La Operación Playa Vaca se gestó en las sombras de un tiempo turbulento, un capítulo épico en la historia de la Armada Argentina, donde se conjugaron la determinación y el sigilo para enfrentar un desafío latente desde hacía más de un siglo. Corría el año 1966, y la Argentina, gobernada por una junta militar tras derrocar al presidente Arturo Illia, veía cómo su paciencia ante los reclamos diplomáticos por la soberanía de las Islas Malvinas se agotaba. La sombra de una incursión británica, que se había extendido sobre las islas desde 1833, pesaba sobre las mentes de los estrategas navales.
El incidente del Vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas, secuestrado por un grupo de extremistas que lo desvió hacia el archipiélago, había agitado las aguas ya turbulentas. Era un recordatorio claro de que la situación en las Malvinas podría escalar sin aviso, y que la Argentina necesitaba estar preparada para un escenario de confrontación. Así, en los despachos oscuros de Buenos Aires, se trazó un plan que involucraría uno de los submarinos más veteranos de la flota, el ARA "Santiago del Estero", un ex-USS Lamprey de la Segunda Guerra Mundial, reconvertido en el custodio de una misión secreta.
El
Vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas secuestrado por extremistas
argentinos el 28 de septiembre de 1966 y desviado a Malvinas, donde bien
mansitos se entregaron a las autoridades coloniales británicas.
El 28 de octubre de 1966, con sus motores diésel rugiendo bajo las olas, el ARA "Santiago del Estero" navegó en silencio por las gélidas aguas del Atlántico Sur. Bajo el mando del Capitán de Fragata Horacio González Llanos y del Capitán de Corbeta Juan José Lombardo, el submarino se acercó sigilosamente a la costa de la Isla Soledad, a tan solo 40 kilómetros de Puerto Stanley, la capital de la colonia británica. A bordo, doce hombres de la Armada, entre ellos el Teniente de Corbeta Oscar Héctor García Rabini, esperaban con tensión el momento de la acción.
Diagrama
de la navegación realizada por el submarino S-12 ARA "Santiago del
Estero" de la Armada Argentina durante la Operación "Playa Vaca" a
finales de octubre de 1966.
Bahía Vaca, Isla Soledad (República Argentina)
El plan era claro: debían desembarcar en una playa remota, a pocos kilómetros al norte de la posición británica, para recolectar información vital para futuros desembarcos. La playa debía ser estudiada a fondo: su gradiente, los posibles obstáculos bajo el agua, las rutas de aproximación, todo debía ser cartografiado sin dejar rastro. En la penumbra de la noche, los hombres armaron sus kayaks sobre la cubierta del submarino apenas emergido, y el silencio se rompió solo por el suave golpeteo de las olas.
Dotación y plana mayor del submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" de la Armada Argentina. Llegada a la Base Naval Mar del Plata del S-12 ARA "Santiago del Estero" (SS-372 USS "Lamprey") desde Estados Unidos, año 1960 (Foto de Enrique Mario Palacio)
Los dos submarinos Clase "Balao", S-11 ARA "Santa Fe" y S-12 ARA "Santiago del Estero", que sirvieron en la Armada Argentina entre 1960 y 1971, no deben confundirse con los submarinos de la misma clase modernizados al estándar GUPPY IA, S-21 y S-22, que los reemplazaron a partir de 1971 y llevaban los mismos nombres. En esta imagen, se puede ver a los veteranos S-11 y S-12 al final de su vida útil en la Base Naval Mar del Plata, mientras que el nuevo S-22 ARA "Santiago del Estero", su reemplazo, se encuentra al fondo, preparado para asumir las tareas que sus predecesores dejaron atrás. El S-12 ARA "Santiago del Estero" se retira después de una década de servicio, habiendo sido protagonista de importantes misiones como la Operación "Playa Vaca", que quedó inscrita en la historia de la Armada Argentina. El S-12 ARA "Santiago del Estero" de la Armada Argentina amarrado en el muelle de su apostadero en la Base Naval Mar del Plata.
La primera incursión fue un éxito. Los hombres desembarcaron y exploraron la costa, mapeando cada detalle. Sin embargo, la segunda noche trajo un giro inesperado. En la penumbra, García Rabini divisó a un kelper, un colono de las islas, observándolos desde la cima de un risco. Sabían que ser descubiertos podría desatar una crisis diplomática sin precedentes. Rápidamente, capturaron al isleño y lo maniataron mientras debatían qué hacer con él. Matarlo no era una opción; la misión era de inteligencia, no de combate. Pero tampoco podían arriesgarse a que el hombre alertara a las autoridades británicas.
Entonces, surgió una idea tan audaz como insólita: algunos tripulantes regresaron al submarino para buscar una botella de whisky del camarote del capitán. Regresaron al risco y obligaron al kelper a beber hasta dejarlo semiinconsciente, abandonándolo en el mismo lugar donde lo encontraron. Con la misión abortada para evitar mayores complicaciones, el grupo regresó al submarino, llevando consigo la valiosa información que habían recopilado.
