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sábado, 23 de noviembre de 2024

Malvinas: El desembarco secreto de 1966 en playa Vaca



Desembarco secreto en Bahía Vaca


La Operación Playa Vaca se gestó en las sombras de un tiempo turbulento, un capítulo épico en la historia de la Armada Argentina, donde se conjugaron la determinación y el sigilo para enfrentar un desafío latente desde hacía más de un siglo. Corría el año 1966, y la Argentina, gobernada por una junta militar tras derrocar al presidente Arturo Illia, veía cómo su paciencia ante los reclamos diplomáticos por la soberanía de las Islas Malvinas se agotaba. La sombra de una incursión británica, que se había extendido sobre las islas desde 1833, pesaba sobre las mentes de los estrategas navales.




El incidente del Vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas, secuestrado por un grupo de extremistas que lo desvió hacia el archipiélago, había agitado las aguas ya turbulentas. Era un recordatorio claro de que la situación en las Malvinas podría escalar sin aviso, y que la Argentina necesitaba estar preparada para un escenario de confrontación. Así, en los despachos oscuros de Buenos Aires, se trazó un plan que involucraría uno de los submarinos más veteranos de la flota, el ARA "Santiago del Estero", un ex-USS Lamprey de la Segunda Guerra Mundial, reconvertido en el custodio de una misión secreta.


El Vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas secuestrado por extremistas argentinos el 28 de septiembre de 1966 y desviado a Malvinas, donde bien mansitos se entregaron a las autoridades coloniales británicas.


El 28 de octubre de 1966, con sus motores diésel rugiendo bajo las olas, el ARA "Santiago del Estero" navegó en silencio por las gélidas aguas del Atlántico Sur. Bajo el mando del Capitán de Fragata Horacio González Llanos y del Capitán de Corbeta Juan José Lombardo, el submarino se acercó sigilosamente a la costa de la Isla Soledad, a tan solo 40 kilómetros de Puerto Stanley, la capital de la colonia británica. A bordo, doce hombres de la Armada, entre ellos el Teniente de Corbeta Oscar Héctor García Rabini, esperaban con tensión el momento de la acción.


Diagrama de la navegación realizada por el submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" de la Armada Argentina durante la Operación "Playa Vaca" a finales de octubre de 1966.




Bahía Vaca, Isla Soledad (República Argentina)

El plan era claro: debían desembarcar en una playa remota, a pocos kilómetros al norte de la posición británica, para recolectar información vital para futuros desembarcos. La playa debía ser estudiada a fondo: su gradiente, los posibles obstáculos bajo el agua, las rutas de aproximación, todo debía ser cartografiado sin dejar rastro. En la penumbra de la noche, los hombres armaron sus kayaks sobre la cubierta del submarino apenas emergido, y el silencio se rompió solo por el suave golpeteo de las olas.


Dotación y plana mayor del submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" de la Armada Argentina.

Llegada a la Base Naval Mar del Plata del S-12 ARA "Santiago del Estero" (SS-372 USS "Lamprey") desde Estados Unidos, año 1960 (Foto de Enrique Mario Palacio)


Los dos submarinos Clase "Balao", S-11 ARA "Santa Fe" y S-12 ARA "Santiago del Estero", que sirvieron en la Armada Argentina entre 1960 y 1971, no deben confundirse con los submarinos de la misma clase modernizados al estándar GUPPY IA, S-21 y S-22, que los reemplazaron a partir de 1971 y llevaban los mismos nombres. En esta imagen, se puede ver a los veteranos S-11 y S-12 al final de su vida útil en la Base Naval Mar del Plata, mientras que el nuevo S-22 ARA "Santiago del Estero", su reemplazo, se encuentra al fondo, preparado para asumir las tareas que sus predecesores dejaron atrás. El S-12 ARA "Santiago del Estero" se retira después de una década de servicio, habiendo sido protagonista de importantes misiones como la Operación "Playa Vaca", que quedó inscrita en la historia de la Armada Argentina.



El S-12 ARA "Santiago del Estero" de la Armada Argentina amarrado en el muelle de su apostadero en la Base Naval Mar del Plata.

La primera incursión fue un éxito. Los hombres desembarcaron y exploraron la costa, mapeando cada detalle. Sin embargo, la segunda noche trajo un giro inesperado. En la penumbra, García Rabini divisó a un kelper, un colono de las islas, observándolos desde la cima de un risco. Sabían que ser descubiertos podría desatar una crisis diplomática sin precedentes. Rápidamente, capturaron al isleño y lo maniataron mientras debatían qué hacer con él. Matarlo no era una opción; la misión era de inteligencia, no de combate. Pero tampoco podían arriesgarse a que el hombre alertara a las autoridades británicas.

