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lunes, 21 de abril de 2025

Georgias del Sur: Intervención de las fuerzas especiales británicas

Fuerza de operaciones especiales británica en el conflicto anglo-argentino (1982)




 


La primera escaramuza por el Atlántico Sur: El preludio del conflicto de 1982

En el vasto e indómito Atlántico Sur, un grupo de islas aparentemente insignificantes fue, durante siglos, motivo de disputas, pretensiones y tensiones internacionales. Las Islas Malvinas —o Falkland Islands, como las conocen los británicos— emergieron en la historia moderna no por su tamaño o población, sino por el simbolismo geopolítico y nacionalista que terminaría por desatar una guerra relámpago en 1982.

Un reclamo británico sobreactuado

La sesgada historia oficial británica remonta descaradamente su primer desembarco en el archipiélago a 1690. Aquel gesto, aparentemente menor en una época de exploraciones imperiales, marcaría el inicio de una ocupación que se consolidaría con fuerza más de un siglo después. Después de1833, la administración británica ya ejercía control pleno sobre las islas, luego de expulsar a la población argentina establecida incluyendo un gobernador designado. Las islas se incorporaron de facto a su red de territorios de ultramar.

Durante décadas, el enclave fue poco más que un remoto puesto en medio del océano. En 1982, la población apenas alcanzaba los 2.000 habitantes, todos hablantes del inglés, con una pronunciación marcada por el aislamiento geográfico y el viento atlántico. Sus costumbres eran, en esencia, de población implantada británica: se bebía cerveza ale, se conducía por la izquierda y se celebraban festividades al estilo de la metrópoli, a pesar de que Londres quedaba a más de 13.000 kilómetros de distancia. Para los isleños, no había duda: eran súbditos del Reino Unido aunque desde la metrópolis les acuñaron el despectivo nombre de kelpers (cachiyuyo).

Las reivindicaciones argentinas: El fantasma del reclamo histórico

Pero en la ribera opuesta del continente sudamericano, las cosas eran vistas de otro modo. Argentina mantenía una reclamación histórica sobre el archipiélago porque básicamente lo había heredado del Imperio Español y, de hecho, había establecido población local para la cría de ganada vacuno y hasta un gobernador. "Las islas Malvinas", como son denominadas, para los argentinos, eran y son un territorio usurpado, una deuda pendiente del legado colonial.

Esa tensión latente encontró su primer punto de ebullición en marzo de 1982. Fue un hecho pequeño en apariencia, pero cargado de simbolismo: el desembarco de un grupo de ciudadanos argentinos en la isla Georgia del Sur, bajo la misión comercial de recolectar chatarra. Aunque esta isla se halla a cientos de kilómetros al sureste del núcleo del archipiélago principal, era administrativamente considerada parte de las Malvinas por las autoridades británicas.

La ocupación de Georgia del Sur: La chispa del conflicto

El 19 de marzo de 1982, los argentinos llegaron a bordo del buque ARA Bahía Buen Suceso, siendo una operación como una iniciativa comercial. Sin embargo, una vez en tierra, su accionar fue inequívoco: tomaron el control de la abandonada estación ballenera de Leith, izaron la bandera argentina y no establecieron contacto ni diálogo con el pequeño grupo de investigadores británicos que se encontraban en la isla. No tenían por qué de todos modos.

La escena fue capturada por dos camarógrafos presentes, quienes serían testigos de un momento que pronto escalaría en tensión. El gobierno británico, sorprendido por la recuperación y la falta de comunicación, consideró el acto como una provocación directa a su presencia imperial.

Este hecho aparentemente aislado se convertiría en el primer acto concreto de un conflicto armado que estallaría pocos días después. Lo que comenzó como una disputa diplomática terminaría convirtiéndose en uno de los enfrentamientos bélicos más notorios del siglo XX entre dos naciones democráticas.



Buque oceanográfico británico "Endurance"

Operación Rosario: La descolonización que quiso ser

Para la Argentina, las Islas Malvinas representaban más que un grupo de tierras frías y ventosas en el Atlántico Sur. Eran una herida abierta, un símbolo de la interrupción colonial que nunca fue del todo reparada. El reclamo argentino no era un capricho moderno, sino una causa que atravesaba generaciones, alimentada por la memoria histórica, el sentimiento nacional y el deseo de corregir lo que se entendía como una injusticia imperial.

La respuesta militar británica: El Endurance y la presión disuasiva

El 31 de marzo de 1982, las tensiones alcanzaron un nuevo umbral. El Reino Unido envió un escuadrón de veintidós infantes de marina reales a bordo del buque HMS Endurance hacia la isla Georgia del Sur. Su misión era clara: reestablecer una presencia militar frente a la incursión argentina, proteger a los técnicos británicos allí presentes y demostrar que Londres no estaba dispuesto a ceder terreno fácilmente.

Esta decisión no fue menor. Significaba que el Reino Unido ya contemplaba un posible escenario bélico. Pero desde el punto de vista argentino, aquella maniobra confirmaba la postura colonialista de una potencia que seguía aferrada a su dominio ultramarino, sin importar los reclamos históricos ni el derecho internacional que condena el colonialismo en todas sus formas.

Preparativos de defensa: La tensión en la Isla Soledad

Mientras tanto, al noroeste, en la Isla Soledad —la más grande del archipiélago— se respiraba tensión. Una pequeña guarnición británica, compuesta por apenas cuarenta efectivos, fue puesta en alerta máxima. Su comandante, el mayor Mike Norman, era consciente de la realidad: si llegaba una fuerza argentina significativa, su contingente no podría ofrecer una resistencia prolongada.

No obstante, desplegó a sus hombres en posiciones estratégicas dentro de la zona conocida como las Tierras Populares Orientales. Su intención era clara: resistir lo necesario para cumplir con el deber, pero sin incurrir en una catástrofe humana innecesaria. Incluso los isleños comprendían que una intervención argentina era inminente.

2 de Abril: El día que quiso cambiar la Historia

En la madrugada del 2 de abril de 1982, Argentina puso en marcha la que sería una de las operaciones militares más simbólicas de su historia reciente. El desembarco, bautizado como Operación Rosario, se presentó como una acción quirúrgica y nacionalista. Su objetivo no era una invasión con fines de ocupación, sino el retorno de la soberanía a un territorio considerado legítimamente propio.

La operación fue nombrada en honor a la Virgen del Rosario, protectora espiritual de las fuerzas armadas argentinas. La fuerza de desembarco era abrumadora en comparación con la pequeña guarnición británica. A pesar de ello, los defensores resistieron durante unas tres intensas horas. Fue una confrontación breve, pero que dejó claro el mensaje: los británicos no entregarían el territorio sin oponer resistencia.

A las 8:30 de la mañana, el entonces gobernador británico de las islas, Rex Hunt, tomó una decisión pragmática. Para evitar un baño de sangre innecesario, especialmente entre los marines y los civiles que se habían sumado a la defensa, ordenó cesar la resistencia. Así, las fuerzas argentinas tomaron el control del archipiélago, sin registrar pérdidas humanas significativas.

Fue un momento de euforia para muchos en Argentina. Por primera vez en más de un siglo, la bandera celeste y blanca ondeaba en Puerto Argentino (anteriormente Puerto Stanley). Se sentía —al menos por unas horas— que el país había corregido una injusticia histórica.




El eco del imperio: La respuesta británica toma forma

El júbilo que envolvía a Argentina tras la recuperación de las Malvinas contrastaba con la creciente preocupación en Londres. La maquinaria militar británica, dormida durante años por la aparente estabilidad de su imperio colonial residual, comenzaba a reactivarse. Lo que para Argentina era un acto de soberanía, para el Reino Unido se convirtió en un desafío directo que no estaba dispuesto a dejar pasar.

SAS en marcha: Preparativos de guerra desde el Viejo Mundo

La respuesta británica no tardó en organizarse. Apenas llegaron los informes de la Fuerza Aérea que confirmaban la toma de las islas por parte de Argentina, el comando de élite del Reino Unido, el Regimiento de Servicios Aéreos Especiales (SAS), entró en acción. El teniente coronel Michael Rose, al frente del 22º regimiento del SAS, activó la alerta máxima para el escuadrón D.

