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viernes, 16 de julio de 2021
domingo, 21 de febrero de 2021
Malvinas: Tierra del Fuego durante 1982... Río Grande bajo amenaza de ataque
Una historia poco conocida: ¿qué pasó en Tierra del Fuego en 1982?
Oscar Mastropierro
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
oscarmastropierro@gmail.com
Carlos Tear
Universidad del Salvador
earcarlos@gmail.com
Daniel Argemi
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
daniel.argemi@fibertel.com.ar
Infantes de marina del BIM 2 en prácticas durante el verano de 1982
La guerra de las Malvinas incluyó los archipiélagos del Atlántico Sur: Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. El conflicto bélico tuvo un carácter fundamentalmente aeronaval por las particularidades del espacio geográfico donde se llevó adelante. Los combates más relevantes fueron terrestres, en Darwin, en las alturas próximas a Puerto Argentino, y la batalla aeronaval entorno a las Islas.
Mucho se ha escrito y analizado sobre las acciones militares de la Argentina y Gran Bretaña en las Islas Malvinas. Menos conocido, poco investigado y con mucho por hacer son los intentos de invasión británica a la Isla Grande de Tierra del Fuego, en el área de la ciudad de Río Grande, sobre la costa del
océano Atlántico.
El presente trabajo busca dar a conocer los hechos ocurridos en Tierra del Fuego durante el mes de mayo de 1982, cuando comandos británicos intentaron atacar las instalaciones militares argentinas
ubicadas en la ciudad de Río Grande.
Inicio del conflicto del Atlántico Sur
Una vez llevada adelante la recuperación de las Islas Malvinas y Georgias del Sur por parte de la Argentina los días 2 y 3 de abril de 1982, el Reino Unido decidió enviar una fuerza de tareas para
desalojar a los argentinos, como había ocurrido en 1833. La fuerza naval se componía de más de 100
buques de diferente tipo. Las naves más modernas de la flota, incluidos dos portaaviones, fueron
enviados al Atlántico Sur, en un derrotero que duró algo menos de un mes.
El día 4 de mayo se produce el primer gran golpe por parte de la aviación argentina cuando dos aviones Super Etendard de la Armada hundieron al buque más moderno e insignia de la flota británica con un misil Exocet, el destructor Sheffield. En ese momento la Argentina contaba con 3 aviones Super Etendard y 5 misiles Exocet. Debido al embargo militar establecido por Gran Bretaña, mediante el cual se prohibía la venta de armamento a nuestro país, Francia no adquiridos, con lo cual la Argentina perdió gran parte del potencial aeronaval con el que podría haber contado. Fue una falta de previsión, en realidad, por parte de las autoridades del país que tendrían que haberse dado cuenta que esto iba a ocurrir.
Los aviones Super Etendard operaban desde la Base Aeronaval Almirante Quijada, con asiento en la ciudad de Río Grande, Tierra del Fuego. Posteriormente, desde esa misma Base y con el mismo sistema de armas, se producirían los ataques al portacontenedores Atlantic Conveyor y al portaaviones Invencible.
El objetivo a proteger: los pilotos y Super Etendard con sus Exocets
La Base Aeronaval Almirante Quijada, Río Grande, Tierra del Fuego
La importancia que adquirió la base de Río Grande a partir del hundimiento del destructor Sheffield fue trascendente. Se convirtió, a partir de allí, en un objetivo militar británico. Su comandante en 1982 era el Capitán de Fragata Alfredo Dardo Dabini (Martini, 1992: 124). Su misión fue la de constituirse en base de apoyo contribuyendo al despliegue, proyección de control de medios de la Aviación Naval, Fuerza Aérea Argentina y Prefectura Naval Argentina e integrar el Sistema de Sostén de Logístico Móvil Operativo como aeródromo de recepción, reenvío y evacuación de personal y material, a fin de contribuir al desarrollo de las Operaciones Aéreas Navales en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).
Desde Río Grande se realizaron los vuelos de exploración previos al 2 de abril. A partir de los primeros días de abril se inició el despliegue de las distintas unidades aéreas a la base, como así también de una unidad de defensa antiaérea del Ejército Argentino, otra de la Fuerza Aérea y una de la Armada.
Por parte de la Armada operaron en la base la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque, la Segunda (Super Etendard) y Tercera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque (A4Q), la Primera y Segunda Escuadrilla Aeronaval de Sostén Logístico Móvil, la Escuadrilla Aeronaval de Exploración, la Primera Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros, la Escuadrilla Aeronaval de Propósitos Generales y la Escuadrilla Aeronaval de Reconocimiento.
La Fuerza Aérea operó con un Escuadrón de MV Dagger de la VI Brigada Aérea, un Escuadrón Canberra MK-62 de la II Brigada Aérea y el Escuadrón Fénix de la II Brigada Aérea. Por su parte, la Prefectura operó con aviones Skyvan y helicópteros Puma.
Para la defensa terrestre y antiaérea el Comando de la Infantería de Marina destacó personal que contaba con una Compañía de Vigilancia y Seguridad de la Base de Punta Indio, un destacamento de Artillería Antiaérea, un destacamento de artillería antiaérea del Ejército y Fuerza Aérea, una compañía de Ingenieros del Ejército y desprendimientos de la Brigada de Infantería de Marina n.° 1 (Martini,
1992: 556).
Si bien el promedio de personal presente era del orden de 850 hombres, la base llegó a alojar hacia fines de mayo 1200 hombres de las tres Fuerzas Armadas y la Prefectura Naval Argentina, siendo su capacidad prevista para sólo 400. El excedente debió alojarse en bunkers o en diferentes lugares de la ciudad (Martini, 1992: 555). Esta situación generó serios problemas con los servicios que se debían prestar. Se ranchaba en el comedor de la Base y en el de la Aeroestación Civil en cuatro turnos por comida.
La Central de Operaciones de Combate (COC) de la Base era un bunker enterrado, construido como los demás con troncos y maderas, cubiertos por polietileno grueso y tapado con tierra. Consistía en dos grandes salas unidas por un pasillo formando una gran “H”, saturadas de equipos, teléfonos, tableros, mesas de trabajo y un gran “plotting” circular donde estaba representada toda el área de operaciones. Conocida como “el pozo”, en ella pasaban la mayor parte del día el Comandante y su Estado Mayor. El pozo era un hervidero de actividades: planes, órdenes, tensiones, alegrías y amarguras.
Después del 1 de mayo, cuando desembarcó el Grupo Aeronaval Embarcado, el Comandante de la Aviación Naval, desplegó al sur sus unidades aéreas, destacando a las Segunda y Tercera Escuadrillas
Aeronavales de Caza y Ataque a Río Grande y a la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina (S2E y EMB 111) a Río Gallegos, constituyéndose la Base Aeronaval Almirante Quijada en la principal base de operaciones de la Aviación Naval.
A fines de abril, la Base de Río Grande estaba lista para operar dando apoyo y control a todas las aeronaves que operaban en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), bajo el Comando del Comandante de la Aviación Naval (Martini, 1992: 129).
La Brigada de Infantería de Marina n.° 1
La Brigada de Infantería de Marina n.° 1 era la más importante unidad táctica que disponía la Infantería de Marina dentro de su organización. Por su capacidad y disponibilidad de medios orgánicos, constituía la Reserva Estratégica Operacional en Tierra del Fuego (Muñoz, 2005: 38-39). Su comandante era el Capitán de Navío Miguel Pita, que había actuado como segundo comandante y jefe de Estado Mayor en la Operación Rosario (Muñoz, 2005: 37).