Entonces, surgió una idea tan audaz como insólita: algunos tripulantes regresaron al submarino para buscar una botella de whisky del camarote del capitán. Regresaron al risco y obligaron al kelper a beber hasta dejarlo semiinconsciente, abandonándolo en el mismo lugar donde lo encontraron. Con la misión abortada para evitar mayores complicaciones, el grupo regresó al submarino, llevando consigo la valiosa información que habían recopilado.


El Vicealmirante Juan José Lombardo, nacido el 19 de marzo de 1927 en Salto, provincia de Buenos Aires, fue un protagonista clave en la historia de la Armada Argentina. Siendo Teniente de Corbeta, ocupaba el puesto de Segundo Oficial al mando del submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" durante la exitosa Operación "Playa Vaca" en las Islas Malvinas, el 28 de octubre de 1966, una misión que quedó marcada como un hito en las operaciones de inteligencia argentina en el Atlántico Sur. El 15 de diciembre de 1981, ya con el rango de Vicealmirante, fue convocado por el entonces Jefe de Estado Mayor de la Armada, Almirante Jorge Isaac Anaya, a su despacho para recibir una misión que cambiaría el curso de la historia argentina: Malvinas.

La travesía de regreso a Mar del Plata fue tan sigilosa como su ida. A su llegada, se les ordenó un silencio absoluto sobre los eventos ocurridos. Ninguno de los participantes, ni siquiera a sus familias, debía contar lo que había sucedido en esas aguas gélidas del Atlántico Sur. La misión, a pesar de sus imprevistos, había sido un éxito. Los datos recabados quedaron en manos del Estado Mayor de la Armada, una herramienta estratégica que podría haberse convertido en clave si las negociaciones diplomáticas hubieran fracasado.


Los dos submarinos Clase "Balao", S-11 ARA "Santa Fe" y S-12 ARA "Santiago del Estero", que prestaron servicio en la Armada Argentina entre 1960 y 1971, no deben confundirse con los submarinos de la misma clase, modernizados al estándar GUPPY IA, S-21 y S-22, que los reemplazaron a partir de 1971 y portaban los mismos nombres. En esta imagen, se observa a uno de los primeros en plena navegación tras su llegada a Argentina, ya sin la pieza de artillería de proa que había sido desmontada como parte de su proceso de adaptación y modernización para las nuevas misiones en el Atlántico Sur.

Años después, el Capitán de Fragata García Rabini recordaría aquellos días con un orgullo sereno, consciente de la importancia de su misión. Aunque el informe de la Operación Playa Vaca no se utilizó directamente en la recuperación de las islas en 1982, quedó como testimonio del compromiso y la audacia de aquellos marinos, que desafiaron a la historia para mantener viva la llama de la soberanía argentina.



La historia de la Operación Playa Vaca permanece, entremezclada con la leyenda y la realidad, un episodio oculto en la vasta lucha por las Malvinas, donde un puñado de hombres se enfrentó al mar, a la oscuridad y a las sombras de una guerra que, aunque aún no había comenzado, resonaba con la fuerza de lo inevitable. Es un recordatorio de que la lucha por la soberanía no solo se libra en los campos de batalla, sino también en los silencios, las olas y el susurro del viento en una playa solitaria del Atlántico Sur.


El Capitán de Fragata retirado Oscar Héctor García Rabini, hoy con 83 años, es el marino argentino que, en 1966 y con el grado de Teniente de Corbeta, lideró una de las misiones más audaces de la Armada Argentina. Al frente de una incursión de Fuerzas Especiales, desembarcó en las costas de la Isla Soledad el 28 de octubre de aquel año, durante la secreta Operación "Playa Vaca". Desde las profundidades del océano, el submarino S-12 ARA "Santiago del Estero" los lanzó en una misión envuelta en el silencio y la penumbra, con el objetivo de recabar información vital para la defensa de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas.


Plata Vaca, extremo Sur, imagen tomada desde el ARA "Santiago del Estero" por Miguel Salvatierra el 28/10/1966


El submarino Clase "Balao" ex-US Navy SS-372 USS "Lamprey", que había servido a la Marina de los Estados Unidos desde 1944 hasta 1960, fue transferido ese año a la Armada Argentina, donde tomó el nombre de S-12 ARA "Santiago del Estero". En la imagen, se le ve zarpando de la Base Naval Mar del Plata, sede de la Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina, donde operó hasta su reemplazo en 1971 por el S-22 ARA "Santiago del Estero", un submarino de la misma clase pero actualizado al estándar GUPPY IA. La llegada de esta nueva unidad marcó el fin de una era para el veterano submarino, que había sido parte de operaciones tan destacadas como la Operación "Playa Vaca", demostrando el compromiso de la Armada en la defensa de la soberanía nacional.