El Vicealmirante Juan José Lombardo, nacido el 19 de marzo de 1927 en Salto, provincia de Buenos Aires, fue un protagonista clave en la historia de la Armada Argentina. Siendo Teniente de Corbeta, ocupaba el puesto de Segundo Oficial al mando del submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" durante la exitosa Operación "Playa Vaca" en las Islas Malvinas, el 28 de octubre de 1966, una misión que quedó marcada como un hito en las operaciones de inteligencia argentina en el Atlántico Sur. El 15 de diciembre de 1981, ya con el rango de Vicealmirante, fue convocado por el entonces Jefe de Estado Mayor de la Armada, Almirante Jorge Isaac Anaya, a su despacho para recibir una misión que cambiaría el curso de la historia argentina: Malvinas.
La travesía de regreso a Mar del Plata fue tan sigilosa como su ida. A su llegada, se les ordenó un silencio absoluto sobre los eventos ocurridos. Ninguno de los participantes, ni siquiera a sus familias, debía contar lo que había sucedido en esas aguas gélidas del Atlántico Sur. La misión, a pesar de sus imprevistos, había sido un éxito. Los datos recabados quedaron en manos del Estado Mayor de la Armada, una herramienta estratégica que podría haberse convertido en clave si las negociaciones diplomáticas hubieran fracasado.
Los dos submarinos Clase "Balao", S-11 ARA "Santa Fe" y S-12 ARA "Santiago del Estero", que prestaron servicio en la Armada Argentina entre 1960 y 1971, no deben confundirse con los submarinos de la misma clase, modernizados al estándar GUPPY IA, S-21 y S-22, que los reemplazaron a partir de 1971 y portaban los mismos nombres. En esta imagen, se observa a uno de los primeros en plena navegación tras su llegada a Argentina, ya sin la pieza de artillería de proa que había sido desmontada como parte de su proceso de adaptación y modernización para las nuevas misiones en el Atlántico Sur.
Años después, el Capitán de Fragata García Rabini recordaría aquellos días con un orgullo sereno, consciente de la importancia de su misión. Aunque el informe de la Operación Playa Vaca no se utilizó directamente en la recuperación de las islas en 1982, quedó como testimonio del compromiso y la audacia de aquellos marinos, que desafiaron a la historia para mantener viva la llama de la soberanía argentina.
La historia de la Operación Playa Vaca permanece, entremezclada con la leyenda y la realidad, un episodio oculto en la vasta lucha por las Malvinas, donde un puñado de hombres se enfrentó al mar, a la oscuridad y a las sombras de una guerra que, aunque aún no había comenzado, resonaba con la fuerza de lo inevitable. Es un recordatorio de que la lucha por la soberanía no solo se libra en los campos de batalla, sino también en los silencios, las olas y el susurro del viento en una playa solitaria del Atlántico Sur.
El Capitán de Fragata retirado Oscar Héctor García Rabini, hoy con 83 años, es el marino argentino que, en 1966 y con el grado de Teniente de Corbeta, lideró una de las misiones más audaces de la Armada Argentina. Al frente de una incursión de Fuerzas Especiales, desembarcó en las costas de la Isla Soledad el 28 de octubre de aquel año, durante la secreta Operación "Playa Vaca". Desde las profundidades del océano, el submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" los lanzó en una misión envuelta en el silencio y la penumbra, con el objetivo de recabar información vital para la defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.
Plata Vaca, extremo Sur, imagen tomada desde el ARA "Santiago del Estero" por Miguel Salvatierra el 28/10/1966
El submarino Clase "Balao" ex-US Navy SS-372 USS "Lamprey", que había servido a la Marina de los Estados Unidos desde 1944 hasta 1960, fue transferido ese año a la Armada Argentina, donde tomó el nombre de S-12 ARA "Santiago del Estero". En la imagen, se le ve zarpando de la Base Naval Mar del Plata, sede de la Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina, donde operó hasta su reemplazo en 1971 por el S-22 ARA "Santiago del Estero", un submarino de la misma clase pero actualizado al estándar GUPPY IA. La llegada de esta nueva unidad marcó el fin de una era para el veterano submarino, que había sido parte de operaciones tan destacadas como la Operación "Playa Vaca", demostrando el compromiso de la Armada en la defensa de la soberanía nacional.
La fragata antisubmarina P-36 ARA "Piedrabuena" en la mira a través del periscopio del submarino ARA "Santiago del Estero" en unas maniobras de combate.
Traspasando carga entre el submarino ARA "Santiago del Estero" y el destructor D-10 ARA "San Luis" El
S-12 ARA "Santiago del Estero" navegando en superficie rumbo a su
objetivo. Puesto a que era un Clase "Balao" que no había recibido la
modificación GUPPY IA, carecía de snorkel y baterías de alta
resistencia, y por lo tanto era un submarino que aún debía operar como
los de la Segunda Guerra Mundial, mayoritariamente en superficie, por lo
menos en horas de la noche y zonas fuera de peligro
La Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina en la crisis de 1978
Ricardo Burzaco
El
8 de diciembre de 1978 los cuatro submarinos de la Armada Argentina
-ARA “Santa Fe” (S-21); ARA “Santiago del Estero” (S-22); ARA “San Luís”
(S-32) y ARA “Salta” (S-31)- zarparon de la Base Naval Puerto Belgrano
con rumbo sur, tal vez irían a la guerra.
Ya
en aguas abiertas los comandantes de cada una de las naves abrieron los
sobres secretos con la impartición de las respectivas órdenes de
operaciones. Las mismas incluían una zona de patrulla para cada
submarino y la orden más incómoda que puede recibir un comandante de
submarino: “No disparar sus armas si no es atacado previamente”.
