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sábado, 21 de junio de 2025

Crisis del Beagle: Libro "Sur en llamas" por Peter J. Bush


Sur en llamas




Un libro de Peter J. Bush






‘Sur en llamas’ es una novela de ficción histórica sobre el conflicto del Beagle de 1978. Una guerra entre países hermanos, donde familias unidas por el amor se dividen para defender sus propias banderas.

 


 

 Capitulo 1. A modo de prólogo

La falta de acuerdo llevada a cabo con honestidad, es un claro signo del progreso.

Mahatma Gandhi

El hecho fundamental y casi indiscutible de que naciones como Argentina y Chile, compartieron, comparten y van a compartir una raíz común que abarca el idioma y cultura española, parentesco familiar en muchos casos en ambos países, un origen independentista común y por sobre todo; una religión común: La Católica Apostólica Romana; además del judeo-cristianismo como base, cultural e histórica; ha funcionado como una póliza de seguro o un freno capaz de retardar y hasta frenar un pico de conflicto, tal como sucedió en el caso del año 1978. De haberse llevado a cabo este conflicto u otras hipótesis de conflicto históricos, sin duda el precio en sangre y el daño al espíritu nacional de ambos países; hubiese sido casi irreparable.

No es difícil ir más allá de la evidencia con nuestra imaginación; cuando las fotos de época mostraban a militares de ambos bandos rezando el rosario o celebrando misa. Esos hechos, ciertamente aunaron de una manera invisible y sobrenatural a las fuerzas militares de ambas partes; que en su gran mayoría, tenían el solo objetivo de defender la soberanía nacional y los límites que ellos racionalmente comprendían sobre la misma.

También sería ‘naive’ el negar que la Argentina perdió en su historia más territorios de los que ganó; la razón de esto se podría observar claramente en la falta de población y por sobre todo de unidad interna capaz de enhebrar la territorialidad de manera eficiente. Caso contrario; Chile siempre tuvo más unidad nacional; y su territorio se ha expandido desde su mapa inicial, de acuerdo al Chile original; originado en territorios previamente españoles. Vale la pena aclarar, que, hoy en día, gran parte de la riqueza económica de Chile se basa en la minería del cobre; que es extraído directamente de territorio conquistado por Chile a Bolivia durante la sangrienta y heroica, ‘Guerra del Pacífico’.

La hermandad argentino-chilena; o viceversa; bajo la paternidad de Dios Padre, y su pontífice; el Papa; se confirmó históricamente, aquella misma mañana del día 22 de diciembre de 1978, cuando el hoy San Juan Pablo II, hizo su llamado ante el Colegio Cardenalicio de Roma, declarando lo siguiente. ‘Confirman la urgencia de la necesidad de luchar a favor de la paz, las tristes noticias llegadas recientemente del continente sudamericano. Es motivo de profundo dolor y de íntima preocupación el enfrentamiento que se ha ido agudizando en este último período entre Argentina y Chile, a pesar del vibrante llamamiento de paz hecho a los responsables, por parte de los Episcopados de los dos países, vivamente apoyados por mi predecesor Juan Pablo I’.

Esta declaración; fue una formalización de una hermandad, teñida de rencillas innecesarias, como también apoyada por una geografía llena de desafíos.

Hermandad de origen

Luego de la pequeña y heroica desobediencia de O’Higgins hacia San Martín en la batalla de Chacabuco; nadie osó en dudar del liderazgo y valentía de Bernardo O’Higgins; quien el mismo San Martín; impulsó para que se convirtiera en el primer Director Supremo de Chile; luego de la renuncia de San Martin de ocupar dicho cargo; otorgado a él inicialmente, por los mismos chilenos.

Bernardo O’Higgins fue luego herido en la batalla y sorpresa de ‘Cancharayada’, donde heroicamente defendió una posición indefendible cerca de Talca, antes de replegarse hacia las líneas argentinas. ‘Cancharayada’ fue una pequeña derrota, sin mucho valor estratégico ni histórico; pero claramente marcó que los ‘Realistas’ defendían sus colonias en serio.

Posteriormente, durante la batalla de ‘Maipo’, una hora antes de que este hecho histórico finalizara con el triunfo del ejército libertador a las 18hs del 4 de abril de 1818; justo a las 17hs; apareció el General O’Higgins todavía herido y con el brazo en cabestrillo.

En aquel momento el ejército patriota se aprestaba el último asalto contra las tropas realistas en la hacienda de Lo Espejo; hecho no definitorio; pues la batalla ya estaba resuelta; entonces, se produjo el famoso e icónico ‘abrazo de Maipo’, ocurrido en los ‘Cerrillos de Errázuriz’; donde más allá del abrazo; O’Higgins dijo a San Martín: ‘Gloria al Salvador de Chile’, respondiendo San Martín al aquel entonces Director Supremo de Chile: ‘General, Chile ni olvidará jamás el hecho que se haya presentado herido en el campo de batalla’. Dicho abrazo, significó muchísimo; puesto que ambos generales compartieron desde siempre; la visión de hermandad latinoamericana, además de una amistad de carácter claramente fraternal; lo cual implica per se, la abundancia de rencillas, casi de carácter familiar.

La férrea y real relación entre San Martín y O’Higgins; se vio particularmente reflejada cuando el General Argentino solicitó el sobreseimiento de los hermanos Carrera; acusados de delinquir contra el estado Chileno, y contra el mismo O’Higgins. Vale la pena reafirmar que el mismo Bernardo O’Higgins solicitó indulgencia contra sus propios enemigos, corroborando el pedido de San Martín.

Este ejemplo de unión, amistad y confianza entre San Martin y O’Higgins, debería ser quizás, el marco de cualquier diálogo y relación entre Argentina y Chile; que sin duda alguna; de estar unidos; el CONOSUR se convertirá en un bastión sudamericano; con capacidad de contrarrestar cualquier interés opuesto a la región; debido al claro control territorial de ambas naciones; con costas en el Atlántico y el Pacífico; además de la proyección a los Mares y territorios Australes.


 

 Capitulo 6. De tibio a caliente

Si todos hicieran la guerra por convicción, no habría guerra.

La guerra y la Paz. León Tolstoi

6 de noviembre de 1978, SS-21 Simpson. Órdenes directas: Guerra

Aquella noche, ya en la superficie del mar; el ‘Simpson’ que se mecía ante el ondulado y maternal oleaje Bahía Tekenika, el oeste de la Isla Hoste; recargó sus baterías mientras recibía mensajes cifrados de la Flota Chilena. La tripulación yacía calma bajo la cubierta; solo dos marineros sondeaban, desde la torreta del submarino; el horizonte brumoso y con demasiadas crestas espumosas a lo lejos.

A eso de las 10 en punto de la noche; el Teniente Primero Orozco, operador de radio del submarino; un vasco temucano, de seriedad inmaculada; recibió un mensaje cifrado desde el crucero ‘Latorre’, que leía: ‘Comienzo de operaciones bélicas inmediatas, dirigirse al este de las Islas Wollaston, ejercer patrulla y atacar transportes argentinos como prioridad. Se informó alta actividad enemiga en la zona. Suerte y valor’. Orozco quedó helado al leer el papel, y mirando el documento se dirigió al Teniente Segundo Raúl Pérez a los ojos, diciéndole:

‘Pérez, iré yo mismo a comunicar esto al Capitán. Esto es serio, él duerme; y quiero darle tiempo para que reaccione’.

Fuera del submarino, las estrellas se escondían ante el rumor de guerra; el ruido predominante era el mar del Sur; que golpeaba la cercana costa; en donde se escuchaban algunas pocas aves marinas; quizás ya alertadas del desorden humano acercándose: ‘La Guerra entre dos países hermanos’.

Orozco tardó 5 minutos, antes de golpear la puerta del pequeño habitáculo del Capitán Kremsher. ‘Toc-toc’, escuchó el apacible superior de la embarcación chilena; quien se puso en pie como un resorte, colocándose su gorra de Capitán, mientras contestaba: ‘Adelante’. Con parsimonia Orozco abrió la puerta y vio a su Capitán calmo y de pie junto a su cucheta. ‘Señor, disculpe la molestia, tenemos ordenes de la Flota, es el ‘Latorre’. Señor, vamos a la guerra nomás’; dijo de manera directa el Teniente originario de Temuco. Kremsher tardó 2 minutos en leer el sucinto mensaje de proveniente del mismo puente de mando, del buque del cual su primo Cote Kross era su comandante. Levantando su mirada fijó su mirada firmemente en Orozco para luego ordenar:

‘Teniente, a esta altura las baterías deben estar recargadas. Prepare a la tripulación, llévelo a 8 nudos mostrando torreta, navegaremos por el canal Franklin entre las islas Wollaston, para salir hacia el este de las mismas; donde nos sumergiremos a profundidad de periscopio. Carguen 6 torpedos MK-27, todos a sus puestos de combate. Hablaré brevemente con la tripulación, gracias Orozco’.

Acto seguido Kremsher tomó firmemente el micrófono y comenzó un claro mensaje, de un líder sin tapujos:

‘Buenas noches marineros. Buenas noches valientes compatriotas. Vamos a la guerra. La situación es difícil y desigual; Uds. Lo saben. Nuestro Simpson está herido; pero no así nuestro valor. Vamos a hundir mínimo a tres de ellos; si es preciso nos iremos al fondo con una sonrisa. Les pido valor y honor. ¡Viva Chile!’.

Inmediatamente, el eco del grito patriótico recorrió y fue repetido por los casi 80 bravos tripulantes.

7 de noviembre de 1978: ataque a Talcahuano

A las 430am de aquella tan triste mañana, la claridad matinal a esa hora en el Sur ya hablaba de otras latitudes. Los primeros en picar desde unos 4500 metros, fueron 2 cazabombarderos A4C Skyhawk de la FAA, que arrojaron sendas bombas tipo MK 117 [1] sobre los tanques de combustible naval ubicados en el área de San Vicente, al oeste de la península de Tumbes, donde se hallaba la ciudad de Talcahuano. El ataque había sido planeado casi a la perfección, las prácticas habían sido exhaustivas y hasta obsesivas. Cuatro oficiales habían sido relevados por errores de coordinación, en los entrenamientos de ataque en las bases de Espora y Tandil.

Segundos después, cuando ya los tanques de combustible comenzaron a bramar humos negros y blancos; otros 2 A4C de la FAA lanzaron cohetes ‘Zuni’ hacia los buques anclados en la Base Naval chilena, al otro lado de la península. Siguiendo a los A4 de la FAA, aparecieron 3 ‘A4-Q’ de la ARA que ahora con precisión arrojaron bombas antibuque contra los buques anclados o en los diques secos de la base. El débil fuego antiaéreo de los chilenos, de solo ametralladoras de 12.7 mm, no alcanzó ni a subir la adrenalina de los pilotos argentinos, que huyeron culpables pero indemnes. Los que si pagaron con algo de la culpa, fueron los ‘Mentor’ y Aermacchi MB-226 [2] navales, que segundos después terminaron el ataque aplastante, que destruyó a dos submarinos en dique seco, al destructor transporte de tropas ‘Riquelme’ y 3 patrulleras navales, además de haber dañado seriamente infraestructura naval y lo principal, el preciado combustible naval de la marina chilena.

El ataque a Talcahuano destruyó los submarinos chilenos ‘Hyatt’ y ‘Thomson’; armas letales de gran capacidad de fuego naval. En el informe final del ataque elevado por la FAA preocupó a Estado Mayor Conjunto, que no estuvo conforme con el resultado del ataque, puesto que el crucero ‘O’Higgins’ [3] no se hallaba en puerto; además, los aviones argentinos también informaron de un submarino sumergiéndose al momento del ataque. Probablemente, este fue el submarino SS22 ‘O’Brien’ en clara huida. Ahora los argentinos supieron como hecho cierto, que ambas unidades navales chilenas estarían operativas y potencialmente en zona de conflicto.

