por la llegada del papel desde el este, un evento que parece haber ocurrido casi al mismo tiempo que la introducción de pólvora, que de hecho puede haber estado relacionada con ella. El papel, a su vez, abrió el camino a los experimentos con tipos móviles e impresión que finalmente se coronaron con éxito en 1453. Entre 1500 y 1850, aunque las técnicas de impresión no se desarrollaron mucho, su productividad se triplicó o cuadruplicó. La difusión de la imprenta fue fundamental para el surgimiento de las burocracias militares y de las fuerzas armadas modernas. Igualmente importante fue la invención en Italia de la contabilidad por partida doble y la sustitución del romano por números arábigos. Los números arábigos, a su vez, llevaron al descubrimiento de logaritmos por William Napier y del sistema decimal para registrar fracciones por Simon Stevin. Significativamente, Stevin fue uno de los ingenieros militares más destacados de su época. Escribió un manual de artillería y se desempeñó como tutor del Príncipe de Orange.

Aunque no podemos atribuir el crecimiento explosivo que se produjo en el tamaño de los ejércitos solo a estos inventos y descubrimientos, este crecimiento ciertamente no habría sido posible sin ellos; como suele ser el caso, los desarrollos tecnológicos constituyeron una causa necesaria pero no suficiente. Durante la segunda mitad del siglo XVI, las monarquías española, francesa y austriaca pudieron movilizar cada una a más de 100.000 hombres en el país y en el extranjero. En el apogeo de la Guerra de los Treinta Años, se dice que Gustavus Adolphus en Alemania tenía un total de 200.000 hombres bajo su mando. En un momento durante la Guerra de Sucesión española, Francia tenía aproximadamente 400.000 hombres en armas, mientras que los ejércitos de Austria Habsburgo no eran mucho más pequeños. Aunque los métodos de alistamiento y las condiciones de servicio variaban considerablemente de un país a otro, prácticamente todos estos hombres eran soldados a sueldo. Aunque la mayoría de estas tropas podrían ser enviadas a casa cuando la guerra llegara a su fin, todos los ejércitos ahora contenían un núcleo duro y en constante crecimiento de habituales de muchos años. Los estados más poderosos del siglo XVIII fueron fácilmente capaces de mantener en armas a unos 100.000 hombres en todo momento. Estos hombres tenían que ser administrados, pagados, alimentados, vestidos, armados, alojados y cuidados mediante el establecimiento de pensiones, hospitales, orfanatos y similares. Estos problemas se vieron agravados por el hecho de que durante la mayor parte de cada año las fuerzas no se concentraron en un solo lugar sino que se dispersaron en ciudades guarnición, lo que planteó a la administración militar central el problema de mantener la uniformidad. Ésta fue una tarea en la que tuvieron éxito en general, y una que seguramente ni siquiera podría haberse intentado si el equipo técnico disponible se hubiera limitado al disponible durante la Edad Media.

Como una infraestructura tecnológica mejorada permitió que el tamaño de las fuerzas armadas creciera, el número de tropas que podrían concentrarse en cualquier punto y hacer que la batalla también tendiera a aumentar. Hacia mediados del siglo XVII, una batalla en la que participaban entre 30.000 y 40.000 hombres en cada bando se consideraba muy grande, pero en cien años esas batallas se habían convertido en algo común. Algunos enfrentamientos fueron mucho más importantes, como cuando 90.000 franceses lucharon contra 110.000 aliados (británicos, holandeses y alemanes) en Malplaquet en 1709, o cuando un total de 130.000 soldados se enfrentaron en Fontenoy en 1743. Hacia el final de este período, la levée en La masa, o movilización nacional, fue adoptada en Francia y pronto fue imitada por otros países. Aunque su introducción no fue principalmente una cuestión de tecnología, sí requirió una base tecnológica adecuada para hacerlo posible. La levée en masse permitió a Napoleón mantener bajo las armas a más de un millón de hombres a la vez, seguido de cerca por sus oponentes. Como resultado, las batallas en las que ambos bandos sumaban 150.000 se convirtieron en algo común; los más grandes podrían involucrar 250.000 (Wagram, 1809; Borodino, 1812) o incluso 460.000 (Leipzig, 1813). Para entonces, la mera fuerza de los números había comenzado a transformar toda la base de la estrategia.