Esta
orden es ambigua. Como primera medida un submarino convencional opera
al acecho y su éxito reside en atacar antes de ser descubierto. Además,
queda a criterio del comandante qué significa ser atacado. Bien podría
ser cuando una nave enemiga emite su sonar, con lo cual desde el
submarino, si bien se percibe la onda sónica, ningún comandante puede
saber si realmente ha sido detectado y será atacado. Otra posibilidad es
esperar a que le sean lanzadas armas antisubmarinas por parte del
oponente, sin embargo para cualquier submarino, ello es casi suicida.
Los
cuatro submarinos argentinos. ARA “Santa Fe” (S-21); ARA “Santiago del
Estero” (S-22); ARA “San Luís” (S-32) y ARA “Salta” (S-31)
Los viejos Guppy al Pacífico
El submarino “Santa Fe”
recibió como orden patrullar la Bahía Cook, al noroeste de Cabo de
Hornos. Esta profunda bahía, además de ser el principal acceso
occidental del Canal Beagle, permite en sus canales adyacentes disponer
en forma discreta las naves y a su vez concentrar a la flota chilena
para una rápida salida hacia las aguas abiertas del extremo sur del
continente. El “Santiago de Estero”
por su parte fue destacado a una zona al sudeste de Bahía Cook en aguas
intermedias al Cabo de Hornos y al Falso Cabo de Hornos.
El “Santa Fe”, al igual que el “Santiago del Estero”
estaba armado con unos pocos –no más de seis- torpedos Mk-14 de corrida
recta diseñados en 1931. El funcionamiento de estos viejos torpedos era
con motores de combustión y por lo tanto dejaban en su corrida una
nítida y delatora estela. No se los tenía como arma confiable. El
armamento se completaba con torpedos buscadores Mk-37 antisubmarinos,
con cierta capacidad antisuperficie que tampoco eran del agrado de los
submarinistas.
Estación de planos del ARA Santiago del Estero.
Ambos submarinos pertenecían a la clase Guppy. Esta clase fue desarrollada por la US Navy modificando sumergibles “Flota”
de la 2da Guerra Mundial, que los convirtieron en submarinos con el
agregado del snorkel, mejoras hidrodinámicas y la incorporación de un
generoso domo sonar debajo de la proa. Los Guppy, de los que hubo varias
versiones, fueron la punta de lanza submarina de la armada de los EEUU
durante la primera etapa de la Guerra Fría mientras sus astilleros
construían los modernos submarinos nucleares. Cuando la Armada Argentina
los incorporó en 1971, estas naves mostraban sin vergüenza las huellas
de más de 25 años de prolongadas campañas a través del Atlántico y
Pacífico norte. Los Guppy prestaron servicio en muchas armadas
occidentales, una vez que la US Navy los pasaba a situación de reserva.
Tripulantes del ARA Santiago del Estero.
Extraña decisión
Para aquel verano “caliente”
del 1978, la Armada Argentina contaba con dos modernísimos submarinos
de la clase 209 –incorporados en 1974- armados con torpedos filoguiados
SST-4 que se completaban con los MK-37. Sin embargo, el Comandante de la
Fuerza de Submarinos, despachó a las zonas de mayor peligro a los
viejos Guppy.
El
porqué de esta decisión hoy es muy difícil de explicar. Si bien los
Guppy tenían aún valor militar residual por su vejez, sus tripulaciones
casi triplicaban a la de los 209 (88 contra 36). Así que imaginar el
análisis de los altos comandos de la época resulta sumamente complicado.
Cierto
es que cuando los submarinos 209 llegaron a Mar del Plata recién
incorporados, se produjo una absurda fractura entre oficiales y
tripulaciones submarinistas. El “Salta” y el “San Luís”
solo podían ser abordados por su propia tripulación, prohibiéndose la
visita a los mismos de cualquier otro oficial que no tuviera la “especialidad 209”,
tal era su misterio y su secreto. Cuando los oficiales se graduaban
como submarinistas su suerte se sellaba de acuerdo al destino que les
tocaba. Si este era uno de los 209, se ingresaba a una especie de elite
naval de submarinistas de moderna concepción; si en cambio el destino
era a uno de los Guppy eran mirados con desdén por sus pares de los
revolucionarios submarinos alemanes.
Un torpedo Telefunken SST-4 siendo embarcado en un submarino clase 209.
Además
los Guppy variaban con el tiempo su jerarquía como comando, algunos
años fueron Comando de 3ra (Capitán de Corbeta) y unos pocos de Comando
de segunda (Capitán de Fragata). No sería extraño que estos prejuicios
pudieran haber tenido incidencia en aquella decisión estratégica.
A diferencia de lo que ocurriría en 1982 que el submarino “San Luís” zarpó a la batalla con una tripulación recién incorporada y apenas una corta navegación como “equipo”,
en 1978 las tripulaciones tenían unos 100 días de navegación y esa
experiencia se tradujo en un eficaz desempeño. En realidad, el rechazo
unilateral del gobierno de facto argentino al laudo arbitral de la
corona británica en mayo de 1977, abría una cierta posibilidad de
solucionar la vieja disputa por la vía de la armas. Por ello, a
diferencia con el conflicto por las Islas Malvinas, las fuerzas armadas
y, en este caso ambas marinas de guerra, tuvieron tiempo de adiestrarse
por más de un año.