Finalizadas las acciones de la Operación Rosario, inmediatamente se comenzó a analizar y a preparar la participación que tendría la Brigada en los acontecimientos que se avecinaban. Existía la certeza que su participación sería prioritaria. Primeramente se descartó la idea de utilizar toda la Brigada en la isla Gran Malvina ya que no cumplía las condiciones de aptitud y de aceptabilidad (Pita, 1984: 160). El 14 de abril de 1982 el Comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) designa como Reserva Estratégica Operacional del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur a las unidades de la Brigada. Estas directivas estipulaban que la Reserva Operacional Terrestre del Teatro debería estar organizada sobre la base de dos elementos de maniobra: el Batallón de Infantería de Marina n.° 1 (BIM 1) y el Batallón de Infantería de Marina n.° 2 (BIM 2), un elemento de apoyo de fuego y un elemento de comando y apoyo logístico (Pita, 1984).
Las previsiones de empleo de esta Reserva del Teatro estaban concebidas para Malvinas y Tierra del Fuego, en ese orden de prioridad. A medida que trascurrió el tiempo, la Brigada debió incorporarse a las previsiones y consecuentemente a los planes de defensa del área de Río Grande (Pita, 1984: 162). La sucesiva importancia que fue adquiriendo la Base Aeronaval Río Grande se inició con la llegada de los aviones Super Etendard. Todo fue coincidente con el movimiento de la Brigada. Esta se encontraba ubicada en sus alojamientos disponiendo de todos sus medios en oportunidad de producirse el ataque al destructor Sheffield (Pita, 1984: 162).
De la directiva recibida surgió que el empleo de la Brigada como Reserva no sería empeñada como gran unidad de batalla en conjunto, sino fraccionada como unidades de tareas o equipos de combate. Todo ello, en el caso de que fuera factible cruzar desde Río Grande a la zona de combate en las islas. A pesar de ello, a mediados de mayo el comandante de la Brigada recibió, ya desplegado con todos sus efectivos en la zona de Río Grande, una carta personal del Comandante de la Infantería de Marina, indicándole que previera su posible cruce a la zona de combate en la isla Soledad, aun cuando el dominio del mar y la superioridad aérea era indiscutibles por parte de las fuerzas británicas (Muñoz,
2005: 43).
Una vez llegadas a Río Grande, las unidades se distribuyeron de la siguiente manera (Pita, 1984:
161):
- Estancia José Menéndez: BIM 1, Compañía de Exploración y Compañía Antitanque;
- Campamento Central de YPF: BIM 2;
- Frigorífico ex CAP: Batallón de Apoyo Logístico, destacamento del Batallón de Vehículos Anfibios, Batallón Comando de la Brigada, Compañía de Comunicaciones;
- Planta de Aguas Corrientes, ex puesto Tropezón: Batallón de Artillería de Campaña.
- Alojamientos del ex frigorífico CAP Oveja Negra: puesto Comando de la Brigada y alojamiento del personal.
Para el área de Río Grande se concibió un Plan de Defensa con unidades desarrollando su organización del terreno en posiciones defensivas, pero disponiendo una Reserva Mecanizada Motorizada sobre la base del BIM 1, de los vehículos anfibios y de la Compañía de Exploración que contaba con 12 Panhard con cañón de 90 mm y con comunicaciones que permitían una fluida conducción. Esta reserva estaba en condiciones de incidir con velocidad y potencia en todo el ámbito concebido para la defensa (Pita, 1984: 162).
El dispositivo de defensa de Río Grande
El puesto de comando de la Base Aeronaval Río Grande era una construcción fortificada, construido en 1980 a varios metros bajo tierra en uno de los laterales de la pista principal. Este bunker supuestamente a prueba de bombas, tenía todo lo necesario para conducir las operaciones (Muñoz, 2005: 49). Para su defensa aérea, contaba con seis montajes cuádruples de cañones antiaéreos de 20, 30 y 40 mm.
Durante las horas de oscuridad los aviones que no estaban afectados a operaciones de vuelo, eran dispersados en distintos lugares, a fin de minimizar los efectos de un eventual sabotaje. Era esta una maniobra complicada, riesgosa y fatigante, pero necesaria.
De acuerdo con la probable amenaza de ataques, los mandos de la Base establecieron tres esquemas de dispersión de aeronaves: cercano, medio y lejano (Muñoz, 2005: 53).
Cercano era dentro del aeródromo. Medio, en las inmediaciones, utilizándose los caminos de acceso a la Base, y lejano cuando los aviones debían ser remolcados a la ciudad de Río Grande, cosa esta que ocurrió una sola vez. La dispersión cercana o media se cumplió restringidamente por las enormes dificultades que significaba un traslado nocturno, arrastrando con tractores las delicadas máquinas con el consiguiente peligro de indeseados deterioros y además porque las aeronaves debían estar listas a operar de vuelta en la base antes del crepúsculo matutino. Respecto a la única dispersión lejana, ésta ocurrió en fecha cercana al 17 de mayo, cuando todos los aviones fueron llevados a la ciudad de Río Grande donde quedaron estacionados en la calle cerca de una plaza y frente a un frigorífico donde durmieron los pilotos (Muñoz, 2005: 53).
Es de imaginar el esfuerzo que significó para el personal de mantenimiento y apoyo terrestre, quienes debían trabajar toda la noche dispersando y replegando aviones en condiciones meteorológicas generalmente adversas. Estos complicados, riesgosos y fatigantes movimientos contaron siempre con el notable aporte de los efectivos de Infantería de Marina, quienes dispusieron todas las medidas de prevención y seguridad para lograr que dichas aeronaves no sufrieran algún percance y también permanecieran ocultas a miradas ajenas en las rutas y accesos que rodean Río Grande. La Fuerza Aérea mantuvo su comando de Operaciones de Combate en la Torre de Control Civil donde montó un radar de control aéreo de mayor alcance que el de la Base, con lo que se complementó el control aéreo hasta 200 millas (Muñoz, 2005: 53)
BAEN Rio Grande
Fuera de las pocas ocasiones en que los aviones fueron dispersados, los mismos permanecían en
un hangar donde dos de ellos siempre se encontraban alistados para salir a operar, en tanto los otros
quedaban en reserva. Sin perjuicio de ello casi diariamente uno de los Super Etendard volaba a última
hora de la tarde, con su misil Exocet colgado del ala derecha, hacia la Base Aeronaval Comandante
Espora donde lo aguardaba un equipo de técnicos del Arsenal Aeronaval n.° 2 para ponerlo en el banco
de pruebas. Cumplido el trámite, la aeronave volvía a Río Grande antes de la finalización del día
(Muñoz, 2005:54).
El apresto y desplazamiento de las unidades de Infantería de Marina se concretó de la siguiente
manera:
- El BIM 1 debió constituirse en Reserva General, sobre vehículos, con el agregado de la Compañía de Exploración y la sección de misiles Mamba de la Compañía Antitanque. Todos ellos se encolumnaron sobre el camino que, desde la zona próxima a la Planta de Aguas Corrientes, conecta con la ruta complementaria que nace frente a la Base Aeronaval, con la finalidad de empeñar dichos efectivosen las inmediaciones de ésta, a la orden del comando de Brigada y ante la posibilidad de acciones delenemigo por medio de helitransporte (Muñoz, 2005: 59).
- El BIM 2 debió aprestar de inmediato una compañía sobre vehículos y desplazarla al cruce de la Ruta Nacional 3 con la avda. San Martín; la Compañía Antitanque le agregó un grupo de cañones de 105 mm sin retroceso y se destacaron efectivos para dar seguridad perimetral al radar de la Fuerza Aérea. Con los efectivos restantes del batallón se constituyó una reserva local sobre la planicie ubicada entre el campamento YPF y la localidad de Río Grande para incidir sobre la Base Aeronaval o posibles lugares de helidesembarco y, por último, el Batallón Logístico debió proveer de inmediato trescamiones para incrementar la capacidad de transporte del batallón (Muñoz, 2005: 59).
