Radiografía de INVAP, la empresa que fabricó el satélite argentino Arsat-1
Exporta reactores y está en su momento de mayor crecimiento y diversificación. Cómo hizo para convertirse en la compañía de tecnología que todos quieren ser y hacia dónde va.
Bruno Massare, desde Bariloche
Infotechnology
En la ciudad de Bariloche, en un predio a orillas del Nahuel Huapi se levantan los edificios de Invap, la empresa de tecnología cuyo nombre se originó en “Investigación Aplicada” y que fue la responsable del desarrollo del satélite Arsat-1 lanzado el pasado 16 de octubre, que convirtió a la Argentina en el primer país latinoamericano en tener en órbita un satélite geoestacional de construcción propia. Invap es una rareza por donde se la mire: una empresa estatal que funciona con la lógica de una privada. Una organización con un estatuto que habla de privilegiar la creación de empleo y que es prácticamente un caso único en el mundo por su capacidad para competir al mismo tiempo en los mercados nuclear y aeroespacial. Una compañía que en casi 40 años de vida tuvo apenas dos gerentes generales y donde el segundo era la mano derecha del primero. Una empresa que cuando estuvo en crisis impulsó desde adentro —a través de una asociación de empleados— una reestructuración para poder sobrevivir. Una firma que logró lo que muchos predicaron pero pocos lograron en la Argentina: vincular al sistema científico-tecnológico con el sistema productivo.
Esas cualidades son algunas por las que Information Technology quiso conocer las entrañas de un fenómeno que se volvió un caso de referencia en la Argentina y en el mundo. Es 24 de noviembre, el sol atenúa el viento que sopla desde el lago y es un feriado nacional, pero ahí en Invap apenas se permiten entrar un poco más tarde que lo habitual: a las 10 de la mañana. De todas formas, aseguran que lo hacen a cuenta de un día libre cercano a las fiestas de fin de año. La empresa, que surgió como un desprendimiento de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), primero como el Programa de Investigaciones Aplicadas (PIA) en 1971 y que en 1976 se formalizó como Invap (para un repaso por la historia de Invap ver nota en página 70), fue creada por un grupo de investigadores liderados por el físico Conrado Varotto (hoy director Ejecutivo y Técnico de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales - CONAE), quien en 1991 fue reemplazado en la gerencia general por Héctor Otheguy. El dueño de Invap es la provincia de Río Negro, que tiene presencia en el directorio pero que no realiza aportes presupuestarios, así como tampoco retira utilidades. La condición de sociedad del estado le ha dado ventajas a Invap: desde avales de la Provincia para presentarse a licitaciones internacionales hasta la posibilidad de saltear requisitos de la administración pública en sus compras, las que puede realizar en forma directa. Invap es una empresa de proyectos: lo fue desde que comenzó a realizar trabajos específicos para la industria local y para la CNEA en sus inicios y lo es ahora, cuando alcanza la mayor diversificación en su historia y abarca desde la producción de reactores y satélites hasta el diseño y fabricación de radares, prótesis de cadera y aerogeneradores, entre otros productos. En general son todos proyectos que empiezan y terminan. Y por su complejidad, como en el caso de los reactores que han exportado a países como Argelia, Egipto y Australia, nunca se hace otro exactamente igual. Se trata de proyectos que en general empiezan con poca gente, tienen un pico de demanda y después bajan. Por eso la firma debe gestionar con mucho equilibrio la contratación y asignación de personal, que en la última década creció de 400 a 1.200. El 80 por ciento son profesionales y técnicos. La relación con la CNEA es muy particular y hasta simbiótica: nació de su riñon y su titular, Norma Boero, forma parte del directorio de Invap. Hasta hoy puede darse que Invap sea contratada por la CNEA, así como que personal de la CNEA pueda ser subcontratista de Invap en una instalación de una planta de radioisótopos en otro país. La limpieza es una constante en los edificios de la sede central, ubicada a medio camino entre la ciudad de Bariloche y su aeropuerto. Ellos saben cuál es el lugar más atractivo para los visitantes: la sala de integración satelital, un amplio hangar con techos muy elevados que puede observarse desde unos amplios ventanales y donde actualmente puede verse cómo los técnicos trabajan en dos satélites que verán el espacio en 2015: el Arsat-2 y el SAOCOM 1A.
