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lunes, 8 de septiembre de 2025

SGM: Lecciones de la derrota británica en Creta aplicadas a Taiwán

La extraña derrota de Gran Bretaña: la caída de Creta en 1941 y sus lecciones para Taiwán

Iskander Rehman
War on the Rocks





Me sigue asombrando que no hayamos logrado convertir la bahía de Suda en la ciudadela anfibia de la que toda Creta era la fortaleza. Todo se entendía y acordaba, y se hizo mucho; pero todo fue un esfuerzo a medias. Pronto íbamos a pagar caro por nuestras deficiencias.
— Winston Churchill, recordando la pérdida de Creta y su inmenso puerto natural, la bahía de Suda.

En la madrugada del 20 de mayo de 1941, oleadas de Messerschmitts y Stukas alemanes se materializaron repentinamente en el cielo cerúleo y despejado de Creta. Ametrallaban ferozmente y bombardeaban en picado las baterías antiaéreas de los adormilados defensores de la isla, seguidos de cerca por una retumbante falange de bombarderos Dornier 17 y Junker 88. Tras ellos volaba una auténtica armada aerotransportada: unos 70 planeadores con tropas del Regimiento de Asalto de la Séptima División Aerotransportada y oleadas tras oleadas de pesados ​​Junker 52, repletos de jóvenes paracaidistas nerviosos. Para el general Bernard Freyberg —el condecorado comandante de la guarnición cretense de 32.000 efectivos, compuesta por tropas británicas, australianas y neozelandesas, y complementada por cerca de 10.000 soldados griegos—, no había motivos para alarmarse. Acosado por un flujo constante de intercepciones Ultra, el corpulento neozelandés sabía desde hacía semanas que los alemanes preparaban una invasión de la isla. Mantenía cierta confianza en sí mismo en sus preparativos defensivos. Tanto es así, que continuó disfrutando tranquilamente de su desayuno en la terraza de su villa, incluso mientras el brillante cielo azul sobre él se llenaba cada vez más de aviones de la Luftwaffe. Convencido de que el grueso de la fuerza de invasión enemiga sería transportada por mar, donde chocarían con la Marina Real Británica, el veterano de la Primera Guerra Mundial, al igual que muchos de sus compañeros oficiales, dudaba de la efectividad de cualquier operación aerotransportada a gran escala.

Esta desestimación de la viabilidad de un asalto aéreo contra una posición bien atrincherada fue ampliamente compartida en Londres, aunque algunos seguían confundidos sobre por qué Freyberg parecía seguir tan centrado en la amenaza de una invasión marítima cuando toda la inteligencia apuntaba claramente a los vectores principales de un ataque aéreo. Como veremos, estas diferencias clave en la priorización de amenazas y el análisis de inteligencia resultarían cruciales posteriormente. Sin embargo, y a pesar de estas primeras diferencias de opinión, el ánimo de los defensores en la mañana de la batalla se mantuvo relativamente optimista. De hecho, solo unas semanas antes, el primer ministro Winston Churchill, en un momento de optimismo fragmentado, había confiado que, si bien se debía hacer todo lo posible para facilitar la "defensa tenaz" de una fortaleza insular tan críticamente posicionada, la infalible y precisa previsión británica de los planes alemanes también brindaría una inesperada " buena oportunidad para eliminar a las tropas paracaidistas ". El 9 de mayo, el Comité de Jefes de Estado Mayor, en un telegrama a los comandantes en jefe de Oriente Medio y el Mediterráneo, transmitió su propia evaluación, singularmente optimista, del desenlace del inminente conflicto: «Nuestra información es tan completa que parece ofrecer una oportunidad celestial para asestar un duro golpe al enemigo. Ahora se trata de preparar un plan sutil calculado para infligir las máximas pérdidas al enemigo».

Sin embargo, en el transcurso de los días siguientes, esta férrea confianza se disiparía progresivamente, dando paso a una de desconcierto y angustia, a medida que los defensores, numéricamente superiores, se vieron primero abrumados y luego completamente superados por el asalto alemán. A pesar de sufrir un número alarmante de bajas a manos de los vengativos aldeanos cretenses y las fuerzas de la Commonwealth, miles de soldados alemanes fueron trasladados a través del Egeo hacia Creta desde aeródromos recientemente ampliados o desarrollados en la recién conquistada Grecia continental. Abriéndose paso a través de densos olivares y sobre colinas escarpadas y polvorientas, estos paracaidistas ligeramente armados lucharon ferozmente para asegurar asentamientos permanentes en aeródromos cretenses clave como Máleme, antes de establecer finalmente la cabeza de puente necesaria que permitiera su refuerzo aéreo ininterrumpido. A partir de ese momento —y en gran medida gracias a la burbuja protectora que ofrecía el dominio aéreo de la Luftwaffe—, un flujo incesante de tropas alemanas de montaña, curtidas en la batalla, inundó Creta, llegando a desembarcar a un ritmo de 20 transportes de tropas por hora (cada uno de los cuales podía transportar aproximadamente 20 personas y cuatro contenedores de equipo). En poco menos de dos semanas, el Eje se encontró en pleno control de uno de los territorios mejor posicionados del Mediterráneo, con las fuerzas de guarnición de Creta muertas, capturadas o evacuadas apresuradamente por mar al Egipto controlado por los británicos. Tras una serie de contundentes retiradas, ya sea desde Dunkerque en junio de 1940 o desde la Grecia continental a finales de abril de 1941, la caída de Creta constituyó un duro golpe para la moral británica, sobre todo por su carácter en gran medida inesperado, dadas las suposiciones preexistentes de Londres.

Y, sin embargo, esta extraña derrota sigue siendo un caso de estudio histórico notablemente poco explorado en los campos de los estudios de seguridad y el análisis de defensa. Esto resulta un tanto sorprendente, dado su aparente valor educativo y relevancia estratégica para algunos de los desafíos militares contemporáneos más apremiantes en el escenario indopacífico.

Naturalmente, uno no puede ver este episodio de forma aislada. Como en cualquier hipotético choque de armas futuro entre Estados Unidos y China y centrado en territorios insulares en disputa que abarcan desde las Senkakus, Thomas Shoal o Taiwán, la batalla de Creta de 1941 solo puede analizarse adecuadamente en el contexto de una lucha más prolongada y un teatro de campaña más amplio. La tragedia de Creta constituyó solo un capítulo sombrío dentro de la contienda de desgaste de varios años entre las potencias del Eje y un Imperio Británico recientemente aislado por el control de la cuenca mediterránea tras la caída de Francia. Su estudio nos recuerda la importancia de la familiaridad cartográfica, de la logística y de que las potencias marítimas piensen —como señaló célebremente Nicholas Spykman— en «términos de puntos y líneas de conexión que dominan un territorio inmenso». El valor estratégico que atribuyen los actores en competencia al control de varias islas, archipiélagos o islotes mediterráneos —desde Sicilia hasta Malta o Kárpatos— se hace evidente cuando estos mismos territorios se ven a través del duro prisma del transporte logístico y el reabastecimiento. Más aún cuando uno se pone en la piel de planificadores de defensa, cognitivamente abrumados, que luchan por superponer mentalmente las rutas de los convoyes marítimos, los radios de acción de los aviones de combate y las campañas de interdicción submarina en un espacio marítimo cada vez más reducido, abarrotado y disputado. La batalla de Creta, por lo tanto, constituyó un subcomponente integral de una campaña mucho más amplia por el dominio del teatro de operaciones , una serie de conflictos estrechamente entrelazados que abarcaban desde los abrasadores desiertos del norte de África hasta las cumbres nevadas de Tesalia.

La campaña de Creta de 1941 también nos ofrece un ejemplo interesante de cómo, en ocasiones, durante una guerra prolongada, los líderes de cada potencia pueden malinterpretar fundamentalmente las intenciones generales y la orientación estratégica general de su adversario. Alemania deseaba proteger su flanco sur antes del lanzamiento de la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética, así como sus valiosos yacimientos petrolíferos rumanos. Mientras tanto, tras la evacuación de sus fuerzas de la Grecia continental, Gran Bretaña se comprometió con la defensa avanzada de Egipto, el centro desde el que irradiaban muchos de los ejes logísticos de su imperio. Con Creta en la mira, cada bando estaba convencido de que el otro la utilizaría como plataforma para reanudar las operaciones ofensivas y la interdicción aérea de largo alcance. Por lo tanto, cada bando se dedicó a su propio razonamiento motivado , impulsado principalmente por lo que Carl von Clausewitz habría denominado objetivos negativos, y consideró la posesión de la gran isla como crucial para su defensa.

Y por último, pero no menos importante, la debacle cretense de Gran Bretaña nos recuerda la perdurable verdad del famoso adagio de Helmuth von Moltke: «Ningún plan de operaciones alcanza con certeza más allá del primer encuentro con la fuerza principal del enemigo». Al emprender la planificación de contingencia operativa contemporánea para un asalto a Taiwán, nos corresponde examinar todos los posibles ejes de ataque, incluidos aquellos que se examinan con menos frecuencia que la subversión en la zona gris, un supuesto bloqueo o una invasión marítima. Todo ello, reconociendo que, en realidad, en el sombrío caso de una invasión a gran escala de Taiwán, el Ejército Popular de Liberación probablemente emplearía elementos de todos estos enfoques conjuntamente.

La batalla de Creta 

La invasión alemana de Creta constituye un momento crucial en la historia de la guerra. De hecho, constituye el primer asalto aerotransportado de tamaño de una división. Logró con éxito sus objetivos generales a pesar de la destrucción casi total de sus convoyes de refuerzos marítimos, escasamente defendidos, a manos de la Marina Real Británica. Durante sus campañas anteriores en Europa Occidental y del Norte, el Tercer Reich había empleado paracaidistas de forma relativamente secundaria y fragmentada, encargando a grupos más pequeños de estos soldados el sabotaje o la captura de infraestructuras enemigas seleccionadas, como puentes, aeródromos y, la más famosa, la extensa fortaleza belga de Ében-Émael en mayo de 1940. Desde su creación, se produjeron intensos debates en el estamento militar nazi sobre cómo debían desplegarse estas unidades aerotransportadas de nuevo diseño. Algunos oficiales argumentaban que su función principal era participar en acciones disruptivas de pequeñas unidades tras las líneas enemigas, mientras que otros instaron al Alto Mando a desplegarlas masivamente en operaciones de envolvimiento vertical a gran escala. 


