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sábado, 14 de junio de 2025

Doctrina militar: Ataques preventivos y preemptivos, con aplicación al caso Malvinas/Antártida

Sobre las doctrinas de defensa basada en la anticipación

EMcL para FDRA


  • Se distinguen tres conceptos clave:
    • Ataque preemptivo: el enemigo está por atacar.
    • Ataque Preventivo: el enemigo podría atacar a futuro.
    • Ataque anticipatorio: espectro entre ambos.
  • Cuando es legítimo y cuando no en términos del derecho internacional
    •  La ONU solo permite el uso de la fuerza si hay un ataque armado. Preemption puede entrar, preventive no. La legitimidad, sin embargo, es otro juego: puede haber acciones ilegales pero vistas como necesarias (Kosovo ‘99).
  • Cuando sería válido en el escenario Malvinas/Antártida


El documento "Striking First: Preemptive and Preventive Attack in U.S. National Security Policy" (RAND MG-403) analiza el papel de los ataques anticipatorios —tanto preventivos como preemptivos— en la política de seguridad nacional de EE. UU., especialmente tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Vamos a analizar este documento de manera descriptiva inicialmente y crítica posteriormente. La sorpresa del ataque ha sido una tradición en la Historia Militar argentina que supo ser muchas veces decisiva. Luego, presentamos un resumen de este enfoque enormemente provocador e inspirador con una potencial aplicación al escenario Malvinas/Antártida al final.


1. El dilema de golpear primero: anticipación, poder y legitimidad en la política de seguridad de EE. UU.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos redefinió las reglas del juego en el ámbito de la seguridad internacional. Con el enemigo oculto entre sombras y la amenaza de armas de destrucción masiva en manos de regímenes impredecibles o grupos terroristas, la lógica tradicional de “esperar y responder” parecía obsoleta. En ese nuevo mundo, el principio rector pasó a ser claro y contundente: si hay que defenderse, mejor hacerlo antes de que el enemigo tenga siquiera la oportunidad de atacar. Nació así una nueva doctrina estratégica, controversial y poderosa: la anticipación ofensiva.

En ese contexto, el estudio Striking First, elaborado por el think tank RAND para la Fuerza Aérea de EE. UU., se propuso examinar a fondo el concepto de ataque anticipatorio —en sus dos formas principales, el ataque preemptivo y el ataque preventivo—, evaluando sus fundamentos, límites legales, consecuencias estratégicas y viabilidad operativa. No se trataba de un llamado a la acción inmediata, sino de una reflexión rigurosa sobre cuándo, cómo y por qué un país con poder militar sin precedentes debería considerar la opción de golpear primero.

La distinción conceptual es clave. Un ataque preemptivo se lanza cuando se percibe que el adversario está a punto de atacar: la amenaza es inminente, la decisión urgente. En cambio, un ataque preventivo apunta a una amenaza aún lejana pero en crecimiento: se actúa para evitar que el enemigo adquiera una ventaja estratégica futura. Ambos casos —aunque diferentes en grado— comparten una lógica de anticipación y caen bajo el paraguas del ataque anticipatorio, término que RAND adopta para explorar este espectro de opciones.

Pero ¿qué factores determinan si vale la pena anticiparse? El estudio identifica dos variables estratégicas clave. Por un lado, la certeza de la amenaza: ¿es seguro que el adversario atacará? Por otro, la ventaja del primer golpe: ¿mejora significativamente la situación si se actúa antes? En el extremo ideal —una amenaza segura e inminente, y una ventaja militar clara al atacar primero— la decisión es casi automática. Sin embargo, estos escenarios son extremadamente raros. Lo más común es el terreno intermedio, donde las amenazas son ambiguas y los beneficios inciertos. Allí, la prudencia estratégica se vuelve tan importante como la capacidad de fuego.

Aun cuando existan razones militares sólidas, el ataque anticipatorio debe superar otro umbral: el del derecho internacional. Según la Carta de la ONU, sólo se permite el uso de la fuerza en defensa propia ante un “ataque armado” real. Por eso, los ataques preemptivos pueden, en algunos casos, justificarse como legítima defensa anticipada. Pero los ataques preventivos —por su carácter especulativo— no son legalmente aceptables bajo el marco actual. Algunos juristas han sugerido flexibilizar el concepto de inminencia frente a amenazas como el terrorismo nuclear, pero no existe consenso. Más aún, los riesgos legales personales para líderes militares y políticos han aumentado con el avance de instituciones como la Corte Penal Internacional.





A este marco legal se suma una dimensión más compleja y volátil: la legitimidad. Un ataque puede ser legal y aun así percibido como ilegítimo, o al revés. La legitimidad depende del contexto, de las intenciones percibidas, de la proporcionalidad del uso de la fuerza, y de la narrativa que acompaña la acción. Un mismo ataque puede ser visto como heroico por unos y criminal por otros, y estas percepciones influyen directamente en la diplomacia, las alianzas y el apoyo interno.

En este escenario, ¿cómo debe adaptarse la política de defensa de EE. UU.? El estudio recomienda tratar el ataque anticipatorio como una capacidad de nicho, no como doctrina central. Las fuerzas armadas —especialmente la Fuerza Aérea— deben estar listas para operar con rapidez, precisión y autonomía cuando sea necesario, pero sin rediseñar toda su estructura en torno a esta estrategia. La clave está en la flexibilidad: poder responder en distintos teatros, contra amenazas estatales o terroristas, sin comprometer la sostenibilidad operativa ni la legitimidad política.

Además, la capacidad de inteligencia estratégica se vuelve fundamental. Evaluar intenciones enemigas, identificar preparativos de ataque y anticipar desarrollos tecnológicos hostiles requiere una combinación de medios técnicos, humanos y analíticos de alto nivel. La calidad de la inteligencia no sólo condiciona el éxito operativo, sino también la justificación política y legal del ataque.

El estudio identifica tres escenarios donde EE. UU. podría considerar seriamente un ataque anticipatorio. El primero: prevenir una agresión transfronteriza contra aliados clave, como un ataque de Corea del Norte contra el sur, o una ofensiva china sobre Taiwán. El segundo: atacar grupos terroristas antes de que puedan ejecutar atentados, como ha ocurrido en Yemen, Afganistán o África del Norte. El tercero: frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, especialmente si un Estado hostil está cerca de desarrollar armas nucleares que podrían ser transferidas a actores no estatales.

No obstante, todos estos escenarios plantean riesgos profundos. Atacar primero puede generar un conflicto más amplio, provocar represalias inesperadas o acelerar programas que se intentaba frenar. Además, puede erosionar normas internacionales que limitan el uso de la fuerza, abriendo la puerta a imitadores —Estados que justifiquen agresiones propias amparándose en el precedente estadounidense.

Por eso, el estudio concluye con una serie de recomendaciones prudentes. En primer lugar, tratar el ataque anticipatorio como la excepción, no la regla. En segundo lugar, reforzar la inteligencia y las capacidades de análisis, minimizando la dependencia de juicios apresurados o datos poco verificados. En tercer lugar, mantener opciones militares de rápida ejecución pero reversible, escalables y precisas. Y, por último, asegurar la coordinación política-militar en todo momento, porque en este terreno, la guerra siempre será una continuación de la política por otros medios.

Striking First no es un llamado a la acción, sino una advertencia mesurada: el poder de anticiparse debe usarse con extrema cautela. Golpear primero puede ser decisivo, pero también puede ser el error que detone un desastre estratégico. Saber cuándo no atacar es, en muchos casos, la mejor forma de defensa.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos reconfiguró de manera drástica su estrategia de seguridad nacional. En lugar de basarse únicamente en la doctrina clásica de disuasión —un pilar de la Guerra Fría que suponía que la amenaza de represalias bastaba para evitar ataques enemigos—, el nuevo enfoque estratégico, articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, introdujo la posibilidad explícita de actuar antes de ser atacado. Esta política, conocida como la doctrina Bush, planteó que frente a amenazas asimétricas como el terrorismo global o la proliferación de armas de destrucción masiva (ADM), la defensa reactiva ya no era suficiente. En un entorno donde los actores no estatales y los Estados fallidos operan al margen de las reglas tradicionales, Estados Unidos adoptó la idea de que debía reservarse el derecho de atacar primero, incluso si la amenaza aún no era inminente.

Este giro doctrinal tuvo profundas implicancias, tanto operativas como normativas. Por un lado, desafió los límites establecidos por el derecho internacional sobre el uso de la fuerza. Por otro, planteó exigencias nuevas a las fuerzas armadas, especialmente en términos de inteligencia, movilidad, precisión y legitimidad. El concepto de “defensa preventiva” ya no era solo una herramienta teórica, sino una opción concreta en la caja de herramientas estratégicas del poder militar estadounidense.

En este contexto, el estudio elaborado por RAND Project AIR FORCE y encargado por la Fuerza Aérea de EE. UU. surge como una respuesta a la necesidad de evaluar seriamente las implicaciones reales de esta doctrina emergente. Su objetivo principal no es justificar ni condenar la anticipación como política de Estado, sino analizarla en profundidad para proporcionar una base empírica y estratégica que permita tomar decisiones informadas.

El estudio se propone, en primer lugar, examinar la naturaleza y viabilidad de los ataques anticipatorios, tanto en su versión preemptiva como preventiva. Esto implica preguntarse bajo qué circunstancias golpear primero puede considerarse legítimo, eficaz o incluso necesario, y qué riesgos se derivan de ello. No se trata únicamente de un dilema moral o jurídico, sino también operacional: ¿qué condiciones deben darse para que un ataque anticipado sea exitoso? ¿Qué grado de certeza se necesita sobre la amenaza? ¿Qué capacidad de respuesta inmediata deben tener las fuerzas armadas?

En segundo lugar, el estudio busca determinar cuándo y cómo estos ataques pueden ser útiles desde una perspectiva estratégica. Para ello, evalúa múltiples factores: desde los beneficios tácticos inmediatos hasta los costos diplomáticos a largo plazo, pasando por el impacto en alianzas internacionales, la percepción pública y la estabilidad del orden global.