Vivir de lo que se vende
Invap atraviesa hoy la etapa de mayor crecimiento de su historia. En el último ejercicio (2014) cerrado al 30 de junio pasado, las ventas consolidadas de Invap alcanzaron los $ 1.484 millones, con una ganancia de $ 86,7 millones. En 2013, la empresa había vendido por $ 1.435 millones, con una utilidad de $ 99,6 millones. Por las características de los productos y servicios que vende, lnvap ha tenido en el sector de gobierno a su principal cliente a lo largo de su historia. Desde gobiernos democráticos hasta dictaduras militares. También estados extranjeros.
“Somos una empresa y vivimos de lo que vendemos. Las decisiones, en principio, las toman los clientes. Somos interlocutores con algún nivel de credibilidad tecnológica y nos especializamos en proyectos en los que el cliente no tiene totalmente claro qué se puede hacer. Muchos de nuestros clientes son del sector gobierno porque hacemos obras de infraestructura, que en general las paga una administración pública”, explica Juan Pablo Ordoñez. Ingeniero nuclear egresado del Instituto Balseiro, Ordoñez ingresó a Invap en 1981, trabajó en la terminación del reactor RA-6, se formó en “management” en el MIT y hoy es uno de los dos subgerentes generales que reportan a Otheguy, además de permanecer como gerente del área nuclear. “Buscamos las oportunidades que aparecen dentro de la carpeta de infraestructura que tiene el gobierno argentino y nos sentamos a ver cuáles son las definiciones. Por ejemplo, la decisión de adoptar la norma japonesa para la TV digital. Nosotros ya estábamos sobre la mesa, pero la decisión la tomó el gobierno argentino. Lo mismo con la decisión de firmar los acuerdos de no proliferación e incluir al área nuclear argentina dentro de ese marco: fue una decisión soberana del gobierno argentino. Dadas esas condiciones, nosotros trabajamos desde la CNEA e Invap para implementar las tecnologías que hacen falta para un uso de la energía nuclear dentro del ámbito de no proliferación, que básicamente tiene que ver con usar uranio de bajo enriquecimiento en lugar de usar uno de alto enriquecimiento. Ahora estamos trabajando en aviones no tripulados (UAV, por sus siglas en inglés) y el gobierno de alguna manera ha descansado en nosotros para coordinar los requerimientos de los distintos usuarios potenciales. Nosotros trabajamos como coordinadores, pero no tomamos las decisiones estratégicas. Como empresa sí, debemos ver cómo hacemos para crecer, cómo podemos diversificarnos en distintas disciplinas tecnológicas y tratar de utilizar lo que aprendemos trabajando con el gobierno argentino para venderle a otros gobiernos y empresas del mundo”, asegura el subgerente general de Invap. Así, en el área nuclear la empresa se fue especializando en reactores de investigación y producción de radioisótopos que usan uranio de bajo enriquecimiento, mercado en el que compite principalmente con empresas de Francia y Corea.
Ordoñez trabajó durante muchos años en el proyecto CAREM (por Central Argentina de Elementos Modulares), que tras décadas de demora —responde a un diseño presentado en 1984 en un congreso en Perú— hoy está en construcción en proximidad a las centrales nucleares Atucha I y II. Se trata de un proyecto de la CNEA para desarrollar un modelo de baja potencia (25 MW) en el que Invap participa como contratista. Según Ordoñez, “el CAREM empezó a construirse este año, en el que se firmaron contratos fundamentales. Así que está en pleno auge la construcción del primer prototipo. Nosotros estamos haciendo ingeniería de algunos procesos, del sistema eléctrico y de algunas partes del sistema de instrumentación y control. Las ideas fundamentales del proyecto siguen siendo muy parecidas a lo que fue el proyecto inicial hace 30 años, como la tecnología por convección y los sistemas de seguridad pasivos”. Invap tuvo varios hitos en su desarrollo como empresa especializada en ingeniería nuclear: desde sus primeros logros en metalurgia con circonio hasta la fabricación del reactor RA-6, el dominio de la técnica de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu y la exportación de reactores, que tuvo uno de sus hitos en la venta del OPAL a Australia, un reactor de investigación de agua pesada que posibilita la producción de radioisótopos y de silicio dopado. “Nosotros vamos creciendo y lo que hace 15 años fue un hito extraordinario va siendo reemplazado por otras cosas nuevas. En el momento del reactor de Australia debíamos ser unas 100 personas en la gerencia nuclear y había 250 personas abocadas al OPAL. Es decir, que había otra buena parte de la empresa trabajando en ese proyecto. Hoy, en cambio, somos 300 personas en la gerencia nuclear y tenemos unos diez proyectos, de los cuales cinco son en el exterior. Acabamos de firmar un contrato para hacer dos reactores en Estados Unidos. Yo me acuerdo cuando firmamos los contratos para hacer reactores en Argelia y en Egipto, después de ganarle a empresas internacionales, que dijimos ‘listo, acá llegamos al techo’. Pero después le ganamos de vuelta la licitación en Australia a casi las mismas empresas. Y ahora ganamos por contratación directa la ingeniería de reactores en Estados Unidos. Pero antes hicimos uno en Brasil, y que ese país nos contrate para hacer la ingeniería de un reactor de investigación… es como que Brasil contrate a un argentino como director técnico de su selección de fútbol”, dice Ordoñez. En la Argentina, Invap también trabaja en la construcción del reactor RA-10 —se aprobó recientemente el permiso de construcción en Ezeiza—, en la extensión de vida de la Central Embalse, y en servicios para Atucha I y II, entre otros proyectos.