El asalto alemán a Creta (Fuente: West Point )

La decisión del Oberkommando der Wehrmacht de dar luz verde a las audaces recomendaciones del Generaloberst Kurt Student , el gran pionero de las operaciones aerotransportadas de la Luftwaffe, y lanzar la Operación Mercury se produjo tras mucho debate interno y prevaricación. Mientras que algunos altos oficiales alemanes habían expresado su preocupación por la posible desviación de tropas de los titánicos preparativos para la Operación Barbarroja a finales de ese año, otros habían sugerido posponer la invasión de Creta en favor de un lanzamiento aéreo masivo sobre el igualmente estratégico bastión insular británico de Malta. Sin embargo, todos reconocieron que la punta de lanza de cualquier invasión de cualquiera de estos territorios tendría que proyectarse por aire, en lugar de por mar. De hecho, mientras que la Royal Navy aún poseía una clara ventaja cuantitativa y cualitativa sobre sus enemigos italianos y alemanes en el Mediterráneo, la Royal Air Force había sufrido graves pérdidas (además de la pérdida de gran parte de su infraestructura aérea) durante la frenética evacuación británica de Grecia continental a principios de ese año. Durante la retirada, se perdieron 209 aviones: 72 en combate, 55 en tierra y 82 destruidos para evitar su captura y uso/canibalización por parte de los alemanes. Tras la reubicación de la mayoría de los aviones supervivientes en el teatro de operaciones norteafricano, Creta se quedó con solo media escuadra de Hurricanes y algunas otras aeronaves obsoletas. Además, la isla no solo estaba rodeada por un anillo de bases aéreas del Eje, sino que también se encontraba en el límite del radio de combate de los cazas británicos que operaban desde Egipto. Como resultado, la Luftwaffe ahora disfrutaba de una clara superioridad aérea en el Mediterráneo Oriental.

Inicialmente algo reticente, Adolf Hitler terminó aprobando el descarado concepto de operaciones del Reichsmarschall Hermann Göring y Student, validando la idea de un asalto aerotransportado del tamaño de una división. Esta concesión a regañadientes se vio condicionada por su insistencia en ampliar el número de zonas de lanzamiento de objetivos y en el transporte de refuerzos suplementarios por mar, para que los asediados Aliados no pudieran concentrar rápidamente sus fuerzas y abrumar a las primeras oleadas de asaltantes. Al combinar desembarcos anfibios con operaciones aerotransportadas, los atacantes alemanes tendrían, observó el Führer , «más de una ventaja».

Sin embargo, si Hitler y el Alto Mando nazi hubieran tenido una visión completamente precisa del orden de batalla, probablemente nunca se habrían embarcado en una aventura tan arriesgada. De hecho, la inteligencia alemana no había detectado varias posiciones enemigas y depósitos de armas bien camuflados, y hasta la víspera de la operación habían subestimado enormemente el número, el equipo y la moral de los defensores de la isla y los habitantes locales. Asumiendo que la guarnición británica en Creta ascendía a tan solo 5.000 hombres, la Abwehr también parecía convencida de que los cretenses, tradicionalmente antimonárquicos, recibirían con agrado a sus nuevos amos alemanes. En realidad, la guarnición era ocho veces más grande, y la población local, desde las amas de casa de los pueblos hasta los sacerdotes locales, atacó en masa y con una intensidad asesina a los desconcertados paracaidistas nazis, empuñando rifles de caza anticuados y golpeándolos hasta la muerte con herramientas agrícolas tan pronto como empezaron a aterrizar en medio de los campos y pueblos quemados por el sol de la isla.

Además, la Abwehr ignoraba que muchos de los detalles de sus preparativos militares ya se habían visto comprometidos por el descifrado por Londres de los códigos de comunicación alemanes a través de Ultra , el nombre en clave dado a la inteligencia obtenida tras el descifrado de la máquina Enigma a lo largo de 1940. Sin embargo, Freyberg, prisionero de sus propias ideas preconcebidas y prejuicios sobre cómo se desarrollaría una campaña de toma de islas, fracasó repetidamente en aprovechar esta notable ventaja informativa sobre sus oponentes del Eje. Las interceptaciones de inteligencia indicaban claramente que cualquier invasión marítima solo ocurriría en forma de una segunda oleada y una vez establecido un puente aéreo seguro. Sin embargo, en lugar de priorizar la defensa o la destrucción preventiva de los tres principales aeródromos de la costa norte de la isla en Heraklion, Maleme y Rethymno, Freyberg decidió implementar lo que equivalía a un " compromiso perjudicial tanto en la disposición de sus tropas como en sus órdenes operativas ", desplegando una gran cantidad de soldados en el mar para defenderse del asalto anfibio que todavía creía que comprendería el principal impulso de la fuerza de invasión alemana.

Durante los siguientes 12 días, se libró una feroz batalla a lo largo de la isla de 257 kilómetros de largo y 64 kilómetros de ancho. Enredados en el follaje o atrapados en las ramas de los árboles, la primera bandada de asaltantes se convirtió en presa fácil. Un grupo de paracaidistas particularmente desafortunado se desplazó justo encima del cuartel general del 23.er batallón neozelandés, cuyos oficiales comenzaron a derribarlos con calma sin siquiera levantarse de sus asientos. Al final del primer día, dada la asombrosa cantidad de bajas (cerca de 2000), parecía que la fuerza invasora estaba al borde de la aniquilación total. Consumidos por el temor a un fracaso ignominioso, los comandantes alemanes comenzaron a contemplar el abandono total de la misión. Sin embargo, durante las siguientes horas, oleadas adicionales de paracaidistas finalmente lograron asegurar, con la ayuda de un fuerte apoyo aéreo, el aeródromo de Maleme, un punto de inflexión en el conflicto que permitió un flujo constante de tropas de montaña alemanas, artillería ligera y tropas motociclistas (estas últimas fueron muy eficaces para cruzar los caminos de tierra que serpenteaban a través del terreno almenado de la isla).

Para el 1 de junio, los alemanes habían logrado el control total de la isla, y las últimas fuerzas de la Commonwealth se rindieron. Repitiendo sus heroicas retiradas de Dunkerque o de la Grecia continental, la Marina Real logró evacuar una vez más a miles de soldados, todo ello bajo intensos bombardeos aéreos. Sin embargo, aunque 18.000 soldados de la Commonwealth fueron trasladados a un lugar seguro, otros 11.000 hombres se encontraron varados en la isla, condenados a años de cruel cautiverio. Unos cientos se escabulleron entre los escarpados riscos y los profundos y sombríos barrancos de las Montañas Blancas, donde fueron cobijados por valientes aldeanos cretenses. Aunque muchos fueron capturados posteriormente, algunos lograron evadir las partidas de caza alemanas y posteriormente fueron evacuados a Egipto en submarino. Una minoría pequeña, pero brutalmente eficaz, unió sus esfuerzos a los de la Dirección de Operaciones Especiales y a la legendaria resistencia cretense , librando una implacable guerra de guerrillas contra los ocupantes nazis de la isla hasta su eventual liberación en 1945.

Durante la desesperada evacuación, la flota de superficie existente de la Marina Real en el Mediterráneo quedó casi paralizada por la pérdida de tres cruceros y ocho destructores, junto con más de 1.800 marineros, y el salvaje acorazado de 17 buques de guerra adicionales en primera línea, como el HMS Formidable , un portaaviones. Luchando para defenderse de cientos de cazas y bombarderos del Eje con niveles peligrosamente bajos de munición antiaérea y prácticamente sin apoyo aéreo, los buques británicos solo podían llevar a cabo evacuaciones de forma fiable al amparo de la oscuridad. Mientras tanto, con los escuadrones alemanes capaces de reabastecerse y rearmarse desde las bases aéreas vecinas a su antojo, hasta 462 aviones de la Luftwaffe se desplegaron en salidas rotatorias continuas contra buques de la Marina Real, cuyas tripulaciones, llevadas al límite de su resistencia, a menudo se vieron obligadas a permanecer en sus puestos de batalla durante más de 48 horas seguidas. Un destructor, el HMS Kipling, que milagrosamente emergió ileso de la campaña de Creta, fue así atacado por más de 40 aviones que lo atacaron con más de 80 bombas en el transcurso de tan solo cuatro horas. En un momento dado durante las evacuaciones, el Almirantazgo británico, señalando sus pérdidas en rápido aumento, preguntó al almirante Andrew Cunningham, comandante en jefe de la Flota del Mediterráneo, si era hora de una retirada apresurada. A esto, el valiente marinero respondió con la famosa frase : «La Armada tarda tres años en construir un barco, pero tardaría trescientos años en forjarse una nueva reputación. La evacuación continuará». Al concluir sus heroicos esfuerzos de evacuación, el 59 % de la flota británica en el Mediterráneo había sido hundida o gravemente dañada por el poder aéreo alemán. Sin embargo, la sorprendente victoria de Alemania tampoco había sido totalmente gratuita. De los aproximadamente 22.000 hombres que participaron en la invasión de Creta, hubo cerca de 6.500 bajas , de las cuales 3.774 murieron o figuraron como desaparecidos en combate. Muchos de ellos, como se mencionó anteriormente, habían muerto en las primeras 24 horas tras la invasión. 350 aviones, incluido un tercio de los aviones de transporte Junker de la Luftwaffe, habían sido derribados, y Alemania aún no había reemplazado por completo estas pérdidas en el momento del fallido puente aéreo de Stalingrado en noviembre de 1942. Mientras tanto, Hitler, escarmentado por el pírrico saldo de la operación, le dijo en privado a Student, durante un café en la ceremonia de entrega de premios de la Cruz de Hierro, que nunca volvería a dar luz verde a una operación aerotransportada a tan gran escala, y añadió que Creta había "demostrado que los días de la tropa paracaidista han terminado. El brazo paracaidista depende completamente de la sorpresa, pero el factor sorpresa ahora se ha agotado".

Lecciones y perspectivas para Taiwán 

En un momento en que la planificación militar estadounidense se ve consumida por los desafíos de salvaguardar otro territorio insular montañoso y críticamente situado de una invasión, un análisis matizado de los factores detrás del fracaso del Imperio Británico para proporcionar la defensa adecuada de Creta puede proporcionar a los intelectuales de defensa estadounidenses y aliados una serie de perspectivas instructivas . De hecho, se pueden establecer ciertos paralelismos aproximados entre dichas luchas pasadas por la primacía sobre el Mediterráneo y el estado actual de la competencia naval en algunas de las vías fluviales más transitadas y disputadas del Indopacífico. En muchos sentidos, el Mar de China Meridional ha surgido como el " Mediterráneo asiático " o mar medio, con Taiwán ocupando una posición a través de vías marítimas críticas de comunicación no tan diferentes a las de Sicilia o Creta durante la Segunda Guerra Mundial, o de Malta a finales del Renacimiento.

Además, la evidencia sugeriría que el Ejército Popular de Liberación, por su parte, ve claramente el valor de participar en tales ejercicios de historia aplicada, particularmente cuando se trata del escrutinio minucioso de pasadas campañas de toma de archipiélagos o islas, desde la batalla de Guadalcanal hasta la Guerra de las Malvinas . Mientras tanto, los sinólogos contemporáneos han llamado la atención sobre el papel crítico que las capacidades aerotransportadas en constante expansión de Beijing están programadas para desempeñar en una serie de conceptos de operación en evolución de China, ya sea dirigidos directamente a Taiwán o a islotes disputados más pequeños en los mares de China Meridional y Oriental. Por lo tanto, sería conveniente que los planificadores de defensa con mentalidad histórica canalizaran algunos de sus esfuerzos intelectuales en la construcción de un repertorio analítico exhaustivo de instancias pasadas de invasión marítima, y ​​especialmente aquellos que recurrieron a una mezcla de activos marítimos y aéreos.

