Los Exocet, el arma más temida por los británicos en Malvinas y el francés despechado que los hizo funcionar a último momento
En
el libro “La Guerra Invisible” se revelan las operaciones de espionaje
de los agentes de inteligencia de la Marina argentina y sus pares
británicos del MI6 en torno a los misiles. El embargo a la Argentina y
las gestiones en el mercado negro de armas. El doble rol que jugó
Francia y la aparición fortuita de un hombre que brindó la “tabla de
coeficientes” que faltaba para poder usarlos
Por Marcelo Larraquy ||
InfobaeUn
Super Etendard de la aviación naval con su carga de misiles Exocet, el
arma más temida por los británicos en el guerra de Malvinas A
partir de desembarco argentino en Malvinas del 2 de abril de 1982, dos
miembros de la Subcomisión de Compras de la Armada Argentina asentados
en París, el capitán Carlos Corti y el capitán Julio Ítalo Lavezzo,
iniciaron un desesperado raid entre traficantes de armas e
intermediarios para la compra en el mercado negro de misiles Éxocet,
el arma más temida por Gran Bretaña. Francia, adherida al embargo de la
Comunidad Europea, había suspendido el envío a la Argentina, y tampoco
entregó la tabla de coeficientes que permitían que los misiles pudieran
ser lanzados desde los aviones Super Étendard. Lo que sigue es un extracto del libro “La Guerra Invisible”, de Marcelo Larraquy,
en el que se relata la guerra de espías británicos y argentinos en
Europa en torno a los Éxocet y de cómo Argentina obtuvo finalmente los
coeficientes que posibilitaron que los misiles luego impactaran sobre la
flota británica.
(…) La entrega de los
primeros cinco aviones y cinco misiles se cumplió en las condiciones
programadas, aunque no sin sospechas. La compra había activado a la
contrainteligencia británica, que se informó sobre las características
del Super Étendard y el adiestramiento de los pilotos argentinos. El
Servicio Secreto de Inteligencia (SIS), la agencia de ultramar de la
inteligencia británica, más conocido como MI6 (Inteligencia Militar
Sección 6), recibía informes de sus espías en el exterior y de servicios
como la Agencia Central de Inteligencia (CIA) o la Agencia Nacional de
Seguridad (NSA), y de otros países aliados, amigos o con los que
compartían intereses puntuales. Un cuerpo de criptógrafos que
descifraban mensajes, expertos en radiofrecuencias, programadores,
operadores de escuchas y agentes encubiertos en distintos territorios,
en su rutina de trabajo, enviaban materiales que distintos equipos del
SIS procesaban, analizaban y valoraban política y estratégicamente,
valoración que llegaba al Comité de Inteligencia Conjunto (Joint
Intelligence Committee), el centro de la inteligencia británica. Para el
caso de los Super Étendard y los pilotos argentinos, el SIS tenía la
autorización de sus pares de la Seguridad Exterior francesa para el
espionaje sobre las actividades de la Subcomisión Naval de Compras en
París. Francia, que consideraba aliados a los británicos y amigos a
los argentinos, fue leal hasta donde pudo con las partes en conflicto.
Asistió a Gran Bretaña en sus indagaciones sobre el reequipamiento
militar argentino y también le informó al embajador argentino Gerardo
Schamis que tanto Corti como Lavezzo, y él mismo, estaban siendo
escuchados por el SIS.
El
traslado a la Argentina de los aviones SUE y los misiles Exocet se
realizó bajo extremos recaudos de seguridad. Los materiales, embalados
por partes, fueron custodiados por la Gendarmería Francesa hasta su
llegada al puerto de Saint-Nazaire. Un grupo de comandos anfibios
viajó desde Mar del Plata para verificar que el buque de la Armada ARA
Cabo de Hornos, que transportaría el material, no tuviese explosivos.
Al
misil Exocet se lo denomina "Fire and forget" (Tire y olvídese) ya que
se trata de un arma con capacidad de autonomía para redireccionarse en
vuelo y buscar el centro de gravitación del blanco. Los cinco aviones y cinco misiles zarparon hacia Puerto Belgrano, Bahía Blanca, a principios de noviembre de 1981.
El resto de la entrega de la compra quedaría postergado para abril de
1982. Según Francia, la demora se debía al cambio del sistema inercial
y a la prioridad del contrato de Aérospatiale con Irak.
