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jueves, 10 de octubre de 2024

Análisis: ¿Por qué evitamos la guerra en el Beagle y aceptamos Malvinas?

El juego de la gallina en las crisis del Beagle y Malvinas




En su exhaustivo análisis titulado “Predicting the Probability of War During Brinkmanship Crises: The Beagle and the Malvinas Conflicts” (haga clic aquí), Alejandro Luis Corbacho explora una cuestión intrigante en la historia reciente de Argentina: ¿por qué el país evitó la guerra con Chile en el conflicto del canal de Beagle, pero eligió confrontar militarmente a Gran Bretaña en el conflicto de las islas Malvinas? El trabajo de Corbacho ofrece una respuesta innovadora a esta pregunta al enfocarse en cómo las presiones políticas internas y las dinámicas de supervivencia del régimen autoritario argentino influyeron en las decisiones de los líderes.

El concepto central que guía el análisis de Corbacho es el brinkmanship o "juego de la gallina", una estrategia de riesgo en la que un país desafía los compromisos de otro con la esperanza de que retroceda para evitar la guerra. Según la teoría clásica, desarrollada por el politólogo Richard Ned Lebow, las guerras en este tipo de crisis surgen principalmente de percepciones erróneas: un país malinterpreta la resolución de su adversario y actúa bajo el supuesto de que éste cederá ante la amenaza de conflicto. Sin embargo, Corbacho introduce una perspectiva diferente. En su análisis, argumenta que en algunos casos, como en el de las Malvinas, no fue la mala interpretación de la disposición británica a defender las islas lo que llevó a la guerra, sino las presiones internas dentro de Argentina. Estas presiones impulsaron a la junta militar a arriesgar una confrontación con un poder superior como parte de un desesperado intento por mantener su control en medio de una crisis política interna.


 

Un análisis comparativo de las crisis

Para abordar esta cuestión, Corbacho utiliza una metodología comparativa, examinando dos crisis que involucraron a Argentina durante el régimen militar: el conflicto del canal de Beagle con Chile en 1978 y el conflicto de las islas Malvinas con Gran Bretaña en 1982. Aunque ambos eventos tuvieron similitudes superficiales —ambas fueron crisis de brinkmanship, y ambas involucraron disputas territoriales históricas—, los resultados fueron marcadamente diferentes. Mientras que la crisis del Beagle fue resuelta pacíficamente, el conflicto de las Malvinas resultó en una guerra devastadora para Argentina. A través de un análisis detallado de estos dos casos, Corbacho busca entender qué factores llevaron a estos resultados tan distintos.

Las diferencias internas que marcaron otro resultado 

El estudio de Corbacho revela que el contexto político interno fue fundamental para determinar el desenlace de ambas crisis. En 1978, durante la crisis del Beagle, la junta militar argentina estaba bajo presiones, pero no enfrentaba una amenaza existencial tan severa como la que experimentaría cuatro años más tarde. Aunque había tensiones con Chile por el control de las islas del canal de Beagle, la dictadura militar contaba con una relativa estabilidad interna, lo que permitió a sus líderes actuar con mayor cautela. Además, la diplomacia internacional —particularmente la intervención del Papa Juan Pablo II, quien ofreció su mediación— proporcionó una salida viable para evitar el conflicto armado sin que los líderes argentinos perdieran legitimidad o poder.


En cambio, el contexto del conflicto de las Malvinas fue completamente diferente. Para 1982, el régimen militar argentino estaba profundamente debilitado. La economía del país estaba en declive, y el gobierno enfrentaba una creciente oposición interna. La junta militar, encabezada por el general Leopoldo Galtieri, necesitaba desesperadamente una victoria que pudiera restaurar su legitimidad y sofocar las crecientes críticas. Según Corbacho, la decisión de invadir las Malvinas fue vista por los militares argentinos como una operación de “rescate del régimen”, un intento de unificar a la nación en torno a una causa nacionalista y consolidar el apoyo popular en un momento de crisis interna.

El brinkmanship y las decisiones de guerra

Uno de los puntos clave del análisis de Corbacho es que, aunque la teoría de Lebow sobre el brinkmanship enfatiza la importancia de las percepciones erróneas del adversario, esta no puede explicar completamente por qué Argentina eligió enfrentar a un enemigo mucho más poderoso en el caso de las Malvinas. Si bien es cierto que los líderes argentinos subestimaron la resolución británica y malinterpretaron la probable respuesta de Estados Unidos, el factor determinante fue la presión política interna. En otras palabras, la junta militar no podía permitirse retroceder, independientemente de las señales que pudiera haber recibido de que Gran Bretaña no cedería fácilmente. La guerra se convirtió en la única opción viable para mantener su control sobre el país.

Este análisis se ve reforzado cuando se compara con el manejo de la crisis del Beagle. En ese conflicto, aunque había facciones dentro de la junta que favorecían una acción militar contra Chile, las presiones internas no eran tan agudas. Esto dio margen para la negociación y permitió que la intervención de terceros, como el Papa, influyera en el resultado. Según Corbacho, en el caso del Beagle, los líderes argentinos tenían más flexibilidad para maniobrar sin perder su posición de poder, lo que les permitió aceptar una solución diplomática en lugar de una confrontación militar.

 

Conclusiones

El trabajo de Corbacho ofrece varias conclusiones importantes para entender cómo y por qué Argentina actuó de manera tan diferente en estas dos crisis internacionales:

  1. Las presiones internas pueden ser más decisivas que las percepciones erróneas del adversario. Si bien la teoría del brinkmanship se centra en la mala interpretación de las intenciones del otro, Corbacho demuestra que en el caso de las Malvinas, la junta militar argentina estaba motivada principalmente por la necesidad de consolidar su poder frente a una amenaza interna. En ese contexto, las percepciones sobre la respuesta británica eran secundarias ante la urgencia de restaurar la legitimidad del régimen.

  2. La mediación internacional puede ser efectiva cuando las presiones internas no son abrumadoras. En el caso del Beagle, la intervención del Papa Juan Pablo II y el apoyo de la comunidad internacional proporcionaron una salida pacífica. Esto fue posible porque la junta militar aún tenía margen de maniobra política interna. En cambio, en el conflicto de las Malvinas, no hubo tal margen, y la guerra se volvió inevitable.