Un tercer objetivo, estrechamente vinculado a los anteriores, es explorar las consecuencias operativas para las fuerzas armadas, con énfasis en la Fuerza Aérea. En escenarios anticipatorios, la velocidad, la precisión y la autonomía operativa cobran especial relevancia. Se requiere una capacidad sostenida para ejecutar operaciones quirúrgicas con poco preaviso, muchas veces en entornos políticamente hostiles o legalmente ambiguos. Esto implica repensar doctrinas, revisar estructuras de comando y fortalecer capacidades como ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), ataques de largo alcance y despliegues rápidos.

Finalmente, el estudio pretende ofrecer orientación a los planificadores y responsables de política, brindando un marco analítico que les permita abordar amenazas emergentes que no se ajustan a las lógicas tradicionales de confrontación interestatal. En un mundo donde los enemigos no siempre portan uniformes ni operan desde territorios definidos, la anticipación se convierte en un desafío tanto conceptual como práctico.

Para cumplir estos objetivos, el enfoque metodológico del informe es amplio y multidisciplinario. Parte de una revisión doctrinal y legal sobre el uso anticipado de la fuerza, analizando los principios internacionales de legítima defensa y los límites de la acción preventiva. Luego, explora casos históricos representativos, como los ataques israelíes contra instalaciones nucleares en Irak o Siria, o las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, para identificar patrones, errores y lecciones aplicables. También realiza una evaluación comparativa de costos y beneficios estratégicos, integrando factores militares, políticos y diplomáticos. Finalmente, el informe proyecta escenarios futuros en los que EE. UU. podría contemplar la anticipación como opción estratégica, desde conflictos con potencias regionales hasta la neutralización de grupos terroristas con acceso a tecnologías letales.

En resumen, el estudio de RAND no busca promover una doctrina ofensiva ni negar los riesgos que implica golpear primero. Su propósito es más sobrio y más útil: dotar a los responsables de seguridad de las herramientas necesarias para tomar decisiones complejas en un entorno de amenazas difusas, tiempos de reacción acotados y consecuencias potencialmente irreversibles. En un siglo XXI marcado por la incertidumbre estratégica, pensar en frío antes de actuar en caliente se convierte en un imperativo de la política de defensa.


2. Conceptos Clave

En el contexto de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, el lenguaje estratégico adoptó nuevos matices y categorías que, si no se comprenden correctamente, pueden llevar a confusión o a errores de política grave. El estudio de RAND, consciente de esta ambigüedad conceptual, establece con precisión las diferencias entre tres nociones que suelen utilizarse indistintamente: ataque preemptivo, ataque preventivo y ataque anticipatorio. Comprender estos términos no solo es clave para el análisis legal y estratégico, sino también para evaluar la legitimidad y la utilidad práctica de cualquier acción militar ofensiva justificada en defensa propia.

El ataque preemptivo se refiere al uso de la fuerza militar cuando existe una amenaza inminente y claramente identificada. Es decir, cuando se tiene la convicción de que el enemigo está a punto de atacar y que actuar primero representa la única manera de evitar un daño grave o una derrota estratégica. Esta categoría se basa en el principio de autodefensa inmediata, reconocido por el derecho internacional, y tiene como antecedente histórico paradigmático el ataque de Israel contra Egipto en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. En ese caso, la destrucción preventiva de la fuerza aérea egipcia proporcionó a Israel una ventaja táctica decisiva. Sin embargo, justificar legalmente este tipo de ataque requiere inteligencia precisa y verificable que demuestre la inminencia real de la amenaza. Sin esa condición, la acción pierde su sustento jurídico y político.

En contraste, el ataque preventivo se basa en la percepción de una amenaza futura, que todavía no se ha materializado pero que podría hacerlo con mayor intensidad si no se actúa a tiempo. A diferencia del ataque preemptivo, aquí la amenaza no es inminente; lo que se anticipa es un deterioro futuro del equilibrio estratégico, como la adquisición de armas nucleares por parte de un adversario hostil. El bombardeo israelí del reactor Osirak en Irak en 1981 es un caso clásico de esta lógica. También lo fue, aunque mucho más cuestionado, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, justificada por la presunta posesión de armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. Desde la perspectiva del derecho internacional, el ataque preventivo es generalmente considerado ilegal, ya que no cumple con el principio de inminencia que justifica la legítima defensa. Además, su uso eleva los riesgos políticos y diplomáticos, y puede debilitar normas fundamentales sobre el uso restringido de la fuerza en las relaciones internacionales.

Dado que muchas situaciones reales no se ajustan perfectamente a estas dos categorías, el estudio introduce una noción más amplia y flexible: el ataque anticipatorio. Esta categoría engloba tanto el ataque preemptivo como el preventivo, y se utiliza para analizar un rango continuo de situaciones en las que se considera actuar ofensivamente por razones defensivas. Su valor conceptual radica en que permite abordar contextos complejos donde la amenaza es probable pero no inminente, o donde la decisión de atacar primero responde a una combinación de factores tácticos, políticos y estratégicos. Así, el ataque anticipatorio no define una doctrina específica, sino un marco analítico útil para evaluar cuándo golpear primero puede parecer necesario desde la lógica de la seguridad nacional.

Por último, el estudio distingue una categoría adicional que suele confundirse con las anteriores: la preemption operacional. En este caso, no se trata de anticipar el inicio de un conflicto, sino de realizar ataques dentro de una guerra ya en curso para impedir movimientos tácticos concretos del enemigo. Por ejemplo, atacar una base aérea antes de que despeguen los aviones enemigos, o destruir un nodo de comunicaciones para interrumpir una ofensiva en desarrollo. Aunque este tipo de acción comparte con la preemption estratégica la lógica de actuar antes del daño, su fundamento es estrictamente militar, no político, y se inscribe en la dinámica normal del campo de batalla. Por tanto, no entraña los mismos dilemas legales o morales que una decisión estratégica de iniciar hostilidades.

En resumen, la diferenciación entre estas categorías puede sintetizarse en tres ejes: el grado de inminencia de la amenaza, su legalidad bajo el derecho internacional y la lógica principal que la justifica. El ataque preemptivo responde a una amenaza inmediata y puede considerarse legal bajo ciertos parámetros. El preventivo, en cambio, se enfrenta a una amenaza futura y es generalmente ilegal. El ataque anticipatorio abarca ambos dentro de un espectro de decisiones defensivas ofensivas, y su legalidad dependerá del contexto específico. Finalmente, la preemption operacional es una herramienta táctica legítima dentro de conflictos ya iniciados, pero no equivale a iniciar una guerra.

Comprender estas distinciones no es una cuestión terminológica, sino una condición indispensable para formular políticas coherentes, respetuosas del orden internacional y adaptadas a los riesgos del siglo XXI. Como muestra el estudio de RAND, en temas de seguridad nacional, la precisión conceptual es tan crucial como la precisión militar.

Resumen de Diferencias Clave

Tipo de ataqueInminencia de la amenazaLegalidad internacionalJustificación principal
PreemptivoAltaGeneralmente legalEvitar un ataque inminente
PreventivoBaja o futuraGeneralmente ilegalEvitar aumento futuro de amenaza
AnticipatorioVaría (es un continuo)Mixta/ambiguaActuar antes de que la amenaza escale

3. Evaluación Estratégica

La decisión de lanzar un ataque anticipatorio —ya sea preemptivo o preventivo— no puede tomarse a la ligera. Supone una ruptura fundamental con la norma internacional que prohíbe el uso de la fuerza salvo en defensa propia. Por eso, tal decisión debe apoyarse en un análisis estratégico riguroso que contemple no solo la viabilidad operativa, sino también los riesgos políticos, legales y morales. El estudio de RAND identifica dos factores fundamentales que estructuran esta evaluación: la certeza de la amenaza y la ventaja del primer golpe. A estos, se suman consideraciones políticas y dilemas inherentes a la ambigüedad estratégica.

El primer eje de análisis es la certeza de la amenaza. Este aspecto se refiere al grado de convicción que tienen los responsables de la toma de decisiones sobre si el adversario realmente tiene la intención —y la capacidad— de atacar. En la práctica, rara vez se cuenta con información perfecta. La inteligencia puede ser incompleta, errónea o difícil de interpretar. A esto se suma una incertidumbre estructural: incluso con datos fiables, el comportamiento futuro de los actores puede ser impredecible por naturaleza. Cuando la amenaza es incierta, justificar un ataque anticipatorio resulta mucho más difícil, sobre todo si implica costos significativos —como la pérdida de vidas, el inicio de una guerra o la erosión de la legitimidad internacional. Un ejemplo ilustrativo es la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Aunque EE. UU. detectó misiles soviéticos en territorio cubano, optó por no lanzar un ataque inmediato, debido a la incertidumbre sobre las intenciones soviéticas y los posibles desenlaces de una escalada.

El segundo elemento clave es la ventaja del primer golpe, es decir, si atacar primero otorga un beneficio militar sustancial frente a responder más tarde o esperar ser atacado. Este análisis varía según el tipo de amenaza y el tipo de ataque anticipado. En contextos de ataque preemptivo, la ventaja se mide en términos inmediatos: destruir capacidades clave del adversario, desorganizar su mando y control, lograr la sorpresa táctica o asegurar el control inicial del terreno. En ataques preventivos, el análisis es más prospectivo: se trata de evaluar si el equilibrio militar será menos favorable en el futuro, por ejemplo, si el adversario está cerca de adquirir armas nucleares o de mejorar su capacidad ofensiva. El caso de Israel en 1967 es un claro ejemplo: ante la percepción de un ataque inminente por parte de Egipto, Israel se adelantó y logró una victoria decisiva gracias a la destrucción de la fuerza aérea enemiga antes de que pudiera despegar.

No obstante, incluso cuando se percibe una ventaja táctica clara, los costos políticos, legales y reputacionales pueden ser prohibitivos. Atacar primero puede acarrear condena internacional, pérdida de legitimidad, ruptura de alianzas y un mayor riesgo de escalada. El caso de Irak en 2003 lo ejemplifica: la ausencia de armas de destrucción masiva tras la invasión debilitó profundamente la justificación política del ataque y erosionó la credibilidad de Estados Unidos en los años siguientes. Por eso, cualquier análisis de conveniencia militar debe estar acompañado de un cálculo preciso del impacto diplomático y del nivel de apoyo interno e internacional con el que cuenta la acción.