La
entrega, para un objetivo bélico, hasta ese momento era inocua:
Francia no había proporcionado a la Argentina la información de los
coeficientes de la computadora central —el coeficiente de armamento
(CDA)—, que permitía establecer el “diálogo electrónico” del Super
Étendard con el Exocet. Los aviones podían volar, pero los misiles no
podían lanzarse.
El 8 de diciembre la
primera remesa de los SUE fue recibida por el jefe del Ejército,
general Leopoldo Galtieri, en un acto oficial en la Base Naval de Puerto
Belgrano. Los Super Étendard volaron sobre Bahía Blanca y luego
comenzaron a utilizarse para las ejercitaciones en el Mar Argentino. Era
una rutina que se realizaba cuatro o cinco veces al año desde la Base
Espora. Los pilotos todavía no habían sido capacitados para
despegar desde el portaviones 25 de Mayo. Esta instancia estaba
programada para 1983.
El general Galtieri se aprestaba a asumir el poder y también tenía en mente la recuperación de las islas Malvinas. (…)
En
ese tiempo intermedio, el jefe de la Armada activó la operación. Puso
en funciones al nuevo comandante de Operaciones Navales, el
vicealmirante Juan José Lombardo. Su primera tarea, le dijo, debía ser
la presentación de un “plan actualizado para capturar las Malvinas”. Como
parte de ese plan, debía traer al país el resto de los aviones y
misiles comprados a Francia para que llegaran antes del 1o de junio de
1982. Lombardo entendió que el plan no se ejecutaría antes de esa
fecha y tampoco después del 3 de enero de 1983, cuando se cumplieran
los ciento cincuenta años de la ocupación británica. (…)
El desembarco argentino fue retrasado por un temporal, pero en
la madrugada del viernes 2 de abril de 1982 ochocientos soldados del
Segundo Batallón de Infantería comenzaron a tomar posiciones. Los
marinos británicos en servicio, que no eran más de treinta, no opusieron
resistencia. Solo hubo una escaramuza, en la que murió el capitán Pedro
Giachino y otros soldados resultaron heridos. A las 9:30 de la mañana
el gobernador británico Rex Hunt se rindió en la residencia oficial de
Puerto Stanley. A partir de ese momento, la capital de las islas se
denominaría Puerto Argentino. Al día siguiente, tras dos horas de
combate, Argentina tomaría el control de las islas Georgias. (…)
La Guerra Invisible, el último libro de Marcelo Larraquy El
6 de abril, Francia se plegó al embargo resuelto por la Comunidad
Europea y Estados Unidos: se ordenaba el bloqueo de la relación
comercial con la Argentina, incluido el envío de armas, por cuarenta y
cinco días; cumplido ese plazo se renovaría. La continuidad del
contrato de aviones y misiles entre Francia y Argentina quedó
suspendida. En la práctica, hasta ese momento, la Armada contaba con
cinco aviones Super Étendard, pero su sistema de armas, el misil Exocet
AM-39, no estaba en condiciones operativas. La Subcomisión Naval de
Compras intentó romper el bloqueo y conseguir los misiles al precio que
fuera, asumiendo cualquier riesgo. Contaba con la autorización del
almirante Anaya. Tenía libertad de acción. La Subcomisión estaba
instalada en el 58 de Avenue Marceau. Un piso más arriba estaba Ofema
(Office français d’exportation de matériel aéronautique) (…) Durante
casi dos años el capitán Corti había mantenido con ellos un trato
constante y amable, hasta que la suspensión del contrato enfrió la
relación. Ahora no era solo el servicio británico, sino también
distintas agencias de inteligencia francesas las que grababan sus
conversaciones en su oficina y en su casa.
Los integrantes de la Subcomisión Naval eran hombres controlados.
Corti continuó sus acciones con normalidad, como si nada sucediera. En
las comunicaciones telefónicas, transmitía un falso optimismo.
Comentaba que los coeficientes ya habían sido enviados a la Argentina
pero que desconfiaba de la capacidad de los técnicos para integrarlos
al sistema de armas. Era cuestión de tiempo. Trataba de
desinformar, de confundir, sobre todo de fastidiar a los espías. El
funcionamiento del sistema de armas era la clave del enigma, el misterio
que trataban de descifrar las agencias de inteligencia.
