Mostrando las entradas con la etiqueta pueblos originarios. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta pueblos originarios. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de marzo de 2025

Argentina: La masacre peronista de Rincón Bomba

Rincón Bomba: el silencio de Perón y la masacre étnica en Formosa que fue ocultada durante más de medio siglo


En 1947, durante el primer gobierno de general, la Gendarmería, con el apoyo de la Fuerza Aérea, mató entre 500 y 750 hombres y mujeres del pueblo aborigen pilagá, por temor a un “un ataque indígena”. Más de setenta años después, la justicia calificó la acción como “genocidio”, aunque jamás llegó a condenar a los responsables
El pueblo indígena pilagá fue masacrado en 1947 y el horror fue silenciado durante más de medio siglo

En marzo de 2020, la Cámara Federal de Resistencia declaró que la masacre contra el pueblo indígena pilagá en la zona de Rincón Bomba, Formosa, debía ser calificado como un “genocidio”. El crimen contra el pueblo indígena, llevado a cabo por fuerzas de la Gendarmería y la Fuerza Aérea, era de larga data. Había sido perpetrado el 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón. La sentencia ordenó la reparación económica colectiva del pueblo pilagá, con inversiones públicas de infraestructuras y becas de estudio, pero no la reparación individual de los familiares de las víctimas de la etnia.

La represión de los aborígenes era una triste herencia del peronismo, gestada desde la División de Informaciones Políticas de la presidencia de la Nación
, que dirigía el comandante de Gendarmería, general Guillermo Solveyra Casares.

Solveyra había creado y comandado el primer servicio de inteligencia de la fuerza en la década del ‘30 e internó a los gendarmes, vestidos de paisanos, en los bosques del Territorio del Chaco para buscar información que ayudara a capturar a Segundo David Peralta, alias “Mate Cosido” -a quien popularizó León Gieco en el tema “Bandidos rurales”- y otros bandoleros sociales que atormentaban, con asaltos y secuestros, a gerentes de compañías extranjeras y estancieros.

Para la época de la masacre del pueblo pilagá, Solveyra Casares tenía su despacho contiguo al del presidente Perón en la Casa Rosada y participaba en las reuniones de gabinete.

En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea.

La operación había sido ordenada por el escuadrón de Gendarmería de la localidad de Las Lomitas en respuesta al temor a una “sublevación indígena”.

Para reducir ese temor, exterminaron a los indígenas.

El conflicto se había iniciado unos meses antes.

En abril de 1947, miles de hombres, mujeres y niños de diferentes etnias marcharon hacia Tartagal, Salta, en busca de trabajo. La Compañía San Martín de El Tabacal, propiedad de Robustiano Patrón Costas, se había interesado en contratar su mano de obra para la explotación azucarera.

Patrón Costas era el representante político de los terratenientes. Había fundado la Universidad Católica de Salta, luego fue gobernador de esa provincia y presidente del Senado de la Nación. Su candidatura a presidente por el régimen conservador se malogró en 1943 por el golpe militar del GOU. También se acusaba a Patrón Costas de apropiarse de tierras indígenas en Orán.

Lo cierto es que una vez que llegaron a Tartagal, los caciques se rehusaron a que los hombres y mujeres de la etnia trabajasen en condiciones de esclavitud. Habían acordado una paga de 6 pesos diarios y cuando iniciaron sus labores les pagaron 2,5.

En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea

Patrón Costas decidió echarlos y los aborígenes retornaron a sus comunidades. Eran cerca de ocho mil.

El regreso se hizo en condiciones miserables, con una caravana que arrastraba enfermos y hambrientos. Durante varios días de marcha, desandaron a pie más de 100 kilómetros hasta llegar a Las Lomitas.

La caravana estaba compuesta por mocovíes, tobas, wichís y pilagás, la etnia más numerosa. Tenían la costumbre de raparse la parte delantera del cuero cabelludo, hablaban su propio idioma, además del castellano, y habitaban en varios puntos de Formosa. Vivían como braceros de los terratenientes, o de lo que cazaban y recolectaban.

Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba.

La Comisión de Fomento del pueblo pidió ayuda humanitaria al gobernador del Territorio Nacional, Rolando de Hertelendy, nacido en Buenos Aires y educado en Bélgica, y designado en el cargo por el Poder Ejecutivo el 10 de diciembre de 1946.

La falta de recursos en las arcas de la tesorería del Territorio hizo que Hertelendy trasladara el pedido al gobierno nacional.

Perón reaccionó rápido. Conocía el tema.

En el año 1918, al frente de una comisión militar, había ido a negociar con obreros de La Forestal en huelga en el bosque chaqueño y había logrado apaciguar el conflicto. Les había aconsejado que hicieran los reclamos de buenas maneras.

De inmediato, Perón ordenó el envío de tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.

Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba

En la segunda quincena de septiembre de 1947, la Dirección Nacional del Aborigen ya los tenía en su poder en la estación de Formosa.

Pero la carga fue recibida con desidia por las autoridades. La ropa y las medicinas fueron robadas, los alimentos quedaron a la intemperie varios días y luego fueron trasladados a Las Lomitas para ser entregados a los aborígenes. Ya estaban en estado de putrefacción.

El consumo provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir. Los indios denunciaron que habían sido envenenados. Las madres intentaban curar a sus bebés muertos en sus brazos.

El asentamiento indígena se convirtió en un mar de dolores y de llantos que retumbaban en el pueblo. El cementerio de Las Lomitas aceptó los primeros entierros, pero luego les negó el paso del resto de los cuerpos. Ya había más de cincuenta cadáveres.

Los indígenas los llevaron al monte y enterraron a los suyos con cantos y danzas rituales.

