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miércoles, 8 de enero de 2014

Guerra Hispano-Norteamericana: El desastre de Santiago de Cuba (1898)

Comunicado del combate naval de Santiago que el almirante don Pascual Cervera cursó al general en jefe y al Ministro de Marina


Alte. Pascual Cervera


Excmo. e Ilmo. Sr.:

En cumplimiento de las órdenes de V.E.I., con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la Escuadra que fue de mi mando, en la mañana del día 3 del corriente mes de julio.

Las instrucciones dadas para la salida eran las siguientes: El «Infanta María Teresa», buque de mi insignia, había de salir el primero, siguiendo sucesivamente el «Vizcaya», «Colón», «Oquendo» y destructores. Todos los barcos tenían todas sus calderas encendidas y con presión.

Al salir el «Teresa» empezaría el combate con el enemigo que estuvieran más a propósito, y los que le seguían procurarían dirigirse al oeste a toda fuerza de máquinas, tomando la cabeza el «Vizcaya». Los cazatorpederos habían de mantenerse, si podían, fuera del fuego, espiar un momento oportuno para obrar, si se presentaba, y tratar de escapar con su mayor andar, si el combate nos era desfavorable.



Mapa de la batalla y derrotero de los buques

Los buques salieron del puerto con una precisión tan grande, que sorprendió a nuestros enemigos, quienes nos han hecho muchos y muy entusiastas cumplimientos sobre el particular. Tan pronto como salió el «Teresa» rompió el fuego a las 9 h. 35 m., sobre un acorazado que estaba próximo, pero dirigiéndose a toda fuerza de máquina sobre el «Brooklyn», que se encontraba al SO. y que nos interesaba tratar de poner en condiciones de que no pudiera utilizar su posterior andar. Los demás buques empeñaron el combate con los otros enemigos que acudían de los diversos puntos donde estaban apostados. La Escuadra enemiga constaba aquel día de los siguientes buques frente a Santiago de Cuba: «New York», insignia del Contraalmirante Sampson; «Brooklyn», insignia del comodoro Schley; «lowa», «Oregón», «Indiana», «Texas» y varios buques menores, o mejor dicho, transatlánticos y yates armados. Realizada la salida se tomó el rumbo mandado, y el combate se generalizó con la desventaja, no sólo del número sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14 centímetros que conoce V.E.I. por el telegrama que le puse al quedar a sus órdenes. Para mí no era dudoso el éxito, por más que alguna vez creí que no sería tan rápida nuestra destrucción.


Crucero acorazado «Infanta María Teresa»

Al «Infanta María Teresa» un proyectil de los primeros le rompió un tubo de vapor auxiliar por el que se escapaba mucho, que nos hizo perder la velocidad con que se contaba; al mismo tiempo otro rompía un tubo de la red de contra incendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego del enemigo, y no tardó mucho en caer entre los heridos su valiente comandante, capitán de navío don Víctor M. Concas, que tuvo que retirarse y como las circunstancias no permitían perder un segundo, tomé por mí mismo el mando directo del buque esperando ocasión de que pudiera llamarse al segundo comandante, pero ésta no llegó, porque el combate arreciaba, los muertos y heridos caían sin cesar, y no había que pensar en otra cosa que en hacer fuego en tanto que se pudiera.

En tal situación, teníamos fuego en mi cámara, donde debieron hacer explosión algunos de los proyectiles que allí había para los cañones de 57 mm.; vinieron a participarme haberse prendido fuego al cangrejo de popa y caseta del puente de popa, al mismo tiempo que el incendio iniciado en mi cámara se corría al centro del buque con gran rapidez, y como no contábamos con agua, fue tomando cada vez más incremento siendo impotentes nosotros para atajarlo. Comprendí que el buque estaba perdido y pensé desde luego en donde lo vararía para perder menos vidas, pero continuando el combate en tanto fuera posible.