Este contexto genera una serie de dilemas estratégicos. En muchos casos, la amenaza no es completamente segura, ni la ventaja de atacar es concluyente. Esto produce un espacio de ambigüedad en el que las decisiones se vuelven especialmente difíciles y propensas al error. Por ejemplo, si se tiene certeza de que el enemigo atacará, pero la ventaja militar de adelantarse es baja, tal vez convenga intentar la disuasión en lugar de lanzar un ataque. Por el contrario, si la ventaja ofensiva es alta pero la amenaza no es clara, actuar podría desencadenar una guerra innecesaria y costosa. Este tipo de decisiones, por definición, se toma con información incompleta y bajo presión, lo que aumenta la posibilidad de un error estratégico de gran magnitud.

Para ayudar a ordenar este proceso, el estudio de RAND propone un modelo de evaluación combinado, en el que la certeza de la amenaza se coloca en un eje y la magnitud del beneficio estratégico de atacar primero en otro. Las situaciones que realmente justifican un ataque anticipatorio se ubican en el cuadrante superior derecho: alta certeza de amenaza y alta ventaja táctica. Sin embargo, la mayoría de los escenarios reales no se sitúan en ese cuadrante ideal, sino en zonas grises donde predominan la incertidumbre y los riesgos elevados.

La conclusión estratégica del informe es clara: un ataque anticipatorio no puede fundarse simplemente en el deseo de actuar con iniciativa o en la percepción subjetiva de una amenaza. Exige una base sólida de inteligencia confiable, un análisis cuidadoso de los costos y beneficios —militares y políticos—, una evaluación rigurosa de su legalidad y legitimidad, y una previsión razonable de las consecuencias a corto y largo plazo. Por todo ello, este tipo de acción debe considerarse una excepción estratégica, no una política generalizada. Solo bajo condiciones extraordinarias, cuando converjan la certeza de la amenaza, la ventaja operacional decisiva y el respaldo político necesario, un ataque anticipatorio podría ser una opción justificable. En todos los demás casos, la prudencia es la mejor estrategia.


4. Legalidad y Legitimidad

El uso anticipado de la fuerza militar representa uno de los temas más controvertidos del derecho internacional contemporáneo. El estudio de RAND dedica una atención especial a esta cuestión, consciente de que, más allá de la conveniencia táctica o de la superioridad militar de Estados Unidos, el verdadero desafío está en encontrar un equilibrio entre eficacia estratégica, legalidad normativa y legitimidad política. Golpear primero puede parecer una solución efectiva a ciertos problemas de seguridad, pero ¿bajo qué condiciones puede considerarse legal? ¿Y cuándo es legítimo a los ojos del mundo?

El marco jurídico internacional, tal como lo establece la Carta de las Naciones Unidas, es claro en su intención. El artículo 2(4) prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, mientras que el artículo 51 reconoce el derecho inherente a la autodefensa —individual o colectiva— en caso de que ocurra un “ataque armado”. La interpretación tradicional de estos artículos ha aceptado la posibilidad de un ataque preemptivo únicamente cuando hay evidencia clara e inmediata de que el enemigo está a punto de atacar. Este criterio se apoya en el famoso precedente del Caroline Case del siglo XIX, que establece que para que la acción anticipatoria sea legal, debe haber una necesidad instantánea, ninguna alternativa razonable y un uso proporcional de la fuerza.

Sin embargo, el caso del ataque preventivo —lanzado no ante una amenaza inminente, sino para evitar un peligro potencial en el futuro— no goza del mismo reconocimiento jurídico. En la visión clásica del derecho internacional, este tipo de acción es incompatible con el principio de uso restringido y proporcional de la fuerza. La amenaza aún no se ha materializado y, por lo tanto, no hay justificación legal para actuar con violencia. La mayoría de los expertos jurídicos coinciden en rechazar la legalidad de este enfoque, incluso cuando se invoca la posibilidad de una catástrofe, como en los casos de proliferación nuclear o amenaza terrorista latente.

Ante la aparición de amenazas no convencionales —terrorismo transnacional, armas nucleares portables, ataques cibernéticos—, algunos juristas y gobiernos han sugerido la necesidad de redefinir el concepto de “inminencia” para permitir una autodefensa más flexible. ¿Debe un Estado esperar a que un grupo terrorista con acceso a un arma nuclear actúe, o basta con saber que tiene la capacidad y la intención de hacerlo? Estados Unidos ha defendido una interpretación más amplia del derecho a la autodefensa, especialmente desde la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, en la que se afirma que la anticipación puede ser necesaria en un mundo donde los enemigos no siempre declaran sus intenciones.

Sin embargo, estas propuestas no han logrado consolidarse como parte del derecho internacional consuetudinario, ni han sido formalmente codificadas por organismos multilaterales. El uso de esta doctrina genera tensiones con instituciones como la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), y su aceptación se ve limitada por el temor de abrir la puerta a abusos sistemáticos del principio de anticipación.

La complejidad legal se agudiza cuando los ataques anticipatorios se dirigen contra actores no estatales que operan dentro del territorio de Estados soberanos. Aquí surgen preguntas difíciles: ¿puede un Estado intervenir militarmente si el país huésped no combate a los terroristas? ¿Existe un umbral de amenaza suficiente para considerar inminente una acción que aún no ha ocurrido? En casos como Yemen (2002) o Gaza, tanto Estados Unidos como Israel han argumentado que el Estado anfitrión era incapaz o no estaba dispuesto a actuar, y que por tanto la intervención era justificada. Aun así, este tipo de acciones sigue siendo jurídicamente polémico, sobre todo si no cuentan con el respaldo explícito del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora bien, más allá de la legalidad formal, existe otro concepto clave: la legitimidad. No siempre lo legal y lo legítimo coinciden. Un ataque puede ajustarse técnicamente a la ley, pero ser considerado ilegítimo si se percibe como desproporcionado, unilateral o motivado por intereses ocultos. Inversamente, un ataque ilegal puede ser visto como legítimo si se enmarca en una causa ética superior, como la prevención de un genocidio. La intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 es un ejemplo paradigmático de este dilema: fue ilegal según el derecho internacional, pero ampliamente considerada legítima desde una perspectiva humanitaria.

Varios factores contribuyen a la percepción de legitimidad: la alineación con principios éticos (como proteger civiles), el apoyo de aliados y organizaciones multilaterales, la transparencia en la justificación del ataque y la proporcionalidad de los medios empleados. Además, las percepciones de legitimidad pueden cambiar con el tiempo. Una intervención inicialmente controvertida puede adquirir mayor respaldo si se demuestra que evitó una catástrofe o condujo a una estabilización real. Lo contrario también es cierto: una acción aceptada inicialmente puede volverse ilegítima si sus consecuencias son desastrosas.

El estudio concluye que toda planificación de un ataque anticipatorio debe considerar no solo su viabilidad militar, sino también su base legal y legitimidad internacional. La eficacia táctica puede verse anulada por consecuencias políticas negativas: aislamiento diplomático, sanciones económicas, pérdida de influencia o deslegitimación en foros multilaterales. Además, sin un consenso jurídico claro, la institucionalización de esta práctica como parte estructural de la política exterior estadounidense corre el riesgo de socavar principios fundamentales del orden internacional, debilitando justamente el entorno legal y normativo que EE. UU. ha contribuido históricamente a construir.

En definitiva, el dilema de la anticipación no es solo una cuestión de estrategia militar, sino también un reto jurídico y moral. Si Estados Unidos desea preservar su liderazgo global, deberá equilibrar cuidadosamente su poder de acción con el respeto a las normas que rigen la convivencia internacional. Porque en el siglo XXI, la legitimidad puede ser tan decisiva como la fuerza.

5. Implicaciones para la Política de Defensa de EE. UU.

Desde que la doctrina de ataque anticipatorio se incorporó de manera más explícita en la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha planteado una pregunta crucial para la planificación militar: ¿debe el aparato de defensa organizarse en torno a la posibilidad de golpear primero? El estudio de RAND es claro al respecto: aunque este tipo de operaciones ha ganado notoriedad, su aplicación práctica seguirá siendo limitada y selectiva. No estamos frente a un nuevo paradigma que reemplace la disuasión o la contención, sino ante un recurso excepcional que, si bien debe contemplarse, no puede convertirse en eje estructurante de la defensa nacional.

El ataque anticipatorio debe concebirse como una contingencia de nicho, no como una doctrina central. Aunque puede considerarse con más frecuencia en un entorno estratégico incierto, seguirá siendo poco común en la práctica. Por lo tanto, las fuerzas armadas deben estar capacitadas para ejecutarlo si fuera necesario, pero sin reorganizar su estructura ni su entrenamiento general en torno a este tipo de misión. No se trata de desarrollar capacidades completamente nuevas, sino de adaptar las ya existentes a escenarios bien definidos.

Y es que los requisitos militares para una operación anticipatoria varían enormemente según el caso. No existe una fórmula única ni una plantilla estándar. Prevenir una invasión de Taiwán, neutralizar instalaciones nucleares en Irán o eliminar una célula terrorista en Yemen son desafíos completamente distintos, que exigen medios, tiempos, inteligencia y reglas de enfrentamiento específicos. Por eso, RAND enfatiza la importancia de planificar sobre la base de escenarios concretos en lugar de abrazar una doctrina genérica de anticipación.

En todos los casos, la inteligencia estratégica adquiere un rol central. Comprender las intenciones del adversario, distinguir entre preparativos defensivos y ofensivos, y detectar actividades encubiertas —como la proliferación nuclear— son tareas complejas que requieren capacidades de vigilancia, análisis y acción en tiempo real. La Fuerza Aérea, con sus sistemas ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), cumple un papel fundamental en este proceso. Sin información precisa y oportuna, cualquier decisión anticipatoria se transforma en una apuesta ciega.

Especialmente en el caso de agresiones transfronterizas inminentes, como podría ser una ofensiva convencional de Corea del Norte o una acción militar china sobre Taiwán, la capacidad de reacción rápida es decisiva. Para que un ataque preemptivo tenga sentido, debe lanzarse antes de que el enemigo ejecute su ofensiva. Eso requiere fuerzas preposicionadas, o al menos con alta capacidad de despliegue, decisiones políticas rápidas y confiables, y armamento de largo alcance capaz de actuar incluso sin acceso territorial directo.