El consumo de los alimentos enviados, que por desidia estaban en mal estado, provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir

En Las Lomitas se instaló la creencia de que ese grupo de enfermos y famélicos estaba preparando una venganza. Se difundió el rumor del “peligro indígena”, una rebelión en masa contra las autoridades y los vecinos del pueblo.

Desde hacía días, las madres aborígenes golpeaban las puertas del cuartel de la Gendarmería y de las casas de Las Lomitas con sus hijos. Al principio se las ayudó. Pero de un día para otro se las dejó de recibir. La fuerza armó un cordón de seguridad en su campamento y no se les permitió el ingreso al pueblo.

Más de cien gendarmes armados las vigilaban con ametralladoras.

El 10 de octubre de 1947 se reunieron el cacique Nola Lagadick y el segundo jefe del escuadrón 18 de Las Lomitas, comandante de Gendarmería Emilio Fernández Castellano. Era una entrevista a campo abierto.

El comandante tenía dos ametralladoras pesadas apuntando contra la multitud de indígenas, dispuestos detrás de su cacique. Eran más de mil, entre hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos portaban retratos de Perón y Evita.

El cacique exigió ayuda a la Gendarmería. Querían tierras para la explotación de pequeñas chacras, semillas, escuelas para sus hijos. Invitó al comandante para que visitara el campamento y tomara conciencia de sus miserias.

Hay distintas versiones de cómo sucedieron los hechos.

Una indica que los aborígenes comenzaron a avanzar hacia la reunión. Otra, que los hechos se desencadenaron como ya habían sido planeados: provocar una “solución final” al problema indígena en el Territorio de Formosa.

Como fuese, la fuerza estatal abrió fuego contra la etnia desarmada. Lo hizo con ametralladoras, carabinas y pistolas automáticas. Fernández Castellano se sorprendió del ataque y ordenó detenerlo. Sus dos baterías no habían disparado. Pero el segundo comandante Aliaga Pueyrredón, que no estaba de acuerdo con parlamentar con los indígenas, había desplegado ametralladoras en puntos estratégicos y acababa de dar la orden.

El ataque provocó la huida de la etnia pilagá hacia el monte. Algunos arrastraban los cadáveres de sus familiares. Los heridos fueron siendo rematados. La persecución continuó durante la noche; los gendarmes lanzaron bengalas para iluminar un territorio que desconocían. Desde el pueblo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras.

La Gendarmería continuó la matanza porque no quería testigos. Muchos civiles de Las Lomitas, miembros de la Sociedad de Fomento, colaboraron para que el “peligro indígena” cesara en forma definitiva y brindaron asistencia logística. Recorrieron los montes Campo Alegre, Campo del Cielo y Pozo del Tigre para marcar los escondrijos en la espesura.

El trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes, fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. Nadie se hizo eco de la masacre. Perón no pronunció una sola palabra

Muchos cadáveres fueron incinerados. La persecución no dejaba tiempo para enterrarlos. Otros cuerpos fueron tirados en el descampado, en un camino de vacas, y la tierra y la maleza los fueron cubriendo con el paso del tiempo.

El trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes, fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. El diario Norte del Chaco mencionó que había habido un “enfrentamiento armado” ante la sublevación de los “indios revoltosos”.

Los diarios de Buenos Aires, a mediados de octubre de 1947, informaron sobre la incursión de un “malón indio”, para justificar la masacre.

Perón hizo silencio.

Nadie de la Gendarmería fue castigado.

Lo mismo había sucedido en Napalpí, en el Chaco, en 1924, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, aunque en ese caso existió un proceso judicial para convalidar el ocultamiento.

En Las Lomitas no. Se calcula que entre 750 hombres, mujeres y niños de distintas etnias, en especial los pilagás, murieron a manos de la Gendarmería.

Octubre pilagá, relatos sobre el silencio, de Valeria Mapelman

Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie.

La matanza, además de la tradición oral que se extendió en los pilagá, fue narrada por uno de los represores , el gendarme Teófilo Cruz, que publicó un artículo en la revista Gendarmería Nacional.

En 2010 la documentalista Valeria Mapelman estrenó dos documentales sobre la masacre, Octubre pilagá, relatos sobre el silencio y La historia en la memoria en el que logró registrar historias personales de algunos sobrevivientes y sus hijos, y testigos de la masacre.

Dado que la incursión de la Gendarmería había contado con el apoyo de un avión con ametralladora, la justicia federal en la última década -cuando se inició el expediente-, llegó a procesar a Carlos Smachetti en 2014, que disparó contra los originarios de la comunidad de pilagá desde un avión que había despegado el 15 de octubre desde la base de El Palomar. Murió al año siguiente, a los 97 años. Otro de los imputados que participó de la masacre como alférez de Gendarmería, Leandro Santos Costa, luego se había graduado de abogado y fue juez de la Cámara Federal de Resistencia. Había utilizado una ametralladora pesada para eliminar a los aborígenes, y la Gendarmería lo había condecorado por su “valerosa y meritoria” intervención en el hecho. Murió en 2011, antes de que el proceso finalizara.

Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie

En su sentencia de 2020, la Cámara Federal destacó la responsabilidad del Estado Nacional al momento de la masacre y lo condenó a reparaciones colectivas, un monumento en el lugar de la masacre, incluir el 10 de octubre como fecha recordatoria, becas estudiantiles a jóvenes escolarizados y un dinero anual para inversiones de infraestructura y otro para sostener a la Federación de pilagá. Y calificó la masacre como genocidio, que había sido rechazada por primera instancia.

Pasaron más de siete décadas del crimen masivo, y las comunidades indígenas perdieron sus tierras y los montes fueron arrasados por las topadoras. Todavía viven en las vías muertas de los ferrocarriles o en la periferia de las ciudades, en busca de una vivienda, un trabajo o algo para comer. Como hace más de setenta años.