  3. La guerra de las Malvinas fue, en gran medida, un último recurso político. Corbacho sostiene que la decisión de invadir las Malvinas no fue simplemente un error de cálculo estratégico, sino una respuesta desesperada a una crisis política interna que amenazaba con desmoronar al régimen. La junta no vio otra opción viable para mantenerse en el poder.

  4. El papel de las potencias externas fue decisivo, pero limitado. En ambos conflictos, las potencias internacionales, especialmente Estados Unidos y el Vaticano, jugaron papeles importantes. Sin embargo, su capacidad para influir en los eventos estuvo limitada por la situación interna de Argentina. En el caso del Beagle, la presión internacional ayudó a evitar una guerra. En el caso de las Malvinas, los intentos de mediación de Estados Unidos fueron insuficientes para disuadir a los líderes argentinos, que ya habían decidido que la guerra era su única opción.

Lecciones para futuras crisis internacionales

El análisis de Corbacho tiene implicaciones más amplias para el estudio de las crisis internacionales y la política exterior. Una de las principales lecciones es que, en las crisis de brinkmanship, las decisiones de guerra no siempre se basan en percepciones erróneas sobre el adversario, sino que pueden estar profundamente influenciadas por factores políticos internos. Cuando los líderes enfrentan amenazas a su supervivencia política, pueden verse obligados a adoptar políticas arriesgadas, incluso si reconocen que es probable que el adversario no retroceda.

Además, el estudio destaca la importancia de la intervención diplomática en la resolución de crisis. En el caso del Beagle, la intervención del Papa fue crucial para evitar una guerra. Sin embargo, como muestra el caso de las Malvinas, la diplomacia solo puede tener éxito cuando las condiciones internas permiten a los líderes aceptar una solución negociada.

Finalmente, el trabajo de Corbacho ofrece una perspectiva valiosa sobre cómo las dictaduras militares pueden utilizar los conflictos externos como una estrategia de supervivencia política. En un contexto donde el poder del régimen está en declive, la guerra puede ser vista como una forma de restaurar la legitimidad y consolidar el apoyo interno, independientemente de las consecuencias a largo plazo.

En conclusión, el análisis de Corbacho proporciona una comprensión profunda de los conflictos de las Malvinas y el Beagle, y ofrece lecciones importantes para el estudio de las crisis internacionales. Al destacar el papel crucial de las presiones internas y la dinámica política, este trabajo desafía las explicaciones convencionales centradas en la percepción errónea del adversario y sugiere que, en algunos casos, la guerra es el resultado inevitable de un régimen en crisis.

jueves, 25 de abril de 2024

Argentina: Perón inicia la debacle argentina



Juan Perón de Argentina: Su encubrimiento de criminales de guerra nazis no trajo los beneficios que esperaba para su país



Ian Harvey || The Vintage News


A mediados del siglo XX , la nación sudamericana de Argentina fue gobernada por el carismático Juan Domingo Perón, quien era tan popular entre los argentinos que lo eligieron presidente por tres mandatos. Perón había dirigido la nación durante dos mandatos consecutivos, de 1946 a 1955, cuando fue derrocado por un golpe de Estado ; fue reelegido en 1973 y se desempeñó como presidente hasta su muerte en 1974.

La esposa de Perón, Eva, se convirtió en un ícono nacional durante su primera presidencia al defender los derechos de los trabajadores y las mujeres. Después de su temprana muerte por cáncer de cuello uterino en 1952, la historia de vida de Eva quedó inmortalizada en el popular musical y película Evita, cuyo apodo se usó como título. A pesar del poderoso legado de su esposa y su propia habilidad como líder, hubo aspectos de la presidencia de Perón que fueron preocupantes, el más notable fue cómo apoyó a los criminales de la Segunda Guerra Mundial que huían. Nazis infames como Adolf Eichmann y Josef Mengele fueron admitidos, incluso bienvenidos, en Argentina. Comprender por qué Perón permitió esto requiere un examen de la historia de Argentina antes y durante la Segunda Guerra Mundial, las propias creencias políticas de Perón y otros factores importantes, como el antisemitismo generalizado del país.




Presidente Juan Domingo Perón, tomada en 1973, luego alentar a la guerrilla izquierda para que aterrorizara el país y de crear el terrorismo de derecha para que acabase con la primera. Archivo General de la Nación

Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Argentina tenía vínculos de larga data con España, Italia y Alemania, países que luego se unirían como las potencias del Eje. Argentina había sido colonizada por España, el idioma oficial del país es el español, y durante décadas inmigrantes de Alemania e Italia poblaron el país. Juan Perón incluso había servido como oficial militar adjunto en Italia durante los años de guerra de 1939 a 1941, y admiraba mucho al líder fascista italiano Benito Mussolini.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Argentina era técnicamente neutral, pero había un gran apoyo a las potencias del Eje en todo el país, no solo por los lazos históricos y ancestrales de la nación con los países del Eje, sino también por su flagrante antisemitismo. La pequeña población judía de Argentina, que contribuyó mucho a la economía de la nación, estaba siendo perseguida por los no judíos incluso antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Argentina rechazó la inmigración judía al país durante los pogromos nazis, y el ministro de Inmigración de Perón, Sebastián Peralta, no hizo ningún esfuerzo por ocultar sus propias creencias antisemitas. Sin embargo, a veces se permitía la entrada a judíos europeos con los medios apropiados para sobornar a los burócratas o con las conexiones adecuadas en el gobierno argentino.

El país apoyó la causa del Eje de la manera más activa posible, y Argentina se llenó de agentes nazis, mientras que oficiales y espías argentinos vagaban por Alemania, Italia y partes de la Europa ocupada. Argentina compró armas a Alemania por temor a las hostilidades con Brasil, que apoyó a los países aliados en la guerra. A cambio, Alemania prometió importantes concesiones comerciales a Argentina una vez que terminara la guerra.

Argentina también usó su estatus neutral para fomentar acuerdos de paz entre el Eje y las fuerzas aliadas. Bajo la presión de los Estados Unidos, rompió lazos con Alemania en 1944, uniéndose a los Aliados en 1945 un mes antes de que terminara la guerra y cuando la derrota de Alemania era segura. Mientras la percepción pública era que Argentina estaba haciendo lo correcto, Juan Perón les dijo en privado a sus conocidos alemanes que todo era pura apariencia. A la mayoría de los argentinos les entristeció que Alemania se rindiera en 1945, lo que hizo que los nazis fugitivos buscaran asilo en un ambiente acogedor.