Cuando se trata de frenar la proliferación de armas nucleares, químicas o biológicas, las exigencias son aún más elevadas. No basta con atacar instalaciones; muchas veces se requiere eliminar capacidades profundamente enterradas, neutralizar defensas aéreas y, en algunos casos, incluso propiciar un cambio de régimen, como ocurrió con la invasión de Irak. Estas operaciones deben lograr una eficacia quirúrgica sin margen de error, y además prepararse para las consecuencias: desde contaminación nuclear hasta una escalada regional. Por eso, RAND destaca la necesidad de contar con autonomía operativa, sin depender del apoyo directo de aliados, si estos no están dispuestos a participar.

En un plano distinto, los ataques anticipatorios contra organizaciones terroristas implican misiones de escala menor, pero alta complejidad operativa. Suelen realizarse mediante drones, comandos especiales o en coordinación con inteligencia aliada, y requieren niveles altos de infiltración, precisión y velocidad. Si este tipo de acciones se hace recurrente, como ha sido el caso en los últimos años, se incrementará la presión sobre las fuerzas especiales (SOF) y se requerirá una inversión sostenida en unidades no convencionales, equipos discretos y medios autónomos.

Ahora bien, el estudio también advierte contra el riesgo de sobrevaloración de esta capacidad. El éxito de operaciones pasadas, como el ataque preventivo de Israel en 1967, puede fomentar una confianza excesiva en la anticipación como herramienta universal. Este sesgo ofensivo ha llevado históricamente a decisiones estratégicas erróneas, como ocurrió en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial o con la intervención en Irak basada en inteligencia defectuosa. La lección es clara: no todos los problemas de seguridad se resuelven atacando primero.

Además, existe un peligro creciente de que EE. UU. termine siendo blanco de un ataque preemptivo. Si un adversario percibe que la intervención estadounidense es inevitable, puede decidir golpear primero para reducir sus propias pérdidas. Doctrinas como la china, en caso de crisis sobre Taiwán, ya contemplan esa posibilidad. Frente a ello, la estructura de fuerzas de EE. UU. debe diseñarse con criterios de resiliencia y dispersión, incorporando sistemas de defensa activa, redundancia y capacidad de absorción de ataques sorpresa.

Finalmente, RAND subraya la necesidad de una coordinación estrecha entre los líderes políticos y los mandos militares. Las decisiones de anticipación no pueden improvisarse. Los planificadores deben comunicar con precisión qué es factible, advertir sobre las limitaciones operativas y los riesgos implicados, y estar preparados para actuar con poco margen de maniobra temporal si las circunstancias lo exigen.

En suma, el ataque anticipatorio no debe dominar la planificación militar estadounidense, pero sí incorporarse como una capacidad especializada y estratégica. Su éxito dependerá de una combinación equilibrada de inteligencia confiable, criterios legales claros, evaluación política rigurosa y preparación técnica sobria. Se trata, en última instancia, de estar listos para actuar sin precipitarse, de anticiparse sin invitar al desastre, y de preservar el poder militar sin renunciar a la prudencia.


6. Escenarios Probables para EE. UU.

El estudio de RAND identifica con claridad tres escenarios principales en los que Estados Unidos podría contemplar el uso de ataques anticipatorios en el futuro cercano. Estos no son ejercicios hipotéticos: responden a preocupaciones reales en la política exterior y defensa estadounidense, y sirven como guía para planificadores estratégicos, tanto en el terreno militar como diplomático.

El primer escenario plantea la posibilidad de tener que anticiparse a una agresión transfronteriza. El objetivo sería impedir o mitigar una invasión o ataque inminente contra un aliado, como podría ser un avance norcoreano sobre Corea del Sur o una ofensiva de China contra Taiwán. En estos casos, un ataque anticipatorio permitiría a EE. UU. reducir el daño inicial a sus propias fuerzas y a sus aliados, ganando así una ventaja táctica. Sin embargo, esta opción también conlleva un riesgo mayúsculo: iniciar una guerra a gran escala en una región sensible. La magnitud del conflicto haría que la calidad y certeza de la inteligencia sobre la inminencia del ataque enemigo sea absolutamente crítica. Si la amenaza resulta ser menos inminente de lo previsto o no se concreta, el costo político —tanto interno como externo— podría ser devastador. Por ello, este tipo de operación sólo sería justificable en condiciones excepcionales de urgencia y certeza, y requeriría una preparación militar y diplomática extensa y coordinada.

Un segundo escenario contempla ataques anticipatorios contra grupos terroristas antes de que ejecuten atentados. Aquí se trata de operaciones de menor escala, llevadas a cabo mediante drones armados, fuerzas especiales o en colaboración con servicios de inteligencia aliados. Estas misiones suelen ser encubiertas, de corto alcance, y orientadas a eliminar objetivos específicos con precisión quirúrgica. Ejemplos como el ataque con misil Hellfire en Yemen (2002) o los operativos en Afganistán y Pakistán ilustran este tipo de intervención. La ventaja central de este enfoque es su alto grado de aceptabilidad moral y política, siempre y cuando haya evidencia concreta que justifique la acción. Además, al tratarse de acciones puntuales, el riesgo de escalada es mucho menor. No obstante, su éxito depende críticamente de una inteligencia táctica confiable y precisa. También surgen dilemas legales, especialmente cuando estas operaciones se realizan dentro de territorios soberanos sin el consentimiento del Estado anfitrión. Aun con estos desafíos, este es probablemente el tipo de ataque anticipatorio más frecuente y políticamente viable en el mundo contemporáneo.

El tercer escenario, más delicado aún, es el de impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. Aquí el blanco no son grupos dispersos ni movimientos tácticos inmediatos, sino la infraestructura crítica de Estados que podrían adquirir —o ya poseen— capacidades nucleares, químicas o biológicas. Irán y Corea del Norte son los casos más notorios, pero también se contempla la posibilidad de futuros actores. A lo largo de la historia, se han registrado precedentes de este tipo de acción: el bombardeo israelí al reactor Osirak en Irak (1981) o, de manera más ambiciosa, la invasión estadounidense de Irak en 2003. Este último caso, basado en premisas equivocadas sobre la existencia de ADM, se convirtió en un ejemplo paradigmático de los peligros de actuar preventivamente sin evidencia sólida. Operaciones de este tipo exigen una precisión militar extrema: deben destruir no solo instalaciones físicas, muchas veces ocultas o fortificadas, sino también la capacidad técnica y humana del programa enemigo. Además, implican un riesgo alto de guerra prolongada, ocupación territorial y consecuencias geopolíticas imprevistas. Políticamente, si la acción no cuenta con respaldo internacional y la amenaza no es percibida como creíble, el costo en términos de legitimidad puede ser catastrófico. Así, estos ataques sólo pueden considerarse cuando el adversario es claramente incontrolable por medios diplomáticos o disuasivos, y la amenaza es tangible.

Más allá de estos tres escenarios, el estudio identifica una serie de efectos cruzados que deben tenerse en cuenta. Por ejemplo, el impacto disuasivo de estas acciones puede ser ambiguo: mientras algunos países podrían abandonar programas de armamento por temor a ser atacados, otros podrían sentirse incentivados a acelerarlos para disuadir un ataque anticipado. Libia renunció a sus armas tras ver lo que sucedió en Irak, pero Irán podría haber llegado a la conclusión opuesta: que el desarrollo nuclear rápido es la mejor garantía contra una intervención.

Asimismo, el uso repetido o institucionalizado del ataque anticipatorio por parte de Estados Unidos podría erosionar las normas internacionales que condenan el uso preventivo de la fuerza. Esto abriría la puerta a que otros Estados —como India, Rusia o Israel— invoquen esta doctrina para justificar agresiones en sus respectivas regiones, lo que aumentaría la inestabilidad global.

En términos generales, los escenarios más probables para el uso de ataques anticipatorios por parte de EE. UU. se concentran en tres líneas: prevenir agresiones convencionales de Estados hostiles, neutralizar amenazas terroristas antes de que se concreten, e impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. No obstante, la decisión de actuar en forma anticipatoria no puede depender únicamente de la capacidad militar o de la voluntad política. Debe fundarse en tres criterios clave: la certeza de la amenaza, la ventaja estratégica real de actuar primero y el costo político y diplomático que tendría una acción militar unilateral o controvertida.

En última instancia, el estudio de RAND no propone una doctrina rígida, sino un marco analítico que ayude a decidir con inteligencia y cautela. Los ataques anticipatorios, si bien útiles en ciertos contextos, requieren una evaluación minuciosa, caso por caso. La ventaja de golpear primero nunca debe eclipsar el riesgo de golpear en falso.

7. Riesgos y Recomendaciones

Aunque la opción de golpear primero puede ofrecer ventajas estratégicas significativas en ciertos contextos, el estudio de RAND advierte que una dependencia excesiva de los ataques anticipatorios —ya sean de carácter preemptivo o preventivo— entraña riesgos sustanciales tanto en el plano estratégico como en el político. Estas acciones, por más que puedan parecer atractivas en términos de control del conflicto o eliminación de amenazas potenciales, deben ser consideradas con suma cautela y sólo en circunstancias excepcionales.

Uno de los principales peligros identificados es la sobrevaloración del ataque anticipatorio. Casos como el de Israel en 1967, exitosos desde el punto de vista militar, pueden inducir una percepción distorsionada sobre la universalidad de sus beneficios. Esta interpretación errónea podría generar entre líderes políticos y militares una preferencia por la acción ofensiva, subestimando los costos prolongados que implica iniciar una guerra antes de tiempo. En ese camino, el impulso estratégico puede dejar de lado la evaluación rigurosa de alternativas no militares y abrir la puerta a conflictos innecesarios.

Además, si la acción anticipatoria se basa en información defectuosa —como ocurrió en Irak en 2003—, el daño a la credibilidad internacional de Estados Unidos puede ser profundo y duradero. La confianza de aliados, organizaciones multilaterales y opinión pública se resiente, lo que debilita la efectividad de futuras amenazas disuasorias. Una nación que falla al justificar sus intervenciones pierde autoridad moral y capacidad de liderazgo en el sistema internacional.