Era un viernes como cualquier otro, con la mayoría del personal en descanso de fin de semana, pero la realidad los sacudió con fuerza. Al mediodía del sábado, la logística militar británica ya había hecho su parte: el escuadrón tenía en su poder ropa de abrigo, armamento especializado, munición y equipos técnicos provenientes de los depósitos del Reino Unido. Nadie dudaba de que el escenario sería hostil.

El domingo por la mañana, todo el personal asignado se reunió en el Regimiento de Preparación Militar (RPM), recibió instrucciones precisas, y el grupo de avanzada despegó con rumbo a la isla Ascensión, un punto clave a mitad de camino entre Europa y el Atlántico Sur, cerca del ecuador. Al día siguiente, los refuerzos y especialistas de otros escuadrones completaron el dispositivo. El Imperio, aunque venido a menos, se preparaba para responder con todo su poderío militar.

La caída en Georgias del Sur: Furia y fuego en el Fin del Mundo

Mientras los británicos movilizaban tropas desde el otro hemisferio, en el confín del planeta, el conflicto se encendía con crudeza. El 3 de abril, un día después de la Operación Rosario, tropas argentinas desembarcaron en Georgia del Sur con la misión de asegurar ese territorio también bajo disputa.

El pequeño destacamento británico, comandado por el teniente Keith Mills, resistió con lo poco que tenía. A pesar de que los argentinos ofrecieron una rendición pacífica, el oficial británico se negó. Las negociaciones no prosperaron, y las tropas argentinas tomaron la iniciativa. En una maniobra envolvente, dos grupos de marines desembarcaron en las afueras de la localidad de Grytviken, utilizando helicópteros para ejecutar la operación desde diferentes flancos.

La superioridad numérica y logística argentina era evidente, pero los británicos no se replegaron sin antes dejar huella. En plena batalla, lograron derribar uno de los helicópteros de transporte con fuego de fusilería, además de alcanzar otro helicóptero de reconocimiento. Cuando una fragata argentina intentó aproximarse a la costa para brindar apoyo, fue recibida con fuego antitanque desde la costa por parte de los marines apostados en King Edward Point. El impacto no fue menor: las ametralladoras causaron una seria inclinación del navío.

Aunque breve, el combate en Georgia del Sur dejó claro que la guerra ya no era una posibilidad: era una realidad. Las primeras bajas, las primeras acciones de combate real, y el primer choque entre dos banderas que reclamaban la soberanía del mismo territorio ya habían tenido lugar. Lo que Argentina había imaginado como una operación rápida de descolonización, comenzaba a transformarse en un conflicto internacional de proporciones imprevisibles.



Puerto de Gritviken en Georgia del Sur

Capitulación en Georgia del Sur: Una retirada honorable

A pesar de la férrea resistencia inicial, los marines británicos destacados en Georgia del Sur comprendieron pronto la realidad: el aislamiento geográfico, la desproporción de fuerzas y la imposibilidad de recibir refuerzos sellaban su destino. Tras cumplir con su deber y agotar las posibilidades de defensa, el teniente Mills y su pequeño destacamento se rindieron. No fue una derrota vergonzosa, sino el cierre inevitable de un capítulo marcado por la valentía y la soledad en los confines del mundo.

La bandera argentina flameaba ahora también sobre Grytviken. Para la Argentina, cada victoria simbolizaba un acto de justicia histórica. Sin embargo, los días de calma serían breves. Muy lejos de allí, el engranaje bélico británico avanzaba a toda marcha.

Grupo de Tareas Paraquet: Preparando el contragolpe pirata

En la estratégica Isla Ascensión, ubicada casi en el ombligo del Atlántico, el Reino Unido armaba su contraofensiva. Allí se conformó un grupo de tarea bajo el mando del mayor Guy Sheridan, del Cuerpo de Marines Reales. Su composición era tan precisa como letal: la compañía M42 de la División de Comandos, la segunda sección del SBS (Special Boat Service), y el escuadrón D del 22º regimiento del SAS, uno de los cuerpos de élite más temidos del mundo.

La operación, con nombre en clave Paraquet, zarpó hacia el sur a bordo de los buques Fort Austin y Tidespring, escoltados por los destructores Antrim y Plymouth. El Antrim, además, servía como cuartel general flotante de toda la misión. En mar abierto, el grupo se encontraría con el buque hidrográfico HMS Endurance —viejo conocido del conflicto— y el submarino nuclear HMS Conqueror, símbolo del poder submarino británico.

El despliegue aéreo estaba compuesto por helicópteros Wessex, Lynx y un Wasp del Endurance, todos destinados a proporcionar apoyo aéreo y logístico en caso de una operación de desembarco en Georgia del Sur.

El infierno blanco del Atlántico Sur

Lo que Londres no consideraba —o subestimaba— era el enemigo más implacable: la naturaleza misma. Georgia del Sur, ubicada en uno de los rincones más inhóspitos del planeta, ofrecía un clima tan severo como el del norte de Islandia. La isla estaba atrapada entre fiordos, acantilados y glaciares, donde apenas se sostenían algunos asentamientos humanos.

Hacia la segunda quincena de abril, los vientos antárticos más crudos comenzaban a azotar la región. El día se reducía a pocas horas de luz tenue, y la temperatura mordía sin piedad. En este contexto, los mandos argentinos, convencidos de que ninguna potencia se atrevería a lanzar una operación en semejantes condiciones, relajaron su vigilancia. A sus ojos, el clima era su mejor aliado.

Una exploración maldita: La trampa del Glaciar Fortuna

Pero los británicos, con su mentalidad militarista de vieja escuela, estaban dispuestos a ignorar lo inhóspito del entorno. El 21 de abril, apenas tres semanas después de la recuperación argentina de las islas, el Reino Unido lanzó un primer movimiento audaz y temerario.

Dieciséis comandos del SAS, entrenados en guerra de montaña, fueron enviados a la costa helada de Georgia del Sur. Su destino: el glaciar Fortuna, un monstruo de hielo azotado por tormentas de nieve y vientos huracanados. La misión parecía salida de una novela de aventuras gélidas.

La distancia desde su base más cercana era de casi 6.000 kilómetros. Los pilotos de helicópteros enfrentaron enormes dificultades para levantar vuelo desde la cubierta de sus buques debido a la nieve acumulada. Aterrizar en el glaciar, en medio de la oscuridad, fue una hazaña que rozaba lo suicida. Vientos penetrantes, visibilidad nula y un terreno irregular y no preparado complicaron aún más la misión.

El resultado fue una pesadilla logística y táctica. La exploración del glaciar terminó en un fracaso técnico. La nieve sepultó el avance, las comunicaciones se vieron afectadas y el avance del SAS se estancó, poniendo en riesgo al grupo entero.

Lo que parecía ser una operación encubierta de reconocimiento se convirtió en una lucha por la supervivencia contra el verdadero dueño de Georgia del Sur: el clima.




Fracaso glacial: La naturaleza como barrera infranqueable

El intento británico de insertar comandos de élite en el corazón de Georgia del Sur pronto se transformó en una odisea helada. A pesar del altísimo nivel de entrenamiento de los soldados del SAS, las condiciones climáticas de la isla superaban incluso la preparación más rigurosa. En cinco agotadoras horas de marcha, apenas lograron avanzar un kilómetro desde el punto de aterrizaje. La tormenta de nieve no era solo un obstáculo: era una trampa mortal.

Cada combatiente cargaba más de 35 kilogramos de equipo sobre su espalda, y a eso se sumaban cuatro trineos cargados con hasta 90 kilogramos cada uno. El hielo mordía, el viento rugía y el horizonte desaparecía entre copos y oscuridad. Con la llegada del amanecer, buscaron refugio. Intentaron montar dos tiendas árticas para protegerse del vendaval, pero el destino no les dio tregua. Una de las carpas fue arrancada por una ráfaga y la otra colapsó tras romperse los postes de sujeción.

El resultado fue devastador. La mayoría del grupo sufrió congelaciones. Sus cuerpos, entrenados para la guerra, no estaban preparados para la furia de un entorno tan hostil. En esas circunstancias, cumplir una misión táctica era una quimera. La prioridad inmediata pasó a ser sobrevivir y evacuar.

Evacuación bajo fuego del clima

La orden de evacuar llegó rápido, pero el clima no daría respiro. En medio de la operación, dos helicópteros británicos se estrellaron debido a las turbulencias y la nula visibilidad. La retirada se convirtió en una operación desesperada en la que cada minuto aumentaba el riesgo de perder hombres sin que se disparara una sola bala.