A medida que la imprenta y las técnicas administrativas mejoradas se desarrollaron hasta el punto que permitieron movilizar y mantener tales fuerzas, el control estratégico y el trabajo del personal también se transformaron gradualmente. Aunque les gustaba posar con atuendos militares y a menudo asumían el mando nominal durante eventos importantes, la mayoría de los gobernantes durante este período ya no salían al campo, y mucho menos luchaban con un arma en la mano. En cambio, pasaron los años de la guerra instalados a salvo en sus palacios, muchos de los cuales llevaban nombres apropiados como Karlsruhe (Descanso de Charles) o Sans Souci (Libre de cuidados). A partir de ahí, buscaron controlar las operaciones a través de la maquinaria proporcionada por los ministerios de guerra recién establecidos, confiando en los sistemas de comunicación de correo real que evolucionaban gradualmente. Al ser la guerra una actividad esporádica, estos sistemas se establecieron originalmente de forma temporal. Recién en el siglo XVIII comenzaron a competir con las redes comerciales más antiguas y mejor establecidas. Incluso en 1815, la noticia de la derrota de Napoleón en Waterloo llegó por primera vez a Londres a través de un servicio privado de palomas mensajeras operado por la Casa de Rothschild.



Aunque las redes de comunicación eran mucho más completas y sistemáticas que todo lo conocido en la Edad Media, los medios tecnológicos disponibles no permitían aumentar mucho la velocidad con la que se transmitían los mensajes. Aunque puede haber habido alguna mejora en las carreteras —que, durante el siglo XVIII, por primera vez comenzaron a acercarse a la calidad de las antiguas calzadas romanas—, los carruajes seguían siendo carruajes y caballos, caballos. En consecuencia, los comandantes que estaban librando la guerra a una distancia de tal vez varios cientos de kilómetros de su capital estaban atados de pies y manos por cartas de instrucciones detalladas. La mayor parte de la información político-militar viajaba probablemente de 60 a 90 kilómetros por día, por lo que el comandante francés en Alemania durante la Guerra de los Siete Años tendría que esperar dos semanas para obtener respuesta a cualquier carta que enviara a Versalles. Así, se explica en parte la naturaleza peculiarmente vacilante, lenta y complicada de las operaciones militares entre la era de Condé a mediados del siglo XVII y la del duque de Brunswick cien años después. Como dijo muy bien Schlieffen, estos comandantes no estaban realmente autorizados para hacer la guerra. Más bien, era su tarea ocupar una provincia o sitiar una ciudad, después de lo cual debían detenerse y esperar más instrucciones. Así, el empleo universal de mensajes escritos para controlar la estrategia funcionó como un freno a las operaciones, de ninguna manera la última vez que una tecnología o técnica actuó de esta manera.

Durante este período, la administración y el trabajo del personal estuvieron claramente separados por primera vez. Los ejércitos del siglo XVIII no solo llevaban consigo sus propias imprentas portátiles que se utilizaban para difundir información, sino que parte del trabajo del personal se hizo con la ayuda de formularios impresos estandarizados. Quizás los primeros de estos fueron los diversos documentos necesarios para realizar un seguimiento del alistamiento, pago, transferencias, ascensos y despido del personal, así como todo el aparato de la ley militar y la justicia militar. Aproximando más estrechamente el trabajo del personal, estaban las órdenes de batalla, los estados de situación, los informes del enemigo, etc., todos los cuales tendían a asumir un carácter más regular y formal. Sin la imprenta, los ejércitos del siglo XVIII no habrían podido existir. También fueron esenciales los escritorios, sillas, archivadores y equipos similares que llevaban en campaña.

Aunque la impresión y la escritura ayudaron a dar forma al trabajo del personal, en el campo de batalla en sí su papel siguió siendo muy limitado, un hecho que a los ojos de algunas personas constituía uno de los atractivos de una carrera militar. A veces, se emitía una orden general escrita o impresa antes del comienzo de un compromiso. Sin embargo, una vez iniciada la lucha, el mando y el control se ejercían principalmente por medios orales, combinados con todos los métodos tradicionales de comunicación acústica y visual. Ya fuera un general o el propio gobernante quien estaba a cargo, los comandantes gradualmente dejaron de luchar en persona, aunque esto no significa que siempre estuvieran fuera de peligro. La posición normal del comandante tendía cada vez más a convertirse en una colina situada un poco hacia atrás y con vistas al campo, y esta posición podía cambiarse una o dos veces durante el enfrentamiento.