Luego del hundimiento del Crucero Gral. Belgrano, sus buques escoltas, los destructores Bouchard y Piedrabuena fueron destinados al patrullaje de la costa de Tierra del Fuego desde San Sebastián hasta Cabo San Pablo como “piquetes radar” (Muñoz, 2005: 61).
Noche del 16 de mayo: submarino y desembarco de comandos
El día 16 de mayo el mar se presentaba calmo. El destructor Bouchard se encontraba entre cabo del
Medio y cabo Domingo, a dos millas de la costa.
A las 16:30 el jefe de armas submarinas y otro oficial que lo acompañaba detectaron, en la popa
del buque, una emisión sonar que consistió en un pim sonar cada cinco o siete segundos, por períodos
de quince a treinta minutos discontinuos. A las 17:10 se repitió la situación pero en esa oportunidad se
logró una escucha hidrofónica (Facchín, 2012: 131-132).
Minutos después, entre las 19:05 y las 19:10, en total oscuridad y en el período de emisión establecido, el radarista y el oficial de guardia de la central de informaciones de combate (CIC) observaron que se producía un eco pequeño e intermitente a tres mil yardas (2700 metros) del buque.
Inmediatamente, por el canal de comunicaciones que conectaba las centrales de información de combate del Bouchard y el Piedrabuena, se solicitó autorización para continuar emitiendo y para verificar el contacto. A medida que pasaban los minutos, el contacto dejó de ser intermitente. A las
19:12 se convirtió en tres ecos nítidos, con un punto muy intenso y una “V” que salía en la dirección contraria a su movimiento relativo, típico de los botes tipo "gomón", que tantas veces habían observado, desde los repetidores, los operadores radar. Mediante una febril tarea del equipo de la CIC se pudo determinar una velocidad de 18 nudos (1 nudo equivale a 1852 metros por hora). Los tres ecos se movían en formación, firmes y con un movimiento inteligente (imposible de imitar por fenómenos naturales o por la fauna). Pasaron a mil doscientas yardas (1100 m) del buque como punto más próximo y se alejaron hasta tres mil yardas (2700 m) (Facchín, 2012: 132).
A las 19:14, cuatro minutos después de la detección, se cubrió combate, pero el sonar le agregó más dramatismo a la situación: a las 19:18, se informó un rumor hidrofónico. En ese momento los ecos se encontraban a cuatro mil yardas (3657 m). El radar de tiro logró adquirir los blancos a las 19:22 y, simultáneamente, se le solicitó al Oficial en Comando Táctico (OCT), que era el comandante del destructor Piedrabuena, la autorización para abrir fuego con la batería principal, los cañones de 127,2mm. En la CIC, se hicieron esfuerzos denodados para mantener el contacto ya que, para esos
momentos, sólo se conservaba un eco firme y dos intermitentes, pero manteniendo la navegación en formación y el rumbo y la velocidad calculados (Facchín, 2012: 133).
En la proa se estaba levando anclas para poder tener libertad de maniobra a fin de perseguir los blancos y de evitar la exposición a un eventual ataque submarino. Era muy probable la presencia de una unidad de ese tipo, dado que los acontecimientos de la mañana y de la tarde, sumados al rumor hidrofónico detectado, indicaban la presencia de un submarino en la zona (Facchín, 2012: 133).
A las 19:25 se recibió la autorización para abrir fuego y, con contacto firme en el radar de control de tiro, el comandante dio la orden al jefe de artillería para que la batería principal del buque desempeñara,
por primera vez en toda la guerra, la función que merecía. De esta manera, se abrió fuego con dos salvas de dos cañones y, luego, de un tercero. Quienes estaban en acción debieron redoblar sus
esfuerzos para mantener la cerrada vigilancia sobre los botes. La respuesta no se hizo esperar y los tres ecos se abrieron en forma de abanico, alejándose del buque y los radares pudieron observarlos sólo intermitentemente (Facchín, 2012: 133-134).
Se trató de mantener el contacto que, en pocos segundos, se hicieron inconsistentes. Se decidió ir a su encuentro, pero la niebla impedía la búsqueda visual, a pesar de haber encendido todos los reflectores disponibles, fondeando a las 20:40, prácticamente en el mismo lugar que ocupaba el buque antes de la persecución (Facchín, 2012: 134).
La Operación Plum Duff: noche del 17 al 18 de mayo
Después del ataque al Sheffield, la opción de atacar el continente fue observada de manera creciente
como el único método factible de impedir el despliegue de más misiles Exocet contra la Fuerza de
Tareas. La idea de utilizar el mismo método de ataque que comandos ingleses habían realizado en la
isla Borbón contra aviones argentinos parecía el más indicado para llevar adelante. El Almirante
Woodward consideró que la tarea era vital para la supervivencia de los barcos de la Fuerza de Tarea y la
victoria final (Hutchings, 2008: 124).
El plan, denominado en código Operación Mikado, requirió que el Escuadrón “B” del SAS fuera
cargado en dos aviones C130 que serían “aterrizados de emergencia” en la pista de aterrizaje de Río
Grande. El objetivo de los comandos era localizar y destruir los aviones Super Etendard y los misiles
Exocet allí ubicados. Una vez lograda la misión, el escuadrón se retiraría cubierto por la noche e irían a
Chile en los C130 si sobrevivían al ataque aéreo, o a pie al oeste si los C130 no podían volar. Los planificadores evaluaron que al aproximarse a la base aeronaval desde el este, a bajo nivel, los C130 podrían permanecer dentro de la cobertura del radar argentino en Río Grande, tan cerca como unas 30 millas. Una vez que los C130 fueran detectados, las fuerzas argentinas tendrían un máximo de seis minutos de tiempo de advertencia del ataque aéreo, evaluados como apenas suficientes para una respuesta efectiva. En cuanto los C130 se detuvieran, tres de los grupos del escuadrón B localizarían y
destruirían los aviones y los misiles, mientras que el cuarto grupo atacaría las instalaciones donde se encontraban los oficiales, matando tantos pilotos argentinos como fuera posible (Hutchings, 2008: 130-
131).
Para que la Operación Mikado pudiera tener éxito, un equipo encubierto necesitaba ser introducido
antes del asalto. La operación Plum Duff fue planificada.
Para una operación de tanto riesgo, de tan alto perfil y políticamente sensible para recibir la aprobación final, la inteligencia precisa fue un requisito esencial. Con ese fin, como operación previa, un equipo de voluntarios sería introducido en la Argentina para llevar a cabo un reconocimiento en las cercanías del blanco. Su misión sería confirmar la presencia de los Super Etendard y los misiles Exocet y evaluar la fuerza y el aprestamiento de las fuerza de defensa argentinas. Si el equipo identificaba una oportunidad de destruir los aviones sin mayor asistencia adicional, entonces lo iba a hacer y estarían equipados para ello. Si no era así, entonces la fuerza de ataque principal se desplegaría en los C130.
Una cantidad de opciones para el despliegue del equipo de reconocimiento fueron consideradas por la
célula de planificación en el Reino Unidos para incluir la introducción por paracaídas o submarino. Ambas fueron descartadas pronto en el proceso de planificación: la opción del paracaídas no se podría lograr sin que el avión de entrega fuera detectado por el radar, eliminando así, los elementos de sorpresa y ocultamiento; y la opción del submarino era impracticable por las aguas poco profundas mar adentro en la costa de Tierra del Fuego y la falta de disponibilidad de un submarino convencional en el marco de tiempo requerido. Esto dejó al despliegue por helicóptero como la única opción práctica (Hutchings,
2008: 131).
La operación Mikado comenzó cuando el helicóptero Sea King de la Escuadrilla Aérea Naval 846 serie ZA 290 partió en la noche del 17 al 18 de mayo desde el portaaviones Invencible rumbo al continente, llevando un equipo de nueve hombres del SAS, vestidos con indumentaria bélica ártica noruega y cargados de armas, municiones, equipos de comunicaciones satelitales y mochilas Bergen con comida (Muñoz, 2005: 107).