La fragata antisubmarina P-36 ARA "Piedrabuena" en la mira a través del periscopio del submarino ARA "Santiago del Estero" en unas maniobras de combate.


Traspasando carga entre el submarino ARA "Santiago del Estero" y el destructor D-10 ARA "San Luis"

El S-12 ARA "Santiago del Estero" navegando en superficie rumbo a su objetivo. Puesto a que era un Clase "Balao" que no había recibido la modificación GUPPY IA, carecía de snorkel y baterías de alta resistencia, y por lo tanto era un submarino que aún debía operar como los de la Segunda Guerra Mundial, mayoritariamente en superficie, por lo menos en horas de la noche y zonas fuera de peligro




martes, 12 de octubre de 2021

Malvinas: Un Chinook rescata un camión kelper accidentado

Retirada de un camión





Bedford MK/MJ4 en manos argentinas que se accidentó en cercanías a Puerto Argentino al salirse del camino, en Abril de 1982, siendo retirado del lugar por un helicóptero Boeing Vertol CH-47 Chinook de la VII Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, matrícula H-91.
En la última imagen, se ve en vuelo a un avión Fokker F-28 Fellowship de transporte argentino.



sábado, 10 de agosto de 2019

Malvinas: El hundimiento de la Ardent, Philippi y el granjero neozelandés

Ataquen a la Ardent: la "pelea de perros" con los Harriers y una historia de derribos y supervivencia en Malvinas 

El desembarco británico en San Carlos el 21 de mayo desató oleadas frenéticas de combates aeronavales y el derribo de muchos pilotos. Pero también una solidaridad poco difundida en los kelpers que asistieron a los aviadores que se eyectaron en las islas.
Por Loreley Gaffoglio || Infobae


   
La fragata misilística HMS Ardent atacada durante tres embestidas sucesivas en el Estrecho de San Carlos el día que desembarcaron las tropas británicas en San Carlos.


El 21 de mayo de 1982 el tramo norte del Estrecho de San Carlos era un neurótico avispero de buques, helicópteros y aviones ingleses. A las 2 de la madrugada se había producido el primer desembarco anfibio en tres franjas costeras en San Carlos y los buques enemigos cubrían la retaguardia para hostigar a las posiciones argentinas en Darwin. Buscaban frustrar una contraofensiva terrestre y asegurarse las cabezas de playa.

La escala del desembarco había quedado retratada dentro de un avión Macchi. En vuelo exploratorio y solitario, el piloto naval Owen Crippa descargó con furia su exiguo armamento contra blancos navales y helicópteros al acecho y en su audaz huida bosquejó sobre su anotador de rodilla la distribución de la flota de la Royal Navy.

La certeza documentada de una veintena de buques enemigos en la boca del Estrecho desató aquella misma jornada y los días sucesivos una infernal batalla aeronaval. Tan encarnizada, tan a todo o nada, como en la II Guerra Mundial.

Las incesantes oleadas de fuego aéreo argentino contra la Task Force embestían sin tregua tanto desde Puerto Argentino como desde de las distintas bases continentales. De allí el mote inglés de "Bomb Alley"(Callejón de las bombas) para ese ominoso pasadizo marítimo, de entre 4 y 22 km de ancho que, como la anatomía de una mariposa con sus alas desplegadas, separa las islas Gran Malvina y Soledad.

El Estrecho de San Carlos se convertía así en un cementerio de buques, tripulantes y pilotos de ambos bandos.

   
Los hundimientos y encalladuras de buques ingleses y argentinos en el Callejón de las bombas, en el Estrecho de San Carlos

El bombardeo a la Ardent

Por la tarde, desde las bases de Río Gallegos y Río Grande, tres oleadas sucesivas de cazabombarderos de la Fuerza Aérea y de la Armada enfilaron hacia aquel enjambre enardecido. Había que neutralizar piquetes de radar y despedazar a los objetivos navales que encontraran a su paso.

"La orden era, literalmente, tirarle a lo que nos encontráramos", describe el Brigadier (RE) Horacio Mir González, uno de los jefes de las tres escuadrillas que arremetieron contra la HMS Ardent. Se trataba de una fragata de última generación, tipo 21, pertrechada con misiles Sea Cat, torpedos y cañones, que continuaba zozobrando al aeródromo de Darwin desde la bahía Ruiz de Puente—35 km al sur de San Carlos—cuando parte de la flota británica ya se había dispersado en el Estrecho.