El mito del dominio absoluto británico comenzaba a resquebrajarse ante un enemigo más antiguo y más implacable que cualquier ejército: la Antártida misma.

Reintento anfibio: El despliegue del SBS

A pesar del desastre anterior, Londres no retrocedía. Al día siguiente, se ordenó una nueva misión de reconocimiento. Esta vez sería ejecutada por la segunda sección del SBS (Special Boat Service), expertos en operaciones anfibias y clandestinas. El blanco: los asentamientos de Leith y la Bahía de Stromness. El método: infiltración sigilosa por mar.

Cinco botes inflables, con tres soldados cada uno, partieron en la madrugada del viernes. A pesar del precalentamiento de los motores, tres de ellos fallaron y no pudieron arrancar. Solo los dos restantes lograron ponerse en marcha, pero debieron remolcar a los tres inactivos. La combinación de oscuridad total y viento cruzado feroz hizo que dos de los botes remolcados se perdieran en el caos marino.

Uno de los equipos logró, por suerte, contactar con un helicóptero de la Marina Real. El otro, más desafortunado, terminó arrastrado hasta un cabo desolado de la isla, donde sus miembros vagaron durante días, ocultándose, sorteando acantilados, y evadiendo patrullas argentinas mientras trataban de reconectarse con su unidad.

El resto de los comandos que sí llegaron a tierra cumplió parcialmente con su objetivo: observar e informar sobre los objetivos planificados. Pero su situación se volvió precaria rápidamente. El intenso frío había congelado por completo los botes, haciéndolos inservibles. No tenían forma de regresar al buque.

El 25 de abril por la mañana, un helicóptero Wessex logró extraerlos. La misión fue técnicamente exitosa en términos de reconocimiento, pero el costo físico, logístico y moral fue elevado.

El avance británico hacia Georgia del Sur estaba lleno de fallas, errores de cálculo y tragedias logísticas. La Argentina observaba. La ilusión británica de una reconquista sencilla se deshacía lentamente bajo la nieve y el viento. Pero la guerra apenas comenzaba.



Submarino argentino "Santa Fe"

Submarino “Santa Fe” y la última defensa naval argentina en el confín del Atlántico

Mientras los británicos luchaban contra el clima y sus propias limitaciones logísticas, un nuevo actor entraba en escena en las aguas congeladas del Atlántico Sur: el submarino argentino ARA Santa Fe. Su sola presencia alteró por completo los planes enemigos y otorgó, aunque brevemente, una ventaja estratégica a la defensa argentina de Georgia del Sur.

Este veterano submarino de propulsión diésel-eléctrica, con años de servicio a sus espaldas, patrullaba la región como un símbolo de la voluntad argentina de mantener su soberanía sobre el territorio recién recuperado. Su aparición en la zona no fue planificada como una confrontación directa, sino como una misión de patrullaje y disuasión. Pero el destino lo empujaría al centro de un episodio dramático.

Fue avistado en la superficie por un helicóptero Wessex británico, que evacuaba a uno de los equipos del SBS. El piloto, al detectar la silueta del submarino, decidió atacar sin demora, lanzando cargas de profundidad. Los daños iniciales obligaron al Santa Fe a buscar refugio y navegar en superficie hacia Grytviken, ya sin capacidad de inmersión.

La cacería no terminó allí. Al llamado del Wessex acudieron helicópteros Lynx y Wasp, que atacaron con misiles y ráfagas de ametralladoras. A pesar de su valentía y la experiencia de su tripulación, el Santa Fe no pudo resistir. Gravemente dañado, convertido en presa fácil en medio de la inmensidad oceánica, se vio forzado a retirarse, marcando el fin simbólico de la capacidad naval argentina en esa zona del conflicto.

Desembarco forzado: Una iniciativa a contrarreloj

Para los británicos, el daño al Santa Fe representó una oportunidad que no podían desperdiciar. La presencia del submarino había obligado a suspender los intentos de desembarco, pero ahora, con su retirada, Londres optó por no esperar a que llegaran refuerzos de los marines reales. El tiempo jugaba en contra, y las condiciones climáticas podían empeorar. Se optó por una operación de asalto urgente.

El grupo de ataque, conformado por lo poco disponible en ese momento —elementos del SAS, del SBS y de los marines británicos— apenas sumaba unas setenta personas. Frente a ellos se encontraba una guarnición argentina que, al menos en número, duplicaba a los atacantes.

La doctrina militar es clara: para que una fuerza atacante tenga posibilidades reales de éxito, debe superar al menos por tres veces al defensor. Pero en este caso, los británicos ignoraron esa regla básica. Apostaron por la sorpresa, la agresividad táctica y el uso del factor psicológico para desestabilizar a la defensa.

La caída de Georgias del Sur: Fin del primer capítulo

Bajo el amparo de la artillería naval, los primeros comandos del SAS desembarcaron desde los buques Plymouth y Antrim, encontrando un terreno desnudo y expuesto a unos dos kilómetros de Grytviken. Desde allí se atrincheraron y esperaron la llegada del resto del contingente, transportado en helicópteros que sorteaban con dificultad los vientos gélidos de la zona.

Una vez reagrupados en una cresta elevada, comenzaron a observar el pueblo. Era claro que la resistencia argentina no era homogénea ni tenía una línea de mando firme tras los ataques al Santa Fe. Aun así, uno de los equipos del SAS fue enviado en exploración hacia Grytviken.

Lo que encontraron fue una escena inesperada: sábanas blancas colgando de las ventanas, señal de rendición, y soldados argentinos que esperaban poner fin al enfrentamiento sin más derramamiento de sangre. La defensa se desmoronó sin combate, erosionada por el aislamiento, el desgaste moral y la falta de apoyo aéreo o marítimo.

La bandera argentina fue retirada del asta. En su lugar, los británicos izaron nuevamente la Union Jack, restaurando simbólicamente el control colonial sobre Georgia del Sur. Para la Argentina, la pérdida no era solo militar: era un golpe a la moral y al esfuerzo de recuperación soberana que había comenzado con determinación el 2 de abril.

Sin embargo, esta era apenas una de las muchas batallas por venir. Lo que se había encendido en el Atlántico Sur no se apagaría con una sola victoria táctica.




La caída final: Leith y el fin de la breve esperanza en Georgias del Sur

La última pieza del dominio argentino en Georgia del Sur cayó el día después de la rendición en Grytviken. Con la moral británica en alza y el impulso táctico de su lado, dos equipos del SAS y uno del SBS fueron transportados en helicóptero hasta el asentamiento del puerto de Leith, un antiguo puerto ballenero donde aún quedaban fuerzas argentinas destacadas.

Lo que hallaron allí fue más resignación que resistencia. Un escuadrón argentino compuesto por dieciséis hombres, aislados y conscientes de la situación general, no ofreció resistencia significativa. La suerte ya estaba echada, y combatir en esas condiciones habría sido suicida.

El grupo de desembarco británico tomó control sin derramamiento de sangre, capturando a 156 soldados y oficiales argentinos, junto con 38 civiles que se encontraban en la zona. Con esta operación concluyó oficialmente el efímero pero simbólico control argentino sobre la isla. Habían pasado apenas 23 días desde el desembarco inicial, pero esos días representaron un punto de inflexión para la Argentina: un acto de soberanía que encendió pasiones, esperanzas y un conflicto que cambiaría para siempre el equilibrio diplomático del Atlántico Sur.

Para los británicos, fue la primera victoria tangible en el estallido de la Guerra de las Malvinas. Una reconquista relámpago que les permitió consolidar posiciones estratégicas y fortalecer su narrativa internacional de “respuesta legítima”. Pero para Argentina, fue una derrota que no apagaba la convicción de que las Malvinas eran, son y seguirán siendo una causa nacional.

Rumbo a las Malvinas: El conflicto se expande

Tras asegurar Georgia del Sur, el Escuadrón D del SAS no tuvo descanso. Fue reembarcado casi de inmediato hacia el este, rumbo al corazón del conflicto: las Islas Malvinas. Allí, la situación prometía ser mucho más compleja, más prolongada y más sangrienta.