La partida del helicóptero ocurrió a la medianoche, desde una posición cercana a la Isla Beuchene, aproximadamente unas 30 millas al sur de la Isla Gran Malvinas. Inmediatamente después de la partida del helicóptero, el Invencible y sus escoltas, Brilliant y Coventry, viraron para dirigirse inicialmente al
este y luego al noreste para reunirse con la Fuerza de Tareas a más de 300 millas de distancia (Hutchings, 2008: 144).
Al llegar a algo más 50 millas al este del lugar donde los comandos debían descender del helicóptero,
al sur de la bahía San Sebastián, los pilotos notaron un brillo verde directamente delante de ellos. A 4 millas de distancia descubrieron que se encontraban próximos a una plataforma de exploración
petrolera off shore de la Argentina. Esto hizo que debieran maniobrar hacia el norte para hacer un aterrizaje al norte de San Sebastián. Se encontraban sobrevolando la parte sur del yacimiento de gas
Carena (Hutchings, 2008: 144-145).
La noche del 17 al 18 de mayo, el Bouchard permanecía fondeado en la misma posición que el día
anterior, a una distancia mínima de la costa de dos millas náutica (Facchín, 2012: 134).
Aproximadamente a las 04:08, el operador radar informó al oficial de guardia CIC que había
detectado algo y le solicitó que se aproximara al repetidor. El oficial del radar Decca, que con su emisión podría discernir mejor que había detectado. Poco después se confirmó el eco y ambos radares se mantuvieron en emisión. Se informó del hallazgo al destructor Piedrabuena y se requirió la confirmación a nueve millas de distancia, información que llegó un minuto después. El oficial de guardia CIC ordenó comunicarse con la aeronave por todas las frecuencias posibles sin obtener ninguna respuesta. Asimismo ordenó intentar comunicarse con Río Grande para preguntar si era una aeronave amiga e informar a la Base acerca de la presencia detectada. Ante la imposibilidad de establecer contacto en los circuitos establecidos en el plan de comunicaciones, el oficial de guardia CIC sugirió al Oficial Control de Tiro que informara a Río Grande. Mientras tanto, la aeronave, que podía ser un helicóptero según su perfil de vuelo, continuaba con su trayectoria hacia tierra firme (Facchín, 2012: 135).
A las 04:22, tras una intensa labor, el Bouchard comunicó que había logrado comunicarse con Río Grande y que no había aeronaves amigas volando sobre la zona. La noticia incentivó al equipo CIC para mantener el eco a toda costa (Facchín, 2012: 135).
El desvío al norte agregó aproximadamente veinte minutos al vuelo y consumió gran cantidad de combustible. Fue a las 4:30 horas cuando finalmente avistaron la costa argentina. Llegado al extremo
norte de la Bahía San Sebastián, giró hacia el sur para volar 18 millas al lugar de aterrizaje en el extremo sur de la bahía (Hutchings, 2008: 146).
A las 04:46, el Bouchard informó que la aeronave detectada había descendido y se había perdido cerca de la estancia "La Sara". Mientras tanto, continuaban los ajustes en los equipos de detección, a fin de encontrar un eco en la mancha ámbar que aparecía en el repetidor. Poco después, la aeronave volvió a elevarse y resurgió la tensión para detectarla. Se pudo sostener durante apenas diez minutos. Luego, a
las 05:02, el Bouchard informó que estaría en la frontera con Chile (Facchín, 2012: 135-136).
Debido a la densa niebla que cubría las proximidades de Río Grande esa noche la velocidad del helicóptero, lo mismo que la visibilidad, se reducían. La superficie en tierra a cualquiera de los lados del helicóptero era la misma: sin rasgos distintivos y vacíos de contrastes. Ascender el helicóptero para volar sobre la capa de niebla y en un nivel mejorado de luz ambiente nos habría expuesto a la detección del radar AN/TPS 43 que se sabía estaba en Río Grande y, en consecuencia, no era una opción.
El piloto aterrizó el helicóptero sabiendo que era la última oportunidad de realizar un aterrizaje seguro mientras permanecía en control total del aparato. La ubicación planificada para el descenso por el equipo de las Fuerzas Especiales era un punto cerca de una estancia aislada, unas 12 millas al noreste
de la Base de Río Grande.
En un clima y condiciones de luz cada vez más adversos, volaron a un punto a 7 millas de distancia del destino planificado. El jefe de los SAS sabiendo de las dificultades para ubicar las coordenadas, decidió abortar la misión porque no tenía confianza en que el helicóptero estuviera exactamente donde los pilotos decían que estaban (Hutchings, 2008: 146). Abortada la misión por decisión del jefe de los SAS, la prioridad era salir del área lo más rápido posible y volar a Chile.
La Operación Mikado
En tierra, las alertas dieron lugar a que el 16 de mayo en horas de la noche se impartieran, a los comandantes subordinados de la Infantería de Marina, las directivas para un patrullado que se implementó de la siguiente forma:
- Batallón de IM n.° 1: patrullado margen sur del río Grande desde el puente sobre la ruta nacional n.° 3 a lo largo de la ruta complementaria b y control del mencionado puente sobre la ruta nacional n.° 3 (Muñoz, 2005: 62).
- Batallón de IM n.° 2: patrullado costero y ruta nacional n.° 3 desde instalaciones del radar de la Fuerza Aérea hasta estancia Las Violetas. Instalar un puesto de control de tránsito sobre la ruta nacional n.° 3 en puente sobre río Chico; mantener seguridad cercana al radar de Fuerza Aérea (Muñoz, 2005: 62).
- Compañía de Exploración: patrullado de la ruta nacional n.° 3 y costa desde frigorífico CAP hasta Punta María. Instalar puesto de control de tránsito sobre la ruta nacional n.° 3 en Punta María (Muñoz, 2005: 62).
- Batallón Logístico: patrullado zonas aledañas al frigorífico CAP y control de Puente Nuevo (Muñoz, 2005: 62).
Las diferentes unidades, en la noche del 16 y 17 de mayo, informaron la realización de sus movimientos sin que se registraran novedades.
La operación Mikado consistía en un audaz golpe a la Base de Río Grande, donde se desembarcarían dos equipos de quince comandos del SAS, cuya misión sería destruir la pista e instalaciones con equipos de demolición e incendio (Fernández Real, 1997: 26).
Hay versiones que dicen que se buscaron radioperadores que hablaran con modismos argentinos para hacer el aterrizaje en la pista, ya que tenían grabaciones de las efectuadas por los C130 argentinos.
Los incursores quedarían en las cabeceras con sus turbohélices en marcha mientras grupos especializados descendían con vehículos Land Rovers por las rampas traseras. La pista se destruiría en la mitad de su longitud para impedir el despegue de los cazabombarderos argentinos, pero dejando un margen suficiente como para que los aviones Hércules ingleses pudieran salir, ya que estas máquinas tienen la posibilidad de operar en costa distancia (STOL) (Fernández Real, 1997: 27).
Se había previsto que los dos aviones atacantes siguieran rutas de aproximación y aterrizaje similares a las habituales de las máquinas argentinas. Pero para brindar un apoyo de guía final, se iba a instalar un pequeño radiofaro de guía satelital con VHF en un punto desierto del Estrecho de Magallanes, para lo cual se desplegó secretamente el helicóptero Sea King de la operación “Plum Duff” (Fernández Real, 1997: 27).
Los aviones británicos partieron de la base de la isla Ascensión equipados con sistemas Omega y provistos de lanzas para reabastecimiento en vuelo.