La primera baja de la guerra fue el Teniente de Corbeta Pettirozi, quien fuera derribado por fuego antiaéreo chileno, cayendo su avión ‘Mentor’ en las heladas aguas del Pacífico. Pettirozi murió de hipotermia, según el informe chileno.

En las próximas horas, durante los días siguientes, la FAA, atacaría duramente a todas las bases de la FACh, incluyendo aeródromos secundarios; desde Santiago hacia el Sur. Para ello emplearía toda su fuerza, incluyendo aviones ‘Mirage’, ‘Dagger’, ‘Canberra’ y ‘Skyhawk’. Durante los ataques; la FAA perdió solo 5 ‘Skyhawk’ y 1 ‘Canberra’; pero asimismo, destruyó todos los objetivos asignados para la primera semana de guerra.

En un inicio; los ‘Hawker Hunter’ y pocos F5 ‘Freedom Fighter’ que la FACh despachó desde ‘Cerro Moreno’ como interceptores contra los aviones argentinos que atacaron las pistas de Santiago y Valparaíso llegaron tarde debido a la distancia de vuelo, siendo totalmente inefectivas sus misiones. Además, la FACh, mayoritariamente, no se adentró en territorio argentino de manera ofensiva. Por una cuestión de supervivencia, la Fuerza Aérea Chilena; luego de haber perdido todas sus bases del centro y sur, y al no recibir ataque argentinos en el norte; decidió preservar sus ‘F5’ y ‘Hawker’ en el lejano norte, para un seguro ataque peruano-boliviano que se venía.

Cielos de Tierra del Fuego

Hacia las 11 de la mañana del 7 de noviembre, y ya habiendo comenzado las hostilidades; los 8 aviones ‘Hawker Hunter’ chilenos, del grupo ‘Panteras Negras’ fue ordenado por la comandancia de la FACh a despegar, con máximo combustible y armados con bombas antibuque y cohetes; al efecto de atacar buques argentinos en la zona de conflicto. La FACh al conocer el ataque de Talcahuano comenzó a movilizar sus unidades aéreas a rutas pavimentadas o aeródromos ocultos.

Los ‘Hunter’ se dirigieron a 500 nudos hacia la zona del Beagle, despegando desde Chabunco, Punta Arenas. El objetivo era atacar la flota argentina en el área de las Wollaston.

Los Panteras Negras fueron detectados brevemente por el radar de Río Gallegos, y luego confirmados por el radar de Río Grande. En minutos cazas ‘Sabre’ y ‘Mirage’, argentinos, con base en ‘Gallegos’ corrieron a interceptar a los aviones chilenos.

El resultado fue el esperado; los ‘Hunter’ no iban armados con misiles aire-aire; estando solo preparados para atacar buques. Desde las alturas los ‘Sabre’ picaron disparando sus ametralladoras de 12.7 mm y desde unos 2000 metros de altura; los ‘Mirage’ dispararon sus misiles ‘Shafir’. El resultado del ataque sorpresa fue una masacre. En la primera barrida de misiles y ametralladoras; 4 ‘Hunter’ explotaron en el aire. Los 4 restantes ‘Hunter’ soltaron sus bombas y cohetes; así como su combustible y tomaron altura. Ya a 9000 metros, entre maniobras evasivas; los bien preparados pilotos chilenos, pudieron derribar 4 ‘Sabre’ de la FAA e incluso dañar un ‘Mirage’ que tardo demasiado en virar cuando lo perseguía un demasiado maniobrable ‘Hunter’.

Pasados los minutos; todos los aviones chilenos fueron derribados. Los chilenos pelearon hasta lo último. Los interceptores de la FAA volvieron lastimados a su base.

De ahora en más la superioridad aérea en el Sur Austral, sería absolutamente argentina. La FACh no movilizo un solo avión más hacia el Sur, a fin de no descuidar por sobre todo la amenaza Peruano-boliviana.

Murciélagos

Justo cuando a la tarde, el grupo ‘Lima’ de la FAA, compuesto por 10 ‘Skyhawk’, 4 Mirage III y 3 bombarderos Canberra comenzaba sus pasadas por las bases de la FACh de Pudahuel, Cerrillos y El Bosque; con el objetivo de destruir hangares, aeronaves y lo más importante las pistas; el ataque argentino encontró pocos aviones en tierra, destruyendo solo 2 Vampire, 16 ‘Tweet Bird’, 5 ‘Mentor’ y 10 viejos ‘A-26’. Lo más importante fue el bombardeo e inutilización de las pistas mencionadas.

La FAA no perdió un solo avión en dichos ataques; pero para sorpresa de todos; 8 aviones tipo ‘Vampire’ de la FACh, que se suponían ya retirados; atacaron en reprimenda y por sorpresa la base del Plumerillo’, con bombas de 225 kg y cohetes, destruyendo 5 aviones ‘Morane Saulonier’ en tierra.

Posteriormente, los 8 ‘Vampire’ fueron derribados por ‘Dagger’ de la FAA, cuando estos regresaban de su incursión mendocina.

7 de noviembre de 1978: SS22 O’Brien

Desde el interior del submarino chileno, bajo las profundidades del Pacífico; a unos 5 kilómetros de la ahora destruida base naval de Talcahuano, el Capitán de Navío Rodolfo Alemparte (h) observó con odio e impotencia el ataque argentino. La humareda marcó el desastre y pintó una clara tragedia. El primer combate de la guerra había sido una clara victoria para Argentina, y el Capitán Alemparte lo incorporó con dolor doble: dolor como nacional chileno, y también dolor por el resentimiento visceral hacia los argentinos. En su necesaria huida hacia las profundidades, Alemparte sintió ante todo, impotencia. Se sintió un espectador atado a una silla y amordazado por las circunstancias.

Luego recorrer todo el horizonte con el periscopio, Alemparte, dio su última orden seca:

‘Profundidad 150, máxima velocidad, todo hacia mar abierto’.

Rodolfo visualizó con el periscopio a unos 2 aviones argentinos dirigiéndose hacia su posición. El Capitán chileno no quiso arriesgar nada, y por ello ordenó que el submarino hiciera lo que mejor sabía hacer: desaparecer bajo las azules aguas del océano Pacífico.

En silencio, Rodolfo Alemparte, caminó por un pasillo incómodamente estrecho del longilíneo submarino, con una cara casi de estatua; haciendo la venia a sus hombres que inevitablemente se cruzaban a su paso a través del buque. Con miradas cortas, pero profundas, sus hombres parecieron hacerle miles de preguntas.

Aquel día, Alemparte no encontró aun respuestas. Ya en su camarote, y en máxima soledad, habló con el segundo a cargo, el Capitán de Corbeta Vidal; a quien le dio la orden de que no se lo moleste hasta llegar al punto de reabastecimiento, miles de kilómetros al sur. En el silencio del opaco camarote para oficiales, Alemparte abrió su vieja biblia, y como todos los días luego de leerla sollozó pidiendo explicaciones a un cielo por ahora demasiado lejano. Alemparte era el único familiar que se había convertido en ‘evangelista’; de entre tanto otro miembros familiares con formación y cultura ciertamente católica.

El ‘O’Brien’ comenzó a navegar en silencio, en un navegar limitado a dos tercios de su velocidad máxima, al igual que su profundidad de operación. El navío, se había escapado de su turno de mantenimiento en dique seco; por lo tanto, sus capacidades de combate y operatividad se verían de ahora en más limitadas.

 Capitulo 9. La batalla del Mar de Drake

Este triunfo y cien más serán insignificantes sino dominamos el Mar.

Advertencia del General Bernardo O’Higgins al pueblo chileno luego de la batalla de Chacabuco.

Media mañana, 8 de noviembre: Artillería costera, Isla Hermite

El suboficial Ojeda, en su posición en la batería costera en Hermite, fue el primero en divisar a la ‘división acero’ a unos 14 kilómetros de distancia. El viento helado, ahora se estaba convirtiendo en una nevisca salada, que irritaba los ojos de los observadores de la Armada Argentina. El horizonte estaba tapizado de nubes y el ondulado océano hacia aparecer y desaparecer los buques chilenos que avanzaban decidida y furiosamente hacia las Wollaston.

Al recibir la información, el Capitán Bonomí, que también había recibido por radio el movimiento de la flota chilena, ordenó alerta máxima y atacar a los blancos más grandes. Luego de su primera orden en apuro, Bonomí, también comunicó a su radio-operador con una voz vivaz:

‘Solicite apoyo aéreo, avise a las otras baterías, y al ‘Belgrano’, inmediatamente’. El crucero ARA ‘Belgrano’ comenzó a preparar sus 15 y letales cañones navales de 152 mm, con un alcance mayor a los 20 km.

La isla que escupió fuego.

Justo cuando el Comodoro chileno José Juan Kross, ordenó fuego desde el ‘Latorre’; una simple andanada sin objetivo ni propósito hacia la Isla Hermite, a los efectos de provocar a sus ocupantes; la isla Hermite misma pareció cubrirse se llamas. 17 cañones argentinos dispararon a mansalva, 15 del crucero ‘ARA Belgrano’, que se hallaba al norte de la Isla, anclado y protegido; y dos de la posición de los obuses tipo ‘Schneider’ bajo el comando de Bonomí, primo hermano y amigo del mismo Kross.

Los proyectiles parecieron desafiar y también faltarle el respeto al viento polar; volaron a sus blancos grises, allá hacia el también gris horizonte.

De la primera andanada de 17 proyectiles argentinos; 2 hicieron impacto, el primero destruyendo parte de la proa y completamente la torreta doble de proa de 150 mm del ‘Latorre’, y el segundo, mucho más drásticamente, en el puente de mando del destructor ‘Cochrane’, que detuvo su marcha en seco, al recibir un golpe directo en su pañol de municiones. Una segunda andanada argentina, no fue más benigna; a pesar de que los buques chilenos ya torcían su curso hacia el Sur; otros nuevos 17 proyectiles se elevaron elípticamente, para impactar nuevamente en el ‘Cochrane’, en el ‘Zenteno’, que también quedó paralizado en medio del combate, y en el crucero ‘Prat’, que, como macho campeón, siguió navegando a 25 nudos e indemne. Ante tanto fogonazo, los chilenos también dispararon, pero a ciegas, golpeando una trinchera en el centro de la isla Hermite, y matando a unos 12 infantes de Marina argentinos.

Dos golpes de gracia finales, vinieron uno desde el aire y otro desde el mar; pero desde la entrada oeste, entre las islas Hermite y Hoste; por donde se coló desde el norte la lancha torpedera ARA ‘Alakush’, que pasó por el único pasadizo sin minar hacia el Pasaje de Drake, lamiendo la costa este de la Isla Hoste, y finalmente descargando sus 4 torpedos antes de volver a su escondrijo en las Wollaston. De esos 4 torpedos disparados, uno terminó en un arrecife rocoso al norte de la Isla Hermite, levantando demasiada espuma, otro falló, otro no encontró blanco y el ultimo impactó en el timón del crucero ‘Latorre’ inutilizándolo por completo; que sin control comenzó a navegar humeante y casi como un fantasma directamente hacia el Sur la Isla Hermite.

Desde el aire; y entrando en vuelo rasante sobre el canal que separa la Isla Hermite y la Isla Hoste; 3 ‘A4-Q’, de la ARA, provenientes del ‘25 de Mayo’; lanzaron sendos cohetes tipo ‘Zuni’, impactando en los ya humeantes ‘Cochrane’ y ‘Zenteno’. Otro cohete pegó en la zona de las chimeneas del ‘Prat’, que ahora también comenzó a vomitar humo, pero sin dañar gravemente al coloso chileno. Otros 3 ‘Skyhawk’ ‘A4-Q’ navales también lanzaron bombas antibuque terminando con los dos destructores y averiando seriamente al destructor ‘Blanco Encalada’; que comenzó a navegar tocado hacia el oeste; seguramente buscando refugio en los fiordos del Drake.