Deshonra para el uniforme militar: Perón luce su estúpida sonrisa, tomando café.

El propio Perón creía que estaba ayudando a sus asociados y ayudó activamente a los nazis que huían a Argentina. Se enviaron agentes a Europa para proporcionar a los fugitivos dinero, documentos y arreglos para viajar al país. A nadie se le negó, por horribles que fueran sus crímenes de guerra, y se instalaron en Argentina con dinero y trabajo. Perón se reunió personalmente con muchos de ellos.

En los confusos años de la posguerra, Perón creía firmemente que estos hombres serían útiles. Mucha gente creía que la Unión Soviética era una amenaza mucho mayor que Alemania; algunos incluso pensaron que durante la guerra Estados Unidos debería aliarse con Alemania contra la Unión Soviética y su sistema de comunismo.

Perón también lo creía; al final de la Segunda Guerra Mundial, predijo que estallaría una tercera guerra mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a más tardar en 1949. Su plan era que Argentina se convirtiera en un importante país neutral en una "tercera posición"; no afiliada ni al capitalismo ni al comunismo, la Argentina podría ser el país que compense el equilibrio entre un sistema u otro. Los ex nazis serían valiosos en tal escenario, ya que eran soldados altamente capacitados con un odio profundamente arraigado hacia el comunismo.



El presidente Perón en su desfile inaugural de 1946, el inicio de la debacle argentina.

Perón continuó su apoyo a Alemania a lo largo de su presidencia, expresando su enojo por los notorios Juicios de Nuremberg, que responsabilizaron a ex nazis de alto rango por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. También trabajó con la Iglesia Católica para lograr la amnistía para los nazis refugiados en Argentina.

Luego del golpe de Estado que puso fin a su presidencia en 1955, Perón se exilió y no regresó a la Argentina hasta casi 20 años después. Los nazis que había protegido Perón estaban alarmados por el cambio de liderazgo, pero tenían otras razones para estar preocupados. Los agentes del Mossad del país recién formado de Israel estaban cazando criminales de guerra nazis con ganas de venganza. En 1960, el ex nazi Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, fue capturado en Buenos Aires por agentes del Mossad y llevado a Israel para ser juzgado. La denuncia del gobierno argentino ante Naciones Unidas por el asunto no llegó a ningún lado.


El dictador Perón (derecha) firma la nacionalización de los ferrocarriles británicos bajo la mirada del embajador Sir Reginald Leeper, marzo de 1948. Se pagó por unos ferrocarriles cuya concesión vencían en un año y los mismos se hubiesen devueltos sin pagar nada.

En los años siguientes, Argentina comenzó a extraditar a algunos de sus criminales de guerra nazis a Alemania para enfrentar la justicia, incluidos Gerhard Bohne, Erich Priebke y Josef Schwammberger. Uno de los criminales de guerra nazis más infames que se escondió en Argentina fue Josef Mengele, el médico de Auschwitz que realizó horribles experimentos médicos con los prisioneros.

En lugar de enfrentarse a la captura, huyó de Argentina a Brasil, donde permaneció oculto hasta su muerte en 1979. Otros fugitivos nazis en Argentina también huyeron en busca de refugio en los países sudamericanos cercanos. Los que se quedaron y nunca fueron descubiertos se mezclaron con las comunidades alemanas de Argentina y mantuvieron la boca cerrada sobre su pasado. Se convirtieron en miembros discretamente productivos de la sociedad argentina, informó About Education.


Culto a la personalidad. Como dictador, Perón se interesó activamente en el desarrollo del deporte en Argentina, organizando eventos internacionales y patrocinando a atletas como el gran boxeador José María Gatica (izquierda).

A Argentina no le ayudó proteger a los criminales de guerra nazis de la manera que Perón esperaba. En cambio, su reputación mundial se vio empañada a medida que más personas se dieron cuenta de que Argentina no solo había albergado a nazis fugitivos, sino que los había reclutado activamente.

A pesar de la popularidad entre los argentinos que lo llevó a su reelección en 1973, el legado de Juan Perón también se ve empañado por sus acciones y decisiones políticas de la posguerra.

lunes, 23 de enero de 2023

Lecciones de las relaciones cívico-militares en Latinoamérica

Lecciones cívico-militares de América Latina

 



El 1 de junio, el presidente Donald Trump le pidió a la Guardia Nacional que lo protegiera de los manifestantes pacíficos mientras caminaba desde la Casa Blanca hasta la Iglesia Episcopal de St. John. Lo acompañaba, con uniforme completo de batalla, el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto. La imagen del presidente y su general de mayor rango caminando por el Parque Lafayette mientras la policía lanzaba gases lacrimógenos en las cercanías suscitó considerables críticas , e incluso dio a algunos observadores la impresión de una nación en guerra . Sin embargo, 10 días después de las protestas afuera de la Casa Blanca, Milley se disculpó por lo que admitió fue una apariencia inapropiada que sugería el uso politizado de las fuerzas armadas. Sucintamente, el general admitió: " No debería haber estado allí ".

El año pasado en Chile sucedió algo similar. En octubre de 2019, en medio de protestas nacionales sin precedentes contra la desigualdad y las medidas de austeridad , el presidente Sebastián Piñera describió a su nación como una nación en guerra , respaldada por su jefe del ejército, el general Raúl Iturriaga. Pero al día siguiente, Iturriaga dijo a los periodistas : “No estoy en guerra con nadie”. La declaración de Iturriaga aclaró la posición militar de que los manifestantes no eran combatientes enemigos, socavando de inmediato la retórica de Piñera y forzando el desarrollo de planes que minimizarían el contacto entre las tropas y los manifestantes.



Milley e Iturriaga muestran que los comandantes militares pueden ser audaces y públicos al disentir de las órdenes que ponen en peligro el profesionalismo militar y los derechos humanos. En toda América Latina contemporánea, una región con un historial de golpes militares , guerras sucias y disturbios entre civiles y militares , los militares pueden disentir públicamente mientras protegen los estándares profesionales y previenen el retroceso democrático . De hecho, en casos recientes de esa región, los militares impidieron encuentros letales entre tropas y ciudadanos, salvando vidas en el proceso.

