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sábado, 11 de enero de 2025

Malvinas: La operación secreta global en Gibraltar

Operación Algeciras





En el oscuro escenario de la Guerra de Malvinas, se tejió una trama que podría haber salido de una novela de espionaje, un episodio olvidado pero cargado de intriga y tensión. A principios de 1982, mientras el gobierno militar argentino lidiaba con una crisis interna que amenazaba con desmoronar el régimen, sus líderes decidieron lanzar un golpe audaz contra el Reino Unido, no en las islas disputadas en el Atlántico Sur, sino en Europa, en el corazón de la base naval británica en Gibraltar. Una operación global al estilo Mossad, ni más ni menos.

El protagonista de esta misión secreta, denominada Operación Algeciras, fue Máximo Nicoletti, un hombre con un pasado turbulento. Nicoletti no era un soldado ordinario; había sido miembro de los Montoneros, una guerrilla peronista que había surgido en los años 70. Ganó su apodo, "el buzo experto", por su participación en un acto de sabotaje en 1974, cuando colocó explosivos bajo la línea de flotación de un destructor argentino en el puerto de Puerto Belgrano. Este acto de terrorismo le ganó una reputación temible y, según él mismo, un linaje de sangre, pues afirmaba ser hijo de uno de los comandos submarinos de Mussolini que hundieron el HMS Valiant y el HMS Queen Elizabeth en el puerto de Alejandría en 1941. Si esta historia era cierta o no, era algo que Nicoletti repetía con frecuencia, quizás para mantener viva su imagen de guerrillero implacable.

El 2 de abril de 1982, cuando Argentina invadió las Islas Malvinas, el gobierno militar buscaba no solo una victoria territorial, sino también un medio para distraer a la población de los problemas internos que amenazaban con desbordar al régimen. La ocupación de las islas unió a los argentinos en un fervor patriótico que, momentáneamente, silenció las protestas contra la brutal represión y las penurias económicas. Sin embargo, la invasión no se desarrolló como esperaban. Lejos de ceder, Gran Bretaña, bajo el liderazgo de Margaret Thatcher, reaccionó con fuerza. Organizó la mayor operación militar desde la Segunda Guerra Mundial, enviando una armada imponente para recuperar las islas.



En Buenos Aires, mientras las primeras escaramuzas se sucedían en el Atlántico Sur, el director del Servicio de Inteligencia Naval argentino, el almirante Eduardo Morris Gerling, comenzó a considerar formas alternativas de golpear a los británicos. Fue entonces cuando decidió convocar a Nicoletti. Capturado por los militares en 1977, Nicoletti, junto a su camarada Nelson Latorre, había cambiado de bando justo antes de enfrentar las torturas que la dictadura reservaba para sus enemigos. Esta conversión no solo fue una traición a sus antiguos compañeros, sino también un acto de desesperación y supervivencia. De guerrillero peronista, Nicoletti pasó a ser un ferviente colaborador del régimen militar, dispuesto a servir en cualquier misión que se le asignara.

Operación Algeciras se presentó como una oportunidad perfecta para Nicoletti de aplicar sus habilidades como buzo y saboteador. El plan era simple en teoría: infiltrarse en la base naval de Gibraltar y hundir un buque de guerra británico. La operación, aunque arriesgada, tenía un precedente en la mente de Nicoletti: su exitoso ataque en Puerto Belgrano. Pero esta vez, el objetivo era mucho más ambicioso y, sin duda, más peligroso.

 

El grupo encargado de ejecutar la misión estaba compuesto por Nicoletti, Latorre, y un tercer hombre, conocido solo por su apodo, "el marciano". Los tres habían sido Montoneros y ahora, ironías del destino, servían al mismo régimen que había intentado eliminarlos. Su viaje comenzó el 22 de abril de 1982, cuando partieron hacia París, escoltados por el capitán de navío Héctor Rosales, quien actuaba como enlace con los altos mandos militares y encargado de supervisar la misión. Desde París, los tres exguerrilleros cruzaron la frontera hacia España y se dirigieron a Málaga en dos autos alquilados. Rosales, mientras tanto, se trasladó a la embajada argentina en Madrid para recoger una maleta muy especial: en su interior, dos minas italianas cargadas con 25 kilogramos de explosivos, diseñadas para adherirse al casco de un buque y provocar una devastadora explosión.

La operación parecía destinada al éxito, pero desde el principio se vio afectada por una serie de improvisaciones y errores que, en retrospectiva, parecían inevitables. Al llegar a España, el grupo se instaló en una casa alquilada en Estepona, una tranquila localidad costera a unos 18 kilómetros de Gibraltar. Sin embargo, a pesar de la gravedad de su misión, los argentinos cometieron errores de principiante. Carecían de planos actualizados de la base naval y se vieron obligados a comprar mapas turísticos de Gibraltar en una tienda de El Corte Inglés. Además, tuvieron que adquirir un bote de goma para acercarse al puerto, lo que incrementó la posibilidad de ser descubiertos.



Durante días, los tres hombres actuaron como si fueran turistas comunes, aunque sus actividades resultaban cada vez más sospechosas. Paseaban por la costa, observando el puerto militar británico con binoculares en lugar de dedicarse a la pesca, como afirmaban. Su comportamiento no pasó desapercibido para las autoridades locales, especialmente en un tiempo de guerra donde cualquier actividad inusual podría ser interpretada como un acto de espionaje.

Finalmente, después de días de vigilancia, el grupo identificó su objetivo: la fragata británica HMS Ariadne, que entraba y salía del puerto en intervalos irregulares. Nicoletti, ansioso por cumplir la misión, solicitó permiso para atacar un viejo remolcador que parecía más accesible, pero desde Buenos Aires le ordenaron que tuviera paciencia. El 3 de mayo, recibieron la orden de pasar a la acción, fijando el 16 de mayo como la fecha para ejecutar la Operación Algeciras.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. El 15 de mayo, un día antes del ataque, todo se desmoronó. El capitán Rosales fue a renovar el alquiler de los autos en previsión de una fuga apresurada, pero su comportamiento levantó sospechas. El empleado de la oficina de alquiler de autos, al notar algo extraño, lo hizo esperar mientras avisaba a la policía. Cuando los oficiales llegaron, Rosales no tuvo más remedio que revelar su verdadera identidad. "Soy el capitán Fernández de la Armada Argentina y estoy en una misión secreta. Desde este momento me considero su prisionero, no diré una palabra más", declaró, poniendo fin a la operación.

Resumen de las Biografías: Operación Algeciras

La Operación Algeciras fue una misión encubierta llevada a cabo por la Armada Argentina durante la Guerra de las Malvinas en 1982, con el objetivo de sabotear un buque británico en la Base Naval de Gibraltar. La operación, que nunca se concretó, tenía la intención de alterar la disposición de la flota británica en el conflicto y de presionar a las fuerzas europeas para que retiraran sus buques del Atlántico Sur.

Máximo Nicoletti fue el principal ejecutor de la misión. Exintegrante de la organización Montoneros, Nicoletti había adquirido experiencia en sabotajes al participar en la voladura de la fragata ARA Santísima Trinidad en 1975. Esta experiencia lo hizo útil para la Armada, que lo contactó en 1978 durante las tensiones con Chile por el Canal de Beagle. Aunque ese conflicto fue evitado por la mediación papal, la capacidad de Nicoletti quedó registrada, lo que llevó a la Armada a recurrir nuevamente a él durante la Guerra de las Malvinas.

Máximo Nicoletti

En 1982, cuando estalló el conflicto, Nicoletti estaba en Miami. La Armada lo reclutó para liderar la Operación Algeciras, cuyo propósito era hundir un buque británico en Gibraltar utilizando minas submarinas. Esta acción sería un mensaje a Europa sobre los riesgos de mantener sus fuerzas navales tan lejos de sus costas.