El comandante del ‘Prat’, el Vicealmirante Bresser Gómez, ordenó a su buque alejarse de las Wollaston haciendo ahora forzados 20 nudos hacia el Sur, previo el disparo de varias salvas fumígenas que cubrieron su huida, junto con el destructor ‘Portales’, el único buque chileno que no había sido tocado aún. Bresser Gómez, mantuvo la máxima velocidad posible, y su idea fue la de realizar un círculo y penetrar por el Sur y por la entrada al este de las Wollaston e islotes; hacia la Bahía Nassau, donde atacaría con todo a los intrusos argentinos.

El Vicealmirante Bresser Gómez, miró un cuadro del héroe chileno Arturo Prat; en el puente de mando del buque bajo su comando y del mismo nombre. Los ojos del valientísimo Capitán Prat parecieron despertar una valentía absoluta y bien chilena, en el comandante del ‘Prat’; que con mirada de depredador habló por el micrófono de mando, inundando el buque con su recia vos:

Señores, esto recién empieza. Aquí vinimos a defender la patria. Lo haremos con todo. Haremos honor a este buque y al héroe que le diera el nombre’. De todas las cubiertas del ‘Prat’, esta vez surgió un menos serio ‘Viva Chile mierda’, que compitió con el rugido de los mares australes. Bresser Gómez, en su precaria simpatía, y con una mueca dura y parcial; sonrió por milésimas de segundo. Minutos después, del Vicealmirante, se encerraría en su camarote donde rezo por los fallecidos, entre ellos; su hijo Mauricio, tripulante del destructor ‘Cochrane’. En su interior Bresser Gómez, vio con claridad, que el destino celestial de su hijo era el Cielo; El Capitán Mauricio Bresser Gómez había muerto dando la vida por el prójimo, por su Patria, un camino seguro y directo al descanso eterno.

11 am, 8 de noviembre: enfrentando a la División Bronce

Una hora y media luego de haber detectado la división acero; el ‘Santiago del Estero’ todavía no pudo acortar distancias con sus presas, el lento submarino construido durante la segunda guerra mundial, seguía siendo demasiado lento para alcanzar buques de guerra en superficie a máxima velocidad; de modo tal, que la División Acero, se le escapó de las manos al ‘Santiago del Estero’ en poco tiempo.

Arriba el mar se estaba empezando a picar, creando ruidos de mar gruesa lo que disminuía la posible detección vía sonar. ‘Señor, escucho ruidos de explosiones tenues hacia el este, el rendimiento del sonar no es bueno; 10 a 20 km de distancia. Explosiones superficiales… Fuertes explosiones’, informó el Capitán de Corbeta Guede al Capitán Etchart, que demasiado ocupado estudiaba una carta de profundidad del Pasaje de Drake y zonas aledañas. ‘Gracias Guede, espero que sean ellos los que están explotando; llévelo a la superficie para ver que hay’; contestó el comandante del navío argentino.

Ya en superficie, el periscopio fue tomado por el Capitán Etchart, que entre las olas- montañas que subían y bajaban; limitando así su visibilidad. Justo, antes de sumergirse y de insultar a la nada por el bajo rendimiento del periscopio y el sonar; debido a la mar gruesa imperante; Etchart alcanzó a divisar con el periscopio un punto lejano acercándose rápidamente por los cielos, desde el sudoeste. ‘Todo abajo, un helicóptero. Mas buques chilenos en la zona, llévelo a 80 metros, máxima velocidad. Rápido’, gritó Etchart.

El Comandante del buque argentino, al ver el helicóptero que se acercaba a su posición, por una lógica básica y no necesariamente marina; con un simple y directo sentido de supervivencia, tomó la decisión más lógica ante la amenaza alada y letal que se acercaba rápidamente.

Veinte minutos después; el submarino argentino detectó otros buques chilenos en aproximación hacia el Cabo de Hornos. ‘Señor, detecto… buques tamaño medio… deben ser destructores, haciendo 25 nudos… Espere, otros buques detrás del primer grupo… navegando más lento… distancia más de 7 millas detrás del primero’. Informó el Capitán de Corbeta Marcelo Guede. ‘Bien…’; rascándose su barba con su mano derecha, ‘… suban a profundidad de periscopio, suban la antena, vamos a informar a la Armada de estos buques; tubos delanteros, 4 con los viejos M 14 y 2 con Mk 37, también carguen 2 Mk 37 en los de popa. Preparen solución para el primer grupo. Profundidad 40, llévelo lento’, ladró Etchart.

8 de noviembre: la división bronce se desparrama

Veinticinco minutos después y con ya con 6 torpedos en carrera hacia la escuadra chilena, disparados por el ‘ARA Santiago del Estero’, la división bronce; compuesta por los destructores ‘Williams’ y ‘Riveros’, más las fragatas ‘Condell’ y ‘Lynch’; los buques más modernos de la escuadra chilena; comenzaron a dispersarse al detectar a los torpedos argentinos; además de comenzar una búsqueda activa con todos sus medios del submarino atacante. Etchart, Capitán del ‘Santiago del Estero’ aulló con nerviosismo:

‘Máxima velocidad, hacia el norte, de nuevo a los fiordos, llévelo a 120 metros’.

De los 6 torpedos disparados por el ‘Santiago del Estero’, solo 3 impactaron en los buques chilenos. Un Mk 37 pegó en medio del casco de la ‘Condell’, inmovilizándola por completo y partiéndola al medio. Su gemela la ‘Lynch’ en un acto de caballerosidad y también riesgo detuvo sus motores colocándose a estribor, a fin de salvar a la tripulación de la ‘Condell’. Para desgracia del heroísmo naval de la historia de la humanidad; nada pudo detener al frío y calculador sensor de otro torpedo Mk 37 argentino que siguió navegando en aburridos círculos en búsqueda de presa fácil. Este torpedo, sin reconocer valentía en la fragata ‘Lynch’ que cubría y socorría a su gemela; también impactó en el centro del casco de dicho buque. El último torpedo del ataque del submarino argentino, un Mk 14, de corrida directa, alcanzó la proa del ‘Williams’, que emprendió rengueando su vuelta hacia el oeste, a unos 15 nudos de velocidad.

ARA Santiago del Estero: golpe y escape

En franca huida, el submarino argentino se arrastró bajo las profundidades del helado mar polar, haciendo a penas 8 nudos. ‘Señor tres explosiones, muchas corridas; y un buque acercándose a 25 nudos, distancia 6000 metros… Señor otras explosiones, varias explosiones… no son nuestros torpedos… alguien más ataca’, informó el sonarista Guede.

Arriba en la superficie, todo fue condena para los buques chilenos; 4 ‘Skyhawk’ navales aparecieron lanzando cohetes y descargando bombas antibuque; surgieron, desde nubes negras y grises en altura; que empezaban a cubrirlo todo. De nuevo los buques chilenos fueron impactados; para sellar su destino.

Los chilenos lucharon como leones, y en la desesperación alcanzaron a lanzar un misil antiaéreo ‘Sea Cat’ que dejó humeante a un avión argentino. El avión del piloto Poch; alcanzó con suerte las alturas de las Wollaston, donde se eyectó y cayó en territorio amigo; luego de un heladísimo chapuzón en la costa norte de la Isla Hermite, a escasos 40 metros de donde se hallaba el crucero ‘Belgrano’.

‘Llévelo a la cueva y ahí nos vamos abajo y esperamos’, ordenó con absoluta tranquilidad Etchart. El ‘ARA Santiago del Estero’, había practicado ya varias veces, el refugiarse en una suave cama de arena en el fondo del mar, a menos de un km al oeste de la Isla Henderson, entre esta y la Isla Morton. Allí posándose en el fondo del mar, podría desaparecer y esperar lo necesario hasta que los cazadores de la superficie se alejaren.

Luego de una búsqueda infructuosa de unas dos horas; donde el destructor ‘Riveros’ utilizó su sonar activo de búsqueda, mientras que dos helicópteros de la flota chilena dejaban caer cargas de profundidad Mk-11 a mansalva. El único aun buque indemne de la división bronce, el ‘Riveros’, se dirigió a toda máquina hacia el Sur, alejándose de las Islas hacia el área del Cabo de Hornos y del peligro, a toda máquina, con el fin de apoyar a la maltrecha ‘División de Acero’, gravemente golpeada.

Pasadas las horas, la fuerza aérea Argentina y la Aviación Naval, se vieron severamente limitadas por una serie de ventarrones, nubes bajas y un mar que elevaba sus olas a más de 4 metros en el área de Drake.

Llamas en el Drake

Desde la Isla Hermite, solo se festejó como un gol de Boca, el primer impacto en el ‘Latorre’; luego; con respeto la batería al mando de Bonomí, siguió el silencio profesional de su líder; de quien todos sabían, tenía parientes en la Escuadra Chilena.

El pasaje de Drake estaba cubierto de humo, hacia el oeste y a escasos 7 kilómetros, los destructores ‘Cochrane’ y ‘Zenteno’ vomitaban humo y fuego. Hacia el este, el humo blanco provocado por las efectivas granadas fumígenas [4] del ‘Prat’ ocultaba la huida del crucero insignia y su escolta, el destructor ‘Portales’.

Justo en frente de la batería costera de la Isla Hermite, Bonomí gritó sorprendido y olvidándose de su primo, amigo y comandante del crucero chileno:

‘Señores, el ‘Latorre’ se dirige hacia acá, herido, pero está virando para mostrar su popa, donde tiene armamento pesado. Preparen fuego inmediatamente’. Fue demasiada lenta la orden de Bonomí, el ‘Latorre’ disparó con sus torretas dobles de 150 mm en popa, y cuatro granadas cayeron sobre una de las posiciones de artillería naval argentina, dejando humo y un cráter sin vida. El mismo Bonomí quedó ciego y sordo por un tiempo y con una pierna rota, volviendo a repetir, con lo último que le quedaba de fuerza; la orden ‘Fuegoooo, se nos viene encima’.

Desde el puente de mando del ‘Latorre’ ahora a escasos 2000 metros de la costa, donde su Comodoro, Jose Kross, se mantenía aun de pie; se vio claramente el humo del impacto de la granada chilena sobre la posición argentina, y, además, como la Isla Hermite volvió a encenderse, ante el fuego de la batería costera argentina todavía indemne y del crucero ‘Belgrano’, que también vomitó fuego contra el crucero chileno.

El ‘Latorre’ pareció detenerse en seco, un proyectil de 155 mm y 3 de 152 mm, impactaron al unísono en el puente de mando y en la mitad del buque. El emblema naval chileno ahora quedó en silencio y casi sin vida. Un sinnúmero de explosiones en cadena terminaron con el buque que luego de encallar en los arrecifes al norte de la Isla Hermite, a escasos metros de la costa, comenzó a escorarse rápidamente. José Juan Kross dejó de existir como un héroe; y su primo hermano y amigo Pedro Bonomí, ahora lo sabía con total clarividencia. El mismo lo había visto volar por los aires, el mismo había dado la orden de disparo de su último obús ‘Schneider’ de 155 mm.

El Capitán Pedro Bonomí, inmediatamente, dejando escapar lagrimones de amor y odio, ordenó el alto del fuego y el rescate de los supervivientes; mientras el ‘Latorre’, encallado, agarrado a su tierra como rasguñando su tierra amada, aún se batía contra las olas que desde lejano Sur querían llevarse al buque, a su tumba en las profundidades del Océano.