En la misma dirección se movían otras unidades de élite británicas: el Escuadrón S, el Escuadrón G, y el propio cuartel general del 22º Regimiento SAS, bajo el mando del teniente coronel Michael Rose. La maquinaria de guerra británica se expandía ahora con determinación, confiando en que la combinación de tecnología, entrenamiento y presión política doblegaría la resistencia argentina.

Pero lo que esperaba en Malvinas no era una isla deshabitada ni una guarnición desorganizada. Era un territorio recuperado con orgullo, con una guarnición firme y una sociedad argentina que, pese a la distancia, sentía que el retorno había sido justo. La historia de la guerra apenas comenzaba, y Georgia del Sur sería solo su prólogo.


Basado en el artículo de Serguéi Kozlov || Revista Militar

jueves, 3 de abril de 2025

Malvinas: El piloto chileno que rescató al SAS en Tierra del Fuego


Imagen referencial. Un Sea King HC.4 de 825 Escuadrón Aéreo Naval despega después de trasladar, desde San Carlos a Darwin, a comandos de la compañía 42 de los Royal Marines (Photo by Paul Haley/ Crown Copyright. Imperial War Museums via Getty Images)IWM/Getty Images - Imperial War Museums

Operación Plum Duff. El aviador chileno que rescató a los comandos británicos que planeaban atacar la base aérea de Río Grande


LA NACION



Jorge Freyggang Campaña, ex oficial de la Fuerza Aérea de Chile, se hizo famoso por ser el primer piloto comercial en llegar a la Antártica; sin embargo, pocos –ni siquiera sus más cercanos- conocían su rol en la guerra de Malvinas


Daniel Avendaño y Mauricio Palma

Son casi las 11 de la noche y caen las primeras gotas sobre Gotemburgo. Solo dos chilenas, que promedian los 70 años, esperan frente al Stora Teatern, el centenario recinto del puerto sueco. Hace poco más de una hora que terminó el concierto de los Inti Illimani, y esperan tomarse una fotografía con los músicos.

Finalmente, aparecen los fundadores de la banda, Horacio Salinas y José Seves, que ya superan los 70 años y que no dudan en posar junto a sus compatriotas.

Es 21 de septiembre de 2023 y nos acercamos a Seves: le contamos que estamos escribiendo un artículo sobre el piloto Jorge Freyggang, hermano mayor de Renato, un saxofonista que estuvo en la banda durante diez años mientras estaban exiliados en Italia.

“Fuimos muy cercanos con Renato”, aclara el dueño del vozarrón emblemático del grupo.

También le señalamos que diversos documentos sindican a este excapitán de la Fuerza Aérea de Chile como uno de los represores de la dictadura chilena. Esta vez, José Seves -con cara contrariada- señala que jamás supo de esta historia. Nos dirá que es un episodio desconocido al interior de los Inti, como se le conoce a esta agrupación fundada en 1967 y que fuese una férrea promotora del gobierno socialista de Salvador Allende.

Dos semanas más tarde, el lunes 2 de octubre de 2023, y minutos antes de que el conjunto Amankay, integrado por holandeses y chilenos, se presente por primera vez en el teatro de la Universidad de Santiago, nos acercamos a Renato Freyggang y le preguntamos por su hermano Jorge y su rol en las sesiones de tortura en la base aérea de Temuco en 1973. El ex Inti Illimani, con semblante sereno, nos dice: “No tenía idea”, y luego agrega que le gustaría cooperar, saber si hay más antecedentes, y que no tendría problemas en reconocer que Jorge estuvo en eso. “En realidad, no me extraña, hubo muchos involucrados”.

La historia le daría la razón.


El aviador trasandino Jorge Freyggang

La pandilla salvaje

Hijo de un suboficial de la FACh que por mérito ascendió a oficial, Jorge Humberto Freyggang Campaña nació el 1 de abril de 1947. Eran cuatro hermanos, tres varones y una niña, y vivieron toda su infancia en Santiago.

A los 18 años ingresó a la Escuela de Aviación y a fines de 1969 egresó con el grado de subteniente, ocupando la antigüedad número 25. Difícilmente llegaría al generalato. Poco después fue destinado a Punta Arenas, en el extremo sur de Chile. Allí conoció a Susana López González, hija de comerciantes locales; se casaron con separación total de bienes.

En mayo de 1973, el teniente Freyggang fue enviado a la Base Aérea Maquehue de Temuco, la que había iniciado sus operaciones a fines de los años 20 y en la que, varias décadas más tarde, el Papa Francisco ofrecería una misa teñida de polémica: subió al altar acompañado por un obispo silente y encubridor de un sacerdote pedófilo.

Es en este lugar, que en los 60 albergaba a la escuela de helicópteros de la FACh, donde Freyggang escribió su historia más brutal a partir del golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Uno de los que padeció aquella infamia fue Jorge Silhi Zarzar. Hasta su casa ubicada en el centro de Temuco, llegaron tres miembros de la FACh y un enfermero civil. Allí encañonaron a su madre y lo sacaron violentamente desde su hogar. Lo trasladaron hasta la Base Maquehue, ubicada a seis kilómetros al suroeste del centro de la ciudad. En aquel recinto, al entonces liceano lo recibiría “La pandilla salvaje”, un grupo compuesto por oficiales y suboficiales, dirigida por Freyggang Campaña.

“Aquí comienza un calvario que yo no me imaginaba que resultaría posible entre seres humanos: interrogatorios reiterados con golpes, con palos, con electricidad y lo peor de todo, el submarino seco, que es la bolsa de nylon que te ponen en la cabeza hasta que tú abras la mano y decidas que quieres hablar. Si lo hacías para aliviarte y no contestaban lo que ellos querían, volvía el submarino seco”, cuenta el hoy abogado Silhi, desde su casa en la capital de la Región de la Araucanía.

En esos días, Jorge Silhi tenía 19 años recién cumplidos. Era un conocido dirigente estudiantil y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Por lo mismo, recibió instrucción militar, pero sin alcanzar a pertenecer a las estructuras claves de su partido. En los interrogatorios insistirá que su perfil era intrascendente.

“Jorge Freyggang estuvo en mis interrogatorios y era uno de los que me golpeaba, pero los que más golpeaban eran los suboficiales”. En una de las sesiones de tormento, Silhi -quien siempre estuvo vendado- logró sacarse la bolsa plástica que lo asfixiaba y ahí Freyggang le tomó las manos y las ató con un cinturón.

Tras ocho días detenido en la Base Maquehue, donde lo interrogaron dos o tres veces al día y después de sufrir “una de las peores pateaduras”, Silhi fue dejado en libertad gracias a contactos familiares. “Cuando soy liberado, el que me va a dejar a mi hogar era Freyggang”, recuerda el abogado temuquense, que reconoció la voz de quien daba las órdenes de las golpizas que padeció.

A fines del 73, Jorge Silhi salió del país con destino a Argentina, donde permaneció un año. Volvería a Chile a estudiar Derecho, ya completamente descolgado de una militancia política. Recién a mediados de los 80 defendería a algunos perseguidos políticos de la dictadura de Pinochet.


Jorge Silhi en su casa en Temuco

El apellido Freyggang es repetido en varios procesos judiciales que se sustanciaron por los crímenes cometidos en Maquehue. En ellos, exoficiales y suboficiales sindicaron al entonces teniente como integrante e incluso jefe de la unidad de inteligencia que operó en aquel recinto militar. Varios de los integrantes de la denominada pandilla salvaje fueron condenados y hoy cumplen condena en prisión.
Un reconocimiento inusual

En la hoja de vida militar de Jorge Freyggang Campaña, un documento de 56 carillas manuscritas y entregada por la propia FACh, se consigna que dos semanas antes del golpe militar –y con la edad de 26 años- pasó a ser jefe del Departamento de Inteligencia del Grupo 3 Maquehue de Temuco, donde “tuvo una destacada actuación antes, durante y después de los sucesos del 11 de septiembre de 1973″.

El texto agrega: “Cumplió con valentía y decisión su actuación frente a elementos marxistas, practicando interrogatorios, detenciones, allanamientos y otras misiones”.


Hoja de vida militar de Jorge Freyggang

Como pocas veces, la propia FACh acreditó la participación de uno de sus oficiales en detenciones extrajudiciales. Aún más: Freyggang obtuvo las mejores calificaciones mientras estuvo destinado en Temuco.

El 12 de septiembre de 1975, dejó su rol en inteligencia y asumió distintas labores administrativas; incluso sería el director del jardín infantil del regimiento.

