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lunes, 20 de noviembre de 2017

Historia argentina: El combate de la vuelta de Obligado (1845)

LA ÚLTIMA BATALLA DEL GENERAL SAN MARTIN 
Por Oscar Fernando Larrosa (h) 

 


Dedicado a mis queridos padres:
Herminia Álvarez de Larrosa
Subof. My (RE) Oscar Fernando Larrosa
 


Nunca perseguí la gloria, 
ni dejar en la memoria 
de los hombres, mi canción.

(Antonio Machado.) 


EL CONFLICTO 
En 1844 las tropas del Presidente constitucional uruguayo Manuel Oribe, apoyadas por Rosas y Urquiza pusieron sitio a la ciudad de Montevideo amenazando el refugio de los unitarios exiliados y de varios miles de franceses e ingleses que la habían tomado como factoría del imperio. Fructuoso Rivera, quien había usurpado el gobierno con ayuda francesa, era el jefe nominal de esa especie de brigada internacional en la que se mezclaban los intereses comerciales de las potencias europeas con las rencillas políticas internas del Plata, y a la que se sumaban algunos aventureros como el italiano Giuseppe Garibaldi. 

Atendiendo a los “justos reclamos de sus súbditos”, como dijera Sir Robert Peel en el parlamento británico, las dos principales potencias mundiales, Francia e Inglaterra deciden intervenir para imponer sus intereses comerciales, no ya solapadamente como hasta entonces sino de modo directo en la que fuera, tal vez, la mas injusta acción militar de dos potencias extranjeras en América. Para ello bloquearon el puerto de Buenos Aires con sus escuadras y dejando de lado los regodeos diplomáticos, reclamaron al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación la libre navegación de los ríos interiores. 

El General Rosas, que no había reconocido la independencia del Paraguay ni aceptaba la creación inglesa del Estado-tapón en Uruguay, porque a ambas las seguía considerando provincias argentinas no tenía la mala costumbre de acatar los “deseos” ni las imposiciones de países extranjeros. Por ello rechazó de modo terminante la pretensión de los interventores de navegar los ríos interiores sin someterse a la jurisdicción de las leyes argentinas. 

El desarrollo del conflicto adquirió un cauce dinámico. Hubo duros cruces de protestas diplomáticas entre el canciller de la Confederación Argentina Felipe Arana y las cancillerías de las potencias extranjeras. Las escuadras interventoras capturaron la isla Martín García y a la escuadra naval argentina, que no ofreció resistencia por orden de Rosas. El Almirante Brown diría, en nota dirigida al gobernador: 

“Tal agravio demandaba el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las supremas órdenes de V.E. para evitar la aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón, que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”. 

 
Almirante Guillermo Brown 

Las naves argentinas fueron repartidas por los “negociadores” diplomáticos Ouseley y Deffaudis entre las dos escuadras y algunas de ellas fueron entregadas al aventurero Garibaldi y su horda de mercenarios, quienes se dedicaron a saquear y masacrar a las poblaciones ribereñas de Gualeguaychú, Colonia y Salto. 

La flota interventora se aprestaba a remontar el Paraná con noventa buques mercantes y once de guerra, entre los que se encontraban los primeros buques propulsados a vapor. La idea de los interventores era “luchar por los grandes principios de la humanidad contra el tirano sangriento del Plata” y, aprovechando el viaje, colocar su producción industrial en nuestro país, comerciando directamente con cada provincia, a fin de crear republiquetas dóciles a sus designios. 

Entre tanto el Litoral se preparaba para la guerra. La estrategia criolla era, igual que en 1806 y 1807, resistir como fuera y con lo que se tuviera. En un recodo del río llamado Vuelta de Obligado fueron atravesadas tres líneas de cadenas sostenidas por lanchones y atadas en un extremo a tres anclas y en su otro extremo al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, para que se supiera que el paso no era libre y que había que batirse para forzarlo. 

Desde la costa, las tropas de la Confederación Argentina al mando del General Lucio Norberto Mansilla, con cañones de la época colonial, fusiles de chispa, lanzas y bayonetas, esperaban a la flota anglo francesa. 

 
Baterías argentinas en la Vuelta de Obligado noviembre de 1845 

SAN MARTIN Y ROSAS 
En 1838 cuando se produjo el primer bloqueo francés, a raíz del incidente promovido por la impertinencia del supuesto cónsul Aimé Roger, San Martín escribió su primer carta al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. En ella, luego de comentar los motivos de su ostracismo, el Libertador le decía: 


“ He visto por los papeles públicos (diarios) de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de ésta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y las de que no se fuere a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra me retiraré a un rincón, esto es si mi país ofrece seguridad y orden; de lo contrario regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis viejos huesos en la patria que me vio nacer”. 

Con ésta sencillez, el más grande héroe de la República, a los sesenta años de edad se ofrecía a combatir “en cualquier clase que se le destine”. 

Esta carta dio inicio a una larga y efusiva amistad epistolar entre el General San Martín y Don Juan Manuel, cuyo corolario fue la donación del glorioso sable corvo del Libertador a Rosas y los sucesivos homenajes de éste a San Martín en sus mensajes anuales a la Legislatura porteña. Durante muchos años, y a instancia de algunos historiadores antirrosistas, se sostuvo que la donación del sable fue producto de un acto de desvarío senil del Libertador. Nada más alejado de la verdad. Verdad que se ha mantenido en las sombras para justificar la traición a la Patria de unos cuantos “prohombres de la República”. 