Si bien la batalla del ‘Drake’ continuó millas más hacia el Sur y hacia el este. Helicópteros argentinos y varios buques, entre ellos los barreminas ‘Neuquén’, ‘Río Negro’ y ‘Formosa’, comenzaron a retirar supervivientes y cadáveres.

De los casi 2000 marineros chilenos embarcados, solo llegaron con vida a la Isla Wollaston, a donde se había establecido una precaria carpa-hospital, unos 300 chilenos. La muerte lo había copado todo, el fuego, el humo, el agua y por sobre todo las heladísimas aguas; poco habían perdonado.

El cuerpo de José Juan Kross nunca fue recuperado. El puente de mando del ‘Latorre’ fue incinerado por completo.

Su primo hermano y amigo; se retiró rengueando con muletas y con el pelo chamuscado hacia el norte de la Isla Hermite, donde en un punto de la costa y mirando hacia el norte, hacia el crucero ‘Belgrano’ que ahora parecía inocente y rodeado de gaviotas y skúas. Allí permaneció en silencio por más de una hora; recordando a su primo, sonriendo ante los recuerdos gratos de la juventud; y por sobre todo pidiendo explicaciones al Altísimo.

Ahora el clima Austral, como pregonando misericordia; comenzó a soplar y a encrespar el Mar, definitivamente agraviado por una disputa entre hermanos. Durante las siguientes horas, las operaciones desde el portaviones ’25 de Mayo’ se verían restringidas debido el oleaje, a pesar de estar bien resguardado su integridad, al norte de la Isla de Los Estados.

Pasado el mediodía del 8 de noviembre: más hombres el agua

El submarino ‘ARA Santa Fe’, que navegaba a 10 km al oeste de la Isla Waterman en Bahía Cook, también recibió órdenes, al igual que todos los submarinos argentinos operando en el área; el ‘ARA San Luis’, en la Boca del estrecho de Magallanes y Río Grande; ‘ARA Salta’, en Bahía Nassau y ‘ARA Santiago del Estero’, entre falso Cabo de Hornos y Bahía Cook. La orden recibida por los submarinos argentinos decía: ‘atacar cualquier buque chileno en el área, ya sea militar o de apoyo naval’.

El ‘ARA Santa Fe’, el submarino argentino más adentrado en territorio enemigo; fue el primero en comunicar, días atrás, a la ARA de los movimientos de los buques chilenos, particularmente, de la división bronce y acero; cuando entraron y salieron de sus refugios en los inescrutables fiordos chilenos.

Ahora el ‘Santa Fe’, al quedar un poco rezagado del entrevero naval en el área de Hornos; salió a mar abierto en búsqueda de contactos. Allí, a unos 7 km al sur de su posición, detectó a los destructores-transporte ‘Serrano’ y ‘Orella’, que junto a la barcaza de transporte de tropas ‘Hemmerdinger’ se dirigía toda máquina hacia el ‘Cabo de Hornos’, transportando tropas.

En un ataque casi perfecto, el ‘Santa Fe’ disparó 4 torpedos Mk 14 y 2 Mk 37; de los cuales 2 impactaron en dos buques chilenos, el ‘Hemmerdinger’ y el ‘Serrano’. El ‘Orella’, también recibió un impacto, pero no de torpedo, sino de un misil ‘Exocet’; lanzado diez minutos después, por la corbeta ‘ARA Guerrico’ que apareció por sorpresa total desde el Sur, disparando a más de 30 kilómetros de distancia un misil antibuque, para luego, volver a alejarse en dirección hacia el Polo.

La ‘Guerrico’, que operaba inicialmente con el ‘GT1 [5]’; como escolta del portaviones argentino; tuvo la orden estricta de navegar subrepticiamente desde la Isla de los Estados, hacia el Sur, para luego retomar hacia el oeste a una distancia de 50 km al sur del Cabo de Hornos con su radar apagado, para volver hacia el norte y atrapar en maniobra pinza, a cualquier buque de la armada chilena navegando en el Pasaje de Drake. La ventaja de la ‘Guerrico’, era no solo sus letales misiles ‘Exocet’, sino también su bajísimo perfil al radar, que la hacía casi indetectable hasta los 15 kilómetros de distancia desde un radar embarcado.

Como ángeles de la guarda; unos 4 buques transandinos salieron de sus refugios en los fiordos, y comenzaron el rescate de los abundantes marineros chilenos en peligro de muerte. El ‘ARA Santa Fe’ permaneció observante y distante a una distancia de 5 km de los eventos. En sus adentros, el Capitán González Moreno, comandante del ‘Santa Fe’ observó con su periscopio las tareas de rescate, mientras comunicaba por radio los eventos, por radio abierta y poniendo en peligro su propia embarcación; a fin de solicitar auxilio inmediato.

El ‘Santa Fe’, finalmente se vio obligado a abandonar el área, perseguido por la corbeta ‘Papudo’, que valientemente trato de espolonear su periscopio, además de arrojarle cargas de profundidad.

Después de aquel evento, en que el ‘Santa Fe’ quedó averiado y por lo tanto terminó su cacería en los mares australes; dos cargas de profundidad de la ‘Papudo’ explotaron más cerca de lo deseado de su proa. El ahora herido sumergible argentino, comenzó su lento y largo retorno hacia Río Gallegos; su primera parada antes de llegar a Mar del Plata; a donde evaluarían los dañó profundamente.



[1] Bomba de propósito general de origen norteamericano, de 340 kg.

[2] Avión de entrenamiento y ataque a tierra operado por la ARA. La Marina Argentina operaba 12 de estos aparatos.

[3] Crucero de la clase Brooklyn, de origen norteamericano. De la misma clase que el ‘Prat’, y los ARA ‘Belgrano’ y ‘9 de Julio’.

[4] Ingenio militar por el cual se produce humo y cubre la huida y/o maniobra.

[5] Grupo de Tareas número 1.




Libro Sur en llamas

Formato: ebook.
Autor: Peter J. Bush
‘Sur en llamas’ es una novela de ficción histórica sobre el conflicto del Beagle de 1978. Una guerra entre países hermanos, donde familias unidas por el amor se dividen para defender sus propias banderas.


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sábado, 14 de junio de 2025

Doctrina militar: Ataques preventivos y preemptivos, con aplicación al caso Malvinas/Antártida

Sobre las doctrinas de defensa basada en la anticipación

EMcL para FDRA


  • Se distinguen tres conceptos clave:
    • Ataque preemptivo: el enemigo está por atacar.
    • Ataque Preventivo: el enemigo podría atacar a futuro.
    • Ataque anticipatorio: espectro entre ambos.
  • Cuando es legítimo y cuando no en términos del derecho internacional
    •  La ONU solo permite el uso de la fuerza si hay un ataque armado. Preemption puede entrar, preventive no. La legitimidad, sin embargo, es otro juego: puede haber acciones ilegales pero vistas como necesarias (Kosovo ‘99).
  • Cuando sería válido en el escenario Malvinas/Antártida


El documento "Striking First: Preemptive and Preventive Attack in U.S. National Security Policy" (RAND MG-403) analiza el papel de los ataques anticipatorios —tanto preventivos como preemptivos— en la política de seguridad nacional de EE. UU., especialmente tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Vamos a analizar este documento de manera descriptiva inicialmente y crítica posteriormente. La sorpresa del ataque ha sido una tradición en la Historia Militar argentina que supo ser muchas veces decisiva. Luego, presentamos un resumen de este enfoque enormemente provocador e inspirador con una potencial aplicación al escenario Malvinas/Antártida al final.


1. El dilema de golpear primero: anticipación, poder y legitimidad en la política de seguridad de EE. UU.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos redefinió las reglas del juego en el ámbito de la seguridad internacional. Con el enemigo oculto entre sombras y la amenaza de armas de destrucción masiva en manos de regímenes impredecibles o grupos terroristas, la lógica tradicional de “esperar y responder” parecía obsoleta. En ese nuevo mundo, el principio rector pasó a ser claro y contundente: si hay que defenderse, mejor hacerlo antes de que el enemigo tenga siquiera la oportunidad de atacar. Nació así una nueva doctrina estratégica, controversial y poderosa: la anticipación ofensiva.

En ese contexto, el estudio Striking First, elaborado por el think tank RAND para la Fuerza Aérea de EE. UU., se propuso examinar a fondo el concepto de ataque anticipatorio —en sus dos formas principales, el ataque preemptivo y el ataque preventivo—, evaluando sus fundamentos, límites legales, consecuencias estratégicas y viabilidad operativa. No se trataba de un llamado a la acción inmediata, sino de una reflexión rigurosa sobre cuándo, cómo y por qué un país con poder militar sin precedentes debería considerar la opción de golpear primero.

La distinción conceptual es clave. Un ataque preemptivo se lanza cuando se percibe que el adversario está a punto de atacar: la amenaza es inminente, la decisión urgente. En cambio, un ataque preventivo apunta a una amenaza aún lejana pero en crecimiento: se actúa para evitar que el enemigo adquiera una ventaja estratégica futura. Ambos casos —aunque diferentes en grado— comparten una lógica de anticipación y caen bajo el paraguas del ataque anticipatorio, término que RAND adopta para explorar este espectro de opciones.

Pero ¿qué factores determinan si vale la pena anticiparse? El estudio identifica dos variables estratégicas clave. Por un lado, la certeza de la amenaza: ¿es seguro que el adversario atacará? Por otro, la ventaja del primer golpe: ¿mejora significativamente la situación si se actúa antes? En el extremo ideal —una amenaza segura e inminente, y una ventaja militar clara al atacar primero— la decisión es casi automática. Sin embargo, estos escenarios son extremadamente raros. Lo más común es el terreno intermedio, donde las amenazas son ambiguas y los beneficios inciertos. Allí, la prudencia estratégica se vuelve tan importante como la capacidad de fuego.

Aun cuando existan razones militares sólidas, el ataque anticipatorio debe superar otro umbral: el del derecho internacional. Según la Carta de la ONU, sólo se permite el uso de la fuerza en defensa propia ante un “ataque armado” real. Por eso, los ataques preemptivos pueden, en algunos casos, justificarse como legítima defensa anticipada. Pero los ataques preventivos —por su carácter especulativo— no son legalmente aceptables bajo el marco actual. Algunos juristas han sugerido flexibilizar el concepto de inminencia frente a amenazas como el terrorismo nuclear, pero no existe consenso. Más aún, los riesgos legales personales para líderes militares y políticos han aumentado con el avance de instituciones como la Corte Penal Internacional.





A este marco legal se suma una dimensión más compleja y volátil: la legitimidad. Un ataque puede ser legal y aun así percibido como ilegítimo, o al revés. La legitimidad depende del contexto, de las intenciones percibidas, de la proporcionalidad del uso de la fuerza, y de la narrativa que acompaña la acción. Un mismo ataque puede ser visto como heroico por unos y criminal por otros, y estas percepciones influyen directamente en la diplomacia, las alianzas y el apoyo interno.

En este escenario, ¿cómo debe adaptarse la política de defensa de EE. UU.? El estudio recomienda tratar el ataque anticipatorio como una capacidad de nicho, no como doctrina central. Las fuerzas armadas —especialmente la Fuerza Aérea— deben estar listas para operar con rapidez, precisión y autonomía cuando sea necesario, pero sin rediseñar toda su estructura en torno a esta estrategia. La clave está en la flexibilidad: poder responder en distintos teatros, contra amenazas estatales o terroristas, sin comprometer la sostenibilidad operativa ni la legitimidad política.

Además, la capacidad de inteligencia estratégica se vuelve fundamental. Evaluar intenciones enemigas, identificar preparativos de ataque y anticipar desarrollos tecnológicos hostiles requiere una combinación de medios técnicos, humanos y analíticos de alto nivel. La calidad de la inteligencia no sólo condiciona el éxito operativo, sino también la justificación política y legal del ataque.