El comandante de la operación fue el almirante Jorge Isaac Anaya, un miembro de la Junta Militar argentina y uno de los arquitectos de la recuperación de las Malvinas. Anaya, convencido de la necesidad de una acción en Europa, convocó al almirante Eduardo Morris Girling, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, para planear la misión. Girling formó un equipo con Nicoletti y otros dos exmontoneros, quienes serían los encargados de ejecutar la operación.

Alte Jorge Anaya

Los exmontoneros tenían la ventaja de no estar formalmente vinculados a la Armada, lo que permitía a las autoridades argentinas negar cualquier conexión oficial con la operación en caso de fracaso. Además, estos exguerrilleros contaban con formación militar y experiencia en operaciones clandestinas, lo que los hacía idóneos para la misión.

El plan consistía en que Nicoletti y su equipo viajaran a Gibraltar, se sumergieran en el puerto utilizando equipo de buceo y colocaran minas submarinas en un buque británico. Sin embargo, desde el principio enfrentaron dificultades. Tras llegar a París, los servicios de inteligencia franceses sospecharon de ellos debido a la mala calidad de los pasaportes falsos proporcionados por Víctor Basterra, un exmontonero conocido por sus habilidades como falsificador. Aunque los argentinos lograron continuar su viaje, siempre quedó la sospecha de que los franceses alertaron a las autoridades británicas y españolas sobre su presencia.

Ya en España, el equipo se estableció en Algeciras, desde donde llevaron a cabo misiones de reconocimiento en la costa. Observaron que las medidas de seguridad en la base de Gibraltar eran mínimas, lo que hacía factible la operación. Sin embargo, las condiciones climáticas y la presencia de un blanco adecuado fueron obstáculos continuos. Nicoletti, impaciente por actuar, propuso varios objetivos, como un buque minador y un supertanque de bandera liberiana, pero ambos fueron rechazados por Anaya, quien consideró que los objetivos eran inapropiados o que las consecuencias de atacarlos serían desastrosas.

Finalmente, según Nicoletti, cuando por fin se dieron las condiciones perfectas para realizar la operación, Buenos Aires ordenó suspenderla debido a las negociaciones diplomáticas en curso para poner fin a la guerra. Estas negociaciones, lideradas por el canciller argentino Nicanor Costa Méndez y el secretario de Estado estadounidense Alexander Haig, eran cruciales para el futuro del conflicto.

La Operación Algeciras, aunque nunca se concretó, representa un capítulo poco conocido de la Guerra de las Malvinas, en el que un pequeño grupo de exguerrilleros, dirigidos por la Armada Argentina, estuvo a punto de llevar a cabo una acción que podría haber tenido repercusiones internacionales significativas. La operación demuestra la desesperación y la audacia de Argentina en un conflicto que, desde el principio, parecía estar en su contra.



La policía se trasladó rápidamente a la casa de Estepona, donde arrestaron al resto del grupo. En los primeros interrogatorios, los argentinos se mantuvieron en silencio sobre el propósito de los explosivos que encontraron en la casa. Pero, una vez en la comisaría de Málaga, confesaron sus identidades y el objetivo de su presencia en España. La Operación Algeciras había fracasado antes de siquiera comenzar.

Para el gobierno español, la captura de este comando argentino fue una situación incómoda. La guerra en Malvinas había exacerbado el sentimiento nacionalista en ciertos sectores de la sociedad española, que veían en las Malvinas y Gibraltar símbolos similares de la política colonial británica. No querían involucrarse en un conflicto que podría poner en riesgo las relaciones diplomáticas con el Reino Unido. Por orden del presidente Leopoldo Calvo Sotelo, los prisioneros argentinos fueron subidos a un avión y llevados a Madrid, y desde allí, enviados de vuelta a Buenos Aires en un vuelo sin escalas, bajo la custodia del servicio secreto español. El incidente fue sepultado en silencio.



Oficialmente, la captura del comando argentino se atribuyó a un golpe de suerte. Según la versión oficial, la policía española estaba tras la pista de un grupo de estafadores uruguayos y los argentinos, que se movían con grandes cantidades de dólares en efectivo, llamaron la atención. Sin embargo, hay quienes creen que esta historia fue una cortina de humo para encubrir la intervención de la inteligencia británica, que habría detectado a los argentinos desde que presentaron sus pasaportes falsos en París. Estos documentos, confeccionados por un prisionero de la Escuela de Mecánica de la Armada en Buenos Aires, eran buenos, pero no lo suficiente como para engañar a los agentes franceses. Esta teoría parece más plausible para explicar cómo la Operación Algeciras fue frustrada justo un día antes de que el grupo pudiera ejecutar su ataque.

¿Qué hubiera pasado si la Operación Algeciras hubiera tenido éxito? Un buque de guerra británico hundido en aguas europeas por un grupo de exguerrilleros que, apenas unos años antes, se habían enfrentado entre sí en la violencia interna de Argentina. El ataque habría sido un golpe devastador para la moral británica y habría añadido una dimensión completamente nueva al conflicto de Malvinas. Sin embargo, en lugar de convertirse en héroes o villanos de una operación de alto riesgo, Nicoletti y su equipo fueron devueltos a Argentina en silencio, sus nombres perdidos en las sombras de la historia.

Así, la Operación Algeciras se convierte en un recordatorio de los extremos a los que llegó la el gobierno argentino en su esfuerzo por ganar la guerra y cómo el destino, la suerte y quizás la incompetencia conspiraron para evitar que este capítulo se convirtiera en un incidente internacional. Esta historia, casi olvidada, es un fascinante testimonio de cómo la Guerra de Malvinas no solo se libró en el Atlántico Sur, sino que sus ecos resonaron en rincones inesperados de Europa, dejando tras de sí un rastro de lo que pudo ser, pero nunca fue. Ello también muestra que los militares argentinos pensaban llevar la guerra al corazón enemigo, con una audacia inusitada para el escenario iberoamericano y, de hecho, como todo militar de ley debe planear cuando enfrenta a un enemigo tan poderoso como la segunda potencia de la OTAN.



martes, 26 de septiembre de 2023

SGM: Operación combinada "Musketoon" (Noruega)

Operación Mosquetón - Glomfjord, Noruega



15/21 de septiembre de 1942


Combined Operations

Introducción

El control alemán de la riqueza de recursos naturales de Noruega representaba una amenaza considerable para la causa aliada, en este caso, el aluminio, que era vital para la producción de aviones del enemigo.

La Operación Musketoon fue una incursión audaz y de pequeña escala de un comando en una estación generadora de electricidad en Glomfjord, en la Noruega ocupada por los alemanes, justo al norte del Círculo Polar Ártico. La estación proporcionó electricidad a una planta de aluminio cercana, sin la cual la fabricación del metal se detendría.


[Mapa cortesía de Google Map Data 2017.]

El grupo de asalto estaba compuesto por 2 oficiales, 8 comandos del Comando No 2 y 2 cabos noruegos que trabajaban para el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE). Fueron transportados en submarino a un fiordo vecino remoto desde donde negociaron una ruta terrestre difícil de alto nivel para acercarse a su objetivo desde la parte trasera. Aunque destruyeron la planta, se pagó un alto precio.

Planes y Preparativos

El submarino de la Francia Libre, Junon, tenía una silueta similar a la de algunos submarinos alemanes, un atributo útil cuando se trabaja cerca de las costas controladas por el enemigo. Soltó amarras en las Islas Orkney a las 11.40 horas del 11 de septiembre de 1942. Durante unas horas estuvo escoltada por los submarinos HMS Sturgeon, Tigress y Thunderbolt. A bordo estaba la tripulación, 12 comandos, dos botes de goma amarrados a su carcasa y una variedad de armas, municiones, explosivos y suministros.