Desgraciadamente el fuego ganaba terreno con mucha rapidez y voracidad, por lo que envié uno de mis ayudantes con la orden de que se inundasen los pañoles de popa, encontrándose éste ser imposible penetrar en los callejones de las cámaras a causa del mucho humo y del vapor que salía por la escotilla de la máquina, donde también le fue absolutamente imposible penetrar, a causa de no permitir la respiración abrasadora de la atmósfera; por tanto fue necesario dirigirnos a una playita al 0. de Punta Cabrera, donde embarrancamos con la salida, al mismo tiempo que se nos paraba la máquina; era imposible subir municiones ni nada que exigiera ir bajo la cubierta acorazada, sobre todo a popa de las calderas, y en tal situación no había que pensar más que en salvar la parte que se pudiera de la tripulación, de cuya opinión fueron el segundo y tercer comandantes y los oficiales que se pudieron reunir, a los que consulté si creían que podía continuar el combate, contestando que no.

En tan penosa situación, habiendo empezado las explosiones parciales de los depósitos de las baterías, di orden de arriar la bandera e inundar todos los pañoles: la primera no pudo ejecutarse a causa del terrible incendio que había en la toldilla, habiéndose quemado al poco rato. Ya era tiempo: el fuego ganaba con mucha rapidez y apenas hubo el suficiente para abandonar el buque, cuando ya el fuego llegaba al puente, y eso ayudados por dos botes americanos que llegaron como tres cuartos de hora después de la embarrancada.

Entre los heridos están el teniente de navío don Antonio López Cerón y alférez de navío don Angel Carrasco, y faltan el capitán de Infantería de Marina don Higínio Rodríguez, al que creo mató un proyectil, el alférez de navío don Francisco Linares, el segundo médico don Julio Díaz del Río, el maquinista mayor de primera clase don Juan Montero y el de segunda don José Melgares, cuyo cadáver salió a la playa. El salvotaje se hizo tirándose al agua los que sabían nadar, intentando tres veces llevar una guía a tierra, lo que sólo se consiguió a última hora y ayudados por los dos botes americanos de que llevo hecha mención. Nosotros arriamos un bote que parecía bueno e inmediatamente se fue a pique, y se echó al agua un bote de vapor, que sólo pudo hacer un viaje, porque también se fue a pique por efecto de las averías que tenía, al intentar volver a bordo por segunda vez, quedando agarrados a él los tres o cuatro hombres que lo llevaban y que se salvaron unos a nado y otros los recogió un bote americano.

El comandante, ayudado por buenos nadadores, había ido a tierra; el segundo y tercero dirigían a bordo el embarco, y necesitándose dirección en tierra, cuando ya venían los botes americanos, yo me fui a nado, ayudado por dos cabos de mar llamados don Juan Llorca y Andrés Sequeiro y mi hijo ayudante, teniente de navío don Angel Cervera.

Concluido el desembarco de la gente, fui invitado por el oficial americano que mandaba los botes de seguirle a su buque, que era el yate armado «Gloucester», a donde fui acompañado de mi capitán de bandera herido, de mi hijo ayudante y del segundo del buque que fue el último que lo abandonó.

Durante este período, el aspecto del buque era imponente porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas.

Nada absolutamente creo que pueda salvarse del buque, y nosotros lo hemos perdido todo, llegando la inmensa mayoría absolutamente desnudos a la playa.

Pocos minutos después que el «Teresa» embarrancaba el «Oquendo» en una playa como a media legua al oeste de él, con un incendio parecido al suyo, y se perdieron de vista por el Oeste el «Vizcaya» y el «Colón», perseguidos por la escuadra enemiga. Según me ha manifestado el contador del «Oquendo», único oficial que está en el mismo buque que yo, la historia de este desgraciado buque y su heroica tripulación es la siguiente, que tal vez se rectifique algo, pero sólo en detalles, no en el fondo de los hechos:

El desigual y mortífero combate sostenido por este buque se hizo más desigual aún porque al poco tiempo de comenzado un proyectil enemigo entró en la torre de proa matando a todo el personal de ella, menos un artillero que quedó muy mal herido.