El estudio identifica tres escenarios donde EE. UU. podría considerar seriamente un ataque anticipatorio. El primero: prevenir una agresión transfronteriza contra aliados clave, como un ataque de Corea del Norte contra el sur, o una ofensiva china sobre Taiwán. El segundo: atacar grupos terroristas antes de que puedan ejecutar atentados, como ha ocurrido en Yemen, Afganistán o África del Norte. El tercero: frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, especialmente si un Estado hostil está cerca de desarrollar armas nucleares que podrían ser transferidas a actores no estatales.

No obstante, todos estos escenarios plantean riesgos profundos. Atacar primero puede generar un conflicto más amplio, provocar represalias inesperadas o acelerar programas que se intentaba frenar. Además, puede erosionar normas internacionales que limitan el uso de la fuerza, abriendo la puerta a imitadores —Estados que justifiquen agresiones propias amparándose en el precedente estadounidense.

Por eso, el estudio concluye con una serie de recomendaciones prudentes. En primer lugar, tratar el ataque anticipatorio como la excepción, no la regla. En segundo lugar, reforzar la inteligencia y las capacidades de análisis, minimizando la dependencia de juicios apresurados o datos poco verificados. En tercer lugar, mantener opciones militares de rápida ejecución pero reversible, escalables y precisas. Y, por último, asegurar la coordinación política-militar en todo momento, porque en este terreno, la guerra siempre será una continuación de la política por otros medios.

Striking First no es un llamado a la acción, sino una advertencia mesurada: el poder de anticiparse debe usarse con extrema cautela. Golpear primero puede ser decisivo, pero también puede ser el error que detone un desastre estratégico. Saber cuándo no atacar es, en muchos casos, la mejor forma de defensa.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos reconfiguró de manera drástica su estrategia de seguridad nacional. En lugar de basarse únicamente en la doctrina clásica de disuasión —un pilar de la Guerra Fría que suponía que la amenaza de represalias bastaba para evitar ataques enemigos—, el nuevo enfoque estratégico, articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, introdujo la posibilidad explícita de actuar antes de ser atacado. Esta política, conocida como la doctrina Bush, planteó que frente a amenazas asimétricas como el terrorismo global o la proliferación de armas de destrucción masiva (ADM), la defensa reactiva ya no era suficiente. En un entorno donde los actores no estatales y los Estados fallidos operan al margen de las reglas tradicionales, Estados Unidos adoptó la idea de que debía reservarse el derecho de atacar primero, incluso si la amenaza aún no era inminente.

Este giro doctrinal tuvo profundas implicancias, tanto operativas como normativas. Por un lado, desafió los límites establecidos por el derecho internacional sobre el uso de la fuerza. Por otro, planteó exigencias nuevas a las fuerzas armadas, especialmente en términos de inteligencia, movilidad, precisión y legitimidad. El concepto de “defensa preventiva” ya no era solo una herramienta teórica, sino una opción concreta en la caja de herramientas estratégicas del poder militar estadounidense.

En este contexto, el estudio elaborado por RAND Project AIR FORCE y encargado por la Fuerza Aérea de EE. UU. surge como una respuesta a la necesidad de evaluar seriamente las implicaciones reales de esta doctrina emergente. Su objetivo principal no es justificar ni condenar la anticipación como política de Estado, sino analizarla en profundidad para proporcionar una base empírica y estratégica que permita tomar decisiones informadas.

El estudio se propone, en primer lugar, examinar la naturaleza y viabilidad de los ataques anticipatorios, tanto en su versión preemptiva como preventiva. Esto implica preguntarse bajo qué circunstancias golpear primero puede considerarse legítimo, eficaz o incluso necesario, y qué riesgos se derivan de ello. No se trata únicamente de un dilema moral o jurídico, sino también operacional: ¿qué condiciones deben darse para que un ataque anticipado sea exitoso? ¿Qué grado de certeza se necesita sobre la amenaza? ¿Qué capacidad de respuesta inmediata deben tener las fuerzas armadas?

En segundo lugar, el estudio busca determinar cuándo y cómo estos ataques pueden ser útiles desde una perspectiva estratégica. Para ello, evalúa múltiples factores: desde los beneficios tácticos inmediatos hasta los costos diplomáticos a largo plazo, pasando por el impacto en alianzas internacionales, la percepción pública y la estabilidad del orden global.

Un tercer objetivo, estrechamente vinculado a los anteriores, es explorar las consecuencias operativas para las fuerzas armadas, con énfasis en la Fuerza Aérea. En escenarios anticipatorios, la velocidad, la precisión y la autonomía operativa cobran especial relevancia. Se requiere una capacidad sostenida para ejecutar operaciones quirúrgicas con poco preaviso, muchas veces en entornos políticamente hostiles o legalmente ambiguos. Esto implica repensar doctrinas, revisar estructuras de comando y fortalecer capacidades como ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), ataques de largo alcance y despliegues rápidos.

Finalmente, el estudio pretende ofrecer orientación a los planificadores y responsables de política, brindando un marco analítico que les permita abordar amenazas emergentes que no se ajustan a las lógicas tradicionales de confrontación interestatal. En un mundo donde los enemigos no siempre portan uniformes ni operan desde territorios definidos, la anticipación se convierte en un desafío tanto conceptual como práctico.

Para cumplir estos objetivos, el enfoque metodológico del informe es amplio y multidisciplinario. Parte de una revisión doctrinal y legal sobre el uso anticipado de la fuerza, analizando los principios internacionales de legítima defensa y los límites de la acción preventiva. Luego, explora casos históricos representativos, como los ataques israelíes contra instalaciones nucleares en Irak o Siria, o las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, para identificar patrones, errores y lecciones aplicables. También realiza una evaluación comparativa de costos y beneficios estratégicos, integrando factores militares, políticos y diplomáticos. Finalmente, el informe proyecta escenarios futuros en los que EE. UU. podría contemplar la anticipación como opción estratégica, desde conflictos con potencias regionales hasta la neutralización de grupos terroristas con acceso a tecnologías letales.

En resumen, el estudio de RAND no busca promover una doctrina ofensiva ni negar los riesgos que implica golpear primero. Su propósito es más sobrio y más útil: dotar a los responsables de seguridad de las herramientas necesarias para tomar decisiones complejas en un entorno de amenazas difusas, tiempos de reacción acotados y consecuencias potencialmente irreversibles. En un siglo XXI marcado por la incertidumbre estratégica, pensar en frío antes de actuar en caliente se convierte en un imperativo de la política de defensa.


2. Conceptos Clave

En el contexto de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, el lenguaje estratégico adoptó nuevos matices y categorías que, si no se comprenden correctamente, pueden llevar a confusión o a errores de política grave. El estudio de RAND, consciente de esta ambigüedad conceptual, establece con precisión las diferencias entre tres nociones que suelen utilizarse indistintamente: ataque preemptivo, ataque preventivo y ataque anticipatorio. Comprender estos términos no solo es clave para el análisis legal y estratégico, sino también para evaluar la legitimidad y la utilidad práctica de cualquier acción militar ofensiva justificada en defensa propia.

El ataque preemptivo se refiere al uso de la fuerza militar cuando existe una amenaza inminente y claramente identificada. Es decir, cuando se tiene la convicción de que el enemigo está a punto de atacar y que actuar primero representa la única manera de evitar un daño grave o una derrota estratégica. Esta categoría se basa en el principio de autodefensa inmediata, reconocido por el derecho internacional, y tiene como antecedente histórico paradigmático el ataque de Israel contra Egipto en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. En ese caso, la destrucción preventiva de la fuerza aérea egipcia proporcionó a Israel una ventaja táctica decisiva. Sin embargo, justificar legalmente este tipo de ataque requiere inteligencia precisa y verificable que demuestre la inminencia real de la amenaza. Sin esa condición, la acción pierde su sustento jurídico y político.

En contraste, el ataque preventivo se basa en la percepción de una amenaza futura, que todavía no se ha materializado pero que podría hacerlo con mayor intensidad si no se actúa a tiempo. A diferencia del ataque preemptivo, aquí la amenaza no es inminente; lo que se anticipa es un deterioro futuro del equilibrio estratégico, como la adquisición de armas nucleares por parte de un adversario hostil. El bombardeo israelí del reactor Osirak en Irak en 1981 es un caso clásico de esta lógica. También lo fue, aunque mucho más cuestionado, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, justificada por la presunta posesión de armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. Desde la perspectiva del derecho internacional, el ataque preventivo es generalmente considerado ilegal, ya que no cumple con el principio de inminencia que justifica la legítima defensa. Además, su uso eleva los riesgos políticos y diplomáticos, y puede debilitar normas fundamentales sobre el uso restringido de la fuerza en las relaciones internacionales.

Dado que muchas situaciones reales no se ajustan perfectamente a estas dos categorías, el estudio introduce una noción más amplia y flexible: el ataque anticipatorio. Esta categoría engloba tanto el ataque preemptivo como el preventivo, y se utiliza para analizar un rango continuo de situaciones en las que se considera actuar ofensivamente por razones defensivas. Su valor conceptual radica en que permite abordar contextos complejos donde la amenaza es probable pero no inminente, o donde la decisión de atacar primero responde a una combinación de factores tácticos, políticos y estratégicos. Así, el ataque anticipatorio no define una doctrina específica, sino un marco analítico útil para evaluar cuándo golpear primero puede parecer necesario desde la lógica de la seguridad nacional.

Por último, el estudio distingue una categoría adicional que suele confundirse con las anteriores: la preemption operacional. En este caso, no se trata de anticipar el inicio de un conflicto, sino de realizar ataques dentro de una guerra ya en curso para impedir movimientos tácticos concretos del enemigo. Por ejemplo, atacar una base aérea antes de que despeguen los aviones enemigos, o destruir un nodo de comunicaciones para interrumpir una ofensiva en desarrollo. Aunque este tipo de acción comparte con la preemption estratégica la lógica de actuar antes del daño, su fundamento es estrictamente militar, no político, y se inscribe en la dinámica normal del campo de batalla. Por tanto, no entraña los mismos dilemas legales o morales que una decisión estratégica de iniciar hostilidades.

En resumen, la diferenciación entre estas categorías puede sintetizarse en tres ejes: el grado de inminencia de la amenaza, su legalidad bajo el derecho internacional y la lógica principal que la justifica. El ataque preemptivo responde a una amenaza inmediata y puede considerarse legal bajo ciertos parámetros. El preventivo, en cambio, se enfrenta a una amenaza futura y es generalmente ilegal. El ataque anticipatorio abarca ambos dentro de un espectro de decisiones defensivas ofensivas, y su legalidad dependerá del contexto específico. Finalmente, la preemption operacional es una herramienta táctica legítima dentro de conflictos ya iniciados, pero no equivale a iniciar una guerra.

Comprender estas distinciones no es una cuestión terminológica, sino una condición indispensable para formular políticas coherentes, respetuosas del orden internacional y adaptadas a los riesgos del siglo XXI. Como muestra el estudio de RAND, en temas de seguridad nacional, la precisión conceptual es tan crucial como la precisión militar.

Resumen de Diferencias Clave

Tipo de ataqueInminencia de la amenazaLegalidad internacionalJustificación principal
PreemptivoAltaGeneralmente legalEvitar un ataque inminente
PreventivoBaja o futuraGeneralmente ilegalEvitar aumento futuro de amenaza
AnticipatorioVaría (es un continuo)Mixta/ambiguaActuar antes de que la amenaza escale

3. Evaluación Estratégica

La decisión de lanzar un ataque anticipatorio —ya sea preemptivo o preventivo— no puede tomarse a la ligera. Supone una ruptura fundamental con la norma internacional que prohíbe el uso de la fuerza salvo en defensa propia. Por eso, tal decisión debe apoyarse en un análisis estratégico riguroso que contemple no solo la viabilidad operativa, sino también los riesgos políticos, legales y morales. El estudio de RAND identifica dos factores fundamentales que estructuran esta evaluación: la certeza de la amenaza y la ventaja del primer golpe. A estos, se suman consideraciones políticas y dilemas inherentes a la ambigüedad estratégica.

