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sábado, 19 de octubre de 2024

Argentina: Sobre cómo la Revolución Libertadora moldeó el pensamiento militar

Bajo la égida de Aries


Por Esteban McLaren



Durante la Segunda Guerra Mundial, al igual que en la Primera Guerra Mundial, Argentina mantuvo una postura oficial de neutralidad durante gran parte del conflicto. Sin embargo, en el interior de las fuerzas armadas, especialmente en el Ejército, se desarrollaron tensiones entre distintas facciones que debatían cuál debería ser la verdadera posición del país en la contienda. Una de estas facciones se articuló en torno al Grupo de Oficiales Unidos (GOU), un sector que simpatizaba con el régimen nazi y que, hasta 1943, promovía la entrada de Argentina en la guerra... ¡del lado del Eje! Tras el exitoso golpe de Estado de ese mismo año, esta facción tomó el control del gobierno y preparó el terreno para que su candidato, Juan Domingo Perón, asumiera la presidencia en las elecciones de 1946.

Perón, hijo de inmigrantes italianos, asumió la presidencia inicialmente como un mandatario constitucional. No obstante, pronto comenzó a implementar una serie de reformas destinadas a silenciar a la oposición y consolidar su permanencia en el poder. Aprovechó los fondos acumulados durante la favorable balanza comercial de la guerra para ganar apoyos mediante sobornos, subsidios y otros mecanismos corruptos que le permitieron manipular las instituciones a su favor. El uso indebido de fondos públicos fue notorio: individuos sin recursos se convirtieron en millonarios, medios de comunicación opositores fueron cerrados o comprados, y las voces disidentes fueron sistemáticamente perseguidas y, en algunos casos, torturadas.

En este contexto, la facción de las fuerzas armadas que había sido marginada tras el golpe de 1943, simpatizante de los Aliados, comenzó a reorganizarse lentamente. El objetivo de este trabajo es analizar los patrones recurrentes en las fuerzas antiperonistas o constitucionalistas que influyeron en la actividad político-militar interna de Argentina, especialmente durante el periodo de 1955 a 1988, cuando estas fuerzas jugaron un rol clave en la política del país.

La facción pro-Aliada

Las primeras manifestaciones de esta facción del ejército probablemente se hicieron evidentes en el fallido intento de golpe de Estado de 1951. Lo que caracterizó a este grupo dentro de las fuerzas armadas fue su enfoque en la acción. Eran hombres formados en la profesión militar, y como tales, tendían a interpretar los problemas bajo la lógica de la dicotomía amigo-enemigo. Su respuesta ante cualquier desafío fue siempre de naturaleza militar: una vez identificada la amenaza, se delimitaba al enemigo concreto y se actuaba militarmente para atacarlo, perseguirlo y, si era posible, destruirlo.

Un ejemplo temprano de esta conducta lo representa el almirante Benjamín Gargiulo, fundador de la Infantería de Marina de la Armada de la República Argentina (IMARA), quien incorporó el espíritu de los marines estadounidenses en la preparación y alistamiento de sus tropas. Durante el fallido golpe del 16 de junio de 1955, y tras ver frustrados sus esfuerzos, Gargiulo decidió suicidarse, un acto que sorprendió a muchos. Este tipo de coraje y honor militar se reflejaría 27 años después en la batalla de Monte Tumbledown, donde la infantería de marina demostró un valor excepcional en la defensa de Puerto Argentino durante la Guerra de Malvinas.

Esta conducta contrasta radicalmente con la de Juan Domingo Perón, quien, en medio de la Revolución Libertadora de 1955, dudó en atacar a los insurgentes. Durante ese levantamiento, una minoría rebelde se enfrentó a una mayoría leal y no se rindió. Sólo el 18% de las tropas se rebelan contra Perón. Lonardi, líder de la rebelión, mantenía la firme postura de no ceder ni negociar con Perón. En ese contexto, aunque nunca quedó claro qué pensaba exactamente Perón —ni lo aclaró en entrevistas o memorias—, se puede asumir que creyó que los rebeldes querían negociar con él algún reparto del poder, acostumbrado como estaba de negociar en la política. Esta suposición lo llevó a ordenar la retirada de sus fuerzas o, por lo menos, a no ejecutar un asalto final una vez rodeadas las mismas. La consecuencia de ello fue que permitió a los insurgentes reagruparse y continuar la ofensiva. Apenas reacomodadas sus tropas, la primera medida de Lonardi fue decretar el arresto de Perón, de lo que naturalmente sobrevendría su juzgamiento y, nunca podemos descartar, su ajusticiamiento. Ello puso fin a su gobierno y Perón cayó en la cuenta que estaba frente a militares en serio, no en chantas como él.


La Revolución Libertadora y la formación de oficiales

Esta Revolución Libertadora, que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, dejó una huella profunda en la composición de los oficiales del Ejército Argentino. Este proceso comenzó con purgas masivas de oficiales considerados leales al peronismo y la reincorporación de aquellos que se identificaban con las fuerzas antiperonistas. Este movimiento, liderado por la Revolución Libertadora entre 1955 y 1956, tuvo efectos disruptivos en el escalafón del Ejército, alterando de manera significativa su estructura de mando y afectando profundamente la carrera de numerosos oficiales​ (Mazzei, 2013).

La purga de los oficiales peronistas implicó la retirada forzosa de aproximadamente 500 oficiales, muchos de los cuales pertenecían a las promociones 60 a 74 del Colegio Militar. Este proceso incluyó tanto a oficiales de infantería (53%) como de caballería y artillería​. Estas vacantes fueron llenadas por oficiales que, en muchos casos, no estaban tan actualizados o eran menos capacitados, lo que generó un efecto de debilitamiento en los cuadros superiores del Ejército​.

Además, la Revolución Libertadora reincorporó a alrededor de 180 oficiales antiperonistas que habían sido separados previamente, muchos de los cuales alcanzaron altos grados dentro de la estructura militar, incluso llegando a generales​. La restauración de estos oficiales consolidó la influencia de una facción militar con una visión conservadora y antiperonista, que jugaría un rol crucial en los años venideros.


Los "azules" y la consolidación del poder militar

Tras el golpe, la facción conocida como los "azules" emergió como la predominante dentro del Ejército, consolidando su control durante las décadas de 1960 y 1970. Esta facción, bajo el liderazgo de figuras como Alejandro Lanusse y Alcides López Aufranc, impuso una visión militarista y conservadora que influenció tanto la política interna como la participación de Argentina en conflictos territoriales y la guerra antisubversiva. Esta facción logró mantenerse en el poder mediante una red de lealtades internas y a través del control de los ascensos y retiros dentro de la institución militar.

La herencia ideológica y operativa

El impacto de la Revolución Libertadora no solo se limitó a una reconfiguración del escalafón militar, sino que estableció una doctrina que influiría en eventos clave de la historia argentina, como la lucha antisubversiva y el conflicto en las Islas Malvinas en 1982. La obra subraya cómo esta ideología militarista promovía la intervención violenta tanto en conflictos internos como externos, en defensa de la "soberanía nacional" y la estabilidad del orden interno.

Este cambio en la composición y perfil de los oficiales influyó notablemente en las decisiones militares que se tomaron en los años siguientes, particularmente en la manera en que el Ejército enfrentó la guerra antisubversiva y los conflictos territoriales. La formación de estos cuadros durante la Revolución Libertadora y su posterior consolidación en el poder imprimió una marcada agresividad en la toma de decisiones, reflejada en el enfoque duro hacia la lucha antisubversiva durante la dictadura militar, que vio el surgimiento de una estrategia de represión violenta contra cualquier amenaza percibida al orden establecido.

Además, la configuración de un alto mando que favorecía el uso de la fuerza y una perspectiva nacionalista influyó en la decisión de involucrarse en el conflicto por el Canal de Beagle con Chile en los años 70, y más tarde, en la invasión de las Islas Malvinas en 1982. La ideología dominante en estos cuadros militares, forjada en la Revolución Libertadora y consolidada en las décadas siguientes, promovía una visión del Ejército como defensor de la soberanía nacional frente a enemigos externos y de orden interno frente a las subversiones percibidas​​.

Los militares profesionales formados bajo esta doctrina operaban bajo una única premisa: todos los problemas se resolvían militarmente. Sin ambigüedades. Observaban la situación, identificaban al enemigo, planificaban el ataque y lo ejecutaban sin titubeos, utilizando la fuerza o la amenaza de ésta. El primer gran enemigo de esta corriente fue el némesis de esta filosofía: el dictador Juan Domingo Perón. Después, las pugnas internas entre facciones no tardaron en emerger: Azules contra Colorados, las revueltas y los enfrentamientos militares que se sucedieron durante décadas.


M4 Sherman Firefly del RCT 8 de Magdalena sobre la pista de la Base Aeronaval de Punta Indio en 1965.

La resolución de los conflictos siempre fue llevada al extremo. El intento de golpe de 1951, el bombardeo del 16 de junio de 1955 sobre Plaza de Mayo, el golpe definitivo del 13 de septiembre de 1955, los fusilamientos de León Suárez y los golpes a lo largo de los años 60 no dejaron lugar a dudas sobre el enfoque de esta facción. El 3 de abril de 1965, el Regimiento de Caballería de Tanques n.º 8 de Magdalena atacó con brutalidad la Base Aeronaval de Punta Indio tras ser bombardeado por aviones navales con cohetes y napalm. Este nivel de agresión desenfrenada era la norma. Esta mentalidad, influenciada por un espíritu del blitzkrieg, dominó la escena durante la guerra contra la subversión, los conflictos limítrofes con Chile que llegaron al borde de una guerra total en 1978, y finalmente el desenlace épico de la recuperación de las Islas Malvinas. La planificación de la operación Soberanía y la operación Tronador fueron obras de arte: llenas de creatividad en la estrategia, anticipación cinco pasos la respuesta de las fuerzas chilenas, un compendio de todo lo que la oficialidad había aprendido al pie de la letra en la doctrina más moderna del momento.

El camino de la respuesta militar no se detuvo ahí. Las rebeliones carapintadas y la brutal recuperación del Regimiento de Infantería Mecanizada n° 3 en La Tablada marcaron el epílogo de una generación de militares que había nacido para la guerra y que, muchas veces incapaz de resolver cualquier cuestión de otra manera, optó siempre por el empleo de la fuerza militar como su principal respuesta.

Los efectos negativos de esta manera de resolver los conflictos fueron evidentes en la condena social hacia los métodos utilizados durante la guerra antisubversiva. La derrota en Malvinas fue el golpe final para este enfoque. No solo se lamentó la pérdida de vidas, sino también la herida profunda al orgullo nacional.

Desde una perspectiva positiva, los militares argentinos ejercían su profesión como el eje rector de su toma de decisiones, con una coherencia implacable. A pesar de los errores, indecisiones y excesos, e incluso de las brutalidades cometidas, sus acciones se alineaban con una estricta planificación militar. Hubo también momentos de gran destreza, como la Operación Rosario, un asalto anfibio ejecutado con brillantez sobre una guarnición enemiga, cumpliendo el objetivo estricto de no causar bajas al adversario. Asimismo, Argentina fue el primer país en erradicar dos movimientos terroristas, uno urbano y otro rural, en una sola operación: un ataque simultáneo, descentralizado y audaz que involucró a todas las unidades policiales y militares en la neutralización de los escondites insurgentes. Sin embargo, esta guerra fue posteriormente juzgada por la justicia civil argentina mediante un proceso plagado de irregularidades, incluyendo la aplicación retroactiva de leyes, juzgamiento irregular que aún permanece impune. El único error de este método fue deshacerse del cuerpo de los terroristas y no entregarlos a su familia aparentemente.

Y aquí agrego una reflexión personal. Uno espera de los militares una respuesta militar, sino no se los convoca. Cuando emerge un problema, llamar a la milicia es llamar a que ese problema se resuelve obviamente manu militari. Y ahí va el asalto frontal, el flanqueo, el fuego de precisión, la saturación de las defensas y búsqueda de la rendición del enemigo. Esta generación de Aries, regida por el Dios romano de la guerra, respondió así, con enormes errores pero coherentes a cómo los había formado la Nación. Personalmente detesto, y con una profundidad muy grande, cuando un militar analiza, "opina", planifica e implementa una acción política sobre un problema real. Cuando un táctico opina geopolíticamente sobre por qué no tomar una colina ordena por su superioridad, es un claro ejemplo de falta de profesionalidad. Los ha habido, los hay y los habrá: cuando el buque oceanográfico HMS Shackleton afrentó la soberanía argentina navegando por aguas del Mar Argentino, fue interceptado por el buque ARA Rosales la cual pidió instrucciones al edificio Libertad sobre cómo proceder. La orden fue clara: "¡húndalo!"; sin embargo, el oficial naval decidió ir a tomar un café un gesto que no solo deshonra su uniforme, autoimponiéndose funciones del estado mayor. 