La campaña de Creta de 1941 sigue siendo esclarecedora para la defensa contemporánea de Taiwán por tres razones principales. En primer lugar, nos recuerda el papel decisivo que desempeñaría el poder aéreo chino en cualquier invasión de Taiwán y la urgente necesidad de que Taipéi invierta más en una red de defensa aérea multicapa, resiliente y móvil. En segundo lugar, destaca la importancia de contar con redes de comunicación robustas, un mando de misión, la toma de decisiones delegada y la capacidad de respuesta táctica general al contrarrestar operaciones aerotransportadas a gran escala. Y, en tercer lugar, arroja una luz hostil sobre los desafíos inherentes a una estrategia de combate fuera de casa contra un adversario que opera en sus propias líneas interiores, enfatizando la importancia de establecer una arquitectura de bases más dispersa geográficamente y logísticamente sostenible en el Indopacífico.

El poder aéreo chino y la defensa aérea taiwanesa 

La batalla de Creta fue ganada por el poder aéreo alemán. Con defensas aéreas limitadas y un puñado de aviones estacionados en la vanguardia, las fuerzas de la Commonwealth y la guarnición griega en Creta fueron sometidas continuamente a intensos y psicológicamente desmoralizantes ataques aéreos, con la Luftwaffe bombardeando sus posiciones en rotaciones ininterrumpidas, ametrallando tropas y líneas de comunicación con impunidad. Como Cunningham observó posteriormente en sus memorias , rápidamente se hizo dolorosamente evidente que la ventaja naval localizada de Gran Bretaña no podía compensar sus deficiencias en poder aéreo ni su limitada profundidad de polvorín antiaéreo. Como resultado, señaló con tristeza, «con nuestra completa ausencia de cobertura aérea [británica], la Luftwaffe, por puro peso numérico, se salía prácticamente con la suya... el fuego de los mejores barcos no puede con las aeronaves que un oficial que estuvo allí comparó con un enjambre de abejas». Estas dificultades —la ausencia de un apoyo aéreo adecuado y el hambre de obuses de la Marina Real— se vieron agravadas por las peculiaridades inherentes a la topografía de Creta, añadió, con su imponente barrera montañosa orientada al sur, que en muchos lugares descendía directamente hacia el mar, lo que significaba que todos los puertos y aeródromos principales estaban situados en la costa norte de la isla, «a poca distancia de los aeródromos enemigos». «Desde el punto de vista de la defensa», señaló con ironía, «nos habría convenido mucho más si la isla hubiera podido ser puesta patas arriba». Hasta el final de su vida, Cunningham permanecería firmemente convencido de que «tres escuadrones de cazas de largo alcance y unos pocos escuadrones de bombardeo pesado habrían salvado Creta». Sin embargo, desafortunadamente para los defensores de Creta, esos escuadrones simplemente no estaban disponibles en ese momento, o al menos no dentro de un radio operativo viable. Los pocos Hurricanes que fueron despachados tardíamente desde las bases en Alejandría fueron modernizados con tanques de combustible externos, lo que los hizo más lentos y vulnerables en combate aéreo, ya que hubo que retirar el blindaje detrás de los asientos y reducir la munición para compensar el peso del combustible extra. Y a pesar de sus valientes esfuerzos, los pilotos de caza franceses y británicos que volaron en defensa de la isla pronto se vieron abrumados por nubes de Messerschmitt alemanes que los acosaron como una horda de halcones sobre un solo gorrión .

El Taiwán actual se enfrenta a una forma igualmente, si no más desalentadora, de asimetría del poder aéreo. Su pequeña fuerza aérea de aproximadamente 400 cazas heredados es superada desesperadamente en número por la de China, que está añadiendo cada vez más aviones de cuarta y quinta generación a su inventario, al mismo tiempo que expande y refuerza sus aeródromos del sureste a una velocidad vertiginosa . Y aunque gran parte de la atención dentro de los comentaristas de defensa de EE. UU. se ha centrado (con razón) en la destreza de la construcción naval de Pekín, no se debe pasar por alto el hecho preocupante de que la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación ahora también está bien encaminada, si mantiene su ritmo actual de producción de aeronaves , para ser la fuerza aérea más grande del mundo. Además de este marcado desequilibrio aéreo, los planificadores de defensa taiwaneses también deben tener en cuenta el inventario cada vez más robusto de misiles de crucero y balísticos de la Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación, que ha más que duplicado su tamaño en los últimos tres o cuatro años. Estos misiles desempeñarían un papel central en las fases iniciales de cualquier " campaña de ataque de potencia de fuego conjunta " dirigida a Taiwán y su fuerza aérea, lloviendo sobre sus defensas aéreas fijas, aeródromos y depósitos de municiones, mientras destruyen cualquier aeronave que no esté oculta o estacionada dentro de refugios reforzados. Al igual que en la invasión de Creta por la Alemania nazi, Pekín solo puede generar las condiciones necesarias para una invasión exitosa de Taiwán arrebatando decisivamente el control del aire a los defensores de la isla. En lugar de gastar grandes cantidades de recursos en la adquisición de F-16 adicionales , o incluso F-35, que, al igual que los asediados Hurricanes británicos que defienden Creta, pronto se verían irremediablemente superados en número, Taipéi debería centrarse en construir una red de " defensa aérea de guerrilla " más multicapa y con mayor capacidad de supervivencia. Esto buscaría combinar mejor los sistemas de defensa aérea de largo alcance con los sistemas de defensa aérea de corto alcance, junto con vehículos aéreos no tripulados de despegue y aterrizaje vertical , municiones merodeadoras y sistemas portátiles de defensa aérea . Además de invertir más en defensas pasivas (como ocultamiento y refuerzo) y kits de reparación rápida de pistas, debería priorizarse el uso de sistemas de defensa aérea más móviles, ocultables y resistentes a la desintegración, en lugar de las costosas baterías fijas tierra-aire, como el Patriot PAC-3 , cuya instalación y redespliegue, si bien son muy eficaces, requieren mucho tiempo. Por una cantidad relativamente modesta, Taiwán podría invertir en miles de misiles tierra-aire en contenedores, montados en camiones.que luego podrían dispersarse por toda la isla, lo que aumentaría los desafíos de selección de objetivos para la fuerza aérea de China y ampliaría enormemente la dificultad y la duración de su campaña de supresión de la defensa aérea.

Finalmente, Taiwán debería invertir más fuertemente en sus capacidades de contraataque. Durante la campaña de Creta, las fuerzas británicas sufrieron mucho por su incapacidad de interrumpir el ritmo de las salidas de la Luftwaffe al atacar decisivamente sus puntos de origen, es decir, la cadena de aeródromos recién construidos o adquiridos en la Grecia continental o en las islas vecinas. En consonancia con la Revisión Cuatrienal de Defensa más reciente de Taipéi y su " concepto de defensa general ", que enfatiza la necesidad de "construir capacidades asimétricas para atacar el centro de gravedad operativo y los nodos clave del enemigo", las fuerzas armadas taiwanesas deberían dedicar más recursos al desarrollo y despliegue autóctonos de misiles de crucero de largo alcance como el Hsiung Sheng II , junto con su infraestructura de objetivos asociada. Estos pueden luego usarse para contraatacar en las pistas, centros de comando y puntos de embarque chinos.

La importancia de las comunicaciones y la iniciativa en las operaciones antiaéreas

Para Student, una de las grandes virtudes tácticas de las operaciones aerotransportadas era su capacidad —mediante la velocidad y la sorpresa— de generar confusión y desarticulación entre fuerzas enemigas más lentas y estáticas. Como anotaría más tarde en sus memorias:
 

Las tropas aerotransportadas podían convertirse en un factor decisivo para la victoria en batalla. Las fuerzas aerotransportadas posibilitaron la guerra tridimensional en operaciones terrestres. Un adversario nunca podía estar seguro de un frente estable, ya que los paracaidistas podían simplemente saltar sobre él y atacar por la retaguardia cuando y donde quisieran. Atacar por la retaguardia no era nada nuevo, por supuesto; estas tácticas se han practicado desde tiempos inmemoriales y han demostrado ser tanto desmoralizantes como efectivas. Pero las tropas aerotransportadas proporcionaban un nuevo medio de explotación, por lo que su potencial en tales operaciones era de una importancia incalculable. El factor sorpresa era un factor adicional: cuantos más paracaidistas se lanzaban, mayor era la sorpresa. 


A pesar de su superioridad cuantitativa y del conocimiento previo del ataque alemán, las fuerzas defensoras de Creta se mostraron demasiado vulnerables a esta forma de envolvimiento y dislocación vertical. En primer lugar, la falta de una reserva móvil adecuada, en forma de camiones y portafusiles Bren, dificultó a las fuerzas de la Commonwealth reprimir con rapidez y decisión las sucesivas oleadas de paracaidistas, que pronto se extendieron, según las propias predilecciones tácticas de Student, como gotas de aceite por el mapa. Pero incluso si Freyberg hubiera establecido una fuerza de reacción tan rápida, su tiempo de respuesta se habría visto afectado negativamente por el lamentable estado de la infraestructura de la isla. Un oficial visitante se quejó en las semanas previas a la invasión de que «ni siquiera se habían realizado los preparativos más elementales» para mejorar la conectividad por carretera entre los principales puertos y aeródromos de Creta. Y por último, pero no menos importante, como bien señaló el gran historiador militar Antony Beevor , el destartalado estado de las comunicaciones de los defensores resultó ser su mayor debilidad. Los teléfonos de campaña dependían de cables tendidos libremente a lo largo de los postes telegráficos y, por lo tanto, eran muy vulnerables a los bombardeos y al lanzamiento de paracaidistas entre los cuarteles generales. Para colmo, la lamentable escasez de aparatos inalámbricos y lámparas de señalización significó que, una vez que la Luftwaffe interrumpió las líneas telefónicas, los defensores, geográficamente dispersos, tenían pocas posibilidades de organizar una respuesta coordinada y coherente ante el creciente número de incursiones enemigas.

La China actual concede una importancia similar a los beneficios operativos del impacto y la sorpresa al realizar operaciones de asalto aerotransportado. Al igual que Student, el Ejército Popular de Liberación describe la estrecha integración de las fuerzas anfibias, de asalto aéreo y aerotransportadas en el contexto de una Campaña Conjunta de Desembarco en las Islas dirigida a Taiwán como una " operación de desembarco tridimensional ". Por otro lado, la Ciencia de las Campañas de 2006 describe el papel disruptivo y caótico del cuerpo aerotransportado del Ejército Popular de Liberación, en rápida modernización, durante las críticas fases iniciales de una invasión en los siguientes términos:


[Uno debe] iniciar inmediatamente ataques contra los objetivos predeterminados, aprovechando la situación cuando la (evaluación de la) situación del enemigo no está clara, no puede organizar una resistencia efectiva a tiempo y las tropas de desembarco aerotransportadas aún no han llegado, para capturar y ocupar rápidamente los objetivos, complementar activamente las operaciones de la fuerza de desembarco y acelerar la velocidad del asalto a la tierra, asegurando que el asalto a la tierra tenga éxito de un solo golpe.