 
 Brig.Gral. Juan Manuel Ortiz de Rozas 
General Don José de San Martín 

Nuestro Padre de la Patria, el hacedor de la Independencia de Sud América, había pronosticado en febrero de 1834 (en una carta a Tomás Guido) que solo un hombre con las características personales de Rosas podía enderezar el rumbo de nuestra tierra y supo luego, en el transcurso de los conflictos con Inglaterra y Francia, que a Don Juan Manuel le había sido dado el honor de completar la gesta emancipadora que José Francisco de San Martín iniciara una mañana de 1813, cuando el sol comenzaba a resplandecer, frente al convento de San Lorenzo. 

Nadie mejor que él sabía, de que se trataba, cuando se hablaba de la libertad de América. Rosas le contestó con una carta, en la cual le afirmaba que no creía que hubiera guerra y que igualmente consideraba que el Libertador podría servir mejor a la Patria desde Europa, haciendo uso de su prestigio a favor del país. El tiempo daría razón a su apreciación. 


LA CARTA DE SAN MARTIN A JORGE F. DICKSON
En 1845, en pleno desarrollo del conflicto en el Plata, San Martín vivía en Grand Bourg, localidad situada en las afueras de París; con su hija Mercedes, su hijo político Mariano Balcarce y sus dos nietas, Merceditas y Josefa (la Pepa). La salud del General, que nunca había sido buena tenía crónicas recaídas que le producían graves padecimientos. Sufría de reumatismo y gastritis a los que se sumaba una progresiva ceguera por cataratas más las secuelas de sus heridas de guerra y de un ataque de cólera. A éstos dolores se sumaban, la constante añoranza de la patria lejana; pues, Don José Francisco, aún hasta pocos días antes de su muerte siguió soñando con el retorno a su tierra prometida.

Siempre deseó volver a esa Buenos Aires de la que se había ido hastiado de que lo persiguieran como a un criminal o de que intentaran involucrarlo en alguno de los partidos que desangraban a la Patria por la que él y sus heroicos soldados habían luchado.

Durante su estancia en Nápoles, adonde había concurrido por prescripción médica se presentó la oportunidad de actuar nuevamente a favor de su patria. Ya no sería como en San Lorenzo y Chacabuco, sable en mano y al galope, con el corazón en la garganta; ni como en Cancharrayada, donde aguantó la carga de fusilería de un regimiento español tratando de salvar su ejército. Aún así el viejo General usaría las armas que el tiempo y las miserias humanas no pudieron doblegar: su genial visión estratégica, el enorme prestigio militar acumulado en sus campañas y la confianza ciega en el coraje de sus paisanos.

Un año antes, Rosas había revitalizado los bonos del empréstito Baring al enviar a Londres una remesa de sesenta mil pesos plata para abonar intereses caídos, lo que produjo la algarabía de sus tenedores que ya los daban por perdidos. Al producirse el bloqueo, los bonos volvieron a caer, gestando una sorda oposición (en especial de la Casa Baring) al mentor de esa medida, Lord Aberdeen.

El representante de la Confederación en Londres, el empresario anglo argentino Jorge Federico Dickson, quién tenía importantes intereses comerciales en el Río de la Plata, le solicitó su opinión al Libertador sobre las posibilidades de éxito de la intervención anglo francesa en el Plata. San Martín, que seguía al detalle la situación de la Argentina y conocía la oposición de los financistas y comerciantes ingleses, escribió la siguiente carta:

Carta publicada sin autorización de San Martín, por el Morning Chronicle de Londres el 12 de febrero de 1846 cuando todavía no se conocían en Europa los hechos acaecidos en la Vuelta de Obligado:


“Hemos sido favorecidos con la siguiente traducción de una carta del general San Martín a un caballero que le pidió su opinión sobre el tema de la intervención armada de Inglaterra y Francia en los asuntos de la república del Río de la Plata. Estimamos casi innecesario informar a nuestros lectores que el general San Martín es el distinguido jefe que sucesivamente llevó a término la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú del yugo español, y cuya travesía de los Andes al frente del ejercito libertador, fue considerado como un hecho que en muchos aspectos rivaliza con el paso de los Alpes por Napoleón. El general San Martín es nativo del virreinato de Buenos Aires, y por su completo conocimiento del país y de sus conciudadanos, a los que tantas veces llevó a la lucha y a la victoria, no hay hombre viviente que esté tan bien capacitado para opinar sobre la materia como él, ni ninguno que tenga mas títulos a ser respetado. Como hace tiempo que se retiró de la vida pública, y reside en Europa, donde al parecer ha decidido pasar el resto de sus días, no tiene más interés en el asunto, sino el que naturalmente debe suponerse sienta por el honor y bienestar de su país, su opinión debe considerarse absolutamente imparcial. Sobre ella llamamos intensamente la atención de nuestros lectores.”
Nápoles, diciembre 28, 1845. “Mi querido amigo: He sido informado de su deseo de tener mi opinión sobre la presente intervención de Inglaterra y Francia en la República Argentina, tengo no solo mucho placer en exponérsela a usted sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad, lamentando solamente que el mal estado de mi salud me impida entrar en los muchos detalles que la importante cuestión merece. No pienso necesario entrar a investigar la justicia o la injusticia de tal intervención, ni los perjudiciales resultados que traerá para los ciudadanos de ambas naciones la paralización absoluta de las relaciones comerciales, como también la alarma y desconfianza que lógicamente dicha interferencia habrá provocado en los nuevos estados de Sud-América. Debo limitarme a inquirir si las dos naciones interventoras tendrán buen éxito en el logro del fin que se han propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente momento o sea la pacificación de ambas orillas del Plata. Debo declarar a Ud. mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito; por el contrario, su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar y que no hay humana predicción capaz de fijar una fecha probable a la pacificación que tan ansiosamente desean. Voy a explicarme más extensamente.
La firmeza de carácter del jefe que gobierna hoy la República Argentina es notoria en todo el mundo, así como el ascendiente que tiene en las vastas llanuras de Buenos Aires y en las otras provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, yo estoy persuadido de que ya sea por orgullo nacional, por temor o por el prejuicio heredado de los españoles contra los extranjeros se unirán todos para tomar parte de la lucha. Además, debe tenerse muy presente (como lo ha demostrado la experiencia) que la medida del bloqueo ya declarado no tiene la misma influencia en los Estados de América y menos que en todos en la República Argentina como podría tenerla en Europa. Esta medida sólo afectará a un pequeño número de terratenientes y propietarios, pero a la masa del pueblo, que ignora las necesidades europeas, la continuación del bloqueo les sería indiferente. Si las dos potencias quisieran llevar mas adelante las hostilidades – es decir, declarar la guerra – yo no dudo que con mas o menos pérdida de hombres y dinero tomarían Buenos Aires (aunque tomar una ciudad resuelta a defenderse es una de las más difíciles operaciones de guerra); pero aún después del triunfo, estoy convencido que no serían capaces de mantenerse largo tiempo en la capital. Es bien sabido que el principal y podría decir el único alimento del pueblo es la carne y que igualmente con la mayor facilidad el ganado vacuno puede ser retirado en pocos días bastantes leguas al interior, como también los caballos y todos los medios de transporte.
En breve tiempo se podría formar un vasto desierto, imposible de cruzar por una gran fuerza europea, que correría tantos mayores peligros cuanto mayor fuese su número. Pretender llevar la guerra apoyándose en los nativos, yo estoy segurísimo de que muy pocos serían los que apoyarían al extranjero.  Finalmente, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería ligera que el general Rosas fácilmente mantendría no sólo lograría un bloqueo terrestre de Buenos Aires, sino que impediría que un ejercito europeo de veinte mil hombres, se alejase mas de treinta leguas de la capital, sino exponiéndose a su total destrucción, por falta de recursos necesarios. Tal es mi opinión y la experiencia probará que está bien fundada a no ser que – como es de esperar – el Ministerio inglés cambie su política. ”


Esta carta, simple y directa sonaría tan fuerte en la opinión publica y en el Parlamento inglés como los cañonazos con que Mansilla, Thorne y Alzogaray marcaron el camino de ida y vuelta de la flota por el Paraná. En ella hace claras referencias a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y a la posibilidad de un éxodo como el jujeño o el que sufriera Napoleón en Rusia.

Esta misiva es hija de la misma habilidad táctica con que San Martín manejó su guerra de zapa, enloqueciendo a Marcó del Pont, antes del cruce de la cordillera. 



La Vuelta de Obligado
En la mañana del 20 de noviembre de 1845 los buques de la flota tomaban posición frente a las baterías que a toda prisa había mandado a construir el general Lucio Norberto Mansilla, veterano de Chacabuco y Maipú. El diseño de las baterías estuvo a cargo del héroe de ese día, el coronel Juan Bautista Thorne. Todo el ancho del río fue atravesado por tres líneas de cadenas colocadas sobre lanchones y barcos desmantelados, las que estaban atadas por un extremo a tres anclas y por el otro al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, irlandés llegado a Buenos Aires con la invasión inglesa de 1806 y que luego de acriollarse combatió en el Ejercito del Norte a órdenes de Belgrano, e hizo la campaña de Perú con San Martín.

Lograron construir cuatro de las siete baterías que estaban previstas. Estas eran: la batería “Restaurador” con 6 piezas al mando del Ayudante Mayor Álvaro de Alzogaray; la batería “General Brown” con 8 piezas al mando del Teniente Eduardo Brown, hijo del Almirante; la “General Mansilla” con 8 piezas, al mando del Teniente de artillería Felipe Palacios y, mas allá de las cadenas que cerraban el paso del río, la batería “Manuelita” con 7 piezas (dos de tren volante) al mando del coronel Juan B. Thorne. La mayoría de los cañones argentinos eran de 10 libras y solo algunos de 24.

A la derecha de las baterías, en un bosque se estacionaron las tropas del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y su banda militar, a órdenes del coronel Ramón Rodríguez. Detrás de la batería “Restaurador” había un cuerpo rural de 100 hombres al mando del Teniente Juan Gainza, seguidos por los milicianos de San Nicolás al mando del Comandante Barreda y otro cuerpo rural al mando del coronel Manuel Virto.



La reserva era comandada por el coronel José M. Cortina e incluía dos escuadrones de caballería a órdenes del Ayudante Julián del Río y del Teniente Facundo Quiroga, hijo del Tigre de los Llanos. Detrás de la reserva se encontraban unos 300 vecinos incluyendo mujeres, de San Pedro, Baradero y San Antonio de Areco, que se reunieron a último momento, armados con lo que pudieron traer.

La flota estaba constituida por once buques que sumaban 99 cañones, la
mayoría de ellos de 32 libras, algunos de 80 y otros con el sistema Paixhans de bala con espoleta cuyos explosivos causaron estragos en la defensa.

A las 9 de la mañana el buque inglés Philomel lanzó el primer cañonazo, la banda del Regimiento Patricios rompió con los acordes del Himno Nacional y entre vivas a la patria comenzaron a responder las baterías argentinas.