Existe también el riesgo de provocar una escalada incontrolada. Atacar primero puede desencadenar guerras regionales o incluso globales, especialmente si el objetivo es una potencia intermedia o nuclear. La anticipación mal calculada puede resultar en un conflicto de mayor envergadura que el que se pretendía evitar. Peor aún, puede llevar a que otros actores perciban que deben actuar preventivamente también, desencadenando un ciclo de agresiones defensivas —un efecto espejo sumamente peligroso.

Otra preocupación fundamental es el debilitamiento del orden jurídico internacional. El uso frecuente o unilateral de esta doctrina puede erosionar los principios que limitan el recurso a la fuerza entre Estados. Cuando una potencia como EE. UU. actúa fuera de esos marcos, otros países pueden sentirse legitimados para hacer lo mismo, incluso en contextos mucho más cuestionables. El resultado sería una progresiva desestabilización del sistema internacional y el regreso a un modelo de relaciones de fuerza sin reglas claras.

Y no hay que descartar que Estados Unidos, al mostrarse proclive a atacar primero, se convierta él mismo en blanco de ataques preemptivos. Si un adversario percibe que una intervención estadounidense es inevitable, podría optar por adelantarse, iniciando hostilidades con la esperanza de limitar sus propias pérdidas. Esta lógica ya se refleja en doctrinas militares como la china en torno a Taiwán, que contempla la posibilidad de atacar fuerzas estadounidenses si se aproxima una confrontación.

Frente a este panorama, el estudio ofrece un conjunto de recomendaciones orientadas a minimizar riesgos y preservar la legitimidad estratégica de EE. UU. La primera y más importante es tratar el ataque anticipatorio como una excepción, no como regla. No debe convertirse en una herramienta rutinaria de política exterior, sino reservarse para situaciones extremas, cuando la amenaza sea clara, inminente o no mitigable por otros medios.

La segunda recomendación apunta al fortalecimiento de la inteligencia estratégica. Invertir en capacidades humanas y tecnológicas (HUMINT y SIGINT) es vital para interpretar con precisión las intenciones del adversario y detectar amenazas en desarrollo. Esa inteligencia debe ser contrastada, verificada y compartida de forma rigurosa, evitando que decisiones críticas se tomen sobre la base de datos fragmentarios o erróneos.

Tercero, se enfatiza la necesidad de contar con capacidades militares flexibles y reversibles. Es decir, fuerzas de reacción rápida, armamento de precisión y plataformas de operación furtiva que permitan escalar o desescalar la intervención según evolucione la situación. Esta modularidad es crucial para conservar opciones y no quedar atrapado en una lógica de "todo o nada".

También es esencial minimizar el daño colateral. La legitimidad de un ataque anticipatorio está íntimamente ligada a su precisión y proporcionalidad. Evitar víctimas civiles y limitar la destrucción a objetivos estrictamente militares es no sólo una exigencia moral, sino también estratégica: las operaciones limpias preservan el respaldo político y reducen el riesgo de radicalización o escalada prolongada.

En paralelo, se debe reforzar la coordinación civil-militar. Las decisiones de anticipación no pueden tomarse desde compartimentos estancos. Requieren una comunicación fluida entre planificadores militares y responsables políticos, de modo que estos últimos comprendan con claridad qué es posible, qué es riesgoso y qué implicaciones tendría cada curso de acción.

Una planificación responsable también debe contemplar el escenario posterior al ataque. Toda operación anticipatoria debe incluir medidas para proteger a las fuerzas desplegadas, garantizar la seguridad de los aliados y gestionar la respuesta diplomática y militar del adversario. Pensar en la escalada no como una posibilidad remota, sino como una consecuencia plausible, es parte del realismo estratégico necesario.

Por último, el estudio insiste en la necesidad de respetar y sostener las normas internacionales. A pesar de sus límites, el derecho internacional es un pilar fundamental del orden global. Por ello, EE. UU. debería esforzarse por legitimar cualquier acción anticipatoria mediante alianzas, marcos multilaterales, transparencia informativa y procedimientos formales. No se trata sólo de cumplir reglas, sino de reafirmar el compromiso con un sistema que da previsibilidad y contención a la violencia internacional.

En suma, el ataque anticipatorio puede ser una herramienta útil en circunstancias excepcionales, pero nunca debe convertirse en una doctrina general. Su valor reside en la capacidad de neutralizar amenazas graves y específicas, no en su aplicación sistemática. La clave está en combinar una preparación operativa de alto nivel con una estrategia marcada por la moderación, la inteligencia verificable, el respaldo político firme y el respeto a las normas que rigen la convivencia entre Estados. En tiempos de incertidumbre global, la prudencia estratégica es tan vital como el poder militar.

Ataque de anticipación para el caso Argentina vs Reino Unido/Chile

La teoría de los ataques anticipatorios —en sus variantes preemptiva, preventiva o de carácter más general— desarrollada en el estudio de RAND, ofrece un marco analítico útil para pensar escenarios complejos de seguridad donde la decisión de “golpear primero” podría considerarse racional desde un punto de vista estratégico. Si bien esta doctrina fue concebida en el contexto de la política de defensa estadounidense posterior al 11 de septiembre, su estructura conceptual puede proyectarse, con las debidas adaptaciones, a otras realidades nacionales. Históricamente, en el caso argentino, sufrimos un ataque preventivo con el ataque y captura de la ciudad de Corrientes en 1865 que dio lugar a nuestra entrada en la Guerra del Paraguay. Estuvimos también a punto de realizar un ataque preemptivo en el caso de la crisis del Beagle. Posteriormente, la operación Rosario podría también encuadrarse en el caso de un ataque preemptivo en términos de debilitar el accionar británico en el TOAS luego de revelada las acciones en las Georgias del Sur. La hipótesis de una futura intervención militar en el Atlántico Sur —particularmente en torno a las Islas Malvinas o a los territorios reclamados en la Antártida— plantea un terreno fértil para este tipo de reflexión prospectiva, siempre que se reconozcan las profundas diferencias en capacidades, alianzas, legitimidad y condicionamientos geopolíticos que separan a Argentina del caso estadounidense.

A modo de ejercicio académico, puede imaginarse un escenario a mediano o largo plazo —dentro de las próximas dos décadas— en el cual el contexto internacional en la región austral se ha transformado radicalmente. El Tratado Antártico podría haberse debilitado o incluso colapsado, dando lugar a una etapa de competencia explícita por recursos estratégicos, desde hidrocarburos hasta minerales críticos. En paralelo, la presencia militar y económica del Reino Unido y de Chile en el Atlántico Sur y la Antártida podría haberse intensificado a través de instalaciones duales, con fines científicos y de vigilancia. En ese marco, la exploración de recursos naturales podría haber dejado de ser una actividad cooperativa para convertirse en un foco de fricción geopolítica. Simultáneamente, Argentina habría iniciado un proceso de modernización militar —modesto pero realista— centrado en capacidades ISR, armas de precisión y plataformas de proyección regional limitada. Sobre ese trasfondo, los incidentes recurrentes en las zonas disputadas, incluyendo provocaciones navales cerca de las Malvinas o actividades hostiles encubiertas, marcarían una escalada de tensiones.

En ese contexto hipotético, la posibilidad de aplicar una doctrina de ataque anticipatorio podría cobrar cierta racionalidad estratégica. Por ejemplo, ante indicios claros y verificables de que el Reino Unido está a punto de desplegar nuevos sistemas ofensivos —como misiles de largo alcance o submarinos nucleares— en las Islas Malvinas, el liderazgo argentino podría interpretar esa acción como el preludio de un reposicionamiento militar más agresivo, orientado a consolidar su control sobre zonas circundantes del Atlántico o incluso avanzar sobre reclamos antárticos. De confirmarse una amenaza inminente y específica, Argentina podría contemplar un ataque preemptivo limitado, en línea con el modelo de evaluación de RAND, que combina alta certeza sobre la amenaza con una ventaja táctica clara derivada de actuar primero. Sin embargo, aun en ese caso, los obstáculos serían formidables: el uso anticipatorio de la fuerza solo sería mínimamente viable si se dispone de inteligencia de alta calidad, se logra un control político total sobre la escalada, y se obtiene algún grado de legitimidad regional o multilateral que respalde la acción.

Otro escenario más problemático desde el punto de vista jurídico y estratégico sería el de un ataque preventivo contra instalaciones chilenas en sectores superpuestos del continente antártico o en el extremo sur de la Patagonia. Si, por ejemplo, Chile estableciera bases logísticas con capacidad ofensiva en áreas que Argentina considera parte de su reclamo histórico, y esa infraestructura otorgara una ventaja estratégica irreversible a su contraparte, se podría plantear la necesidad de neutralizar la amenaza antes de que se consolide. Sin embargo, la doctrina RAND señala con claridad que los ataques preventivos —al actuar sobre amenazas futuras y no inminentes— rara vez se justifican plenamente, ni desde el derecho internacional ni desde la legitimidad política. Una acción de este tipo por parte de Argentina sería vista como agresión, con escasas posibilidades de éxito diplomático y alto riesgo de generar una escalada inmediata con otros actores regionales como Perú o Bolivia, tradicionalmente sensibles a alteraciones en el equilibrio austral.

Una opción más plausible dentro del repertorio anticipatorio sería la realización de acciones limitadas, quirúrgicas y encubiertas, destinadas a negar capacidades específicas de vigilancia, control o despliegue rápido por parte de actores extranjeros en zonas disputadas. Este tipo de ataque anticipatorio táctico podría implicar, por ejemplo, el sabotaje selectivo de sensores, infraestructura satelital terrestre o redes de comunicaciones militares en bases británicas o chilenas en la Antártida o sus alrededores. Tal como señala el informe de RAND, las operaciones de esta naturaleza, si son altamente precisas, no letales y conducidas en un marco de negación plausible, pueden resultar más aceptables desde el punto de vista político y más eficaces para evitar una escalada directa. No obstante, incluso estos escenarios exigen capacidades técnicas sofisticadas, un entorno de inteligencia extremadamente fino y una estrategia diplomática sólida para contener las reacciones posteriores.