El pequeño grupo de asalto fue dirigido por el Capitán Graeme D Black, MC, de Ontario, Canadá, con el Capitán Joseph BJ Houghton, MC, segundo al mando. Había otros 8 rangos del Comando No. 2: el fusilero Cyril Abram, el soldado Eric Curtis, el cabo John Fairclough, el sargento William Chudley, el soldado Reginald Makeham, el CSM Miller Smith, el sargento Richard O'Brien, el soldado Fred Trigg y dos cabos noruegos trabajando para el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE), el cabo Erling M Djupdraet y el cabo Sverre Granlund, en total un grupo de 12.


[Mapa cortesía de Google Map Data 2017.]

La central eléctrica estaba ubicada en la cabecera de Glomfjord. Black anticipó que los alemanes estarían bien preparados para un ataque frontal desde el oeste, ya que el acceso desde otras direcciones era muy difícil, especialmente con la llegada del invierno ártico. Para lograr el elemento sorpresa, decidió desembarcar del submarino en Bjaerangsfjord, inmediatamente al sur de Glomfjord, que había sido la elección original.
El comandante Querville, del Junon, estuvo de acuerdo con este cambio de planes a pesar de no tener información sobre las corrientes, profundidades y condiciones en el fondo de Bjaerangsfjord. Mientras pasaban por el fiordo, el patrón de un barco de pesca local vio su periscopio justo delante y manteniendo el paso con él. En ese momento, los comandos estaban disfrutando de la belleza del paisaje y desconocían por completo el barco de pesca detrás de ellos. Más tarde, cuando el navegante hizo un barrido de 360 ​​grados, el barco de pesca fue avistado y el submarino se sumergió. Afortunadamente, el avistamiento no comprometió el ataque.

Acción

Al llegar a la cabecera del fiordo Bjaerangsfjord en la tarde del 15, se asentaron suavemente en el fondo. Volvieron a salir a la superficie a las 21:15 cuando los botes estaban listos y se lanzaron a la oscuridad de la noche, pasando cerca de la aldea de Bjaerangsjoen y varias casas en la orilla. Desembarcaron a salvo, desinflaron los botes y los escondieron bajo musgo y piedras. Sin embargo, una anciana los había visto alrededor de la 1 am del día 16 pero, afortunadamente, sus vecinos atribuyeron su "visión" a una imaginación demasiado activa.


[ (Cortesía de Michel Guyot) © 2013 Michel Guyot todos los derechos reservados.]

Los hombres estaban bien descansados ​​y alimentados cuando partieron hacia una llanura cubierta de hierba entre el fiordo y las montañas del norte. A una distancia segura de la aldea, disfrutaron de unas pocas horas de sueño irregular, desayunaron sopa caliente y té y se pusieron en marcha una vez más. Se pusieron a cubierto cuando pasó cerca un ganado y un pastor, por lo demás, la caminata a las montañas transcurrió sin incidentes. Al llegar al pie del Glaciar Negro, Houghton y Granlund reconocieron la ruta que tenían por delante, mientras los demás descansaban. Cuando regresaron dos horas después, iniciaron el ascenso. La caminata fue fácil en las laderas más bajas, pero pronto dio paso a un terreno más difícil. En un momento, atravesaron una pared de roca casi vertical, con asideros para manos y pies de una pulgada en algunos lugares, pero gracias a la experiencia del sargento O'Brien, se llevó a cabo con éxito.

Cuando los comandos se relajaron, felizmente no sabían que un grupo topográfico alemán, dirigido por el teniente Wilhelm Dehne, estaba activo en el área en ese momento. Vio algunas figuras cerca del lago sobre Glomfjord, pero eran demasiado borrosas para identificarlas.

Más tarde ese mismo día descubrió algunos paquetes de cigarrillos "Players" desechados y otros trozos de papel en el campamento improvisado. Afortunadamente, el perro mascota de Dehne, que tenía en el viaje de ida, había regresado a Glomfjord en un ferry costero desde Bjaerangsfjord. Si no hubiera sido por este golpe de buena fortuna, los Commandos podrían haber sido encontrados.


[Jefe de Bjaerangsfjord. Derechos de autor Google Earth 2017.]

Al final, la ruta de regreso de Dehne a Glomfjord lo llevó lejos de donde se encontraban los comandos. Al anochecer estaban en un sendero angosto con una caída en picado hacia un lago. Más tarde, los dos noruegos encontraron un refugio que daba a la central eléctrica en la cabecera de Glomfjord. Era la noche del 17/18.

Permanecieron escondidos al día siguiente, mientras consideraban la disposición del terreno y ultimaban los planes tanto para el ataque como para la retirada. Aproximadamente a las 8 de la noche del 18/19, partieron hacia la central eléctrica. A medida que se acercaban al pie de la colina, escucharon el traqueteo de una pequeña embarcación y un canto indistinto. Como la sorpresa era vital, retrocedieron cuesta arriba pero aún no habían llegado al terreno elevado cuando amaneció. Estaban en una posición relativamente expuesta, pero las fuertes lluvias y su decisión de no moverse aseguraron que no fueran detectados. Maldijeron los sacos de dormir británicos "herméticos" con fugas y el atroz clima noruego... y se quedaron sin comida. Black decidió atacar esa noche, el 19/20 de septiembre.

Mientras descendían una vez más, O'Brien, Chudley y Curtis se separaron del grupo principal para colocar cargas en las dos tuberías de alta presión. Seleccionaron un lugar donde las tuberías apuntaban directamente a la estación. Con un poco de dificultad, los collares explosivos plásticos 808 se aseguraron en su lugar con fusibles de lápiz de 30 minutos conectados pero no activados. Los explosivos fueron diseñados para abrir un espacio de un metro en las tuberías de 7 pies de diámetro. Era poco antes de la medianoche, cuando los dos hombres se dispusieron a esperar la señal para activar los fusibles.

Aproximadamente al mismo tiempo, los 9 hombres restantes llegaron a la parte trasera de la central eléctrica, donde lograron entrar a la sala del generador. 7 de ellos inicialmente se cubrieron detrás de algunas cajas de embalaje y 2 tomaron posiciones como centinelas afuera. No había nadie en la sala del generador y después de que algunos guardias alemanes abandonaran la sala de control, solo se veía un ingeniero noruego. Se respiraba un ambiente distendido y era evidente que la presencia de los Comandos había pasado desapercibida.

Su objetivo inmediato era asegurar el área y evacuar a los trabajadores noruegos. En los caóticos minutos que siguieron, se estableció el paradero de los trabajadores noruegos, incluidos los que dormían en las habitaciones de la parte superior del edificio. Fueron detenidos y se les ordenó retirarse urgentemente del área utilizando un túnel de más de una milla de largo. Era la única ruta terrestre entre la estación y los pueblos cercanos más abajo en Glomfjord. Se colocó una bomba de humo en el túnel para retrasar los refuerzos alemanes. Granlund disparó a un guardia alemán mientras dormitaba y otro escapó por el túnel para dar la alarma. Mientras tanto, el se colocaron explosivos en las tres turbinas y tres generadores y se colocaron los fusibles de 10 minutos. Se dio la alarma y, en ese momento, se vieron destellos provenientes de la central eléctrica. Los alemanes estaban bien alertados.


[Foto; Las firmas de Cpt Fairclough y Pvt Trigg en el Libro de visitantes de RAF Leuchars a su regreso al Reino Unido después de la redada. Proporcionado por Trevor Baker.]

Retiro

El sonido de las explosiones en la sala de turbinas era la señal que O'Brien y sus hombres habían estado esperando en lo alto de la montaña. Los fusibles se activaron, lo que le dio al grupo 30 minutos para ganar terreno más alto antes de que millones de galones de agua cayeran por la ladera. Los 12 se reunieron y subieron la montaña en la oscuridad. Mientras tanto, habían llegado refuerzos alemanes, pero no estaban dispuestos a utilizar el túnel por temor a una explosión. Se requisaron botes y más y más soldados fueron transportados más allá de la obstrucción del túnel.