Antes
de continuar, es importante que el lector recuerde que la actividad de
un submarino convencional es exasperadamente lenta a ojos de quien no es
submarinista. Los sonidos de naves que se detectan por el sonar pasivo,
pueden provenir de decenas de kilómetros de distancia o a varias horas
de navegación. A su vez el submarino en patrulla se desplaza a 5 o 6
nudos de velocidad (unos 10 km/h). Es lenta la posibilidad de clasificar
un blanco; es lenta la posibilidad de interceptarlo y solo la pericia,
arrojo e intuición del Comandante puede ubicarlo en una situación
favorable para atacar y tener posibilidades de poner a su nave y
tripulación a salvo una vez consumado un ataque. Si a ello agregamos que
con torpedos de corrida recta como los Mk-14 la distancia de
lanzamiento no debería superar los 2000 metros para esperar algún
impacto, se puede observar que se trata de una guerra muy distinta a las
que se libran con otros sistemas de armas. Por ello, lo que se detalla a
continuación son infinitas horas del juego del “gato y el ratón”,
donde la adrenalina de cada uno de los tripulantes, se fue derramando
en forma permanente y no cedió hasta el regreso a aguas propias una vez
enfriada la posibilidad del conflicto armado.
Torpedo MK 14.
Entre
1957 y 1961, las armadas de Argentina, Brasil y Chile, al igual que
muchas Armadas de mundo, recibieron, en préstamo y arriendo de la US
Navy, sumergibles de la Clase Balao, todos veteranos de la 2da Guerra
Mundial. La cesión de estos sumergibles se hacia a través del MAP
(Military Aid Program) y era por cinco años renovables, teniendo por
objeto mantener tripulaciones aliadas entrenadas de modo tal que en caso
de necesidad, poder intervenir conformando una Fuerza Multinacional
contra el bloque soviético.
Entre
1971 y 1973, los Balao fueron reemplazados por los Guppy (Greather
Underwather Propulsion Program), una versión muy modernizada de los
Balao, llevadas a cabo en EEUU, básicamente entre 1948 y 1954 y de los
que Brasil y Argentina recibieron varios, mientras que la Armada de
Chile se quedó con sus viejos “Thomson” y “Simpson”
con solo modificaciones en su vela para mejorar la hidrodinamia en
inmersión. (Vale aclarar que para 1978 la ARCh ya contaba con dos
submarinos modernos de la Clase Oberón británica). Si bien los
sumergibles debían emerger totalmente para cargar su batería, esta
maniobra solo se debía realizar de noche por cuestiones de discreción.
Esta situación se debía al hecho de que los Clase Balao, no habían
recibido el Snorkel.
Durante
el conflicto la Armada de Chile tenia en servicio a los submarino
Hyatt, O´Brien de la clase Oberón y al Simpson de la clase Balao
Modificado.
La campaña de los Guppy
A
varios años de aquella peligrosa campaña, las anécdotas superan a los
relatos operativos, sin embargo se pueden ejemplificar algunos detalles
para ilustrar:
Las
turbulentas aguas del Cabo de Hornos dificultaban tremendamente la
recarga de baterías mediante el empleo nocturno del snorkel. En efecto,
este artefacto que asoma algo más de un metro sobre la superficie,
admite el ingreso de aire fresco del exterior y con él, además de
ventilar el interior de la nave permite la puesta en funcionamiento de
los motores diesel que recargan las baterías. Es snorkel posee una
válvula que se cierra automáticamente si una ola lo supera, de manera de
evitar el ingreso de agua dentro de la nave. Si ello ocurre, se produce
en el interior del submarino una enorme presión negativa debido a la
voracidad de los motores diesel –que se detienen- con un muy
desagradable efecto sobre los oídos de la tripulación. Por ello, las
baterías se recargaban a veces en forma muy limitada y la renovación de
la atmósfera interior era muy pobre. Con seguridad la TIS (tasa de
indiscreción en superficie) debe haber sido forzosamente baja.
Palancas de inmersión del Santa Fe.
Cada
vez que se detectaba un rumor hidrofónico en las proximidades, más allá
de la clasificación del oído de los sonaristas, el comandante ordenaba
pasar a profundidad de periscopio a fin de investigar a la nave de
superficie detectada. No obstante, esta maniobra podía complicarse mucho
ya que el fuerte oleaje podía hacer aflorar al submarino sobre la
superficie y por ende dificultar el paso a plano profundo con el riesgo
de ser detectado.
En los prolongados tiempos donde se ordenaba “silencio de combate”,
los tripulantes que no cubrían roles debían acostarse para disminuir el
consumo de oxígeno. Además se apagaban los sistemas de aire
acondicionado con la finalidad de ahorrar la preciosa electricidad
acumulada en la batería y a los pocos minutos el interior del frío casco
resistente comenzaba a gotear en forma persistente por efecto de la
condensación de la actividad biológica y de la temperatura emanada por
los equipos en funcionamiento. El interior de la nave solo se iluminaba
por unas pocas y tenues luces rojas de bajo consumo. El agua potable se
racionó a menos de un litro por día por tripulante y las posibilidades
de baño se limitaban, cuando se podía, a hacerlo con agua salada. Las
barbas comenzaban a crecer.
Navegando en patrulla de combate.