El conjunto de estos escenarios revela una constante: los riesgos asociados al uso anticipatorio de la fuerza por parte de Argentina son considerables. Escalada bélica con potencias superiores, condena internacional, pérdida de legitimidad en organismos multilaterales, e incluso la posibilidad de que tales acciones justifiquen un mayor refuerzo militar británico o chileno en la región, constituyen peligros concretos. Para que cualquier acción anticipatoria pueda ser evaluada como factible, se requieren condiciones muy exigentes: inteligencia precisa y verificable, planificación proporcional y limitada en objetivos, una narrativa pública clara, y, sobre todo, respaldo regional que dote de legitimidad a la operación. La falta de alguno de estos elementos podría convertir una acción de anticipación en un error estratégico irreparable.

En conclusión, la adaptación de la doctrina de ataques anticipatorios al caso argentino no debe entenderse como una recomendación operativa, sino como una herramienta conceptual para pensar con mayor rigor los posibles cursos de acción frente a amenazas futuras en el Atlántico Sur y la Antártida. Tal como enfatiza el estudio de RAND, este tipo de ataques no debe institucionalizarse ni convertirse en una política general. Su aplicación solo tendría sentido bajo circunstancias excepcionales, donde confluyan amenazas inminentes, ventajas operativas tangibles y una arquitectura política que permita sostener la acción sin sacrificar la estabilidad regional o el prestigio internacional. Para Argentina, la prioridad estratégica debe seguir siendo la construcción de una capacidad de disuasión creíble, la inversión en inteligencia avanzada y la articulación de una diplomacia preventiva robusta. Solo así podrá asegurarse que cualquier decisión de emplear la fuerza, si llegara el caso, no sea fruto de la desesperación o la improvisación, sino de una evaluación estratégica madura, fundada en principios y alineada con los intereses nacionales de largo plazo.


sábado, 7 de junio de 2025

Libro: Extracto del libro "Hermano contra hermano" (Peter J. Bush)


Hermano contra hermano

por Peter J. Bush 


Hermano contra hermano es, probablemente, una historia paralela a la ficción histórica de Sudamérica, o también un retrato de lo que pudo pasar o podría llegar a pasar.

La obra puede ser considerada un techno-thriller lleno de descripciones tecnológicas, geográficas y, lo más importante, humanas e históricas.

Los personajes son verdaderos estereotipos sacados de los lugares mismos de la acción.

El libro mantiene buen ritmo y adrenalina, y permite al lector la pausa necesaria para la meditación y la imaginación.
 

 

Usurpación aérea

Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita.

Albert Camus

Estancia La Ventosa, Tierra del Fuego

Era ya la tercera vez en el mes que don Luciano Sarastegui, encargado y dueño de la Estancia La Ventosa, ubicada a unos setenta y cinco kilómetros al noroeste de Río Grande, provincia de Tierra del Fuego, se espantaba hasta la taquicardia por el increíble ruido de los Mirage Pantera chilenos, que rompían la barrera del sonido sobre su propiedad. “Otra vez los chilotes, tus compatriotas”, dijo don Luciano al joven mensual Diego Ibáñez, trabajador oriundo de Puerto Montt, Chile. “Sí, son los milicos, que no tienen nada que hacer aquí en el sur”, contestó Diego, mientras encerraba las ovejas en un corralón para que pasaran a resguardo la fría y ventosa noche.

Saliendo de la casa principal, apuradas y a los gritos, dos mujeres alcanzaron a ver dos puntos que se alejaban velozmente hacia el oeste. “Son los chilenos otra vez”, gritó Marisol Errondo, un poco asustada y también enojada por el espantoso estruendo, que en cierta manera tapaba el silbido del viento, que era un sonido respetuoso al oído de los fueguinos. Al mismo tiempo, miró ofuscada a su novio, Diego Ibáñez, que trabajaba a pocos metros de allí, y que parecía cargar sobre sus espaldas con toda la responsabilidad del asunto.

Las pasadas rasantes de los cazas chilenos no solo asustaban a los trabajadores en suelo argentino, sino que ya varias veces habían provocado que las ovejas aplastaran a un corderito recién nacido o que incluso rompieran el remendado cerco de madera del corral principal.

Además, esos juegos aéreos representaban una clara violación del espacio aéreo argentino.

Don Luciano esa vez se propuso llevar el tema a las autoridades de Río Grande. Primeramente, hablaría por teléfono con su amigo personal, el capitán de fragata Hugo Kempel, comandante de la BIM5 [1], brigada que estaba ubicada en esa zona. Ambos habían sido compañeros en el colegio Don Bosco de la Orden Salesiana de Río Grande.

A pesar de que Kempel había optado por las Fuerzas Armadas como carrera y vocación, su carácter se había rendido a los grises de la política más que al crudo campo de batalla. Kempel había peleado en Malvinas y había perdido allí a cinco de sus mejores amigos. Por su lado, don Luciano no dio tregua a su carácter decisivo y allí, en su estancia, alejado de los grises políticos, forjó un imparable deseo de trabajar y progresar, como si hubiera sido tallado por el incansable viento polar.

Para su desconcierto, Kempel le contestó que las pasadas de los Pantera chilenos eran rutinarios, y que el hecho había sido informado a Buenos Aires meses atrás. Las autoridades argentinas habían estado siguiendo esos vuelos ilegales a través de la estación de radar en el aeropuerto de Río Grande, y más precisamente mediante el nuevo sistema chino de detección de vuelos rasantes, YLC-6 [2], comprado a China un año atrás. El sistema había sido trasladado a Tierra del Fuego por la Fuerza Aérea, ante el pedido del mismísimo Kempel. La idea era compilar pruebas suficientes para que Buenos Aires tuviera peso en su potencial pedido diplomático a Santiago. “¡Pero, che! ¿Qué están esperando entonces? ¿Que nos tiren bombas?”, dijo don Luciano a Kempel, quien, con la cabeza baja, contestó: “Perdóname, Colorado, tengo las manos atadas, aunque no lo creas”. “Muy bien, llevaré esto a la prensa yo mismo, ¡no puede ser! Estos chilotes ya me mataron dos corderitos y me rompieron un corral, ¿y todo para qué? Para que esos pendejos de la Fuerza Aérea se sientan más viriles…”, replicó don Luciano.

Pantera

A la mañana siguiente, el viento hacía saltar las dos aeronaves como si fuesen por un camino de tierra. Vistos desde arriba, el gris hacía que los Pantera se confundieran completamente con el paisaje casi incoloro de la parte norte del Tierra del Fuego. “Rojo Bravo a Rojo Charlie, iniciando vuelo rasante y mach, ¿me sigue?”, dijo el alférez Pérez a su compañero, el Chelito Yáñez, que lo seguía solo dos mil metros atrás. “Afirmativo”, confirmó Yáñez.

El viento polar soplaba del sudeste a unos ochenta kilómetros por hora, exactamente en el sentido opuesto donde se ubicaba la puerta principal del chalet de don Luciano.

Estancia La Ventosa, Tierra del Fuego

Como todas las mañanas, don Luciano abrió la puerta a las cuatro y cuarto, cargando esta vez envases de vidrio vacíos, que esperaba llevar a Río Grande esa tarde. Simplemente, no los vio venir; los dos Pantera volaban a más de Mach 1,2 y venían del noroeste. La explosión de sonido provocó que el gaucho tirara todas las botellas al piso de cemento de su galería, además de hacer reventar literalmente el vidrio principal del ventanal. Era habitual que el viento entrara y saliera apresurado como un ladrón, pero esta vez lo hacía como dueño de casa. Segundos después, los gritos de reproche de su mujer acabaron con su paciencia. Ahora sí hablaría con la prensa.

Dos días después, cuatro periodistas, dos internacionales, uno de un diario local y otro del diario Clarín, llegaron a La Ventosa en un descolorido Land Rover.

Luis Trucco, periodista del medio porteño, fue el que sufrió la bienvenida patagónica. Al abrir distraídamente la puerta del vehículo y mirar a don Luciano con la intención de saludarlo, fue duramente golpeado por la puerta, que se bamboleó como si fuera de papel. “¡Cuidado con la puerta!”, dijo tardíamente don Luciano. Luis había sufrido las consecuencias de las famosas ráfagas patagónicas.

Un cordero asado a la manera local y un buen vino tinto sirvieron para contrarrestar la no muy amigable bienvenida del viento incesante. Aquella noche, los periodistas durmieron gracias al vino y al cordero, pero fueron despertados por el zumbido y los crujidos producidos por el viento, que nunca dormía en aquellas latitudes.

Como todas las noches, en un galpón lleno de fardos, semilla y herramientas de trabajo, a unos cincuenta metros de la casa principal de donde dormían los patrones y los periodistas invitados, Diego y Marisol se juntaron amorosamente a matear, mirar el cielo y a simplemente hablar de la vida en común que estaban planeando.

Medios

El documental fue grabado y editado en pocos días. Canal 9 puso por primera vez los hechos en el aire, seguido por CNN y Al Jazeera, todo esto ante la sorpresa del Gobierno argentino. Un titular de tono amarillista en Clarín decía: “Se despierta un viejo conflicto con Chile”. La noticia del diario de tirada nacional, además, publicaba la historia completa de don Luciano, e incluía fotos y un informe acabado de la modernísima base aérea de la Fuerza Aérea chilena en Punta Arenas.

La Cancillería argentina no tuvo otra opción que la de enviar un comunicado oficial a la República de Chile, que decía así: “El Gobierno argentino solicita a la hermana República de Chile que cese vuelos violatorios de la soberanía argentina sobre el espacio aéreo de la Isla de Tierra del Fuego. Nuestro pedido se basa en pruebas fehacientes, y esperamos el Gobierno chileno actúe de conformidad”.

Horas después, el Gobierno transandino contestó con celeridad informando que se tomarían “todas las medidas necesarias”.



Estancia La Ventosa, Tierra del Fuego

Dos días después, don Luciano llamó de nuevo a su amigo Kempel. “Los vuelos no han cesado, Hugo, ¿qué hacemos?”. Esta vez, dos Pantera y un F-16 habían volado rápido y más bajo que nunca.