En pocos minutos, la tranquila ribera del Paraná se convirtió en una imitación del infierno. Desde ambos bandos se lanzaban unos cuarenta proyectiles por minuto, generalizándose las bajas en las tropas de la Confederación. A las once un grupo de infantería francés intentó desembarcar y fue atacado por las tropas de Virto, pereciendo la mayoría de ellos bajo los sables argentinos o ahogados al huir.


Batalla de la Vuelta de Obligado. 20 de noviembre de 1845.

Hacia el mediodía el general Mansilla envió un parte a Rosas diciéndole que no sabía por cuanto tiempo más podría contener al enemigo pues se le agotaban las municiones. No obstante ello el fuego de las baterías argentinas había logrado dejar fuera de combate a los buques Fulton, Pandour y Dolphin y generado graves daños en otros buques; pero el costo en vidas entre los artilleros criollos era altísimo. El capitán Craig debió hundir el bergantín “Republicano” que ya estaba casi desmantelado a cañonazos y se reunió con los hombres que le quedaban en las
baterías de tierra.

A las cuatro de la tarde, los ingleses protegidos por el buque Fireband lograron cortar las cadenas y sobrepasar las defensas. En tierra, únicamente respondía la batería Manuelita, cuyo jefe, el coronel Thorne causaba la admiración de los enemigos, dando órdenes desde lo alto de su posición con todo su cuerpo expuesto al fuego enemigo. El general Mansilla le ordenó cesar el fuego y retirarse, pero Thorne rechazó la orden respondiendo que sus cañones le demandaban hacer fuego hasta vencer o morir. En esa posición se mantuvo hasta que un cañonazo lo hizo volar por el aire dejándolo gravemente herido y sordo de por vida. Sus soldados lo retiraron del campo llevándolo hasta el convento de San Lorenzo.

Hacia el atardecer, cuando ya no quedaban cañones ni artilleros en pie, desembarcaron los invasores; Mansilla ordenó cargar al enemigo pero un golpe de metralla lo derribó, hiriéndolo en el estómago. Entonces encabezó el ataque el coronel Ramón Rodríguez con los Patricios, dándoles una brillante carga a la bayoneta pero finalmente hubo de retirarse ante la superioridad de fuego del enemigo.


La flota Anglo francesa que combatió en la Vuelta de Obligado

Coronel Juan Bautista Thorne

Coronel Ramón Rodríguez, Jefe de Patricios

General Lucio Norberto Mansilla

La bandera argentina que, manchada de sangre, fue tomada por los ingleses en la batería de Thorne, la devolvería 38 años después el almirante Sullivan (capitán del Philomel) como muestra de su admiración por el jefe de la batería Manuelita.

En Obligado tuvieron 150 bajas los interventores y 650 las tropas de la Confederación. Fue, si se quiere, una victoria anglo-francesa. Pero poco después los invasores comprenderían que las sabias palabras de San Martín, quien les auguró un desastre, eran una realidad. Era imposible hacer pie y mantenerse en territorio argentino; por el contrario fueron combatidos a todo lo largo del Paraná.

Quebracho, Ensenada, Acevedo, Tonelero y San Lorenzo marcaron serios reveses para la flota y fundamentalmente demostraron la imposibilidad de mantener un tráfico comercial, que era su principal objetivo. A principios de mayo de 1846, se tenían noticias en Europa sobre la batalla de la Vuelta de Obligado, donde las tropas de la Santa Federación, entre los acordes del Himno Nacional tocado por la banda del Regimiento Patricios y el estruendo de los cañones, se enfrentaron a sangre y fuego con los interventores, demostrándoles éstos “bárbaros” a la flota europea lo poco que apreciaban sus “principios civilizadores” y lo bien fundada que estaba la opinión del Libertador.

San Martín le escribe a Rosas el 10 de mayo de 1846:


“...ya sabía la acción de Obligado, los interventores habrán visto lo que son los argentinos. A tal proceder no nos queda otro partido que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que, por mi íntima convicción, no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en ésta contienda, que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España. Convencido de ésta verdad, crea usted, mi buen amigo, que nunca me ha sido tan sensible que el estado precario de mi salud me prive en éstas circunstancias de ofrecer a mi patria mis servicios, para demostrar a nuestros compatriotas que ella tiene aún a un viejo servidor cuando se trata de resistir a la agresión más injusta de que haya habido ejemplo.”

La noticia de los combates produjo una gran indignación en las naciones europeas que lo consideraron un atentado al derecho de gentes y paralelamente casi toda América felicitaba al general Rosas por defender el derecho de las jóvenes naciones sudamericanas con tanta firmeza.

El coronel unitario Martiniano Chilavert se consideró desligado del partido al que servía porque “invoca doctrinas a las que debe sacrificarse el honor y el porvenir del país”, y se puso a las órdenes de Rosas.

En el parlamento inglés, la oposición, que era nucleada por Lord Palmerston, representando los intereses financieros, arreció con sus críticas y usó la carta de San Martín publicada en el Morning Chronicle sumada a los pésimos resultados militares para torcerle el brazo al grupo partidario de la intervención. La consecuencia inmediata fue el relevo del jefe de la flota inglesa y el envío de la misión diplomática a cargo de Thomas S. Hood con órdenes directas del Primer ministro Lord Aberdeen, de aceptar todas las condiciones exigidas por Rosas y lograr una paz inmediata.