A la batería de 14 centímetros, barrida por el fuego enemigo desde el principio, sólo le quedaron dos cañones útiles, con los que continuó defendiéndose con una energía incomparable. También la torre de popa quedó sin su oficial comandante, muerto por un proyectil del enemigo que entró al abrir la puerta para poder respirar, porque se asfixiaban dentro. No conoce el Contador la historia de la batería de tiro rápido y sólo sabe que disparaba, seguramente, lo mismo que toda esta valiente tripulación. Hubo dos incendios: el primero, que se dominó, ocurrió en el sollado de proa, y el segundo, que se inició a popa, no se pudo dominar, porque ya no daban agua las bombas, quizá por las mismas causas que en el «Teresa».


Flota Americana previa al zarpado hacia Cuba (Filmación de Thomas Alba Edison)

USS Brooklyn


Los ascensores de municiones de 14 centímetros faltaron desde el principio, pero no faltaron municiones en la batería, mientras que pudo batirse, por los repuestos que, a prevención, se habían puesto en todos los buques. Cuando el valiente comandante del «Oquendo» vio que no podía dominar el incendio y no tenía ningún cañón en estado de servicio, fue cuando se decidió a embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos, menos los de popa, por si se acercaba algún buque enemigo, hasta que llegado el último extremo mandó arriar la bandera, minutos después que el «Teresa» y previa consulta a aquellos oficiales que estaban presentes. Los comandantes segundo y tercero y tres tenientes de navío habían ya muerto. El salvamento de los supervivientes fue organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de sus subordinados. Hicieron una balsa, arriaron dos lanchitas, únicas embarcaciones que les quedaban útiles, y últimamente fueron auxiliados por embarcaciones americanas, y según me dijo un insurrecto, a quien hablé en la playa, también les auxilió un bote que éstos tenían.

Sublime era el espectáculo que presentaban estos dos buques; las continuas explosiones que se sucedían sin cesar, no acobardaban a estos valientes, que han defendido sus buques hasta el punto de no haber podido ser hollados por la planta de ningún enemigo.

Cuando fui invitado por el oficial americano a seguirlo, según dije a V.E.I anteriormente, di instrucciones para el reembarco al tercer comandante don Juan Aznar, a quien no he vuelto a ver desde entonces. Al llegar al buque americano, que era el yate armado «Gloucester», encontré allí una veintena de heridos pertenecientes en su mayor parte a los cazatorpederos, los comandantes de éstos, tres oficiales del «Teresa», el Contador del «Oquendo» y nos reunimos entre todos hasta noventa y tres personas, pertenecientes a las dotaciones de la Escuadra.

El comandante y oficiales del yate nos recibieron con las mayores atenciones, esforzándose por atender a nuestras necesidades, que eran de todo género, porque llegamos absolutamente desnudos y hambrientos; me manifestó el comandante que como su buque era tan pequeño, no podía recibir aquella masa de gente, e iba a buscar un buque mayor que los embarcara. Los insurrectos, con quienes yo había hablado, me habían dicho que con ellos tenían unos 200 hombres entre los que había 5 ó 6 heridos, y me añadieron de parte de su jefe que si queríamos irnos con ellos les siguiéramos y nos auxiliarían con lo que ellos tenían, a lo que les contesté que dieran las gracias a su jefe y le dijeran que nosotros nos habíamos rendido a los americanos; pero que si tenían médico, les agradecería que curaran una porción de heridos que teníamos en la playa, algunos de ellos muy graves.

Al comandante del yate le comuniqué esta conversación con los insurrectos y le supliqué reclamara nuestra gente, lo que me prometió, enviando al efecto un destacamento con bandera. También envió algunos víveres de que tan necesitados estaban en la playa.

Seguimos después hacia el O. hasta encontrar el grueso de la Escuadra, de la que se destacó el crucero auxiliar «Paris», y nuestro yate siguió hasta frente a Cuba, donde recibió órdenes con arreglo a las que unos fuimos transbordados al «Iowa» y otros lo fueron a otros barcos.

Durante mi permanencia en el yate pedí a los comandantes de los cazatorpederos noticia de la suerte que les había cabido, teniendo el conocimiento de saber su triste fin.