Aunque la invención del telescopio ayudó a los comandantes a retener alguna forma de control sobre los frentes que ahora tenían a menudo 5 o 6 km de largo, el período moderno temprano no vio más avances tecnológicos en los campos de inteligencia táctica, comando, control y comunicación. Se produjeron algunas mejoras organizativas hacia finales del siglo XVII, cuando se crearon y emplearon grupos especializados y completamente militarizados de guías, ADC y generales adjuntos en una variedad de tareas. Donde estos grupos estuvieran institucionalizados y debidamente organizados y entrenados, podrían generar grandes beneficios militares. Sin embargo, la perfección a este respecto solo llegó durante el siglo XIX, e incluso Napoleón aún no estaba por encima de confiar los mensajes más importantes al personal diverso contratado localmente.

Así como la tecnología de las comunicaciones estaba prácticamente estancada, el avance en el campo del transporte también fue lento, factor que siguió imponiendo serias limitaciones a los movimientos de los ejércitos. Las fuentes de energía más avanzadas de la época estuvieron representadas por el molino de viento y la rueda hidráulica. Durante la alta Edad Media, ambos se habían generalizado, pero ambos eran totalmente inadecuados para el empleo en el campo. Aunque hubo algunas mejoras marginales en la forma de mejores carruajes, los ejércitos en campaña aún dependían de los hombros de los hombres y de los músculos tensos de los animales, excepto donde se disponía de transporte por agua. Aunque la proporción de caballería estaba disminuyendo en todas partes, se necesitaban caballos para arrastrar la artillería y sus municiones, así como las cantidades realmente asombrosas de equipaje que los ejércitos del siglo XVIII consideraban necesarias para la supervivencia. Como resultado, los caballos no solo eran completamente indispensables sino también extremadamente numerosos. Las malas carreteras y la dependencia de los caballos continuaron imponiendo graves limitaciones a las estaciones en las que los ejércitos podían operar y los lugares a los que podían ir. Solo unos pocos estados, como Francia o Prusia, estaban lo suficientemente bien organizados como para instalar revistas de forrajes, lo que les permitió dar una sorpresa —el término, por supuesto, es significativo— sobre un oponente al abrir una campaña antes de lo que había hecho. se esperaba.

Lo que se aplicaba a los caballos también se aplicaba a los hombres. Solo una pequeña fracción de las necesidades de un ejército podría satisfacerse desde la base. En ausencia de refrigeración, la mayoría de los productos alimenticios tuvieron que ser recolectados en el lugar en operaciones repetitivas, frecuentemente bien organizadas cada cuatro días aproximadamente. En consecuencia, la necesidad de alimentos constituyó un obstáculo muy grave para la movilidad operativa y estratégica. El problema del abastecimiento local se hizo aún más difícil ya que los ejércitos de la época estaban compuestos, para citar al duque de Wellington, de "la escoria de la tierra, alistados para beber". Tan grave era el problema de la deserción que no se podía permitir que las tropas se alimentaran solas, sino que tenían que hacerlo en bloque y bajo vigilancia. Los ejércitos revolucionarios franceses estaban, al menos durante los primeros años, menos afectados por este problema, y ​​parece que Napoleón fue el primer comandante en establecer un servicio militar de requisa debidamente organizado. Como resultado, sus tropas pudieron marchar un poco más rápido y más lejos que la mayoría de los demás, una ventaja muy importante que explica de alguna manera su éxito.

Los comandantes europeos durante la Edad Media estaban acostumbrados a planificar sus operaciones sin mapas de ningún tipo, raras veces se requerían mapas estratégicos a gran escala para el tipo de campaña en la que participaban. Simplemente no tenemos idea de cómo se las arreglaron a este respecto conquistadores de amplio espectro como Tamerlaine y Ghengis Khan. Los mapas entregados a los comandantes españoles durante la segunda mitad del siglo XVI no eran, como se señaló anteriormente, nada más que bocetos dibujados a mano. Los primeros mapas de carácter “moderno”, en el sentido de intentar dar una verdadera representación bidimensional de toda una provincia, aparentemente fueron producidos en Lombardía hacia finales del siglo XV. Con el advenimiento de la imprenta, el mundo finalmente tuvo un instrumento técnico que permitía reproducir mapas con precisión; por lo tanto, el impacto de la impresión en la cartografía fue incluso mayor que su contribución a la administración militar.