Era la victoria de la posición de la Confederación que le enseñaba al mundo que “los argentinos no somos empanadas que se comen con sólo abrir la boca”.


Lord Palmerston


Thomas S. Hood 



LA CARTA A MONSIEUR BINEAU
Algo similar ocurrió en el parlamento francés, que no había aceptado negociar junto con los ingleses. A pesar que la situación política interna de Francia había variado sustancialmente después de la revolución de 1848, en la que fue destronada la restauración monárquica, su política imperial no tuvo grandes variaciones, salvo por el nuevo espíritu de algunos franceses como Lamartine.

En diciembre de 1849, cuando se debía votar una partida de 2.500.000 francos como “subsidio al gobierno de Montevideo”, en medio de una de las fragorosas sesiones parlamentarias donde se trató el futuro del bloqueo, el ministro Napoleón Darú, que buscaba preparar el ambiente para una acción armada directa contra Buenos Aires, citó la carta de San Martín publicada en Londres en 1845 pero leyendo solo el párrafo que dice: “...si las dos naciones tendrán buen éxito en el logro del fin propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente. Debo declarar mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito, por el contrario su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que el de prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar”. Como si San Martín estuviese recomendando una acción militar más enérgica por parte de los interventores contra Rosas.

En una durísima réplica al conde Darú, el diputado Larrabure leyó el texto completo de la carta de San Martín desenmascarando la conducta ilícita del ministro.

A partir del fallecimiento del encargado de negocios de la Confederación, don Manuel de Sarratea, el 24 de septiembre de 1849; San Martín había tomado a su cargo, en carácter oficioso, la cuestión de la intervención en el Plata. Con tal motivo mantuvo frecuentes conferencias y reuniones con los ministros franceses Rouher (de Justicia), Bineau (de Obras Publicas) y con el de relaciones exteriores general de la Hitte, en casa de la viuda de Alejandro Aguado.

Cuando en el debate se expuso su carta a Dickson, el Libertador escribió, desde su lecho de enfermo la siguiente carta al ministro Bineau, donde con fina diplomacia dejaba en claro que su postura respecto de la intervención nunca había variado y que los males que les predecía en aquella carta ahora se verían agravados por estar Francia sola en el conflicto:

« Boulogne Sur Mer, diciembre 23 de 1849.
Mi querido señor:
Cuando tuve el honor de hacer vuestro conocimiento en la casa de Mme. Aguado, estaba muy distante de creer que debía algún día escribiros sobre asuntos políticos; pero la posición que hoy ocupáis, y una carta que el diario La Presse acaba de reproducir el 22 de éste mes, carta que había escrito en 1845 al señor Dickson sobre la intervención unida de la Francia y la Inglaterra en los negocios del Plata, y que publicó sin mi consentimiento en esa época en los diarios ingleses, me obligan a confirmaros su autenticidad, y a aseguraros nuevamente que la opinión que entonces tenia no solamente es la misma aún, sino que las actuales circunstancias en que la Francia se encuentra sola, empeñada en la contienda, viene a darle una nueva consagración.

Estoy persuadido que esta cuestión es mas grave que lo que se la supone generalmente; y los 11 años de guerra por la independencia americana, durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y de las provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta, y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés y a la intrepidez de sus soldados; mas antes de emprender los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen.

No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos, y una vez comprometida en esta lucha, La Francia tendrá a honor el no retrogradar, y no hay poder humano capaz de calcular su duración.
Os he manifestado francamente una opinión en cuya imparcialidad debéis tanto mas creer cuanto que establecido y propietario en Francia 20 años ha, y contando acabar ahí mis días, las simpatías de mi corazón se hallan divididas entre mi país natal y la Francia, mi segunda patria.

Os escribo desde mi cama en que me hallo rendido por crueles padecimientos que me impiden tratar con toda la atención que habría querido un asunto tan serio y tan grave”.


La lectura de ésta última carta de San Martín por parte del ministro de justicia Rouher, en el Parlamento, resultó lapidaria para Darú y para Thiers. Ninguno de los muchos políticos y estrategas militares presentes se atrevió a cuestionar la prestigiosa opinión del Libertador.

La Francia que en 1824 le negara la visa de entrada al reino, por considerarlo un peligroso revolucionario, ahora escuchaba respetuosamente la opinión del Héroe de Los Andes. Esa fue la estocada final que hundió la política interventora llevada adelante por Thiers, y dio lugar al tratado Arana -Lepredour, donde los franceses, igual que los ingleses en el tratado Arana- Southern, reconocían los derechos argentinos sobre los ríos interiores, devolvían la flota naval, la isla Martín García y efectuaban un acto en desagravio a la bandera argentina.

El Libertador escribió en 1847 una carta a Tomás Guido donde afectuosamente lo trataba a Rosas de “Nuestro don Juan Manuel” y en 1848, al propio Rosas le decía: “Usted me hará el favor de creer que sus triunfos son un gran consuelo para mi achacosa vejez"; y “ Jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo Ud. sus destinos, antes bien temía yo que tirara usted demasiado de la cuerda de las negociaciones cuando se trataba del honor nacional”. Además, le agradeció el homenaje que Rosas le hiciera en su mensaje anual a la Legislatura porteña.

El General San Martín nunca mencionaba el tema con su familia pero tenía un profundo dolor, que se percibe en alguna de sus cartas, por la poca generosidad de los pueblos que él libertó. Y no se trata sólo de las miserias económicas y de las otras que tuvo que afrontar en su exilio europeo, ni de los sueldos adeudados que jamás le fueron pagados sino de la falta de gratitud que se trasunta en el poco respeto a una figura como él que lo dio todo por su Patria, que tuvo a sus pies a Lima, una de las ciudades mas ricas de su tiempo y cuando se fue solo se llevó un baúl con sus uniformes y el estandarte de Pizarro.