Sin embargo, al no recibir del helicóptero Sea King las comunicaciones en claves previstas para
coordinar la operación, y como esa parte de la misión era fundamental, se hizo abortar el operativo y los
dos aviones Hércules con sus equipos regresaron a su base (Fernández Real, 1997: 28).
Consideraciones finales
Toda la base aeronaval Río Grande estuvo a punto de ser blanco de un desembarco aéreo, pero a efectos
de evitar un estruendoso fracaso, algún previsor estratega del mando británico decidió, en el momento oportuno, dar marcha atrás con este tipo de operación y optar por una última posibilidad de desembarco
anfibio (Muñoz, 2005: 122).
El sistema de seguridad implantado por el comando de la Brigada de IM y de la Fuerza de IM había dado resultado. La actividad de sistemáticas y ofensivas patrullas lograron, aun sin saberlo en un principio, que los atrevidos comandos británicos se vieran impedidos de desarrollar cómodamente su plan acción. Pese a ello, cuando se tuvo la información confirmada, el día 26 de hombres de la tripulación del helicóptero Sea King se habían entregado a las autoridades chilenas y no
se mencionaban en absoluto otros efectivos que pudieran haber transportado, ello confirmó aún más la
presunción de que, antes de entrar en territorio chileno, dicha máquina enemiga, a pesar de que se habría posado aún por breves momentos en territorio nacional, había dejado en tierra un grupo de comandos. Todo ese tiempo se tuvo el pensamiento de que dichos incursores clandestinos se encontrarían
infiltrados para tratar de observar la actividad del área; quizás intentar en lo posible alguna acción punitiva o al menos imp0lantar la imprescindible baliza que pudiera guiar a aviones de gran porte trayendo el grueso de una fuerza invasora (Muñoz, 2005: 123).
La presencia de las unidades de la Infantería de Marina y la patrulla de los dos destructores en la costa de Río Grande hizo fracasar en dos oportunidades el intento de ataque proyectado desde el mar y desde el aire el 16 y 17 de mayo de 1982 por las fuerzas británicas (Facchín, 2012: 136).
A pesar del celoso resguardo de información de los británicos, se puede conjeturar que, si bien la noche del 17 al 18 de mayo los aviones y sus pilotos estaban cumpliendo un programa de dispersión lejana que hubiese dificultado la destrucción por parte de los comandos británicos, algo muy diferente ocurrió la noche del 16 de mayo. Durante esa noche, el destructor Bouchard, al detectar los ecos de tres botes y luego de abrir fuego, probablemente impidió que los comandos desembarcados de un submarino pudieran llevar a cabo su cometido. A partir de ese momento, la sorpresa se había perdido y, al menos en los destructores, el nivel de alerta era mayor que el que se tenía antes de la noche del 16 de mayo (Facchín, 2012: 142).
Importa destacar la trascendencia que los mandos británicos le dieron a este operativo, pese a su frustración, pues los pilotos del helicóptero Sea King caído recibieron una condecoración que sigue en importancia a la Cruz de la Reina Victoria dentro del rango del honor militar inglés (Fernández Real,
1997: 30).
Pese a que la decisión de destinar a la Brigada de Infantería de Marina n.° 1 al área de Río Grande causó en un principio cierta desilusión entre sus integrantes, quienes siempre abrigaron la esperanza de ser empleados en Malvinas, más adelante llegaron a apreciar como una acertada coincidencia el hecho de ser destinados a ese lugar como Reserva Estratégica Operacional del Teatro de Operaciones, lo que les permitió, debido a la proximidad con la Base Aeronaval Almirante Quijada, poder participar juntamente con los efectivos de la Fuerza de Infantería de Marina n.° 1 y brindar, con todos los medios que disponía, una adecuada protección a la misma (Muñoz, 2005: 43).
Bibliografía
- Facchin, E. L. y Speroni, J. L. (2009). “El Bouchard y el fracaso de la operación británica Mikado”, Boletín del Centro Naval, n.° 823, Buenos Aires, pp. 41-52.
- Facchin, E. L. (2012). Un buque, dos banderas, mil combates. Bouchard “D 26”. La historia nunca contada del destructor ARA “Bouchard” en la guerra por Malvinas, Buenos Aires, Edición de Autor.
- Fernández Real, O. (1997). “Misión secreta británica durante Malvinas”, Aeroespacio, año LVI, n.° 518, Buenos Aires, pp. 26-30.
- Hutchings, R. (2008). Special forces pilot. A flying memoir of the Falklands War, Barnsley, England Pen & Sword.
- La Gaceta Malvinense (2012). “Alocución del Sr. Contraalmirante de Infantería de Marina Don Luis Alberto Carbajal, Comandante del Batallón de Infantería de Marina Nro. 1 en 1982. 6 de octubre de 2012”, Asociación de Veteranos de Guerra de Malvinas, año XI, n.° 44, Buenos Aires, p. 16.
- Martini, H. A. (1992). Historia de la Aviación Naval Argentina (conflicto del Atlántico Sur),T III. Departamento de Estudios Históricos de la Armada, Buenos Aires.
- Muñoz, J. (2005). ¡Ataquen Río Grande! Operación Mikado, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales.
- Pita, M. A. (1984). “Intervención de la Brigada de Infantería de Marina Nro. 1”, Boletín del Centro Naval, n.° 739, Buenos Aires, pp. 41-52.
domingo, 8 de noviembre de 2020
Malvinas: La guerra invisible en el continente (libro)
Marcelo Larraquy y el último secreto de Malvinas: “Si Inglaterra declaraba su invasión al continente, se acababa la guerra”
El
historiador abordó en su último libro “La Guerra Invisible” la
incursión de un comando británico en la Argentina continental durante el
conflicto en las islas. Reveló el plan de Margaret Thatcher para atacar
el continente y matar a los pilotos de los aviones caza luego de
comprar el diario de un capitán anónimo por solo 1,5 USD en una tienda
online
Por Milton Del Moral || Infobae
El 4 de mayo de 1982 dos Exocet lanzados desde aviones de caza Super Étendard hundieron al destructor HMS Sheffield, la primera nave perdida por Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial (AP)
Dividió su viaje a Inglaterra entre el placer y el estudio. Fue el año pasado con sus hijos y también con sus proyectos. Quería saber de qué hablaban sobre la Guerra de Malvinas. Indagó en la bibliografía británica: encontró una vasta oferta y aprendió que a los asuntos marginales del conflicto le asignan mayor gravitación editorial. Hizo búnker en una biblioteca en Bloomsbury, un barrio universitario cerca del Museo Británico. “Ojeaba los libros, veía qué contaban y qué me podría interesar”. En una publicación antigua de inteligencia británica halló la semilla de su propio libro. En forma anónima y en dos páginas hablaban de un comando que había ido a atacar el continente.
Marcelo Larraquy, frondoso historiador, periodista y profesor, había escrito doce libros en los últimos veinte años. También había contado por fuera de su obra el combate terrestre, había entrevistado a los soldados del desembarco, había visitado Pradera del Ganso, Puerto Argentino, el estrecho San Carlos, había conocido la geografía de la definición del conflicto bélico. Empezó a interesarse por la guerra aérea y la guerra electrónica: descubrió que se había desatado una guerra invisible, oculta, prohibida, negada. El enfrentamiento oficial había sido en las islas y sobre el Mar Argentino. El otro, el no declarado, se libró en el continente.
La Guerra Invisible, el último secreto de Malvinas conduce progresivamente su relato hacia la revelación. Para comprender el despliegue británico en la Argentina continental hay dos partes y catorce capítulos. “Gran Bretaña tenía que definir su superioridad aérea y naval antes del desembarco. Las tropas terrestres británicas estaban en la Isla Ascensión mientras la Fuerza de Tareas avanzaba, porque todavía no se había despejado el panorama”, narró Larraquy. El panorama que debía despejarse eran los obstáculos de la fuerza aérea argentina y de la aviación naval: los obstáculos eran los Super Étendard.