Además, la creación de una infraestructura cartográfica para la estrategia se vio favorecida por un resurgimiento del interés por el urbanismo que tuvo lugar durante el Renacimiento. La construcción planeada conjunta de complejos urbanos enteros, que habían sido familiares en el mundo antiguo, requirió el redescubrimiento e introducción de instrumentos y técnicas topográficas, y no pasó mucho tiempo antes de que ambos se aplicaran también a fines militares. La triangulación fue inventada por el holandés Snellius alrededor de 1617, y la utilizó por primera vez para determinar la distancia exacta entre las ciudades de Alkmaar y Bergen-op-Zoom. En consecuencia, los mapas de los siglos XVII y XVIII eran totalmente capaces de mostrar la ubicación relativa de ciudades, carreteras, ríos y obstáculos naturales de todo tipo. También dieron distancias, que a menudo estaban marcadas no solo en millas sino también en horas de viaje, un recordatorio interesante de los itinerarios de los que se originaron. Por otro lado, todavía no estaban provistas de curvas de nivel y, por lo tanto, no podían presentar el terreno en forma plástica.

Estos mapas representaban instrumentos de estrategia razonablemente buenos, pero a menudo no llegaban lo suficientemente lejos. Particularmente al comienzo del período, los mapas aún conservaban una función decorativa tradicional, la misma cualidad que hoy en día hace que muchos de ellos sean atesorados como obras de arte. Con frecuencia se permitió que esto interfiriera con la precisión y la utilidad. Un mapa de finales del siglo XVI o principios del XVII representa los Países Bajos en forma de león estilizado, cola y todo. La escala también presentaba un problema, ya que durante el siglo XVIII solo en Alemania se utilizaban quince tipos diferentes de millas.

Además, la topografía en distancias pequeñas es mucho más fácil que en largas, con el resultado de que la mayoría de los mapas disponibles cubren ciudades y regiones específicas en lugar de países enteros. Giovanni Maraldi y Jacques Cassini realizaron el primer intento de cartografiar un país de este tipo mediante la triangulación en lugar de conjeturas durante la década de 1740. El país que encuestaron fue Francia, y su trabajo solo se completó en vísperas de la Revolución. Incluso después de la puesta en uso de la triangulación, la cobertura tanto de los estados individuales como de Europa en general tendía a ser irregular. Los conjuntos completos de mapas estandarizados dibujados a una sola escala eran muy buscados, difíciles de obtener y, cuando se obtenían, se guardaban celosamente. Cuando en 1780 se completó el atlas topográfico de Prusia y sus vecinos de F. W. Schettan, desapareció inmediatamente en los archivos estatales.

Finalmente, la reproducción de mapas siguió siendo un proceso lento y costoso. Incluso cuando se dispone de mapas de una determinada región, es posible que el número de copias no sea suficiente. Por ejemplo, cuando Federico el Grande invadió Silesia en 1740, se vio obligado a confiar en mapas austriacos capturados. Sesenta años después, los alguaciles de Napoleón marchaban a menudo hacia lo desconocido, dependiendo totalmente de la orientación de compañías de guías contratadas localmente y de su propia confianza en sí mismos. Otro indicio de la relativa escasez de información geográfico-militar fiable y actualizada fue el hecho de que el bosquejo constituía un arte importante. Continuó enseñándose a los oficiales hasta finales del siglo XIX, cuando finalmente se hizo cargo de la fotografía.

La recopilación del tipo de información estadística que es vital para la planificación y conducción de la guerra hizo algunos avances entre 1500 y 1830. En Francia, que abrió el camino, personalidades como Sully, ministro de guerra de Enrique IV, Colbert, ministro de las finanzas a Luis XIV, y Fénelon, tutor de Luis XV, se preocuparon por el problema. El registro por la Iglesia de todos los nacimientos y entierros se hizo obligatorio en 1597, pero fue solo después de 1736 que la información reunida por tales medios tuvo que registrarse por duplicado con una copia entregada a los representantes del gobierno. Aun así, el progreso fue lento. Suponiendo correctamente que un censo no era más que un preludio de nuevos impuestos, la población hasta finales del siglo XVIII solía resistirse a un conteo real, con el resultado de que las estadísticas demográficas, incluso de países pequeños, podían variar hasta en un 50 por ciento. Cuando Necker, ministro de finanzas de Luis XVI, quiso saber el número de ciudadanos de Francia como medio para estimar los ingresos de la corona, se redujo a promediar el número de nacimientos durante el período 176772 y multiplicar el resultado por 25,5, o 24,75, o cualquier otra estimación disponible sobre su proporción en la población general. La Revolución estableció una oficina de estadística propia encargada de la preparación de informes estadísticos periódicos, que la confió a un gran científico, Lavoisier. Fue de esta oficina que el resto de países siguieron el ejemplo, principalmente entre 1810 y 1830.