Relaciones Exteriores

El segundo mensaje de la Cancillería argentina, con copia a las Naciones Unidas, no tardó más de cinco horas en llegar. Corto, simple y directo: “Referencia: Mirage Pantera volando sobre suelo argentino. Ante la evidencia y queja formal interpuesta días atrás al Gobierno chileno y la falta de acción de su parte, el Gobierno argentino se reserva el derecho de defender su soberanía ejerciendo los medios necesarios para ese fin”.

Estancia La Ventosa, Tierra del Fuego

Dos horas después, una vieja pero fiel camioneta Ford F 150 gasolera perteneciente a la Infantería de Marina argentina, llegó a los saltos por el intransitable camino de ripio hacia La Ventosa. El vehículo transportaba a seis infantes de marina, visores infrarrojos, equipos de comunicaciones y dos lanzadores de misiles antiaéreos portátiles de fabricación rusa (SAM -24) [3] .

En otro encuentro nocturno entre Marisol y el chileno Diego Ibáñez, la presencia de soldados argentinos había desatado una controversia de carácter hasta natural entre los dos enamorados. “¿Para qué más milicos? Pucha, ¿qué hacen estos milicos aquí?”, dijo alterado Diego. Marisol, quien se hallaba recostada junto a él sobre una manta en una parva de fardos, contestó con amor: “Chilenito, estamos en Argentina, es mejor que haya soldados argentinos y no chilenos. Hoy también te quejaste cuando viste volar a los aviones de tus compatriotas. Es solo un poco más de lo mismo”.

Un silencio interrumpido solo por el viento constante y una sonrisa de Diego pareció contestar todo. “Diego, ¿qué pasaría si hubiese una guerra? ¿Qué sería de nosotros?”, dijo Marisol. “No sé, Mari, no sé, sería terrible. Yo tengo hermanos en la base Chabunco”, contestó apesadumbrado Diego Ibáñez.

El silencio volvió y las estrellas, que anunciaban helada, terminaron de separar a los enamorados, al menos por otra noche.

Un día después, a media mañana, los infantes de marina, ya parapetados y cubiertos con una red de camuflaje, tuvieron que cortar la mateada, que los mantenía despiertos y calientes. La radio del capitán Girado abrió el juego: “Alerta. Alerta. Chino informa. Dos pájaros NO [4]. Tiempo: cinco minutos”. Girado, inmediatamente, ordenó: “Preparen fuego”.

Pantera

La soberbia e inflada confianza de los pilotos chilenos fue su peor enemigo, quizás Yáñez y su compañero habían visto y ahora estaban encarnando en sus propias fantasías la película Top Gun, donde Tom Cruise personifica a un rebelde y un poco desprolijo piloto de un caza F-14 Tomcat durante la Guerra Fría.

El Pantera 2 alcanzó a ver uno de los fogonazos provocados por el lanzamiento del pequeño misil. A pesar de ello, no estuvo seguro de su origen y causa. La verdad era que nunca se hubiera imaginado que los argentinos abrirían fuego con armas antiaéreas. Los misiles Grinch [5] no dejaban estela de humo una vez lanzados, eran muy difíciles de detectar a simple vista.

La duda de un piloto en vuelo, por mínima que fuera para un hombre en tierra firme, significaba una muerte segura en el siempre indómito reino del aire. Los tiempos de reacción para un piloto de guerra son cien veces más rápidos que los de un terrestre común.

La aeronave perseguida viró bruscamente a la izquierda, y justo cuando estaba por tirar un señuelo de calor, el misil de origen ruso explotó y envió esquirlas a su aleta de cola. El Pantera se alejó herido y dubitativo. Vibraciones, otro giro para la izquierda y un último giro para la derecha condenaron a aquel caza diseñado por Francia durante los años cincuenta. A pesar de todo, el piloto alcanzó a eyectarse en territorio chileno.

Solo el orgullo de mármol del escuadrón, puro y blanco pero estancado, había sido tocado. El paracaídas del piloto derribado aterrizó sin problema cerca de las aguas heladas del Estrecho de Magallanes. Los vientos, indomables para cualquier soldado, sin importar su nacionalidad, habían empujado peligrosamente más de veinte kilómetros cerca de las aguas del estrecho, al joven piloto de la FACh. Yáñez, ya recuperado, cruzó la frontera rengueando y fue recuperado veinte minutos después por un helicóptero de rescate de su base de origen.

Base Chabunco, Punta Arenas

Al recibir la noticia del destino del piloto Yáñez, el comandante Raúl Miralles, jefe de la Base Aérea Chabunco, en Punta Arenas, puso a todo su destacamento en alerta máxima. El radar fue potencializado, lo que aumentó su alcance de detección al máximo, los sistemas antiaéreos fueron activados e inmediatamente unos cuatro F-16 y seis Pantera volaron como avispas alrededor de un panal, pero esta vez, siempre sobre territorio chileno.

Menos de una hora después, el comandante de la base chilena recibió una llamada directa del presidente Barros Gómez, quien le pedía explicaciones y calma. Miralles, ya en su despacho y a solas, tomándose la cabeza como queriendo agarrar su resentimiento, su orgullo y su venganza, se dijo: “Estos argentinos culeados me van a pagar hasta la última monea”.

Relaciones Exteriores

Veinticuatro horas después, un comunicado oficial chileno sentenció: “El ataque argentino a una aeronave chilena que volaba sobre territorio chileno constituyó una clara violación a las normas del Derecho Internacional”.

Cuarenta y cinco minutos después, su contraparte argentino respondió: “El hecho ocurrió sobre territorio nacional argentino y, asimismo, constituyó un acto de defensa ante las reiteradas intromisiones de la FACh en el espacio aéreo argentino. La Nación Argentina acompaña en su dolor al piloto derribado y a su familia, esperando que estos hechos no se vuelvan a repetir”. La realidad era que el Gobierno argentino desconocía el paradero del piloto.

La Cancillería argentina mandó documentos y evidencia a las Naciones Unidas y a la OEA [6]. En el mismo sentido, envío documentos, pruebas y demás evidencias a varios medios periodísticos internacionales. La SIDE [7] alcanzó incluso a subir un video en YouTube sobre los hechos, que fue publicado en varias versiones: español, inglés, árabe, chino e Hindú. Una obra maestra de inteligencia y gestión de información, en la que, en pocos minutos, la República de Chile fue pintada globalmente como un agresor indomable.

La segunda Guerra del Pacífico

Está prohibido matar, por lo tanto, todos los asesinos serán castigados, a no ser que maten muchos al son de las trompetas.

Voltaire

Entorno

Los ejércitos boliviano y peruano ya tenían estacionadas unas ocho mil tropas desde Iquique hasta la Cordillera. La coalición peruano-boliviana había creado una larga línea de defensa de trincheras desde el Pacífico hacia la Cordillera, compuestas de campos minados, pequeños pelotones antitanque y con morteros como primera línea defensiva. Tras la primera línea, se hallaban dos brigadas móviles mecanizadas, conformadas por tanques peruanos T55, blindados BRDM y tanques bolivianos Scorpion.

Arica, más al norte, mucho menos expuesta al esperado contraataque chileno, se encontraba calma y controlada por el ejército del general peruano Oribe Urdillera. Las poblaciones de ambas ciudades se hallaban en orden y bien vigiladas por las tropas extranjeras, el único problema habían sido los abusos a mujeres por parte de los ocupantes de Iquique. Esta cuestión incrementó el resentimiento del pueblo chileno y su ejército, que, a través de los medios, pedía la cabeza de los culpables. El alto mando peruano ejecutó a dos imputados, un cabo y un teniente, en la plaza principal de Iquique. Esto pareció calmar los ánimos, al menos por un tiempo.

El combate aéreo en los cielos del norte era parejo. Hasta el momento, la FACh había perdido dos F-5 y dos F-16, mientras que la FAP había perdido solo dos MIG-29 [8]. Ninguna nación había obtenido todavía el dominio total de los cielos.

La visita de la presidenta argentina a Brasil sorprendió a todos, lo mismo que su comunicado, esta vez redactado conjuntamente entre varias naciones, que una vez más fue enviado con copia a la prensa mundial, a las Naciones Unidas y a la OEA. El público conoció el contenido de la estrategia de paz, promovida principalmente por Argentina y Brasil, una vez que la presidenta Kugler aterrizó en el aeroparque metropolitano en una noche de invierno lluviosa y con mucho viento.

Los pocos periodistas que salieron a la pista se fueron totalmente sorprendidos por la declaración y, también, mojados por el terrible aguacero. Varios gobiernos americanos habían condenado el ataque peruano-boliviano a Chile, además de insistir en el cese de acciones ofensivas chilenas a la Argentina.

Los Estados Unidos y algunos países europeos, todavía muy focalizados en la potencial crisis nuclear entre Israel e Irán, volvieron su mirada al Sur, al observar la expansión del conflicto. Su accionar quedó en la nada al ver como los países latinoamericanos y otras naciones ya habían tomado las riendas del asunto.

El comunicado conjunto, firmado por la presidenta Kugler y los presidentes de Brasil, Uruguay y Paraguay, decía: “La República Argentina, la República Federativa del Brasil, la República Oriental del Uruguay y la República del Paraguay condenan el ataque peruano-boliviano a tierras chilenas. Asimismo, se insiste en que la República de Chile deje la guerra ofensiva en contra de la República Argentina. A efectos de ejercitar nuestras voluntades unidas, nuestras naciones crearán un bloqueo aéreo militar a toda aeronave militar peruana o boliviana que vuele más allá del sur del paralelo 20. Para esto, se establecerá una base aérea en la ciudad de Jujuy, donde operarán aviones brasileros y de otras naciones, con apoyo argentino desde tierra”.

El bloqueo aéreo de la “alianza” terminó por restringir casi por completo los choques aéreos entre la FAP y la FACh. La Fuerza Aérea brasilera envió a Jujuy doce de sus recientemente adquiridos cazas Rafale y dos aviones de reabastecimiento KC-135, además de aviones de alerta temprana Embraer y unos trescientos paracaidistas. Los uruguayos enviaron ocho aviones de ataque a tierra Pucará IA58, y, finalmente, la FAA envió una brigada aerotransportada con equipo completo e instaló sistemas modernos de radares móviles y misiles Halcón 2 y SAM-11 para la defensa de la base.