El cabo noruego, Granlund, se adelantó mucho a los demás y fue el primero en llegar a un refugio de montaña conocido como Fykandalen. Estaba ocupado por dos operadores noruegos de cintas transportadoras y una joven cocinera noruega. Pidió la ubicación de un puente colgante cercano que conducía a una "escalera" de escalones que subían la montaña y se preparó un mapa dibujado apresuradamente. Granlund no pudo encontrar el puente y cuando regresó a la cabaña, encontró a Houghton y Djupdraet tanteando en la oscuridad. Habían regresado a la choza, sin saber que dos alemanes, mientras tanto, habían entrado en ella. Los ocupantes noruegos habían negado haber visto a los soldados británicos y los alemanes se relajaron visiblemente, hasta el punto de sacar balas de uno de sus cañones.

Resultó que cuando Houghton y Djupdraet regresaron a la cabaña, se produjo una pelea bastante confusa que resultó en un alemán muerto, otro herido y Djupdraet herido en el estómago por una bayoneta. Después de administrar morfina a Djupdraet, el resto de los hombres se dividieron en grupos de 2 o 3 y subieron la montaña. En ese momento, el cuerpo principal de las tropas alemanas que los perseguían se acercaba al área de la cabaña. Trigg, O'Brien, Granlund y Fairclough estaban en la montaña Navervann al norte y Black, Houghton, Smith, Chudley, Curtis, Abram y Makeham estaban al sur, sorteando las empinadas laderas de la montaña Middago. En este punto, Houghton resultó herido en el antebrazo derecho, cuando el enemigo se acercó y quedó claro que no había escapatoria para este último grupo y los 7 fueron capturados.


[Foto; La firma del sargento Richard O'Brian en el Libro de visitas de la RAF Leuchars a su regreso al Reino Unido después de la redada. Proporcionado por Trevor Baker.]

Mientras los conducían montaña abajo, pudieron ver, con gran satisfacción, la magnitud de la devastación que habían causado. La planta de aluminio no volvió a abrir durante el resto de la guerra. Djupdraet murió en el hospital tres días después del ataque. Trigg y Fairclough fueron repatriados en avión desde Estocolmo a RAF Leuchars en Escocia el 7 de octubre, seguidos por O'Brian el 22 y finalmente Granlund. Más tarde se encontraron con Mountbatten en Londres, seguido de un informe del MI5. Sin la ayuda de muchos ciudadanos ordinarios pero valientes de Noruega y Suecia, es casi seguro que todos hubieran sido capturados.

Los siete hombres capturados fueron trasladados en barco, tren y camión al castillo de Colditz. A pesar de los mejores esfuerzos de los alemanes para aislarlos de los prisioneros regulares, hubo contacto suficiente para confirmar su presencia allí. Hubo cierta confusión entre los alemanes acerca de lo que debería pasar con los comandos pero, siniestramente, fueron transportados a Berlín y llegaron al campamento Sachsenhausen en la tarde del 22 de octubre.

Fueron detenidos durante la noche en lo que efectivamente era una prisión dentro de una prisión. Aproximadamente a las 11 p. m., los nombres de los comandos se publicaron con una designación "SD", lo que significa que iban a ser ejecutados. Justo antes del amanecer del día 23, fueron eliminados bajo el mando de SD. Cada uno fue asesinado de un solo tiro en la nuca y sus cuerpos incinerados. Ninguno de los prisioneros o guardias regulares en el campo sabía lo que había sucedido.

[Foto de la placa conmemorativa en Sachsenhausen que muestra los nombres de los siete: Abram, Black, Chudley, Curtis, Houghton, Makeham y Smith... cortesía de Pamela Hannah.]

Estos Comandos fueron los primeros en ser víctimas de la Orden de Comando de Hitler del 18 de octubre de 1942. El 15 de noviembre de 1945, el Capitán Black recibió póstumamente la Orden de Servicio Distinguido, a partir del 22/10/42.

De los cuatro sobrevivientes, Granlund se perdió en febrero de 1943 cuando el submarino noruego Uredd se hundió frente a la costa noruega. Fred Trigg fue asesinado en Italia. Solo O'Brien y Fairclough sobrevivieron a la guerra.

Las esperanzas de familiares y amigos aumentaron cuando los alemanes hicieron saber que los Commandos habían escapado. Esta desinformación fue un cruel intento de encubrir la grotesca verdad. Las esperanzas y expectativas para muchos en casa se mantuvieron altas y fue solo después de la guerra que se supo el verdadero destino de los hombres.

Resultado

La incursión fue un éxito sobresaliente pero, incluso antes del regreso de los cuatro sobrevivientes, Mountbatten había decidido un nuevo enfoque para las operaciones de invierno en un clima y un terreno tan hostiles. Sin duda, el interrogatorio de los sobrevivientes confirmó esa opinión. El resultado fue el establecimiento, en las Islas Shetland, de una Tropa especial del Comando No. 12 al mando del Capitán FW Fynn. Oficialmente llamado North Force, la designación Fynn Force se usó para "entrenamiento de endurecimiento" para los comandos para ocultar el propósito real.

Otras lecturas

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Mosquetón - Commando Raid en Glomfjord 1942 por Stephen Schofield. Pub de Jonathan Cape 1964.

....y otras incursiones de Comando.

Comandos y Rangers de la Segunda Guerra Mundial por James D. Ladd. Pub en 1978 por MacDonald & Jane's. ISBN 0 356 08432 9

Comandos 1940 - 1946 por Charles Messenger. Pub de William Kimber, Londres 1985. ISBN 0 7183 0553 1

The Watery Maze de Bernard Fergusson publicado en 1961 por Collins.

Háganos saber si tiene alguna información o recomendaciones de libros para agregar a esta página.

Correspondencia


Fiordo de Glom en 2013

" ... nuestros héroes todavía son muy honrados por los lugareños hasta la fecha. Los recordaremos". Estamos muy agradecidos con Ashley Barnett por sus comentarios y fotos. Después de 73 años, es conmovedor saber que aquellos que participaron en la Operación Mosquetón aún son recordados y respetados por lo que hicieron por las personas que viven en el área de Glomfjord. Ashley visitó el área en 2013 como parte de un grupo organizado por Military History Tours.

El pequeño grupo de asalto llegó a tierra desde el submarino Junon a lo largo de este tramo de Bjaerangsfjord. Eran alrededor de las 10 de la noche del 15 de septiembre de 1942 . Esta vista mira hacia el extremo marítimo del fiordo.


La aproximación clandestina del grupo de asalto a la central eléctrica siguió la misma ruta que siguen los oleoductos actuales. 


Interior de planta eléctrica con su maquinaria original. La sala se amplió después de la guerra. Hay una caminata conmemorativa anual a lo largo de la ruta que tomó el grupo de asalto, aunque en la dirección opuesta.


El exterior de la central eléctrica. Durante nuestra estadía en Glomjford, la gente local que conocimos nos trató como VIP. Su comprensión y apreciación de la redada fue evidente y el proceso de educación y recuerdo continúa hasta el día de hoy en las escuelas locales.



Esta foto muestra
a un pariente del fusilero Cyril Abram, uno de los comandos caídos junto a un monumento cerca de la central eléctrica. Nos obsequiaron con un fragmento del oleoducto original que había volado durante el allanamiento. Fue una experiencia surrealista y humillante. 


Después de Glomfjord, visitamos Sachenhausen en Alemania para ver la celda que albergaba a los comandos capturados antes de su ejecución. El pariente de Cyril Abram continuó su viaje de recuerdo con una visita al castillo de Colditz, donde se encontraban los comandos antes de su traslado a Sachenhausen.  