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado es “Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva Montonera”. Ed. Sudamericana, noviembre de 2021.












viernes, 13 de septiembre de 2024

Teoría de la guerra: Guerra pre-Edad de Bronce entre tribus en Papúa Occidental, 1963

Dos tribus se unen, un encuentro que normalmente termina en violencia, pero cuando el hombre primitivo aprende a comerciar en lugar de luchar, ambas tribus se benefician.



Guerra anterior a la edad de bronce entre dos tribus en Papúa Occidental, 1963

sábado, 24 de febrero de 2024

Confederación Argentina: La primera conquista del desierto de 1833

La Primera Conquista del Desierto en 1833




Iconografía del general Juan Manuel de Rosas en la expedición a los "Desiertos del Sud", en la provincia de Buenos Aires en 1833.

La segunda Campaña al Desierto fue una expedición militar que el exgobernador Juan Manuel de Rosas realizó entre principios de 1833 y marzo de 1834, durante el gobierno de Juan Ramón Balcarce en la provincia de Buenos Aires, y con el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza.
El director de la campaña fue Juan Facundo Quiroga y la campaña fue realizada en tres columnas al mando de: José Félix Aldao (comandante general de Mendoza), José Ruiz Huidobro (comandante de la frontera sur de Córdoba) y del propio Rosas.
La campaña estuvo financiada por la provincia de Buenos Aires y por los los estancieros porteños preocupados por la amenaza indígena sobre sus propiedades. Los objetivos de la campaña eran someter a la obediencia criolla a los indígenas del desierto, terminar con los malones indios que asolaban a las poblaciones interiores, rescatar a quienes estaban cautivos de los indígenas, incorporar tierras para la agricultura y la ganadería y efectivizar las soberanías provinciales sobre esos territorios.
La Gaceta Mercantil de Buenos Aires publicó el 24 de diciembre de 1833 que el saldo de la campaña resultó en 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y 1.000 cautivos blancos rescatados.

sábado, 21 de octubre de 2023

Conquista del desierto: Combate de Los Ramplones

Combate de Los Ramplones






Combate de Los Ramplones - 28 de Octubre de 1879



Los Ramplones eran unas lagunas que se formaban con las caídas pluviales, en los cajones de los Chihuidos del Medio, a tres leguas de Paso de Hacha, sobre el río Neuquén, y en el Departamento Añelo. En el invierno se secaban. En ese lugar el 28 de octubre de 1879 se enfrentaron las tropas del 7º de Caballería de Línea, al mando del capitán Vicente Pérez, con indios de la pampa que se encontraban asilados en las tolderías neuquinas.

El parte oficial firmado por el teniente coronel Napoleón Uriburu dice lo siguiente: “Señor Inspector General de Armas: El 28 de octubre pasó una partida de setenta indios desde el Agrio a los Ramplones y el capitán Pérez, del 7º de Caballería, al sentirlos, les salió al encuentro, los batió, los persiguió doce leguas hasta obligarlos a repasar el Neuquén en el Paso de los Indios. Mató varios de ellos y les quitó 52 de los caballos que traían; le mataron a él un soldado.



Los indios traían cinco carabinas Remington. Es de opinión del capitán Pérez y la mía también, que esos indios que no tienen nada que robar en toda la costa y aún separándose de ella, tenían intención de pasar a la Pampa a buscar sus antiguas guaridas.

Esta opinión esta basada en los comestibles de que venían cargados, en la reserva de caballos que traían y en la dirección que persistían tomar después de derrotados.

En el momento en que los indios tengan caballos tratarán de buscar un resquicio para pasar a la Pampa. En el mes de enero, que dicen disminuyen las aguas y las crecientes de los ríos, tendrán muchos más pasos que los que hoy pueden encontrar en donde tanto ellos cono nosotros perdemos hombres cada vez que se vadea. Saludo a V. E.”

Gracias a la búsqueda de documentación que efectuó el historiador Bartolomé Galíndez se puede apreciar mejor la situación apelando a la correspondencia particular del referido comandante de la 4ª División, quién en dos cartas a Francisco Uriburu le hace saber otros aspectos que completan mejor el panorama. En efecto, desde Mendoza le dice en la primera de ellas, el 17 de octubre de 1879: “Estoy a la expectativa de una anunciada invasión de los indios del Sud. Todos los indicios son de que se realizará. Pues han tomado a los bomberos que mandé para que trajeran noticias. Si tuviera caballos les evitaría el trabajo de venir, pero a pie no dejaré se me acerquen mucho”.

El 6 de noviembre le escribe desde el Fuerte 4ª División y le informa: “Los indios de la pampa asilados al Sud del Neuquén, y auxiliados por los pehuenches, van mejorando sus caballos y prometen volver a sus antiguos campos para continuar sus malones interrumpidos por la corrida que les pegamos el 28 de octubre”.

Sigue detallándole el encuentro con los indios y aporta la observación muy importante de que “no traían familias”, lo que sumado a los otros antecedentes ya anunciados en el parte, daban la pauta de la actitud belicosa que llevaban.

Muchos indios en la pampa lograban eludir el cerco y las batidas de las tropas nacionales, y aunados a otros que regresaban desde las tierras neuquinas, donde habían conseguido dejar a salvo a sus familias (chusma) y equiparse de las indispensables cabalgaduras, dieron mucho que hacer a las tropas destacadas en la antigua línea de defensa, principalmente en la provincia de Buenos Aires.