En 1982, el gobernador militar argentino, General Luciano Benjamín Menéndez, fue responsable de diseñar el plan defensivo de las Islas Malvinas ante una posible re-invasión británica. Lo que presentó no fue más que un dispositivo defensivo estático, completamente falto de imaginación y estrategia. Era como si el plan hubiera sido ideado por un general chileno por su falta de creatividad, más preocupado por mantener buenas relaciones con los kelpers —la población británica implantada— que por defender el territorio. Cuando finalmente se detectó el desembarco enemigo en San Carlos, las decisiones de Menéndez fueron lamentablemente reactivas, si es que siquiera llegaron a ese nivel. Desde ese momento, todo fue un descenso en espiral, con un comandante incapaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes del avance británico. No se diseñaron emboscadas, no hubo maniobras de reagrupamiento ni intentos de envolvimiento o flanqueo. El general simplemente dejó que cada comandante en las posiciones decidiera qué hacer, sin ofrecer una coordinación centralizada desde la gobernación. Lo que se vio fue a un general con poco cerebro y menos coraje, atrapado en su mediocridad, esperando el final sin intentar, siquiera, sacar lo mejor de los recursos disponibles, fueran pocos o muchos. En lugar de liderar, Menéndez se rindió a la pasividad, demostrando una falta absoluta de visión estratégica y liderazgo. Ese fue el costo de pagarle con nepotismo a una familia que había provisto de oficiales asociados a la Revolución Libertadora y Guerra Antisubversiva. Un general obnubilado por la geopolítica de llevarse bien con gente que lo despreciaba y no con sus tropas a las que debía cuidar diseñando el mejor plan militar posible.

Dentro del trágico contexto latinoamericano, esta generación de Aries también dejó una lección de patriotismo que trasciende las generaciones. Los bochornosos ejemplos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde los altos mandos militares, carentes de ética, moral y disciplina, entregaron sus naciones a dictadores de poca monta, son testimonio de lo que pudo haber sido Argentina. Pero aquí, en nuestra tierra, se formó una camada de oficiales patriotas. Cuando un dictador como Perón intentó perpetuarse en el poder, fue ese 18% de tropas valientes las que se rebelaron y lo derrocaron. Aquí no estamos en el maldito Caribe, estamos en Argentina. Y en Argentina, los militares —cuando actúan con honor— no entregan su Patria a tiranos.

En resumen, la Revolución Libertadora no solo reestructuró el Ejército Argentino y a todas las fuerzas armadas en términos de su composición, sino que también estableció las bases ideológicas y operativas para las decisiones que marcarían la historia militar del país en las décadas siguientes. De ese ejemplo surgen lecciones positivas y aprendizajes de errores. Somos la generación que debe tomar ambos a conformar la doctrina que nos lleve a ser el poder militar que siempre fuimos.

sábado, 3 de junio de 2023

EA: Oficiales del RI 13 en 1935

Oficiales del Regimiento de Infantería N° 13, Córdoba, 1935






Foto Grupal de los Oficiales del Regimiento de Infantería Nº13, perteneciente a la 4° División con asiento del Comando en la Provincia de Córdoba - Año: 1935.
(Créditos a www.militariahistoricaargentina.com)

Unidades dependientes de la “4° División”:
* Regimiento de Infantería Nº13, N°14 y N°15.
* Regimiento de Artillería Montado Nº 4.
* IVº Batallón de Zapadores-Pontoneros.
* Distritos Militares N°41, N°42, N°43, N°44, N°45, N°46, N°47, N°48, N°49, N°50, N°51 y N°52.
*Parques y Trenes,
*Polígonos de Tiro y
*Hospitales Militares.
* Destacamento Montaña Cuyo:
** Regimiento de Infantería de Montaña Nº 16.
** Sección de Exploraciones Baqueanos Nº 1.
** Grupo de Artillería de Montaña Nº 8 “Coronel Pedro Regalado de la Plaza”.
** Compañía de Zapadores de Montaña Nº 1.

sábado, 15 de octubre de 2022

Malvinas: Los 5 días decisivos, según el Vicealmirante Rotolo

"En 1982 no se planificó una guerra, sino una crisis que no logramos regular"

El vicealmirante (RE) Benito Rotolo, en una entrevista con La Prensa, recuerda su participación en el conflicto a bordo del portaaviones "25 de Mayo" y en el hundimiento de la fragata Ardent. Asimismo, reflexiona sobre de su reciente libro en el que plantea que durante los primeros días de mayo podría haberse librado una batalla naval decisiva que hubiese modificado el curso de la guerra.
Por Pablo S. Otero || La Prensa


Oriundo de Alcorta, una localidad santafesina con historia donde hace casi 110 años se originó la rebelión agraria conocida como el "Grito de Alcorta", el vicealmirante (RE) Benito Italo Rotolo ya es parte de la historia contemporánea argentina. Veterano de la Guerra de Malvinas, estuvo embarcado en el Portaviones "25 de Mayo" durante la campaña naval. Cumplió misiones de combate contra unidades británicas en el Estrecho de San Carlos y participó en el hundimiento de la Fragata "HMS Ardent". Recibió por su actuación la condecoración de "Honor al Valor en Combate". 

A 39 años de la Gesta de Malvinas y en diálogo con La Prensa recordó su historia y habló también acerca de su reciente y atrapante libro "Malvinas: cinco días decisivos - Por qué la guerra pudo tener otro final" (SB Editorial - 270 páginas), escrito junto a José Enrique García Enciso. A partir de documentación y testimonios inéditos relata, en primera persona, lo ocurrido entre el 1 y el 5 de mayo de 1982, y las razones por las que la flota argentina decidió no atacar a las fuerzas navales británicas. La investigación también brinda un material de primera línea acerca de las frustradas negociaciones de paz tras el hundimiento del Crucero General Belgrano por un submarino inglés. ­

- Su historia comienza en la provincia de Santa Fé

- Así es, en el pueblo de Alcorta que fue fundado, allá por 1890, por un tío abuelo mío junto a un grupo de italianos abruzzeses. Mi padre vino a la Argentina recién en 1927, luego regresó a Italia y ya casado retornó definitivamente después de la Segunda Guerra Mundial. Hizo lo que hacían los rentistas: vendían todo lo que tenían allá, alquilaban campos, sembraban y después les iba tan bien que terminaban comprando la tierra. En ese contexto había surgido, en 1912, el acontecimiento conocido como "El Grito de Alcorta", debido a que los propietarios comenzaron a aumentar el alquiler de las tierras. Sin embargo, toda mi niñez -yo fui el menor de cuatro hermanos- la pasé en un campo en Cañuelas donde se había mudado mi familia y de donde tengo un recuerdo hermoso de la vida campestre. Mi padre siempre me hablaba de las bondades de la Argentina. Recién a los 13 años, en la década del sesenta, nos establecimos en el barrio porteño de Belgrano donde hice el secundario y luego la Escuela Naval.

EL CONFLICTO BELICO DE 1982 

En 1972, apenas recibido de aviador, comenzó a operar en portaviones. Una década después, en 1982, ya con 32 años y luego de haberse desempeñado como instructor de vuelo en la aviación naval de la Marina de los Estados Unidos, el entonces teniente de navío Rotolo se encontraba en Brest, Francia, realizando desde hacía pocos meses un curso de aviones Super Etendard en la Marina francesa. 

-¿Cómo vivió, del otro lado del mundo, la recuperación de las Malvinas el 2 de abril de 1982? 

-Apenas supimos la noticia hablamos con el agregado naval en París y le dijimos que esto nos parecía algo muy serio. A lo cual nos respondió: "No, ustedes quédense tranquilos, esto es simplemente una presión para forzar una negociación. Acá nadie va a ir a un conflicto bélico, son cosas de la prensa amarilla". Mientras los pilotos franceses festejaban que le habíamos `mojado la oreja' a Gran Bretaña, nosotros estábamos entre el asombro y la sorpresa. Hasta que un día me convocaron para incorporarme al portaviones "25 de Mayo" porque hacía falta un señalero. "Se va por veinte días y vuelve", me habían dicho.

-¿Cuándo comenzó su participación en el teatro de operaciones? 

-El 14 de abril por la mañana ya estaba en Buenos Aires y por la tarde llevé a mi señora y a mi beba, de dos meses, a la casa de mis suegros. Luego partí rumbo hacia la base Espora y unos días después en un avión Tracker embarqué en el portaviones "25 de Mayo" que estaba en operaciones en el Mar Argentino. El día 18, el portaviones regresó y comenzó a cargar víveres, combustibles y munición. Finalmente, el 20 de abril partió la flota hacia una zona ciega de la Patagonia.

-¿Cómo era clima a bordo del portaviones? 

-Estábamos convencidos de que si los británicos salían de la isla Ascensión iban a venir para recuperar militarmente las islas, y si no se cumplía el plan de retirar las tropas de Malvinas, que veíamos estaba fracasando, íbamos a un conflicto armado. Individualmente cada uno empezaba a trabajar para estar lo mejor posible. Había euforia y también un clima tragicómico porque decíamos: "Bueno... nos vamos a enfrentar a la Tercera Flota del mundo". Pero en muy pocos días, el 30 de abril, ya una parte de la flota británica se aproximó bastante al norte de la isla Soledad y ahí nos dieron la orden de zarpar para interceptarla. Ese día la flota estuvo lista para entrar en combate. El 1 de mayo ya navegábamos en operaciones de combate y a las 22 nos habíamos acercado a 160 millas de la zona británica. Nosotros éramos el brazo armado de la flota y estábamos listos para comenzar la operación de ataque con los aviones que teníamos: los A4, los Tracker y los helicópteros. Pero finalmente esta batalla, para mí, decisiva no se llevó a cabo y se dio la orden de replegar la flota. Justamente es uno de los temas que desarrollo en el libro.

-¿Cuándo llegó finalmente su bautismo de fuego? 

-El 21 de mayo durante el desembarco británico en San Carlos. Luego del repliegue a mi tocó ir a la base aeronaval de Río Grande con los ocho A4. Allí también operaban aviones de la Fuerza Aérea. Vivíamos todos juntos en una barraca. El 21 de mayo nos enteramos temprano de que los ingleses intentaban desembarcar en San Carlos y se establecieron dos misiones. Una por la mañana que despegó para atacar a unidades navales británicas, pero no pudieron llegar por la niebla. Y la segunda partió después del mediodía cuando se disipó la niebla y ahí me tocó a mí. Este grupo estaba integrado por seis aviones: la Primera Sección: Philippi, Márquez y Arca. Y la segunda: Lecour, Sylvester y yo. Fue un raid aéreo impresionante porque también salieron los aviones de la Fuerza Aérea de Río Gallegos y de San Julián. Fue una misión detrás de otra. 

-En esa misión fue hundida la fragata británica Ardent, ¿podría relatar su experiencia? 

-Pasado el mediodía de ese 21 de mayo, debido a la calibración de los sistemas de navegación, mi sección despegó unos minutos más tarde y quedamos separados durante toda la misión. Navegamos en un silencio electrónico absoluto y descendimos cien millas antes de llegar al estrecho San Carlos, donde se estaba produciendo el desembarco, para hacer la aproximación rasante y provocar a los radares un serio problema para detectarnos. En ese momento escucho que Philippi avisa que había visto un buque y que lo iba a atacar. Al instante oímos al teniente Márquez decir: "¡Harrier, Harrier!". Philippi contesta: "Estoy bien, me eyecto". Y luego no escuchamos más nada porque habíamos descendido mucho, pero nos dimos cuenta de que los Harrier estaban cerca. Fueron diez segundos que me quedé en silencio. Luego dije a mis numerales que seguíamos con la misión, nos encolumnamos y nos recostamos sobre la isla Soledad porque vi que el estrecho era muy chato. Después, con un gran fuego enemigo, entramos en un giro perpendicular para ir al medio del canal y zigzagueando para evitar los sistemas automatizados de misiles. A pesar de todo, los tres de mi sección llegamos bien sobre el blanco, que para nosotros era una fragata tipo 21, y los lanzamientos fueron bastantes centrados.

-¿De qué manera continuó la misión?

-Luego de atacar, la idea era escaparnos al sur pero nos encontramos de frente con un crucero que nos empezó a disparar. Era un espectáculo dantesco: la niebla se había reducido en nubes, el sol, el reflejo, había chubascos y se veían las estelas de humo de los misiles... era una imagen de película. Junto a mi sección pudimos meternos en un cañadón de la isla Gran Malvina. Ya de regreso, cuando estábamos a cien millas de Río Grande preguntamos por la otra sección y nos dijeron que no habían llegado. Después nos enteramos de que Philippi tras ser atacado por un misil se había eyectado, cayó al agua y logró sobrevivir gracias a un kelper. A Arca, los Harrier le rompieron el tren de aterrizaje con una ráfaga y en Puerto Argentino también logró eyectarse y sobrevivir. Lamentablemente, Márquez en el combate aéreo recibió otra ráfaga que originó la explosión del avión y falleció. Al día siguiente, el 22 de mayo, los británicos confirmaron el hundimiento de la Ardent.