Super Etendard en 1982 Guerra de Malvinas El
Super Étendard era el único medio de combate actualizado a la altura
de las patrullas aéreas de combate británicas. El resto de las
unidades de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea Argentina estaban una
generación atrasada. Los Mirage no podían reabastecerse en vuelo y los
Skyhawk, en sus distintas versiones —A-4B, A-4C y A-4Q—, operaban con
bombas convencionales. La única amenaza real era el Super Étendard, si
contaba con el misil en condiciones de ser disparado. Y, para ello, era imprescindible la introducción de los coeficientes en la computadora del avión. Sin los coeficientes, el Exocet perdía utilidad. El
misil podía lanzarse a una distancia de 40 kilómetros del blanco.
Desde que se oprimía el botón de la alidada con la empuñadura que
maneja al radar Agave hasta el impacto, podían mediar no más de tres
minutos. El Exocet volaba a una velocidad de 1200 kilómetros por hora.
(…) En 1982, el único sistema de contramedida frente al Exocet era
el chaff, una nube de láminas metálicas que se lanzaba al aire con la
intención de crear ecos falsos para “seducir” al misil e intentar
confundirlo, a fin de que desviara su recorrido. Sin embargo, la
más eficaz protección de los portaviones británicos, el Hermes y el
Invincible, eran los buques destructores tipo 42 que los rodeaban.
Tenían la función de protegerlos con sus defensas antisubmarinas y
antiaéreas.
El presidente francés François
Mitterrand se comprometió con el embargo. Le aseguró a Gran Bretaña
que no habría más aviones ni misiles para la Argentina y confirmó que
el sistema de armas no estaba integrado. Faltaban los coeficientes.
Y no habría posibilidad de “fuga de misiles” desde Aérospatiale.
Tenía la palabra de su hermano, el general Jacques Mitterrand, aviador
retirado y titular de la empresa estatal. Francia estaba dispuesta a
cooperar: entregó a Gran Bretaña los contratos de compra firmados con
la Argentina, cedió aviones para que conocieran sus prestaciones y
también pudieran realizar pruebas de detección y contramedidas con el
radar Agave. El servicio de inteligencia francés también monitoreó la búsqueda de misiles de la Subcomisión Naval en el mercado negro. Las transcripciones de las conversaciones del capitán Corti fueron enviadas al SIS.
Corti
intentó obtener misiles adquiridos por otros países, aun cuando
hubieran firmado el “certificado de usuario final” que impedía la venta
posterior a un tercero. También gestionó la compra con traficantes de
armas. Uno de ellos era el franco-libanés Anthony Tannoury, apodado “El
Magnífico Tony”, que llegaba a las reuniones en un Rolls-Royce y decía
ser el primo de Kadhafi. Tannoury prometió interceder ante Libia,
Paquistán e Irak para obtener los misiles. Corti tenía esperanzas de que
los libios lograran liberar algunos de los misiles que poseía Irak,
pero Bagdad se negó a ceder parte de su compra. Ellos también
estaban en guerra. Enterado de las gestiones, el general Jacques
Mitterrand recomendó al embajador Schamis, a través del general Roland
Glavany, director de Ofema, que ofició de mensajero, que no se
vincularan más con traficantes, empresas, intermediarios ni agentes
secretos de ningún país. Sería una pérdida de tiempo y de dinero. Francia
tenía controlado el “parque logístico” y no permitiría ninguna
transacción. “Nadie les venderá nada y les van a robar el dinero”, le
explicó. (…)
Las necesidades para el
combate aéreo continuaron enfocadas en los misiles Exocet. Corti tenía
muchas acciones en progreso, pero le resultaba complicado el manejo
técnico de las operaciones financieras y, además, por el boicot a la Argentina, Gran Bretaña intentaba inmovilizarle el dinero.
Todos los días aparecían supuestos vendedores de misiles en busca de
un contrato, con promesas más o menos serias o extravagantes, con
cartas de recomendación de agregados navales, militares o embajadores,
con los que se reunía junto al capitán Lavezzo. Si la propuesta no le
resultaba convincente, los enviaba a Buenos Aires para que prosiguieran
las negociaciones en el Edificio Libertad. En una oportunidad el
embajador Gerardo Schamis conectó a la Subcomisión Naval con un grupo
de franceses que prometieron entregar diez misiles por un valor de nueve
millones de dólares. Pero, luego de una reserva inicial, el material
no se entregó, el dinero fue bloqueado y solo se recuperaría tras
arduas gestiones financieras.