La historia de las relaciones cívico-militares en los Estados Unidos y América Latina son muy diferentes. No obstante, América Latina ofrece lecciones sobre cómo deben responder las fuerzas armadas cuando se ven envueltas en operaciones internas que podrían dañar el carácter no partidista de las fuerzas armadas y poner en peligro las libertades civiles. Incluso en los últimos años, las fuerzas armadas de Chile, Ecuador, Colombia y Brasil han demostrado que las fuerzas armadas pueden aclarar sus propias restricciones legales para corregir la peligrosa retórica civil; modificar órdenes para minimizar la represión; hacer sonar el silbato sobre malversación oculta; y reprender públicamente los esfuerzos por arrastrar a su institución a la política partidista. Las fuerzas armadas de los EE. UU. deben tener cuidado de ejercer juiciosamente la disidencia pública, usarlo solo en los casos en que cumplir con órdenes peligrosas es una amenaza mayor para los derechos humanos y la democracia que disentir públicamente. Si es posible, sería prudente alertar al Congreso, preservando o incluso fortaleciendo la supremacía civil.

Si los oficiales de América Latina pueden disentir públicamente de los líderes civiles en casos extremos, y hacerlo sin dañar la supremacía civil, los oficiales en los Estados Unidos y en otros lugares ciertamente pueden hacer lo mismo cuando enfrentan un desafío similar.

Chile: Aclaración de Pedidos

Cuando los presidentes describen a los ciudadanos como combatientes enemigos, los militares pueden aclarar rápidamente sus limitaciones y posiciones legales para oponerse a caracterizaciones erróneas peligrosas y engañosas. Evidencia reciente de Chile muestra que cuando las palabras de un líder preparan potencialmente el escenario para la represión militar, los comandantes militares pueden disentir justificadamente. Pueden aclarar rápidamente que los que están en las calles son ciudadanos que ejercen sus derechos humanos, tal como está consagrado en la constitución que los militares juraron defender. Si pueden hacerlo sin socavar la autoridad civil en un país donde el recuerdo de una dictadura militar sigue vivo, ciertamente pueden hacerlo en los Estados Unidos.

En octubre de 2019, estallaron enormes manifestaciones a nivel nacional en todo Chile. Piñera declaró en un primer momento que su país estaba “ en guerra con un enemigo poderoso ” y ordenó a decenas de miles de policías y soldados salir a las calles contra los “delincuentes”. Este tipo de retórica, que recuerda a las posturas públicas del ex dictador chileno Augusto Pinochet , podría haber sido una luz verde para que las fuerzas armadas acabaran violentamente con las manifestaciones. Pero Iturriaga pronto aclaró que Chile no estaba en guerra con sus propios ciudadanos. Esta aclaración llevó al ministro civil de Defensa de Chile, Alberto Espina, a instruir a sus comandantes a mantener la calma y no disparar contra los manifestantes. Con pocas excepciones, los soldados cumplieron con esas órdenes. NumerosoOcurrieron abusos a los derechos humanos , pero la mayoría fueron a manos de la policía , no de los soldados. En particular, la aclaración del general no generó ningún poder político para las fuerzas armadas. En todo caso, la participación militar solo dañó la reputación de la institución.

Cuando se les presentó una situación en la que la violencia contra los manifestantes era más probable, ¿deberían los líderes militares estadounidenses haber reaccionado de manera similar? Al igual que Piñera, Trump usó un lenguaje belicoso al describir a los manifestantes como “matones” y “terroristas ”, retórica que podría haber envalentonado a los soldados para justificar y usar la violencia. El presidente advirtió al gobernador de Minnesota que si él no podía restablecer el orden lo harían los militares, y agregó: “Cualquier dificultad y asumiremos el control pero, cuando empiecen los saqueos, empezarán los tiroteos ”.

Los oficiales en servicio activo deberían haber rechazado la retórica de Trump, pero no lo hicieron. En cambio, Milley permaneció en silencio. Le tomó 10 días disculparse por aparecer en uniforme junto al presidente en el Parque Lafayette. Además, Milley se negó a testificar ante el Congreso, la única otra institución civil que podría haber controlado el abuso ejecutivo. Su disculpa fue bienvenida, pero llegó demasiado tarde y, lo que es más importante, su silencio inicial sugería complicidad .

Ecuador: Modificación de Órdenes

Los comandantes militares pueden modificar las órdenes presidenciales una vez desplegadas para evitar confrontaciones peligrosas con manifestantes pacíficos y sin socavar el control civil. Ecuador ofrece un excelente ejemplo de esta táctica. En el pasado, ese país ha sido víctima de intervenciones militares . En ocasiones, se sabe que los soldados se unen a los manifestantes indígenas para derrocar a los presidentes . Sin embargo, las fuerzas armadas ecuatorianas de hoy han emprendido una forma de disidencia que no ha socavado el control civil ni la democracia, y que ha evitado víctimas civiles.

Frente a las protestas de grupos indígenas en todo Ecuador en octubre de 2019, el presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, ordenó a las fuerzas armadas que restablecieran el orden. El ministro de Defensa, general retirado Oswaldo Jarrín, interpretó al presidente en el sentido de que las tropas tenían licencia para usar todas las medidas necesarias para reprimir manifestaciones . Los militares se desplegaron en las calles de la ciudad, pero en lugar de seguir ciegamente las órdenes , revisaron las tácticas y tomaron posiciones de retaguardia para evitar colisiones frontales con los manifestantes. El comandante del Ejército, general Javier Pérez, quien encabezó el operativo, declaró que si el ejército hubiera recurrido a la fuerza, los soldados “estarían recuperando bolsas para cadáveres, y esa no es su misión”. Estas acciones no le han valido a los militares ninguna influencia política., ni socavaron la supremacía civil. De hecho, el presidente relevó a Pérez de sus funciones y transfirió su mando a otro general, aunque se produjo sin contratiempos y sin represalias militares, afirmando que el control civil se mantuvo intacto.