Las
furiosas corrientes, producidas por el encuentro de ambos océanos en el
Drake, a veces hacían rolar a los submarinos a 50 metros de profundidad
tal como si estuvieran en superficie hasta unos 30º. En cierta
oportunidad el comandante del “Santiago del Estero” ordenó subir a plano de periscopio para “dar un vistazo”
y con mezcla de desesperación y sorpresa observó una inesperada montaña
a escasa distancia de su nave. En otro momento se encontraron a 10
millas náuticas de la isla Diego Ramírez, muy al Sur de donde calculaban
estar. Ciertamente, si se pudiera observar hoy esa carta de navegación,
se encontrarían en ella curiosos “saltos”.
El
primitivo sistema de posicionamiento satelital, denominado Magnavox,
era útil únicamente si coincidía el paso del satélite cuando el
submarino asomaba su antena. Por otra parte no se contaban con
computadoras que graban las “firmas”
de naves, esto es los rumores emitidos de las hélices, que a modo de
huella digital es única de cada barco. Solo se contaba con la pericia y
buena memoria de los sonaristas.
Un tripulante del submarino “Santa Fe”
enfermó de apendicitis durante la campaña. La enfermedad fue
agravándose con el correr de los días y no había posibilidad alguna de
evacuar al paciente. Su estado de salud llegó al tal punto que el
enfermero de la nave pidió autorización para operarlo de urgencia. El
Comandante no autorizó la intervención quirúrgica. Sin embargo, la
medicación administrada hizo efecto y el tripulante mejoró lo suficiente
como para llegar en aceptable estado de salud al fin de la campaña.
Áreas de patrulla asignadas a los submarinos argentinos.
Al borde de la Guerra
Sin
poder precisar las fechas ambos Guppys estuvieron muy cerca de comenzar
la guerra, al interpretar, afortunadamente, sus órdenes en buen
criterio. Avanzado el mes de diciembre el submarino “Santa Fe”
patrullaba la boca de Bahía Cook navegando a 50 metros de profundidad.
Los sonaristas advirtieron ruidos de hélices de naves de guerra en
aproximación. El Comandante del S-21 tocó alarma de combate, la
tripulación ocupó sus puestos y se alistaron todos los tubos
lanzatorpedos. Los rumores de los blancos se fueron sumando hasta
convertirse en “una flota”. La escuadra chilena se abría a aguas abiertas del Pacífico sur pasando justo por arriba del “S-21”.
Tres, cuatro, seis..., 13 fueron las naves contabilizadas por los sonaristas. Algunas de hélices “pesadas”, crucero por ejemplo, y la mayoría de hélices “livianas” como destructores.
Sin embargo, la flota chilena navegaba “sin emitir”,
esto es sin actividad de los sonares activos de los buques de escolta.
La decisión de un Comandante de Escuadra de navegar sin emitir puede
tener varios razonamientos, como por ejemplo no estar buscando ningún
blanco submarino; que prefiera ser más discreto, ya que las emisiones de
sonar se propagan a gran distancia y son detectadas por los equipos de
contramedidas de los submarinos, advirtiendo su rumbo o derrota, etc.
No es difícil imaginar los momentos de gran tensión vividos por la tripulación del “Santa Fe”.
Prácticamente suspendidos en silencio a decenas de metros bajo el
Pacífico, esperando la actitud del contrincante, con las armas listas
para ser lanzadas si llegado el caso alcanzaran una posición táctica
adecuada para atacar.
No obstante, la flota chilena se internó en aguas abiertas alejándose del “S-21”.
De acuerdo a sus órdenes, el Comandante no consideró actitud hostil de
la Escuadra, máxime en momentos que no había declaración de guerra
formal.
Escuadra trasandina.
El “Santa Fe”
navegó en alejamiento hasta un lugar apropiado, buscó profundidad de
periscopio y asomando su antena de comunicaciones, rompió su silencio de
radio para trasmitir a sus superiores la actividad, el número de barcos
y el rumbo de los mismos al momento de haberlos detectado.
En esta campaña por primara vez en la historia de la Fuerza se utilizaron “claves especiales” para
submarinos y se embarcaron en las cuatro unidades – con apenas
preparación y adiestramiento de los operadores – sendos equipos
criptográficos de última generación. Este nuevo conjunto de
criptosistemas fue la base de la implementación – también por primera
vez – del novedoso sistema de comunicaciones de submarinos. Este sistema
con los necesarios cambios tecnológicos se mantiene aun en vigor dado
la performance alcanzada en esa campaña y las sucesivas muestras de su
eficiencia en los años futuros.
Días
después recibió la orden de destacarse a Isla de los Estados con la
finalidad de encontrarse con su buque madre, el buque pesquero “Aracena”
(se trataba de un barco factoría civil requisado al efecto), en las
tranquilas aguas de alguna de las caletas de la isla de caprichosa
geografía, al que le dejó un incómodo recuerdo al momento de su arribo.
Amadrinado al pesquero se encontraba el submarino “San Luís”. La tripulación del “Santa Fe”
pudo al fin distenderse, bañarse y reaprovisionar la nave de víveres y
agua fresca. La Navidad y el Año Nuevo se festejarían aún en inmersión.
El comandante del ARA Santa Fe , Capitán Manfrino, observando por el periscopio.
El “Santiago del Estero” y un peligroso encuentro
El Comandante del “S-22” recibió
la orden de patrullar un sector comprendido entre el Cabo de Hornos y
el Falso Cabo de Hornos. El tránsito por el Atlántico sirvió para
realizar ejercitaciones y preparar la nave para una prolongada campaña
en inmersión.