El armado del Exocet en el avión Súper Etendard Otra de las tratativas de Conti fue con un traficante norteamericano, Marcus S. Stone, que le ofreció cuatro misiles a un costo de 6.300.000 dólares.
La operación triplicaba el precio del contrato con Aérospatiale —el
costo era 450 mil dólares por unidad—, pero la Armada le había dado
carta blanca. Stone, que operaba desde Los Ángeles, le dio a Corti las
instrucciones para el pago. El depósito debía hacerse en la cuenta
bancaria de su socio en Holanda. Corti hizo los chequeos previos y realizó el pago, pero los misiles nunca se entregaron.
El SIS también distraía a Corti con operaciones de contrainteligencia: le plantaban traficantes. Querían
ilusionarlo, hacerle creer que estaba a punto de comprar los misiles y
luego le hacían caer la operación. El SIS tenía informantes que los
ponían al corriente de las negociaciones en curso, y la Secretaría de
Defensa les había autorizado a mejorar cualquier oferta argentina en el
mercado negro para bloquear la compra.
John Dutcher fue uno de los traficantes puestos por el SIS en el camino de Corti.
Era un ex infante de marina norteamericano con experiencia en contratos
con Libia. Contactó a Corti en París, le presentó las cartas de su
empresa en Milán, mostró sus antecedentes y le ofreció ayudarlo a
buscar misiles en el mercado negro. Corti aceptó. Dutcher empezó a
reunirlo con supuestos vendedores de distintos países, todos ellos
informantes del SIS. El paso siguiente fue la presentación de una
oferta con origen en Bagdad, un jeque iraquí y un general que le
ofrecían veinte misiles AM-39 a un millón de dólares cada uno. Mantuvieron varios días a Corti a la expectativa, detrás de esa operación, pero luego Dutcher súbitamente la dio por caída.
La
búsqueda continuó por intermedio de Perú, que había comprado doce
Exocet y, cuando comenzó la guerra, reclamó la entrega inmediata. A
fin de acelerar el trámite, Perú ofreció el traslado de un barco
para retirarlos del puerto. Demandó al menos ocho misiles. La documentación de pago dejaba ver a la logia italiana Propaganda Due (P2) mezclada en la operación.
Era una carta de crédito emitida por el Banco Central de Lima
respaldado por el Banco Andino, propiedad del Banco Ambrosiano, que a su
vez estaba asociado a la banca vaticana, el Instituto para las Obras
Religiosas (IOR). La entidad solía utilizarse como red de lavado de
dinero.
El capitán Corti, como muchos
oficiales de la Marina argentina, era miembro de la P2 y estaba casado
en segundas nupcias con una sobrina de Licio Gelli, el jefe de la logia
masónica. La contrainteligencia británica solicitó a sus pares
italianos que le informaran si Gelli estaba ayudando a Perú en la
compra de misiles que, no dudaban, serían trasladados a la Argentina.
(En ese momento el jefe masón se encontraba prófugo, luego de escapar
de un allanamiento de su residencia de Arezzo, Italia, en el que se
reveló la identidad de los miembros de la P2. Roberto Calvi, apodado
“el banquero de Dios” por su vínculo con la banca vaticana, había sido
condenado y liberado luego del derrumbe del banco Ambrosiano.
Aparecería colgado de un puente de la city de Londres tres días
después del final de la guerra).
Perú continuó presionando a Francia por la entrega de ocho misiles.
Debían embarcarse el 10 de mayo en el puerto de Le Havre, en la
región de Normandía. Era un reclamo de gobierno a gobierno. Perú no
tenía ningún tipo de embargo y se estaba incumpliendo el contrato,
pero Francia argumentó que una supuesta huelga en el puerto imposibilitaba la carga del material para el traslado. El general Jacques Mitterrand, que había viajado a Londres esa misma semana, le aseguró a Thatcher que no los entregaría.