El primer eje de análisis es la certeza de la amenaza. Este aspecto se refiere al grado de convicción que tienen los responsables de la toma de decisiones sobre si el adversario realmente tiene la intención —y la capacidad— de atacar. En la práctica, rara vez se cuenta con información perfecta. La inteligencia puede ser incompleta, errónea o difícil de interpretar. A esto se suma una incertidumbre estructural: incluso con datos fiables, el comportamiento futuro de los actores puede ser impredecible por naturaleza. Cuando la amenaza es incierta, justificar un ataque anticipatorio resulta mucho más difícil, sobre todo si implica costos significativos —como la pérdida de vidas, el inicio de una guerra o la erosión de la legitimidad internacional. Un ejemplo ilustrativo es la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Aunque EE. UU. detectó misiles soviéticos en territorio cubano, optó por no lanzar un ataque inmediato, debido a la incertidumbre sobre las intenciones soviéticas y los posibles desenlaces de una escalada.

El segundo elemento clave es la ventaja del primer golpe, es decir, si atacar primero otorga un beneficio militar sustancial frente a responder más tarde o esperar ser atacado. Este análisis varía según el tipo de amenaza y el tipo de ataque anticipado. En contextos de ataque preemptivo, la ventaja se mide en términos inmediatos: destruir capacidades clave del adversario, desorganizar su mando y control, lograr la sorpresa táctica o asegurar el control inicial del terreno. En ataques preventivos, el análisis es más prospectivo: se trata de evaluar si el equilibrio militar será menos favorable en el futuro, por ejemplo, si el adversario está cerca de adquirir armas nucleares o de mejorar su capacidad ofensiva. El caso de Israel en 1967 es un claro ejemplo: ante la percepción de un ataque inminente por parte de Egipto, Israel se adelantó y logró una victoria decisiva gracias a la destrucción de la fuerza aérea enemiga antes de que pudiera despegar.

No obstante, incluso cuando se percibe una ventaja táctica clara, los costos políticos, legales y reputacionales pueden ser prohibitivos. Atacar primero puede acarrear condena internacional, pérdida de legitimidad, ruptura de alianzas y un mayor riesgo de escalada. El caso de Irak en 2003 lo ejemplifica: la ausencia de armas de destrucción masiva tras la invasión debilitó profundamente la justificación política del ataque y erosionó la credibilidad de Estados Unidos en los años siguientes. Por eso, cualquier análisis de conveniencia militar debe estar acompañado de un cálculo preciso del impacto diplomático y del nivel de apoyo interno e internacional con el que cuenta la acción.

Este contexto genera una serie de dilemas estratégicos. En muchos casos, la amenaza no es completamente segura, ni la ventaja de atacar es concluyente. Esto produce un espacio de ambigüedad en el que las decisiones se vuelven especialmente difíciles y propensas al error. Por ejemplo, si se tiene certeza de que el enemigo atacará, pero la ventaja militar de adelantarse es baja, tal vez convenga intentar la disuasión en lugar de lanzar un ataque. Por el contrario, si la ventaja ofensiva es alta pero la amenaza no es clara, actuar podría desencadenar una guerra innecesaria y costosa. Este tipo de decisiones, por definición, se toma con información incompleta y bajo presión, lo que aumenta la posibilidad de un error estratégico de gran magnitud.

Para ayudar a ordenar este proceso, el estudio de RAND propone un modelo de evaluación combinado, en el que la certeza de la amenaza se coloca en un eje y la magnitud del beneficio estratégico de atacar primero en otro. Las situaciones que realmente justifican un ataque anticipatorio se ubican en el cuadrante superior derecho: alta certeza de amenaza y alta ventaja táctica. Sin embargo, la mayoría de los escenarios reales no se sitúan en ese cuadrante ideal, sino en zonas grises donde predominan la incertidumbre y los riesgos elevados.

La conclusión estratégica del informe es clara: un ataque anticipatorio no puede fundarse simplemente en el deseo de actuar con iniciativa o en la percepción subjetiva de una amenaza. Exige una base sólida de inteligencia confiable, un análisis cuidadoso de los costos y beneficios —militares y políticos—, una evaluación rigurosa de su legalidad y legitimidad, y una previsión razonable de las consecuencias a corto y largo plazo. Por todo ello, este tipo de acción debe considerarse una excepción estratégica, no una política generalizada. Solo bajo condiciones extraordinarias, cuando converjan la certeza de la amenaza, la ventaja operacional decisiva y el respaldo político necesario, un ataque anticipatorio podría ser una opción justificable. En todos los demás casos, la prudencia es la mejor estrategia.


4. Legalidad y Legitimidad

El uso anticipado de la fuerza militar representa uno de los temas más controvertidos del derecho internacional contemporáneo. El estudio de RAND dedica una atención especial a esta cuestión, consciente de que, más allá de la conveniencia táctica o de la superioridad militar de Estados Unidos, el verdadero desafío está en encontrar un equilibrio entre eficacia estratégica, legalidad normativa y legitimidad política. Golpear primero puede parecer una solución efectiva a ciertos problemas de seguridad, pero ¿bajo qué condiciones puede considerarse legal? ¿Y cuándo es legítimo a los ojos del mundo?

El marco jurídico internacional, tal como lo establece la Carta de las Naciones Unidas, es claro en su intención. El artículo 2(4) prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, mientras que el artículo 51 reconoce el derecho inherente a la autodefensa —individual o colectiva— en caso de que ocurra un “ataque armado”. La interpretación tradicional de estos artículos ha aceptado la posibilidad de un ataque preemptivo únicamente cuando hay evidencia clara e inmediata de que el enemigo está a punto de atacar. Este criterio se apoya en el famoso precedente del Caroline Case del siglo XIX, que establece que para que la acción anticipatoria sea legal, debe haber una necesidad instantánea, ninguna alternativa razonable y un uso proporcional de la fuerza.

Sin embargo, el caso del ataque preventivo —lanzado no ante una amenaza inminente, sino para evitar un peligro potencial en el futuro— no goza del mismo reconocimiento jurídico. En la visión clásica del derecho internacional, este tipo de acción es incompatible con el principio de uso restringido y proporcional de la fuerza. La amenaza aún no se ha materializado y, por lo tanto, no hay justificación legal para actuar con violencia. La mayoría de los expertos jurídicos coinciden en rechazar la legalidad de este enfoque, incluso cuando se invoca la posibilidad de una catástrofe, como en los casos de proliferación nuclear o amenaza terrorista latente.

Ante la aparición de amenazas no convencionales —terrorismo transnacional, armas nucleares portables, ataques cibernéticos—, algunos juristas y gobiernos han sugerido la necesidad de redefinir el concepto de “inminencia” para permitir una autodefensa más flexible. ¿Debe un Estado esperar a que un grupo terrorista con acceso a un arma nuclear actúe, o basta con saber que tiene la capacidad y la intención de hacerlo? Estados Unidos ha defendido una interpretación más amplia del derecho a la autodefensa, especialmente desde la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, en la que se afirma que la anticipación puede ser necesaria en un mundo donde los enemigos no siempre declaran sus intenciones.

Sin embargo, estas propuestas no han logrado consolidarse como parte del derecho internacional consuetudinario, ni han sido formalmente codificadas por organismos multilaterales. El uso de esta doctrina genera tensiones con instituciones como la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), y su aceptación se ve limitada por el temor de abrir la puerta a abusos sistemáticos del principio de anticipación.

La complejidad legal se agudiza cuando los ataques anticipatorios se dirigen contra actores no estatales que operan dentro del territorio de Estados soberanos. Aquí surgen preguntas difíciles: ¿puede un Estado intervenir militarmente si el país huésped no combate a los terroristas? ¿Existe un umbral de amenaza suficiente para considerar inminente una acción que aún no ha ocurrido? En casos como Yemen (2002) o Gaza, tanto Estados Unidos como Israel han argumentado que el Estado anfitrión era incapaz o no estaba dispuesto a actuar, y que por tanto la intervención era justificada. Aun así, este tipo de acciones sigue siendo jurídicamente polémico, sobre todo si no cuentan con el respaldo explícito del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora bien, más allá de la legalidad formal, existe otro concepto clave: la legitimidad. No siempre lo legal y lo legítimo coinciden. Un ataque puede ajustarse técnicamente a la ley, pero ser considerado ilegítimo si se percibe como desproporcionado, unilateral o motivado por intereses ocultos. Inversamente, un ataque ilegal puede ser visto como legítimo si se enmarca en una causa ética superior, como la prevención de un genocidio. La intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 es un ejemplo paradigmático de este dilema: fue ilegal según el derecho internacional, pero ampliamente considerada legítima desde una perspectiva humanitaria.

Varios factores contribuyen a la percepción de legitimidad: la alineación con principios éticos (como proteger civiles), el apoyo de aliados y organizaciones multilaterales, la transparencia en la justificación del ataque y la proporcionalidad de los medios empleados. Además, las percepciones de legitimidad pueden cambiar con el tiempo. Una intervención inicialmente controvertida puede adquirir mayor respaldo si se demuestra que evitó una catástrofe o condujo a una estabilización real. Lo contrario también es cierto: una acción aceptada inicialmente puede volverse ilegítima si sus consecuencias son desastrosas.

El estudio concluye que toda planificación de un ataque anticipatorio debe considerar no solo su viabilidad militar, sino también su base legal y legitimidad internacional. La eficacia táctica puede verse anulada por consecuencias políticas negativas: aislamiento diplomático, sanciones económicas, pérdida de influencia o deslegitimación en foros multilaterales. Además, sin un consenso jurídico claro, la institucionalización de esta práctica como parte estructural de la política exterior estadounidense corre el riesgo de socavar principios fundamentales del orden internacional, debilitando justamente el entorno legal y normativo que EE. UU. ha contribuido históricamente a construir.

En definitiva, el dilema de la anticipación no es solo una cuestión de estrategia militar, sino también un reto jurídico y moral. Si Estados Unidos desea preservar su liderazgo global, deberá equilibrar cuidadosamente su poder de acción con el respeto a las normas que rigen la convivencia internacional. Porque en el siglo XXI, la legitimidad puede ser tan decisiva como la fuerza.

5. Implicaciones para la Política de Defensa de EE. UU.

Desde que la doctrina de ataque anticipatorio se incorporó de manera más explícita en la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha planteado una pregunta crucial para la planificación militar: ¿debe el aparato de defensa organizarse en torno a la posibilidad de golpear primero? El estudio de RAND es claro al respecto: aunque este tipo de operaciones ha ganado notoriedad, su aplicación práctica seguirá siendo limitada y selectiva. No estamos frente a un nuevo paradigma que reemplace la disuasión o la contención, sino ante un recurso excepcional que, si bien debe contemplarse, no puede convertirse en eje estructurante de la defensa nacional.

El ataque anticipatorio debe concebirse como una contingencia de nicho, no como una doctrina central. Aunque puede considerarse con más frecuencia en un entorno estratégico incierto, seguirá siendo poco común en la práctica. Por lo tanto, las fuerzas armadas deben estar capacitadas para ejecutarlo si fuera necesario, pero sin reorganizar su estructura ni su entrenamiento general en torno a este tipo de misión. No se trata de desarrollar capacidades completamente nuevas, sino de adaptar las ya existentes a escenarios bien definidos.