Carrera espacial
Vicente Campenni (58) es de hablar pausado y sereno, pese a que sobre sus espaldas cae la responsabilidad del negocio aeroespacial de Invap. Es, además, el otro subgerente general de la compañía. En 1988 llegó desde Córdoba —donde estudió física y se doctoró en ciencias de materiales en la Facultad Facultad de Matemática, Astronomía y Física (FAMAF) de la Universidad Nacional de Córdoba— para trabajar en el área nuclear, pero a los pocos años cambiaría para trabajar en la flamante área satelital. “Cuando aparece el tema de los satélites surgen dos necesidades: hacer ensayos de caracterización de calificación de mecánica y el desarrollo de procesos con materiales compuestos. Lo tomé como un desafío y en principio uno empieza haciendo de todo, hasta que empecé a tomar roles de coordinación y entonces me fui especializando”, recuerda Campenni. La inserción de Invap en el sector satelital llegó de la mano de un acuerdo entre la CONEA y la NASA, como una suerte de compensación ofrecida por el gobierno estadounidense a cambio de la desactivación del Proyecto Cóndor. La relación comenzó con la construcción del SAC-B, que fue el primer satélite argentino, lanzado en 1996. Al año 2000 se había lanzado el tercer satélite (SAC-C), de mayor complejidad (de 500 kilos y con ocho instrumentos, tres argentinos y cinco de distintos países, además de diversos tipos de cámaras). “La NASA inició la relación con la CONAE tratando de identificar un contratista, un proveedor primario. Así fue como identificaron a Invap con ese conjunto de conocimientos básicos que podía tomar ese lugar”, dice Campenni. Por entonces, la empresa había logrado un nivel de maduración que no se correspondía con unos laboratorios muy modestos que ocupaba en la zona del Llao-Llao, además de diversos hoteles que alquilaban en la ciudad de Bariloche. Eso llevaría a la necesidad de buscar un predio para mudar y concentrar las instalaciones de Invap. El cuarto proyecto, el satélite Aquarius, o SAC-D —lanzado en 2011— marcó el nivel de competitividad que habían logrado. La NASA les confió la realización de un proyecto de US$ 300 millones en un satélite diseñado y fabricado por Invap (las pruebas por entonces se hicieron en Brasil, ya que Invap todavía no contaba con el Centro de Ensayos de Alta Tecnología (CEATSA), instalado en su predio tras un convenio con Arsat y que fue inaugurado en 2013. Más recientemente, llegaría el desafío de un satélite geoestacionario. A 36.000 kilómetros de la Tierra, los desafíos eran distintos. “En lo tecnológico, hubo que adquirir tecnologías nuevas en función de lo que requiere un satélite de ese tipo. Por ejemplo, en función de la vida útil del satélite, que es de unos 15 años. Al principio del proyecto es un hito muy importante decidir qué hacer y qué comprar. A veces se subestima eso, porque hay que tener capacidades para poder tomar esa decisión de manera correcta. Es una decisión tecnológica y de gestión de proyectos. Los contratos los gestionaba Arsat desde el punto de vista contractual y económico, y nosotros desde lo técnico. Ahí creo que formamos un buen equipo. Frente a monstruos de la industria”, dice Campenni. El Arsat-2, que se lanzará el año que viene y ocupará la segunda posición orbital reservada a la Argentina, es bastante similar a su predecesor. “Cuando uno habla de dos posiciones es más que el espacio físico. El Arsat-2 cubrirá toda América y para eso necesita mayor equipamiento de comunicaciones. En principio, para poder adaptar a la misma envolvente (geometría y masa del satélite) a más componentes hubo que hacer algunas modificaciones a la estructura, para acomodar esa carga útil. El resto de la plataforma es idéntica al Arsat-1”, explica el subgerente. Ya está prevista la construcción del Arsat-3, que buscará mejorar la conexión de Internet satelital en toda la Argentina continental con la incorporación de nuevas bandas. “Estamos todavía en la etapa de concepto, pensando en cuál es el mejor diseño hacia adelante. Hay varias ideas y objetivos dando vueltas, que hay que balancear en función de los plazos: mayor cantidad de componentes nacionales y tecnología más eficiente en función de costos y