Uno de los mayores beneficios operativos de las fuerzas de asalto aerotransportadas, continúa la Ciencia de las Campañas , es su capacidad de contribuir a la confusión y la fricción general de la guerra, confundiendo y desmoralizando al defensor y creando condiciones favorables para las actividades posteriores "cuando la postura del campo de batalla es irregular e interconectada, y la situación es complicada y confusa". A medida que las fuerzas taiwanesas se configuran y posicionan para responder a contingencias de combate tan desafiantes, deben asegurarse de no encontrarse en la misma posición que los defensores de Creta en 1941, incapaces de contraatacar con rapidez y eficacia en un espacio de batalla logísticamente deteriorado y con comunicaciones degradadas. Al igual que Creta, Taiwán es un entorno de combate topográficamente desafiante: su terreno montañoso ofrece amplias oportunidades para la guerra irregular y la defensa asimétrica , pero también hace que la democracia insular sea más dependiente de unas pocas arterias de transporte clave y cuellos de botella logísticos que sin duda serían el objetivo en las fases iniciales de una invasión china. Lo mismo ocurriría con sus principales centrales eléctricas. Lamentablemente, el carbón, el gas y el petróleo importados aún representan el 82 % de la generación eléctrica de Taiwán, lo que hace que su red eléctrica sea extremadamente vulnerable a ataques cinéticos, cibernéticos o electromagnéticos. La infraestructura digital y la red de comunicaciones de Taiwán podrían resultar igualmente frágiles, ya que más del 97 % de su tráfico global de internet se transporta a través de un puñado de cables submarinos fácilmente cortables.

Para contrarrestar estas claras vulnerabilidades, las fuerzas taiwanesas deberían mejorar su capacidad de "lucha oscura" en entornos disputados, confusos y caóticos, equipando pelotones de asalto antiaéreos con vehículos todoterreno, radios de onda corta , sistemas portátiles de defensa aérea, drones con vista en primera persona y sistemas antiblindaje disparados desde el hombro como el Javelin. Quizás lo más importante sea que esto deberá ir acompañado de una auténtica transformación de la cultura militar y las prácticas operativas taiwanesas, ya que se requeriría que estas pequeñas unidades operaran en gran medida de forma autónoma durante largos periodos de tiempo. Esto requerirá un cambio más amplio que un informe reciente describe acertadamente como una "estructura de mando y control [taiwanesa] altamente centralizada que no faculta a las unidades para tomar decisiones tácticas", y de ejercicios militares a veces excesivamente guionados. Y si bien el ejército taiwanés ciertamente debe continuar entrenándose para repeler desembarcos anfibios en gran escala, se debe poner más énfasis en mejorar su capacidad para llevar a cabo una campaña de “negación elástica en profundidad” en toda la isla y en contrarrestar otras formas más impredecibles de asalto, perturbación y sabotaje.

La reciente decisión de Washington de expandir discretamente la escala y el alcance de las actividades de entrenamiento con Taiwán, con el envío de un mayor número de fuerzas terrestres taiwanesas en rotaciones regulares para entrenar en suelo estadounidense, podría brindar una buena oportunidad para que ambos socios reformen en colaboración ciertos aspectos excesivamente rígidos de la cultura militar taiwanesa. El hecho, por ejemplo, de que un número creciente de suboficiales taiwaneses supuestamente participen ahora en "misiones de observación de entrenamiento" en Estados Unidos es un paso en la dirección correcta. De hecho, trabajar para entrenar y empoderar mejor al cuerpo de suboficiales de Taiwán es fundamental para inculcar una cultura más horizontal de iniciativa disciplinada, o mando tipo misión , en sus fuerzas armadas. Las fuerzas asesoras estadounidenses con base en Taiwán, cuyo número ha comenzado a aumentar, también pueden ayudar discretamente a guiar este cambio cultural.

Los desafíos de jugar un partido fuera de casa

Algunos de los debates más fascinantes sobre la gran estrategia y las operaciones militares británicas durante la Segunda Guerra Mundial se encuentran en las notas de los apasionados debates parlamentarios tras la caída de Creta. Ante un aluvión de críticas sobre la lamentable preparación de la isla para una invasión aérea y las fatídicas consecuencias del aplastante dominio aéreo alemán, Churchill señaló las dificultades de jugar un partido fuera de casa contra un adversario que ahora controlaba la mayor parte del sur de Europa: 

Cualquiera puede ver cuán grandes son las ventajas de los alemanes y cuán fácil es para ellos trasladar su Fuerza Aérea de un lado a otro de Europa. Pueden volar a lo largo de una línea de aeródromos permanentes. Dondequiera que necesiten aterrizar y reabastecerse, hay aeródromos permanentes de la más alta eficiencia, y, en cuanto a los servicios, el personal y todos los pertrechos que los acompañan —sin los cuales los escuadrones son completamente inútiles—, estos pueden enviarse por los grandes expresos continentales a lo largo de las principales líneas ferroviarias de Europa. Basta comparar este proceso con el envío de aviones embalados en cajas, luego embarcados y enviados a los grandes espacios oceánicos hasta llegar al Cabo de Buena Esperanza, luego llevados a Egipto, reensamblados, alineados y puestos en vuelo a su llegada, para ver que los alemanes pueden hacer en días lo que a nosotros nos lleva semanas, o incluso más. … La decisión de luchar por Creta se tomó con el pleno conocimiento de que el apoyo aéreo sería mínimo, como puede ver cualquiera —aparte de la cuestión de si tienes suministros adecuados o no— quien mide las distancias desde nuestros aeródromos en Egipto y las compara con las distancias desde los aeródromos enemigos en Grecia y quien se familiariza con el radio de acción de los bombarderos en picado y los aviones. 


El principal “factor limitante”, continuó señalando el primer ministro británico, no era el número total de aviones de su país, sino más bien el “transporte”, no tanto “en el sentido de tonelaje de envío, sino en el sentido del tiempo que lleva transferirlo en las condiciones de la guerra actual”.

En caso de un conflicto de alta intensidad sobre Taiwán, Estados Unidos se enfrentaría a desafíos de proyección de poder y sostenimiento igualmente abrumadores . Con respecto más específicamente al poder aéreo, China estaría operando en líneas interiores y bajo el paraguas protector de sus defensas aéreas integradas, que, desde su adquisición del S-400 , ahora se extienden mucho más allá del estrecho de Taiwán. Hasta ahora, Estados Unidos tiene solo dos bases aéreas desde las cuales sus aviones de combate pueden realizar operaciones sin reabastecimiento de combustible sobre Taiwán, mientras que China tiene cerca de 40. Mientras que la fuerza aérea de China estaría realizando salidas desde aeródromos costeros ubicados casi directamente al otro lado del estrecho de Taiwán de 100 millas náuticas de ancho, la base aérea de Kadena en Okinawa, actualmente la base más grande de la fuerza aérea de EE. UU. en el Indo-Pacífico, está a cerca de 450 millas de Taiwán. Al igual que Creta durante la Segunda Guerra Mundial, sería de gran ayuda para los planificadores de defensa taiwaneses y estadounidenses si la isla se pudiera "invertir", con su escarpada cordillera orientada hacia China continental en lugar de en dirección opuesta. En cambio, las principales fábricas de semiconductores, centrales eléctricas, carreteras y centros de población de Taiwán —22 millones de los 23,5 millones de habitantes del país— se concentran en las tierras bajas occidentales, justo enfrente de la República Popular China.

Para compensar las formidables ventajas geográficas intrínsecas de China, el ejército estadounidense necesitará incrementar su poder de combate avanzado y mejorar su capacidad de sostenimiento, así como su resiliencia a las disrupciones.

Los recientes éxitos en la negociación de nuevos acuerdos de bases —desde Palaos hasta Filipinas— ofrecen la perspectiva de una estrategia de fuerza regional más dispersa, resiliente y operativamente ágil . Poder , por ejemplo, algún día posicionar aeronaves permanentemente en el norte de Luzón, ubicado a solo 257 kilómetros de Taiwán, podría resultar transformador en caso de conflicto. Además de expandir y diversificar su arquitectura de bases en la región, Estados Unidos también debería profundizar, reforzar y dispersar las reservas de municiones y los tanques de almacenamiento de combustible ubicados en posiciones avanzadas; trabajar para mejorar las capacidades en el teatro de operaciones, como el reabastecimiento en curso y la recarga en el mar; y utilizar astilleros aliados en países como Japón y Corea del Sur para el mantenimiento y la reparación en el teatro de operaciones. Y por último, pero no menos importante, debería alentar y ayudar a Taiwán a almacenar su propio combustible, material y municiones para un conflicto prolongado, con el pleno conocimiento de que, al igual que para la Marina Real durante la batalla de Creta, podría resultar extremadamente difícil reforzar y reabastecer la democracia isleña una vez que hayan comenzado las hostilidades principales. A diferencia de las fuerzas griegas locales en Creta, podría resultar que las fuerzas armadas de Taiwán tengan que defender su isla en gran medida por sí mismas, ya sea durante la campaña si una administración estadounidense menos favorable a Taiwán decide no intervenir en su defensa, o durante un período crítico durante el cual Estados Unidos (y quizás algunos de sus aliados regionales, como Japón) reúnan fuerzas de apoyo para acudir en su rescate.

El gran historiador griego Polibio observó cáusticamente que había dos maneras en que los estadistas podían mejorar la calidad de su toma de decisiones: sometiéndose al riguroso proceso de ensayo y error propio o estudiando los de otros. En una línea similar, aunque con su característica franqueza, el secretario de defensa retirado y general de la Infantería de Marina Jim Mattis bromeó diciendo que todos los oficiales militares deberían estudiar historia, aunque solo fuera porque «aprender de los errores ajenos es mucho más inteligente que meter a tus propios hombres en bolsas para cadáveres». Y, de hecho, la historia aplicada, siempre que se realice con matices y discernimiento , puede contribuir enormemente a este proceso de aprendizaje experiencial indirecto. La pérdida de Creta no solo fue una de las derrotas más trágicas de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, sino que también parecía, a ojos de muchos en aquel momento, una de las más incomprensibles. Después de todo, las operaciones de asalto aerotransportado a gran escala se habían considerado demasiado imprácticas o demasiado peligrosas. Y, de hecho, estos intentos de entrada por la fuerza siguen estando plagados de riesgos, como lo demostró recientemente el sangriento fracaso de Rusia durante la batalla de 2022 por el aeropuerto de Hostomel . Y, sin embargo, nunca debemos permitir que las suposiciones preconcebidas sobre cómo podría desarrollarse una operación, o sobre los costos que un adversario decidido podría estar dispuesto a asumir, nos hagan caer en una sensación de complacencia, como el valiente, pero en última instancia miope, Freyberg. La saga cretense también sirve como un útil recordatorio de cómo una buena recopilación de inteligencia y un buen análisis de inteligencia son dos cosas muy diferentes . Las fuerzas británicas y de la Commonwealth en Creta recibieron información excelente y oportuna sobre el plan de acción militar de su adversario, pero aun así optaron por implementar una estrategia defensiva de naturaleza excesivamente lineal, con recursos insuficientes y mal adaptada a la naturaleza de la amenaza.