Fuente

  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Galíndez, Bartolomé – La conquista al Desierto, Doc. relacionados con las expediciones a Sta. Cruz y Río Negro – (1940).
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Raone, Juan Mario – Fortines del desierto – Rev. y Biblioteca del Suboficial – Vol Nº 143, 1969.

jueves, 23 de marzo de 2023

Conquista del desierto: Combate de Paragüil

Combate de Paragüil

Revisionistas







Monolito que recuerda el sitio en donde se libró el combate de Paragüil

El 1 de marzo de 1876 el coronel Salvador Maldonado tiene que hacer frente en Horquetas del Sauce a 2.500 lanzas, que resultan batidas. Pero, rehechos los indígenas del revés sufrido, vuelven a irrumpir en los poblados, y son nuevamente vencidos por el coronel Victoriano Rodríguez y el teniente coronel Antonio Dónovan en el Paso de los Chilenos. El salvaje combatía con furia a pie o a caballo, como lo demostró en el combate de La Tigra, cuando miles de vacunos, lanares y yeguarizos eran arreados para la toldería. Después de dos días de seria refriega, los comandantes Vintter y Freire consiguen arrebatarle 250.000 cabezas.

Sin embargo, la batalla decisiva que dio en tierra con el propósito terrorista y de intimidación de esta serie pavorosa de malones, fue la de Paragüil. Del 16 al 18 de marzo se desata sobre el torturado escenario de Juárez, Tres Arroyos y Necochea una ola brutal de 3.000 jinetes al mando del propio cacique Manuel Namuncurá, de Juan José Catriel y de Pincén. Al coronel Levalle corresponde la grave responsabilidad de hacerles frente. Junto a la laguna de Paragüil se da la más encarnizada batalla de la serie conocida por “invasión grande”. Los indios rugían como bestias embravecidas, resueltos a triunfar o morir en el combate, y la suerte de la batalla se tornaba adversa para Levalle después de cinco horas de sangriento entrevero. La superioridad numérica del aborigen se imponía gradualmente, y ya tocaba a su fin la resistencia de los nuestros, encerrados en un estrecho círculo de lanzas y alaridos, cuando se produce la intervención providencial de Maldonado, “la mejor lanza del ejército, discípulo de Sandes, que entra en la batalla como un ciclón de aceros relumbrantes, a cuya vista el indio se sobrecoge de terror y huye abandonándolo todo y para siempre”. (1)

El coronel Nicolás Levalle dirige la siguiente nota al Ministro de Guerra y Marina, Coronel Alsina: “Campo de Combate, Laguna Paragüy (sic) Marzo 19 de 1876 - Estimado Sr. Ministro y Amigo: Tengo el placer de comunicarle que ayer a las 5 de la tarde he batido a los indios que estaban en este punto, derrotándolos completamente, no habiendo podido efectuar persecución por haberse fraccionado los indios en su derrota, unos hacia el sur, los que probablemente saldrán entre Libertad y Lamadrid, y otros al sur-oeste, lo que me supongo saldrán entre Aldecoa y Defensa. Esto por una parte y por otra, por haber cerrado la noche y estar casi a pie, pues en el trayecto que he recorrido, que son nueve o diez leguas de campo completamente guadaloso, con una caballada que había hecho mas de 40 leguas, se postró completamente, dejando la mayor parte de ella, pues era necesario batirlos a esa hora y en todo trance, después que nos habían descubierto, a fin de que no se llevasen el arreo”


“Sr. Ministro, no puedo calcular en este momento el inmenso arreo que había, debiendo hacerle presente que los indios tenían muchas majadas de ovejas y muchos otros objetos. Sr. Ministro, los indios que había en este punto serían 1.500, lo que me hace suponer que hay indios adentro, y temiéndome que muchos de ellos puedan reunir la inmensa cantidad de hacienda que había aquí que se retiraba para adentro. No pudiendo darle a V.E. datos exactos hasta este momento, pues ha amanecido una neblina tan densa y que dura hasta este momento, que son las 10 de la mañana, que no se distingue a una cuadra de distancia, sin embargo he mandado los tres Regimientos de Caballería a explorar el campo en distintas direcciones, buscando las rastrilladas, los que hasta este momento no tengo parte, sin embargo, abrigo la esperanza que algo mas se puede hacer, pues se han avistado grupos de indios por parte de unos bomberos que acabo de recibir”.
“Sr. Ministro, al terminar ésta, debo hacer presente la brillante comportación de los Regimientos que han chocado, que son el 1º y el 11º, no habiendo cabido tal suerte al Regimiento 5º por haber iniciado su carga apoyado por infantería, a la vista de la que, los indios se retiraron a media rienda, habiendo seguido el Regimiento hasta donde pudo, y completamente cerrada la noche, mande tocar reunión a fin de organizar las fuerzas y que se nos incorporasen grupos de soldados que habían quedado a la retaguardia con los caballos cansados”.

“Sr. Ministro y amigo: Lo felicito con el profundo pesar de que esta jornada no haya sido tan completa como yo deseaba, los indios han dejado treinta y tantos muertos, llevando muchos heridos, por nuestra parte no tenemos mas que dos heridos del Regimiento 1º de Caballería y un soldado de mi escolta, un piquete de 20 hombres del Batallón 5º, la que también una parte de ella cargo. – Nicolás Levalle”

“P.S. Sr. Ministro, entre los indios que había, en su mayor parte eran los de Catriel, los que se han batido bravamente, haciéndonos fuego con muchas carabinas, Remington y revolver, encontrándose Juan José (Catriel) enancado y el que se supone herido. El caballo del coronel Plácido López recibió en la cabeza un balazo de Remignton. Vale”.

Este combate tuvo enormes trascendencias en el curso de la campaña. Cada vez arraigaba con mayor fuerza en la conciencia del enemigo el sentimiento de inferioridad ante la eficaz organización del cristiano. A partir de entonces las cosas fueron de mal en peor para el ambicioso y astuto cacique de la última gran confederación india que dominó en las llanuras. De ahí que empezase a retroceder tierra adentro, dejando para siempre la iniciativa en manos de las tropas nacionales.

Los hombres del gobierno tenían conciencia de su superioridad indiscutida, aunque seguían negociando como de “potencia a potencia”.