Aunque el desarrollo técnico de los cronometradores mecánicos durante el período está comparativamente bien documentado, no se ha hecho casi nada para investigar hasta qué punto se usaron y cómo afectaron los hábitos generales de pensamiento, y mucho menos los hábitos militares de pensamiento. Los primeros dispositivos de este tipo hicieron que su aparición en Europa casi simultáneamente con la pólvora. Al igual que las armas de fuego, los relojes representaban máquinas propiamente dicha y, de hecho, estaban destinados a servir como modelos de un cosmos que, desde la época de Newton, llegó a entenderse como una máquina gigantesca con Dios actuando como resorte. Durante los primeros dos o tres siglos, los relojes mecánicos eran demasiado engorrosos y poco fiables para el servicio de campo, con el resultado de que el cronometraje militar permaneció esencialmente sin cambios. Desde principios del siglo XVII se pusieron a la venta buenos relojes portátiles y relojes que tenían al menos la mitad de precisión, y los mejores relojes de finales del siglo XVIII eran casi tan buenos como el reloj moderno medio antes de la era del cuarzo.

Las características técnicas, sin embargo, carecen de sentido en sí mismas. Como comandante en jefe del Ejército Continental, George Washington no consideró apropiado anotar la hora a la que envió o recibió las cartas y, de hecho, a lo largo de su correspondencia militar hay sorprendentemente pocas referencias al reloj. Los mariscales y generales de la Grande Armée eran ciertamente lo suficientemente ricos como para permitirse relojes, pero en un mensaje tras otro airado mensaje, el propio Emperador tenía que recordarles la necesidad de poner no solo la hora del envío, sino también la fecha y el lugar en el membrete. El propio Napoleón formulaba con frecuencia sus órdenes en términos del reloj (“La división del general A partirá a tal hora, seguida a media hora de intervalo por la comandada por B”), pero en otras ocasiones ordenó que las batallas comenzaran au point du jour ("al amanecer"). Luego, también, está el hecho de que antes de la llegada de los ferrocarriles y los telégrafos, los relojes de diferentes lugares no estaban necesariamente sincronizados, pero a menudo mostraban la hora local. A lo largo del período considerado, y de hecho hasta el final del siglo XIX, esto significó que la hora en la provincia Y bien podría diferir de la de la provincia Z, haciendo que la coordinación estratégica a nivel nacional sea mucho más difícil, o indicando de otra manera, lo que quizás la explicación más probable: que tal coordinación rara vez se practicaba.

Otro ámbito en el que los avances tecnológicos fueron mínimos fue el de la inteligencia militar. Desde tiempos inmemoriales, los ejércitos habían dependido de libros, diplomáticos y viajeros para obtener información estratégica de largo alcance sobre el enemigo y el medio ambiente. La información táctica se obtenía mediante observación personal, o bien con la ayuda de exploradores, prisioneros, desertores, habitantes locales y espías. Estos últimos eran típicamente soldados, vestidos con una variedad de disfraces, por ejemplo, el de un peón. Los espías luego irían al campamento enemigo acompañando a un visitante de buena fe, como un campesino que vendría sus mercancías. La lealtad del campesino estaba a su vez garantizada al tomar a su esposa como rehén. Toda la información, excepto la originada en la observación personal de un comandante, viajaba a una velocidad similar al movimiento de las propias fuerzas. En esto se diferenciaron mucho de las fuerzas modernas, que tienen medios técnicos capaces de transmitir inteligencia a la velocidad de la luz. Por otro lado, la comunicación entre un comandante y sus fuentes de información era normalmente directa. Dado que los departamentos de inteligencia sólo aparecieron a finales del siglo XVIII, una multiplicidad de escalones organizativos no se interpuso entre un comandante y sus fuentes de información, por lo que se perdió poco tiempo.