   
Los pilotos debían atacar a los objetivos que encontraran a su paso, dice uno de los pilotos de M5Dagger, Horacio Mir González, sobre el fatídico y frenético 21 de mayo, en el que se sucedieron feroces combates aéreos en el Estrecho.

Los ataques debían ser sorpresivos. Se ingresaría por el sur del Estrecho para avanzar en un barrido ascendente. Se daba por descontado que al acercarse a la flota, los Harriers entrarían en acción, con bajas seguras para los pilotos argentinos.

La primera escuadrilla de Skyhawks A-4B al mando del capitán Pablo "Cruz" Carballo cepilló el Estrecho, salpicando de sal los parabrisas. Atacó a un carguero inglés, y en su derrota hacia el norte, detectó a la Ardent recostada sobre la costa de la isla Soledad. A las 14, Cruz lanzó con precisión quirúrgica, sus dos bombas MK-82 a horcajadas del casco, pero no explotaron.

   
El legendario piloto combate de la Fuerza Aérea, Pablo Carballo, a bordo de su Skyhawk, uno de los halcones en Malvinas

Cuarenta minutos después, dos secciones, Cueca y Libra, de Mirage 5 Dagger—las Avutardas Salvajes—, lideradas por González, demolieron con bombas terrestres MK17 retardadas el hangar, un helicóptero Westland Lynx en cubierta y el lanzador cuádruple de misiles Sea Cat de la fragata. La cuarta bomba impactada, alojada en popa, tampoco explotó.

En llamas, la Ardent (Ardiente) traicionó su nombre y logró sofocar el incendio. Conservaba intacta su propulsión y, maltrecha, huyó hacia el noroeste del Estrecho para guarecerse entre la flota. Ninguno de los pilotos logró auscultar el zumbido de los Harriers, cuando un misil Sidewinder abatió al 1° teniente Héctor Hugo Luna.

   
Las imágenes registradas por la cámara del M5 Dagger del líder de escuadrilla, Horacio Mir González, en el preciso momento del ataque a la fragata inglesa. A la izquierda se ven los misiles que lanza el buque para derribar a los pilotos.

En lo inhóspito de esa geografía, atravesando fuego aéreo y naval, el piloto del helos, Alejandro Vergara, divisó unas casas detrás de un cordón montañoso. Aterrizó y preguntó si allí había un piloto argentino. Unos kelpers condujeron al médico Fernando Miranda hasta una habitación donde Luna yacía recostado en una cama. Estaba malherido en una pierna y en un brazo por las esquirlas de su propio avión al precipitarse en tierra. Luna con su paracaídas había caído a metros de éste y fue trasladado hasta la BAM (Base Aérea Militar) de Darwin. Fue el primero de los siete pilotos—5 de la Fuerza Aérea, 1 de la Armada y uno británico— rescatados en Malvinas.

   
El piloto que logró eyectarse, Héctor Hugo “Jote” Luna y salvó su vida tras el feroz combate aéreo en el Estrecho de San Carlos.

La ventana del aula en Río Grande

"A la base de Río Grande llegaban las encomiendas con grapa y comida casera que le enviaba su hermana desde San Rafael y nosotros la comíamos pensando que estaba muerto", evoca González. (Luna falleció en 1991 en la base del Plumerillo, tras realizar maniobras acrobáticas con un Pampa).

También en Río Grande, a metros del perímetro donde termina la pista, una maestra de geografía, madre de cuatro hijos, Graciela Philippi, observaba desde la ventana del aula el despegue de la 3° Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque, que hasta el 3 de mayo operaba interceptando Harriers desde el portaaviones 25 de mayo. Los Skyhawk A4Q y sus pilotos, entre ellos, su marido, Alberto Philippi, comandante de la escuadrilla, se habían instalado en la base fueguina para continuar con las misiones de combate.

   
Philippi (tercero desde la izquierda) en el portaaviones 25 de mayo, donde actuó como interceptor de aviones ingleses durante el conflicto del Atlántico Sur.

Graciela contó el despegue de tres aviones y de otros tres, 10 minutos después. La primera división, liderada por su marido, capitán de corbeta, llevaba como numerales al teniente de navío José César Arca y al teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez.

Tras poco más de 50 minutos de vuelo en altura para ahorrar combustible, descendieron a posición rasante sobre el sur del Estrecho para evitar ser iluminados por radares enemigos. Sin moros en la costa, electrónicamente indefensos por ausencia de contramedidas en los A4-Q, encararon hacia Puerto San Carlos en busca de presas. Al cruzar la Bahía del Rey, a mitad de camino, detrás de una pequeña isla, asomó nítida a unas 8 millas la arboladura de una fragata. Era la resiliente Ardent, blanco del asedio argentino.