Y es que los requisitos militares para una operación anticipatoria varían enormemente según el caso. No existe una fórmula única ni una plantilla estándar. Prevenir una invasión de Taiwán, neutralizar instalaciones nucleares en Irán o eliminar una célula terrorista en Yemen son desafíos completamente distintos, que exigen medios, tiempos, inteligencia y reglas de enfrentamiento específicos. Por eso, RAND enfatiza la importancia de planificar sobre la base de escenarios concretos en lugar de abrazar una doctrina genérica de anticipación.

En todos los casos, la inteligencia estratégica adquiere un rol central. Comprender las intenciones del adversario, distinguir entre preparativos defensivos y ofensivos, y detectar actividades encubiertas —como la proliferación nuclear— son tareas complejas que requieren capacidades de vigilancia, análisis y acción en tiempo real. La Fuerza Aérea, con sus sistemas ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), cumple un papel fundamental en este proceso. Sin información precisa y oportuna, cualquier decisión anticipatoria se transforma en una apuesta ciega.

Especialmente en el caso de agresiones transfronterizas inminentes, como podría ser una ofensiva convencional de Corea del Norte o una acción militar china sobre Taiwán, la capacidad de reacción rápida es decisiva. Para que un ataque preemptivo tenga sentido, debe lanzarse antes de que el enemigo ejecute su ofensiva. Eso requiere fuerzas preposicionadas, o al menos con alta capacidad de despliegue, decisiones políticas rápidas y confiables, y armamento de largo alcance capaz de actuar incluso sin acceso territorial directo.

Cuando se trata de frenar la proliferación de armas nucleares, químicas o biológicas, las exigencias son aún más elevadas. No basta con atacar instalaciones; muchas veces se requiere eliminar capacidades profundamente enterradas, neutralizar defensas aéreas y, en algunos casos, incluso propiciar un cambio de régimen, como ocurrió con la invasión de Irak. Estas operaciones deben lograr una eficacia quirúrgica sin margen de error, y además prepararse para las consecuencias: desde contaminación nuclear hasta una escalada regional. Por eso, RAND destaca la necesidad de contar con autonomía operativa, sin depender del apoyo directo de aliados, si estos no están dispuestos a participar.

En un plano distinto, los ataques anticipatorios contra organizaciones terroristas implican misiones de escala menor, pero alta complejidad operativa. Suelen realizarse mediante drones, comandos especiales o en coordinación con inteligencia aliada, y requieren niveles altos de infiltración, precisión y velocidad. Si este tipo de acciones se hace recurrente, como ha sido el caso en los últimos años, se incrementará la presión sobre las fuerzas especiales (SOF) y se requerirá una inversión sostenida en unidades no convencionales, equipos discretos y medios autónomos.

Ahora bien, el estudio también advierte contra el riesgo de sobrevaloración de esta capacidad. El éxito de operaciones pasadas, como el ataque preventivo de Israel en 1967, puede fomentar una confianza excesiva en la anticipación como herramienta universal. Este sesgo ofensivo ha llevado históricamente a decisiones estratégicas erróneas, como ocurrió en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial o con la intervención en Irak basada en inteligencia defectuosa. La lección es clara: no todos los problemas de seguridad se resuelven atacando primero.

Además, existe un peligro creciente de que EE. UU. termine siendo blanco de un ataque preemptivo. Si un adversario percibe que la intervención estadounidense es inevitable, puede decidir golpear primero para reducir sus propias pérdidas. Doctrinas como la china, en caso de crisis sobre Taiwán, ya contemplan esa posibilidad. Frente a ello, la estructura de fuerzas de EE. UU. debe diseñarse con criterios de resiliencia y dispersión, incorporando sistemas de defensa activa, redundancia y capacidad de absorción de ataques sorpresa.

Finalmente, RAND subraya la necesidad de una coordinación estrecha entre los líderes políticos y los mandos militares. Las decisiones de anticipación no pueden improvisarse. Los planificadores deben comunicar con precisión qué es factible, advertir sobre las limitaciones operativas y los riesgos implicados, y estar preparados para actuar con poco margen de maniobra temporal si las circunstancias lo exigen.

En suma, el ataque anticipatorio no debe dominar la planificación militar estadounidense, pero sí incorporarse como una capacidad especializada y estratégica. Su éxito dependerá de una combinación equilibrada de inteligencia confiable, criterios legales claros, evaluación política rigurosa y preparación técnica sobria. Se trata, en última instancia, de estar listos para actuar sin precipitarse, de anticiparse sin invitar al desastre, y de preservar el poder militar sin renunciar a la prudencia.


6. Escenarios Probables para EE. UU.

El estudio de RAND identifica con claridad tres escenarios principales en los que Estados Unidos podría contemplar el uso de ataques anticipatorios en el futuro cercano. Estos no son ejercicios hipotéticos: responden a preocupaciones reales en la política exterior y defensa estadounidense, y sirven como guía para planificadores estratégicos, tanto en el terreno militar como diplomático.

El primer escenario plantea la posibilidad de tener que anticiparse a una agresión transfronteriza. El objetivo sería impedir o mitigar una invasión o ataque inminente contra un aliado, como podría ser un avance norcoreano sobre Corea del Sur o una ofensiva de China contra Taiwán. En estos casos, un ataque anticipatorio permitiría a EE. UU. reducir el daño inicial a sus propias fuerzas y a sus aliados, ganando así una ventaja táctica. Sin embargo, esta opción también conlleva un riesgo mayúsculo: iniciar una guerra a gran escala en una región sensible. La magnitud del conflicto haría que la calidad y certeza de la inteligencia sobre la inminencia del ataque enemigo sea absolutamente crítica. Si la amenaza resulta ser menos inminente de lo previsto o no se concreta, el costo político —tanto interno como externo— podría ser devastador. Por ello, este tipo de operación sólo sería justificable en condiciones excepcionales de urgencia y certeza, y requeriría una preparación militar y diplomática extensa y coordinada.

Un segundo escenario contempla ataques anticipatorios contra grupos terroristas antes de que ejecuten atentados. Aquí se trata de operaciones de menor escala, llevadas a cabo mediante drones armados, fuerzas especiales o en colaboración con servicios de inteligencia aliados. Estas misiones suelen ser encubiertas, de corto alcance, y orientadas a eliminar objetivos específicos con precisión quirúrgica. Ejemplos como el ataque con misil Hellfire en Yemen (2002) o los operativos en Afganistán y Pakistán ilustran este tipo de intervención. La ventaja central de este enfoque es su alto grado de aceptabilidad moral y política, siempre y cuando haya evidencia concreta que justifique la acción. Además, al tratarse de acciones puntuales, el riesgo de escalada es mucho menor. No obstante, su éxito depende críticamente de una inteligencia táctica confiable y precisa. También surgen dilemas legales, especialmente cuando estas operaciones se realizan dentro de territorios soberanos sin el consentimiento del Estado anfitrión. Aun con estos desafíos, este es probablemente el tipo de ataque anticipatorio más frecuente y políticamente viable en el mundo contemporáneo.

El tercer escenario, más delicado aún, es el de impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. Aquí el blanco no son grupos dispersos ni movimientos tácticos inmediatos, sino la infraestructura crítica de Estados que podrían adquirir —o ya poseen— capacidades nucleares, químicas o biológicas. Irán y Corea del Norte son los casos más notorios, pero también se contempla la posibilidad de futuros actores. A lo largo de la historia, se han registrado precedentes de este tipo de acción: el bombardeo israelí al reactor Osirak en Irak (1981) o, de manera más ambiciosa, la invasión estadounidense de Irak en 2003. Este último caso, basado en premisas equivocadas sobre la existencia de ADM, se convirtió en un ejemplo paradigmático de los peligros de actuar preventivamente sin evidencia sólida. Operaciones de este tipo exigen una precisión militar extrema: deben destruir no solo instalaciones físicas, muchas veces ocultas o fortificadas, sino también la capacidad técnica y humana del programa enemigo. Además, implican un riesgo alto de guerra prolongada, ocupación territorial y consecuencias geopolíticas imprevistas. Políticamente, si la acción no cuenta con respaldo internacional y la amenaza no es percibida como creíble, el costo en términos de legitimidad puede ser catastrófico. Así, estos ataques sólo pueden considerarse cuando el adversario es claramente incontrolable por medios diplomáticos o disuasivos, y la amenaza es tangible.

Más allá de estos tres escenarios, el estudio identifica una serie de efectos cruzados que deben tenerse en cuenta. Por ejemplo, el impacto disuasivo de estas acciones puede ser ambiguo: mientras algunos países podrían abandonar programas de armamento por temor a ser atacados, otros podrían sentirse incentivados a acelerarlos para disuadir un ataque anticipado. Libia renunció a sus armas tras ver lo que sucedió en Irak, pero Irán podría haber llegado a la conclusión opuesta: que el desarrollo nuclear rápido es la mejor garantía contra una intervención.

Asimismo, el uso repetido o institucionalizado del ataque anticipatorio por parte de Estados Unidos podría erosionar las normas internacionales que condenan el uso preventivo de la fuerza. Esto abriría la puerta a que otros Estados —como India, Rusia o Israel— invoquen esta doctrina para justificar agresiones en sus respectivas regiones, lo que aumentaría la inestabilidad global.

En términos generales, los escenarios más probables para el uso de ataques anticipatorios por parte de EE. UU. se concentran en tres líneas: prevenir agresiones convencionales de Estados hostiles, neutralizar amenazas terroristas antes de que se concreten, e impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. No obstante, la decisión de actuar en forma anticipatoria no puede depender únicamente de la capacidad militar o de la voluntad política. Debe fundarse en tres criterios clave: la certeza de la amenaza, la ventaja estratégica real de actuar primero y el costo político y diplomático que tendría una acción militar unilateral o controvertida.

En última instancia, el estudio de RAND no propone una doctrina rígida, sino un marco analítico que ayude a decidir con inteligencia y cautela. Los ataques anticipatorios, si bien útiles en ciertos contextos, requieren una evaluación minuciosa, caso por caso. La ventaja de golpear primero nunca debe eclipsar el riesgo de golpear en falso.

7. Riesgos y Recomendaciones

Aunque la opción de golpear primero puede ofrecer ventajas estratégicas significativas en ciertos contextos, el estudio de RAND advierte que una dependencia excesiva de los ataques anticipatorios —ya sean de carácter preemptivo o preventivo— entraña riesgos sustanciales tanto en el plano estratégico como en el político. Estas acciones, por más que puedan parecer atractivas en términos de control del conflicto o eliminación de amenazas potenciales, deben ser consideradas con suma cautela y sólo en circunstancias excepcionales.

Uno de los principales peligros identificados es la sobrevaloración del ataque anticipatorio. Casos como el de Israel en 1967, exitosos desde el punto de vista militar, pueden inducir una percepción distorsionada sobre la universalidad de sus beneficios. Esta interpretación errónea podría generar entre líderes políticos y militares una preferencia por la acción ofensiva, subestimando los costos prolongados que implica iniciar una guerra antes de tiempo. En ese camino, el impulso estratégico puede dejar de lado la evaluación rigurosa de alternativas no militares y abrir la puerta a conflictos innecesarios.

Además, si la acción anticipatoria se basa en información defectuosa —como ocurrió en Irak en 2003—, el daño a la credibilidad internacional de Estados Unidos puede ser profundo y duradero. La confianza de aliados, organizaciones multilaterales y opinión pública se resiente, lo que debilita la efectividad de futuras amenazas disuasorias. Una nación que falla al justificar sus intervenciones pierde autoridad moral y capacidad de liderazgo en el sistema internacional.