Para unir los hilos del argumento, los ejércitos del siglo XVIII y principios del XIX eran numéricamente mucho más fuertes que sus predecesores. Por supuesto, tal tamaño no habría sido posible de no ser por las técnicas administrativas muy mejoradas que gradualmente se hicieron disponibles desde el Renacimiento. Sin embargo, al mismo tiempo, los medios técnicos de transmisión de información, de los que dependían el mando, el control, la comunicación y la inteligencia, no habían experimentado ninguna mejora correspondiente. Para hacer frente a este dilema, los ejércitos distinguieron entre los niveles táctico y estratégico. En el plano táctico, se buscó y se encontró una solución en términos de una organización cuidadosa —fue a partir del siglo XVI cuando aparecieron compañías, batallones y regimientos— y en la imposición de una disciplina feroz como la que permitió a Federico el Grande decir que los soldados deben temer a sus oficiales más que al enemigo.

En el nivel estratégico, dado que los generales eran notoriamente más difíciles de disciplinar que los soldados, una respuesta resultó menos fácil de descubrir. Sin embargo, a partir de 1760, los franceses en Alemania tomaron la iniciativa en experimentos destinados a dividir los ejércitos en unidades estratégicas permanentes e independientes. Tales unidades no se habían visto en Europa desde la caída del Imperio Romano o — considerando que la legión era preeminentemente una organización administrativa — nunca. Cada una de estas unidades estaba formada por una combinación debidamente equilibrada de todos los brazos, y cada uno estaba provisto de su propia sede y sistema de comunicaciones para posibilitar operaciones independientes por tiempo limitado. Primero apareció en escena la división, luego el cuerpo, y con ellos el primer estado mayor para coordinar los movimientos del ejército en su conjunto.

Así, la combinación de un gran número con una tecnología de comunicaciones débil obligó a los comandantes a buscar nuevas formas organizativas, lo que a su vez no habría sido posible sin los correspondientes cambios en la doctrina y el entrenamiento. Una vez que todos estos elementos se pusieron en práctica y se asimilaron por completo, el efecto sobre la estrategia fue revolucionario, de hecho explosivo. Por primera vez en la historia, los ejércitos en campaña dejaron de marchar en bloques individuales masivos, o bien en destacamentos que pasaban la mayor parte del tiempo esperándose unos a otros. Cada vez más anticuado era el antiguo contraste entre esos destacamentos y las fuerzas principales de un ejército. Cada vez con mayor frecuencia, los ejércitos se componían de sus destacamentos. Como ya implica el término corps d’armée, cada cuerpo individual constituía un ejército en miniatura, completo en todas sus partes. Se desplazaban por su cuenta, a menudo a 24 o incluso 48 horas de distancia de la sede central.

Operando con sus fuerzas dispersas a tal escala, los comandantes encontraron que el número de combinaciones estratégicas que tenían a su disposición había aumentado enormemente. En lugar de simplemente enfrentarse directamente a las fuerzas principales de cada uno y ofrecer batalla o rechazarla, los generales ahora podrían asignar a cada cuerpo de ejército una tarea diferente que forma parte de un plan general. Por lo tanto, un cuerpo podría usarse para montar una distracción y distraer la atención del enemigo; un segundo, flanquearlo por un lado, mientras que un tercero flanquearlo por el otro; un cuarto, para evitar que lleguen refuerzos al lugar; y un quinto, para formar una reserva general. El verdadero truco, por supuesto, consistía no solo en coordinar el cuerpo en sus diferentes roles, sino también en alterar esos roles en cualquier momento de acuerdo con la inteligencia más reciente. Si bien nada de esto era fundamentalmente nuevo, anteriormente solo se podía hacer a escala táctica, digamos a una distancia máxima de 5 a 10 kilómetros. Bajo Napoleón, las maniobras que ocupaban 25, 50 o incluso 100 kilómetros de espacio se volvieron rutinarias.