En proximidades de Isla de los Estados el “Santiago del Estero”
pasó en inmersión y se dirigió a su zona de patrulla. Los días pasaron
en silencio de combate, reconociendo por periscopio algunos contactos o
intentando observar su propia posición, ya que las corrientes movían al
submarino con rapidez.
En
cierta oportunidad el sonarista detecta rumor de hélices livianas. El
Comandante ordena pasar a plano de periscopio y observa a lo lejos a un
submarino navegando a luz del día en superficie.
Cuarto del sonar del Santiago del Estero.
El “Santiago de Estero” maniobró en aproximación mientras el Comandante tocaba “cubrir puestos de combate”
y ordenaba el alistamiento de dos torpedos Mk-37. Con el contacto más
cerca, el Comandante volvió a izar el periscopio y pudo reconocer a la
nave como uno de los sumergibles tipo “Thomson” que empleaba la Armada de Chile.
Mientras continuaba con su aproximación táctica, el Comandante del “S-22”
sabía que si le lanzaba los torpedos ello era una lisa y llana
declaración de guerra. No obstante, si el sumergible enemigo pasaba
rápidamente a inmersión, sería una clara señal que el “S-22” había sido detectado y su Comandante no hubiera tenido alternativa.
Cuando vuelve a sacar el periscopio con la finalidad de actualizar los datos de tiro, el Comandante del “Santiago del Estero”
puede observar que el sumergible chileno tiene abiertas algunas tapas
de la cubierta en el sector de las tuberías de inducción y que en esas
condiciones era totalmente imposible que pudiera pasar a inmersión
de inmediato. Era muy probable que se encontraran en superficie para
solucionar algún tipo de avería.
Mientras
ello ocurría el sonarista advierte un rumor hidrofónico de hélices
livianas en aproximación, posiblemente para acercarse al viejo
sumergible, ya que este navegaba con rumbo Sur. Tal vez al “Simpson” (luego se determinaría que se trataba de esta nave) se le haya tomado uno foto a través del periscopio para luego el “S-22” retirarse del lugar.
Poco después en la central de comunicaciones del “Santiago del Estero”
se recibe la orden de dirigirse a la Isla de los Estados. La mediación
del Vaticano en la mañana del 22 de diciembre de 1978, había puesto fin
al peligro de una guerra inminente.
Momento de descanso en navegación.
Tripulantes en el ARA Santiago del Estero.
Los IKL 209
Con
algo más de tres años de incorporados a la Armada Argentina, los 209
eran los submarinos convencionales más modernos del mundo. Estaban
equipados con una computadora de control tiro VM8/24, para el
lanzamiento y guiado de torpedos filoguiados que de acuerdo a la
posición de los blancos, podría atacar a tres naves en forma simultánea.
Su arma principal era el torpedo filoguiado SST-4 con unos 25
kilómetros de alcance. Contaban además con sonar activo, sonar pasivo,
sonar interceptor DUUG, telémetro acústico pasivo DUUX, analizador
espectral, analizador de energía electromagnética, detector de
cavitación y dos periscopios. Sus líneas habían sido diseñadas para
navegar en inmersión y podía alcanzar en esta condición una velocidad de
20 nudos por breves períodos. Sin embargo en superficie, la forma de su
casco lo hace muy poco marinero. Aún conservando el espíritu
submarinista de los alemanes, los 209 tienen una escasa habitabilidad.
Solo el comandante posee un pequeño camarote propio y ni siquiera
dispone de literas ni asientos para sus 36 tripulantes. Los dos
submarinos 209 habían realizado en 1975 una exitosa campaña en inmersión
de 50 días como prueba de aptitud de la nave.
Algunas horas más tarde a su zarpada el 8 de diciembre, ambos 209, el “Salta” y el “San Luís” pasaron a inmersión una vez que la sonda indicó una profundidad de unos 60 metros y en esa condición navegaron hacia el Sur.
El submarino “San Luís”
había sufrido una seria avería en uno de sus motores diesel a pocos
meses de su incorporación. La reparación requería el cambio o una
reparación mayor del motor en cuestión, que hubiera hecho necesario el
corte de su casco resistente y en la Argentina no estaba disponible aún
la tecnología para el corte y soldado del acero aleado HY-80, metal
especial constitutivo de dicho casco. Con ello, el “S-32” tenía una merma del 25% de rendimiento al momento de recargar su batería.
Mientras el “San Luís”
se encontraba en tránsito en al Atlántico hacia la zona de patrulla
ordenada, otro de sus motores diesel sufre una avería. Sus tripulantes
maquinistas ponen todo su empeño para repararlo, sin embargo, se
necesitaban repuestos que no se poseían y trabajar en puerto. El
Comandante informa a sus superiores del percance y recibe como respuesta
un cambio de su área de patrulla a un lugar menos riesgoso ubicado en
una zona próxima a la boca del Estrecho de Magallanes. La falta del 50%
de la capacidad de recarga de la batería incrementaba al menos en un
100% la Tasa de Indiscreción para tal operación.
En esta condición, el “S-32”
transcurrió sus días en patrulla hasta que el Comando de la Fuerza le
ordena trasladarse a Isla de los Estados para encontrarse con el “Aracena”.