Mientras
continuaba el trato con intermediarios que además del Exocet ofrecían
toda clase de misiles, cañones y municiones, con operaciones directas o
trianguladas a través de Irak, Pakistán o Sudáfrica, Corti
conseguiría, de manera inesperada, la información clave para que el
sistema de armas del Super Étendard funcionara y los cinco misiles que
poseía la Argentina en la Base Espora pudieran ser lanzados. (…)
Un técnico apresta el Exocet mientras el capitán de corbeta Francisco pone en marcha el avión en Río Grande El 31 de marzo, el
capitán Colombo, comandante de la escuadrilla (de los Super Étendard),
había recibido la directiva de preparar a los pilotos con una técnica
de ataque nueva, que no tenía antecedentes en la historia de la
aeronáutica, para la eventualidad de una guerra. Colombo los reunió a
todos en la base. “A partir de ahora”, les dijo,
“el hangar será como un portaviones. Pasarán día y noche acá
adentro. Les conviene despedirse de sus familias. Las luces del hangar
no se apagarán hasta lograr el diálogo electrónico”. Quería
que el misil pudiera ser lanzado. “Si se lanza en condiciones
adecuadas”, explicó, “con la velocidad que corresponde, a la altura que
corresponde y sobre el objetivo que corresponde, se hace blanco. O se
debería hacer blanco. Porque la certeza absoluta en materia de tiro no
existe. A lo mejor usted tira, todo está bien, y no acierta. Es lo que
Carl von Clausewitz llama ‘la niebla de la guerra’. En la guerra reina
la confusión, la incertidumbre. La guerra es la actividad más compleja
del hombre”. No eran palabras suyas, dijo. Eran de Charles de Gaulle.
“No hay ninguna certeza de que lo que se prevea vaya a suceder”.
Los ingenieros y técnicos del taller de misiles de la Base Espora estaban
familiarizados con el Exocet mar-mar 38 (MM-38) que podía impactar de
buque a buque. La Armada había adquirido veinticuatro unidades. Pero
con los Exocet aire-mar (AM-39) no había experiencia. Acababan de
llegar y no podían utilizarse. La implementación del “diálogo
electrónico” había sido anunciada para el 8 de abril, cuando arribara
desde Francia de la comisión técnica de Aérospatiale, la fábrica que
había diseñado y construido el misil, que introduciría los
coeficientes en la computadora y realizarían las pruebas para asegurar
el funcionamiento del sistema de armas. Con la ocupación de las islas, y el posterior embargo al que adhirió Francia, la llegada de la comisión se canceló.
El desembarco argentino también abrió un margen de incertidumbre con los técnicos franceses ya instalados en la Base Espora.
Un ingeniero hidráulico y un técnico de motores de Dassault, otro
técnico de Snecma, y dos técnicos más: uno de Sagem, especialista en
electrónica para la central inercial, y el otro de Thompson-CSF.
Habían llegado en diciembre de 1981, después del arribo de los cinco
Super Étendard. Residían en Bahía Blanca. Durante el verano
convivieron con los técnicos de la base, trabajaban de 7 a 14. Los
capacitaban, realizaban inspecciones, participaban de las prácticas,
pero no estaba entre sus aptitudes la resolución del “diálogo
electrónico”. Una vez iniciada la guerra el capitán Colombo les
recomendó que se fueran por un tiempo, que tomaran vacaciones. Pero
Hervé Colín, jefe de la delegación francesa, dijo que preferían
quedarse para cumplir con la letra del contrato. La delegación
permaneció en la base intentando colaborar junto a los mecánicos
armeros en las pruebas de validación del Exocet con los aviones, aunque
no conocían el procedimiento.