Aproximadamente 5000 miembros de la Guardia Nacional estaban desplegados en Washington, DC, cuando el presidente caminó hacia la iglesia de St. John. Los guardias despejaron el paso del presidente mientras la policía del parque golpeaba a los manifestantes no violentos con porras y gases lacrimógenos . Los comandantes del ejército presionaron a los guardias para que actuaran agresivamente, mientras que Milley les hizo un llamado personal, ambos con la intención de disuadir al presidente de desplegar la 82 División Aerotransportada. El general y sus compañeros comandantes podrían haber seguido el ejemplo ecuatoriano, revisando las tácticas de la Guardia Nacional para alejarlos del contacto directo con los manifestantes y ordenar una mayor moderación. Esto habría sido de conformidad con las propias reglas de enfrentamiento de la Guardia Nacional y el Ejército.que aconsejan a las tropas responder en proporción a la “amenaza” encontrada, utilizando cualquier tipo de fuerza solo como último recurso o en defensa propia.

Los líderes militares estadounidenses tradicionalmente evitan situaciones que incluso podrían dar la apariencia de partidismo político. Irónicamente, el cumplimiento de Milley socavó esa tradición al ayudar a los esfuerzos del presidente para impresionar a su base política como un ejecutivo duro de "ley y orden". Si bien más tarde se arrepintió de sus acciones , al general le habría ido mejor si hubiera prestado atención a sus propias palabras pronunciadas en mayo de 2017, cuando dijo que la “desobediencia disciplinada” podría justificarse en las condiciones adecuadas para lograr un objetivo, siempre que uno sea “ moral y éticamente correcto” y utiliza un buen juicio.

La propia “desobediencia disciplinada” del ejército ecuatoriano brinda una lección, mostrando que los comandantes militares estadounidenses pueden modificar creativamente las órdenes para proteger a los ciudadanos, incluso cuando se les ordena reprimirlos.

Colombia: denuncia militar

Los militares también pueden denunciar conductas peligrosas o potencialmente delictivas y tienen la obligación de hacerlo. Considere el caso de Colombia, donde la denuncia puso fin a una práctica alarmante. Al igual que Estados Unidos, Colombia es una democracia. A diferencia de Estados Unidos, las guerras de Colombia se han librado dentro de sus fronteras , principalmente contra insurgentes de izquierda. Civiles inocentes quedan atrapados en el conflicto, lo que da lugar a abusos contra los derechos humanos y destrucción de pruebas. En el escándalo de los “falsos positivos”, que estalló en 2008, el Ministerio de Defensa otorgó bonificaciones en función del número de combatientes enemigos asesinados. Bajo la presión de producir más muertes en combate e incapaces de infligir suficientes bajas a los insurgentes reales, los soldados atrajeron a los no combatientes con la promesa de trabajo, los ejecutaron y los vistieron como combatientes enemigos . Como resultado, al menos 8.000 no combatientes murieron.

En 2019, un grupo de oficiales vio órdenes que reflejaban las del anterior escándalo de falsos positivos y alertó a los medios sobre estas actividades secretas. Su testimonio produjo resultados rápidos. Obligó al presidente Iván Duque Márquez y a su comandante del ejército a admitir que las órdenes estaban equivocadas y luego revertirlas por completo. Valientes oficiales se presentaron y fueron amenazados y hostigados por hacerlo . Sin embargo, sin duda salvaron la vida de los ciudadanos y la dignidad de los soldados.

El caso colombiano tiene paralelos con el del teniente coronel Alexander Vindman. Como director de asuntos europeos en el Consejo de Seguridad Nacional, Vindman tenía autorización para escuchar una llamada telefónica entre Trump y su homólogo ucraniano, el presidente Volodomyr Zelenksy. Le inquietó lo que escuchó : Trump ejerció una presión inapropiada sobre un gobierno extranjero para que investigara a su rival político, Joe Biden. Al igual que en Colombia, Vindman tenía conocimiento directo de un evento preocupante oculto a la vista del público y sintió la obligación de denunciarlo. Al testificar ante la Cámara de Representantes, Vindman, justificadamente, transmitió información a la única institución que podía controlar la mala conducta presidencial.

Vindman enfrentó represalias de los partidarios de Trump que cuestionaron su lealtad porque era un inmigrante soviético. Bajo coacción , finalmente se retiró del servicio. Pero al igual que sus homólogos colombianos, también produjo resultados al fortalecer el caso de juicio político . Como muestra el caso colombiano, los oficiales pueden denunciar irregularidades peligrosas sin aumentar el poder político de las fuerzas armadas. Aunque las revelaciones de los denunciantes pueden conllevar riesgos, permanecer en silencio conlleva el mayor riesgo de erosionar el profesionalismo militar y la democracia misma.

Brasil: reproches públicos

Si los líderes civiles usan las fuerzas armadas para sus propias agendas partidistas, los oficiales retirados pueden reprender públicamente estos esfuerzos y abogar por la preservación del profesionalismo no partidista de su institución. Al hablar de los civiles que politizan las fuerzas armadas y abusan de su derecho a equivocarse, considere el caso del ejecutivo latinoamericano más comparado con Trump : el presidente Jair Bolsonaro de Brasil. Además de llenar su gobierno con muchos oficiales activos y retirados , Bolsonaro ha elogiado la pasada dictadura militar de Brasil, incluso afirmando que no mató a suficientes personas . Asimismo, elogió el “ autogolpe” del presidente peruano Alberto Fujimori, donde Fujimori usó a los militares para disolver el Congreso, y lo citó como un ejemplo de cómo los militares podrían usarse para volver a gobernar.

En múltiples ocasiones, Bolsonaro se ha unido a los manifestantes que piden una intervención militar en la política, primero para anular las restricciones impuestas por gobernadores y alcaldes por el COVID-19 , y luego para frustrar las investigaciones de corrupción de Bolsonaro y sus hijos . Los partidarios de Bolsonaro han identificado un potencial autogolpe como beneficioso para su presidente. Al apoyarlos, Bolsonaro ha respaldado implícitamente la idea.

Los oficiales retirados retrocedieron. El general Carlos dos Santos Cruz, miembro del gabinete de Bolsonaro antes de una pelea con los hijos del presidente, argumentó : “La idea de poner a las fuerzas armadas en medio de una disputa entre poderes del Estado, autoridades e intereses políticos es completamente fuera de lugar. Es una falta de respeto a las fuerzas armadas”. El congresista Roberto Pertenelli, exgeneral y miembro del partido de Bolsonaro, dijo que cualquier orden de intervenir en la política sería ilegal e inconstitucional. El ministro de Defensa, general Fernando Azevedo e Silva, llegó a emitir una declaración pública afirmando la dedicación del ejército a la constitución.y derechos humanos Aunque las fuerzas armadas tienen una influencia política considerable en Brasil, no acumularon influencia adicional al emitir esos reproches públicos.