El único hombre público que le dio reconocimiento en vida fue el gobernador de Buenos Aires, Brigadier General Juan Manuel de Rosas.

El general Rosas le escribió el 15 de Agosto de 1850 diciéndole: “No era pues de extrañar, ni justo, que recordando los méritos que han contraído los gobernadores de las provincias y otros individuos subalternos nombrados en el mensaje, el nombre ilustre de usted no figurase en primera línea, cuando su voto imponente acerca del resultado de la intervención a sido pesado en los Consejos de los injustos interventores.”

Esa carta no podría ser leída por el Libertador; pues el 17 de Agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, lejos de su patria, se había vuelto inmortal. Ni el exilio, ni la distancia inconmensurable, ni las enfermedades, ni las envidias y mezquindades de los que jamás alcanzarían su altura, pudieron impedir que el viejo guerrero de Los Andes luchara hasta su último día por la libertad y la dignidad de su tierra americana.

Esa fue la última y victoriosa batalla del general don José Francisco de San Martín, el hombre que llevó triunfal por medio continente nuestra bandera azul y blanca, guiado por la llama eterna de la libertad.

Quiera Dios que su Espíritu nos acompañe siempre.


Bibliografía:
-Barcia Trelles, Augusto, San Martín en Europa, López y Etchegoyen Ed. 1948.
-Gras, Mario C., San Martín y Rosas, una amistad histórica, Rev. Inst.J.M. Rosas, Nº 13, 1948.
-Palacio, Ernesto, Historia de la Argentina (1515-1938), Peña Lillo Ed. 1979.
-Pérez Pardella, Agustín, El Libertador cabalga, Ed. Planeta, 1997.
-Saldias, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina.


Publicado como ensayo en la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en el Nº 54 Enero/Marzo de 1999; Págs. 93 a 100

martes, 20 de noviembre de 2012

Historia Argentina: El cañón de Obligado (1845)

El Cañón de Obligado

El cañón de Obligado contestó tan insolentes provocaciones.
Su estruendo resonó en mi corazón.

Coronel artillero Martiniano Chilavert.
 


Batalla de la Vuelta de Obligado. 

El 20 de noviembre de 1845, a orillas del Paraná, en un recodo del río llamado Vuelta de Obligado, a la altura de San Pedro; se produjo la memorable batalla de artillería entre las tropas de la Confederación Argentina y las flotas navales de Inglaterra y Francia. 
Las dos principales potencias mundiales se habían acostumbrado a imponer sus intereses comerciales desde la boca de los cañones de sus poderosas flotas navales. Su poder de fuego ya lo habían sufrido Egipto y China, quedando Hong Kong como trofeo del imperialismo salvaje, y posteriormente sus víctimas serían México y Venezuela. Vieja historia que se repetiría en éste siglo con la sola variación del calibre del armamento. 
En el río de la Plata contaban como aliados a un grupo de políticos ambiciosos que habían huido de Buenos Aires para escapar al castigo de sus crímenes y de otros que ponían su ideología por encima de su patria. 
La flota interventora había bloqueado el puerto de Buenos Aires, había capturado la isla de Martín García y también la pequeña flota naval argentina. Exigían, sin otro derecho que la prepotencia de sus cañones, la libre navegación de los ríos interiores de la República. La obsecuencia y cobardía de los exiliados en Montevideo les hizo suponer que estaban ante otra republiqueta fácilmente dominable. 
Pero la costumbre, que aún mantienen, de lograr fáciles triunfos mediante la presión diplomática o la amenaza de la fuerza, chocó contra la férrea postura de un gobernante que no era ni pusilánime ni corrupto. El general Juan Manuel de Rosas les presentó batalla en todos los frentes. En el diplomático con su hábil manejo de las debilidades del enemigo y con la inestimable colaboración del general San Martín; en el financiero produciéndoles fuertes pérdidas y un conflicto en su frente interno; y en el militar dándoles una batalla que causó la admiración de los propios agresores. 
En la mañana del 20 de noviembre los buques de la flota tomaban posición frente a las baterías que a toda prisa había mandado a construir el general Lucio Norberto Mansilla, veterano de Chacabuco y Maipú. El diseño de las baterías estuvo a cargo del héroe de ese día, el coronel Juan Bautista Thorne. Todo el ancho del río fue atravesado por tres líneas de cadenas colocadas sobre lanchones y barcos desmantelados, las que estaban atadas por un extremo a tres anclas y por el otro al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, irlandés llegado a Buenos Aires con la invasión inglesa de 1806 y que luego de acriollarse combatió en el Ejercito del Norte a órdenes de Belgrano, e hizo la campaña de Perú con San Martín. 
Lograron construir cuatro de las siete baterías que estaban previstas. Estas eran: la batería “Restaurador” con 6 piezas al mando del Ayudante Mayor Alvaro de Alzogaray; la batería “General Brown” con 8 piezas al mando del Tte. Eduardo Brown, hijo del Almirante; la “General Mansilla” con 8 piezas, al mando del Tte. de artillería Felipe Palacios y, mas allá de las cadenas que cerraban el paso del río, la batería “Manuelita” con 7 piezas (dos de tren volante) al mando del coronel Juan B. Thorne. La mayoría de los cañones argentinos eran de 10 libras y solo algunos de 24. 
A la derecha de las baterías, en un bosque se estacionaron las tropas del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y su banda militar, a órdenes del coronel Ramón Rodriguez. Detrás de la batería “Restaurador” había un cuerpo rural de 100 hombres al mando del Tte .Juan Gainza, seguidos por los milicianos de San Nicolás al mando del Cte. Barreda y otro cuerpo rural al mando del coronel Manuel Virto. 
La reserva era comandada por el coronel José M. Cortina e incluía dos escuadrones de caballería a órdenes del Ayte. Julián del Río y del Tte. Facundo Quiroga, hijo del Tigre de los Llanos. Detrás de la reserva se encontraban unos 300 vecinos incluyendo mujeres, de San Pedro, Baradero y San Antonio de Areco, que se reunieron a último momento, armados con lo que pudieron traer. 
La flota estaba constituida por once buques que sumaban 99 cañones, la mayoría de ellos de 32 libras, algunos de 80 y otros con el sistema Paixhans de bala con espoleta cuyos explosivos causaron estragos en la defensa. 
A las 9 de la mañana el buque inglés Philomel lanzó el primer cañonazo, la banda del Regimiento Patricios rompió con los acordes del Himno Nacional y entre vivas a la patria comenzaron a responder las baterías argentinas. 
En pocos minutos, la tranquila ribera del Paraná se convirtió en una imitación del infierno. Desde ambos bandos se lanzaban unos cuarenta proyectiles por minuto, generalizándose las bajas en las tropas de la Confederación. A las once un grupo de infantería francés intentó desembarcar y fue atacado por las tropas de Virto, pereciendo la mayoría de ellos bajo los sables argentinos o ahogados al huir. 