Hasta el 10
de abril, cuando la Fuerza de Tareas navegaba rumbo a las islas, no se
había logrado la comunicación entre el avión y el misil, pese al
trabajo diurno y nocturno de los oficiales, suboficiales y cabos de la
escuadrilla, los ingenieros y técnicos del Arsenal Aeronaval y los
especialistas en el sistema de armas en la Base Espora. Se buscaba la
compatibilidad de todos los sistemas para que funcionasen integrados y
pudiera lanzarse el misil. Pero no lo lograban. Probaban coeficientes de
manera simulada, se generaban blancos supuestos en la pantalla de
radar, hacían cuentas matemáticas para cargar los valores en la
computadora, y tampoco resultaba. Solo quedaba la esperanza de que la
Subcomisión Naval de Compras en Francia obtuviera los datos faltantes,
pero esa ilusión era lejana. Aun sin contar con el sistema de armas en condiciones operativas, la escuadrilla comenzó a diseñar tácticas de ataque. (…)
La
escuadrilla hizo su propia experiencia para crear un perfil de vuelo
sobre la ría del Puerto Belgrano, próxima a la Base Espora. Los favoreció que el principal buque de defensa antiaérea de la flota enemiga fuera el HMS Sheffield, el
primero de la serie tipo D42 (destructor 42). La Armada argentina
contaba con los destructores ARA Santísima Trinidad y su gemelo ARA
Hércules, que se habían construido junto al Sheffield y tenían el
mismo radar, tipo 965. (…)
Hundimiento del Sheffield Guerra de Malvinas 4 de mayo 1982 Mientras
se producían las prácticas, un hombre de mediana edad se presentó en
la oficina de la Subcomisión Naval de Compras en París para conversar
con Corti y Lavezzo. Dijo que durante muchos años había trabajado
en Aérospatiale y que había sido despedido de un modo injusto. Quería
vengarse. Y la venganza ahora estaba en su attaché. De allí extrajo una carpeta y les mostró unos papeles que estaban dentro. Eran
los coeficientes para introducir en la computadora del Super Étendard,
situada a la derecha de la pierna del piloto, para activar la
comunicación electrónica con el misil Exocet, ubicado debajo del ala
derecha. Los coeficientes del “diálogo electrónico”. Estaban allí,
sobre la mesa. Corti y Lavezzo revisaron el material y lo creyeron
auténtico. Lo remitirían a Buenos Aires.
El
problema era cómo enviar información tan sensible con todas las
agencias de espionaje detrás. ¿Debía llevar la carpeta uno de ellos?
¿Iría por valija diplomática, con la gestión del embajador Schamis?
Quizás el material quedaría muy expuesto. Alguien recordó a un
piloto naval retirado, en ese momento comandante de Aerolíneas
Argentinas, que volaba con regularidad a Francia: Walter Oppen. Lo
contactaron ni bien tocó el aeropuerto con un Jumbo 747. Le hablaron
del secreto, de las prevenciones, de los espías, del valor que tenía
para el país que esa carpeta llegara a destino. Oppen lo entendió. Apenas
aterrizó la aeronave en el aeropuerto de Ezeiza un auto de la Armada
lo esperó en la pista y lo condujo al Edificio Libertad.
Los coeficientes llegaron el 15 de abril a la Base Aeronaval Comandante Espora.
Los tomaron el capitán Curilovic, jefe de Logística, y el teniente
Rodríguez Mariani, jefe de Armamento. Todos los técnicos electrónicos
del taller de misiles empezaron a trabajar. También convocaron al
capitán de fragata e ingeniero electrónico Julio Pérez, especialista
en control y guiado de misiles. En las pruebas del hangar, se simulaba
el vuelo del Super Étendard. Hasta que Curilovic pronunció ante Colombo la frase sagrada, “tenemos el Top Misil”. Se produjo el “diálogo electrónico”. El avión ya podía comunicar su blanco al misil. El
17 de abril Bedacarratz y Mayora realizaron un simulacro de ataque, con
reabastecimiento aéreo a 300 millas náuticas de la Base Espora,
contra el destructor Santísima Trinidad, situado a 530. La posición
fue dada por un avión explorador Tracker S-2E, quince minutos antes del
lanzamiento.
Al día siguiente la
Segunda Escuadrilla de Caza y Ataque preparó el traslado para la base
de Río Grande. Eran diez pilotos, ochenta y seis suboficiales de
distintas especialidades y cuatro soldados conscriptos. Tenían a
disposición cinco Super Étendard —aunque uno sería “canibalizado”
para usarse como repuesto— y cinco misiles Exocet. La delegación de
técnicos franceses se ofreció para viajar con ellos, pero Colombo les
agradeció el gesto. Se quedarían en la Base Espora.
La Argentina ahora contaba con su arma de guerra más poderosa. Solo faltaba saber si funcionaba.
El 4 de mayo, con el impacto del Exocet sobre el destructor Sheffield, comprobarían que sí.