El general retirado James Mattis, al igual que el general brasileño Carlos dos Santos Cruz en el sentido de que fue un miembro del gabinete de alto nivel antes de dejar la administración Trump, criticó duramente tanto a su sucesor, el secretario de Defensa Mark Esper, como al presidente después de presenciar la Despliegue de la Guardia Nacional en Washington. El presidente retirado del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, y el exjefe de gabinete de la Casa Blanca, general John Kelly, expresaron objeciones similares. Si bien existen riesgos para la disidencia pública de este tipo, el propio Kelly dijo que usar soldados para reprimir a los manifestantes sería mucho más arriesgado y causaría un daño duradero a la moral, la confianza y la cohesión interna de las fuerzas armadas. Teniendo en cuenta estos riesgos, los oficiales retirados pueden usar su rango para ser poderosos defensores de un ejército no partidista, incluso cuando un presidente busca llevar a la institución a una agenda partidista. Si bien el público esperaría que las reprimendas provengan del Congreso o del propio partido político del presidente, es posible que el personal de seguridad jubilado deba violar normas cómodas para impedir la politización inapropiada.

Lecciones para un futuro incierto

Sin duda, en circunstancias normales , los reproches militares a su comandante en jefe no son aconsejables porque podrían socavar la autoridad presidencial sobre defensa y política exterior. Las críticas del general Douglas MacArthur al liderazgo del presidente Harry Truman durante la Guerra de Corea plantearon tal amenaza, y MacArthur fue justificadamente despedido . Las críticas del general Stanley McChrystal a la política exterior del presidente Barack Obama fueron igualmente inapropiadas y también fue despedido. Sin embargo, en circunstancias excepcionales, cuando las órdenes pongan en peligro el profesionalismo militar y los derechos civiles, los oficiales tienen el derecho y la obligación de hablar.

Los esfuerzos de Trump por politizar al ejército estadounidense han sentado un peligroso precedente. Su trabajo para corromper la naturaleza no partidista de las fuerzas armadas al pronunciar discursos de estilo de campaña a las tropas, amenazar con desplegar a las fuerzas armadas para reprimir a los opositores políticos percibidos usando la Ley de Insurrección y usar Twitter para criticar públicamente a los líderes militares ha abierto la puerta para que los futuros presidentes se comporten de manera similar. . No es de extrañar, entonces, que los académicos se pregunten cada vez más qué comportamiento futuro se puede esperar del ejército de los EE. UU. cuando Trump, o los futuros presidentes, intenten erosionar su profesionalismo.

Sería irresponsable dar carta blanca a los militares para resistir a su comandante en jefe. Pero como muestran cuatro casos recientes en América Latina, los oficiales militares deben estar preparados para líderes civiles peligrosamente poco profesionales. Los oficiales pueden disentir en casos extremos, donde el profesionalismo militar y la vida de los conciudadanos se ven amenazados, sin socavar la supremacía civil ni acumular nuevo poder político. Cuando está en juego la democracia misma, no pueden quedarse callados. De hecho, su silencio corre el riesgo de ser cómplice . Sin duda, este es un camino difícil y poco envidiable que debe tomarse con extrema precaución y moderación.




sábado, 2 de octubre de 2021

Malvinas: Thatcher ordena atacar el continente y destruir la base de los Exocets

Malvinas: el día que Thacher pensó que podían perder la guerra y decidió atacar al continente para destruir aviones y eliminar a los pilotos

El ataque al destructor Sheffield con misiles Exocet generó una conmoción política y militar. Desnudó la debilidad de la defensa británica: si se impactaba sobre uno de los portaviones, podrían perder la guerra. En el libro “La Guerra Invisible” se revela que en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles y matar a los pilotos alojados en la base de Río Grande

Hundimiento del Sheffield Guerra de Malvinas 4 de mayo 1982

El 4 de mayo de 1982, dos pilotos de la Aviación Naval golpearon sobre el destructor con el misil Exocet, lanzados desde aviones Super Étendard. Los pilotos Augusto Bedacarratz y Armando Mayora habían dado en Sheffield. Cuando aterrizaron en la base de Río Grande aun no sabían del éxito de su misión. Juntos comenzaron a relatar la misión en un papel en la sala del hangar y luego la pasaron en limpio en el casino de oficiales. Bedacarratz recordaba los detalles de la acción, Mayora aportaba los suyos y los escribía. Fue en ese momento que en la sala se interceptó la radio BBC y escucharon la novedad. El gobierno británico reconocía, a las cinco de la tarde hora británica, que el Sheffield había sido atacado por un misil y la acción había provocado veintidós muertos y una cantidad indeterminada de heridos. El destructor todavía se estaba incendiando.

En La Guerra Invisible, Marcelo Larraquy revela cómo en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles Exocet y matar a los pilotos alojados en la base de Río Grande.

Aquí un extracto del libro.

(…) El impacto del misil había provocado un ruido corto y seco. Abrió un agujero de seis metros cuadrados. El Sheffield se sacudió de una punta a la otra. El primer informe oficial de la Secretaría de Defensa británica admitió que su carga explosiva había golpeado en la segunda cubierta, sobre la banda de estribor, entre la cocina, el cuarto de máquinas auxiliares y la máquina de proa, que empezaron a incendiarse. El fuego, originado por el combustible del Exocet, luego se esparció por la sección central y alcanzó el puente. El combustible se fue desparramando entre el humo negro. Si el fuego hubiera llegado al compartimento de explosivos donde se alojaban los misiles Sea Dart, el destructor habría volado en ese momento.

La defensa del Sheffield había fallado. Sin embargo, el informe puso en duda que el misil hubiese detonado. Francia, en cambio, aclaró que había funcionado en forma correcta. No quería que se sospechara de la eficacia de su creación. En la oficina de Ofema (Office français d’ex- portation de matériel aéronautique), en París, festejaron el lanzamiento. Poco después, con el certificado de Combat-Proven (“Probado en Combate”), el Exocet quintuplicaría su valor de mercado.