Capitán Graeme D Black MC

No. 2 COMMANDO fue formado por voluntarios de 41 regimientos diferentes del ejército británico y un soldado canadiense de Dresden, Ontario.

El teniente Black fue mi primer oficial de entrenamiento cuando llegué a los diecisiete años, aceptado para el servicio de Comando. Lo recuerdo como un líder muy respetado y también como un hombre que ya había ganado la Cruz Militar. Detrás de la cinta del MC tenía cuatro agujeros de bala en el hombro izquierdo de la redada de Vaagso, Noruega.

Después de que el Comando No. 2 fuera diezmado en la redada de St. Nazaire , el Teniente Black fue ascendido a Capitán y se convirtió en mi Comandante de Tropa. Se le tenía en alta estima y lo lamentamos cuando partió para otra operación en Noruega.

La operación con nuestro canadiense, el Capitán Black, al mando, partió de Escocia en submarino en septiembre de 1942. La fuerza de asalto llegó a Glomfjord, Noruega y desembarcó a sus diez miembros del Comando No. 2, que luego destruyó el objetivo de la planta de energía. Fue un ejemplo perfecto de libro de texto de eficiencia y coraje. La devastación masiva causada por esta pequeña fuerza resultó en que una importante planta de aluminio no volviera a abrir durante el resto de la guerra.

La retirada de la fuerza de asalto se haría tratando de cruzar las montañas hasta Suecia. En el momento en que se puso en marcha la retirada, la fuerza estaba sin comida y casi todo lo demás. Todos fueron capturados y llevados a Alemania. El Capitán Black y otros seis fueron ejecutados en Berlín el 23 de octubre de 1942. Nuestros muchachos fueron los primeros en ser víctimas de la "Orden de Ejecución del Comando" de Hitler del 18 de octubre de 1942.

Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, los comandos del ejército británico obtuvieron treinta y ocho honores de batalla y muchos otros premios, incluidas ocho cruces Victoria. Fue un récord que llevó al Fundador de los Comandos, Winston Churchill, a rendir el siguiente tributo a los Comandos:

"Podemos sentir que nada de lo que tengamos conocimiento o registro ha sido hecho por hombres mortales que supere sus hazañas de armas. En verdad podemos decir de ellos, ¿cuándo se desvanecerá su gloria?"

Me gusta pensar que quizás Sir Winston tenía en mente al Capitán Black.

Bob Bishop, (Comando No. 2) Legión Real Británica (Rama St. James), Legión Real Canadiense (Rama 60).

Expresiones de gratitud

Mosquetón - Commando Raid en Glomfjord 1942 por Stephen Schofield. Pub de Jonathon Cape 1964, fue la principal fuente de información en la elaboración de esta página.

sábado, 12 de agosto de 2023

Malvinas: La geoestrategia de la operación Algeciras

¿Cómo planeó Argentina ganar la guerra de las Islas Malvinas: una incursión de los “doce del patíbulo” en Gibraltar?

Un capítulo olvidado en la guerra por las Islas Malvinas.

por Ed Nash || The National Interest

Cuando Argentina invadió las remotas Islas Malvinas y Georgias del Sur en abril de 1982, apoderándose de Gran Bretaña junto con sus 1.800 habitantes, la junta militar que gobernaba el país pensó que tenían un hecho consumado y que los británicos no podían hacer nada para responder. punto de vista que sostenían muchos, incluidos los Estados Unidos.

La actitud resultó miope. Los británicos formaron un grupo de trabajo naval y lanzaron la "Operación Corporate", una expedición para recuperar las islas y reafirmar la soberanía británica. La confianza inicial del ejército argentino de que la misión estaba más allá de las capacidades de la Royal Navy y las Fuerzas Terrestres Británicas comenzó a convertirse en alarma cuando se hizo evidente que una fuerza sustancial se dirigía al Atlántico Sur para enfrentarlos.

El jefe de la Armada Argentina, y miembro de la junta militar que dirigía el país, así como el arquitecto principal del plan para apoderarse de las islas en disputa, fue el almirante Jorge Anaya. Mientras desarrollaba los planes de defensa de su armada, concibió la audaz idea de atacar a la Royal Navy donde menos lo esperaba: en uno de sus puertos de origen. 

Dado que la fuerza británica dependía de una enorme cola logística para apoyar la operación, el razonamiento fue que, al demostrar la debilidad de sus defensas, los británicos se verían obligados a retirar recursos críticamente escasos para proteger sus instalaciones y lanzar toda la contrainvasión. en duda.

Con esta idea en mente, los argentinos comenzaron a buscar por dónde golpear. Se consideró que la seguridad en Gran Bretaña era demasiado estricta, por lo que se formó otro plan: utilizando buzos armados con minas lapa, los argentinos hundirían o dañarían un buque de guerra de la Marina Real en Gibraltar. Y tenían justo al hombre en mente.

En 1974, una mina lapa mató al jefe de la Policía Federal Argentina mientras se encontraba en su yate. Menos de un año después, el nuevo destructor Tipo 42, el Santisima Trinidad , que aún estaba en construcción, fue saboteado cuando una carga detonó debajo de su casco mientras se estaba equipando. El daño retrasó la finalización del barco durante un año.

Los ataques fueron perpetrados por un grupo terrorista conocido como Los Montoneros, un grupo de izquierda que se oponía al gobierno militar. El buzo que dirigió los ataques fue Máximo Nicoletti, un hábil instructor de buceo cuyo padre había servido en los famosos comandos navales italianos durante la Segunda Guerra Mundial. 

En algún momento después de estos ataques, Nicoletti fue capturada por los militares y obligada a trabajar para sus antiguos enemigos. Como resultado, ayudó en varias operaciones encubiertas antes de encargarse de liderar el ataque propuesto. 

Al más puro estilo "Dirty Dozen" o Los 12 del Patíbulo, su equipo estaba compuesto por otros dos exMontoneros que habían ayudado en los ataques terroristas anteriores y, como Nicoletti, cambiaron de bando una vez capturados. La intención de los argentinos era que, en caso de que el equipo fuera capturado, podrían cancelarlo y explicarle al mundo que eran simplemente patriotas en su propia misión. El comandante general era un agente argentino y ex oficial naval, Héctor Rosales, que no participaría en el ataque y era el enlace con el ejército argentino.

El comando voló a España el 24 de abril de 1982. Las minas lapa, modelo italiano, fueron enviadas a Madrid en valijas diplomáticas y entregadas por el agregado naval argentino. Luego, el equipo usó diferentes vehículos para trasladarlos a ellos y su equipo, que incluía respiradores y 75 kg de minas, a la ciudad costera de Algeciras, al otro lado de la bahía de Gibraltar.

El viaje fue tenso. España era la anfitriona de la Copa Mundial de Fútbol de ese año y, sufriendo su propia situación terrorista en la forma del grupo vasco ETA, la seguridad era estricta. Había retenes policiales en muchas carreteras y el equipo argentino tuvo que vigilar mientras transportaban los explosivos por el país. 

Al llegar a Algeciras, el equipo compró un bote de goma y aparejos de pesca. Usando esto como su coartada, procedieron a reconocer la bahía y trazar su plan mientras esperaban órdenes para atacar.

El alto mando argentino no estaba listo para dar el permiso en un principio, aún con la esperanza de que se pudiera llegar a una solución diplomática. Pero el 2 de mayo, el submarino británico Conqueror hundió al crucero ligero argentino General Belgrano, provocando la muerte de 323 marineros argentinos.

Con esta acción, era evidente que el conflicto era inevitable y el 3 de mayo se dio permiso para que los comandos atacaran el primer objetivo viable. Este llegó el 10 de mayo en la forma de la fragata clase Leander, la HMS Ariadne.