El décimo tercer libro de Marcelo Larraquy desde la publicación de Galimberti, en el año 2000
“Se preocuparon muchísimo por asegurarse que los misiles Exocet no funcionaran como sistema de armas de los Super Étendard. Ahí tiene que haber un diálogo electrónico que no había provisto Francia a la Argentina por el bloqueo. En cambio, Francia le había asegurado a Inglaterra que no funcionaban”. Los Exocet significaban un cambio radical en la historia de la aviación de guerra: tiraban desde 40 kilómetros cuando el resto de los aviones las descargas se realizaban sobre el blanco. Y los Super Étendard, según Larraquy el único arma de combate que emparejaba el estándar tecnológico entre ambas naciones, fue la razón que disparó la guerra invisible.
El martes 4 de mayo de 1982 a las 9:45 dos Super Étendard con misiles Exocet, piloteados por el capitán de corbeta Augusto Bedacarratz y el teniente de navío Armando Mayora, despegaron de la base de Río Grande. “Volamos muy bajo, con suma discreción. No utilizamos prácticamente el radar, no hablamos por radio y solo nos comunicamos de avión a avión por señas”, recordaría años más tarde Bedacarratz. A las 11:05 y a unas 25 millas náuticas de su posición (aproximadamente 48 kilómetros), la guerra cambió: al menos uno de los misiles impactó en el destructor HMS Sheffield.
Lo hirió de muerte. El fuego se propagó por toda la nave. La fragata HMS Arrow rescató a los sobrevivientes y remolcó al buque fuera de la zona de peligro. Murieron 20 soldados británicos. Hubo 63 heridos. El Sheffield se hundió finalmente seis días después en aguas del Atlántico Sur. Cada 4 de mayo se celebra en Argentina el Día de la Aviación Naval por la proeza de Bedacarratz, Mayora, los Exocet y los Super Étendard. “La operación Sheffield es una obra maestra de la guerra electrónica porque lograron detectar e impactar a un destructor prácticamente en las sombras. Por eso, después al Almirante Woodward (John Sandy, comandante de la Fuerza de Tareas británicas en Malvinas) le empezaron a decir maliciosamente ‘el capitán de la flota de Sudáfrica’, porque alejó la tropa hacia el continente africano”, narró Larraquy.
Woodward se preocupó: dudó del real poderío armamentístico de su enemigo. “Gran Bretaña pensó: ‘Si me pegan en el Hermes o en el Invencible, o en los buques donde está toda la logística del combate, no hay guerra posible’”. Descubrieron su propia vulnerabilidad y advirtieron que desconocían el potencial enemigo. “No sabían cuántos misiles tenía la Argentina y también se suponía que no funcionaban, porque Francia les había asegurado que no había forma de que sirvieran”, relató. En el libro, el autor contó que el general Jacques Mitterrand, aviador retirado, titular de la empresa estatal y hermano del presidente francés François Mitterrand, le dijo a Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido, que no había manera de que el misil funcionara.
Argentina tenía solo cinco misiles Exocet. Pero Gran Bretaña solo sabía que dos aviones que habían partido del continente habían hundido a su principal buque de defensa antiaérea. Esa incertidumbre despertó la ofensiva. Rompieron con todo el protocolo: vulnerar la zona de exclusión significaba una declaración de guerra al continente. “Por eso lo llamo ‘Guerra invisible’ -dijo Larraquy-: no podían declarar la invasión porque sino se acaba la guerra, por los conflictos diplomáticos que surgirían en las Naciones Unidas y con los Estados Unidos”. Incluso Ronald Reagan, por entonces presidente estadounidense, se entera del plan británico para penetrar tierras continentales y le avisa a Thatcher que no lo haga. No le hicieron caso.
“Nada se hace porque sí. En ese momento, el centro de gravedad de la guerra era el continente. Si Gran Bretaña no eliminaba todas las amenazas que provenían del continente no podía desembarcar en las islas”, indicó el autor. Las fuerzas británicas centraron su atención en las bases aeronavales del continente. Antes del desembarco, debía corroborar superioridad aérea y naval. Procuraron acorralar las fuerzas continentales. “Primero lo hicieron con submarinos que hacían inteligente electrónica avisando sobre aviones argentinos que salían del continente. Después intentaron un supuesto desembarco donde el destructor Piedrabuena y el destructor Bouchard, que eran los que acompañaban al Belgrano, se pusieron delante de la base aeronaval de Río Grande para protegerla. Ahí detectaron patrullas y dispararon el único tiro de los buques en toda la guerra. Esos ecos desaparecieron del radar inmediatamente”.
El capitán de corbeta Augusto Bedacarratz desciende de su Super Étendard. Junto al teniente de navío Armando Mayora en la historia de la guerra aeronaval moderna
Al día siguiente, el 21 de mayo de 1982, se gestó la Operación Sutton, el desembarco británico en el estrecho San Carlos y el primer combate terrestre de la guerra. Inglaterra eliminó la resistencia dentro de las islas, bombardeó la Base Calderón, azotó Pradera del Ganso pero su preocupación viajaba desde el continente en los Super Étendard: el centro gravitacional de la guerra. “El problema estaba en el continente, no en el Puerto Argentino”, sintetizó el autor.
Cuando Inglaterra entendió que podía perder, infringió toda convención y tratado de guerra. Asignaron un comando de ocho hombres para que emprendiera una misión imposible: infiltrarse en el continente, asaltar las bases aeronavales, destruir los Super Étendard y matar a los pilotos. Era el plan original y la represalia ante un eventual segundo hundimiento. Así razonaron los británicos, según Larraquy: “Si a nosotros nos embocan otro misil en el Hermes o en el Invencible y no hicimos nada en el continente, sería una vergüenza. Tenemos que dar todo porque así es la guerra”. Usar un comando como fusible era algo que había que hacer.
El libro rebosa de datos y de comprensiones técnicas. El autor, un obsesivo de la precisión en la información, se preocupó más en que el relato no perdiera el eje: el fondo de la historia es la guerra escondida. Lo describe como un capítulo inédito en el prontuario Malvinas: la guerra electrónica, la guerra de radares, la incursión en el continente con el propósito de reventar la base aeronaval. Lo que no se sabe de Malvinas lo encontró hurgando bibliografía británica y tesis doctorales de académicos en una biblioteca de Londres.
"El libro es tan británico como argentino", relató el autor. El hundimiento del destructor Sheffield motivó las operaciones comando en el continente
Es la primera vez que un libro cuenta la historia de Andrew P. Legg sin apelar a seudónimos. Los documentos británicos resguardaron su identidad. Su nombre real se conoció en marzo de 2018 cuando publicó en la casa de subastas Wolley & Wallis un lote de objetos personales y recuerdos de su carrera militar. Vendía una boina del Special Air Services (SAS), la hombrera de capitán, la insignia roja y oro del regimiento, un cinturón de tela azul con hebilla de metal, las alas azules que acreditan sus dotes de paracaidista, dos medallas, fotos de sus misiones y el mapa de la isla de Tierra del Fuego que usó para planear su ataque a la base de Río Grande.
También un escrito de un tal William Barnes que se llamaba Ultimate Acceptance (“Aceptación final”). La bajada decía: “Mayo de 1982. Basado en el verdadero relato de una operación de inteligencia al continente sudamericano”. “Lo empecé a rastrear -dijo Larraquy-. Subastaba un diario secreto con un nombre supuesto de esta operación. No lo puede decir con su propio nombre porque firmó su confidencialidad. Ese libro se vende a un dólar y medio: es una edición de autor”. El historiador intercambió mails durante dos meses con una persona cercana a Legg: comprobó que el capitán de la patrulla que entró a la Argentina continental durante la guerra no quería hablar. Una frase del libro pone en relieve el suceso: “Legg desembarcaba en tierra argentina como ya lo había hecho el ejército británico en los años 1806 y 1807”.