-¿Qué pasa por la mente durante ese tipo de situación límite como es un combate aéreo? 

-En el buque uno practica esas situaciones y ve que hay un gran equipo alrededor de uno. Pero cuando llega el momento real uno empieza a desconectarse del mundo exterior y a conectar de gran manera con los que tiene al lado, con el equipo y con lo que tiene que hacer. Uno se va olvidando de todo lo afectivo y domina lo anímico. Y el temor a perder la vida, porque existe y a uno lo puede paralizar, lo va transformando en el temor a no fallar, a que no funcione el armamento o a las inclemencias del clima. Cuando se prepara la misión se vive una tensión muy grande porque ahí es donde uno ve las dificultades que va a enfrentar. Pero cuando uno pone en marcha el avión y se cierra la cabina es como un relax. Y durante el vuelo no hay tiempo para pensar en otra cosa que la misión. No hay ningún pensamiento perturbador. Eso también, por supuesto, tiene que ver con el adiestramiento.

CINCO DIAS QUE PUDIERON CAMBIAR EL RUMBO DE LA GUERRA

Casi cuatro décadas después de haber sido parte de todos estos acontecimientos históricos, el aviador naval Rotolo decidió relatar su experiencia de la guerra en un libro. "A mí me costó mucho contar esto en primera persona, pero si no lo hacemos nosotros no va a haber un testimonio y si todo puede ser revisado a futuro puede ser negativo. Antes de que partamos de este mundo es conveniente que cada uno cuente lo que vivió. Fueron 74 días muy intensos, batallas muy importantes y actos heroicos increíbles", destacó.

En el libro, recientemente publicado, explicó convencido que los primeros cinco días de mayo de 1982 cambiaron el curso de la guerra de Malvinas porque entre el 1 y el 2 a la madrugada la flota argentina pudo dar una batalla decisiva contra las fuerzas navales británicas y no lo hizo. Además, durante esas jornadas se gestó una negociación fallida que incluía el cese de hostilidades. 

-Según su experiencia en el conflicto bélico y su análisis posterior a los hechos ¿qué fue lo que falló?

-Si no hubiera sido por la actitud dubitativa de la Junta, que no quiso nunca escalar el conflicto porque quería negociar, mientras la señora Thatcher pensaba totalmente al revés, hubiésemos tenido mejores resultados y una mejor posición para esperar. Es decir, si uno dice "esto va a ser una guerra" hubiera sido totalmente distinto. No se planificó una guerra, sino una crisis que la íbamos a regular nosotros, pero que después no lo logramos. Por ejemplo, si entre el 1 y el 5 de mayo se estaba acercando la flota británica y las negociaciones se estancaban se podría haber cumplido la resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (aprobada el 3 de abril de 1982) que exigía el cese inmediato de hostilidades, y se acababa el problema. Incluso iba a ser un papelón para Gran Bretaña porque hubiera quedado expuesta por la exageración de la fuerza y la respuesta. Falló el juego estratégico que es una lucha de voluntades entre los líderes, entre Galtieri y Thatcher.

-La batalla naval que no fue, la del 1 y el 2 de mayo, ¿por qué asegura que pudo ser decisiva incluso para cambiar el rumbo de la guerra? ­

-Los británicos no tenían forma de avistarnos, no tenían alerta temprana y para una batalla naval la sorpresa y la iniciativa son primordiales. Después, es cierto, juega el azar, como decía Carl von Clausewitz: "Los planes para entrar en combate pueden ser perfectos, pero después del primer tiro comienza la niebla". Pero en ese momento la flota argentina contaba con el factor sorpresa. La vida me fue dando oportunidades para ir entendiendo de boca de otros marinos del mundo (principalmente Estados Unidos y Gran Bretaña) la importancia que ellos le dieron a la movilización de la flota y a la posibilidad de esa batalla. Realmente fue el elemento estratégico más importante con el que se contaba. Sabíamos que si esto iba a escalar lo mejor que podíamos hacer era librar esa batalla. Por supuesto que podía terminar hundida toda nuestra flota, pero aun así se hubiera logrado el objetivo. ¿Cuál era? Que cualquier daño que se le ocasionara a la fuerza de superficie británica no le quedaba resto para después hacer el desembarco. Ellos sabían que para el desembarco iban a quedar bajo la esfera de los 100 aviones de combate que había en la costa argentina. El ataque estuvo a punto de ocurrir, pero no se dio la orden. Después del plan que teníamos de atacar a las dos de la mañana, que se demoró un poco por el viento, no vino más la orden de hacerlo, si la del repliegue.

-¿Durante esos primeros días de mayo también jugó un papel esencial la cuestión diplomática? 

-Así es y se trata de un episodio totalmente desapercibido para la historia que se desarrolla ampliamente en el libro. La propuesta de paz del entonces presidente peruano Fernando Belaúnde Terry fue muy importante porque le arrebató el plan al secretario de Estado de los Estados Unidos Alexander Haig. Es fundamental destacar que el funcionario estadounidense fue muy torpe en todo esto, no se sabía para quien jugaba y no inspiraba confianza. Terry, el 1 mayo a las 23 mandó un mensaje donde propuso el cese total de las hostilidades. La Argentina lo cumplió durante el 2 de mayo. Cuando Terry anuncia que a las 18, hora de Lima, se iba a firmar la paz y le advierte a la Junta que estaba aceptada por el lado británico, a las 4 de la tarde Gran Bretaña hundió el crucero General Belgrano. Fue una acción de guerra, pero con un objetivo político que fue el de continuar la guerra e intentar recuperar las islas de manera militar, algo que casi no lo logran como admiten, por ejemplo, Jeremy Moore (el comandante de las fuerzas terrestres británicas durante la guerra) en su libro "No picnic", el almirante Woodward (que encabezó la fuerza naval británica) o el almirante estadounidense Harry Train.

-Siguiendo con el transcurso de los acontecimientos en esos días decisivos, el día 4 de mayo ocurrió el hundimiento del Sheffield alcanzado por un Exocet y se desencadenó una guerra generalizada.

-Exactamente, es lo que se llama doctrinariamente pasar de una crisis a una escalada de la crisis con la posibilidad de entrar en la guerra total que fue lo que pasó. La Junta llevó la situación de negociar o de retirarse a un punto tal que después no tuvo margen. Por su parte, la señora Thatcher, ella misma lo reconoció en sus memorias, dejaba que jugaran las negociaciones, pero no tenía ninguna intención de negociar. Ella quería que los argentinos se fueran de las islas y restablecer las autoridades naturales. En definitiva, yo no hago un análisis belicista. Nadie quería una guerra, pero ya que había que hacer algo en aquellos días, entre el 1 y el 5 de mayo, creo que perdimos una gran oportunidad. De los 4 mil hombres embarcados en la flota argentina estaban todos dispuestos a pelear.

-¿Se puede hablar de improvisación? 

-La palabra improvisación es enorme cuando se decide quedarse en las islas sin un plan para saber qué hacer. Si la decisión era permanecer en las islas la consecuencia era que teníamos que ir a una guerra. Hubo señales británicas de que si nosotros no nos íbamos de las islas íbamos a tener que luchar. Ahora, el no ataque a la flota británica el 1 de mayo fue un problema de manejo de decisiones. Es importante destacar que parte de la flota británica se alejó cuando nos descubrieron y no quisieron entablar una batalla con nosotros. Ellos pretendían que si la flota argentina les hacía frente no tenían que tener un desgaste con nosotros, de la flota argentina se tenían que encargar los submarinos. Ahora, una las incógnitas que tratamos de explicar en el libro es: ¿por qué si había dos submarinos nucleares buscando al portaviones "25 de mayo", con la orden de hundirnos desde el 30 de abril, no lo hicieron?.


Rotolo en mayo de 1981, después de un vuelo, en la Base Aeronaval Espora. Atrás los A4Q.

MALVINAS HOY: SU LEGADO 

Luego de la guerra, Rotolo continuó con su carrera militar en la Armada Argentina ocupando diferentes cargos como el de Comandante de la Aviación Naval, secretario general Naval y Subjefe de la Armada. Asimismo, se especializó en Sistemas Navales, cursó posgrados de Managment y Administración Estratégica, un doctorado en Ciencias Políticas, asistió, durante un año, al prestigioso Royal College of Defense Studies en Londres y participó de varios programas de intercambio profesional con Marinas de otros países. Se retiró en enero de 2011. 

-Para usted, ¿qué representa hoy Malvinas? 

-Traté de que por mucho tiempo no fuera más que un episodio. Yo reconozco que no le di la importancia que tiene, había sobrevivido, era joven y dije: "Espero que esto no sea lo más importante que haga en la vida". Después de 25 años de finalizado el conflicto recién se comenzó a hablar del tema. Y en mi caso particular, con el grado de almirante cuando empiezo a charlar con pares de otras marinas del mundo me di cuenta de que el episodio Malvinas fue muy importante, sobre todo para las armadas del mundo. Porque habíamos hundido 8 buques, destruido casi 20 y ellos querían conocer las tácticas y de qué manera lo logramos. Ahí me fui dando cuenta, sin querer, de que habíamos sido los protagonistas de un acontecimiento profesional y que hay muchas cosas que rescatar. No hay que ponerlo en el olvido ni en la bronca ni en la culpa. Hay que tomarlo como fue. Rescatarlo naturalmente y la sociedad que también tuvo una impresión negativa del conflicto vaya teniendo un conocimiento real de los hechos. Por qué caímos en una guerra más allá de los desaciertos. Una cosa son las consecuencias que provocaron los líderes por sus aciertos o desaciertos y otra cosa es la que hicieron los combatientes. Es necesario rescatar los valores que dejó el conflicto para la sociedad.

-¿Y cuáles son los valores que puede dejar una guerra? 

-Fundamentalmente la entrega por el amor a la patria y el cumplimiento del deber. En combate uno pelea por la bandera, por la patria, pero en realidad pelea por el hombre que está al lado, por su camarada, porque juntos se van a necesitar y se tienen que apoyar. No hay que provocar una guerra para rescatar valores, pero si hay un enfrentamiento armado y los que participan demuestran valores como el coraje, la entrega y el heroísmo hay que rescatarlos porque hacen al espíritu de una nación.



sábado, 20 de agosto de 2022

Malvinas: La experiencia de los oficiales en la Gran Malvina

Gran Malvina. Una mirada a la experiencia bélica desde los testimonios de sus oficiales

Federico Lorenz
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”
Universidad de Buenos Aires
Consejo Nacional de Investigaciones Cientíicas y Técnicas —Conicet—
Buenos Aires, Argentina



Resumen

En 1982, las fuerzas argentinas fueron derrotadas por Gran Bretaña en una guerra por las Islas Malvinas, en la que pelearon en pésimas condiciones, agravadas por el escenario hostil del archipiélago. El fracaso en esta conlagración, decidida y librada por la dictadura militar que gobernaba en Argentina desde 1976, dio lugar a un proceso que culminó con la restauración democrática. Se analizan las características de la experiencia bélica en Malvinas, a partir de un fondo documental producido a pocos días de la derrota. Este fondo está constituido por las declaraciones juradas de los oiciales argentinos acerca de su actuación en la guerra. Se estudian los testimonios escritos de oiciales que sirvieron en la Isla Gran Malvina, la segunda de las dos mayores que componen el archipiélago.



Introducción [1]

Cuando el 2 de abril de 1982 los argentinos amanecieron con la noticia del desembarco del ejército nacional en las islas Malvinas, llevaban seis años bajo una dictadura militar. El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional había tomado el poder el 24 de marzo de 1976. El gobierno de facto, cuestionado en forma creciente tanto por su política económica como por las violaciones a los derechos humanos perpetradas durante su “guerra contra la subversión”, [2] se puso al frente de una reivindicación que tenía un fuerte respaldo popular, que lo tendría durante la guerra y que sería deslegitimada tras la derrota. Las Malvinas, el territorio irredento ubicado frente a las costas patagónicas, y tomado a la fuerza por los británicos en 1833, se habían transformado en un emblema de la nacionalidad, en un proceso de construcción discursiva orientado fundamentalmente desde el Estado. [3]

El plan original de la junta militar era “golpear para negociar”, pero la rápida respuesta británica y el fuerte apoyo popular que tuvo el desembarco obligaron a los planiicadores a improvisar un plan de guerra y a movilizar a miles de soldados. Con la excepción de la fuerza aérea, que por su papel en el combate desplegó fundamentalmente personal de cuadros, el grueso de las tropas destinadas a Malvinas eran soldados conscriptos: en promedio, siete de cada diez combatientes argentinos en Malvinas lo eran. El 1 de mayo de 1982, la guerra se transformó en una realidad: aviones británicos comenzaron a bombardear las posiciones argentinas, y al día siguiente un submarino de la Royal Navy torpedeó, fuera de la zona de exclusión fijada unilateralmente por el Reino Unido, al crucero General Belgrano (323 de sus tripulantes perecieron).