carga útil”, sostiene Campenni. Otras iniciativas que maneja la gerencia aeroespacial son el proyecto SARE, una constelación de satélites de pequeño tamaño cuyo objetivo será la observación de la tierra por medios ópticos y microondas, que utilizarán al Tronador II como lanzador. “Se trata de una configuración de satélites de un tamaño que permite ser lanzado en el Tronador, que son para observación y tienen capacidad de trabajar en conjunto, de volar en configuración. Está previsto que los primeros sean lanzados el año próximo en conjunto con el SAOCOM”, apunta Campenni. Y agrega: “Con respecto al SAOCOM, estamos fabricando el primer modelo de vuelo y se está empezando a integrar el sistema de propulsión”. El SAOCOM usa un radar de apertura sintética con una tecnología de gran sensibilidad que permitirá medir humedad del suelo, identificar el estado de cosechas, hacer topografía del suelo y medir actividad volcánica, entre otras posibilidades. “Es ver la Tierra con ojos nuevos”, se entusiasma Campenni. El trabajo de investigación y desarrollo que requirió el radar del SAOCOM fue la base para la incursión de Invap en el negocio de los radares. “Nos obligó a adquirir tecnología específica en el área de radio frecuencia (RF). En el momento en que surgió una necesidad en el área de radarización, porque no había una solución adecuada y porque hubo un cambio en la política para maximizar el uso de recursos nacionales, tuvimos esa apertura para ver que los conocimientos que habíamos adquirido servían para satisfacer una necesidad en otra área. Y ahí nació el área de radares, que fue pasando por distintas etapas: de los radares de tránsito aéreo, a los primarios y los meteorológicos”, detalla Campenni.
Área industrial
En 1991, la reestructuración que sucedió a la crisis de Invap derivó en la creación de varias empresas satélite. Solamente una de ellas logró sobrevivir hasta hoy: Invap Ingeniería. “También estaba Invap Mecánica, especializada en soldaduras de mucha especialización y adonde se fueron como 80 personas, pero de la que hicimos un proceso de recompra”, dice Hugo Brendstrup, gerente de Tecnología Industrial y Energías Alternativas de Invap y presidente de Invap Ingeniería, de la cual es socio fundador.
Crédito: INVAP Invap Ingeniería —de la cual Invap tiene el 80 por ciento— sentó su base en Neuquén y se vinculó inicialmente al negocio de petróleo y gas. “La idea era que la empresa tuviera acceso a trabajos más chicos que en Invap no podíamos agarrar. No podemos hacer convivir proyectos de US$ 50.000 con otros de millones de dólares. Entonces vimos que la manera de hacerlo era crear una empresa más chica y localizada en el lugar donde hay más demanda”. “Cuando supimos que lo de Pilcaniyeu no iba a seguir nos fuimos para Las Heras, en Santa Cruz, a trabajar en obra, montajes e ingenierías para petróleo y gas. Eso nos permitió arrancar después en Neuquén, en Cutral-Có, con una fábrica de aerogeneradores de baja y media potencia, y también tenemos negocios en Comodoro Rivadavia”, detalla Brenstrup. La gerencia a su cargo hace ingeniería y fabricación mecánica para los demás proyectos de Invap: nucleares, radares y espacial. “Somos una especie de centro de servicios de ingeniería mecánica y fabricaciones metalmecánicas”, explica. El área de Tecnología Industrial de Invap está a cargo de la plataforma de lanzamiento y los centros de ensayo para los motores del Tronador II. Además, participa de un FONARSEC para el diseño y la fabricación en la Argentina de palas de alta potencia (2 MW) para molinos de energía eólica. “Lo que buscamos es una pala muy eficiente aerodinámicamente y también en costos. Estamos trabajando en un diseño que implica menor mano de obra como en materia prima. Esto se firmó en diciembre del año pasado, comenzó a ejecutarse en marzo y al año tres tendríamos que tener los primeros prototipos de fábrica ya ensayados acá en nuestro centro en Pilcaniyeu, a dos kilómetros de la planta de enriquecimiento de uranio. Pero se va a trasladar a Cutral-Có, que forma parte del FONARSEC. Allí van a recibir el ‘know how’ para que puedan poner una planta de producción seriada y se trasladará el herramental, mientras