En la mayoría de los casos, sin embargo, los frutos de la diplomacia eran malogrados por ejecutores subalternos. El Dr. Alsina trataba de excluir la violencia en beneficio recíproco, eliminando motivos de represalias por parte de los aborígenes; pero éstas se producían fatalmente. Unas veces era porque la yerba o el azúcar ofrecidos no llegaban, o porque las vacas convenidas eran flacas y viejas, otras porque algún indio era maltratado, infringiéndose así la solemne estipulación. Resultaba de todo ello que los indígenas atribuían falta de seriedad al gobierno de los huincas, el que no le merecía crédito ni confianza. Esto y la carencia de recursos los movía muchas veces al malón.

Tal estado de cosas hacía temer la renovación de la lucha secular. Namuncurá trataba de eludir la guerra abierta, siempre que ello no redundase en su descrédito, ni socavase la confianza de las tribus en su jerarquía política y militar.

Informado, ya por los bomberos que espiaban los movimientos de las tropas gubernamentales, ya por la lectura de la prensa de oposición bonaerense, que denunciaba indiscretamente los supuestos errores de los planes ministeriales, y aún, en última instancia, por la impresión directa de sus hábiles “cancilleres”, que entrevistaban a las autoridades argentinas para negociar acerca de cualquier extremo de sus relaciones; al corriente, en fin, de los designios del Dr. Alsina, disponía ataques aislados y distantes para desarticular el dispositivo enemigo. Conocedor de los efectos del Remington, se dispersaba y alejaba inmediatamente después del asalto, esquivando todo choque sostenido y formal cuando no se producía al amparo de las sombras. Considerando que los planes militares del adversario podían ponerlo en peligro, organizó una serie de malones con la idea de enmascarar su verdadero propósito, que era llevar un ataque a la propia ciudad de Buenos Aires, para lo cual había convocado hasta 6.000 lanzas. Las acciones dispersas le depararon cuantioso botín.

Quince kilómetros al norte de la estación ferroviaria de Paragüil se halla un monolito que recuerda el sitio en donde se libró el combate.

Referencia

(1) E. Stieben – De Garay a Roca – Buenos Aires (1941).


Fuente

  • Clifton Goldney, Adalberto A. – El cacique Namuncurá – Buenos Aires (1963).
  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Portal www.revisionistas.com.ar

sábado, 11 de marzo de 2023

Conquista del desierto: Combate de Sierra Chica

Combate de Sierra Chica

Revisionistas




Combate de Sierra Chica – 30 de Mayo de 1855


Después de la Batalla de Caseros Buenos Aires debía enfrentar un problema que el Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas, por su habilidad política, no había tenido. “La política de Rosas con los indios, dice José María Rosas, tuvo tres bases: tomarles el camino de los chilenos y mantener guarniciones en el Colorado y Río Negro; cumplir con las prestaciones anuales de alimentos y vicios y unificar a los indios haciendo responsables de sus glútenes de más prestigio: Calfucurá y Payné.

 

Al caer Rosas, el camino fue abandonado, levantados los fortines de Negro y Colorado y no cumplidas las prestaciones. El aparato de los blancos que Rosas había construido para defensa de los blancos se volvió contra ellos y Calfucurá, en parte por codicia, al ver abierto el mercado chileno de carne robada, en parte porque le era necesario mantener su imperio, y en parte porque no tuvo otro medio para alimentar a los suyos, se lanzó en grandes malones de borogas, pampas y ranqueles confederados. En 1854 arrasa Tres Arroyos y el malón llega hasta Bahía Blanca; al año siguiente eran desvastadas las estancias de la zona del Bragado y de 25 de Mayo”.

 

“Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien…” Discurso del cacique pampa Catriel en Tapalqué celebrando la llegada de Rosas al poder en su segundo gobierno. Extraído del libro “Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833. Recopilado por Adolfo Garretón. Edit. EUDEBA. Bs. As. 1975.

 

“Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos juntos”. Expresiones del Cacique Catriel, extraídas del libro “Roca y Tejedor” de Julio A. Costa.

 

Hasta 1852, Rosas había mantenido a los indios en paz relativa, y la frontera sur se había alejado, dejando que las estancias prosperaran sin susto.  Pero cuando cesó esa política de astucia, dádivas y concesiones, los indios –al caer Rosas- volvieron a alzarse y la paz fronteriza retrocedió hasta donde se encontraba en 1823, cuando fundaran Tandil.

 

Comienzo de las hostilidades

 

Los pobladores sabían: el indio ataca cuando hay Luna Llena.  Y esa noche del 13 de febrero de 1855, parecía que el atardecer se había prendado de la belleza de la pampa, y con la Luna alta, uno hubiera creído que no había anochecido aún.

 

El centinela del Fuerte de San Serapio Mártir, del Azul, cabeceaba.  Los ranchitos del pueblo dormían profundamente de las fatigas de una jornada agotadora de Sol.  De pronto, sin saber de donde, la tierra se rajó en un grito bárbaro.  La pampa se incendió de chuzas, de hedores insoportables y de sangre; y el tropel entero de la pampa cayó sobre el pueblito.  Era el malón.

 

Cuando el general Manuel Hornos llegó al lugar, los indios habían capturado 60 mil vacunos, y 150 familias marchaban camino del cautiverio.  Los ranchos ardían y todo lo demás estaba destruido.  Hornos logró hacerlos retirar, pero se hicieron fuertes en Sierra Chica. Desde allí, comenzaron a salir partidas volantes de indios a los campos del Tandil y la Lobería.  El terror cundió en el sur.  El éxodo campesino se fue haciendo cada vez más presuroso.  Al promediar el año, no quedaría nadie en aquellas poblaciones.  La mayoría buscaría refugio en Dolores.