Al mismo tiempo, la batalla a balón parado entró en declive. Una de las razones fue que los comandantes no pudieron ejercer un control estratégico continuo sobre sus fuerzas muy ampliadas y ampliamente dispersas; otra era que los enfrentamientos podían ponerse en marcha mucho más rápido, ya que cada cuerpo se desplegaba solo en lugar de todos juntos. Dado que los cuerpos operaban de forma independiente y separados unos de otros, a menudo faltaba un centro de gravedad claro, y se volvió mucho más difícil para la inteligencia determinar las verdaderas intenciones del enemigo. En consecuencia, el porcentaje de batallas de encuentro tendió a crecer después de 1790. Cada vez más, los cuerpos hostiles en misiones separadas se tropezaban entre sí sin ninguna orden de, o de hecho sin el conocimiento de la sede central. En tales circunstancias, incluso los mejores planes establecidos por el comandante en jefe ya no eran suficientes. En cambio, y suponiendo que todo lo demás fuera igual, el bando cuyos generales desplegaron la mayor empresa y marcharon hacia el sonido de los cañones poseía una ventaja y tendía a ganar la contienda. Por lo tanto, cerrar la brecha entre los números y los medios técnicos disponibles para coordinarlos en la campaña exigía tanto un cerebro supremo en la parte superior como flexibilidad en la parte inferior. Durante gran parte del período napoleónico, esta combinación estuvo disponible para la Grande Armée y le permitió invadir la mayor parte de Europa. Sin embargo, hacia el final, parece haberse producido un cierto declive en ambos lados de la ecuación, y esto jugó un papel importante para permitir que los enemigos de Francia se pusieran al día.

Sin embargo, un tercer efecto importante de la nueva organización —y por tanto indirectamente de los factores tecnológicos— sobre la estrategia fue el declive de la guerra de asedio. Aunque la literatura existente tiende a exagerar la importancia de la pólvora, el enceinte correctamente diseñado y defendido fue capaz de resistir durante siglos a pesar de lo peor que podían hacer las armas de fuego y la artillería. Hacia finales del siglo XVIII, esta situación cambió. Aunque la relación entre las capacidades técnicas de las fortificaciones y los cañones no había experimentado ningún cambio fundamental, toda la cuestión se estaba volviendo cada vez más irrelevante. Esto se debió a que, dado su tamaño recién adquirido y la forma en que ahora operaban, los ejércitos en la mayoría de las circunstancias se volvieron capaces de vencer fortalezas simplemente enmascarando y evitando. Como ilustra vívidamente la carrera de Napoleón, y como él mismo comentó en una ocasión, los asedios del tipo tradicional no se volvieron mucho más fáciles de montar sino que en su mayor parte fueron superfluos. Aunque no desaparecieron por completo, disminuyeron en número relativo, al igual que el papel que desempeñaron en la estrategia.

Aunque cada uno de los desarrollos anteriores por separado pueden ser considerados revolucionarios, juntos su impacto fue incluso mayor que la suma de sus partes. No sólo se cambió la conducción de la estrategia, sino también su significado. Bien entrado el siglo XVIII, la batalla y la guerra eran casi idénticas. Esto se debía a que, paradójicamente, en otro sentido estaban completamente separados, la guerra aparte de la batalla era casi indistinguible de una forma algo violenta de turismo acompañada de robos a gran escala. Sin embargo, no mucho después del final de la Guerra de los Siete Años, la campaña finalmente comenzó a adquirir un carácter militar más pronunciado. Parafraseando uno de los alardes más celebrados de Napoleón, las piernas del soldado se convirtieron en un instrumento para hacer la guerra en lugar de simplemente un medio para llevarlos al lugar donde tendría lugar la batalla. En el futuro, en cualquier momento de una campaña, es probable que una parte u otra de un ejército participe en combates reales. La lucha fue así continua, en lugar de limitarse a encuentros aislados con un comienzo claro y un final igualmente claro. Las grandes batallas del período napoleónico —Austerlitz, Jena, Wagram, Borodino y Waterloo— estaban destinadas a estar entre las últimas de su tipo. Cada vez más durante el siglo XIX, las batallas debían durar días y luego semanas o meses. No tuvieron lugar en lugares individuales ni cerca de ellos, sino que se extendieron hasta cubrir regiones, países e incluso continentes enteros. Comparado con cualquier período anterior que uno seleccione, este fue un desarrollo revolucionario, y uno que es verdaderamente paradigmático en el sentido de que, por mucho que se deba a factores tecnológicos, no puede explicarse solo en términos de hardware.