Con el transcurso de los días, el combate aeronaval eclipsó las operaciones terrestres. Pero la captura de Puerto Darwin por los paracaidistas ingleses, el 29 de mayo, arrojó el resultado de centenares de prisioneros argentinos y la ominosa certeza del avance sobre la capital de las islas.
Allí, miles de infantes aguardaban el asalto bajo el bombardeo constante de los ingleses y el recrudecimiento de las condiciones climáticas y la escasez de abastecimientos. La derrota estaba en el aire, pero una prensa severamente restringida y publicaciones triunfalistas —que iban en sus esfuerzos inclusive más allá de las demandas oiciales al respecto— crearon la sensación opuesta.
Las fuerzas argentinas en las islas Malvinas se rindieron el 14 de junio de 1982, luego de una serie de combates muy intensos en los cerros periféricos a la capital isleña. La guerra había terminado, y 649 argentinos  habían muerto, mientras que casi 1200 resultaron heridos. Cerca de diez mil emprendieron el regreso como prisioneros al continente. Se produjeron situaciones frustrantes para muchos de ellos cuando las autoridades militares ocultaron su  retorno e impidieron recibimientos por parte de la población civil.
La derrota en Malvinas fue uno de los hitos en el proceso de la transición de la dictadura militar a la democracia en Argentina. El impacto de ese fracaso militar, sumado al proceso de cuestionamiento a las fuerzas armadas en el poder, generó una sensación de perplejidad y estafa ante los sucesos, produjo una actitud crítica y de rechazo hacia los militares, acentuada porque, además, como consecuencia de la derrota, las denuncias por violaciones a los derechos humanos ganaron visibilidad. Desde los primeros días de la posguerra, ambos “temas” se superpusieron en el espacio público argentino: si fue a partir de la guerra que el grueso de la sociedad cuestionó a sus fuerzas militares, lo cierto es que el peso de las revelaciones acerca del terror estatal absorbió el impacto de la derrota austral; entre otras cosas, porque el conlicto con Gran Bretaña fue usado como “escudo” por el “proceso”, mientras que el cuestionamiento a las fuerzas armadas también abarcó las experiencias de los combatientes. [4]
Esta es, sin duda, una de las causas por las cuales aún hoy existe tanta controversia acerca de los hechos militares que sucedieron en las islas australes. Las miradas sobre la guerra oscilan entre la hagiografía, el escarnio y la condena. Decenas de publicaciones alimentan el conocimiento social sobre el conlicto: investigaciones periodísticas, memorias, crónicas. Mucho más escasos son, aún hoy, los trabajos historiográficos. A su vez, el testimonio, al igual que en otros aspectos de la historia argentina reciente, ha atravesado profundamente las miradas sobre el conlicto de 1982. Se instaló, así, una dinámica en la cual, en muchos casos, se trata de “una verdad contra otra verdad”. A un relato crítico se le opone una “vivencia” laudatoria; a las situaciones de escasez en una unidad combatiente se le contrapone la memoria de otra, en la cual todo funcionó bien. Esas alternancias expresan algunos problemas metodológicos: el hecho evidente de que hubo distintas experiencias de combate en Malvinas (con la posibilidad de la contraposición mencionada), la casi total ausencia de historias generales del conlicto (salvo miradas desde la historia militar más rígida o desde la experiencia personal con pretensiones de generalización), el fuerte peso de los distintos contextos de circulación y reapropiación de las memorias de la guerra, sobre todo cuando las memorias de Malvinas han sido objeto de fuertes disputas políticas por parte de diferentes actores políticos y sociales.
Los “informes de operaciones” Existen fuentes documentales que permiten acercarse a la experiencia bélica de la guerra en las islas con la posibilidad de atenuar el impacto de las variables mencionadas precedentemente, estas fuentes fueronescritas a los pocos días de terminada la guerra. Este trabajo propone una primera aproximación a ellas como una propuesta de reconstrucción de los días vividos por los combatientes argentinos en las islas. Si nos referimos a “atenuar” el impacto de las disputas acerca de los sentidos para narrar la guerra de Malvinas, es debido a que, por su fecha de producción, estas fuentes escapan a aquellos debates. Obviamente, no están aisladas de su contexto de producción, pero, precisamente por eso, ofrecen una posibilidad de acercarse de manera más directa al clima de la posguerra. En general, el desdén por las fuentes escritas puede explicarse también por el peso del uso de testimonios para la historia reciente. No se trata de que aquellos escritos “no existan”, sino que historiográicamente termina construyéndose la idea de su carencia.
Cuando terminó la guerra, las autoridades militares argentinas conformaron una comisión para evaluar las responsabilidades de quienes habían tenido algún nivel de compromiso en la conducción de la guerra. En el caso del ejército, todos los oiciales a cargo de los distintos niveles y unidades operativas debieron confeccionar una declaración jurada secreta, presentada a la Comisión de Evaluación de las Operaciones Realizadas en las islas Malvinas, la cual era presidida por el comandante de Institutos Militares, el general Calvi. Se trataba de un “informe de operaciones”, en el que no solo debían brindar información sobre su propia conducta durantela guerra, sino también de sus subordinados, pares y superiores.
Posteriormente, los “informes Calvi”, como fueron conocidos, constituyeron la base para dos publicaciones oiciales, el Informe Oicial del Ejército Argentino, de 1983, [5] que fue un documento público de evidente tono autoexculpatorio, y el llamado Informe Rattenbach, de inales de 1982, que
tuvo carácter secreto, aunque también alcanzó estado público con notable rapidez por la vía periodística y por los propios esfuerzos de los excombatientes (solo fue publicado oicialmente en la web de la presidencia de la nación argentina en 2012). [6]
Los datos requeridos en el formulario del informe buscaban que los redactores pudieran elaborar una descripción de las condiciones en las que habían llegado a las islas, así como de su desempeño y el de sus unidades en el escenario bélico. Estaba organizado en los siguientes ítems:

a. INFORME DE OPERACIONES
b. DATOS PERSONALES DE REVISTA
c. TEXTO DEL INFORME
1.  Síntesis de los principales acontecimientos y circunstancias que le tocó vivir hasta que entró en combate.

2.  Síntesis de los principales acontecimientos y circunstancias que le tocó vivir al entrar en combate.
En particular, tener en cuenta:
a.  Misiones que le fueron asignadas.
b.  Situación particular del elemento a su cargo (ubicación, encuadramiento, enemigo, material y otras circunstancias).
c.  Desarrollo de los hechos.
d.  Citar los hechos individuales o de conjunto con gravitación positiva o negativa en el combate.

3.  CONSIDERACIONES PERSONALES
a.  Factores que coadyuvaron al cumplimiento de la misión.
b.  Factores que limitaron el cumplimiento de la misión.
c.  Otros elementos de juicio que desea aportar.

4.  VARIOS
a.  De ser posible citar nominalmente personal que se hubiere
destacado por actos de valor.
b. Citar  bajas (muertos o heridos) que le consten (en forma nominal).
c. Toda otra información que a su juicio deba ser aportada a la superioridad.

Es importante comprender el contexto en que los informes fueron confeccionados. El ejército argentino pidió a sus oiciales que recién regresaban de la guerra una declaración sobre lo que habían visto y vivido en Malvinas a los pocos días del inal de las operaciones, con el desorden que se ve, por ejemplo, en el carácter precario de las listas de bajas que acompañan a muchos de ellos; es decir, entre otras cosas, con los muertos aún sin enterrar. El clima dentro del ejército era de hostilidad hacia los hombres que, a juicio de muchos de los militares que no habían sido movilizados al sur, habían desprestigiado la institución militar al ser derrotados en Malvinas y, por añadidura, habían abierto, con su fracaso, la posibilidad de que también se los criticara por la forma en que habían conducido la represión ilegal durante la dictadura. El general Martín Balza, entonces un teniente coronel, escribió:

A partir del 14 de junio se buscaron los chivos expiatorios de la derrota. Una de las primeras medidas fue el relevo sin causa de los jefes que combatimos; sin que los generales que tenían la máxima responsabilidad en las Islas esbozaran la mínima defensa de sus jefes tácticos [...] Nos echaron la culpa..., pero al mismo tiempo renunciaron a sus responsabilidades, traicionaron la esencia del arte de mandar y pusieron en evidencia, a mi juicio, rasgos típicos de autoritarismo, la despreocupación por el bienestar y mantenimiento de la moral de sus hombres, la indiferencia e insensibilidad ante la pérdida de vidas.
Balza, que permaneció como prisionero de guerra en Malvinas hasta comienzos de julio de 1982, recuerda de este modo su regreso:

El 14 de julio, después de tres meses en Malvinas, arribamos a Puerto Madryn. El Comando Militar de recibimiento impidió que el pueblo concurriera al puerto a recibirnos. Nos condujeron rápido, muy rápido y a escondidas, a la base de la Armada en Trelew, e inmediatamente, en avión, a Buenos Aires. Mis oiciales continuaron viaje a Paso de los Libres, en Corrientes, pero yo permanecí en la Capital pues mi pequeña hija, nacida en abril y a la que no conocía, estaba internada en el Hospital de Niños de Buenos Aires afectada de una dolencia. Esperé cerca de dos horas en la Base Aérea de El Palomar, hasta que mi esposa y mis hijos llegaron a recibirme. En ese lapso me encontré con varios generales y coroneles que fueron a recibir a sus compañeros [...]. Ninguno se acercó a saludar a un solitario Teniente Coronel que regresaba de la guerra. Aún hoy recuerdo la mirada indiferente de todos ellos.

Para Balza, la actitud institucional hacia ellos fue el comienzo del proceso de olvido de lo que había sucedido durante la guerra. A la par que se responsabilizó a los oiciales que habían estado en el campo de batalla, el objetivo fue el de evitar la difusión de las experiencias de los combatientes y atenuar el costo institucional de la derrota:

Al día siguiente, 15 de julio, me enteré de que sería relevado del mando de mi Unidad de inmediato. Similar medida se tomó con todos los Jefes de Unidades Tácticas. Jamás conocí el motivo de la medida, ni se nos dio ninguna causa o explicación, pero siempre la imaginé: desembarazarse de los malvineros. Con esa actitud se inició un proceso de desmalvinización que duraría casi siete años. El proceso lo iniciaron nuestros mandos militares superiores, los mismos que nos mandaron a combatir [...] Al resto de los prisioneros de guerra pertenecientes al Ejército, en realidad casi la totalidad, se los alojó en unidades del Gran Buenos Aires, principalmente en las Escuelas de Suboiciales de Campo de Mayo, y se los privó de todo contacto con el exterior y con sus familiares […] A los soldados, apenas regresaron a sus respectivos cuarteles, les dieron la baja. Casi diría que fueron echados de los cuarteles, sin la mínima consideración, y lo que es peor aún, sin revisación alguna de tipo físico y psicológico. [10]
Ítalo Piaggi, jefe del Regimiento 12 en la zona de Darwin, recuerda una respuesta lapidaria:
Ustedes los que tuvieron el honor de estar en las islas, son los que perdieron la guerra. No pueden pensar siquiera en la continuación de una carrera militar; serán, sin remedio, las cabezas de turco, los chivos expiatorios arrojados a los leones para reconstruir la imagen de la fuerza luego de esta derrota. Imagínese la gloria que los habría aguardado de haber regresado vencedores; es la contrapartida. 11
Es importante tomar nota de este clima de hostilidad y suspicacia porque fue en ese marco que los oiciales derrotados redactaron sus informes. Los ojos de sus camaradas de armas, de sus jefes y subordinados estaban puestos sobre ellos. Luego, es necesario destacar la presión del contexto político que había planteado la derrota (y que alimentó la actitud hacia sus pares que tuvo la oicialidad que no había combatido). El descalabro en Malvinas  forzó a los remanentes de la conducción del Proceso de Reorganización Nacional a volver a negociar la entrega del poder. [12]
La respuesta pasó por ocultar el regreso de los oiciales combatientes, lo que exacerbó la reacción social. Al respecto, es representativa la evocación del comandante militar y gobernador de las islas nombrado por la Junta Militar, Mario Benjamín Menéndez:

Se aprecia que la situación posterior a la derrota ha sido manejada defectuosamente. Si bien en este sentido puede haber ejercicio de una importante inluencia negativa la conmoción política producida por y a partir de este hecho, resulta evidente que la inercia o una suerte de discutible “sentimiento de culpa” ha permitido abrir en distintos ámbitos (prensa, políticos, etc.) una etapa de requisitoria y cuestionamiento que, sin perjuicio de su necesidad institucional y nacional, es indudable que no se realiza con la mesura y equilibrio que sería de desear en la situación general que vive el país. Por el contrario, se considera que si se hubiera enfocado el tema bajo la óptica de quién/ quienes nos habían derrotado, el tiempo total que llevó la campaña y el precio que pagó el enemigo […] Si se hubiera tributado a esas tropas un recibimiento distinto (no necesariamente a sus comandos, esto debe quedar claro, sino a los jóvenes, a los soldados, como símbolo, orgánica y públicamente, no como acciones aisladas de algunas comunidades o instituciones), los sentimientos de la población podrían haberse encauzado positivamente. [13]


Este fue el contexto de producción de los “informes de operaciones”. Se trata de documentos que fueron de difícil acceso pero que hoy son públicos.
La lucha por la memoria, que en sus orígenes estuvo concentrada en los crímenes contra la humanidad, poco a poco extendió su presión hacia otros espacios del pasado reciente: los archivos originalmente conformados para albergar las denuncias por violaciones a los derechos humanos se abrieron a otras temáticas vinculadas con la dictadura militar, y la guerra de Malvinas es una de ellas. De esta manera, en la Asociación Memoria Abierta, establecida en la ciudad de Buenos Aires, hay disponibles para la consulta pública copias de muchas de tales declaraciones, reunidas en el archivo donado a esa institución por el abogado Luis Moreno Ocampo, quien fue parte del equipo de iscales durante el juicio a las Juntas Militares de 1985 y que, posteriormente, fungió como iscal en el proceso que se le siguió a los responsables de la guerra de Malvinas en 1988.
Las declaraciones estandarizadas volcadas en los informesofrecen una imagen descarnada de las impresiones de los oiciales del ejército argentino en los primeros días de la posguerra. Algunas son distantes y formales, sin dejar el menor espacio para la digresión o la confesión. Cumplen con lo que se les demanda sin extenderse demasiado, apelando a frases escuetas y genéricas. Pero otras evidencian el impacto de la experiencia vivida, las contradicciones que las condiciones de la batalla les produjeron, al regreso, a los combatientes y las sensaciones de frustración ante la derrota y la escasez de medios, indignación ante el desorden y las conductas de algunos pares, y orgullo por el deber cumplido y por los hombres conducidos.
Aparece, con frecuencia, la evidencia de una fuerte desilusión frentea la imagen que tenían de la fuerza a la que pertenecían y la forma en que esta se desempeñó en el archipiélago. La mayoría de los documentos están manuscritos, pero algunos fueron prolijamente mecanograiados, y están acompañados de croquis y esquemas.
El resultado del conjunto es un fresco doloroso y desazonador de la experiencia bélica de Malvinas. De la lectura de los informes emerge una historia del ejército argentino que allí combatió, de las vivencias de los protagonistas de la batalla contra los ingleses con distintos niveles de responsabilidad de mando, desde subtenientes a tenientes coroneles. Los informes requieren un cuidadoso análisis. Tienen el valor de ser una serie de documentos redactados a los pocos días de que los combates cesaran. Pero en su redacción incidieron varios elementos: el impacto de la batalla, de la tensión y de los muertos, una gran cuota de perplejidad y, sobre todo, la sensación de ser examinados y enjuiciados como los únicos responsables del hecho que probablemente más consenso social haya tenido en la Argentina moderna: la guerra de Malvinas, que culminó en una derrota.
A continuación, como parte de un trabajo de investigación mayor, ofrecemos la reconstrucción de las condiciones que experimentaron los combatientes argentinos en un escenario, en general, infrarrepresentado en las historias del conlicto. Como señalamos, buena parte de las producciones en relación con la guerra de 1982 han sido escritas con la vocación del contraejemplo. Aquí esperamos ofrecer un aspecto de una de las partes del conlicto, conscientes de que aún carecemos de una obra mayor que se ocupe de él.

Gran Malvina

Tal vez el lugar del Atlántico Sur en donde todas las limitaciones y diicultades del ejército argentino alcanzaron su extremo fue en la isla Gran Malvina (de las dos mayores, la más cercana al territorio continental, pero poblada solo por algunos establecimientos ganaderos, ya que la capital se encuentra en la isla Soledad). Cuando los británicos enviaron su Task Forcepara desalojar a los nuevos ocupantes, el mando argentino debió encarar las perspectivas de una guerra en toda regla, que no había sido prevista inicialmente. Procedieron al refuerzo de la guarnición en las islas, que inicialmente solo sería simbólica. Los planes de defensa evaluaron que el ataque británico caería sobre Port Stanley (rebautizado Puerto Argentino), la población principal y el grueso de las tropas defensoras se atrincheraron allí. [14]
Sin embargo, el Comité Militar dispuso el envío de dos regimientos a la isla Gran Malvina, tanto por motivos militares como políticos (no se podía dejar una base de operaciones libre a los británicos, a la par que una fácil ocupación de la Gran Malvina sería negativa en términos políticos). De este modo, fueron enviados allí el Regimiento de Infantería 5, dependiente de la III Brigada de Infantería, que se concentró en Port Howard, mientras que algunas compañías del Regimiento de Infantería Mecanizado 8 lo hicieron en el brazo oeste de Bahía Fox, frente a una Compañía de Ingenieros, la 9, con la que prácticamente no tuvieron contacto durante toda la guerra, ya que no disponían de medios para cruzar la ría y estaban a tres horas de marcha. El Regimiento 5 tenía su base en el nordeste argentino, en Paso de los Libres (Corrientes), mientras que el 8 tenía su asiento en Comodoro Rivadavia (Chubut). La Compañía de Ingenieros 9, por su parte, se asentaba en Sarmiento, en el centro de esa provincia patagónica. El abastecimiento de estas unidades sería por vía marítima o helitransportada. La capacidad
argentina para mantener el puente aéreo y naval con la guarnición de la isla Gran Malvina sería decisiva para los hombres atrincherados allí.



A finales de abril, el cerco británico sobre las islas Malvinas ya era irme. Si bien los pilotos argentinos lograron mantener el puente aéreo con las islas, la pista estaba en el área de Puerto Stanley. Desde allí, los suministros deberían embarcarse o llevarse con helicópteros a los distintos puntos del archipiélago, lo que presentó crecientes diicultades, sobre todo a inales de mayo, cuando parte de la lota británica ocupó el estrecho de San Carlos para desembarcar a sus hombres. En consecuencia, desde que los británicos airmaron su bloqueo, las condiciones de las tropas defensoras de Gran Malvina empeoraron a diario. Sufrieron hambre, bombardeos y la tensión propia de una guarnición sitiada. Cuando se produjo la rendición de las tropas en la isla, el 15 de junio (la rendición del comandante militar argentino en Puerto Stanley había sido el día anterior), prácticamente no habían entrado en combate.
Muchos de los oiciales, que seguramente se habían puesto de acuerdo, respondieron en su informe, en el ítem acerca de la “síntesis de los principales acontecimientos y circunstancias que le tocó vivir al entrar en combate”, con esta frase lacónica: “El suscripto no entró en combate. La Unidad tampoco entró en combate”. [15]
¿Qué experiencias llevaron a que estos oiciales se pusieran de acuerdo para responder de esa manera? La frustración que expresa la cita hizo estallar algunas de las contradicciones, en el contexto de producción de los documentos que aquí se analizan, que permiten tanto conocer las condiciones en las que vivieron los argentinos en Gran Malvina como también acercarnos al mundo de muchos de los militares que combatieron, así como también a las concepciones desde las que lo hicieron. Así, un indignado capitán, jefe de compañía, evocó su hoja de servicios para explicar su sensación de frustración:

Esta es la tercera vez que he debido usar la chapa de registro necrológico. He operado en TUCUMÁNy estuve en la frontera en el 78 con el RIM11, además de las operaciones especiales 74/76 […] Es la primera vez que se compromete mi honor ante la Nación y por una orden inexplicable he debido rendirme sin haber combatido entregando el armamento de mi Subunidad al completo, intactoal enemigo.

Al cuestionar la forma en la que “se había comprometido su honor”, el capitán reconstruyó el recorrido de muchos de los oiciales combatientes en Malvinas, que era el de la fuerza que estaba en el poder de facto desde 1976. Las “operaciones especiales” que menciona son la “guerra contra la subversión”, es decir, la campaña de represión clandestina desplegada por las Fuerzas Armadas, con el interés de que la data en el año 1974, donde algunos oiciales articularon sus acciones con los escuadrones de la muerte ilegales de la TripleA. Con “Tucumán” alude al Operativo Independencia, desplegado en esa provincia por el ejército durante los últimos meses del gobierno constitucional de Isabel Perón. La “frontera del 78” fueron las operaciones por las que Argentina y Chile casi entran en guerra en ese año.
Las experiencias de los regimientos 5 y 8 de infantería permiten ver sobre el terreno un aspecto de las consecuencias del modo en el que se planiicó y condujo la guerra de Malvinas, como señalamos, los combatientes fueron llevados al extremo por las particulares características del escenario que les tocó defender. En su informe, el coronel al mando del Regimiento de Infantería 5 comienza por consignar la precariedad y generalidad de las órdenes que recibió de su superior:

El suscripto recibió en forma verbal, del Comandante de la Brigada de Infantería III, la orden de ocupar Puerto Howard con la Unidad, lugar donde posteriormente se iba a trasladar el Comando de la Brigada.
No concretado este traslado ni recibida orden escrita que ratiicara o ampliara la verbal recibida, el suscripto se autoimpuso una misión, planiicó la defensa de Puerto Howard e impartió la orden de Operaciones n.° 3/82 […] La misma fue elevada a los diez días al comando GUC[Gran Unidad de Combate, el comando de la Brigada III] para su aprobación [en Puerto Argentino]; al no recibirse observación alguna se dio por descontada tal aprobación.

Según el jefe del regimiento, el comandante de la brigada se iba a trasladar a Gran Malvina, lo que nunca se concretó. Pero, a la vez, al hablar de “autoimponerse” una misión, evidencia el hecho de la falta de órdenes y planificación por parte de su comando.
Las principales diicultades tuvieron que ver con los suministros, especialmente hacia inales de mayo y principios de junio, coincidentemente con el período en el que parte de la lota británica ocupaba el estrecho de San Carlos para desembarcar, con lo que el intento de llegar con unbuque de aprovisionamiento hubiera resultado suicida. Las unidades argentinas en Gran Malvina se quedaron literalmente solas. Continúa el jefe del regimiento:

El gran volumen necesario para 800 hombres de víveres frescos y secos (ración  B) y la situación de bloqueo impuesta por el enemigo (dominio aéreo naval y local) hicieron que en la primera semana de mayo y entre el 25 de mayo y el 6 de junio se viviera una situación crítica en la disponibilidad de  efectos clase I, cuya reposición por parte del Comando Supremo no se podía realizar en la medida necesaria y la jefatura debía paliar los déicit con solamente carne ovina de la zona.
Esto produjo un desmejoramiento físico pronunciado en el personal de la unidad que incidió negativamente en la moral del combatiente. Una acción constante de mando y una conducción centralizada a nivel Jefe de Regimiento para la distribución de víveres fueron los únicos medios
para neutralizar en parte lo negativo de la situación.

Pero además de la escasez de comida, el Regimiento 5 no había podido viajar a Malvinas con la totalidad de sus equipos, entre ellos los del rancho:

“solo se dispusieron de dos cocinas rodantes (una quedó fuera de servicio sin poder reparársela) y un carro aguatero, por lo que se debió cocinar en tachos de gas oil de 200 litros”.

El comandante también dedica un párrafo a cuestionar la “calidad” de los soldados de su regimiento, una marca que aparecerá con frecuencia en otros testimonios. Su tropa era una de las que los mandos informalmente consideraban de “clase B”:

La unidad recibió durante los años 1980, 81 y 82 personal de cuadros egresados entre los últimos de promoción; ante una inquietud del suscripto se me informó que en jefatura Ise tenía la orden de que la BrIII tenía última prioridad en la asignación de personal.
Sin embargo, pese a este señalamiento, en los puntos finales de su evaluación destaca algunos elementos positivos que tienen que ver con sus hombres: “la acción de mando permanente de los cuadros” sobre sus subordinados, en los que destaca “la integración del 100 % de los efectivos de tropa con soldados clase 1962” (es decir, soldados “viejos”, que habían salido de baja tras terminar su servicio militar obligatorio). Su unidad careció de comida pero dispuso de radares terrestres, que “convenientemente manejados, impidieron sorpresas por parte del enemigo terrestre”, tuvo “suficiente munición” y ejecutó “una constante inteligencia de combate”.
En su análisis, fueron determinantes en su derrota los factores debidos al envío de los combatientes a la isla en pésimas condiciones logísticas. El coronel cuestiona “el largo tiempo que se debió permanecer en la posición, expectante por falta de información del enemigo a niveles superiores”, y deja entrever las diicultades de sus soldados: señala “las inclemencias del tiempo y falta de adaptación del personal (especialmente tropa)”, así como la “limitada disponibilidad de víveres durante lapsos importantes” y “ la situación de aislamiento con respecto a fuerzas propias”.