 

Después de la revolución separatista del 11 de setiembre de 1852, Buenos Aires quedó librada a su suerte por propia voluntad.  Calfucurá y Urquiza negociaron un pacto.  El cacique se empeñó en una lucha sin cuartel con la retaguardia porteña ubicada en las pampas bonaerenses.  Urquiza lo dejaba hacer porque de ese modo se debilitaban las posiciones de la arrogante Buenos Aires.  Y los porteños enloquecían soportando presiones por todos lados: indios, confederados, conspiradores…

 

La sangrienta entrada de Calfucurá a los campos del Azul en aquella trágica noche de febrero de 1855 era el testimonio de lo temible que resultaba el desguarnecimiento de las fronteras pampeanas.  ¿Hasta dónde llegarían los indios con sus staques? ¿Y si se le daba a Urquiza por apoyarlos con sus tropas, o ensayar un ataque combinado?

 

El alarido pampa llegó a Buenos Aires y conmovió a la Legislatura.  El escándalo estuvo en la boca de todos los parlamentarios.  La sangre de los mártires azuleños goteaba patéticamente por la voz engolada de los oradores. Bartolomé Mitre, coronel y ministro de la Guerra, prometió solemnemente escarmentar a los infieles: su metáfora fue muy directa, recuperaría –dijo- “hasta la última cola de vaca” de la provincia. Con sus encendidas palabras vibrando aún en el recinto de la Legislatura, Mitre partió para combatir a los indígenas.

 

Combate de Sierra Chica

 

Mitre salió de Buenos Aires el 27 de mayo de 1855.  Hizo una marcha de flanco juzgada como perfecta por los analistas.  Llegó a la Sierra Grande Tapalqué el día 28, donde se ocultó con la intención de sorprender al enemigo, que suponía ubicado a unos 20 kilómetros de distancia.

 

Cuando llegó la noche del 29 siguió avanzando creyendo que caería sobre el enemigo al amanecer, pero cuando aclaró el día 30, golpeó en el vacío: sus vaqueanos habían errado el cálculo.  Las tolderías estaban más lejos. Esta maniobra previno a los indios.  Los de Catriel se sumaron a los de Cachua, que fueron concentrándose a orillas del Arroyo Sauce.

 

La lectura del propio parte de Mitre revela que la conducción flaqueaba, que la indisciplina era corriente, y que un triunfo podía trocarse en derrota, tan pronto como se descuidasen los comandos.

 

Mitre mandó a dos escuadrones de Coraceros desplegarse en línea oblicua.  Pero las milicias, sin habérselo ordenado, hicieron lo mismo.  La Infantería quedó, entonces, a retaguardia.  El terreno era inadecuado para la maniobra.  Mitre cambió el plan y ordenó entonces el ataque sobre las tolderías, para arrebatarles cerca de un millar de caballos.

 

Indios amigos cargaron, pero la confusión que reinaba en la tropa prometió un triunfo demasiado fácil.  La caballada indígena fue capturada, pero el desplazamiento indisciplinado de otros grupos desorganizó el cuadro de milicias.  En esta confusión, las compañías de la vanguardia cristiana penetraron profundamente en el terreno enemigo.  Los indios huían despavoridos.  Los soldados entonces entraron a saquear los toldos , desoyendo los urgentes llamados del Trompa de Ordenes, que convocaba a reunión.

 

En los continuos y confusos desplazamientos de las tropas, 60 soldados vinieron a quedar aislados.  Para salvarlos hubo que hacer dos cargas, que provocaron muertos y heridos entre los blancos.  La situación había cambiado por completo: ahora eran amenazadas las caballadas cristianas.

 

Los indios, reagrupados y concentrados, lanzaron un ataque sobre la izquierda de Mitre, y aunque ésta recibió con entereza el choque, luego se dio a la fuga, mientras quedaban tras de sí muertos y heridos.  La huida de estas fuerzas arrastró a todos los escuadrones.  Aquello era un desorden lamentable.  La Infantería, que había sido penosamente formada en cuadro para resistir una nueva embestida india, fue desarticulada por los fugitivos. No obstante, pudo rehacerse, y rompió un fuego cerrado sobre las huestes pampas.  Los indios se acercaron a pesar de ello a vente pasos y llegaron a arrojar bolas perdidas, pero debieron retirarse.

 

El estruendo de la fusilería espantó a la caballada indígena recién capturada.  Y en el pánico arrastró a la de los cristianos, de modo que lo que quería evitarse se produjo.  Y las tropas al mando de Mitre quedaron a pie.  Era lo peor que podía pasarles: la evidencia de una tremenda derrota…

 

Mitre evaluó la situación del campo.  Los indios habían vencido.  Había que salvar la situación ahora, rescatar lo que quedara de las fuerzas, acudir al ingenio y al sigilo, para reparar siquiera en parte, lo que el desorden, la indisciplina y la ineptitud de su mando habían destrozado en contados momentos.

 

Lentamente pudo restablecer los cuadros. Luego, desalojaron al enemigo de una pequeña elevación, y se instalaron allí, suficientemente fortificados.  En el centro colocó las caballadas que pudieron rescatarse.  Los heridos comenzaron a ser atendidos.  Y se dispusieron a esperar la noche, mientras pelotones aislados de indios libraban escaramuzas en las cercanías del campamento.

 

Los “bomberos” de las tropas de Buenos Aires descubrieron que los indios iban concentrándose sigilosamente.  Quizá tan pronto como rompiera el amanecer iban a descargar su ataque decisivo, para exterminar por completo a las fuerzas blancas.  Mitre esperaba la incorporación de la Primera División del Centro, al mando del coronel Laureano Díaz.  Oía sus cañonazos reiteradas veces.  Pero luego el fuego de artillería cesó, y no halló respuesta a sus propios disparos de llamada.