–Buque a las 11– alertó Arca, con ese lenguaje neutro y lacónico que caracteriza a los pilotos navales.

–Atacamos –dispuso Philippi.

Ello suponía que el líder giraría primero para pasar por encima de la fragata y que en los cambios de formación cada uno atacaría a una altura mínima de 60 metros para el armado de las espoletas y desde un azimut (ángulo) distinto, para dispersar la atención y la concentración de fuego.

Philippi lanzó sus 4 bombas MK 85 de 500 libras con cola retardada arremetiendo de frente; Arca lo hizo por babor y Márquez por estribor.

–¡Muy bien señor! –soltó Márquez e instantes después marcó la precisión del tiro de Arca:

–Otra en popa–confirmó.

  Alberto Philippi, alias “Mingo” en la base de Río Grande con uno de los técnicos que preparaban las espoletas de las bombas con retardo para que las esquirlas no impactaran en los Skyhawk al ser lanzadas

A la Ardent la acunaba una espesa humareda negruzca cuando una PAC (patrulla aérea de combate) que orbitaba, oculta y silenciosa a 1000 pies (3000 metros), se lanzó en picada como un buitre oteando su carroña.

–Harrier, Harrier–tronó la radio. De nuevo la voz de Márquez, pero esta vez como vigía de la cola de sus compañeros.

Atacar por detrás es la posición ideal para lanzar un misil o una ráfaga y en la jerga aérea ese tipo de combate se lo conoce como "pelea de perros".

Inmediatamente, Philippi ordenó lanzar las cargas exteriores: los dos tanques auxiliares de cada avión junto con sus lanzadores de bombas se sumergieron en el Estrecho. Había que alivianar las naves para enfrentar al enemigo y desplegar maniobras evasivas.

El líder estaba concluyendo su giro a unos 300 m de altitud cuando un misilazo trituró la cola de su avión. Con la explosión, la nave corcoveó, levantó la nariz encabritada hacia el cielo y el bastón de mando se tornó ingobernable. "Me di vuelta y vi que el Harrier estaba a unos 200 m detrás de mí y se acomodaba para rematarme", cuenta Philippi a Infobae.

–Me dieron. Me eyecto. Estoy bien–logró avisar por radio.

Accionó la manija de eyección entre sus piernas, sintió una fuerte explosión, su cabeza y su cuerpo se entumecieron por la presión del aire y se desmayó. La velocidad para la eyección no es recomendable superados los 250 km/h. Philippi huía a 900 Km/h.

Cuando recuperó el conocimiento, colgaba del paracaídas sobre el Estrecho de San Carlos. A su alrededor los dos Harriers y los A4-Q se trenzaban en un duelo encarnizado. Otro Sidewinder buscó la cola del avión de Márquez, que hábil en la maniobra lo esquivó. Pasaron segundos cuando otra ráfaga de cañones 30 mm finalmente lo alcanzó y atomizó su avión.

El Skyhawk del teniente de fragata Márquez, un marplatense soltero, de 26 años, querido en su escuadrilla por su optimismo y buena predisposición, prácticamente se desintegró en el aire. Sólo fragmentos de su nave flotaban en el mar.

 

Tras lanzar sus cuatro bombas a la Ardent y alertar a sus compañeros, el teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez logró esquivar un misil pero fue impactado por los cañones de un Harrier. Su nave se desintegró en el aire. Tenía 26 años. Cuatro años después de su muerte, su madre, a instancias de comentarios e informaciones maliciosas, pensaba que seguía con vida en las islas. Restos de su avión fueron encontrados en la costa y hoy se exhiben en el Museo Aeronaval de la Base Espora, en Bahía Blanca.

Arca continuó en combate. Logró burlar con bruscas maniobras evasivas otro misil, cuando ya exhaustos de combustible, los Harriers se replegaron al HMS Hermes. Ahí entró en acción la segunda sección con los otros 3 Skyhawks rezagados Con asepsia casi quirúrgica y el campo de batalla despejado, los pilotos Benito Rótolo, Carlos Lecour y Roberto Sylvester terminaron de masacrar a la Ardent.

De las 24 bombas de 500 libras lanzadas por los seis aviones, al menos 5 sellaron definitivamente la suerte la fragata. En el último ataque, el sector de babor quedó diezmado y las llamas consumían la popa cuando el capitán Alan West ordenó el abandono. Veintidós de los 170 tripulantes perecieron.


   
La tercera EscuadrillaAeronaval de Caza y Ataque dejó de operar en el portaaviones y se mudó a Río Grande en Mayo 1982. Arriba (de izquierda a derecha) los pilotos Sylvester, Lecour, Oliveira, Zubizarreta, Arca, Castro Fox, Róloto y Benitez. Abajo: Medici, Márquez, Olmedo y Philippi.