Los subordinados

El testimonio del jefe de la unidad puede ser puesto en contexto al contrastarlo con el de sus subordinados. Estos destacan positivamente la actitud de su comandante y señalan en los factores que “coadyuvaron al cumplimiento de su misión” su “personalidad” y “ejemplo”. Ahora bien, ¿qué guerra vieron ellos? El segundo jefe del regimiento señala:

El alto espíritu demostrado por personal de cuadros y tropa a pesar de las condiciones meteorológicas adversas, las características del terreno y a la acción permanente del enemigo […] La deficiente alimentación producto del aislamiento y la diicultad de su abastecimiento desde Puerto Argentino.[16]


En el informe de un teniente primero, a cargo de la sección de exploración, la frustración e impotencia se traducen en el listado de elementos faltantes para cumplir su misión: “artillería de campaña, artillería de defensa antiaérea, munición, elementos de comunicaciones, alimentos, vehículos, ropa adecuada, factores climáticos, terreno”. Es decir: no pudieron repeler los ataques de la aviación, no disponían de artillería de largo alcance en caso de ser atacados por tierra o si se acercaban barcos a cañonearlos.
El detallado y extenso informe de otro teniente de infantería permite aumentar la escala para acercarse a las condiciones en las que vivieron los soldados en Puerto Howard (rebautizado Puerto Yapeyú). Este oicial llevaba tres años en el regimiento cuando le tocó actuar como oicial logístico y de intendencia, debido a que estos no se encontraban con la unidad. Estaba a cargo de la distribución de los suministros y la organización de la vida cotidiana de los soldados. Comienza por señalar que la suya era una guarnición aislada y que sufría privaciones. En consecuencia:

La función de mantenimiento de la moral fue considerada por mí la más importante. En este sentido y dentro de los servicios concurrentes, el servicio religioso estuvo a cargo del capellán de la Brigada de Infantería III quien se desempeñó en forma brillante, asistió espiritualmente a toda la posición, acompañó permanentemente a los heridos y enfermos, ofició misas sábados y domingos y administró la extremaunción a los fallecidos.

Debido al bloqueo, el intercambio de cartas y noticias fue deiciente: “el servicio postal funcionó con serias limitaciones, prueba de ello es que en solamente dos oportunidades se recibieron correspondencia, pudiendo el personal enviar las suyas en cinco veces”.
La escasez de alimentos hizo que en varias ocasiones los soldados atentaran contra la propiedad de los isleños. Estos soldados, al ser descubiertos, fueron castigados. El teniente menciona eufemísticamente estaqueos: “se produjeron actos de pillajes por robos de alimentos, los que fueron sancionados en el lugar con calabozos de campaña”. No quedaron registros de esas sanciones, en este caso, debido al desenlace adverso de la guerra: “el servicio de Justicia Militar funcionó correctamente, se instruyeron las actuaciones de Justicia militar, las que posteriormente tuvieron que ser incineradas para no entregarlas al enemigo”. [17]
El teniente dedica largos párrafos a la cuestión de las provisiones y las comodidades de los soldados. El hecho de permanecer alejados del escenario de las principales operaciones, y también el agravamiento de las condiciones, llevó a los mandos a ensayar medidas paliativas: “Se implementó un sistema de descanso rotativo del personal en dependencias acondicionadas a tal efecto, incluyendo baño del personal y eventualmente un refuerzo de racionamiento”. Sin embargo, “debió suspenderse para evitar la concentración de personal ante la persistencia de ataques aéreos y bombardeos navales”.
Algunos suministros se compraron a los mismos isleños: “se instrumentó la compra en forma muy limitada por parte del personal de cigarrillos y golosinas en el comercio local. Dicha tarea estuvo centralizada por los jefes de subunidades y el oicial de asuntos civiles”.
Este teniente consigna también un episodio que ilustra tanto las concepciones acerca del bienestar de los soldados y las maneras de hacer la guerra (que se relacionan con esa idea de los padecimientos y el rigor como prueba de hombría) como las contradicciones entre los mandos. Previo al sistema rotativo para paliar las privaciones, el jefe del regimiento ordenó comprar “unos corderos para reforzar, ya que había más personal que raciones tipo C”. Lamentablemente:

Se produjo la única visita del Sr. Comandante de Brigada [El nombre, tachado. Recordemos que el Jefe del RI5 había hecho énfasis en la ausencia de órdenes por parte de aquel] en un helicóptero Augusta, quien al ver los corderos que se encontraban asándose, ordena el relevo del Jefe de la única Compañía que se encontraba en el lugar, pese a que este le informara que era orden del Jefe del  RI5 y sin tomar contacto personal con el Coronel.

Es decir, un oicial que estaba racionando comida fresca para sus hombres, adquirida a los pobladores, fue sancionado por sus superiores: el teniente que asaba los corderos fue enviado al continente por orden del comandante de la brigada, contradiciendo al de regimiento.
La carestía fue el problema principal:


En el aspecto racionamiento que mucho tuvo que ver con el mantenimiento de la moral se presentaron serias falencias […] Se recibieron víveres en tres oportunidades, el que llegó con el Monsunnen, un desembarco del Forrest y por último el Bahía Paraíso. Hubo limitaciones con la leche, azúcar, sal, aceite, no disponiéndose varios días de víveres secos para acompañar el cordero que se adquirió en la zona y víveres frescos que alcanzaron hasta el 02JUN82. 


La comida fresca, según señala escuetamente este oicial, alcanzó con dificultades hasta los primeros días de junio, más de diez días antes del final de la guerra.
Aunque los pilotos o marinos arriesgaron sus vidas para acercar suministros a los soldados de Gran Malvina, estos llegaron a cuentagotas, de manera ineiciente e irracional. Se dieron situaciones ridículas:

El Jefe del RI5 ordenó la distribución de dulces, quesos, leche, cacao, etc. que llegó en el último envío exclusivamente al personal que no dormía bajo techo, de esa manera el equipo de asuntos civiles del Comando de la Brigada de Infantería III, Hospital Militar, plana mayor, elementos de comunicaciones e ingenieros no dispusieron de ellos [...] En un envío del 23 MAY82 en helicópteros, se recibieron aparatos para afeitar.
Los heridos causados por los bombardeos o afectados por la desnutrición padecieron las mismas limitaciones para el transporte:
[…] en cuanto a la evacuación de heridos y enfermos esta se realizó sin inconvenientes hasta los primeros días de mayo. Luego hubo dificultades, por ejemplo, personal herido el 26 de mayo no fue evacuado hasta el 6 de junio en que llegó el buque de transporte Bahía Paraíso. Un día antes debió amputársele una pierna a [un] soldado porque se la había comenzado a gangrenar la misma. Esa falencia (sic. ) en la evacuación de los heridos afectó y mucho la moral del personal.

El teniente informa que los fallecidos pudieron ser enterrados en forma apropiada, aunque con algunas limitaciones: “en registro necrológico no surgieron inconvenientes, a pesar de que no se contaban con los elementos (plásticos) para el entierro de los muertos”.
¿Qué soldados son los que combatieron en estas condiciones? Gana en fuerza el comentario de un capitán que sirvió en la misma unidad. Al referirse a sus subordinados, señaló que “el personal de tropa al igual que el de cuadros, se destacó, sobre todo, por su subordinación”. Tal vez, acotamos, solo por esa subordinación puede explicarse el acatamiento a una lista de tantas privaciones. Queda preguntarse qué elementos potenciaron o profundizaron la pasividad frente a esas situaciones.
Los informes de los oficiales abundan en críticas a suboiciales y soldados. Es un mecanismo que, más allá de las bases reales que pueda haber tenido, tendía a exculpar a los oiciales, descargando las responsabilidades en sus subordinados o en sus superiores. En los testimonios, las actitudes y características de muchos de los suboiciales y soldados exacerbaron las pésimas condiciones en el frente. Uno de ellos pone énfasis en la “preocupación permanente por parte del personal de cuadros y de algunos suboiciales por el bienestar físico y psíquico del personal de su mando en todo momento y
circunstancia”, pero destaca:
 

El hecho de la falta de preparación tanto espiritual como de instrucción del personal de suboiciales, lo que originaba que las órdenes, en muchos casos, se impartieran desde el nivel de Jefe de sección o Jefe de Compañía [en ambos casos, son oiciales] a los soldados directamente. Esto originó que la cadena de comando se viera cortada a nivel suboicial, con los graves inconvenientes que esto trae aparejado. 


Un teniente primero, jefe de la Compañía A, es todavía más duro en relación con sus subordinados:

Los más lojos de la Subunidad fueron los suboiciales más jóvenes, que salvo tres, el resto demostró falta de espíritu militar, vocación de servicio y una gran negligencia, rayando muchas veces casi en el delito. Por lo cual antes de retirarme del RI5 propuse se solicitara la baja en especial a dos cabos por carecer de las más elementales condiciones morales y espirituales como para desempeñarse como Suboficiales del Ejército Argentino.

En algunos casos, la falta de control e impericia por parte de los soldados potenciaron accidentes por negligencia y situaciones dudosas, en las que los combatientes resultaron heridos, tal vez intencionalmente, fruto de la desesperación: “sucedieron entonces, pese a reiteradas recomendaciones hechas por los Jefes de Sección algunos accidentes, como el caso del soldado que recibió un impacto de bala en forma accidental de su compañero de carpa y otros accidentes que a mi juicio fueron heridas autoinligidas”.
Los soldados del Regimiento 5 provenían fundamentalmente de zonas rurales de la provincia de Corrientes. Muchos de ellos hablaban guaraní antes que castellano, y presentaban un bajo nivel de instrucción: “es importante destacar que el 80 % de la compañía eran analfabetos, muchos soldados se encontraban de baja y se reincorporaron después de estar un tiempo en la vida civil”.
Al respecto, el teniente encargado de personal que citábamos precedentemente menciona en su informe otros elementos que permiten ver las condiciones de los soldados enviados a Gran Malvina. Señala que:

Realizar incorporaciones regionales produce un gran desequilibrio de nivel educacional entre las unidades. La incorporación de soldados con cierto grado de desnutrición que ante la disminución de calorías en la alimentación no contaban con las defensas suicientes y necesarias en el organismo para afrontar las exigencias del combate que imponía una alimentación calórica insuficiente.


¿Cuál fue la dieta de esos hombres? Retoma aquí el teniente jefe de la Compañía A:

Los problemas fundamentales para cocinar eran lo ya inadecuado del recipiente (tambor de 200 litros) y el combustible (turba). Dada la poca caloría de esta, en algunas oportunidades se quemaba la parte inferior de la comida y quedaba cruda la parte superior, No se contaba con ollas térmicas, la comida era repartida por las posiciones llegando normalmente fría, las tripas de cordero no se podían aprovechar porque tenían quistes idiatídicos pero sí se repartían dos cabezas por grupo de tiradores que eran hervidas y consumidas.