El plan era que el equipo remara hacia la bahía alrededor de las 6 p. m. de la noche siguiente como si estuviera pescando, nadando hasta la fragata y plantando las minas a la medianoche, y luego regresando a las 5 a. m. de la mañana siguiente. Las minas serían programadas para detonar después de esto.

Con el plan en orden, el equipo se dispuso a asegurarse de que su ruta de escape estuviera lista y dos de ellos regresaron a la compañía de alquiler de autos que estaban usando y pagaron en efectivo para renovar su contrato, como lo habían hecho en ocasiones anteriores. Aunque es probable que nunca se confirme con certeza, fue esta acción la que se atribuye al fracaso de la misión. 

Un banco local había sido asaltado recientemente por una pandilla compuesta por argentinos y uruguayos, y la policía había pedido a los negocios locales que estuvieran atentos a los culpables. El propietario del coche de alquiler, que sospechaba del equipo, llamó a la policía. El equipo fue arrestado de inmediato. (Cabe señalar que otras fuentes indican que la inteligencia británica estaba monitoreando las comunicaciones de los argentinos y avisó a la policía española. La verdad del asunto probablemente siempre será discutible). Esto, a su vez, condujo al rápido arresto de Nicoletti y el otro miembro del equipo, quienes estaban durmiendo en su hotel preparándose para el largo nado que esperaban emprender.

Nicoletti informó rápidamente a las autoridades españolas sobre sus identidades y misión, presentándoles un verdadero dilema. Como miembro recién incorporado a la OTAN, España era ahora un aliado británico. Sin embargo, no queriendo enemistarse con los argentinos, los españoles decidieron que la discreción era lo mejor y rápidamente deportaron al equipo sin comentarios.

Nunca se sabrá realmente si la operación, de haber tenido éxito, habría marcado alguna diferencia en el resultado final del conflicto. El 21 de mayo los británicos desembarcaron sus tropas en las Malvinas y el 14 de junio se rindió la guarnición argentina. 

Pero lo que es, sin duda, es que toda la operación británica se llevó a cabo con muy poco dinero. La pérdida de otro barco por parte de la Royal Navy, solo una semana después del hundimiento del HMS Sheffield y tan cerca de casa, sin duda habría sido un gran impacto.

La Operación Algeciras puede haber fracasado, pero sigue siendo un gran caso de estudio para el pensamiento innovador en operaciones especiales, así como un ejemplo de cómo las cosas más simples pueden hacer que un plan fracase.

lunes, 6 de abril de 2020

SGM: La compleja y confinada vida de los submarinistas alemanes


Los secretos para superar el claustrofóbico confinamiento en los submarinos nazis de la Segunda Guerra Mundial

El mayor reto de los comandantes era mantener a sus hombres distraídos para evitar que se volvieran locos y conseguir que convivieran de forma apacible en el interior de los «U-Boote»

Manuel P. Villatoro
Rodrigo Muñoz Beltrán


Una buena parte de las películas (con la salvedad de la archiconocida «Das Boote») no han conseguido llevar con éxito hasta a la gran pantalla cómo era el día a día de la dotación de los submarinos alemanes; los mitificados «U-Boote». ¿Cada cuánto tiempo se cambiaban de ropa?, ¿cuál era su menú diario? A veces, y si me permiten el juego de palabras inverso, una frase vale más que mil imágenes. Sirvan como ejemplo las conclusiones que Herbert A. Werner, oficial en cinco sumergibles germanos durante la Segunda Guerra Mundial, escribió en su obra magna, «Ataúdes de acero»: «Llenaba el estrecho tambor de acero un hedor horrible, emanado de muchos cuerpos sudorosos, del combustible, de la grasa lubricante y de los rebosantes recipientes sanitarios».
Otro tanto ha pasado con el escaso espacio que los miembros de la dotación tenían para su disfrute. Poco se parecía a lo que nos ha mostrado Hollywood… El sumergible Tipo VII (el más popular de la Segunda Guerra Mundial) apenas contaba con un piso dividido en varias y minúsculas estancias. La mayor parte, lo bastante angostas como para que los marineros se vieran obligados a caminar en fila india debido a las estrecheces. La palabra para definir aquel ambiente es claustrofóbico. El espacio era tan escaso que, como explicó el mismo Werner en su libro, era habitual utilizar uno de los dos retretes de la nave como despensa y que los marineros se valieran del sistema de «camas calientes» (dormir en dos turnos en las literas) para ahorrar unos centímetros vitales.




Herbert A. Werner
Súmenle a todo ello la desesperación de permanecer durante semanas lejos de puerto (una parte de ese tiempo, bajo las aguas) para terminar de redondear una suerte de enclaustramiento en el que, como bien señalaban los comandantes de la época, cualquier chispa podía provocar una tensa riña entre dos marineros. Desde «como hablaba y roncaba uno», hasta, en palabras de Werner, «como bebía su café y se acariciaba la barba el otro». Todo valía para sulfurar a aquel medio centenar de lobos de mar. ¿Cómo evitar la locura y superar la angustia de saberse en un cascarón en mitad del Atlántico? Los oficiales lo tenían claro: rutina, manejo de la psicología, compañerismo y recompensas (de forma habitual, comida y bebida) especiales para evitar las revueltas.

Díganme si, en plena cuarentena por el tristemente popular Coronavirus, no tenemos mucho que aprender de los marinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y que, hace más de ocho décadas, dejaban a un lado sus diferencias. O digánselo al mismo Werner después de que escribiera las siguientes palabras tras un mes de misión: «Los hombres, enjaulados en el tambor que no cesaba de sacudirse, tomaban el movimiento y la monotonía con estoicismo. Ocasionalmente alguien estallaba, pero los ánimos se mantenían bien altos. Todos éramos pacientes veteranos. Todo el mundo a bordo tenía aspecto similar, olía igual, y adoptaba las mismas frases y maldiciones. Aprendimos a vivir juntos en un estrecho cilindro no más largo que dos vagones de ferrocarril».




Vida entre estrecheces

Tal y como afirma el historiador y periodista Jesús Hernández, autor del blog «¡Es la guerra!» y de una veintena de libros más sobre el conflicto como «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2019), la jornada en el interior de aquellos ataúdes de metal podía llegar a desesperar. «Pese al glamur que rodea a las tripulaciones de los U-Boote, su vida a bordo era todo menos glamurosa. El primer problema era la falta absoluta de espacio en los primeros días, ya que se aprovechaba hasta el último centímetro para estibar provisiones», desvela a ABC el que, en la actualidad, es uno de los mayores expertos de España sobre la contienda que sacudió Europa.
El mismo Werner dejó claro, en su obra, lo que le costó aclimatarse a las estrecheces del primer submarino que pisó ya comenzada la Segunda Guerra Mundial:


«Después de unos pocos pasos me desorienté completamente. Me golpeé la cabeza contra tuberías y conductos, contra manivelas e instrumentos, contra las bajas y redondas escotillas en los mamparos que separaban los compartimentos estancos. Fue como arrastrarse por el cuello de una botella. Lo más engorroso de todo era que el barco se mecía vigorosamente en el mar crecientemente agitado. A fin de conservar mi equilibrio tenía que buscar apoyo frecuentemente mientras me bamboleaba como un borracho sobre las planchas del piso. Aparentemente tendría que agachar la cabeza, caminar con suavidad y moverme junto con el barco, o no sobreviviría un día dentro de ese tubo».