Seis meses después, en la Laguna del Laja, sufrió su primer accidente aéreo cuando estrelló el helicóptero Dell UH-1H que conducía. La institución lo felicitó por su maniobra y concluyó que se debió a una “falla de material”.

A mediados de 1977, solicitó ser dado de baja de la institución “por motivos particulares”. A fines de agosto dejó las filas de la FACh con el grado de capitán, cerrando su hoja militar llena con múltiples loas; “se le puede confiar cualquier misión”, apuntaron sus superiores.

En los días siguientes, regresó a la Patagonia para iniciar su añorado negocio: tener su propia línea aérea. Para ello, se asoció con su suegro Sergio López, quien era dueño de una librería en Punta Arenas. Ambos se endeudaron y en diciembre del mismo año compraron la línea aérea Tama a Luciano Julio, que solo contaba con una aeronave, un maltrecho CC-CAK.

A pesar de lo precario de la firma, Freyggang le dio un nuevo impulso a la empresa: él piloteaba, su suegro era ejecutivo y su mujer atendía el público. Con el viejo avión aumentó la periodicidad de los vuelos entre Punta Arenas, Cerro Sombrero, Porvenir y Puerto Williams.

Pero la gran apuesta de Freyggang fue en 1980: viajó a Estados Unidos para adquirir tres aviones. Tama se ponía pantalones largos y, cada tanto, ponían avisos publicitarios en los diarios locales. Pero sabía que necesitaba algo más grande para remecer el débil mercado aeronáutico de la zona, hasta que ideó su gran golpe de marketing: el domingo 22 de marzo de 1981, su rostro apareció en la prensa local bajo el titular: “Hazaña histórica de empresa magallánica. Abierta ruta comercial a la Antártica. Jorge Freyggang, piloto civil, fue el primero en llegar a la Antártida con un avión comercial.”


El 22 de marzo de de 1981 el diario El Magallanes da cuenta de la hazaña de Jorge Freyggang, primer piloto civil en unir en vuelo América con la Antártida

El viaje hasta la base Teniente Marsh en la Antártida fue su particular homenaje a la institución que lo formó como piloto, el mismo día del aniversario de la FACh, celebrando el aterrizaje de esta hazaña aeronáutica entre los vítores de sus ex camaradas del aire, a quienes les llevó varias sandías.

¿Un espía de los ingleses?

El otoño de 1982 fue durísimo para los habitantes del extremo sur del continente. Argentina estaba en guerra con Gran Bretaña por la soberanía de las islas Malvinas. Fue una conflagración corta pero sangrienta.

A muy poco andar del conflicto, el alto mando de la Real Fuerza Aérea Británica (RAF) envió a Chile a uno de sus hombres para que consiguiese el apoyo local bajo el más estricto sigilo. El elegido fue Sidney Albert Edwards, un oficial que a sus 48 años hablaba perfecto español y era experto en inteligencia militar. En Londres sabían que estaban dando inicio a una relación quid pro quo, en la que la ayuda sería recíproca: tras la guerra, Chile recibiría seis Hawker Hunter, un radar de larga distancia, misiles antiaéreos y tres cazabombarderos Canberra de reconocimiento fotogramétrico de gran altura. Mientras que los aviadores británicos usarían el espacio aéreo chileno para labores de espionaje, instalando en Punta Arenas un radar que les permitió detectar los movimientos de los cazas argentinos, y varias pistas en las que aterrizaban aeronaves inglesas camufladas como máquinas chilenas.

Pero la ayuda subrepticia hacia los británicos no estuvo exenta de incidentes.


Sea King con las aspas plegadas a bordo de la cubierta de vuelo del HMS Intrepid. Atrás asoma el portaaviones ligero HMS Hermes.


El mapa con la operación frustrada que publicó el periódico inglés Daily Mail en 2014

El 17 de mayo de 1982, el helicóptero Sea King HC-4VC, bajo el mando del teniente Richard Hutching, despegó desde el portaviones HMS Invencible. En el interior iban además ocho hombres del S.A.S., las fuerzas especiales del ejército británico. Era una misión arriesgada y casi suicida. La operación secreta, denominada Plum Duff, tenía como objetivo infiltrar la base aeronaval argentina de Río Grande, destruir los aviones Super Étendard, asesinar a sus pilotos, pero por sobre todo, destruir los 3 misiles AM-39 Exocet que aún mantenía la Fuerza Aérea Argentina, el principal dolor de cabeza para Margaret Thatcher, luego que semanas antes, el 4 de mayo, dos de estos misiles habían hundido al destructor británico HMS Sheffield.


La base Aérea de Río Grande, en 1982, objetivo de los comandos que participaron en la operación Plum Duff

Pero algo falló, y debido a las condiciones climáticas, el teniente Hutching abortó la misión pues había sido detectado por un radar hostil: el copiloto pudo observar una bengala en las cercanías. Decidieron dejar a los comandos SAS en un punto cercano al río Silva. Luego prosiguieron rumbo a Punta Arenas y ya en territorio chileno, el Sea King fue abandonado y destruido por sus propios ocupantes.




El incendio del helicóptero no sólo fue advertido por los lugareños sino que rápidamente se convirtió en noticia internacional. Los tres tripulantes del Sea King decidieron esconderse, hasta recibir nuevas órdenes. Fueron siete largos días en que el incidente pasó a ser un inesperado y casi insalvable conflicto diplomático, hasta que –según rezaba el protocolo- Hutching tomó su teléfono satelital y llamó a Sidney Edwards:

“Entréguense a las autoridades chilenas y yo me ocuparé de que lleguen a Santiago”, fue la instrucción que recibió el piloto. Y así lo hicieron. En los días siguientes abandonaron el territorio chileno rumbo a Londres.


La Prensa Austral publico la noticia del rescate de los tres pilotos del Sea King. Si bien la crónica habla de "misterio", jamás menciona a los 8 comando británicos que iban en el helicóptero


La tripulación del Sea King británico tuvo una salida "oficial". Los tres pilotos dieron una conferencia de prensa al llegar a Santiago, pero negaron la existencia de comandos británicos en el continente

Mientras, los 8 hombres de la SAS seguían escondidos en el sur de Chile, específicamente en la ciudad de Porvenir. Pero no aguantarían mucho tiempo.

Se hacía urgente sacarlos del país, por lo que los oficiales de enlace chilenos contactaron al ex camarada de la FACh, Jorge Freyggang. Los ingleses pagaron una alta cifra con el propósito de resguardar las identidades de sus pasajeros que, de paso, mejoraron las alicaídas arcas de aerolíneas Tama.

Aprovechando la tranquilidad del domingo 30 de mayo, los ocho comandos británicos fueron trasladados desde Porvenir hasta Punta Arenas a bordo de un monomotor. En la capital de Magallanes, los esperaba el Beecheraft Queen Air BE-80 piloteado por Freyggang. Hizo escala en Puerto Montt para cargar combustible y al llegar a Santiago, fueron recibidos por una columna de vehículos que los llevó a una casa de seguridad. Jorge Freyggang respiró tranquilo. La misión secreta había resultado exitosa y la paga generosa. Estuvo 6 días en la capital, reunió a su familia y el sábado emprendió el vuelo de regreso a Punta Arenas.

Sería el último de su vida.



Vecinos de Punta Arenas aún conservan, como souvenirs, pedazos del Sea King que los comandos británicos abandonaron y prendieron fuego tras abortar el ataque a la base de Río Grande

Aquel 5 de junio de 1982 había sido pronosticado con mal tiempo. No era un buen día para volar. Los 1308 kilómetros que separan Puerto Montt con la austral Punta Arenas se encontraban con cielos completamente nublados. Es una geografía compleja y un clima inestable, con vientos bravos. Pero Freyggang se tenía confianza. Había despegado aquella mañana desde Santiago en su Beecheraft Queen Air BE-80. Hizo una escala en el aeropuerto El Tepual de Puerto Montt. Lo acompañaba su esposa Susana López, sus hijos Jorge (9), Patricio (7), Susana (2) y la asesora del hogar, Brunilda Navarro. Despegaron cerca de las 10 de la mañana para volver a su amado Magallanes.