El oicial relativiza la eficacia del sistema de compras a los isleños:

Al personal de cuadros y tropa que disponía de dinero hacía un pedido en conjunto por Subunidad, por intermedio de Asuntos Civiles pudiendo adquirir elementos comestibles en una proveeduría de los habitantes de Puerto Howard, lo cual era muy limitado para los soldados por no tener en su mayoría dinero para adquirir alimentos.
Es interesante pensar en la idea de que, en un lugar como las Malvinas, los soldados, que de todos modos no tenían dinero, podrían suplir las carencias de su ejército mediante sus propios recursos (a su vez, en Port Stanley los soldados tenían prohibido comparar mercadería a los isleños).
Para dar mayor precisión a esta pintura, disponemos de las declaraciones de algunos soldados, incluidas en los legajos. Conviene tener presente sobre ellas que muchas fueron producidas estando aún bajo bandera, en el marco de una investigación o con el afán de realizar una denuncia, lo que refuerza su valor. Uno de ellos, jornalero, tuvo pie de trinchera. Escribe que “el cabo nos trataba muy mal. Nos golpeaba. La comida muy mala. Era escasa y la misma estaba mal repartida por el sargento que acaparaba para él”. A la pregunta de si “recibió alguna orden que significara gran sacriicio” respondió que sí, y especiicó: “Hacer guardias de 6 horas con los pies congelados. Ordenado por el cabo [tachado]”. “¿Cómo reaccionó?”, continúa preguntando el informe. “Le expliqué que no podía pisar y me sacó a los empujones y tirones obligándome a realizar la guardia”. De manera conmovedora, leemos que este soldado, hambreado y maltratado, responde al cuestionario que “sí regresaría al teatro de Operaciones” porque “quiero tomarme revancha de lo que nos hicieron los ingleses. Porque las islas son nuestras”.
Otro soldado, “empleado” y con “once hermanos”, quedó afectado por desnutrición. Destaca como positivo que “la ropa era abrigada pero no impermeable”. Y en los elementos negativos, que “estuve 15 días sin comer. Solo un mate cocido por las mañanas. El sargento [tachado] me ordenó que me levantara a tomar la sopa y al no poder hacerlo por mi debilidad me pegó una trompada”. En este caso, el soldado no regresaría “por todo lo que sufrí. No lo quiero pasar de vuelta”.
El problema de la alimentación fue muy grave, así como el desgranamiento de la conducción desde el nivel del regimiento al de las pequeñas fracciones. El oficial de Inteligencia del Regimiento 5 destaca en este contexto “la permanente presencia de ánimo del Jefe del  RI5, quien recorría diariamente las subunidades a costa de gran esfuerzo físico y su constante preocupación por la alimentación del personal de tropa sacrificando en oportunidades al personal de cuadros en beneficio de la tropa”. Pero señala que “la poca disponibilidad de víveres ocasionó casos de desnutrición (1 muerto)”.
La situación del Regimiento de Infantería 8, algunos kilómetros al sur, en Bahía Fox, no fue muy diferente. Un teniente de infantería, jefe de sección, llevaba setenta y cinco días en la unidad cuando fue enviado a Malvinas. Valora el “entusiasmo y dedicación del personal de cuadros movilizados”, pero anota negativamente la “deiciente instrucción del personal de soldados”, la “precariedad de medios para la construcción de las obras”, la “deiciente y escasa alimentación” y la “baja capacitación del personal subalterno”. Otro teniente primero, también con poca antigüedad en el regimiento, destaca que “la carencia paulatina de víveres debilitó física y psíquicamente al personal”. La situación de agobio incidió negativamente en la moral de los combatientes, y produjo también casos de heridas autoinligidas. Critica el despliegue de “una defensa estática prolongada que desgastó seriamente el espíritu del personal”, empeorada por las “condiciones meteorológicas adversas que debieron soportarse por mucho tiempo”. “Ello llevó a casos de automutilaciones, algunas de gravedad”, concluye lacónico.
Doblemente aislados, los soldados en la isla Gran Malvina carecieron de lo mínimo. Ni siquiera podían ser atendidos en caso de herida o enfermedad (abundaremos en la descripción de esta situación en el siguiente acápite) y, como vimos, mucho menos evacuados:
Otro aspecto que actuó negativamente en la moral tanto de la tropa como en la de los cuadros era la falta de medios, y de una infraestructura sanitaria. Se carecía de lo más mínimo, hubo extracciones de esquirlas y proyectiles con hojitas de afeitar, y una amputación de pierna con un serrucho de carpintería. Antibióticos prácticamente escasos y la falta de vitaminas agravó paulatinamente la situación.
¿Qué tipo de guerra libraron las fuerzas argentinas en la Gran Malvina? Las bajas consignadas con anterioridad muestran una guarnición estática, sometida al bloqueo y a la pasividad:

Se registraron cinco muertos y una cantidad de heridos que no puedo precisar. Un cabo primero (pisó una mina antitanque), un soldado (falleció por consumir carne de oveja en estado de descomposición) y tres soldados fallecieron calcinados en un incendio producido en el interior de la isla en una casa (patrulla).
Son heridas de una guarnición sitiada y que desconoce sus posiciones (el cabo que pisó una mina), famélica (el soldado que comió carne podrida y murió) y aterida o sitiada por los pobladores (los soldados quemados en una casa, tal vez por quedarse dormidos muy cerca del fuego, o porque alguien
prendió fuego a la casa con ellos dentro).
Para algunos oiciales, esas condiciones hicieron que los soldados argentinos se encontraran agotados y mucho más preocupados por su supervivencia inmediata que por vencer al enemigo británico:

La carencia de víveres por tiempo prolongado obligó al consumo racionalizado ( sic. ) de carne de oveja. La falta de otras vitaminas debilitó físicamente al personal. La estática de la defensa prolongada, las condiciones meteorológicas adversas, debilitó psíquicamente al personal. Los soldados, en gran porcentaje, se anulaban psíquicamente y su único objetivo era comer para sobrevivir. De allí la gran cantidad de evacuados por inanición.

La anulación psíquica de los combatientes argentinos aparece en el testimonio de un capitán del Regimiento 8, que enumera una serie de puntos que evidencia la desesperación de los soldados: las “heridas autoinligidas (uno de los soldados murió a causa de una de ellas)”, los “asaltos reiterados a la proveeduría de los kelpers” (vale recordar la mención del teniente del RI5 a los calabozos de campaña). Destaca la “gran cantidad de partes de enfermo” y la evidente “desnutrición en varios soldados, a tal punto que el Jefe de Regimiento tuvo que ordenar la instalación de una sala de recuperación donde el personal entre otras cosas racionaba mejor”. La debilidad física y el abandono se complementaron con “faltas de disciplina en gran cantidad”, “falta de cuidado del equipo, armamento y munición” y el “desaliño y poco aseo personal”.
Como contrapartida, el mismo capitán menciona una salida de exploración al campo que, por sus características, ejerció efectos benéicos sobre sus hombres, a pesar de su debilidad física. Abandonar la pasividad y adoptar una actitud agresiva:

Respecto al período de patrulla, el ánimo y la moral del personal creció notablemente a pesar de que había personal que había estado internado en la sala de recuperación. Personalmente considero que se debió a que se salía del pozo, se recuperaba la libertad de acción y la iniciativa y fundamentalmente lo que el soldado pensaba y expresaba eraque ya no esperábamos más al enemigo sino que íbamos en su búsqueda y éramos nosotros los que elegiríamos momento y lugar para atacar.

 En síntesis, erraron los oiciales que escribieron indignados que “no entraron en combate”. Acaso no hayan enfrentado a los ingleses. Pero estuvieron en guerra contra las condiciones que sus jefes habían creado y algunos de ellos potenciado, y obligaron a sus hombres a enfrentarlos.



El obstetra

Uno de los oiciales destinados a la isla Gran Malvina fue un mayor médico, con las especialidades de obstetra, ginecólogo y ecograista. Revistaba desde el año 1977 como segundo jefe de una Compañía de Sanidad en Paso de los Libres, en la provincia de Corrientes, y pasó a ser jefe de sanidad de la Fuerza de Tareas Reconquista, en Bahía Fox Este. Redactó un informe muy detallado, en el que comenzó por expresar la sorpresa que le produjo la recuperación de las Malvinas, su orgullo pero al mismo tiempo su perplejidad: “Me siento honrado por la designación, pero aún no me explico por qué preirieron un obstetra, cuando las necesidades prioritarias eran de cirujanos generales y traumatólogos, particularmente en un lugar tan aislado como Bahía Fox”.
La necesidad de movilizar un mayor número de tropas a las islas ante el anuncio del envío de las fuerzas británicas hizo que muchas unidades se trasladaran al sur de manera apresurada, por lo que no tuvieron tiempo de organizar el traslado de sus equipos completos a las islas Malvinas. Este también fue el caso del mayor de Sanidad, que al llegar a las islas trató de solucionar estas fallas: “antes de salir hacia Fox solicité en Puerto Argentino, y no conseguí pues no tenían para darme, material de sanidad, especialmente quirúrgico. Solo obtuve escasos medicamentos, algunos sueros y paquetes de curaciones”. En su informe se ocupa por destacar que no se trataba solamente de que fue él quien no pudo abastecerse, sino de que la carestía de insumos era más amplia: descartada la natural tendencia a “ceder lo que sobra”, en la capital de las islas “no tenían para darle” nada.

Las carencias también se hicieron extensivas al personal que pudo reunir:

Originalmente debíamos viajar dos médicos, cuatro suboiciales enfermeros y siete soldados camilleros. Solo viajamos los médicos”. Como resultado, “el personal médico de la Fuerza de Tareas Reconquista además del suscripto, lo componían un teniente 1° radiólogo, un teniente 1° neurocirujano y un AOR[Aspirante a Oficial de Reserva, es decir, un soldado conscripto que había pedido prórroga del servicio militar obligatorio para estudiar] recién recibido. 

Al llegar a Bahía Fox a cubrir su puesto, el médico intentó mejorar las cosas: “Inmediatamente de arribar, informé al J(efe de la) F(uerza de) T(areas) ‘Reconquista’ las capacidades  reales, del Servicio de Sanidad y efectué un requerimiento urgentemínimo y máximo. Excepto pastillas de ascorbisán
[un remedio contra el escorbuto], no me enviaron nada”. [19]
Si pensamos cuáles son las afecciones más probables en el caso de una guerra, el panorama pintado por el médico resulta trágico: “no teníamos material quirúrgico —excepto pequeñas cajas de curaciones— no teníamos equipo de anestesia: nos falta 02, no teníamos agujas para [anestesia] peridural; no teníamos sondas, etcétera, etcétera, etcétera”.

Mientras las condiciones en la isla se agravaban, el hambre aumentaba y el bloqueo británico impedía los suministros, las consecuencias de esas carencias terribles fueron vividas de un modo frustrante y doloroso. Según el médico, un soldado “estuvo dos semanas con el pie izquierdo semiamputado; no lo pudimos operar por falta de material quirúrgico y para anestesia; por el bloqueo no lo podían evacuar. Desde Puerto Argentino nos instruían por radio, y solo intentamos evitar la infección hasta que se lo llevó el Bahía Paraíso”, un buque hospital que por esas características no estaba sometido al bloqueo. Otros combatientes no fueron tan afortunados: “el soldado [tachado], desnutrido y deshidratado, se murió sin poder recibir un plan de sueros adecuado por falta de catéteres para canalizar”, mientras que a un cabo “nos vimos precisados a amputarle la pierna con una sierra obtenida del taller mecánico; le aplicamos anestesia local, morina, suero por venopunctura (no teníamos catéteres)… y falleció al terminar la operación”.
Estas historias terribles se agigantan en el escenario hostil y fronterizo de las islas. Imaginemos la desesperación de un médico y de los compañeros de esos hombres viendo cómo sufrían y morían sus pacientes, sin poder hacer casi nada por ellos. Imaginemos qué habrán pensado los isleños dueños del taller de donde los argentinos tomaron la sierra para amputar, cuando días antes habían escuchado que las tropas llegaban para liberarlos y mejorar sus condiciones de vida.

El mayor detalla, pormenorizadamente, las condiciones que experimentaron los soldados del Regimiento de Infantería 8:

[…] de los 42 días que pasé en Bahía Fox Oeste, durante siete días la tropa [...] alcanzó a comer 250 g de carne por día. El resto del tiempo el promedio diario era 50-100 g. Durante diez días se dio leche en el desayuno. El resto del tiempo se repartió mate cocido (muchas veces sin azúcar) o caldo. Dieron queso un par de veces y no recuerdo que se dieran huevos.

En esas condiciones es que los soldados debieron preocuparse más por su supervivencia que por mantener su espíritu combativo, tuvieron que comer desperdicios y, en algunos casos, robar: “era relativamente frecuente sorprender soldados comiendo sobras de los tachos de basura o restos de
animales muertos o vísceras desechadas por el peligro de la hidatidosis”.
Aquel oficial al que leímos indignado porque su honor había sido afectado por entregar su “armamento completo” sin combatir, estaba al frente de tropas en estas condiciones. Los soldados, según el doctor, no estaban en condiciones de hacerlo. El día de la rendición, el 14 de junio de 1982, se enteró de que sus jefes estaban planiicando una acción ofensiva. El obstetra les entregó un informe irmado en donde se ocupaba de consignar el estado en el que se encontraban los soldados con los que pensaban atacar:
“el 50 % del Regimiento de Infantería 8 presenta una disminución de peso entre 5 y 10 kg; el 15 % disminuyó más de 10 kg de peso. El 10 % del personal presenta signos claros de desnutrición e hipoproteinemia [un nivel anormalmente bajo de proteínas en la sangre]”. El doctor concluía reportando
que los oficiales no disponían de tropas aptas para enfrentar a los ingleses.
La imprevisión, la precariedad, agravados por las condiciones y la acción del enemigo, había transformado a los pacientes del doctor en víctimas de sus propios oiciales. El mayor “concluía considerando NO APTO el estado físico del personal para la operación y estimaba como INDETERMINADO el tiempo de recuperación, aun con un adecuado apoyo logístico. El 35 % del personal evacuado por el Bahía Paraíso fue por desnutrición”.
Más allá del estado de los soldados en esos días fríos y tristes de junio de 1982, resulta ominoso leer que se consideraba “indeterminado” el tiempo necesario para su recuperación. En el medio de su amargura, el doctor tuvo tiempo para consignar las diferencias que se hacían entre los integrantes de la guarnición, inclusive entre los mismos oficiales:

Psicológicamente resultó negativo para el personal el manejo del tema correspondencia y comunicaciones. En Bahía Fox no recibí ninguna de las muchas cartas que me enviaron y por más de 30 días no pude enviar un mensaje por radio a mi familia. Me consta que en el mismo período hubo gente que recibió correspondencia y habló por radio. 