“Tenía 28 años, juró confidencialidad con Gran Bretaña, tuvo que renunciar al ejército, pasó 38 años en silencio y terminó trabajando como profesor de matemática”, dijo Marcelo Larraquy. Lo que hizo y no hizo Legg en el continente se dice en el libro. Pero su acción sobre la isla de Tierra del Fuego desmantela la historia oficial británica. En los archivos nacionales, las únicas operaciones que no describen son las desplegadas en el continente: se mantienen como secreto de guerra. “El profesor Lawrence Freedman, quien escribió la historia oficial británica, no cuenta lo que pasó -apuntó el historiador-. Inglaterra no puede contar su invasión al continente porque son secretos de guerra que la comprometen. Y Argentina tampoco la puede contar porque sino supondría que tendrían que haber pagado las pensiones de todos los combatientes”. Fueron cuatro operaciones en continente: Larraquy persiguió el rastro de un comando por el hallazgo casi fortuito del diario de guerra de un capitán anónimo.
El libro tiene un agradecimiento especial a Nazareno Larraquy Yaques, hijo del autor: "Lo tuve secuestrado porque su inglés es mucho mejor que el mío. En esta pandemia estuvimos cuatro meses a full. No lo podría haber hecho sin él"
Para el autor, La Guerra Invisible, el último secreto de Malvinas puede ser una gema: inspirar la revelación de nuevos últimos secretos. “Hay versiones que no pude corroborar que dicen que hubo tres helicópteros y varios comandos en el continente”, reparó y sostuvo: “En el continente se libró una guerra, una guerra electrónica pero real. Incluso hubo la caída de un helicóptero con la muerte de diez soldados que habían ido en busca de un supuesto desembarco británico el 30 de abril en Caleta Olivia. Fueron declarados muertos en combate”.
El libro y los meses de estudio le enseñaron que la Guerra de Malvinas no se jugó en las islas. Le asignó valor al conflicto oculto y comprendió el reclamo de los veteranos: “Siempre se ninguneó todo lo que sucedió en el continente y quedó como un reclamo marginal de soldados que pusieron una carpa en Plaza de Mayo. En las bases se vivió un estado de guerra permanente. Ellos también estuvieron en guerra, no estaban de paseo ahí. Gran Bretaña tenía los submarinos surcando el Mar Argentino a once millas y también comandos que pisaron el continente con la misión de atacarlos”.
Anticipo exclusivo, “La Guerra Invisible-El último secreto de Malvinas”: el plan de Thatcher para atacar el continente y matar a los pilotos
La nueva investigación de Marcelo Larraquy revela en detalle los sucesos que se produjeron en Inglaterra después del hundimiento del destructor Sheffield, alcanzado por un misil Exocet. El fin de la operación con que pensaban tomarse revancha era destruir la escuadrilla de cazas Super Étendard que tenían en jaque a la flota británica y matar a los bravos pilotos de la aviación naval
El 4 de mayo de 1982 la Escuadrilla de la Aviación Naval, con dos aviones Super Étendard provistos con misiles Exocet atacó por primera vez en combate al destructor Sheffield. Los misiles fueron lanzados desde aproximadamente 40 kilometros. Gran Bretaña suponía que los Exocet que Argentina acababa de comprarle a Francia no podían lanzarse. El presidente francés Francois Miterrand le había asegurado a la premier Margaret Thatcher que no habían cedido los coeficientes para la computadora del avión, imprescindible para hacer funcionar su sistema de armas. Sin embargo, los misiles hundieron al Sheffield. A partir de ese momento, si Argentina impactaba sobre los portaviones Hermes o Invincible, que transportaban aviones, helicópteros y material logístico para el desembarco británico, se pondría en riesgo la victoria militar británica. Entonces se decidió romper la propia zona de exclusión que había delimitado y atacar el continente con un grupo comando, para destruir los aviones, los misiles y matar a los pilotos. La operación, que se revela por primera vez, es parte del libro “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”, de Marcelo Larraquy.
Aquí, el anticipo de La Guerra Invisible.
(…)
El 8 de mayo, en Chequers, la residencia de campo oficial de gobierno —el mismo lugar donde se había decidido el hundimiento al crucero Belgrano—, se ordenó el traslado de las tropas terrestres de la isla Ascensión hacia el Atlántico Sur y se estableció la fecha del desembarco entre el 18 y 22 de mayo. Thatcher también avaló la gestación de la opción más extrema: eliminar el poder de destrucción del enemigo, el sistema de armas del Super Étendard. Atacarlo en su punto de partida. Woodward suponía que en la base de Río Grande todavía había tres Exocet, de acuerdo a la información francesa —que ya no resultaba tan confiable—, pero seguía en la búsqueda de más misiles. Un informe de inteligencia, entregado por un enlace de la Comunidad Europea, aseguraba que la Argentina poseía diez misiles. Thatcher autorizó el ataque al continente luego de una proposición de la Marina Real.
La operación requería la participación de una fuerza especial que, en una acción de alto riesgo, eliminara los aviones, los misiles y también a los pilotos. Se estudiaron tres opciones: a) La invasión a la isla de Tierra del Fuego y, en consecuencia, a la base de Río Grande; b) el bombardeo a la base de Río Grande con aviones Hércules, y c) la toma de la base con una fuerza especial.
Cualquiera de las opciones rompía con la zona de exclusión y el derecho a la “legítima defensa”, con el que Gran Bretaña había justificado el traslado de sus naves al Atlántico Sur. Ahora ya no importaba que el ataque activara el TIAR, recibiera la condena del Consejo de Seguridad de la ONU o incomodara a Estados Unidos. Thatcher estaba decidida. Sabía qué quería, necesitaba saber cómo hacerlo. El Estado Mayor para la Defensa le ordenó al jefe del Special Air Service (SAS), brigadier Peter de la Billière, que estudiara alternativas para la operación.
(…)
De la Billière pensó la maniobra en dos etapas. En la primera, una patrulla saldría desde la Fuerza de Tareas, se aproximaría a la base de Río Grande y recogería información de los objetivos: los aviones, los misiles, los pilotos del Super Étendard. Sería una maniobra de exploración que desarrollaría un comando infiltrado. Se llamaría Operación Plum Duff. En la segunda parte, con los resultados de la inteligencia previa, dos aviones Hércules C-130 despegarían desde la isla Ascensión, se reabastecerían en el aire y aterrizarían en la pista de Río Grande: sesenta hombres armados se desplegarían sobre objetivos y los destruirían. El plan de fuga preveía retornar a los aviones y volar hacia Chile. Se denominaría Operación Mikado.
(…)
La misión Plum Duff la desarrollaría el Escuadrón B del Regimiento 22. Era un escuadrón creado en 1951, cuando el SAS había enfrentado una insurrección comunista en Malasia; luchaban por la liberación del territorio colonial británico. El nuevo escuadrón había comenzado a entrenarse en áreas selváticas, como lo hacían sus enemigos, por períodos cada vez más largos, y demostraron que podían adaptarse a esta nueva geografía. Desde entonces, sus patrullas empezaron a integrarse con tres o cuatro hombres. Tres días después del ataque al Sheffield, el Escuadrón B comenzó a movilizarse en su base de Hereford. Ese día, el 7 de mayo, Gran Bretaña había extendido la zona de exclusión total hasta 12 millas de la costa argentina. No era difícil interpretarlo como la señal de un ataque al continente. Al día siguiente se presentó el primer plan, todavía en discusión. Había que delinearlo, pero la matriz era la siguiente: se formarían dos patrullas de exploración e inteligencia, una para la base de Río Grande y otra para la de Río Gallegos. Llegarían en helicópteros. Esta sería la primera fase. La segunda fase, la Operación Mikado, consistía en el vuelo apenas por encima del nivel del mar de dos Hércules que aterrizarían en la pista de Río Grande y de los que irrumpirían comandos en vehículos con ametralladoras pesadas. Matarían a los pilotos —que suponían alojados en la base—, destruirían aviones y misiles, y luego abordarían las aeronaves para refugiarse en Chile.