El “Salta” y una incógnita
Pocos días después de su zarpada, el “Salta”
tuvo su primer sobresalto mientras recargaba su batería con el snorkel,
al Este de Isla de los Estados, en tránsito hacia el área de patrulla
asignada. En esa época del año y en esas latitudes, la penumbra domina
largas horas del atardecer y amanecer, dejando un breve lapso entre
ellas a la oscuridad de la noche. De pronto, el mástil del submarino fue
localizado por un avión S-2 Tracker de la propia Armada perteneciente a
la Escuadrilla Naval Antisubmarina, el cual de inmediato bajó su
altitud y sembró sonoboyas en el área con la finalidad de localizarlo,
mientras que el S-31, alertado por su antena de contramedidas, pasaba
rápidamente a plano profundo.
Es
interesante saber que los pilotos de la Escuadrilla Naval Antisubmarina
sólo conocían las áreas de patrulla de los submarinos propios, no así
su ruta o derrota de tránsito. Además tenían orden de atacar a cualquier
submarino no identificado en aguas jurisdiccionales. Con estas
aclaraciones podemos afirmar que el ágil 209 se ocultó rápidamente entre
las capas batitérmicas y escapó a tiempo para no ser detectado y
atacado con cargas antisubmarinas o un torpedo buscador lanzado por sus
propios camaradas.
S-2 Tracker
El “Salta”
alcanzó su área de patrulla en la zona de Cabo de Hornos y a partir de
allí comenzó su lenta navegación en inmersión dentro de su área de
responsabilidad, con similares alternativas en cuanto a las corrientes
submarinas y las dificultades para cargar la batería por el oleaje
imperante en la zona. A ello se sumaba la actividad de un radar chileno
en tierra cuya emisión era detectada por la antena de contramedidas. Si
bien las olas incrementan la discreción de los mástiles escasamente
asomados sobre la superficie, dentro de submarino la señal
electromagnética detectada era toda una molestia.
Los días transcurrieron hasta la llegada del día “D” -1. El día “D”
era la flecha clave del Operativo Soberanía en el cual, entre otras
operaciones militares, una fuerza de tareas de la Infantería de Marina
Argentina procedería a desembarcar sobre las islas Lenox, Picton y Nueva
por ser los puntos clave del conflicto del Beagle, lugares donde
seguramente encontrarían atrincheradas a las tropas chilenas.
El “Salta”
navegó expectante a esta situación. En una de las maniobras de carga de
batería, momento en que además del snorkel el submarino aprovecha para
izar las antenas de comunicaciones, de contramedidas y el periscopio,
llega un extenso mensaje cifrado a la central de comunicaciones del
submarino. El mismo, además de su extensión, no se había recibido muy
claro debido, posiblemente, a una mala propagación a causa del clima y
se tornaba dificultoso descifrarlo.
Casi
de forma simultánea, un oficial con sus ojos puestos en el periscopio,
observa un submarino en superficie. Sobre la cubierta del mismo se
alcanzan a divisar a dos tripulantes por delante de la vela, sin embargo
no se distingue el característico domo sonar sobre la proa que
caracteriza a los submarinos de la clase “Oberon”.
Informado el Comandante, este ordena de inmediato “¡Finalizar snorkel en emergencia! ¡Cubrir puestos de combate! ¡ Preparar tubos Mk-37!”.
Mientras el submarino recarga su batería, el ruido ocasionado por los
cuatro motores diesel funcionado, aunque disminuido por los
silenciadores, impide al sonarista recibir los rumores acústicos del
exterior. Posiblemente por ese motivo la nave chilena no haya sido
detectada con anterioridad. Sin embargo, ni bien el “Salta”
pasa a plano profundo y sin el molesto ruido de los motores
atmosféricos, el sonarista advierte el característico rumor de los
venteos de los tanques de lastre que indican sin dudas que el submarino
chileno pasa a inmersión. Ello evidencia que la nave argentina podría
haber sido detectada.
Mientras el “S-31”
cobra profundidad se arma la mesa de ploteo por sonido para detectar y
predecir las maniobras mutuas. Momentos más tarde el 2do Comandante
habla con el Comandante por el intercomunicador y le indica: “Señor, estamos en solución, sugiero lanzar.” Con interminable silencio de por medio el 2do Comandante reitera su apreciación: “Estamos en solución, sugiero lanzar”.
El Comandante responde y no autoriza el lanzamiento de los torpedos
Mk-37, él de alguna manera estaba interpretando sus órdenes. En esos
momentos no estaban en aguas jurisdiccionales argentinas.
Con tiempos intermedios de gran tensión imposibles de precisar, de pronto el sonarista advierte: “¡Alarma de torpedo!”.
En estos submarinos solo el sonarista tenía contacto con la realidad
que interpretaban sus oídos acerca los rumores acústicos. El “Salta”
maniobra en evasión, pero a continuación el rumor de las hélices de un
torpedo en corrida se desvanece. Con el transcurrir de los minutos la
calma de la tripulación se recupera.
Buque Pesquero Aracena.
Desaparecido
el peligro, el oficial de comunicaciones tiene por fin tiempo para
descifrar el mensaje que le había quedado pendiente. Entre otros
conceptos el mismo ordenaba el repliegue de la unidad hacia Isla de los
Estados a causa de la aceptación de la mediación papal. Varias horas
después el “Salta” emergía dentro de una caleta protegida para encontrarse con el BP “Aracena” y el “Santiago del Estero”. Allí celebrarían la nochebuena y podrían relajarse luego de tantos días de patrulla de guerra.