Con combustible insuficiente para regresar al continente, Arca enfiló hacia Puerto Argentino. Al encarar la pista, desde la torre de control le advirtieron que había perdido el tren de aterrizaje izquierdo. Los Harriers lo habían fumigado. Le ordenaron eyectarse pero Arca se negó e insistió con un aterrizaje de emergencia.

"Así no puede aterrizar. Si no se eyecta dejará la pista sin servicio. ¡Eyéctese!", le impusieron. El piloto buscó un área alejada del trajín aéreo y obedeció. Cayó al mar y en una maniobra de profesionalismo excepcional el piloto de un Bell, el capitán de Ejército Alberto Svendsen, sin una liga para arrojarle y levantarlo, ubicó el patín de aterrizaje de su helicóptero debajo del piloto y prácticamente lo pescó en medio del un oleaje furibundo.

Herida de muerte, y fiel a su nombre, la fragata ardió hasta la madrugada. Y en un movimiento suave y acompasado terminó de zambullirse en el Estrecho, a las 4.30 del 22 de mayo.

   
“Bomb Alley”, óleo del pintor ingles Robert Grant Smith sobre el bombardeo del 21 de mayo a la Ardent, una pintura icónica que retrata la ferocidad de los ataques de ambos bandos.

"Me concentré en mi supervivencia"

De origen alemán, cerebral hasta la médula, y con muy buen adiestramiento militar, mientras caía en el mar Philippi observó que su bote de supervivencia no se había inflado. Recordó que sólo dos asientos eyectables de los 8 aviones A4-Q no estaban vencidos.

"Así que me concentré en mi supervivencia y la prioridad era llegar hasta la costa sólo con mi salvavidas", recuerda.

El impacto sobre el agua fue brutal. Pero tuvo suerte, ya que al zambullirse, su paracaídas le pegó un tirón, se recostó y el viento permanente del oeste lo arrastró a escasos 100 metros de la costa. En el tramo final para alcanzar la orilla, una pared de kelps—las densas algas que colonizan las islas—, frenó su avance. Se desenganchó del paracaídas y con un cuchillo cortó la maraña de sargazos. La faena se tornaba interminable y lo dejaban exhausto. Las algas continuaban enredándose en su equipo de supervivencia. El corazón le palpitaba en la garganta. Descansaba haciendo la plancha y al recuperar energías continuaba luchando contra las plantas acuáticas.

En la lucha por sobrevivir los borbotones de adrenalina actuaban como un escudo protector del frío, ayudado por su traje antiexposición. Philippi en ningún momento se desmoralizó. Detrás de su temple, estaban sus largas horas de adiestramiento.

Cuando finalmente alcanzó la costa, miró su reloj. Eran las 16: habían transcurrido 60 minutos desde el ataque y faltaba media hora para que anocheciera. Buscó refugio para guarecerse de los latigazos del viento y de una lluvia intermitente. Eligió el médano más reparado y cavó un pozo de zorro con su cuchillo: un regalo para su hijo menor, Manfred, de dos años, que se llevó a préstamo del hogar.

Intentó pasar allí la noche, pero el frío acentuaba la vigilia. Para entrar en calor cavaba aún más profundo el hoyo. En la oscuridad de una noche encapotada, de golpe el cielo se iluminaba con ráfagas de cañoneo naval de un buque enemigo que no llegaba a divisar. Pero los estruendos, graves, retumban cerca y los tiros, cortos, caían a su alrededor. Creyó que se prolongaba el desembarco británico. Como lo último en sus planes era caer prisionero de los ingleses, levantó sus bártulos a las 2 am y caminó hacia el sur ayudado por una brújula. Sabía que allí el Ejército Argentino ocupaba posiciones.

   
La familia Philippi en Medio oriente en 1979, donde el aviador fue agregado naval

Los trayectos no eran rectos sino en zigzag. Se desplazaba de una elevación del terreno a otra para intentar emitir con éxito la señal de emergencia con su radio de supervivencia. Alguien la recibiría y acudiría en su auxilio.

Cuando amaneció trepó a un promontorio y al mirar hacia atrás en la Bahía del Rey —sabía exactamente dónde estaba porque había estudiado en detalle la cartografía de las islas— divisó al buque de transporte Río Carcarañá escorándose, envuelto en una inexpugnable humareda negruzca.

"Alberto no volvió"

En Río Grande, el comandante de la escuadrilla, capitán de corbeta Rodolfo Castro Fox llamó a la mujer de Philippi. Graciela había visto desde su escuelita el despegue de seis Skyhawks y el regreso de tres.