Como contrapartida, destacó y agradeció “el gesto de desprendimiento del personal del ‘Bahía Paraíso’ al dejarnos por su cuenta material de Sanidad y alimentos en un momento extremadamente crítico”. La ausencia de suministros, paliadas por el “desprendimiento” y la “propia iniciativa” de los tripulantes de un buque de suministros, ante el abandono de sus propios jefes.


Fracturas

El panorama que hemos descripto, a partir de los testimonios de oficiales y soldados destacados en la isla Gran Malvina, no agota las explicaciones sobre la guerra. Precisamente la compulsa de estos documentos demuestra, para el caso de otras unidades en las islas, la necesidad de trabajos más amplios, de estudios de caso que permitan construir lecturas más generales acerca del conlicto, que escapen a los lugares comunes dominantes al respecto o excesivamente condicionados por los relatos testimoniales, que son los que mayor preponderancia, en sus diferentes formas (libros, documentales, cinematográicos), han tenido en la construcción de representaciones acerca de la guerra. Sin embargo, el caso de las unidades que defendieron la isla Gran Malvina, si bien es una experiencia especíica dentro de la historia de la guerra, comparte muchos de los elementos generales de ese conlicto, señaladas, por ejemplo, en el  Informe Rattenbach, que se elaboró a partir de una comisión oicial creada para evaluar las responsabilidades de los mandos durante la guerra. [20]
En especial, el particular escenario de la isla Gran Malvina potenció situaciones debidas a las limitaciones en las formas de concebir y planiicar la guerra, el anquilosamiento de las instituciones militares que se tradujeron en improvisaciones y fallas logísticas. Los soldados argentinos que sirvieron en Puerto Howard y en Bahía Fox vieron agravadas esas condiciones generales vividas por las fuerzas de tierra argentinas en Malvinas.

Las declaraciones analizadas aportan también la posibilidad de reconstruir la experiencia bélica a partir de fuentes poco mediadas por el paso del tiempo. En ese sentido, hemos tomado como modelo el trabajo de J. Glenn Gray, quien analiza, a partir de sus propios diarios de guerra y la correspondencia intercambiada durante la Segunda Guerra Mundial, suexperiencia de combate.[21]
Gray toma como variables a analizar las relaciones horizontales y verticales entre los combatientes, las prácticas y valores por las que se construyen los lazos entre los soldados y las formas en las que la institución militar condiciona las vías por las que los hombres procesan su experiencia en batalla. Un elemento constitutivo en la conformación de las identidades de los hombres en batalla tiene que ver con la idea de que la guerra es un “esfuerzo en común”. Además, en el análisis de Gray, encontramos que la idea de “libertad en común” no necesariamente construye amistad, pero sí puede representar camaradería. Esta unión, constitutiva de la experiencia bélica, se da más que nada debido a las condiciones comunes vividas por los combatientes, aún más allá de sus grados. Para Gray, la esencia de la moral de combate está en la lealtad al grupo. [22]
Los informes analizados pintan una situación claramente disonante con la idea de un “esfuerzo en común”. No se trata solamente de que estos escritos muestren que las condiciones que enfrentaron los argentinos en ese frente secundario de la guerra de Malvinas tuvieron mucho más que ver con las propias carencias y características del ejército argentino en 1982, que con el enemigo británico. Los testimonios también informan, más ampliamente, sobre las fuerzas armadas argentinas durante la dictadura militar. Los informes reunidos por la Comisión Calvi evidencian, además de las situaciones particulares que describen, aspectos más generales y estructurales del ejército argentino que combatió en Malvinas.
Emerge un ejército en crisis y fragmentado. En primer lugar, son evidentes las actitudes corporativas, que resultan visibles, por ejemplo, en las respuestas similares para señalar la ausencia del Comandante de Brigada, evidentemente acordadas entre sus subordinados antes de volcarlas al papel. Esas respuestas calcadas evidencian un funcionamientocorporativo intrafuerza, aceitado durante años, y en otras circunstancias, que tuvieron que ver tanto con el involucramiento en política interna (y las divisiones y posicionamientos dentro de las estructuras) como en las formas que adoptó la represión ilegal (que favoreció la compartimentación de una institución vertical), el desarrollo de poderes paralelos al de los mandos, materializado en grupos operativos, necesarios para la modalidad de la represión interna.
Las “respuestas automáticas” y el silencio no serían diferentes, meses después, a la actitud adoptada para negar sistemáticamente la participación en la represión ilegal. Cuando en 1987 un grupo de oiciales y suboiciales, los “carapintadas” (llamados así porque se oscurecían la cara para camularse) se alzaron en armas contra el gobierno democrático, lo hicieron para reclamar que se cerraran los procesamientos por violaciones a los derechos humanos (que continuaban desde el famoso Juicio a las Juntas de 1985) y que las autoridades militares asumieran su responsabilidad y no “dejaran solos” a los subalternos. En los informes, a su vez, hay un claro corte, que no es solo jerárquico, entre oiciales y suboiciales. Los primeros se dedican a responsabilizar prolijamente a los segundos de las fallas y rupturas en la cadena de mandos.
Dicho todo esto, el contenido de las declaraciones juradas es sorprendente. La evidencia palmaria de las causas de la derrota estaba ya allí, lo que demuestra dos cosas: hubo una voluntad de investigar lo que había sucedido, tan grande como la necesidad que expresan las preguntas y respuestas de identiicar responsables. Semejante situación, en el contexto de la derrota y la entrega del poder, sería explosiva para la institución militar. La franqueza de las acusaciones (tanto hacia arriba como hacia abajo de la escala jerárquica) o la mera descripción de las lamentables condiciones vividas revelan el grado de descomposición de las grandes unidades de batalla argentinas en 1982, más allá de esfuerzos o situaciones individuales. Como señalamos, este era el resultado de una desprofesionalización proporcional al grado de intromisión del ejército en la política interna.

El desertor

Un desertor, para el sentido común, es una igura execrable. Según el Diccionario de la Real Academia Española, es un “soldado que desampara a su bandera”, para lo cual rompe juramentos y lealtades. Ante la inminencia de morir en batalla, al dejar solo a sus compañeros, está en el escalón inmediato anterior al de “traidor”. Alguien que deserta ha roto lazos íntimos entre las personas: de lealtad, de afecto, de pertenencia, de sangre. Si volvemos a los testimonios acerca de la experiencia de guerra de los soldados en la isla Gran Malvina, esta aséptica deinición cobra otra forma, a la luz de la historia.

Allí un obstetra debió amputar con un serrucho y vio cómo los soldados revolvían entre la basura para comer, mientras gradualmente disminuían sus fuerzas y aumentaba su impotencia por las fallas logísticas y de planificación. El grueso de los combates de la guerra de 1982 se produjo en la isla Soledad, donde estaba la mayor parte de las defensas. La guarnición de la Gran Malvina, en cambio, se rindió sin haber prácticamente entrado en combate directo, luego de un mes y medio de bloqueo y bombardeos que sometieron a los soldados argentinos a condiciones muy penosas. Entre los soldados de los regimientos 5 y 8 hubo algunos casos de muertes por inanición; otros fallecieron por accidentes propios de una guarnición que aguardaba, tensa, el ataque: “fuego amigo”, bombardeos o pisar los propios campos minados. Muy pocos de los argentinos acantonados en la isla Gran Malvina fallecieron
como consecuencia directa de la acción inglesa.

En 1982, en la isla Gran Malvina, pocos días antes del inal de la guerra, un conscripto argentino desertó. Su historia expresa el colmo de la desesperación. ¡Desertar en una isla! ¿A dónde ir? ¿Cómo esconderse en un páramo sin árboles, donde las casas están contadas y los civiles hablan en otro idioma? Pero el análisis de la experiencia de guerra que propusimos tal vez permita pensar mejor los motivos por los que este soldado desertó, la cotidianidad en la que anidaba su desesperación. No es una historia ficticia.
De regreso al continente, un oficial informó por escrito que un soldado “se hizo desertor en la isla Gran Malvina no teniendo el suscripto información si ha sido recuperado o no”. Sabemos, por una obra literaria posterior, el final de la historia, que fue feliz, al menos hasta el regreso. Marcelo Eckhardt, en
su novela El desertor , evoca lo siguiente:

En 1993 yo trabajaba en la distribuidora de libros Easo y, mostrador de por medio, tuve que atender a un librero que era, también, un exoficial del ejército que había estado en la guerra; allí me contó la historia de un desertor real (algo difícil no solo por la conciencia histórica de los soldados sino también porque la guerra se hizo en una isla, un lugar muy complicado para desertar). Ocurrió en los últimos días de la guerra y en la isla Gran Malvina, de menor actividad bélica. Una de las tantas trincheras argentinas, amaneció con una novedad: un casco y un fusil abandonados, quizás inservibles, de uno de los soldados. No se lo encontraba por ningún lado. Ese mismo día o al siguiente, el regimiento debía rendirse. El soldado fue ubicado en el puesto de uno de los campos de los kelpers; allí se había refugiado y se había alimentado con algo de chocolate y bebida espirituosa por el frío, y fue entregado a los ingleses. Quizás se salvó de un seguro fusilamiento por traidor a la patria porque se había terminado la guerra y quedó del lado contrario, preso. A este oicial le cuentan esa historia durante su travesía en el barco inglés, como prisionero de guerra.


En 1979, Jorge Luis Borges afirmó:
Es como si cada país pensara que tiene que ser representado por alguien que puede ser, un poco, una suerte de triaca, una suerte de contraveneno de sus defectos. Nosotros hubiéramos podido elegir el Facundo, de Sarmiento, que es nuestro libro, pero no; nosotros, con nuestra historia militar, nuestra historia de espada, hemos elegido el Martín Fierro, que si bien merece ser elegido como libro, ¿cómo pensar que nuestra historia está representada por un desertor de la conquista del desierto?[24]

El gran escritor lamenta la renuncia a evocar una historia militar de grandeza, narrada en términos épicos. Tal vez en los “informes de operaciones” de 1982 encontremos parte de las respuestas a la frustración borgeana.
De las declaraciones juradas de los oficiales emerge la idea de pensar que a Malvinas marchó un ejército derrotado antes de combatir, por motivos coyunturales pero a la vez como consecuencia de una crisis más general de la sociedad. Solo que los argentinos necesitaron de la muerte de centenares
de sus jóvenes para darse cuenta de ello.

Notas al pie

1. Agradezco las lecturas y comentarios de mis colegas Andrea Rodríguez y Julio Vezub. Si el texto ha mejorado es gracias a ellos, naturalmente sus debilidades siguen siendo de exclusiva responsabilidad mía.
2.  Para hacer y combatir en lo que consideraron una guerra, los militares montaron un gigantesco sistema de represión estatal clandestino e ilegal: el terrorismo de Estado fue el instrumento para librar la batalla contra la infiltración marxista y preservar a la nación en la Argentina. Decenas de miles de activistas políticos y ciudadanos considerados como subversivos fueron víctimas de la represión, a cargo de la cual sufrieron el secuestro, la tortura y el asesinato. Sus cuerpos fueron luego incinerados, enterrados clandestinamente o, en forma mayoritaria, arrojados en aguas abiertas.
3.  Rosana Guber, ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001).

10. Balza 93-94. Destacado en el original.
11.  Ítalo Piaggi, El combate de Goose Green. Diario de Guerra del comandante de las tropas argentinas en la más encarnizada batalla de Malvinas (Buenos Aires: Planeta, 1994) 184.
12. Antes de la guerra de 1982, existía en algunos sectores de las fuerzas armadas argentinas la idea de no revisar lo actuado dentro de lo que llamaban “guerra contra la subversión”, entre ellos el propio presidente de facto durante la guerra, Leopoldo Fortunato Galtieri. En abril de 1983, último año en el poder, los militares dictaron una Ley de Autoamnistía, que fue derogada un año después por Raúl Alfonsín, primer presidente electo tras la dictadura.
21. Jesse Glenn Gray, he Warriors. Relections on Men in Battle(Lincoln: University of Nebraska Press, 1998).
22. Gray 40-46, 70 y ss.
23. Marcelo Eckhardt, El desertor(Buenos Aires: Ediciones Quipu, 2009) 14-15.
24. Jorge Luis Borges, “El libro”, Obras completas, tomo 4 (Buenos Aires: Sudamericana, 2011) 175.