Hasta el día de hoy no se ha podido comprobar si realmente en submarino “Simpson” lanzó un torpedo Mk-37 contra el “Salta”.
La incógnita solo se resolverá si alguna vez las autoridades navales o
algún jerarquizado protagonista del submarino chileno lo revelaran.
El sonarista de “S-31” era
un experimentado suboficial. Ello hace poco probable, aunque no
imposible, que pueda haber confundido un rumor tan característico como
las hélices de un torpedo en plena corrida. Por otra parte también se
sabe que el Mk-37, al menos las partidas llegadas a este lado del
continente, no era un arma demasiado confiable. Dentro de las
posibilidades de un lanzamiento fallido, estas podrían ser: que el
torpedo se hayan trabado en el tubo –el MK-37 es del tipo que se lanza
por su propia propulsión (swim out)- aunque ya hubiera activado sus
hélices; que el torpedo se hubiera desactivado luego de la corrida
inerte de seguridad (unos 400mts.); o que al ser el Mk-37 un torpedo de
corrida en espiral con cabeza buscadora, el torpedo debe ser previamente
graduado para “buscar” entre,
por ejemplo 60 y 80 mts de profundidad. Aquí podría haber habido un
error en la graduación y el torpedo al no encontrar un blanco,
finalmente inactivo, va a para al fondo del mar.
El submarino ARA Salta se amadrina al pesquero Aracena.
El ARA Santiago del Estero se acerca al Aracena para ser reabastecido en una caleta de Isla de los Estados.
Festejo de la nochebuena abordo del submarino Salta.
Año nuevo en inmersión.
El más viejo contra todos
El libro “La Escuadra en Acción”
(Edit. Grijalbo, Chile, 2005) de los historiadores chilenos Patricia
Aranciabia Clavel y Francisco Bulnes Serrano, relata la actividad
militar y política del conflicto centrándose en la Armada de Chile. Si
bien el trabajo es poco técnico en cuanto a los medios empleados, es muy
interesante entre otras cosas, en cuanto a la actividad general de la
Escuadra al Sur de Chile.
De
este importante testimonio se desprende que, la Fuerza de Submarinos
chilena estaba compuesta por el sumergible de la clase Balao “Simpson” (SS-21) y los modernos para la época submarinos de la clase británica Oberón denominados “Hyatt” (SS-23) y “O´Brien” (SS-22).
Según esta fuente el “O´Brien” se encontraba “en dique” al momento del conflicto y el “Hyatt” debió interrumpir el tránsito hacia el Sur y retornar a su base de Talcahuano por “avería mecánica”. El otro sumergible de la clase Balao, el “Thomson”
(SS-20), ni siquiera se lo menciona. Posiblemente ya estuviera radiado,
habida cuenta de su vejez. De hecho, las armadas de Brasil como de la
Argentina los habían retirado de servicio al comenzar la década del los
´70 al recibir los Guppy.
Sin lugar a dudas el “Simpson”
no estaba tecnológicamente a la altura de las circunstancias, sin
embargo se las ingenió para cumplir su trabajo. El viejo sumergible
debía salir a la superficie para cargar sus baterías exponiéndose
peligrosamente a los radares y periscopios argentinos y, por el desgaste
lógico de los años, no sería extraño que esa actividad la debiera
realizar con una frecuencia mayor a la normal. El “Simpson” fue
detectado en dos ocasiones en esa situación por otros tantos submarinos
argentinos que no le lanzaron sus torpedos. Sin embargo, es posible que
el Comandante del “Simpson”
Rubén Scheihing, haya intentado atacar, aún sabiéndose en inferioridad
de condiciones. Además, el comandante chileno debió cargar sobre sus
espaldas con la responsabilidad y el prestigio de la Fuerza de
Submarinos de su país.
El submarino Simpson junto al Piloto Pardo.
Conclusiones
Han transcurrido mas de 40 años de una guerra que no fue. Imaginar cualquier “juego de guerra” para
intentar resolver un posible resultado es un absurdo, ya que ni la
Argentina ni Chile estaban en condiciones de llevar una campaña militar
que pudiera superar la definición de “enfrentamiento armado limitado”, por más vidas que hubiera costado.
Con cierto doble sentido el Dictador Perón había alguna vez sentenciado: “prefiero dinamitar esos islotes que entrar en guerra con Chile”.
Si bien de alguna manera se arrogaba la autoridad para dinamitarlos,
era claro que prefería mantener la hermandad que imaginar algún tipo de
conflicto.
Afortunadamente
no podemos pensar el costo en vidas y material que hubiera acarreado
semejante conflicto, sin embargo es casi seguro que ambos países
hubieran salido perdedores.
No
obstante esta sintética apreciación, cierto es que las fuerzas armadas
de Argentina y de Chile se movilizaron mientras se llevaban a cabo las
gestiones diplomáticas. Oficiales, suboficiales y soldados de las tres
armas vivieron días de gran tensión, dependiendo su lugar de despliegue.
En
definitiva, ellos estaban allí para pelear y seguramente lo hubieran
hecho. Por tal motivo, esperamos que esta nota sirva como
reconocimiento, en este caso a los submarinistas de ambos países, que
supieron navegar al borde de una guerra.
Arribo del ARA Santiago del Estero S-22 a la Base Naval Mar del Plata.
El Salta llegando a Mar del Plata.
Dotación del Santiago del Estero.
Síntesis de la campaña. Comandante de la Fuerza de Submarinos CN Raúl Marino