De lo ocurrido al «Furor», puede V.E.I. enterarse detalladamente por la adjunta copia del parte de su comandante; en él encontró una muerte gloriosa el capitán de navío don Fernando Villaamil, y el número de bajas acredita cómo se ha conducido este pequeño buque cuyo comandante también fue herido levemente.

Cuando llegué al «Iowa», donde fui recibido con toda clase de honores y consideraciones, tuve el consuelo de ver en el portalón al bizarro comandante del «Vizcaya», que salió a recibirme con su espada ceñida porque el comandante del «Iowa» no quiso que se desprendiera de ella en testimonio de su brillante defensa. Adjunta es también copia del parte que me ha producido, por el cual vendrá V.E.I. en conocimiento de esta historia tan parecida a la de sus hermanos «Teresa» y «Oquendo», lo que prueba que los mismos defectos han producido las mismas desgracias, habiendo sido todo cuestión de tiempo.

En el «Iowa» estuve hasta las cuatro de la tarde, en que fui trasbordado al «San Luis», donde encontré al general segundo jefe y comandante del «Colón».

Cuando estando aún en el «Iowa» se incorporó el almirante Sampson, le pedí permiso para telegrafiar a V.E.I., haciéndolo en los Siguientes términos:


«En cumplimiento de las órdenes de V. E., salí ayer mañana de Cuba con toda la Escuadra, y después de un combate desigual contra fuerzas más que triples de las mías, toda mi Escuadra quedó destruida, incendiados y embarrancados el "Teresa", "Oquendo" y "Vizcaya"; el "Colón", según informes de los americanos, embarrancado y rendido; los cazatorpederos a pique. Ignoro aún las pérdidas de gente, pero seguramente sumen más de 600 muertos y muchos heridos, aunque no en tan grande proporción. Los vivos somos prisioneros de los americanos. La gente toda rayando a una altura que ha merecido los plácemes más entusiastas de los enemigos. Al comandante del "Vizcaya" le dejaron su espada. Estoy muy agradecido a la generosidad e hidalguía con que nos tratan. Entre los muertos está Villaamil y creo que Lazaga; entre los heridos, Concas y Eulate. Hemos perdido todo y necesitaré fondos. - Cervera. - 4 de junio de 1898.»
En cuyo, telegrama hay que rectificar la suerte del «Plutón», que no fue echado a pique, sino que, sin poderse sostener a flote, consiguió embarrancar como V.E.I. verá en el parte de su bizarro comandante.


Arriba: El acorazado Vizcaya previo a la batalla, en una visita de cortesía al puerto de New York. Abajo: Los restos del crucero acorazado "Vizcaya" fotografiados por W.H. Hearts 




Réstame decir a V.E.I., para completar los rasgos característicos de esta lúgubre jornada, que nuestros enemigos se han conducido y se conducen actualmente con nosotros con una hidalguía y delicadeza que no cabe más; no sólo nos han vestido como han podido, sino que han suprimido la mayor parte de los «hurras» por respeto a nuestra amargura; hemos sido y somos objeto de entusiastas felicitaciones por nuestra actuación, y todos, a porfía, se han esmerado en hacernos nuestro cautiverio lo más llevadero posible.

En resumen: la jornada del 3 ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto; el número de muertos es, sin embargo, menor del que yo temía; la Patria ha sido defendida con honor y la satisfacción del deber cumplido dejan nuestras conciencias tranquilas, con sólo la amargura de lamentar lo pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de 1a Patria.

Foto del Infanta Teresa tomadas por Caspar F. Goodrich y Richmond P. Hobson momentos antes de subir al buque para inspeccionarlo

También acompaño a V.E.I. relación de los jefes, oficiales y guardias marinas muertos, heridos, contusionados y desaparecidos y otra de los heridos no oficiales que hay en este buque; la gran masa de heridos está a bordo del buque hospital, que es el vapor «Solace».

Como comprendo que V.E.I. tendrá dificultades para transmitir esta comunicación, me permito enviarle un traslado al Excmo. Sr. Ministro de Marina.