A las 18:10 horas, Jorge Freyggang se contactó con el operador de la torre de control del aeródromo de Chile Chico. Tenía una emergencia:

“Solo veo mar a mi alrededor; también veo la luna. No observo tierra. Me queda combustible para unos 20 minutos, así que trataré de amarar. Búsquenme. No me olviden”.

Fue su último contacto radial.

“Perdido avión de Tama”, tituló al día siguiente diario El Magallanes. La noticia caló hondo en Punta Arenas. Freyggang era un hombre conocido en la austral ciudad y había consolidado cierto prestigio entre los aviadores. Su bigote le otorgaba más años que los 35 que tenía al momento del accidente.


Los archivos oficiales de la Operación Plum Duff fueron desclasificados hace 10 años. Sin embargo, las imágenes del helicóptero británico incendiado en el sur de Chile trascendieron en 1982

“Era un tipo extrovertido, simpático, alegre y ameno. Muy sincero y transparente”, lo recuerda hasta estos días desde su oficina en Punta Arenas, Luis Utman, quien lo conoció cuando ingresaron como cadetes a la Escuela de Aviación en 1965. El destino los volvió a unir a principios de los 80, cuando Luis comenzó a pilotear para la empresa Tama. Por eso le dolió tanto su partida, pues a pesar de la experiencia de Freyggang, poco pudo hacer aquel infausto atardecer de junio de 1982. Los fuertes vientos y escaso combustible lo sentenciaron. Técnicamente se cree que el avión pudo caer entre Punta Arenas y el Mar de Drake. Utman participó directamente en la búsqueda del avión siniestrado, la que se prolongó por dos semanas.

Durante años se especuló que el chileno había sido un espía trabajando para los ingleses y que incluso volaba de manera permanente a Puerto Argentino, en las Islas Malvinas. Incluso se levantó la versión de que su accidente habría sido un atentado de la inteligencia argentina, o que habría fingido su propia muerte y la de su familia, siendo visto años más tarde en Inglaterra, Australia u otro país, que sólo la imaginación popular pudo inventar.

Los rastros de Freyggang Campaña y su familia nunca fueron encontrados.
Daniel Avendaño y Mauricio Palm

jueves, 12 de diciembre de 2024

Malvinas: SAS y SBS en el continente


El SAS versus el Exocet

Por Esteban McLaren || FDRA


Cuando Argentina invadió las Islas Malvinas en abril de 1982, el Reino Unido envió una fuerza naval al Atlántico Sur para recuperarlas. La Armada Argentina, sin capacidad antisubmarina, quedó prácticamente fuera de combate debido a la presencia de submarinos nucleares británicos en la región. La principal amenaza para la flota británica provenía de la Fuerza Aérea Argentina, especialmente por los misiles antibuque Exocet recién adquiridos. Estos misiles franceses eran conocidos por su alta eficacia y dificultad de defensa. El avión argentino Super Etendard tenía la capacidad de disparar estos misiles. Operando desde la base aérea de Río Grande en el continente argentino y con alcance para llegar al grupo de trabajo británico, no tardaron en organizar ataques.

  

Cuando el HMS Sheffield fue alcanzado y dejado fuera de combate por un Exocet, surgió el temor dentro del grupo de trabajo y en el Reino Unido de que estos misiles pudieran causar una derrota humillante. Los británicos creían que Argentina poseía cinco Exocets lanzados desde el aire. Si tan solo uno de ellos lograra impactar en uno de los dos portaaviones del grupo de trabajo, la guerra podría estar perdida.

Para contrarrestar esta amenaza, se llamó a los servicios secretos británicos, el SAS y el SBS.

Operaciones del MI6

Mientras se planificaban estrategias para neutralizar los misiles en el inventario argentino, el Servicio Secreto de Inteligencia Británico, conocido como MI6, tenía la misión de evitar que Argentina obtuviera más misiles. Haciéndose pasar por traficantes de armas en el mercado negro, los agentes británicos intentaron comprar todos los Exocets disponibles en el mercado abierto y clandestino. Además, ofrecieron falsos Exocets en el mercado negro para distraer a los argentinos y hacerles perder tiempo y recursos en búsquedas infructuosas.

Las Operaciones Mikado y Plum Duff



Mapa de Tierra del Fuego


Ansioso por entrar en acción, el 22º Servicio Aéreo Especial (SAS) trazó planes para destruir los misiles Exocet y los aviones que podrían transportarlos, llevando a cabo un ataque sorpresa en la base aérea de Río Grande.

Los planificadores del SAS, incluido el brigadier Peter de la Billiere, entonces director del Servicio Aéreo Especial, idearon un audaz plan llamado Operación Mikado. Inspirándose en la operación israelí en Entebbe, se propuso que el SAS realizara un asalto aire-tierra contra la base aérea de Río Grande en Tierra del Fuego.



El plan implicaba cargar la mayor parte del Escuadrón B, 22 SAS, en dos aviones C-130K Hércules de las Fuerzas Especiales de la RAF en la Isla Ascensión. La formación de dos aviones volaría hacia la costa este argentina, reabasteciéndose en el aire a lo largo del camino a través de aviones cisterna Victor, ya que los C-130K destinados a la Operación Mikado eran los únicos Hércules de la RAF capaces de realizar reabastecimiento aéreo en ese momento.

Volando a muy baja altura para evadir el radar, los Hércules aterrizarían en la pista de Río Grande y desplegarían a los soldados del SAS, algunos de ellos a bordo de motocicletas y Land Rovers Serie IIA 'Pantera Rosa' fuertemente armados. La fuerza terrestre destruiría todos los aviones Super Etendard, los misiles Exocet y los pilotos que encontraran. Después del ataque, el SAS escaparía hacia Chile, ya sea en los C-130 si sobrevivían o por su cuenta.

Antes del ataque, se lanzó una misión de reconocimiento preliminar llamada Operación Plum Duff. El 16 de mayo, un equipo de ocho hombres del Escuadrón B, 22 SAS, fue trasladado en avión desde la Isla Ascensión al Grupo de Trabajo de la Royal Navy, lanzándose en paracaídas al océano Atlántico Sur antes de embarcarse en el HMS Hermes. El 18 de mayo, un Sea King Mark IV desmantelado del 846 Naval Air Squadron llevó al equipo SAS hacia el continente argentino. El plan era que el equipo marchara hasta la base aérea de Río Grande, estableciera un puesto de observación y enviara información sobre las defensas, o si era posible, llevara a cabo una misión directa para destruir los objetivos.

El Sea King apenas tenía suficiente combustible para llegar al continente y la tripulación sabía que se trataba de una misión de ida. El helicóptero llegó a la costa argentina sin ser detectado, pero pronto quedó envuelto en niebla. A siete millas del punto de desembarco previsto, el Sea King se dirigió a Chile, donde aterrizó cerca de la frontera. La patrulla SAS intentó completar la misión avanzando a pie hacia Argentina. La tripulación intentó hundir el helicóptero en un lago, pero no pudo, y en su lugar lo incendió. Cuando los chilenos encontraron el Sea King quemado, el Ministerio de Defensa británico intentó encubrir el verdadero propósito de la misión afirmando que el helicóptero había sufrido dificultades mecánicas durante una patrulla antisubmarina. La misión de reconocimiento del SAS fue cancelada y el equipo fue retirado de Chile.



Mientras la Operación Plum Duff estaba en marcha, el Escuadrón B comenzó a practicar para la Operación Mikado. Ejercicios previos habían demostrado un riesgo significativo en tales operaciones: los grandes C-130 aparecían en los radares de las bases objetivo mientras aún estaban a muchas millas de distancia, dando a los defensores tiempo suficiente para prepararse. Incluso volando al nivel de las copas de los árboles, los C-130 tendrían que reducir la velocidad para aterrizar, convirtiéndose en blancos fáciles para cañones antiaéreos o misiles tierra-aire. Los argentinos también podrían bloquear las pistas con vehículos. Pruebas específicas confirmaron estos problemas, pero la planificación continuó.

Otro problema era la falta de información en el terreno, lo que significaba que no había garantía de que los Super Etendards o los Exocets estuvieran en Río Grande cuando llegara la fuerza de asalto. Finalmente, el SAS se dio cuenta de que la Operación Mikado probablemente fracasaría, lo que sería un desastre propagandístico para los británicos. La misión fue cancelada. Más tarde se supo que los argentinos habían tomado medidas adecuadas para proteger Río Grande, con muchas tropas bien entrenadas y considerables defensas aéreas.