Unas semanas después de la derrota, en un memorando dirigido al general Hastings Ismay para el Comité de Jefes de Estado Mayor, Churchill criticó en privado la decisión de Freyberg, señalando que incluso si se "consideraban las deficiencias" con las que el comandante había lidiado en términos de municiones, material y poder aéreo, "toda la concepción parece haber sido la de la defensa estática de posiciones, en lugar de las rápidas extirpaciones a toda costa de grupos de desembarco aerotransportados". Parte del problema, se quejó, era que los comandantes militares británicos estacionados en el "Cuartel General de Oriente Medio" parecían considerar la defensa de Creta como una

Un compromiso tedioso, aunque al mismo tiempo reconociendo su importancia estratégica. Ninguna autoridad de alto rango parece haberse reunido dos o tres mañanas para analizar con precisión lo que sucedería a la luz de nuestra información, tan completa, y de los numerosos telegramas enviados por mí y por los Jefes de Estado Mayor. 


De igual manera, recopilar enormes cantidades de inteligencia humana, geoespacial, de señales e imágenes sobre los preparativos bélicos de China es una cosa, pero aprovechar esta información para tener una buena perspectiva y anticipar las múltiples maneras en que el Partido Comunista Chino, con su histórica predilección por las maniobras arriesgadas y el subterfugio, podría optar por llevar a cabo una importante operación a través del estrecho, es otra. En resumen, al aprender de la caída de Creta en 1941 y otros episodios poco explorados de la historia militar, se puede, con suerte, evitar la posibilidad de una forma de sorpresa estratégica igualmente indeseable.

sábado, 16 de agosto de 2025

SGM: Amanecer nazi en La Haya


10 de Mayo de 1940: Paracaidistas nazis descienden sobre La Haya, Holanda, para la captura de la ciudad. Hace 84 años iniciaba el horror en los Países Bajos.

sábado, 1 de febrero de 2025

EA: Asalto paracaidista al terrorismo en Córdoba


Operación Las Tres Marías: Ataque antiterrorista aerotransportado en Córdoba

Sean Eternos los Laureles

Hace 50 Años, el 3 de Octubre de 1969, se ejecutó la primera misión de combate del sistema de armas Hercules y de Fuerzas Paracaidistas Argentinas, Saltando sobre las sierras cordobesas en misión de búsqueda y destrucción de fuerzas extremistas castroguevaristas. "...con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."


Otra de las tantas injusticias cometidas en Argentina es la total y lamentable falta de reconocimiento hacia la que fue la primera y única misión de combate aerotransportada a gran escala de las fuerzas paracaidistas y del Sistema de Armas Hércules en su rol primario de transporte paracaidista en el país. Esta operación involucró a la IV Brigada Aerotransportada del Ejército Argentino, con base principal en la provincia de Córdoba, y al Grupo 1 de Transporte de la I Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, con asiento en la Base Aérea de El Palomar, provincia de Buenos Aires.

Este hecho, de enorme relevancia en la historia del paracaidismo militar argentino, ha sido ignorado porque tuvo lugar en un contexto político que no encaja dentro del "Relato" oficial. Sin embargo, lejos de restarle importancia, este marco particular resalta aún más la labor de los paracaidistas del Ejército Argentino, tanto por las limitaciones técnicas con las que debieron operar como por las circunstancias tácticas y políticas en las que la misión se llevó a cabo con éxito. A continuación, y basándonos en parte del testimonio del investigador Alberto N. Manfredi, se expondrán las razones detrás de este silenciamiento histórico.



El hecho en cuestión comenzó en la madrugada del 3 de octubre de 1969, cuando 360 paracaidistas de la IV Brigada Aerotransprotada aguardaban, en medio de gran silencio formados junto a la pista de la Escuela de Aviación Militar, listos para abordar los 3 nuevos aviones de transporte y carga Lockheed C-130E Hércules con que contaba entonces la Fuerza Aérea Argentina, matriculados TC-61, TC-62 y TC-63, y que se hallaban estacionados sobre la cabecera norte, delante de 6 Douglas DC-3/C-47 Skytrain/Dakota, alineados inmediatamente detrás.



  Los hombres con su equipo de salto completo, se hallaban expectantes, atentos a las directivas de los suboficiales, listos para ponerse en movimiento ni bien se impartiera la orden de embarcar, mientras el sol se elevaba por el horizonte, iluminando débilmente el cielo despejado.



  Sin embargo aquellos no eran los únicos efectivos que iban a intervenir. A no mucha distancia de la pista, en el patio de armas, otros 540 efectivos abordaban los 18 camiones militares estacionados frente a la comandancia, en tanto oficiales y suboficiales iban y venían impartiendo órdenes a la vista de las máximas autoridades de la unidad. Muchos de ellos, tropa y mandos, habían participado en los recientes sucesos de violencia que tuvieron a la ciudad de Córdoba como escenario en el mes de mayo y aún sentían sobre sí el peso de aquella responsabilidad. Como sus camaradas en la cabecera de la pista, llevaban sus uniformes de campaña, sobre los cuales lucían insignias y distintivos, cargando el equipo de combate, las mochilas y los fusiles de asalto FAL III Para 50-63 y 50-64 calibre 7.62×51 mm, entre otro armamento, con los que se disponían a entrar en acción.



  Si bien todo ese movimiento era parte de los ejercicios de salto anuales, programados a comienzos de año, en esa oportunidad movía al comando una acción de índole militar pues se tenía información muy firme de que el mismo grupo subversivo que había asaltado uno de los depósitos de armas del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, en la Guarnición Campo de Mayo, el 5 de abril, iba a copar la cercana localidad cordobesa de La Calera, y en base a ello se había planificado una operación en pinzas, que comprendía el factor sorpresa por medio de un asalto aéreo, coordinado con un despliegue terrestre destinado a bloquear cualquier tipo de posible retirada enemiga que se podría llegar a dar.
  Desde los agitados días del “Cordobazo”, se venían sucediendo hechos que tenían en permanente vilo al gobierno: el incendio de los supermercados Minimax, en Buenos Aires y sus alrededores; el asesinato del dirigente sindical peronista Augusto Timoteo Vandor, el 30 de junio de ese mismo año, la agitación en las fábricas y las universidades, todo parecía indicar que algo raro se estaba gestando. Las guarniciones militares se mantenían en permanente estado de alerta y las Fuerzas de Seguridad estaban listas para actuar, igual que en los días previos a la revolución de septiembre de 1955, cuando esa misma zona de Córdoba se transformó en uno de sus principales campos de batalla.



  A esa altura la tropa ya había sido informada que la operación iba en serio, que no era un simple ejercicio, y la ansia propia de todo despliegue que se realiza, dio paso a la incertidumbre y la tensión propia de quien ahora se dirige hacia lo inesperado, y con posibilidad cierta de combate.
  Impartidas por fin las órdenes, los hombres comenzaron a abordar, acomodándose en el interior de las aeronaves. Y cuando los relojes marcaron la hora programada, los pilotos dieron potencia a sus motores y siguiendo las indicaciones de los señaleros, comenzaron a carretear, los pesados Hércules en primer lugar y los veteranos Douglas detrás.


 

Las aeronaves despegaron una tras otra en dirección a Alta Gracia y, a mitad de camino entre la capital provincial y Los Olivares, viraron hacia el noroeste, trazando una amplia elipse en dirección a San Antonio de Arredondo y Villa Independencia. En su recorrido, dejaron a la derecha los campos de Malagueño y a la izquierda, Falda del Carmen.

Al sobrevolar Pampa de Achala y las Altas Cumbres, cambiaron de rumbo hacia el norte. A 2.000 metros de altura, comenzaron a cruzar Traslasierra con destino a Villa Carlos Paz. Al llegar al lago San Roque, pusieron proa a la capital provincial y, manteniendo una velocidad constante de 320 km/h, iniciaron un descenso gradual.

Mientras tanto, en la Escuela de Tropas Aerotransportadas, una columna motorizada avanzaba por las calles internas de la unidad hasta incorporarse a la Ruta 20. Al cruzar los portones, los vehículos giraron a la izquierda, dejando a su derecha el Barrio Aeronáutico y su instituto universitario. Luego, tomaron dirección norte hacia La Calera, ascendiendo la zona serrana por la Ruta 55.

Cuando las aeronaves dejaron atrás Traslasierra, los paracaidistas recibieron la orden de ponerse de pie y alinearse junto a las compuertas. Los Hércules descendieron sus rampas traseras y los soldados se ubicaron al borde del fuselaje, listos para saltar.




La formación aérea se desplegó en abanico, rodeando la localidad por el norte, el centro y el sur, mientras los camiones repletos de tropas se aproximaban desde el este. La población, ajena a lo que estaba por suceder, comenzaba su jornada sin imaginar que una fuerza subversiva estaba a punto de lanzar un ataque.

A bordo de los aviones, los soldados fijaban la vista en la luz roja, esperando con tensión el cambio a verde. Sus pulsaciones se aceleraron cuando los oficiales abrieron las compuertas y alzaron la mano derecha, sincronizando sus relojes.

Uno de los Hércules se dirigió al norte, el segundo continuó su trayectoria por el centro y el tercero viró hacia el sur, cada uno escoltado por dos DC-3/C-47. En tierra, los camiones se dispersaron hacia el este, algunos siguiendo el antiguo camino de tierra que conducía a las terrazas de la Estanzuela, mientras otros avanzaban por el norte y el centro de la localidad para bloquear los accesos.

Tan pronto como se detuvieron, los soldados descendieron rápidamente y, siguiendo las órdenes, tomaron posiciones estratégicas, cerrando caminos y estableciendo piquetes para asegurar el área. Para ese momento, las Fuerzas de Seguridad locales, pertenecientes a la Policía de la Provincia de Córdoba, ya habían sido alertadas. De inmediato, ordenaron a la población permanecer en sus casas o lugares de trabajo, restringiendo al máximo la circulación en las calles.




  A mitad de camino entre el lago San Roque y La Calera, la luz verde se encendió y los paracaidistas comenzaron a saltar. Por el norte lo hicieron luego de sobrepasar Villa El Diquecito y por el sur en inmediaciones de las mencionadas terrazas de la Estanzuela.
  Los lugareños los vieron descender lentamente, apenas mecidos por el viento y tocar tierra uno tras otro, para recoger sus paracaídas y apresurarse a tomar posiciones. Sería la primera y única vez en la historia militar argentina, que los paracaidistas actuaban como tales en una acción de guerra.
  Siguiendo las instrucciones, se desplegaron por el terreno y de esa manera, comenzaron a rodear la localidad, cortando las vías de comunicación y peinando el área para dar con los sediciosos. Cuando el sol comenzaba a caer, sus mandos llegaron a la conclusión de que el sector se hallaba despejado y a las 19:00 horas levantaron el dispositivo y retornaron a sus bases, dejando piquetes en los caminos y puestos de guardia en los principales accesos a la población.
  Este relato novelado, está basado en hechos reales. Efectivamente, el 3 de octubre de 1969, 900 paracaidistas del Ejército Argentino fueron movilizados ante una falsa alarma. Las últimas semanas, los servicios de seguridad habían detectado movimientos extraños tanto en la Capital Federal como en diversos puntos del país y de esa manera, pudieron determinar que un grupo subversivo estaba a punto de copar La Calera. Las fuentes, que se repiten unas a otras, sostienen que el total de los paracaidistas saltó desde aviones Hércules C-130E y Douglas DC-3/C-47 pero solo una parte lo hizo porque en aquellos días se carecía de capacidad para una operación de  semejante envergadura. El resto lo hicieron por vía terrestre y de ese modo, lograron cercar la zona y peinar sus alrededores además de efectuar requisas en viviendas particulares, tanto en el casco urbano como en el área rural.