Existe también el riesgo de provocar una escalada incontrolada. Atacar primero puede desencadenar guerras regionales o incluso globales, especialmente si el objetivo es una potencia intermedia o nuclear. La anticipación mal calculada puede resultar en un conflicto de mayor envergadura que el que se pretendía evitar. Peor aún, puede llevar a que otros actores perciban que deben actuar preventivamente también, desencadenando un ciclo de agresiones defensivas —un efecto espejo sumamente peligroso.

Otra preocupación fundamental es el debilitamiento del orden jurídico internacional. El uso frecuente o unilateral de esta doctrina puede erosionar los principios que limitan el recurso a la fuerza entre Estados. Cuando una potencia como EE. UU. actúa fuera de esos marcos, otros países pueden sentirse legitimados para hacer lo mismo, incluso en contextos mucho más cuestionables. El resultado sería una progresiva desestabilización del sistema internacional y el regreso a un modelo de relaciones de fuerza sin reglas claras.

Y no hay que descartar que Estados Unidos, al mostrarse proclive a atacar primero, se convierta él mismo en blanco de ataques preemptivos. Si un adversario percibe que una intervención estadounidense es inevitable, podría optar por adelantarse, iniciando hostilidades con la esperanza de limitar sus propias pérdidas. Esta lógica ya se refleja en doctrinas militares como la china en torno a Taiwán, que contempla la posibilidad de atacar fuerzas estadounidenses si se aproxima una confrontación.

Frente a este panorama, el estudio ofrece un conjunto de recomendaciones orientadas a minimizar riesgos y preservar la legitimidad estratégica de EE. UU. La primera y más importante es tratar el ataque anticipatorio como una excepción, no como regla. No debe convertirse en una herramienta rutinaria de política exterior, sino reservarse para situaciones extremas, cuando la amenaza sea clara, inminente o no mitigable por otros medios.

La segunda recomendación apunta al fortalecimiento de la inteligencia estratégica. Invertir en capacidades humanas y tecnológicas (HUMINT y SIGINT) es vital para interpretar con precisión las intenciones del adversario y detectar amenazas en desarrollo. Esa inteligencia debe ser contrastada, verificada y compartida de forma rigurosa, evitando que decisiones críticas se tomen sobre la base de datos fragmentarios o erróneos.

Tercero, se enfatiza la necesidad de contar con capacidades militares flexibles y reversibles. Es decir, fuerzas de reacción rápida, armamento de precisión y plataformas de operación furtiva que permitan escalar o desescalar la intervención según evolucione la situación. Esta modularidad es crucial para conservar opciones y no quedar atrapado en una lógica de "todo o nada".

También es esencial minimizar el daño colateral. La legitimidad de un ataque anticipatorio está íntimamente ligada a su precisión y proporcionalidad. Evitar víctimas civiles y limitar la destrucción a objetivos estrictamente militares es no sólo una exigencia moral, sino también estratégica: las operaciones limpias preservan el respaldo político y reducen el riesgo de radicalización o escalada prolongada.

En paralelo, se debe reforzar la coordinación civil-militar. Las decisiones de anticipación no pueden tomarse desde compartimentos estancos. Requieren una comunicación fluida entre planificadores militares y responsables políticos, de modo que estos últimos comprendan con claridad qué es posible, qué es riesgoso y qué implicaciones tendría cada curso de acción.

Una planificación responsable también debe contemplar el escenario posterior al ataque. Toda operación anticipatoria debe incluir medidas para proteger a las fuerzas desplegadas, garantizar la seguridad de los aliados y gestionar la respuesta diplomática y militar del adversario. Pensar en la escalada no como una posibilidad remota, sino como una consecuencia plausible, es parte del realismo estratégico necesario.

Por último, el estudio insiste en la necesidad de respetar y sostener las normas internacionales. A pesar de sus límites, el derecho internacional es un pilar fundamental del orden global. Por ello, EE. UU. debería esforzarse por legitimar cualquier acción anticipatoria mediante alianzas, marcos multilaterales, transparencia informativa y procedimientos formales. No se trata sólo de cumplir reglas, sino de reafirmar el compromiso con un sistema que da previsibilidad y contención a la violencia internacional.

En suma, el ataque anticipatorio puede ser una herramienta útil en circunstancias excepcionales, pero nunca debe convertirse en una doctrina general. Su valor reside en la capacidad de neutralizar amenazas graves y específicas, no en su aplicación sistemática. La clave está en combinar una preparación operativa de alto nivel con una estrategia marcada por la moderación, la inteligencia verificable, el respaldo político firme y el respeto a las normas que rigen la convivencia entre Estados. En tiempos de incertidumbre global, la prudencia estratégica es tan vital como el poder militar.

Ataque de anticipación para el caso Argentina vs Reino Unido/Chile

La teoría de los ataques anticipatorios —en sus variantes preemptiva, preventiva o de carácter más general— desarrollada en el estudio de RAND, ofrece un marco analítico útil para pensar escenarios complejos de seguridad donde la decisión de “golpear primero” podría considerarse racional desde un punto de vista estratégico. Si bien esta doctrina fue concebida en el contexto de la política de defensa estadounidense posterior al 11 de septiembre, su estructura conceptual puede proyectarse, con las debidas adaptaciones, a otras realidades nacionales. Históricamente, en el caso argentino, sufrimos un ataque preventivo con el ataque y captura de la ciudad de Corrientes en 1865 que dio lugar a nuestra entrada en la Guerra del Paraguay. Estuvimos también a punto de realizar un ataque preemptivo en el caso de la crisis del Beagle. Posteriormente, la operación Rosario podría también encuadrarse en el caso de un ataque preemptivo en términos de debilitar el accionar británico en el TOAS luego de revelada las acciones en las Georgias del Sur. La hipótesis de una futura intervención militar en el Atlántico Sur —particularmente en torno a las Islas Malvinas o a los territorios reclamados en la Antártida— plantea un terreno fértil para este tipo de reflexión prospectiva, siempre que se reconozcan las profundas diferencias en capacidades, alianzas, legitimidad y condicionamientos geopolíticos que separan a Argentina del caso estadounidense.

A modo de ejercicio académico, puede imaginarse un escenario a mediano o largo plazo —dentro de las próximas dos décadas— en el cual el contexto internacional en la región austral se ha transformado radicalmente. El Tratado Antártico podría haberse debilitado o incluso colapsado, dando lugar a una etapa de competencia explícita por recursos estratégicos, desde hidrocarburos hasta minerales críticos. En paralelo, la presencia militar y económica del Reino Unido y de Chile en el Atlántico Sur y la Antártida podría haberse intensificado a través de instalaciones duales, con fines científicos y de vigilancia. En ese marco, la exploración de recursos naturales podría haber dejado de ser una actividad cooperativa para convertirse en un foco de fricción geopolítica. Simultáneamente, Argentina habría iniciado un proceso de modernización militar —modesto pero realista— centrado en capacidades ISR, armas de precisión y plataformas de proyección regional limitada. Sobre ese trasfondo, los incidentes recurrentes en las zonas disputadas, incluyendo provocaciones navales cerca de las Malvinas o actividades hostiles encubiertas, marcarían una escalada de tensiones.

En ese contexto hipotético, la posibilidad de aplicar una doctrina de ataque anticipatorio podría cobrar cierta racionalidad estratégica. Por ejemplo, ante indicios claros y verificables de que el Reino Unido está a punto de desplegar nuevos sistemas ofensivos —como misiles de largo alcance o submarinos nucleares— en las Islas Malvinas, el liderazgo argentino podría interpretar esa acción como el preludio de un reposicionamiento militar más agresivo, orientado a consolidar su control sobre zonas circundantes del Atlántico o incluso avanzar sobre reclamos antárticos. De confirmarse una amenaza inminente y específica, Argentina podría contemplar un ataque preemptivo limitado, en línea con el modelo de evaluación de RAND, que combina alta certeza sobre la amenaza con una ventaja táctica clara derivada de actuar primero. Sin embargo, aun en ese caso, los obstáculos serían formidables: el uso anticipatorio de la fuerza solo sería mínimamente viable si se dispone de inteligencia de alta calidad, se logra un control político total sobre la escalada, y se obtiene algún grado de legitimidad regional o multilateral que respalde la acción.

Otro escenario más problemático desde el punto de vista jurídico y estratégico sería el de un ataque preventivo contra instalaciones chilenas en sectores superpuestos del continente antártico o en el extremo sur de la Patagonia. Si, por ejemplo, Chile estableciera bases logísticas con capacidad ofensiva en áreas que Argentina considera parte de su reclamo histórico, y esa infraestructura otorgara una ventaja estratégica irreversible a su contraparte, se podría plantear la necesidad de neutralizar la amenaza antes de que se consolide. Sin embargo, la doctrina RAND señala con claridad que los ataques preventivos —al actuar sobre amenazas futuras y no inminentes— rara vez se justifican plenamente, ni desde el derecho internacional ni desde la legitimidad política. Una acción de este tipo por parte de Argentina sería vista como agresión, con escasas posibilidades de éxito diplomático y alto riesgo de generar una escalada inmediata con otros actores regionales como Perú o Bolivia, tradicionalmente sensibles a alteraciones en el equilibrio austral.

Una opción más plausible dentro del repertorio anticipatorio sería la realización de acciones limitadas, quirúrgicas y encubiertas, destinadas a negar capacidades específicas de vigilancia, control o despliegue rápido por parte de actores extranjeros en zonas disputadas. Este tipo de ataque anticipatorio táctico podría implicar, por ejemplo, el sabotaje selectivo de sensores, infraestructura satelital terrestre o redes de comunicaciones militares en bases británicas o chilenas en la Antártida o sus alrededores. Tal como señala el informe de RAND, las operaciones de esta naturaleza, si son altamente precisas, no letales y conducidas en un marco de negación plausible, pueden resultar más aceptables desde el punto de vista político y más eficaces para evitar una escalada directa. No obstante, incluso estos escenarios exigen capacidades técnicas sofisticadas, un entorno de inteligencia extremadamente fino y una estrategia diplomática sólida para contener las reacciones posteriores.

El conjunto de estos escenarios revela una constante: los riesgos asociados al uso anticipatorio de la fuerza por parte de Argentina son considerables. Escalada bélica con potencias superiores, condena internacional, pérdida de legitimidad en organismos multilaterales, e incluso la posibilidad de que tales acciones justifiquen un mayor refuerzo militar británico o chileno en la región, constituyen peligros concretos. Para que cualquier acción anticipatoria pueda ser evaluada como factible, se requieren condiciones muy exigentes: inteligencia precisa y verificable, planificación proporcional y limitada en objetivos, una narrativa pública clara, y, sobre todo, respaldo regional que dote de legitimidad a la operación. La falta de alguno de estos elementos podría convertir una acción de anticipación en un error estratégico irreparable.

En conclusión, la adaptación de la doctrina de ataques anticipatorios al caso argentino no debe entenderse como una recomendación operativa, sino como una herramienta conceptual para pensar con mayor rigor los posibles cursos de acción frente a amenazas futuras en el Atlántico Sur y la Antártida. Tal como enfatiza el estudio de RAND, este tipo de ataques no debe institucionalizarse ni convertirse en una política general. Su aplicación solo tendría sentido bajo circunstancias excepcionales, donde confluyan amenazas inminentes, ventajas operativas tangibles y una arquitectura política que permita sostener la acción sin sacrificar la estabilidad regional o el prestigio internacional. Para Argentina, la prioridad estratégica debe seguir siendo la construcción de una capacidad de disuasión creíble, la inversión en inteligencia avanzada y la articulación de una diplomacia preventiva robusta. Solo así podrá asegurarse que cualquier decisión de emplear la fuerza, si llegara el caso, no sea fruto de la desesperación o la improvisación, sino de una evaluación estratégica madura, fundada en principios y alineada con los intereses nacionales de largo plazo.