Dios guarde a V.E.I. muchos años.

En la mar, a bordo del «San Luis», 9 de julio de 1898.

Firmado: Pascual Cervera.


sábado, 7 de diciembre de 2013

Tácticas navales: Cruzar la T

Maniobras navales: Cruzar la T 


 
En esta animación, el barco cerca de la cima está cruzando la "T" de la nave en la parte inferior. Nótese como las torretas verdes son las habilitadas para el disparo, siendo la potencia de fuego el doble que la nave cruzada 

Cruzar la T o Tapar la T es una táctica clásica de la guerra naval intentada desde del siglo 19 hacia mediados del 20, en el que una línea de buques de guerra cruzaba por delante de una línea de naves enemigas, lo que permitía cruzar la línea para poner todas sus armas para recibir sólo el fuego de las armas frontales del enemigo. Sólo era posible traer a todos de las armas principales de un buque a finales del siglo XIX y XX con la llegada de barcos de guerra a vapor con torretas giratorias, que fueron capaces de moverse más rápido y girar más rápido que los barcos de vela, que tenían cañones fijos a los costados. La táctica se volvió obsoleto con el lanzamiento de misiles y ataques de aviones de largo alcance que no son dependientes de la dirección de los barcos se enfrentan. 

Tácticas 
Cuando iban a la batalla, los buques tomarían una formación de batalla llamada "línea de batalla", en los que un buque seguía a otro en una o más líneas paralelas. Esto permitía a los buques dispara arcos más amplios sin lanzar salvas por encima de buques amigos. Cada buque en la línea general enfrentaban directamente a su homólogo en la línea de batalla enemigo. 

 
Los barcos azules están cruzando la T de los buques de color rojo 

A todo vapor con el enemigo a un lado (al cruzar la T) habilitaba a una nave a lanzar salvas al mismo objetivo con torretas, tanto el delantero y trasero, maximizando las posibilidades de un impacto. También hacía de error de distancia sea menos crítica para la nave haciendo el cruce, al mismo tiempo hacía más crítico dicho error para el barco que era cruzado. En términos militares, lo que se conoce como el fuego enfilado. La táctica, diseñado para barcos de guerra fuertemente armados y blindados, fue utilizado con diversos grados de éxito con más cruceros ligeros con armamento ligero y cruceros pesados. 
Los avances en la fabricación de armas y sistemas de control de tiro permitieron los compromisos cada vez de más largo alcance, de aproximadamente 6.000 yardas (5.500 m) en la Batalla de Tsushima en 1905 a 20.000 metros (18.000 m) en la Batalla de Jutlandia en 1916. La introducción de la pólvora de color marrón, que se quema menos rápido que la pólvora negra, permitió cañones más largos, lo que permitió una mayor precisión, y dado que se expandía de forma menos acentuada que la pólvora negra, ponía menos presión en el interior del cañón, permitiendo que las armas a durar más tiempo y debían construirse con tolerancias más estrechas. La adición de radar permite II Guerra Mundial, los buques de fuego más, con mayor precisión, y por la noche. 


Batallas 
Las batallas más notables en los que los buques de guerra cruzaron la T incluyen: 
- Batalla de Lissa (1866) - Los austriacos permitieron a la flota italiana cruzar su T con el fin de conseguir que entraran dentro de una distancia de embestida.

 
- Batalla de Tsushima (1905) - El Almirante japonés Togo, por el uso de las comunicaciones inalámbricas y el despliegue adecuado del reconocimiento había colocado su flota de tal manera que se provoque la flota rusa a la guerra, "independientemente de la velocidad." [1] Togo conserva para sí las líneas interiores de circulación, mientras que obliga a las líneas largas de movimiento a su oponente, que por supuesto siempre el almirante ruso debe tomar, y por su posicionamiento seleccionado tuvo el efecto de "alejar las bandas laterales de los barcos rusos cada vez más fuera de acción. "[2]" Él lo había dirigido a él "[3] (a cruzar la T). El almirante ruso, más que retirarse o rendirse, no tuvo otra opción (s) que no sea "cargar a la línea de batalla de Togo " o "aceptar una batalla formal." [4] Almirante Zinovy Rozhestvensky eligió la segunda opción, dando como resultado su derrota total en la historia naval de acción de la flota sólo decisiva, librada exclusivamente por barcos de guerra modernos.