Hasta el hueco más angosto era utilizado para algo. No había espacio desaprovechado. «Los torpedos también ocupaban un espacio en el que, después de lanzados, se colocaban hamacas. Los turnos eran normalmente de cuatro horas, y los maquinistas de seis. Había una litera para cada dos marineros, que se turnaban en ella según el principio de las “camas calientes”», explica. La escasez de agua tampoco ayudaba a que la higiene fuese abundante. De hecho, estaba prohibido introducir utensilios para afeitarse para ahorrar el líquido elemento. Aunque, todo sea dicho, los marineros adoraban arribar a puerto luciendo una larga y frondosa barba que, en la práctica, demostraba cuanto tiempo llevaban en alta mar.
«Había sólo un retrete útil para la cincuentena de marineros que formaban la tripulación. Era frecuente que se embozasen, por lo que cuando uno lo utilizaba debía apuntar su nombre en una lista que había allí para saber quién había sido el responsable. No había ninguna ducha. Teniendo en cuenta que el calor era asfixiante, pudiéndose llegar a los cincuenta grados, el perenne olor a gasoil y la humedad, el hedor que debían expeler los cuerpos es imaginable, a pesar de que solían usar un agua de colonia al limón, conocida como “Kolibri”, para eliminar el salitre», sentencia el autor al diario ABC.
El espacio era tan escaso que era habitual usar uno de los retretes (si el submarino disponía de dos) como despensa
A pesar de la tensión que suponía mantenerse enclaustrado, la disciplina y las normas eran básicas. En palabras de Hernández, estaba «prohibido colgar fotografías de chicas ligeras de ropa» y no estaban bien vistos los libros subidos de tono. Eso no hacía más que aumentar una tensión en la que la comida tampoco ayudaba. «La dieta, al principio de la misión, era variada. Se desayunaba café, huevos y pan con mantequilla y mermelada, y para el almuerzo y la cena se disponía de verdura, carne, patatas, salchichas o pescado. Pero conforme pasaban los días se acababan los productos frescos y el moho hacía su aparición, estropeando los alimentos», añade el historiador español.

Problemas psicológicos

Aislados en mitad del océano y a veces bajo las aguas (pues los «U-Boote», a pesar de lo que se ha extendido, operaban de forma habitual en superficie) podían sucederse episodios de ansiedad entre los tripulantes. Así lo confirma a ABC la psicóloga y psicoanalista Pilar Crespo Fessart: «Un periodo de confinamiento prolongado, de más de varias semanas puede tener consecuencias variadas. De entrada, se trata de un doble encierro ya que la tripulación está confinada en un espacio reducido, el submarino, que a su vez se halla inmerso en una inmensidad sin límites». La experta es partidaria de que «una temporada larga sin tener un contacto con el exterior puede dar lugar a fenómenos parciales de deprivación sensorial si llega a faltar la estimulación adecuada».
María Hurtado, psicóloga sanitaria en la clínica AGS Psicólogos Madrid, es de la misma opinión. «De buenas a primeras, el contexto y el entorno son dos factores fundamentales para abordar el tema. En este caso nos encontramos con medio centenar de personas que se hallan hacinadas y que deben manejar su gestión emocional». Tal y como desvela a ABC, lo más habitual al vivir en las tripas de estos gigantes de metal podía ser la aparición repentina de ansiedad y, a la larga, tendencias depresivas. «La depresión surge por verse en un aislamiento forzado del cual no pueden salir», añade. Fessart coincide: «Puede producirse una ansiedad generalizada que invade casi todos los momentos del día a estados depresivos más o menos intensos».



Interior de una de las salas de un submarino alemán
Al final, los primeros enemigos eran, sin duda, la ansiedad y el miedo a sentirse aislado. «Podían surgir episodios fóbicos, en su mayor parte claustrofóbicos dada la situación de encierro y la dificultad de poder pensar o representarse mentalmente escapatorias posibles. En este tipo de situaciones, en casos extremos pueden aparecer funcionamientos mentales regresivos, el aparato psíquico del individuo se ve desbordado y no llega a poder contener y elaborar de manera adecuada todas las ansiedades que despierta la situación», señala Fessart.
Hurtado y Fessart apuntan que, al no ver la luz en varios días, los marineros podrían sufrir alteraciones en los patrones de sueño y desajustes en los ritmos circadianos. «La ausencia de contacto prolongado con el exterior también puede dar lugar a una relativa desconexión con el mundo externo, pudiendo llegar a veces a una cierta pérdida del sentido de la realidad», explica la segunda. Para terminar, Fessart es partidaria de que, al hallarse sumergidos en las profundidades marinas, podía nacer en las soldados un extraño sentimiento de «insignificancia respecto a la naturaleza, representada por los abismos oceánicos».
Esta lista se completa con el nacimiento de las tensiones habituales entre personas. «Pueden aparecer ansiedades muy primitivas, de aniquilamiento y destrucción despertadas por las terribles vivencias de impotencia y no ver salida posible. A nivel grupal, pueden aparecer conflictos larvados que se manifiestan de manera mucho más cruda, sentimientos de rivalidad, de envidia y de odio que en circunstancias normales permanecen en un estado latente», explica Fessart. Todos estos problemas eran los que, a diario, debían acometer los comandantes de los «U-Boote» de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea nada sencilla, sin duda.

Secretos para superar el confinamiento


1-La rutina, la clave de los marineros.


Werner, en «Ataúdes de acero», incide una y otra vez en que, dentro de los «U-Boote», era clave mantener una rutina determinada para evitar que los marineros se desquiciaran. El hecho de levantarse y saber que tenían que llevar a cabo varias tareas a lo largo de la jornada les permitía escapar de la claustrofobia y la ansiedad. En «Grey Wolves, The U-Boat War, 1939–1945», el historiador Philip Kaplan confirma que, según los testimonios de los marineros supervivientes, tareas tan aburridas en apariencia como la vigilancia interna en la nave les provocaba «una sensación tranquilizadora» y evitaban que cayeran en el «tedio, la fatiga o el terror absoluto».
Así pues, las tareas cotidianas se convertían en el mejor aliado de los marineros. Y estas eran muchas, según recoge en su obra Kaplan: monitorear instrumentos y medidores, escanear el horizonte en todas las direcciones, escuchar a través de auriculares, limpiar los equipos, ayudar en la preparación de alimentos, hacer simulacros de emergencia (de incendios e inmersión), practicar el disparo de los torpedos o mantener limpio el submarino.
El por qué, todavía a día de hoy, tiene tanta importancia la rutina lo explica Hurtado: «Es fundamental. Nos ofrece la posibilidad de sentirnos estables; de saber que tenemos una serie de tareas que cumplir, cada una con sus tiempos». En sus palabras, no solo nos ayuda a «mantener cierto equilibro mental», sino que evita que la ansiedad controle nuestra mente. La clave, para ella, es estar siempre ocupados. «Estar ocioso de forma contínua es lo peor que podemos hacer. Esto queda más claro en el interior de un submarino. Por eso tenían unas rutinas muy concretas que debían llevar a cabo en orden determinado (ejercicio, entrenamiento). Les permitía ocupar su tiempo y acotar su jornada».



U Boat tipo VII-C

2-Disfrutar de la luz del sol.