 

Pero cuando llegó el día el ataque no se produjo.  El cerco de lanzas aparecía prácticamente cerrado.  Cincuenta mil cabezas de ganado fruto de su robo, pacían tranquilamente en las cercanías.  Los blancos debían comer carne de yegua y buscar febrilmente los manantiales que brotaban de las sierras para beber.

 

Mitre siguió aguardando inútilmente el apoyo de la Primera División.  Un movimiento en el horizonte le hizo abrigar la esperanza de que llegaba, pero cuando al caer la tarde, regresaron sus “bomberos”, se anotició de la triste realidad: era Calfucurá que venía con sus tropas para reforzar el ataque final contra las fuerzas de Buenos Aires.  Con las tropas porteñas cercadas y desmoralizadas, ahora la retirada era inevitable.  Esa debió ser una triste noche para el entonces coronel Bartolomé Mitre.  Las 50 mil vacas, con sus colas respectivas, que tan arrogantemente había prometido devolver, quedarían allí, sin rescate posible…

 

Había que acudir al ingenio para salvarse de una muerte segura.  Se usó toda la grasa de potro, derramándola sobre los fogones, para que alimentaran el fuego el mayor tiempo posible.  Se dejaron en pie algunas tiendas de campaña.  Mil doscientos caballos encerraban el cuadro para dar la ilusión de fuerzas preparadas.

 

El mayor de los silencios cubrió la retirada.  Con las monturas al hombro, y buena parte de la caballería abandonada,  la tropa inició una penosa marcha a pie hasta el Azul.  Sólo quedaban montados dos escuadrones de caballería, para cubrir cualquier ataque de flanco.  Al frente marchaba la Infantería en el centro la Artillería, los heridos y los bagajes.  Las caballadas que pudieron traerse marchaban al costado derecho.  El batallón 2 de Línea cubría la marcha.  No era una huida.  Pero era la más lamentable retirada de que hubiera memoria en la antigua lucha del blanco contra el indio de la pampa…

 

Silenciosamente, y por el camino más peligroso (y por consiguiente menos vigilado por los indios), avanzaron cinco leguas y media, hasta el arroyo de las Nievas.  Allí consiguieron caballos.  Cuando amanecía hasta el mismo Mitre había venido a pie.  Cada uno tomó un infante y se lo llevó en ancas.  A las 8 de la mañana, llegaba el ejército derrotado al Azul.  Era el 1º de junio.  Doscientas cincuenta bajas festoneaban cruelmente la derrota. 

 

Regreso sin gloria

 

Mitre siguió de inmediato para Buenos Aires, donde es agasajado por Sarmiento en un banquete, donde el coronel dice: “El desierto es inconquistable”

 

Mitre disimuló públicamente esta derrota, aunque en los partes no pudo ocultar nada, y el 12 de junio le informa a Obligado: “Para ocultar la vergüenza de nuestra armas he debido decir que la fuerza de Calfucurá ascendía a 600, aun cuando toda ella no alcanzase a 500; así como he dicho que la División del Centro no pasaba de 600, aun cuando tuviese más de 900, dos piezas de artillería y 30 infantes el día que tuvo lugar su encuentro en el que Calfucurá debió quedar destruido…He dicho también que por falta de caballos, pero debo declarar a usted confidencialmente que ese día los tenia regulares…Hasta ahora sabíamos que era un buen partido un cristiano contra dos indios, pero he aquí que ha habido quien haya encontrado desventajoso entre dos cristianos contra un indio.” (Scobie. La lucha.p.132 / JMR.t.VI.p.151).

 

A esta derrota siguió la de San Antonio de Iraola el 13 de septiembre, que exterminó por completo un cuerpo completo mandado por el comandante Otamendi.

 

Las consecuencias del contraste fueron funestas.  Durante más de un año, Calfucurá y sus gentes sentaron sus reales en la zona.  El temor cundió por toda la campaña.  Las economías lugareñas quedaron seriamente deterioradas.  La gente temía volver.  Estancias al sur de Tandil se hicieron taperas.  Debió transcurrir todo el año 1855 y parte de 1856 para que los exiliados del Tandil y la Lobería –refugiados en Dolores- se animaran a retornar.  Fue una situación penosa y de graves consecuencias.

 

Calfucurá inició lentamente su regreso a Salinas Grandes, cuando juzgó que había que dar nueva tregua a los blancos para que apacentaran nuevos rebaños que luego serían robados por los malones. 

 

Pero la derrota es del indio.  Calfucurá firma la paz en 1857.  Una paz llena de “agachadas” y ventajas para sus posiciones.  La tormenta política estalla en Buenos Aires.  Cepeda se aproxima.  Habrá victorias aisladas, como Sol de Mayo y Cristiano Muerto, en campo de Tres Arroyos, con tropas salidas desde Tandil.  Habrá incluso una expedición a Salinas Grandes, mandada por Granada.  Pero el imperio queda inconmovible. Muchos año, nuevas armas y otros factores, entre ellos el desgaste de la raza mapú, podrán terminarlo.

 

Pero como un recuerdo fantasmal, la “noche triste” del coronel Mitre quedará definitivamente incorporada a la historia dura y penosa de la Campaña del Desierto aunque se haya pretendido echar y piadoso velo de olvido sobre el desastre que en esa jornada se abatió sobre el joven ministro de Guerra de Buenos Aires.

 

Fuente

Chiarenza, Prof. Daniel Alberto – Historia general de la Pcia. de Buenos Aires

Hijo ‘e Tigre – El desierto inconquistable

Nario, Hugo I. – La noche triste del coronel Mitre

Portal www.revisionistas.com.ar

Turone, Gabriel O. – Combate de Sierra Chica

 

domingo, 13 de noviembre de 2022

Patagonia: La cueva de las manos pintadas

La cueva de las manos: un importante ejemplo de arte prehistórico que se cree que se creó hace entre 9000 y 13 000 años

David Gorán || The Vintage News



Ubicada en Río Pinturas en la provincia de Santa Cruz, Argentina, esta cueva contiene un excepcional conjunto de arte rupestre, realizado hace entre 13.000 y 9.500 años.