General Lucio N. Mansilla 

Hacia el mediodía el general Mansilla envió un parte a Rosas diciéndole que no sabía por cuanto tiempo más podría contener al enemigo pues se le agotaban las municiones. No obstante ello el fuego de las baterías argentinas había logrado dejar fuera de combate a los buques Pandour y Dolphin y generado graves daños en otros buques; pero el costo en vidas entre los artilleros criollos era altísimo. El capitán Craig debió hundir el bergantín “Republicano” que ya estaba casi desmantelado a cañonazos y se reunió con los hombres que le quedaban en las baterías de tierra. 
A las cuatro de la tarde, los ingleses protegidos por el buque Fireband lograron cortar las cadenas y sobrepasar las defensas. En tierra, únicamente respondía la batería Manuelita, cuyo jefe, el coronel Thorne causaba la admiración de los enemigos, dando órdenes desde lo alto de su posición con todo su cuerpo expuesto al fuego enemigo. El general Mansilla le ordenó cesar el fuego y retirarse, pero Thorne rechazó la orden respondiendo que sus cañones le demandaban hacer fuego hasta vencer o morir. En esa posición se mantuvo hasta que un cañonazo lo hizo volar por el aire dejándolo gravemente herido y sordo de por vida. Sus soldados lo retiraron del campo llevándolo hasta el convento de San Lorenzo. 
Hacia el atardecer, cuando ya no quedaban cañones ni artilleros en pie, desembarcaron los invasores; Mansilla ordenó cargar al enemigo pero un golpe de metralla lo derribó, hiriéndolo en el estómago. Entonces encabezó el ataque el coronel Ramón Rodriguez con los Patricios, dándoles una brillante carga a la bayoneta pero finalmente hubo de retirarse ante la superioridad numérica del enemigo. 
La bandera argentina que, manchada de sangre, fue tomada por los ingleses en la batería de Thorne, la devolvería 38 años después el almirante Sullivan (capitán del Philomel) como muestra de su admiración por el jefe de la batería Manuelita. 
En Obligado tuvieron 150 bajas los interventores y 650 las tropas de la Confederación. Fue, si se quiere, una victoria anglo-francesa. Pero poco después los invasores comprenderían que las sabias palabras de San Martín, quien les auguró un desastre, eran una realidad. Era imposible hacer pie y mantenerse en territorio argentino; por el contrario fueron combatidos a todo lo largo del Paraná. Quebracho, Ensenada, Acevedo, Tonelero y San Lorenzo marcaron serios reveses para la flota y fundamentalmente demostraron la imposibilidad de mantener un tráfico comercial, que era su principal objetivo. Los ingleses primero y luego los franceses, terminaron por doblegarse y acatar la voluntad del pueblo argentino. 
En este fin de siglo dominado por el “verso” de la globalización es bueno que recordemos los ejemplos que dejaron los grandes hombres de nuestra historia como Rosas, San Martín y los héroes de Obligado. Como dijo el poeta catalán: “Que no trafique el mercader / con lo que un pueblo quiere ser”. 

Oscar Fernando Larrosa (h) 

“La Nueva Provincia”, 20 de noviembre de 1999, página 7.

jueves, 30 de agosto de 2012

Historia argentina: Carrera naval entre Argentina y Chile, 1890-1905 (1/13)

Volviendo a leer...