En las ejercitaciones de mar, los destructores tipo 42 como el Sheffield tenían un margen de veinte minutos entre la detección de un avión y el impacto de cualquier proyectil que disparase. El Exocet reducía ese lapso a tres minutos. El Sheffield, además, no contaba con misiles Sea Wolf, adecuados para neutralizar misiles o aviones que se aproximaran en vuelo rasante. Su protección antiaérea, los Sea Dart, solo le permitía alcanzar blancos de altura. Una de las peticiones de la Marina Real a la Secretaría de Defensa había sido agregar al misil la capacidad de impactar a baja altura, pero había sido rechazada por falta de fondos.

El informe oficial afirmó que, poco antes del impacto, los radares de vigilancia aérea y de rastreo de blancos del Sheffield habían sido desconectados para una comunicación con satélite Skynet y la sala de operaciones no había tomado contramedidas.

Los Super Étendard habían sido detectados por el destructor Glasgow a 49 millas, 90 kilómetros del Sheffield. Los dos o tres segundos que duraron sus emisiones de radar quedaron registrados en la consola. Se veían dos contactos hostiles que se acercaban a una velocidad de 450 nudos, 833 kilómetros por hora, desde 600 metros de altura.


Super Étendard en 1982 durante la Guerra de Malvinas

Un marino hizo sonar su silbato y el grito de terror retumbó en la sala de operaciones: “¡Freno de mano!”. Era la clave para mencionar al radar Agave, instalado en los Super Étendard. El capitán del Glasgow, Paul Hoddinott, preguntó por el nivel de credibilidad. ¡Cierto! Entonces viró completamente el timón para reducir el margen de impacto y lanzó el chaff para desviar la dirección de los misiles, que ya habían sido lanzados desde los aviones.

El aviso de alerta “¡freno de mano!” llegó a la sala de operaciones del Hermes, que navegaba 50 kilómetros al este. Allí fueron renuentes a creer en la amenaza y siguieron en alerta blanca. Lo mismo sucedió en el otro portaviones, el Invincible. El comandante de guerra antiaérea pidió más pruebas al Glasgow. Pensaban que el ataque era falso. Habían recibido tres o cuatro alarmas esa mañana. Continuó con alerta blanca, todo tranquilo, ningún indicio de ataque.

En tres días de guerra no se había detectado la presencia de los SUE, de modo que supusieron que su sistema de armas no funcionaba o que los pilotos no estaban capacitados para efectuar el reabastecimiento en aire. Confiaron en que no habría ataque. La alarma lanzada desde el Glasgow al resto de los buques fue tomada como un falso eco.

El grito “¡freno de mano!”, además, no necesariamente implicaba un peligro para la flota.

El almirante Sandy Woodward (jefe de la flota británica) decía que esa expresión era más escuchada que los “buenos días”. Ante cualquier ruido en el éter, en medio de la tensión de la guerra, en las salas de operaciones se gritaba “¡freno de mano!”. Y pasar de la alerta blanca a la amarilla, que advertía de un indicio de ataque, o a la roja, que revelaba un ataque seguro, implicaba un desgaste considerable para una nave: se debía lanzar el chaff, despegar helicópteros y aviones, poner a los infantes a cubrir posiciones de combate. Pero esta vez el ataque era real.

El almirante Sandy Woodward, jefe de la flota británica

El capitán del Glasgow pidió que derribaran los Exocet con misiles Sea Dart, pero el control de fuego de radar no podía fijar la posición de los pequeños puntos blancos que cruzaban la pantalla. Se preguntó cuántos segundos faltarían para que golpearan en el centro de su nave. Sin embargo, los misiles pasaron por encima del Glasgow. Estaba a salvo. No era el eco que (los pilotos de Super Étendard) Bedacarratz y Mayora habían seleccionado en su radar. Tampoco lo era el destructor Coventry.

En estado de alarma, el capitán del Glasgow llamó al Sheffield. No contestaron. En la sala de operaciones del destructor no detectaron ni al avión ni a los misiles que volaban hacia ellos. Los primeros en advertirlo fueron dos tenientes que conversaban en el puente de la nave y vieron una estela de humo a dos metros por encima del mar, que se acercaba. Estaría a poco más de un kilómetro. Uno de los tenientes tomó el micrófono de transmisión. “¡Ataque de misil!”, gritó.

Treinta y cinco años después, el documento desclasificado de la Junta de Investigación (Board of Inquiry) del Ministerio de Defensa revelaría que “algunos miembros de la tripulación estaban aburridos y un poco frustrados por la inactividad y el barco no estaba completamente preparado para un ataque”. Aún más: el oficial de guerra antiaérea había salido de la sala de operaciones y estaba tomando un café cuando los Exocet volaban hacia el Sheffield. Tampoco su asistente se encontraba en funciones. El documento desclasificado también indicaba que el radar del destructor estaba en transmisión con otra nave. Reconocía que la alerta del Glasgow se había escuchado en el Sheffield, pero no había generado una reacción. Creían que el Super Étendard no podía abastecerse en el aire y que no significaba una amenaza. Nadie llamó al capitán, nadie lanzó los misiles Sea Dart para derribar los Exocet y nadie disparó un chaff para engañarlos. El equipo de guardia había fallado.

La pérdida del destructor golpeó a Woodward. En ese momento temió que, en medio de las tareas de rescate, el Sheffield explotara y que un submarino argentino atacara con torpedos a los barcos de salvataje que se habían acercado, el Yarmouhth y el Arrow. Llegarían a detectar nueve alarmas en el sonar.

Para completar la jornada trágica en las Fuerzas de Tareas, uno de los tres Sea Harrier que habían despegado del Hermes para atacar la pista de aterrizaje de la Base Cóndor, en Puerto Darwin, fue derribado por una batería de la artillería antiaérea con una ráfaga de proyectiles de 35 milímetros. El Sea Harrier volaba a 300 metros por segundo. En condiciones normales, los artilleros tenían apenas treinta y siete segundos para pulsar el disparo cuando lo tenían en la pantalla del radar de exploración del director de tiro. Algunos soldados de Artillería habían estudiado las siluetas de los cazas británicos de las fotos que había tomado el Boeing 707 el 21 de abril.

Una fragata se acerca a socorrer al dañado HMS Sheffield luego de recibir el impacto del Exocet (AP)

En un anotador de rodilla del piloto caído, el teniente Nicholas Taylor, la inteligencia de la FAS (Fuerza Aérea Sur) obtuvo números de aviones en servicio y remanentes, pilotos asignados, indicativo de buques, códigos IFF (Identification Friend- Foe), configuraciones de armamento e información sobre la autonomía del Sea Harrier: ochenta minutos con despegue de rampa, y la mitad del tiempo si lo hacía con despegue vertical.