 
- Batalla de Elli (1912) - El Almirante Pavlos Kountouriotis a bordo del crucero griego Georgios Averof a una velocidad de 20 nudos cruzado la T de la flota turca el 13 de diciembre de 1912. El Averof concentra su fuego contra el buque insignia otomano, obligando a los turcos a retirarse. 
- Batalla de Jutlandia (1916) - El Almirante Sir John Jellicoe, líder de la Flota de Gran Bretaña, fue capaz de cruzar la T dos veces contra la flotas de alta mar alemana, pero la flota alemana en ambas ocasiones logró escaparse haciendo marcha atrás ayudada por la poca visibilidad. Aunque la Flota de Alta Mar se hizo estratégicamente impotente, no queriendo hacer frente a la Gran Flota de nuevo, los británicos fueron incapaces de obtener el aplastamiento con un "Segundo Trafalgar" que habían tanto deseado. Jutlandia se refiere a veces como la Batalla de oportunidades perdidas.

 
- Batalla de Cabo Esperanza (1942) - Primera victoria naval de combate de Estados Unidos (EE.UU.) durante la noche contra los japoneses cuando una fuerza de cruceros y destructores de EE.UU. al mando de Norman Scott cruzaron la T de una fuerza de crucero y destructores en Aritomo Gotō. Las fuerzas de Gotō se acercaba a Guadalcanal el 11 de octubre de 1942 a bombardear Henderson Field en apoyo de una misión de refuerzo del Tokio Express, cuando fueron sorprendidos y derrotados por la fuerza de Scott en una confusa batalla nocturna. 
- Batalla del Estrecho de Surigao (1944) - La última vez que cruzó la línea de batalla en T, este compromiso se llevó a cabo durante la Batalla del Golfo de Leyte, en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial. Temprano el 25 de octubre de 1944, el almirante Jesse B. Oldendorf guardaba la entrada sur del Golfo de Leyte en el extremo norte del Estrecho de Surigao. Mandó una línea de seis buques de guerra (West Virginia, Tennessee, California, Maryland, Pennsylvania, y Mississippi), flanqueado por numerosos cruceros pesados y ligeros. Una fuerza más pequeña japonés bajo el vicealmirante Shoji Nishimura concurrió al estrecho, consciente de la formidable fuerza de la fuerza de tareas estadounidense, pero no obstante, intentaron presionar. La mitad de la flota de Nishimura fue eliminado por el destructor de los estadounidenses torpedos, pero el almirante japonés continuó con sus naves restantes. Los acorazados de Oldendorf estaban dispuestos en una línea, y que desató su potencia de fuego dirigida por radar a los buques japoneses, quienes devolvieron el fuego de manera ineficaz debido a la falta de control de tiro por radar y a daños en la batalla anterior. Nishimura se hundió con su barco. Esta fue la última vez que la "T" se cruzó en un enfrentamiento entre barcos de guerra, y la última ocasión fue la historia en la que los acorazados se enfrentaron entre sí. 


Véase también 

Rastrillar el fuego 
Enfilada y desenfilada 

Referencias 

1. Mahan p. 456 
2. Mahan p. 450 
3. Mahan p. 456 
4. Mahan p. 458 

-Mahan, Alfred Thayer (1906). Reflections, Historic and Other, Suggested By The Battle Of The Japan Sea. By Captain A. T. Mahan, US Navy. US Naval Institute Proceedings magazine, (Article) Junio de 1906, Volumen XXXVI, No. 2, Heritage Collection. 
-Morison, Adm. Samuel Eliot. History of Naval Operations in World War II. 
-Larrabee, Eric. Commander-in-Chief: Franklin D. Roosevelt, His Lieutenants and Their War.

Wikipedia