La cueva es conocida como la “Cueva de las Manos”, que literalmente significa “la Cueva de las Manos”.


Ubicado en el valle del río Pinturas en la Patagonia Argentina. Autor de la foto

 

Huellas de manos en las Cuevas de las Manos. Autor de la foto

 

La cueva fue hogar de los primeros cazadores-recolectores que habitaron el sur argentino. Autor de la foto

La región donde se encuentra la cueva ha sido un área de gran interés para la investigación arqueológica durante más de 25 años.

Los arqueólogos especulan que las pequeñas huellas de manos grabadas en las paredes de la cueva pertenecían a los antecesores de la tribu Tehuelche, un grupo de pueblos indígenas de la Patagonia con una historia de más de 14.500 años.

Varias oleadas de personas ocuparon la cueva, y las primeras obras de arte han sido datadas con carbono en ca. 9300 AP. Autor de la foto

 

Realizada por los primeros pobladores de la zona, una civilización pretehuelche. Autor de la foto

 

Representación de una escena de caza. Autor de la foto

Las escenas de caza son representaciones naturalistas de una variedad de técnicas de caza, incluido el uso de "bolas", un arma arrojadiza hecha de piedras redondeadas al final de correas de cuero crudo interconectadas, que fue diseñada para capturar animales enredando sus piernas.

 

Rhea patas entre manos humanas. Autor de la foto

Las huellas de las manos se realizaron utilizando diferentes técnicas.

Las más antiguas y famosas son imágenes negativas superpuestas, que se hacen colocando la mano sobre la superficie de la roca y creando un contorno soplando pigmentos a través de un tubo.

De las 829 huellas de manos, la mayoría son de hombres y solo 31 son diestras. Autor de la foto

Además de los contornos estarcidos a mano, también hay representaciones muy precisas de animales y siluetas humanas, y signos geométricos como círculos, estrellas, diseños curvos y espirales.

Las pinturas se hacían a partir de la vegetación (raíces, cortezas, etc.) y las tonalidades que se manejaban eran el negro, el rojo violáceo, el amarillo, el blanco, el morado y muy raramente el verde.

La cueva no es muy grande en tamaño, por lo que probablemente la gente vino aquí para relajarse después de cazar y realizar varios rituales.

Un conjunto excepcional de arte rupestre. Autor de la foto

 

Cañón del río Pinturas, vista desde las cuevas. Autor de la foto

 

Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Autor de la foto

El sitio ha sido declarado Monumento Histórico Nacional y Patrimonio de la Humanidad (UNESCO) en 1999, no solo por su magnificencia artística sino como uno de los principales testimonios de los cazadores prehistóricos que ocuparon la zona.


sábado, 5 de noviembre de 2022

Argentina: Los Selk'nam/Onas, habitantes de la Tierra del Fuego


El pueblo Selk'nam: una de las últimas tribus nativas de América del Sur

Marija Georgievska || The Vintage News

Los selk'nam, también conocidos como ona u onawo, vivían en la región patagónica del sur de Argentina y Chile, incluidas las islas de Tierra del Fuego.

Fueron uno de los últimos grupos nativos de América del Sur al que llegaron los occidentales, a fines del siglo XIX, cuando los gobiernos de Chile y Argentina comenzaron a explorar Tierra del Fuego (la “tierra del fuego”, llamada así por los primeros exploradores europeos). observar el humo de los fuegos Selk'nam).

Los Selk'nam también son llamados Ona.

Los selk'nam se consideran extintos como tribu. Hablaban una lengua chon, y el último hablante, Joubert Yanten Gómez, que se hacía llamar Keyuk por el nombre selkn'nam, murió en 1974. La herencia cultural de los selk'nam prácticamente había desaparecido.

Los bellos niños selk'nam. 

Para 1887, solo quedaban 2000 de los 4000 selk'nam originales. Para 1899, Lucas Bridges contaba con 783 personas en la isla y los que quedaban habían emigrado a las Islas Dawson como trabajadores.

En 1919, solo quedaban 279 y con la muerte de la última selk'nam pura sangre, Angela Loij, desaparecieron.

Dos Selk'nam fotografiados en Ushuaia. 

 

Zapatos selk'nam. autor de la foto 

Julius Pooper fue uno de los perpetradores del genocidio contra los Selk'nam. Estaba cazando al pueblo Ona a finales del siglo XIX por el oro.

Hubo una campaña de exterminio contra los indígenas de Tierra del Fuego.

Los últimos Selk'nam. 

Con permiso del gobierno chileno, en 1889, el empresario Maurice Maitre llevó a la fuerza a París a once selk'nam para exhibirlos en los “zoológicos humanos” de la Exposición Universal. Fueron medidos, pesados, fotografiados y se esperaba que actuaran todos los días. Muchos de ellos murieron porque no recibieron la mejor atención; algunos ni siquiera llegaron a Europa.

Arco tribal selknam, flechas con punta de piedra y otros artefactos culturales. autor de la foto 

 

Los selk'nam eran pueblos nómadas que dependían de la caza para sobrevivir. autor de la foto

Los Selk'nam eran cazadores y recolectores; se caracterizaban por su gran estatura, fuerza física y capacidad de adaptación a los ambientes extremos más hostiles.

Tenían un complejo sistema de creencias. Temáukel era el nombre de la gran entidad sobrenatural que creían que guardaba el orden mundial.

Ona gente cazando. 

Tenían una ceremonia de iniciación masculina llamada  Hain (el paso a la edad adulta). La última ceremonia se realizó en una de las misiones a principios del siglo XX y fue fotografiada por el misionero Martín Guisinde . Las fotos muestran los trajes únicos que crearon.