—Mirá, Alberto no volvió. En Puerto Argentino Arca dijo que vio un paracaídas, pero no pudo determinar si era el de Alberto o el de Márquez—le informó.

Luego, ensayó un consuelo sincero:

—Conociéndolo a Alberto, si es que llegó en paracaídas a tierra, sabemos que va a aparecer.

   
Graciela y Alberto Philippi delante del avión del piloto.

Graciela abrazó a sus cuatro hijos, de entre 15 hasta 2 años, y entre ahogados sollozos, se aferró a la esperanza.

Mientras tanto, a 650 km de Río Grande, en uno de los dos bolsillos de su equipo de supervivencia, Philippi encontró elementos de primeros auxilios. En el otro, las raciones de emergencia, con chocolates, caramelos y otros alimentos calóricos. No tenía dudas de que sobreviviría mientras pudiera caminar hasta las filas argentinas entre la hierba corta, resistente y húmeda de una turba colonizada por piedras. Se trataba de un terreno conocido, idéntico al que trajinaba todas las tardes en la estancia de los Menéndez Behety en Río Grande: su amistad con los encargados le permitía en sus horas de esparcimiento cazar ciervos y pumas o pescar truchas con mosca.

"Ayúdate y Dios te ayudará"

Al tercer día de infatigable caminata sintió hambre. A lo lejos escudriñó ovejas mansas pastando. Seleccionó un corderito y con su Smith & Wesson .38 la acorraló y le disparó. Experimentado cazador, supo cómo eviscerarlo y cuerearlo a la perfección. Pero la humedad le impedía encender la turba con fósforos, preservados en el traje antiexposición. Extrajo una de las bengalas de su chaleco y produjo un fuego importante para el festín.

Continuó su derrotero al sur reeditando la misma coreografía: emitía la señal de emergencia y enseguida volvía a apagar la radio para preservar la batería hasta la próxima elevación. Sabía que por la cantidad de aviones caídos, las fuerzas buscarían náufragos y tripulantes perdidos. Pero más allá de su racionalidad y previsión, en la vida de Philippi —protestante luterano y muy creyente—, hubo siempre tres párrafos de la Biblia que signaron su temple y guiaron sus acciones: "Ayúdate y Dios te ayudará", "Ni una hoja cae si no es la voluntad del señor" y "Jehová es mi pastor, nada me faltará. Aunque ande en el valle de sombras de muerte, no temeré mal alguno, tú estarás conmigo…".

   
Philippi, alias Mingo, meses antes de combatir en Malvinas, delante de un Skyhawk.

Reconfortado por esas palabras, siguió su marcha venciendo al vozarrón del viento, el frío, la intemperie de la incertidumbre, la soledad. A lo lejos vislumbró un movimiento de vehículos. Asumía que eran los jeeps Mercedes Benz del Ejército Argentino aunque no lograba identificarlos con claridad. Los iluminó con su espejo de señales. Y cuando el grupo se acercaba vio que se trataba de un Land Rover y dos tractores con un carro para transportar ganado. Esa escena lo puso en guardia. Uno de los hombres se bajó del Jeep, saltó el alambrado y encaró hacia él. Creyó que era un comando dispuesto a liquidarlo. Philippi sacó sigilosamente la bengala de su revólver y la cambió por munición de plomo. Ocultó el arma en su cintura. El hombre, robusto, se acercó con una sonrisa. Y sin otros preámbulos, aquel 24 de mayo de 1982 Philippi habló en perfecto inglés.

 
Philippi y Tony Blake en Bahía Blanca en Marzo de 2007

Soy un piloto argentino que cayó el día 21—dijo, la barba de tres días, su ropa húmeda y embarrada— y tengo intención de volver con mi gente. Si nos ponemos de acuerdo, bien, y si no, sigan su camino que yo continúo con el mío.

La respuesta del granjero Tony Blake, un kelper neozelandés, administrador de más de 100.000 hectáreas de la estancia North Arm, lo sorprendió.

Mire, ante todo usted es un hombre con suerte, porque nosotros venimos a este sector sólo una vez cada seis semanas a hacer recambio de ovejas y carneros y hoy nos tocó. Sabemos que hay muchas tripulaciones caídas en la isla, pero a nosotros la guerra no nos interesa. Lo vamos a ayudar—dijo Blake.

Ahí mismo se sentaron en la turba y compartieron entre todos los alimentos que traían: sopa, tartas, sándwiches, chocolates y tortas, que Philippi devoró.

Blake lo alojó en su casa y le ofrendó el mejor cuarto, mientras su mujer Linda le preparaba el baño y le extendía ropa limpia, de algodón, y un sweater de lana.