  Desde ya, la información que manejaban las fuerzas del orden no estaban para nada erradas, y tal operación seguramente impidió que la localidad sea asltada por fuerzas extremistas, ya que la historia demostró que bien se había previsto lo que iba a tener lugar en ese mismo sitio, en menos de un año. Es así que nueve meses después, un unidad de asalto de la organización mafiosa terrorista castroguevarista Montoneros, se apoderaría de la población, tomaría por sorpresa la Subcomisaría de la Policía de la Provincia de Córdoba, la central telefónica, las oficinas del correo y la sede municipal, para asaltar la sucursal del Banco Provincia y huir posteriormente con 4.000.000 $, tiroteándose con un efectivo de la Policía cordobesa que inesperadamente apareció en la localidad y fue herido de bala (por segunda vez, ya que en un asalto al Banco efectuado en 1969 por los terroristas, ya había sido herido), siendo que a continuación el grupo extremista realizó una ordenada fuga, como bien y al detalle hemos ya descrito con anterioridad (1 de julio de 1970, subversivos montoneros a sangre y fuego copan la localidad cordobesa de La Calera.

 

El impacto de estos acontecimientos no pasó desapercibido. En primer lugar, motivó una nueva movilización de los paracaidistas del Ejército Argentino, quienes, en esta ocasión, emprendieron por vía terrestre un operativo en busca de los insurgentes. A pesar de los esfuerzos, la operación no logró su objetivo, aunque quedó documentada en algunas de las imágenes aquí presentadas.

Paralelamente, un agente de policía de apellido Ambrosio, junto a un vecino de la localidad, emprendió valientemente la persecución de un grupo de extremistas. Lograron interceptar a tres de ellos, quienes habían sustraído un automóvil Rambler, dando lugar a un enfrentamiento en el que los insurgentes resultaron heridos y capturados.

Para ese momento, la Guerra Antisubversiva en Argentina ya había sido reactivada. Sus orígenes se remontaban a 1959, con la acción del estadounidense John William Cooke, un comunista infiltrado en el peronismo, quien, tras recibir entrenamiento y armamento en Cuba, dio origen a la organización Uturuncos. Su accionar violento tuvo su primera víctima fatal el 12 de marzo de 1960: la niña de tres años Guillermina Cabrera Rojo. Aunque para 1961 la organización había sido prácticamente desarticulada, la actividad extremista resurgió en 1964 con el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), integrado por combatientes cubanos y argentinos entrenados en la isla caribeña.

El 18 de abril de 1964, en el marco de esta nueva ofensiva terrorista, fueron asesinados tres trabajadores argentinos. Entre ellos, el primer uniformado caído en estas circunstancias, el gendarme Juan Adolfo Romero. Más tarde, en su intento de esconderse de la persecución de Gendarmería Nacional, los extremistas dieron muerte a Pascual B. Vázquez, capataz de un obrador. En el enfrentamiento que siguió, los insurgentes tomaron como rehén al hijo del capataz, el pequeño Froilán Vázquez, de solo seis años. Para proteger su vida, los gendarmes cometieron el error de permitir la fuga de los agresores, pero el niño no sobrevivió: el capitán cubano Hermes Peña, miembro del EGP, lo asesinó con dos disparos en la nuca. Poco después, Peña murió a causa de las heridas sufridas en el enfrentamiento.

El EGP fue finalmente desarticulado, con sus integrantes capturados o dispersos en los montes de Salta. Sin embargo, la reanudación de la actividad extremista en 1969 fue solo un preludio de la escalada de violencia que marcaría los años siguientes, dejando miles de muertos, heridos y mutilados, además de severos daños materiales y un profundo impacto económico, social y político en el país.

¿Qué ocurrió con los aviones que hicieron historia en Argentina?

No se dispone de información precisa sobre los DC-3/C-47 utilizados en esta operación en particular. Sin embargo, se sabe que la Fuerza Aérea Argentina operó un total de 55 unidades de estos modelos a lo largo de 49 años, integrados en las Brigadas Aéreas II, III, IV, V, VI y VII, así como en la Escuela de Aviación Militar y los Áreas Material Río IV y Quilmes.

El primer DC-3 llegó al país en 1941, cuando un ejemplar de Air France quedó en Argentina tras la capitulación de Francia ante Alemania, siendo incorporado por la Aeronáutica Militar con la numeración 169. Posteriormente, en 1947, ya con la Fuerza Aérea Argentina constituida, arribó un lote de 16 unidades provenientes del stock estadounidense. A estos se sumaron 12 ejemplares adquiridos en Brasil en 1960, conocidos como "bananeros". En 1966, la Fuerza Aérea recibió los DC-3 dados de baja por Aerolíneas Argentinas, junto con dos C-47 especializados en misiones de búsqueda y rescate en climas fríos (HC-47), equipados con esquíes retráctiles y tanques de combustible adicionales.

Estos aviones cumplieron un rol clave en la Antártida hasta la apertura de la pista de la Base Marambio, momento en el que fueron reemplazados por los Lockheed C-130E a partir de 1970. Posteriormente, los HC-47 fueron transformados en aviones de transporte convencionales. Finalmente, el último DC-3/C-47 en servicio en la Fuerza Aérea Argentina fue dado de baja el 28 de diciembre de 1990.




El Ejército Argentino recibió algunos de los DC-3/C-47 que llegaron al país en 1960. Sin embargo, con excepción del matriculado AE-100, debió transferir casi todas las unidades a la Fuerza Aérea poco tiempo después. Por su parte, la Armada Argentina también operó 14 aeronaves de este modelo, incorporadas entre 1946 y 1948, las cuales prestaron servicio en la 2ª Escuadrilla del Comando de Transportes Navales hasta su retiro en 1979.

Para el momento en que se llevó a cabo esta operación de asalto aerotransportado, la Fuerza Aérea Argentina contaba en servicio con un número estimado de entre 21 y 28 DC-3/C-47. De las 55 unidades recibidas a lo largo de los años, 25 ya habían sido dadas de baja, y otras 11 fueron retiradas a lo largo de 1969. Se tiene certeza de que al menos dos unidades fueron desprogramadas antes del 3 de octubre de ese año, y otras dos en diciembre. Es posible que los siete restantes, junto con los dos HC-47, no estuvieran disponibles para la misión del 3 de octubre. Aunque no se conoce con precisión cuántos de estos aviones estaban operativos en ese momento, se ha confirmado que seis DC-3/C-47 acompañaron a los tres Hércules en la operación.



Los Lockheed C-130E fueron, simultáneamente, los Hércules con la vida operativa más intensa y los únicos de los 15 ejemplares de cinco variantes (2 C-130B, 3 C-130E, 7 C-130H, 2 KC-130H y 1 L-100-30) operados por la Fuerza Aérea Argentina en sufrir bajas en combate con un alto costo en vidas humanas. En total, 13 hombres —6 de Gendarmería Nacional y 7 de la Fuerza Aérea Argentina— cayeron en acto de guerra a bordo de estos aviones.

Los tres C-130E (posteriormente denominados "Super E" o C-130H) fueron los primeros Hércules incorporados por la Fuerza Aérea Argentina en 1969, con matrículas TC-61, TC-62 y TC-63. Su llegada revolucionó el transporte aéreo militar del país y les valió el apodo extraoficial de Las Tres Marías, en referencia a la constelación de tres estrellas fácilmente visible desde la Tierra. Con un extenso historial de misiones de guerra, paz y ayuda humanitaria, además de su participación en vuelos de abastecimiento a la Antártida, estos aviones marcaron un hito en la historia de la aeronáutica argentina. Todos fueron asignados al Grupo 1 de Transporte (inicialmente Grupo II) de la I Brigada Aérea, con base en El Palomar, provincia de Buenos Aires.

El TC-62: Una vida operativa breve, pero trascendental

De los tres, el TC-62 tuvo la trayectoria más corta, ya que fue derribado en combate apenas seis años después de su incorporación, durante un ataque enemigo en el marco de la lucha contra la insurgencia.

En su breve servicio, el TC-62 alcanzó varios hitos. Apenas llegado a la Fuerza Aérea, el 1 de marzo de 1969 realizó un vuelo de reconocimiento en la Antártida Argentina, sobrevolando la isla Decepción y las bases Brown, Matienzo, Petrel y Esperanza, además del futuro emplazamiento de la Base Marambio. En esa misión, también efectuó lanzamientos de carga y correspondencia sobre las bases Matienzo y Petrel.

El 14 de abril de 1969, escoltó en un vuelo de apoyo a un DHC-6 Twin Otter (matrícula T-85), equipado con esquí-ruedas y destinado a operaciones en la Antártida. Su función fue suministrar información meteorológica en ruta, facilitando el anavizaje del Twin Otter en la Base Aeronaval Petrel y su posterior reconocimiento visual y fotográfico de la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio. Días después, el 23 de abril, brindó el mismo apoyo en el regreso del T-85, que en esa ocasión viajó junto a otro Twin Otter de la Armada Argentina, matrícula 1-F-1.

El 5 de agosto de 1969, el TC-62 partió de Comodoro Rivadavia, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y la Base Aeronaval Petrel, y regresó en vuelo directo a El Palomar. Luego, el 3 de octubre de 1969, participó junto a los TC-61 y TC-63 en la primera y única misión de combate paracaidista de los Hércules en Argentina, desplegando, junto a seis aviones DC-3/C-47, a 360 paracaidistas del Ejército Argentino en una operación de búsqueda y destrucción en los alrededores de La Calera, Córdoba.

El 9 de octubre de 1969, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y lanzó suministros para la Patrulla Soberanía, encargada de construir la primera pista de tierra en el continente antártico. Posteriormente, el 30 de junio de 1970, participó en la primera evacuación aeromédica desde la Antártida, transportando dos helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-31 y H-33), que permitieron la evacuación del jefe de la Estación Científica Almirante Brown.

El 17 de mayo de 1971, el TC-62 marcó otro récord al realizar el primer vuelo directo entre Buenos Aires (El Palomar) y la Base Marambio, cubriendo 3.265 km en 6 horas y 45 minutos. El 17 de agosto de 1972, arrojó dos toneladas de carga sobre la Estación Aeronaval Petrel y aterrizó en la Base Marambio, donde realizó otra misión de rescate. En esa ocasión, desembarcó los helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-32 y H-33), que al día siguiente evacuaron a un paciente desde la Base Esperanza hasta Marambio, regresando luego al continente.

El trágico final del TC-62

El 28 de agosto de 1975, el TC-62 fue derribado durante un atentado terrorista en el marco del Operativo Independencia, la campaña militar para erradicar al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otras organizaciones subversivas que intentaban establecer una "zona liberada" en Tucumán.

Ese día, la aeronave transportaba efectivos de Gendarmería Nacional que regresaban a sus hogares tras haber asistido a la población civil en una inundación. A las 13:00 horas, bajo el mando del Vicecomodoro Héctor A. Cocito, el Mayor Carlos J. Beltramone, el Capitán Francisco F. Mensi y los Suboficiales Mayores Fortunato Barrios, José Perisinotto y Clyde Pardini, además del Cabo Principal Eduardo Fattore, el TC-62 inició la carrera de despegue en el aeropuerto de Tucumán.