Lo que aún sorprendió más a todos fue que Australia y China también enviaron apoyo aéreo, a fin de defender sus intereses mineros en el norte de Chile y de la Argentina. El aeropuerto de El Cadillal estaba atosigado de tropas y aeronaves, entre ellos seis cazas Hornet F-18 y un avión de alerta temprana Wedgetail [9] australianos y seis interceptores Shenyang J-11 chinos.

A partir de ese momento, dos aviones “radar” volaban en línea recta entre el Pacífico y el pueblo de Rinconada, en Jujuy. Cada avión de alerta temprano iba acompañado por tres interceptores de primera línea.

En el Pacífico la cuestión era totalmente distinta, como repitiendo la sangrienta Guerra del Pacífico, al final de 1800. Ambas Marinas, la chilena y la peruana, parecían guiadas a una confrontación indefectible por los héroes ya muertos, que hablaban desde los libros de historia a los tripulantes actuales de los buques de guerra.

Disfrazado de submarino

El primer buque chileno en llegar a la altura de Iquique fue el submarino tipo Scorpene, SS24 Manuel Rodríguez, que, tal como el nombre del héroe escurridizo indicaba, llevó a cabo el primer golpe salvaje a la Armada peruana.

Durante la Independencia chilena, Manuel Rodríguez fue un héroe distinto no solo por ser pujante, sino por ser activista en contra de la Corona hispánica, pero, más aún, se caracterizó por aparecer siempre en situaciones disímiles y usualmente utilizando disfraces para acrecentar el nivel de sorpresa en el enemigo. Cuenta la historia que, alguna vez, durante la época de la lucha por la Independencia, llegó incluso a presentarse disfrazado de mendigo frente su perseguidor, el mismísimo gobernador español Marcó del Pont.

 

BAP Crucero Almirante Grau

El viejo BAP Almirante Grau, buque estandarte de la marina peruana, se dirigía de vuelta a su base en El Callao, Perú, junto con una fuerte escolta compuesta por tres fragatas tipo Lupo: la BAP Montero, la BAP Carvajal y la BAP Villavicencio. Del mismo modo, aviones antisubmarinos patrullaban el área en búsqueda de navíos y sumergibles enemigos. El convoy navegaba demasiado cerca de la costa y bastante rápido, a unos veinticinco nudos. Ciertamente, cerca de la costa, el ruido de las rompientes y la menor profundidad daban menos chances para el ataque de un submarino. Además, la geografía costera también creaba imágenes falsas para los misiles antibuque disparados por los chilenos contra los buques de la BAP.

Disfrazado de submarino 2

Sin embargo, estas estrategias disuasivas no hicieron mella en el submarino chileno SS24 Manuel Rodríguez, que navegaba silenciosamente a unos quince kilómetros al oeste del convoy y a unos ciento veinte metros de profundidad.

Media hora antes, un avión CASA C-295 de la Armada chilena había detectado y comunicado la presencia del convoy peruano al submarino chileno, que se aproximaba como un depredador letal y sediento de sangre hacia sus presas.


Ya bajo el Pacífico azul, el capitán de fragata Javier Prat, descendiente directo del legendario capitán Prat, héroe de la Guerra del Pacífico, ordenó: “Profundidad de periscopio: veinte nudos. Carguen tubos uno a seis con torpedos. Preparen para disparar”. Minutos después, el sonar pasivo submarino terminó de dar una clara solución de ataque para sus cuatro blancos. Segundos después, seis torpedos Blackshark corrían apresurados a unos cincuenta metros de profundidad, a efectos de ser detectados lo más tarde posible por sonares de los buques peruanos.

Cuando los sonares de los buques peruanos detectaron a los letales torpedos, las armas chilenas aceleraron a unos cuarenta y siete nudos, lo que hizo imposible el escape. Para complicar las cosas, los buques peruanos tenían a su derecha la rocosa y traicionera costa chilena, por lo tanto, su capacidad de maniobra era muy limitada. Por desesperación, se tiraron señuelos de acústicos, que no hicieron mella en las decisiones de la fría computadora de los torpedos atacantes.

Los impactos fueron sordos y brutales.

BAP Crucero Almirante Grau

El comandante del Grau, almirante Farfán Suárez, era un enamorado del mar, de su Marina y también de su historia. Si bien era todo un sonador, conocía perfectamente la mayor debilidad de su nave estandarte: su gran tamaño y su alta silueta eran dos características que la volvían demasiado vulnerable para la guerra moderna. 

Dentro en el espacioso puente del Grau, con su uniforme impecable, el almirante barría el horizonte con un par de binoculares. Cuando su nave de comando recibió el primer impacto con una fuerza equivalente a doscientos cincuenta kilogramos de TNT, Farfán Suárez golpeó su cabeza contra una mampara y perdió el conocimiento, quizás para seguir con sus sueños de una historia que él no había podido cambiar.

El Grau y la Montero recibieron dos torpedazos cada uno, otro torpedo pegó en la popa del BAP Carvajal. El último de los seis torpedos lanzados por el SS24 Manuel Rodríguez se estrelló en la roquería, donde finalmente terminó por encallar la fragata BAP Villavicencio, que navegaba a demasiada velocidad tratando de esquivar el ataque, dada la presencia de filosos arrecifes de roca.

Ahora el humo blanco lo cubría todo. Avalentonado y aprovechando la confusión, el SS24 Manuel Rodríguez volvió a lanzar, esta vez cinco misiles Harpoon, antes de sumergirse hacia el sudoeste a unos ciento setenta metros de profundidad.

El resultado fue de pérdida total. El colosal Grau y las tres fragatas fueron completamente destruidos. La mitad deformada del buque estandarte peruano, increíblemente, todavía salía del agua, puesto que no había alcanzado a hundirse, debido a la poca profundidad de la costa. Unos doscientos treinta y tres marineros peruanos habían muerto. A pesar de las pérdidas humanas, siempre invaluables, este número fue bajo, gracias a Dios y a que los buques peruanos se hallaban muy cerca de la costa.

SS24 Manuel Rodríguez en huida

Ahora la cabeza del SS24 Manuel Rodríguez pendía de un hilo. Aviones navales y buques peruanos habían comenzado la caza con odio e intensidad. En las siguientes dos horas, el submarino peruano BAP Huáscar [10] detectó al Manuel Rodríguez en rápida huida, e intentó un fallido ataque con torpedos filoguiados. Según los primeros informes recibidos, ambos submarinos habían disparado torpedos recíprocamente. Por suerte para todos, los torpedos del submarino peruano fueron hábilmente esquivados por el siempre aceitoso y huidizo hombre del SS24 Manuel Rodríguez. Por otro lado, como dos de los novísimos torpedos Blackshark no funcionaron, el BAP Huáscar resultó indemne.

Entorno

La suerte de los peruanos siguió todavía en picada. En un ataque clandestino y magistral, hombres del grupo de comando Lautaro atacaron y hundieron con minas al gigante buque BAP Mollendo, que se hallaba en el puerto de Iquique. Y por si esto fuera poco, Ecuador inició un ataque con tropas y helicópteros en la Cordillera del Cóndor, territorio aún en disputa con el Perú.

A raíz de estos últimos hechos, la alianza sudamericana por la paz incrementó su cantidad de miembros. En este caso, fueron Venezuela y Brasil los que crearon una zona de bloqueo aéreo sobre el área en disputa entre Perú y Ecuador. El presidente Tévez de Venezuela, siempre militarista y orgulloso de sus fuerzas armadas, envió diez modernísimos cazas SU-33, que se sumaron a los aviones brasileros y a las tropas mexicanas que fueron enviadas a la zona de conflicto.


Más al sur, a la altura de Antofagasta, el ejército chileno se preparaba para contragolpear en dos frentes, uno claramente hacia Iquique y otro hacia la cordillera norte, para cortar la llegada de tropas bolivianas.



[1] Brigada de Infantería de Marina 5 compuesta por setecientos infantes de marina, equipada con doce vehículos AML Panhard, cinco anfibios blindados SAGIAE ERC 60-20 (mortero de 60 mm y cañón de tiro rápido de 20 mm), seis tanques livianos anfibios PT71 105 mm Nutria, doce aviones de ataque Pucará IA58, dos helicópteros Huey 2, obuses livianos LG-1, SAM-24 antiaéreos y antitanques Spike.

[2] Argentina había comprado a China cuatro radares de este tipo, capaces de detectar, a ciento cincuenta kilómetros de distancia, aeronaves que volaran muy bajo.

[3] Misil portátil antiaéreo de detección infrarrojo de origen ruso, con un alcance de seis kilómetros.

[4] Noroeste.

[5] Nombre atribuido por la OTAN al sistema de misiles antiaéreos SAM-24.

[6] Organización de Estados Americanos.

[7] Secretaría de Inteligencia del Estado Argentino.

[8] La FAP operaba 32 MIG-29P Fulcrum.

[9] Avión Boeing 737 de alerta temprana y control aéreo operado por la RAAF (Royal Australian Air Force).

[10] El Huáscar era uno de los submarinos tipo Kilo operado por Perú.



Libro Hermano contra hermano - Una Guerra Evitable

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Autor: Peter J. Bush
Reseña: ´Novela. Hermano contra hermano es, probablemente, una historia paralela a la historia real de Sudamérica, o también un retrato de lo que pasó o puede pasar. Esta obra puede ser considerada un techno-thriller lleno de descripciones tecnológicas, geográficas y, lo más importante, humanas e históricas. Los personajes son verdaderos estereotipos sacados de los lugares mismos de la acción. Odios históricos se unen con una pequeña escaramuza fronteriza que juntos, gatillan una serie de conflictos a nivel continental, que ponen en vilo a una realidad historia común: Lenguaje, religión y cultura. El libro mantiene buen ritmo y adrenalina, y permite al lector la pausa necesaria para la meditación y la imaginación. Las tensiones Peru - Chile - Bolivia - Argentina llevadas al extremo!


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