Sin embargo, la amenaza del Exocet persistía y las pérdidas británicas seguían aumentando. Los planificadores del SAS adaptaron un plan previo para lanzar soldados en paracaídas sobre las Malvinas al esfuerzo anti-Exocet. Un Hércules insertaría un grupo de reconocimiento del Escuadrón B mediante un lanzamiento en paracaídas a unas 16 millas al noroeste de Río Grande. El equipo SAS vigilaría el objetivo y evaluaría si era factible atacarlo ellos mismos. De lo contrario, establecerían una pista de aterrizaje para que los Hércules trajeran al resto del escuadrón al día siguiente. La fuerza de asalto se desplazaría hasta el objetivo y, tras el ataque, escaparía a Chile. Este plan, como la Operación Mikado, nunca se llevó a cabo.

Operaciones SBS

En sus memorias tituladas "First into Action," el ex operador del SBS Duncan Falconer describe cómo el Special Boat Service participó en el esfuerzo contra los misiles Exocet. Según Falconer, cuando el MI6 descubrió que un cargamento de Exocets con destino a Argentina estaba a bordo de un carguero amarrado en un puerto extranjero, se asignó a la SBS la tarea de destruirlo. Los buzos de la SBS debían nadar hasta el puerto y colocar minas de lapa en el casco del barco para hundirlo. Sin embargo, la misión fue cancelada en el último momento, ya que la campaña en las islas parecía estar llegando a su fin y se estimaba que los misiles no llegarían a Argentina a tiempo para ser de ayuda.

Otra misión de la SBS, conocida como Operación Kettledrum, también estuvo a punto de llevarse a cabo. Se sospechaba que la base aérea de Puerto Deseado, en el continente argentino, podría albergar aviones Super Etendard equipados con Exocet. El plan consistía en que un equipo de seis hombres del SBS, embarcado en el submarino diésel clase O de la Royal Navy, HMS Onyx, realizara una inserción anfibia utilizando un inflable Gemini, se acercara y observara la base aérea, y si fuera factible, destruyera cualquier aeronave relevante. Para la fase de regreso, los asaltantes de la SBS usarían el Gemini, que habría sido almacenado previamente, para reunirse con el Onyx.

La Operación Kettledrum, al igual que otras operaciones como Mikado y Plum Duff, formaba parte de los esfuerzos británicos por neutralizar las capacidades aéreas argentinas y proteger a la flota británica de la amenaza de los misiles Exocet durante el conflicto​ (Wikipedia, la enciclopedia libre)​​ (Fundacion Malvinas)​.

Finalmente, la Operación Kettledrum fue cancelada, y la SBS fue reasignada para apoyar las operaciones en las Islas Malvinas.


lunes, 24 de abril de 2023

Malvinas: El enfrentamiento entre Duarte y Hamilton



Enfrentamiento entre Comandos


El 10 de Junio de 1982, ya casi sobre el final de la guerra, al norte de Puerto Howard en la isla Gran Malvina se produjo un enfrentamiento entre una patrulla de la Compañía de Comandos 601 del Ejército y una patrulla del S.A.S. (Special Air Service), al mando del capitán Gavin John Hamilton. En el Conflicto del Atlántico Sur, el Ejército participó con las Compañías de Comandos 601 y 602.
El teniente primero José Martiniano Duarte, los sargentos Eusebio Moreno y Francisco Altamirano, y el cabo Roberto Díaz, presentían que algo ocurriría.
Duarte: “De regreso a Puerto Howard veníamos muy sigilosos y cuando empiezo a dejar una pared de piedra a la izquierda escucho una comunicación de radio en inglés del otro lado de las piedras. Me paro y le hago señas a Moreno tocándome el oído. Retrocedimos y nos sacamos las mochilas. Moreno toma una granada, le saca el seguro y yo le tomo la mano para detenerlo. En una fracción de segundo pensé todas las posibilidades. Pero resultó ser la patrulla del capitán Hamilton (jefe del Escuadrón 19 del S.A.S).
Veo a un soldado arrastrándose hacia nosotros, era morocho con bigotes y tenía un pasamontaña verde oliva que me resultaba familiar (era de la Infantería de Marina Argentina y que lo habían tomado en las Georgias). Me asomo y les grité (en inglés): ¡argentino o inglés (…) Salgan con las manos en alto!).
El hombre pega un salto al costado y nos dispara una ráfaga con su fusil automático AR15. Entonces Moreno tira la granada y empieza el combate. Fuego de un lado y del otro, nos tiran una granada que cae muy por detrás nuestro.
Durante el enfrentamiento cae herido de muerte uno de ellos; en un momento veo que salen hacia mi flanco izquierdo, eran dos, nos tiraban y se movían hasta que uno de ellos se desploma (era el capitán Hamilton), y cuando el otro corre para ocupar una nueva posición y lo ve al jefe desplomarse, tira el fusil, levanta los brazos y se pone a gritar como loco, en una clara señal de que se había rendido.

Malvinas Dibujos

viernes, 24 de junio de 2022

Malvinas: La suicida operación Mikado relatada por pilotos británicos (en inglés)

Para hacer un resumen, los pilotos reconocen que estaba todo mal planeado, sin información de reconocimiento sobre la BAEN Río Grande, que igualmente les fue ordenada que mantuvieran la misión hasta último momento y que luego de la guerra se enteraron que había 1.500 infantes de marina esperándolos con 4 cañones antiáereos al lado de la pista. La operación hubiese fracasado colosalmente, absolutamente cero posibilidad de alcanzar los objetivos y cero posibilidad de sobrevida. Habiliten el botón de subtítulos para leer los diálogos en inglés.

sábado, 30 de abril de 2022

Georgias del Sur: El rol de las FF.EE. británicas

Fuerza de Operaciones Especiales Británica en Conflicto Anglo-Argentino (1982)

Sergey Kozlov
Revista Militar (original en ruso)




Por primera vez en las Islas Malvinas, los británicos llegaron a 1690. Administrativamente, las islas se consideran parte de la Corona británica desde 1833. En 1982, la población de las islas contaba con 2000. Todos hablaban inglés, aunque con un pequeño acento isleño, bebían cerveza oscura, conducían en coches con el volante a la derecha y se consideraban británicos, a pesar de la considerable distancia (13000 km) de la metrópoli.

El conflicto con la vecina Argentina comenzó debido a sus antiguos reclamos a las islas, que los argentinos incluso llamaron a su manera: Las Malvinas. 19 de marzo de1982, un grupo de argentinos disfrazados de recolectores de chatarra, aterrizó en la isla de Georgia del Sur, que pertenecía administrativamente a las Islas Malvinas, a pesar de su considerable distancia. En ese momento, solo un equipo de investigación antártico británico y dos camarógrafos estaban en la isla. Los argentinos tomaron rápidamente la abandonada estación ballenera de Leith y, sin entrar en ninguna negociación con los británicos en la isla, alzaron la bandera argentina. Así que hubo un incidente diplomático.


Buque hidrográfico británico "Endurance"


En marzo, 31, un escuadrón de veintidós marines reales que se encontraban en los Endurans que patrullaban el área del Atlántico fue enviado a la isla para llevar a cabo una presencia militar británica en Georgia del Sur, proteger a los exploradores británicos y monitorear a los argentinos.

Al mismo tiempo, en los 1100 kilómetros al noroeste, en la isla Soledad, una pequeña guarnición británica de unas cuarenta personas se alarmó. En abril, 1, el comandante real de Noruega, Norman, a la espera del aterrizaje de la fuerza de aterrizaje argentina, desplegó sus modestas fuerzas para proteger los puntos clave de las Tierras Populares del Este. Era muy consciente de que durante mucho tiempo no podía hacer frente a una gran fiesta de aterrizaje. El hecho de que los argentinos ciertamente aterrizarían aquí, fue entendido incluso por los lugareños.

Los argentinos se embarcaron a principios de abril en el desembarco de 2, llamando a la operación de invasión de Rosario. Las fuerzas eran demasiado desiguales, pero los británicos se opusieron al enemigo durante tres horas. En 8.30, el gobernador de las islas, Sr. Rex Hunt, para salvar las vidas de los infantes de marina y los defensores civiles de las islas, ordenó que cesara la resistencia.