Sin que las fuerzas de seguridad lo advirtieran, un vehículo identificado con los logos de Agua y Energía estaba estacionado a poca distancia de la pista, operado por un militante montonero infiltrado en la estación aérea. Desde allí, se coordinó la activación de una carga explosiva oculta en un túnel bajo la pista, en el marco de la llamada Operación Gardel, un atentado planificado por Montoneros.

El explosivo, compuesto por una semiesfera de 10 kg de TNT, 60 kg de diametón y 90 kg de amonita dispuestos en forma de cono, estaba conectado a un cable de 250 metros que lo vinculaba con una batería de 12V en el vehículo. La detonación fue activada por control remoto en el momento exacto en que el Hércules pasaba sobre la alcantarilla, provocando una explosión devastadora.

Este atentado marcó la única pérdida de un C-130 argentino en un ataque directo. La tragedia dejó como saldo la muerte de toda la tripulación y de los gendarmes que transportaba. El ataque evidenció el nivel de infiltración y la capacidad operativa de las organizaciones subversivas en aquel período, siendo un hito en la escalada de violencia que afectó al país en los años siguientes.




En el preciso momento en que el TC-62 iniciaba su despegue, alcanzando una velocidad de 200 km/h y habiendo recorrido aproximadamente 800 metros desde la cabecera 18, la carga explosiva fue detonada. La explosión, de gran potencia, impactó de lleno en la aeronave cuando esta apenas se había elevado a unos pocos metros del suelo, envolviéndola en llamas y provocando su caída inmediata. Eran las 13:05 horas.

Según el testimonio de un tripulante que logró sobrevivir, en el instante previo a la detonación percibió cómo la pista parecía levantarse, formando un hongo negro de escombros compuesto por bloques de concreto y tierra. La explosión se produjo entre 100 y 150 metros por delante de la aeronave, con un desfase de apenas dos segundos.

El piloto, en un intento instintivo de recuperar el control, intentó ascender, pero la potencia del avión no fue suficiente para ejecutar la maniobra. La onda expansiva golpeó al Hércules en actitud ascendente, cuando se encontraba a una altura estimada de entre 12 y 15 metros. Como resultado, la aeronave se inclinó sobre su derecha, comenzó a incendiarse y cayó violentamente sobre la pista, deslizándose alrededor de 400 metros antes de detenerse.

Dentro de la cabina y la bodega de carga, la confusión era total. Los ocupantes, aturdidos por la explosión y el impacto, no lograban comprender lo que estaba ocurriendo. En cuestión de segundos, el interior del avión se llenó de humo y fuego, desatando el caos entre quienes aún permanecían con vida.





A bordo del TC-62 viajaban 114 efectivos del Equipo de Combate San Juan de la Gendarmería Nacional Argentina, quienes se dirigían a la provincia de San Juan. El compartimiento de carga estaba completamente ocupado cuando se produjo la explosión.

El atentado dejó un saldo de 6 gendarmes fallecidos y más de 60 heridos, de los cuales 9 sufrieron heridas de gravedad. Además, 6 miembros de la tripulación de la Fuerza Aérea Argentina resultaron heridos, entre ellos el Vicecomodoro Héctor A. Cocito, quien años más tarde rendiría homenaje al sistema de armas Hércules en una emotiva declaración: Ver video.


Tras ser alcanzado por la explosión, el TC-62 se precipitó a tierra y se destrozó al impactar contra la pista. El fuselaje se partió, lo que permitió que muchos tripulantes y pasajeros lograran escapar, mientras el avión quedaba envuelto en llamas.

En las zonas cercanas, especialmente en las inmediaciones del Barrio San Cayetano, se desataron escenas de pánico entre los vecinos, alarmados por la potente detonación. Los restos de la aeronave quedaron dispersos en un radio de aproximadamente 300 metros, mientras que el fuselaje principal ardía a un costado de la pista, envuelto en una densa columna de humo negro visible desde varios kilómetros de distancia.

Poco después, los tanques auxiliares de combustible y los pertrechos militares transportados a bordo comenzaron a explotar en cadena, lo que complicó gravemente las labores de los bomberos y rescatistas. A pesar de las condiciones extremas, estos lucharon contra el fuego e hicieron todo lo posible por asistir a los sobrevivientes atrapados entre los restos del Hércules en llamas.




Muchas vidas fueron salvadas gracias a la valentía y el esfuerzo de bomberos, vecinos de la zona, tripulantes del Hércules y gendarmes que, tras lograr escapar inicialmente, regresaron una y otra vez para rescatar a sus compañeros atrapados entre los restos del avión en llamas.

Entre estos actos heroicos, destacó la acción del Gendarme Raúl Remberto Cuello, quien, habiendo salido ileso del Hércules, regresó en múltiples ocasiones al interior del fuselaje para socorrer a sus compañeros. En su último intento, quedó atrapado por las llamas y perdió la vida por asfixia.

Los gendarmes fallecidos en el derribo del Hércules TC-62 fueron:

  • Sargento 1° Pedro Yáñez
  • Sargento 1° Juan Riveros
  • Gendarme Marcelo Godoy
  • Gendarme Juan Argentino Luna
  • Gendarme Evaristo Gómez
  • Gendarme Raúl Remberto Cuello

El contexto legal y político de la época

En el momento del atentado, Argentina se encontraba en un Estado de Guerra legal y constitucional. Esto fue consecuencia de la declaración de guerra realizada en 1974 por las organizaciones Montoneros-JP y ERP-PRT contra el Estado argentino. En respuesta, el gobierno de la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón y el vicepresidente provisional en ejercicio Ítalo Argentino Luder, ambos elegidos democráticamente con el 62% de los votos, emitieron los Decretos 261/75, 2770/75, 2771/75 y 2772/75 en febrero de 1975, estableciendo formalmente la lucha contra la insurgencia.

Estos decretos fueron ratificados por unanimidad en ambas Cámaras del Congreso de la Nación Argentina, legitimando la respuesta del Estado ante la escalada de violencia. Sin embargo, años después, con la llegada de la democracia en 1983, el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín emitió los Decretos 157/83 y 158/83, los cuales, de manera controvertida, desconocieron la validez de aquellas decisiones, permitiendo así el enjuiciamiento de quienes participaron en la lucha contra la subversión durante el conflicto.

Este cambio de criterio jurídico y político sigue siendo motivo de debate en la historia argentina, marcando un punto de inflexión en la interpretación legal de los acontecimientos de aquellos años.



Casi siete años después, en junio de 1982, en plena Guerra de Malvinas, otro C-130E (ya convertido en H), el TC-63, sufriría un destino similar al del TC-62. Esta aeronave formaba parte de los 11 Hércules de la I Brigada Aérea de El Palomar que participaron activamente en el conflicto, desempeñando misiones esenciales para el abastecimiento y apoyo logístico de las tropas argentinas en las islas.

El 1° de junio de 1982, el TC-63 recibió la Orden Fragmentaria 2258, que lo asignaba a una de las peligrosas misiones conocidas como "Vuelos Locos". Sin armamento, sin sistemas de autodefensa y sin escolta, debía operar en una zona de altísimo riesgo, tal como los Hércules habían hecho en múltiples ocasiones, violando el bloqueo aéreo enemigo para abastecer a las tropas en Malvinas.

La misión del TC-63 consistía en un reconocimiento naval sobre una posición extremadamente peligrosa, ubicada 100 km al norte de la desembocadura del Estrecho de San Carlos, donde se concentraban las fuerzas aeronavales británicas. A las 6:30 de la mañana, despegó de Comodoro Rivadavia con el indicativo "Tiza", tripulado por siete valientes aviadores:

  • Capitán Rubén Martel (piloto)
  • Capitán Carlos Krause (copiloto)
  • Vicecomodoro Hugo Meisner (navegador)
  • Capitán Miguel Cardone
  • Capitán Carlos Cantezano
  • Suboficial Principal Julio Lastra
  • Suboficial Ayudante Manuel Albelos

El Hércules volaba a una velocidad promedio de 590 km/h, manteniéndose a la menor altitud posible para evitar la detección enemiga. Durante su patrulla, ascendía periódicamente para realizar barridas de radar y luego volvía a descender para continuar su recorrido a ras del mar.

El ataque británico

A las 10:35 horas, mientras realizaba una de sus barridas de radar a 40 km del Estrecho de San Carlos, el TC-63 fue detectado por la fragata HMS Minerva, que de inmediato transmitió la información a una Patrulla Aérea de Combate (PAC) británica en la zona.

La patrulla estaba integrada por dos cazas BAe FRS-1 Sea Harrier de la Royal Navy, pertenecientes al 801 Squadron de la Fleet Air Arm. Sus pilotos eran:

  • Lt. Cdr. Nigel David "Sharkey" Ward (Sea Harrier XZ451)
  • Lt. Steve Thomas

Ambos cazas estaban finalizando su patrulla y contaban con poco combustible, por lo que fueron vectoreados de inmediato hacia el Hércules. Ward utilizó el radar Blue Fox de su Sea Harrier para localizar al TC-63, pero las nubes dificultaban la identificación visual. Ante esta situación, decidió descender mientras Thomas se mantenía a unos 900 metros de altitud.

En pocos segundos, Ward avistó al Hércules volando a muy baja altura, aproximadamente 60 metros sobre el mar y en rumbo oeste. La tripulación del TC-63 ya sabía que había sido detectada, pero desconocía que el ataque era inminente. Según los reportes, la aeronave mantuvo su rumbo recto y nivelado, sin realizar maniobras evasivas.





Según relató posteriormente el Teniente Steve Thomas, uno de los pilotos británicos involucrados en el ataque:

"Sharkey (Ward) lo tomó en su radar; el avión iba rumbo al oeste. Pensamos que podría ser un C-130H por su baja velocidad. Ward descendió (entre nubes) para atacar. Yo permanecí sobre la capa, a 3.000 pies, en caso de que el avión ascendiera por sobre ella. Luego, Ward informó que tenía un Hércules a la vista, a una distancia de aproximadamente seis millas, y descendí para reunirme con él. Salí de las nubes justo a tiempo para ver un misil saliendo de su avión, y al frente divisé al Hércules volando a 200 pies, en vuelo recto y nivelado."

En ese momento, Ward disparó su primer misil, pero debido a la gran distancia y la falta de energía, el proyectil perdió impulso y cayó al mar sin alcanzar el objetivo.

Ante esto, Ward se acercó aún más y lanzó un segundo misil, que impactó entre los dos motores derechos del Hércules, provocando de inmediato un incendio en la aeronave. Sin embargo, el TC-63 continuaba en vuelo, resistiendo el ataque.

Decidido a asegurar la destrucción del avión argentino, Ward, a pesar de la escasez de combustible que ya comprometía su propia seguridad, se aproximó aún más y vació sus cañones Aden de 30 mm sobre el Hércules.

Finalmente, el TC-63 entró en una espiral descontrolada hacia la izquierda. En su caída, el ala tocó el mar, lo que provocó que el avión girara sobre sí mismo y se desintegrara al impactar contra el agua.