Ninguno de los que habían planeado la operación formaría parte de ella, ninguno estaría en la bodega del avión al momento de llegar al continente. Este era un punto ríspido, que molestaba en el Escuadrón B. Y además: ¿cómo aterrizarían dos Hércules sin ser detectados por radares de la base? No se sabía.
La duda era una sensación que concernía a la naturaleza de las operaciones bélicas. Pero el terror a un segundo ataque argentino con Exocet trascendía las dudas. Ahora la flota británica comenzaba a tener una percepción más real de la guerra. Hasta el ataque al Sheffield, se actuaba con profesionalismo pero no se vivía la tensión que supone el peligro inminente, la vulnerabilidad constante frente al enemigo, la exposición a un riesgo mayor, la pérdida de vidas no como hipótesis sino como hecho factible, real.
(…)
La Operación Mikado entró en estado de incertidumbre. Pero se avanzó con la misión que la antecedía, la Operación Plum Duff, que era la que debía realizar la inteligencia sobre la base aeronaval. De la Billière confió la conducción al capitán Andy Legg. Era el hombre elegido. Acababa de cumplir 28 años. Después de enrolarse en el Ejército, Legg había realizado un máster en Matemática aplicada en la Universidad de Reading, aunque su propósito siempre era integrarse al Regimiento de Paracaidistas, como paso previo a su ingreso al SAS. Un oficial de enlace universitario, en cambio, le recomendó unirse al Royal Hampshire, un regimiento militar local, para perfeccionar su formación. Legg tomó en cuenta el consejo, y aplicó en el curso de un año de entrenamiento en la Real Academia Militar de Sandhurst. En su momento también lo había realizado Winston Churchill. Al finalizar, alcanzó el grado de segundo teniente, con antigüedad anticipada por su máster universitario. Pero nunca abandonó su idea de ser miembro del SAS.
En 1980, dos años más tarde de lo que había proyectado, superó las pruebas de selección y se integró al Escuadrón B del Regimiento 22. Ya había servido en una operación en Omán, en las montañas de Dhofar, y también en la selva de Belice, colonia británica en América Central, y se disponía a viajar a Canadá cuando le encomendaron la jefatura de un comando que debía infiltrarse en el continente argentino con la guerra iniciada. Legg había recibido la siguiente instrucción: “Esto será difícil, hágalo con firmeza, muévase lentamente y efectúe una buena observación de los alrededores antes de hacer algo. Realice la inteligencia a medida que avanza”, le recomendó su superior inmediato.
El capitán Legg pensaba que un acceso por Chile, con una exploración lenta hacia el objetivo, podría dar mejores resultados para elaborar un mapa de inteligencia que el ingreso por la costa a una distancia reducida del blanco. Además, desde Chile tendrían menores posibilidades de ser detectados. Pero su inquietud no encontró la atmósfera adecuada ni se abrieron posibilidades de discutir la viabilidad de la misión, como solía suceder. No había tiempo ni voluntad para generar cambios radicales en el diseño de la Operación Plum Duff.
El Escuadrón B del Regimiento 22 dirigido por Legg continuó su preparación. Era el único escuadrón que todavía no había sido enviado al Atlántico Sur. Primero entrenaron en Gales con tiros de rifles, emboscadas nocturnas y marchas forzadas. Luego se desplazaron a Wick, en el extremo norte de Escocia, para ensayar aterrizajes con el Hércules desde baja altura, a poca distancia del mar.
Cuando regresaron a Hereford (central del SAS), el 14 de mayo, De la Billière los reunió con las novedades: las dos patrullas de exploración se fusionaban y, si se daban las posibilidades, también deberían atacar la base de Río Grande en una operación de acción directa. Por esta nueva planificación, debían llevar explosivos y detonadores por tiempo y resignar ropa y comida en su mochila. La base de Río Gallegos se había descartado como blanco. El capitán Legg conduciría una patrulla única de siete hombres que llegaría a Río Grande y exploraría y destruiría la base. Ese era el nuevo objetivo. Todavía no existía una planificación final, se iría conociendo con el correr de los días. Podrían desembarcar desde una fragata, un submarino o un helicóptero. Esta última opción era la más probable. Lo único cierto era que debían volar hacia Ascensión al día siguiente para iniciar la maniobra. (…)
(…) En Ascensión, antes de cruzar el hemisferio, Legg sostuvo una comunicación satelital con De la Billière. El brigadier le dio algunos detalles del lanzamiento al océano y le informó que probablemente volarían al continente con un Sea King. La posibilidad de que la operación se cancelara y que a él lo reasignaran para unirse al resto del Escuadrón del SAS con la Fuerza de Tareas se acababa en ese momento, pensó Legg. Sintió que ya no había forma de escapar. Hubiera preferido un submarino o una lancha rápida para llegar a la costa, en todo caso. El ruido del Sea King representaría un seguro boleto de ida. Le preguntó a De la Billière qué sucedería con el helicóptero después de que los dejara en tierra. Temía que, si quedaba visible, se intensificara la búsqueda de su patrulla. “Tenemos activos que eliminarán la evidencia. No es un tema de su incumbencia”, fue la respuesta exasperada del brigadier. No hubo más preguntas. Antes de cerrar la transmisión De la Billière les deseó suerte. Esperaba verlos en su regreso a Londres, le dijo.
El 16 de mayo, siete horas después del despegue, a 17 mil pies de altura, el Hércules fue acoplado por la sonda de otro Hércules y tras dos intentos fallidos logró cargar combustible. Faltaba la mitad del viaje. El piloto les anticipó que había un poco de brisa desde el oeste. Nada de qué preocuparse. El tiempo era bueno. Seis horas después se colocaron su paracaídas y sus salvavidas y los ocho hombres saltaron desde 370 metros junto a sus armas y las mochilas. Desde el avión después les tiraron las cajas con pertrechos de guerra, que recuperaron en el mar.
La Operación Plum Duff cruzaba al hemisferio sur por primera vez. Estaban dispersados por las olas, a 60 millas al norte de Puerto Argentino, pero todavía lejos del continente. El rescate se demoró. Esperaron más de media hora la llegada del buque de auxilio Fort Austin para levantarlos del agua congelada. Legg lamentó no haber pedido trajes de neoprene para su grupo.
Desde el Fort Austin volaron en helicóptero hasta el Hermes. En el portaviones se conformaría la tripulación que los trasladaría al continente. Se les ofreció a los pilotos del Sea King postularse como voluntarios. Algunos acababan de regresar de la isla Borbón y mantenían el entusiasmo por el éxito de la operación. Pero, si para esa misión habían vuelto al Hermes, la misión Pluff Duff no tenía la posibilidad de llegar al continente y regresar. Era lo más parecido a un sacrificio humano. Y también material. El almirante Woodward ordenó que utilizaran el modelo más antiguo del Sea King. El piloto de mayor graduación del escuadrón de transporte aéreo, Bill Pollock, lo convenció de que les permitiera utilizar la versión más moderna, el Sea King 4. Legg entendía que en el vuelo al continente se sacrificaría a tres pilotos, al Escuadrón B, además del helicóptero. Pero la superioridad creía que este sacrificio no representaba un costo alto frente a la posibilidad de poner en riesgo el resultado de la batalla. Aunque el éxito de la misión fuera mínimo, el sacrificio debía realizarse.
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