Reconociendo sombrío noticias De los informes de la Fuerza Aérea, el comandante del regimiento SAS 22, el teniente coronel Michael Rose, de inmediato, dirigió al Escuadrón D en alerta máxima. A pesar del hecho de que la información sobre la crisis en el Atlántico Sur llegó el viernes, cuando la mayor parte del personal estaba en despido y tenía un buen momento, al mediodía del sábado se vestía con ropa y equipo, equipo y armas especiales y ya se han recibido municiones de los almacenes. El domingo por la mañana, todo el personal ya estaba en el RPM y recibió la tarea, y el grupo de avanzada salió volando para organizar un puesto en la isla de Asension, ubicada cerca del ecuador. Al día siguiente, seguido por el resto, así como todo el personal y los especialistas necesarios de otros escuadrones.

Georgias del Sur

Después de desembarcar el 3 de Abril en las Georgias del Sur, los argentinos intentaron convencer al teniente Miles y su pequeño destacamento de que se rindieran, pero fue en vano. Luego aterrizaron dos tandas de infantes de marina desde helicópteros de diferentes lados en las afueras del puerto de Gritviken y abrieron fuego contra las posiciones de los infantes de marina británicos en King Edward Point. A pesar de las fuerzas desiguales, los británicos lograron derribar uno de los dos helicópteros de transporte, así como dañar el helicóptero de reconocimiento. Y cuando la fragata enemiga intentó acercarse a la costa, los británicos abrieron fuego contra él desde lanzagranadas antitanque. Como resultado del disparo de ametralladoras, el barco recibió una lista.


Puerto de Gritviken en Georgia del Sur


Después de completar su tarea y darse cuenta de que ya no pueden influir en el resultado de los eventos, los marines se rindieron.

Se formó un grupo táctico en Asension bajo el mando del comandante del Cuerpo de Infantería de Marina, Guy Sheridan. Incluía la compañía M42 de la división de comando, la segunda sección de la SBS y el escuadrón D del 22º regimiento SAS. El grupo fue hacia el sur en las naves reales de la flota real Fort Austin y Tidespring, acompañados por los destructores Antrim y Plymouth. En el "Antrim" estaba el puesto de comando de la operación, que recibió el nombre en clave "Paraquet". Incluso antes del desembarco, se suponía que el grupo se encontraría con el barco hidrográfico "Endurance" y el submarino nuclear "Conqueror" en el mar. Se suponía que los helicópteros proporcionarían apoyo aéreo y apoyo operativo. Los Wessex y Linxs embarcados, así como el helicóptero Wasp del barco hidrográfico Endurance.

La ubicación solitaria de Georgia del Sur en el Atlántico crea tales vientos que su clima es comparable al clima del norte de Islandia. Las condiciones de vida en la isla están lejos de ser cómodas. Varios asentamientos se aferran a los acantilados de los fiordos. En la segunda quincena de abril, uno de los vientos antárticos más penetrantes comienza a soplar, y el día se reduce a unas pocas horas. Todas estas circunstancias obligaron a los argentinos a pensar que los británicos en ningún caso decidirían aterrizar un aterrizaje. Por lo tanto, su vigilancia fue reducida.

Exploración fallida

El 21 de abril, menos de tres semanas después de la invasión argentina, dieciséis especialistas en entrenamiento de montaña del SAS aterrizaron en la costa helada a seis mil kilómetros de la base británica más cercana. Una tormenta de nieve arrasó la isla. Los pilotos de helicópteros necesitaron mucho trabajo para levantar los helicópteros de la cubierta, pero incluso más mano de obra: en la oscuridad y con fuertes vientos para aterrizarlos en la plataforma no preparada Fortuna Glacier.


A pesar del alto nivel de preparación de los soldados, lograron moverse dentro de cinco horas a no más de un kilómetro del lugar de aterrizaje. Además de la tormenta de nieve, el asunto se complicó por la carga de los soldados. Traje cada uno pesaba alrededor de treinta y cinco kilogramos. Además, arrastraron cuatro trineos, cada uno de los cuales también pesaba hasta noventa kilogramos. Comenzó a amanecer. Con el fin de al menos de alguna manera esconderse del viento, las fuerzas especiales trataron de levantar dos carpas árticas. Pero con una ráfaga de viento, uno de ellos fue arrastrado, y el otro había roto los postes de instalación. La mayoría de los soldados se congelaron.

Bajo tales condiciones, no se podría hablar de un desempeño efectivo de la misión de combate. Era necesario evacuar el grupo a la nave lo antes posible. Debido a las difíciles condiciones climáticas durante la evacuación, dos helicópteros se estrellaron.

Al día siguiente, se decidió llevar a cabo la exploración de Leith y otros asentamientos en el área de Stromness Bay por las fuerzas de la segunda sección de SBS. Actuando en cinco botes inflables, tres personas en cada uno, los nadadores de combate debían aterrizar en la isla. Pero el viernes temprano en la mañana, cuando aún no había luz, a pesar del precalentamiento de los motores, tres de cada cinco se negaron a arrancar. Como resultado, los tres restantes fueron remolcados por dos barcos. En la oscuridad y debido a una fuerte ráfaga de viento cruzado, se perdieron dos botes remolcados. Afortunadamente, más tarde el equipo de uno de ellos logró encontrar el helicóptero de la Royal Navy. La tripulación del segundo bote asomó el cabo de la isla, desde donde durante varios días salió a pie, escondiéndose del enemigo. El resto llegó con éxito a la orilla y organizó la observación de los objetos planificados. Pero ellos mismos no pudieron regresar al barco, ya que los barcos estaban muy helados. Los nadadores de combate fueron retirados de la isla por un helicóptero Wessex en la mañana de abril 25.


Submarino argentino "Santa fe"


Todos los intentos adicionales de desembarcar tropas en la isla se pospusieron temporalmente debido a la aparición en la región del sur de Georgia del submarino argentino "Santa Fe".

Fue descubierta en la superficie del océano por un piloto del helicóptero Wessex, que evacuó a uno de los grupos de SBS. Atacó el bote y dejó caer cargas de profundidad, causándole daños. Y los helicópteros "Lynx" y "Wasp" causados ​​por este golpearon el bote con sus cañones y misiles. Incapaz de bucear, el barco se vio obligado a ir a Gritviken solo.

Los británicos decidieron no perder la iniciativa, por lo que hicieron un asalto de emergencia. Era imposible esperar hasta que se acercaran las principales fuerzas de los marines reales. Por lo tanto, habiendo reunido todas las fuerzas disponibles de SAS, SBS y marines, que suman unas setenta personas, los británicos decidieron aterrizar en el sur de Georgia. Se les opuso al menos el doble de la guarnición más grande del enemigo. Según la doctrina militar, para el éxito de una ofensiva, los atacantes deben ser tres veces más defensivos. Pero las fuerzas especiales británicas y los marines han ignorado este hecho.

CAPTURA DE LAS GEORGIAS DEL SUR

Bajo la cubierta del fuego de artillería de los barcos de Plymouth y Antrima, los primeros grupos de SAS aterrizaron en un terreno desnudo a dos kilómetros de la aldea y se atrincheraron allí. Pronto, los helicópteros entregaron el resto, quienes se habían reunido en la cresta y ahora podían observar a Gritviken. Mientras tanto, uno de los equipos del SAS avanzó hasta el pueblo. Allí los esperaban las sábanas blancas colgadas de las ventanas, y los argentinos que soñaban con rendirse.

La bandera nacional argentina fue sacada del asta de la bandera, y la Union Jack fue devuelta a su lugar habitual.


Al día siguiente, dos equipos de SAS y un equipo de SBS volaron en helicóptero a Leith. Y aquí, un escuadrón de dieciséis de las Fuerzas Especiales Británicas argentinas no ofreció una resistencia seria. En total, el grupo de desembarco capturó a los soldados y oficiales enemigos de 156, así como a los civiles argentinos de 38 en cautiverio.

La dominación argentina en Georgia del Sur, la duración de 23 del día, había terminado. Fue la primera victoria británica en el estallido de la guerra de las Islas Malvinas.

Al día siguiente, el Escuadrón D estaba de nuevo en los barcos que se dirigían a Malvinas. Las fuerzas principales se movían en la misma dirección, entre las que se encontraba el escuadrón S G, así como la sede del regimiento 22 SAS liderado por el teniente coronel Michael Rose.