Al salir de la ducha, el aroma a scons recién horneados embriagó al piloto. La familia se aprestaba a tomar el té y lo invitaron a la mesa. Ansioso por comunicarse con su gente, Blake le explicó que sólo de 10 a 11 de la mañana los kelpers tenían permitido usar la radio en el canal Medical Aid, (de ayuda médica).

—Mañana a esa hora contacto a su gente—prometió.

Exhausto, Philippi se fue a descansar. Pero antes elogió los scons de Linda.

Estaba profundamente dormido, cuando Tomy, el hijo de la pareja, lo despertó.

—Dice mi padre que te espera abajo—soltó.

Blake lo convidó con un whisky. Evitaron hablar del conflicto, ya que no se pondrían de acuerdo. El kelper sólo esbozó: "Su gobierno y el mío están locos en hacer esta guerra". Y en la conversación afloraron los intereses comunes: ambos cazadores y pescadores de truchas con mosca; golfistas, radioaficionados y amantes de la fotografía.

Así pasaron horas hablando de calibres, de fusiles, de miras telescópicas, de cañas, de reeles, de señuelos y cámaras de fotos y de las señales distintivas de. Ambos tenían la misma: una Canon1. Y ambos eran también protestantes. Prácticamente almas gemelas separadas por el Atlántico, por un litigio de soberanía y por una guerra.

"Tenía más en común con Tony Blake que con el 98% de los oficiales de la Armada Argentina", dice Philippi.

Al día siguiente, 25 de mayo, tras cumplir con su promesa de informar por radio que estaba vivo, Blake le mostró la estancia y los galpones de esquila.

El capataz era famoso en la isla por su sentimiento antiargentino. Cuando Blake los presentó, observó que manoteaba algo de entre sus ropas y temió por la vida del piloto.

—Hoy hay dos motivos para festejar—dijo el capataz con voz áspera y ceremoniosa. Exhibió una petaca y propuso un brindis por "el día nacional de los argentinos" y por la supervivencia del piloto. Blake respiró aliviado.

Otro helicóptero UH-1H de la FAA, que realizaba relevos de observadores terrestres, aterrizó en la estancia North Arm y buscó al piloto.

Al momento de la despedida Tony, Linda y Philippi se les aflojó la garganta y lagrimearon.

Blake le entregó un camioncito amarillo en miniatura para Mandred, el hijo menor de Philippi, que hoy ocupa un lugar de honor en sus biblioteca y Linda le extendió un sobre cerrado para su esposa Graciela. Adentro contenía la receta de sus scons.

El piloto permaneció dos días en Darwin y abordó el último helicóptero hacia Puerto Argentino antes de que aquel bastión fuera tomado por las tropas británicas.

Otros dos pilotos de Dagger, heridos y abatidos por Harriers, lo acompañaron en el viaje: uno era Héctor Luna que lo precedió en el ataque de la Ardent; el otro era Gustavo Piuma que aquel fatídico 21 se trenzó en otra "pelea de perros" y recibió un misilazo en el Estrecho.

   
Tony Blake visitó a Philippi en su casa de Bahía Blanca en Marzo 2007. Sobre la mesa hay dos testimonios de su amistad. Una carta y un camioncito de colección

Philippi y Blake permanecieron en contacto después de la guerra. Hablaban por radio, se saludaban para navidad e intercambiaban noticias sobre sus familias.

En 1998 un cáncer terminal se llevó a Graciela; meses después murió Linda. Blake insistía con que Philippi lo visitara en las islas. "Vos también podés venir. Acá no hay restricciones de ingreso", le dijo el piloto. Dos veces Blake lo visitó y se alojó en su casa, en Bahía Blanca. La primera fue en 2003, cuando Blake lo sorprendió con un trozo de chapa del fuselaje del avión de Márquez, que hoy se exhibe en el Museo de la Aviación Naval de la Base Espora. La última, fue dos años atrás. Bailaron tango, jugaron al golf, salieron de pesca, volvieron a recorrer el museo y Blake hasta se subió a un Super Étendard.

 
Blake y Philippi en Bahía Blanca .Allí recorrieron el museo naval y recordaron a los 355 tripulantes muertos del Crucero General Belgrano. El piloto nunca más regresó a las islas, a pesar de la insistencia de su amigo. “El día que regrese, quiero hacerlo por la puerta grande”, le dijo a Infobae.

En 37 años, nunca permitieron que la guerra y el conflicto irresuelto por la soberanía de Malvinas se interpusieran en su amistad.

El granjero y el piloto naval delante del cuadro emblemático que retrata al Callejón de las bombas, con el ataque a la Ardent que lideró en una de las oleadas Philippi.