Muchos han cuestionado la pasada final con cañones sobre el TC-63, argumentando que, dado el grave daño que ya había sufrido, sus pilotos probablemente habrían intentado un amerizaje de emergencia en el mar. Aunque esta maniobra era prácticamente suicida debido al fuerte oleaje, representaba su única posibilidad de supervivencia. En ese escenario, si lograban sobrevivir al impacto, podrían haber evacuado la aeronave y esperado un eventual rescate por parte de las fuerzas británicas.

Sin embargo, en el contexto de la guerra, no había margen para riesgos. Tanto los Sea Harrier como los aviones argentinos habían demostrado su capacidad de soportar daños extremos y continuar en vuelo, por lo que dejar a un Hércules averiado sin asegurarse de su destrucción no era una opción táctica viable. Además, los Sea Harrier ya estaban con el combustible al límite, lo que les impedía seguir a la aeronave o correr el riesgo de ser interceptados por Mirage IIIEA o Dagger A argentinos, que en cualquier momento podrían aparecer en la zona.

En una situación similar, cualquier piloto interceptor argentino habría hecho lo mismo. De hecho, el 21 de mayo de 1982, la fragata HMS Ardent fue devastada en el Estrecho de San Carlos por repetidas oleadas de A-4P, A-4Q y Dagger A argentinos. Aunque el buque ya estaba en llamas y prácticamente perdido, los ataques continuaron hasta aniquilarlo junto con gran parte de su tripulación, incluso cuando la nave ya no tenía capacidad de defensa.

A pesar de ello, en Gran Bretaña nadie acusó de asesinos a los pilotos argentinos que, cumpliendo con su deber, aniquilaron al enemigo en combate. El caso de los Sea Harrier contra el TC-63 no fue diferente: en la guerra, la misión no se considera cumplida hasta que el objetivo ha sido completamente neutralizado.





Horas después de perder contacto con el TC-63, un Lear Jet de la Fuerza Aérea Argentina, pilotado por el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina, despegó en una misión de búsqueda y reconocimiento. A bordo lo acompañaba el Comodoro Ronaldo Ferri, quien, ante la pérdida de una de sus aeronaves, decidió abandonar su puesto de mando para colaborar directamente en la operación de localización, a pesar del alto riesgo de emboscada por parte de aviones británicos.

Este hecho desmiente, como en tantas otras ocasiones, el mito de que los mandos argentinos no asumieron riesgos durante la guerra. A pesar de ser conscientes de la presencia de Patrullas Aéreas de Combate (PAC) enemigas, decidieron llevar adelante la misión.

Sin embargo, mientras intentaban identificar la zona del derribo, fueron interceptados por cazas británicos, lo que los obligó a retirarse antes de poder confirmar la ubicación exacta de los restos del TC-63.

Trágicamente, seis días después, el 7 de junio de 1982, el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina también perdería la vida, cuando el Lear Jet en el que volaba fue derribado por un misil antiaéreo Sea Dart, disparado desde un buque británico.





De los "Tres Marías", que tuvieron su bautismo de combate hace exactamente 50 años, solo el TC-61 logró sobrevivir. A diferencia de sus dos compañeros, este Hércules sigue en servicio, siendo el más longevo de todos los operados por la Fuerza Aérea Argentina.

El TC-61 llegó al país en noviembre de 1968 y, al igual que el TC-62 y el TC-63, fue asignado a la I Brigada Aérea, inicialmente en el Grupo II de Transporte, Escuadrón de Transporte Aerotáctico, a partir del 23 de diciembre de ese año. Posteriormente, pasó a integrar el Escuadrón I, Grupo I de Transporte de la misma brigada.

Su historial de servicio es extenso. Participó en la primera misión de combate del Sistema de Armas Hércules y en la única operación paracaidista de combate llevada a cabo por fuerzas aerotransportadas argentinas, el 3 de octubre de 1969.

Un año después, el 11 de abril de 1970, marcó un hito en la historia de la aviación argentina al convertirse en el primer C-130 Hércules en aterrizar en la pista recién construida de la Base Aérea Vicecomodoro Marambio, de 1.200 metros de longitud. Desde ese momento, se convirtió en un pilar fundamental del puente aéreo entre el continente y la Antártida Argentina.

A lo largo de su carrera operativa, también participó en la Guerra Antisubversiva. En 1977, fue actualizado al estándar C-130H, y un año después operó activamente durante la crisis con Chile de 1978.

En 1982, el TC-61 fue desplegado una vez más en combate, cumpliendo misiones esenciales durante la Guerra de Malvinas, consolidando su legado como una de las aeronaves más importantes en la historia de la Fuerza Aérea Argentina.





Ya avanzado el siglo XXI, la flota de Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, que en su momento de mayor capacidad llegó a operar 15 unidades, alcanzó su punto más alto en 2001, con 13 aeronaves simultáneamente operativas.

Sin embargo, tras la crisis política de diciembre de ese año y la posterior llegada al poder de un sector político hostil a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, estas instituciones fueron objeto de un desmantelamiento sistemático, y el Sistema de Armas Hércules no fue la excepción.

Como consecuencia de años de desinversión y falta de mantenimiento, la disponibilidad operativa de la flota se redujo drásticamente, al punto que, para fines de 2015, solo una aeronave permanecía en servicio.





Si bien Argentina ingresó al programa del avión de transporte multiusos brasileño EMBRAER EMB KC-390, a través de la empresa FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones), como socio de riesgo y comprometiéndose a adquirir seis unidades para la Fuerza Aérea Argentina, hasta la fecha no ha cumplido con dicho compromiso y no ha realizado ningún pedido formal del KC-390.

Ante la necesidad de mantener operativa su flota de transporte estratégico, se hizo imperiosa la modernización de los C-130 Hércules en servicio. Esta actualización incluyó mejoras en sus capacidades operativas, permitiendo:

  • Búsqueda y rescate de personas en mar o tierra, tanto de día como de noche.
  • Optimización de rutas de vuelo, facilitando trayectos más directos hacia zonas de emergencia.
  • Mayor precisión en el lanzamiento de cargas y personal.

Para ello, en 2013, los gobiernos de Estados Unidos y Argentina acordaron un programa de "remoción de obsolescencias", destinado a la modernización de cinco Hércules C/KC-130H aún en servicio en la Fuerza Aérea Argentina.

Este contrato, valuado en aproximadamente 75 millones de dólares, no incluyó al Hércules L-100-30, que hasta el momento sigue fuera del plan de actualización.





El acuerdo fue firmado con la empresa estadounidense L-3, lo que permitió la capacitación de técnicos argentinos en la integración y operación de nuevas tecnologías, otorgando a FAdeA experiencia en el área y el desarrollo de nuevas capacidades en mantenimiento y modernización de aeronaves.

Como parte del programa, se envió un avión KC-130H matriculado TC-69 a Estados Unidos, donde sirvió como prototipo de modernización. Al mismo tiempo, en Argentina, se trabajó en la actualización de otro Hércules, seleccionado entre los más veteranos en servicio: el TC-61, último superviviente del trío original de C-130E y segunda aeronave en completar el proceso de modernización.

Las mejoras implementadas en los Hércules incluyeron:

  • Nuevos sistemas de comunicación satelital.
  • Radar de última generación.
  • Instalación de visión electroóptica e infrarroja.
  • Panel de instrumentos digital, con seis pantallas multifunción.
  • Sistema digital de indicador de combustible y control electrónico de hélices.
  • Modificación del sistema de iluminación de cabina, compartimiento de carga y exterior para hacerlo compatible con equipos de visión nocturna.

Este proceso permitió estandarizar y renovar la flota de C-130H/KC-130H, asegurando su operatividad y mejorando sus capacidades para misiones de transporte, reabastecimiento, búsqueda y rescate.





Los trabajos de modernización, una vez iniciados, se completaron en un plazo de 10 meses y requirieron la participación de más de 150 técnicos e ingenieros de FAdeA. A lo largo de 47.000 horas de trabajo, la empresa estatal logró cumplir en tiempo y forma con los requerimientos de la Fuerza Aérea Argentina, consolidando su capacidad para llevar adelante este tipo de proyectos.

De esta manera, a finales de 2016, el TC-61 se convirtió en el primer avión de transporte de la Fuerza Aérea Argentina modernizado íntegramente en el país, a través de la Fábrica Argentina de Aviones "Brigadier General San Martín" S.A..

El Hércules recibió las mismas actualizaciones que previamente había incorporado el TC-69, modernizado en la sede de L3 en Waco, Texas. Durante ese proceso en EE.UU., técnicos de FAdeA participaron activamente, adquiriendo conocimientos y experiencia que luego permitieron replicar el programa de modernización en Argentina, marcando un hito en la industria aeronáutica nacional.




Entre 2017 y 2019, se llevó a cabo la modernización de otros tres Hércules, con los dos últimos ingresando a FAdeA para completar el proceso. Esto permitió extender la vida útil de la flota de transporte de la Fuerza Aérea Argentina por al menos 20 años más, dotándola de equipamiento de última generación para misiones de carga, abastecimiento, exploración, búsqueda y rescate en condiciones extremas.

Sin embargo, la modernización no incluyó sistemas de contramedidas defensivas, dejando a los Hércules vulnerables en entornos hostiles.

El TC-61, último sobreviviente del trío de Hércules que en 1968 revolucionaron el transporte aéreo militar en Argentina, continúa en servicio y se estima que podrá operar por al menos dos décadas más, manteniendo su legado al servicio de la Patria.

La memoria selectiva en la historia argentina

Desde hace décadas, en Argentina los actos de gloria y honor en defensa de la Patria han sido valorados según la conveniencia política del momento. Los hechos históricos, sus protagonistas y sus significados han sido ignorados, tergiversados o directamente negados, dependiendo de los intereses del poder de turno.

Se suele olvidar que las libertades y la institucionalidad —aun corrompidas y degradadas— son el resultado del sacrificio de hombres que defendieron el país en diferentes escenarios, enfrentando amenazas internas y externas. Desde las luchas contra el dominio español, pasando por la defensa de la soberanía en la Vuelta de Obligado, la Conquista del Desierto, los conflictos contra las invasiones extranjeras y la lucha contra la insurgencia en los años 70, hasta la Guerra de Malvinas, todos fueron combates en defensa de la Nación, más allá de que los resultados hayan sido victorias o derrotas.

Hoy, en el 50° aniversario del Bautismo Operativo Paracaidista del Ejército Argentino y del bautismo de combate del Sistema de Armas Hércules, aquellos pioneros que, el 3 de octubre de 1969, saltaron desde los Hércules y Skytrain/Dakota al grito de:

"Con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."

son ignorados.

No solo por el estamento político y los medios de comunicación, sino también por el pueblo argentino, la comunidad paracaidista y, lo que es aún más grave, por el mismo Ejército Argentino y los mandos de la IV Brigada Aerotransportada, que han dejado en el olvido a quienes escribieron una página fundamental en la historia de la fuerza.

Así, la memoria de aquellos que arriesgaron sus vidas en defensa del país parece desvanecerse, del mismo modo en que muchos argentinos han olvidado la responsabilidad que conlleva el ejercicio del poder y el destino de la Nación.





Y después esos mismos olvidadizos son los que preguntan ¿y los militares, y la policía, y la justicia dónde están?... Pues donde los han puesto, fuera de todo proceso social y nacional que no esté ligado con un interés político-ideológico en particular.