nosotros seguimos con las pruebas técnicas”, explica Brendstrup. El área que lidera Brendstrup sorprende por su diversificación, ya que también abarca el desarrollo de turbinas hidrocinéticas, y el diseño y producción de prótesis de cadera, entre otras iniciativas. “Nos vino a ver un traumatólogo con la propuesta y vimos que era factible, por nuestra experiencia en metalurgia. En el caso de las prótesis, tenemos una planta acá en Bariloche, que está certificada y está fabricando. Son de titanio e hicimos una primera serie de 750 prótesis, de las cuales se implantaron unas 550 con buenos resultados. Recientemente hicimos mejoras en el diseño y estamos trabajando con un nuevo distribuidor”, dice el gerente. “En exploración de petróleo no convencional estamos trabajando con Y-Tec, nos subcontrataron la ingeniería básica para un equipo de perforación para petróleo no convencional. El equipo perforador convencional va a una locación, se arma, perfora, se desmantela y se va a otro sitio. Pero en uno no convencional, en un predio se hacen muchos pozos, entonces el equipo se tiene que poder mover sin desarmar nada. Se hace lo que se llama “walking drilling”. Algunos van sobre orugas y otros caminan con unas patas”, agrega Brendstrup. Las áreas de negocio en las que ingresa Invap parecen no acabarse nunca. La firma tiene una planta de integración de equipos de radioterapia y cobaltoterapia en Buenos Aires y está finalizando un proyecto de instalaciones de radioterapia, que implica la construcción y el equipamiento de 18 centros de terapia radiante en Venezuela. Además, en mayo de este año constituyó una sociedad con la empresa agropecuaria Los Grobo, para desarrollar tecnologías basadas en información satelital, llamada Frontec.
El futuro
Campenni considera que una buena forma de entender la trayectoria de Invap es ver cómo una tecnología deriva de otra. “Cuando uno ve la historia de Invap como una línea temporal, esa derivación de un área tecnológica a otra no es casualidad. A mí me gusta pensar a la empresa como una organización que gestiona conocimiento. Y hay conocimientos comunes que se pueden aplicar en otras áreas. Eso va generando un crecimiento, un círculo virtuoso que cada vez genera más conocimiento y hace que sea más fácil aplicarlo. Después está el tema de la oportunidad, si conviene o no”, dice. Y agrega: “Todos los proyectos que hacemos son muy sistémicos: las distintas disciplinas que son necesarias para abordar un problema tienen que estar coordinadas. Porque lo que se busca es la eficiencia en el resultado final y no de las partes. Por eso, la gestión de esa parte del proyecto es crítica y es común a cualquier proyecto tecnológico que emprendemos”. Ordoñez cree que “es muy difícil predecir en qué van a terminar algunos desarrollos. Hay que mirar de dónde venimos, adónde estamos y hacia dónde vamos. La trayectoria es fundamental. El futuro no es independiente del pasado y eso es muy importante en la toma de decisiones. Porque si uno, a la hora de meterse en un área y decidir una inversión, evalúa solamente de acuerdo a las leyes del mercado, es decir, a la tasa de retorno y de descuento, el valor presente neto, una tasa interna… ¿Cómo se tiene en cuenta en esa ecuación las ventajas de oportunidad que abren las inversiones en tecnología? Por ejemplo: invertir en el RA-6 no sólo nos abrió la puerta para hacer reactores y exportarlos, sino que eso también implicó la agricultura de precisión. Entonces, no digo que no haya que mirar la parte financiera, pero también hay que agregarle esta visión de trayectoria y pensar en qué capacidades adicionales genera. Hay un componente de incertidumbre que juega a favor, porque pueden aparecer cosas imprevistas”. Campenni destaca la evolución que tuvo Invap en la última década en diversidad de proyectos, negocios y clientes. “Ahora se nos presenta el desafío de gestionar todo esto. Cuadruplicamos el personal y eso no es algo menor. Tenemos gente que en promedio tiene alrededor de ocho años de recibidos, de facultades de toda la Argentina. Ahora hay que sustentar el crecimiento sin perder los valores que hicieron que la empresa llegue adonde está hoy. A eso apostamos”.