A pesar de lo que se ha repetido hasta la saciedad en las películas, la realidad era que los «U-Boote» estaban la mayor parte del día en superficie. Solo se sumergían de manera aislada para evitar a los buques enemigos que pudiesen causarles verdaderos problemas. A su vez, no solían pasar mucho tiempo bajo el mar debido a que, en esas circunstancias, tan solo podían descubrir a sus objetivos mediante el hidrófono. Las limitaciones de los motores (debían recargar el eléctrico, que se usaba en las inmersiones, al aire libre) también influía en este sentido.
A pesar de saberse en superficie, no era habitual que la tripulación pasase el tiempo en cubierta durante una misión por miedo a posibles ataques. Sin embargo, y en palabras de Kaplan, de cuando en cuando los «buenos oficiales» organizaban en fila a los marineros y les permitían salir a respirar aire fresco. «Así tomaban un poco el sol, disfrutaban del cielo, fumaban un cigarrillo y, en definitiva, se relajaban», añade el experto en su obra.
3-Juego de luces y tiempo libre
En los «U-Boote», hasta el más mínimo detalle servía para colaborar en la cordura. Un ejemplo era que, en su interior, había dos luces. Aunque tenían diferentes funciones, una de ellas era diferenciar entre el día y la noche. Cuando el color rojo tomaba el interior de aquel tubo metálico, era que el sol se había despedido.
«Aunque, en el interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz eléctrica, se trataba de seguir un horario como si fuera un día normal, marcado por sus comidas correspondientes. Para combatir el aburrimiento se solía poner música en el tocadiscos, se jugaba al ajedrez o las damas, o se charlaba con los compañeros. Pero toda la tensión nerviosa acumulada podía estallar de golpe en lo que se llamó “Blechkoller”, algo así como “pánico a estar encerrado en una lata”, una reacción de histeria violenta que solía aparecer cuando el submarino estaba sometido a un ataque con cargas de profundidad», añade, en este caso, Hernández.



«Aunque, en el interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz eléctrica, se trataba de seguir un horario como si fuera un día normal» 

4-La importancia de las ocasiones especiales.

Los comandantes de los submarinos alemanes sabían también que era importante romper, aunque solo fuera de vez en cuando, la rutina para mantener alta la moral de la tripulación. Y para ello, nada mejor que las ocasiones especiales. «Se encargaban de hacer fiestas en las que se servía pastel, un poco de coñac y cerveza. Estas se amenizaban también con algo de música, ya fuera de un fonógrafo o hecha por alguien que tocara el acordeón», explica Kaplan. Lo habitual era que se anunciaran con anterioridad para que todos se acicalaran, se vistieran de gala y, en cierto modo, se ilusionaran con ella.
El comandante Lothar Günther-Buccheim, uno de los mejor considerados de la Segunda Guerra Mundial, dejó claro en «U-Boot war» lo importante que era para todos los miembros de su dotación saber que, a eso de las tres de la tarde, iban a comerse un buen trozo de tarta:
«El cocinero ha hecho siete pasteles grandes de Madeira; quiere que les tome una fotografía. Apenas me puedo mover en la cocina. No hay forma de que pueda retroceder lo suficiente para hacerla. Pero le he prometido que, en el momento en el que estén en la mesa del comedor, les tomaré la foto. He informado de que tomaremos “café y pastel” a las 15:30 y uno de los marineros ha gemido. Es un deseo sincero de la fiesta que está por venir».
Hernández, por su parte, añade a ABC que el «alcohol se reservaba para las celebraciones, ya fuera cuando hundían un barco, una fecha señalada o el paso del ecuador». Cualquier pequeña cosa valía, en definitiva, para recompensar a los soldados
.


Escena de la película Dass Boot

5-Mentalidad de equipo


Otro secreto de los comandantes para mantener a su tripulación unida era tan sencillo como favorecer el espíritu de equipo. En un confinamiento bajo los mares, cualquier conflicto entre los hombres podía enquistarse y provocar una situación de tensión. Por ello, y según explica el capitán germano en «Ataúdes de acero», la clave era que todos aprendieran a tolerar las manías de sus compañeros. Esos pequeños (y a veces desesperantes) tics como atusarse la barba de forma compulsiva o tener un gramófono con la misma canción sondando una vez tras otra. «Aprendimos a aguantarnos», explica.
Hurtado confirma que, en una situación de aislamiento, es normal que surjan los «precipitantes»: desde tics hasta comportamientos que pueden sacar a una persona de quicio. «La clave es, en primer lugar, saber identificarlos. Conocer qué reacción se genera en mi cuerpo cuando están a mi alrededor (alarmas como calor corporal, tensión en los músculos, nudos en el estómago…). Si consigo ver el momento en el que me estoy enfadando, puedo cortar el enfado antes de que llegue la ira, que es su máxima representación», sentencia.
Otras posibilidades son, siempre según su criterio, buscar una distracción mental (lo que llama el «tiempo fuera»), que permita que el foco de la atención no se centre en ese tic o comportamiento molesto. «También está la opción de hablar con la persona. Plantear y proponer un cambio. Es posible que el otro no sepa que lo que está haciendo me molesta», completa Hurtado.


«El grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan más débiles en un momento determinado. Al haber más personas implicadas, existen más recursos para superar los momentos más difíciles»
En ese sentido, la psicóloga es partidaria de que, en casos extremos como hallarse bajo los mares con medio centenar de personas (o en cuarentena, en familia) ayuda mucho saber que existen más personas en tu misma situación. «El grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan más débiles en un momento determinado. Al haber más personas implicadas, existen más recursos para superar los momentos más difíciles», finaliza.
Fessart es partidaria de que, en momentos de enclaustramiento como los que vivían los marineros en los submarinos germanos, salía a relucir su mentalidad más grupal:
«Los efectos en la mente del individuo de este tipo de confinamiento pueden hacerle conectar más con el grupo, saliendo de su individualidad y pasando a un funcionamiento mental más grupal. Hay una tarea común que une y refuerza los vínculos. Máxime en un submarino en el cual cada uno tiene su función y todo debe encajar como un engranaje perfecto. Todos tienen su lugar y son responsables de ellos mismos y de los demás lo cual implica crear lazos de confianza extrema pues incluso la propia supervivencia puede depender de ello. Cada uno es importante desde la posición que ocupa y nadie sobra lo cual refuerza y cohesiona los lazos grupales»

6-La figura de autoridad del comandante.

Por último, Fessart considera que la figura del comandante del submarino era básica en aquel pequeño mundo de metal. Pero no para aminorar la tensión, sino para «evitar en la medida de los posible la aparición de tales fenómenos». A su vez, considera que la suya debía ser una autoridad natural. Es decir, que emane de la persona y no del rango.
«En estas situaciones colectivas y jerarquizadas, puede ocurrir que los integrantes del grupo renuncien a parte de su individualidad para identificarse con el líder natural del grupo, aquel que ostenta el mando. Si resulta una figura de autoridad confiable, es posible que transmita una capacidad de contención que limite y minimice el desborde de angustia. De la misma manera estas cualidades pueden ayudar a transmitir serenidad y control de la situación si la sintomatología aparece», completa.

Purgante contra submarinos

Anécdota cedida por Jesús Hernández de su libro, «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial»

La resistencia noruega urdió un original plan de sabotaje. En el invierno de 1940-1941 los alemanes dictaron una orden por la que la totalidad de las capturas de sardina debían serles entregadas. Esta decisión fue muy mal acogida por los pescadores noruegos, puesto que dependían de la pesca de la sardina para poder mantener a sus familias. Un miembro de la resistencia infiltrado en el cuartel general germano averiguó que las sardinas confiscadas iban destinadas a la base de submarinos de Saint-Nazaire, en Francia, para formar parte de los víveres de las tripulaciones. Los resistentes noruegos hicieron por radio un insólito encargo a su contacto en Londres; pidieron todos los barriles que pudieran reunir de aceite de crotón. Esta sustancia, extraída de las semillas de esta planta, es un purgante extraordinariamente potente, empleado con los animales, que incluso puede provocar la muerte a dosis muy elevadas. Los sorprendidos británicos accedieron a la petición y enviaron barriles de ese aceite camuflados como combustible, entregándolos a un pesquero noruego. Los miembros de la resistencia lo aplicaron en varias partidas de sardinas destinadas a los alemanes, que no sospecharon nada, ya que era habitual untarlas en aceite para facilitar su conservación. Se desconoce el efecto que provocó en las tripulaciones la ingesta de esas sardinas, pero es seguro que tuvo que ser devastador.