El cuerpo del piloto británico Taylor fue sepultado con honores por una formación de soldados argentinos en un cobertizo próximo a un tambo en Pradera del Ganso. Lo enterraron junto a los ocho miembros de la Fuerza Aérea que habían muerto en el ataque sobre la pista de la Base Cóndor, tres días antes.

Woodward se sintió muy deprimido en la noche del ataque. Todavía le resonaba la expresión a viva voz de un oficial de su Estado Mayor en la sala de operaciones del Hermes apenas llegó el mensaje desgraciado: “El Sheffield ha sufrido una explosión”.

“¡Almirante, debe hacer algo!”, le había advertido el oficial.

Parecía una orden, una intimación. Y en esos dos, tres minutos de tensión Woodward no había hecho nada, dejó que los acontecimientos siguieran su curso; solo esperaba que los hombres que estaban en el destructor le pidieran lo que necesitaban. Trató de controlar sus emociones y no dejarse arrastrar por reacciones instintivas. En el momento de mayor angustia debía meditar las decisiones.

Woodward repasó su estrategia después del ataque al Sheffield: neutralizar a la Marina y la Fuerza Aérea enemigas para alcanzar la superioridad marítima y aérea; desembarcar a los hombres de la flota naval, y brindar apoyo logístico y de fuego a las fuerzas en tierra.

Había quedado en evidencia que la flota británica era vulnerable a los misiles; que sus defensas antiaéreas, frente a esa amenaza, eran débiles. La capacidad de fuego de la aviación argentina se mantenía intacta. Si no se neutralizaba, el desembarco sería imposible. Las tropas del ejército británico todavía esperaban en la isla Ascensión. Hasta que no se despejara el panorama, no había orden de traslado al Atlántico Sur.

Los Super Ëtendard y los Exocet en la base de Río Grande

Woodward cambió la táctica para mantener la iniciativa. Decidió alejar más hacia el este a su flota naval, colocarla más lejos de las bases aeronavales argentinas, y adelantó dos destructores, el Coventry y el Glasgow, a 20 kilómetros de Malvinas para estrechar el bloqueo aéreo sobre los aviones argentinos, sobre todo los Hércules C-130, que trasladaban suministros en vuelos nocturnos. Los atacaría con misiles Sea Dart para intentar cortar el puente logístico entre el continente y las islas. Y también saturaría con fuego las posiciones de los soldados en tierra.

Los cambios tácticos no redujeron el temor de un segundo ataque de los Super Étendard y de la posible pérdida de un portaviones. A esas alturas, cualquier daño que afectara al Hermes o al Invincible lo obligaría a abandonar la operación militar. Una semana después del ataque, mientras intentaban remolcarlo hacia las islas Georgias para repararlo, el Sheffield zozobró en el mar y cayó bajo las aguas. Fue el primer buque de guerra de la flota británica hundido en combate después de la Segunda Guerra Mundial.

Woodward envió un mensaje realista a los capitanes de los barcos. “Perderemos más naves y más hombres”, les anticipó, “pero triunfaremos”. (…)

El ataque sobre el Sheffield no solo expuso por primera vez la vulnerabilidad de la Fuerza de Tareas sino que generó un trauma, una convulsión política en Gran Bretaña. Se abrió un nuevo escenario: la posibilidad de detener o poner en pausa la estrategia bélica y dar paso a una solución diplomática.

El jueves 6 de mayo Margaret Thatcher fue interpelada en la Cámara de los Comunes

El jueves 6 de mayo Margaret Thatcher fue interpelada en la Cámara de los Comunes. Un representante le requirió si podía hacer cesar el enfrentamiento y alentar un acuerdo de paz efectivo. Thatcher se mostró tolerante a ese propósito por primera vez. Dijo que habían respondido de manera constructiva a la propuesta de paz peruana y daba la bienvenida a la nueva intervención de las Naciones Unidas para las negociaciones. Aseguró que la vía diplomática seguía abierta pero que el obstáculo era la Argentina, interesada en el cese del fuego pero no en el retiro de sus tropas.

Otro representante preguntó a la primera ministra: “¿Podría darnos la más absoluta seguridad, estoy seguro de que toda la nación así lo demanda, de que no habrá una escalada deliberada en las acciones militares, ninguna escalada que interfiera con las perspectivas que ahora se vislumbran de lograr una paz real?”. Y otro insistió: “¿Ha venido hoy a esta casa totalmente preparada para repudiar a los miembros del Partido Conservador y almirantes y generales retirados que ahora aparecen en televisión diciendo que, en caso de ser necesario, se debería atacar el territorio argentino?”.

Thatcher respondió que los argentinos habían escalado la crisis e invadido las islas, y que a su gobierno le tocaba continuar con las actividades militares, aun en medio de las negociaciones, para que el invasor no siguiera incrementando su poderío y reforzando sus posiciones para atacar a su voluntad.

Los pilotos de los Super Etendard

Thatcher estaba decidida a lograr una victoria militar. La maquinaria bélica no debía detenerse. No sacaría el dedo del gatillo durante las gestiones de paz. Ya no importaría que la Argentina, pocos días después, en las Naciones Unidas, dejaría de exigir una fecha fija para la transferencia de la soberanía y admitiera una negociación lisa y llana de la soberanía, sin plazos perentorios.

La gestión diplomática iba y venía entre mediadores e interlocutores de ambos países, en distintos ámbitos. Se enredaba y perdía urgencia mientras la guerra avanzaba.

El 8 de mayo, en Chequers, la residencia de campo oficial de gobierno —el mismo lugar donde se había decidido el hundimiento al crucero Belgrano—, se ordenó el traslado de las tropas terrestres de la isla Ascensión hacia el Atlántico Sur y se estableció la fecha del desembarco entre el 18 y 22 de mayo. Thatcher también avaló la gestación de la opción más extrema: eliminar el poder de destrucción del enemigo, el sistema de armas del Super Étendard. Atacarlo en su punto de partida. (…)

Thatcher autorizó el ataque al continente luego de una proposición de la Marina Real. La operación requería la participación de una fuerza especial que, en una acción de alto riesgo, eliminara los aviones, los misiles y también a los pilotos. (…)