Carrera naval entre Argentina y Chile, 1890-1905

Parte 1/13

Crecimiento y Desarrollo orgánico de la ARA: 1810-1902

Si bien la Revolución de Mayo de 1810 marco el fin de la era colonial en Buenos Aires, Montevideo, en la orilla opuesta del Plata permaneció en manos de los realistas. De este apostadero, una poderosa y bien entrenada escuadra al mando del Capitán de Fragata Jacinto de Romarate pronto estableció un bloqueo a Buenos Aires y amenazaba cortar las líneas de comunicación a lo largo del litoral. Las autoridades patriotas reaccionaron con prontitud y en Agosto adquirieron tres buques mercantes, aptos para ser transformados en buques de guerra. Estos eran: el bergantín "25 de Mayo", la goleta "Invencible", y la balandra "Americano". Un veterano argentino de la batalla de Trafalgar, y antiguo teniente de la armada española, Francisco de Gurrucharaga se dedicó con bríos a equipar a esta pequeña escuadrilla. La pobreza del erario, la falta de personal entrenado y de materiales complicaron su tarea. El mando de esta flotilla fue encomendado a Juan Bautista Azopardo, un corsario de origen maltés, quien fue secundado por dos corsarios franceses: Hipólito Bouchard y Angel Hubac. El 10 de Febrero de 1811, tres de los buques patriotas zarparon de Buenos Aires y se dirigieron hacia el río Paraná. El 2 de Marzo, la escuadrilla patriota fue interceptada por una poderosa escuadrilla realista. En el recio combate que tomo lugar, la superioridad numérica y de entrenamiento prevalecieron. Abordo del "25 de Mayo", 41 tripulantes de un total de 50 abordo fueron heridos o muertos. Para desazón de los patriotas, la primera escuadrilla naval argentina fue capturada y remolcada a Montevideo, donde luego de ser reparadas, la naves fueron incorporadas a la flota realista (1)

Ave Fénix

El 7 de Julio, una escuadrilla realista bombardeo Buenos Aires, aunque no sin ser castigada. Bouchard, quien se hallaba a cargo de un cañonera armada con un solitario cañón de 18 libras salió en busca de los buques realistas, logró infligir serios daños a uno ellos, por lo que en enemigo se batió en retirada. Como resultado de este ataque; el gobierno patriota equipó a una segunda escuadrilla consistente de las goletas "Nuestra Señora del Carmen" y "Santo Domingo", el queche "Hiena" y cuatro embarcaciones menores. La flota realista reapareció nuevamente frente a Buenos Aires el 19 de Agosto, pero cuando Bouchard enfiló sus naves hacia ella, el enemigo se retiró e intentó, inefectivamente, bombardear a Buenos Aires desde una distancia prudencial. El 20 de Octubre de 1811 las autoridades de Buenos Aires y Montevideo concluyeron un armisticio que preveía el cese de hostilidades y el fin del bloqueo. Mientras que el gobierno patrio puso a su flotilla en desarme, los realistas violaron el armisticio y procedieron a bombardear pueblos del litoral argentino con impunidad atacando a naves de comercio a voluntad. Esto a su vez motivó la creación de la tercera escuadrilla naval argentina, que fue organizado por un capitán mercante irlandés; residente el Buenos Aires William Brown, quien muy justamente es considerado como el padre de la armada argentina. Esta escuadrilla se componía de una fragata, cuatro corbetas, un bergantín, cinco goletas y otras naves menores. Los oficiales eran extranjeros en su mayoría, pero pronto se incorporo a la flota un creciente número de criollos. (2)

 
Batalla de San Nicolás

En Mayo de 1814 Brown derrotó a la flota realista que una vez dominó el Plata. Este triunfo a su vez posibilitó el bloqueo y posterior toma de Montevideo. Esta magnifica victoria privó a España de la única base de operaciones que poseía en Sudamérica y otorgó el control de las aguas a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Además, con el fin de hostigar y destruir el comercio español en la región, el gobierno de Buenos Aires comenzó a otorgar patentes de corso a corsarios extranjeros, entre los que predominaban los de nacionalidad estadounidense. El número exacto de estos corsarios es desconocido, si bien se sabe que uno de estos buques corsarios se hallaba en actividad en 1815, 4 en 1816, 23 en 1819 10 en 1820 y dos en 1821. En 1815 las Provincias Unidas del Río de la Plata eran la única nación hispanoamericana a la cual los realistas no habían logrado subyugar. En España, se organizó una poderosa expedición que sería comandada por el general Pablo de Morillo al cual se le había asignado la tarea de tomar Buenos Aires, pero la pérdida de Montevideo obligó a Espana a considerar su estrategia y la expedición de Morillo fue despachada hacia Nueva Granada, la actual República de Colombia.(3)

Expedición al Pacifico

En 1816 Brown dirigió una escuadrilla argentina en un crucero al Pacifico. Estas naves bloquearon Lima y Guayaquil, capturaron California y azotaron con vigor al comercio marítimo español. La fragata "La Argentina", comandada por Hipólito Bouchard que integraba esta flotilla, se separó de las demás naves y fue el primer buque de bandera argentina en circunnavegar el mundo. (4)

Un historiador naval chileno describe el resultado del crucero de Brown en los siguientes términos:

"Esta expedición fue la única actividad marítima que desplegaron los argentinos en el Pacifico, y a decir verdad, fue de magníficos resultados. Como señala Worcester, desde la llegada de Brown , el comercio marítimo español se vio detenido. Marco del Pont ya no sólo temió el ataque a través de la Cordillera, sino que estaba convencido que otra división patriota lo atacaría por el mar. San Martín, por su parte hizo circular rumores de que se preparaba una expedición en Buenos Aires que atacaría Concepción y San Vicente con el objeto de invadir luego a Chile" (5) 

Guerra contra el Brasil: 1825-1828

Al finalizar las guerras de independencia, la ARA fue reducida a su mínima expresión y la mayoría de sus naves vendidas a armadores privados. En 1825, al estallar la guerra con el Brasil, la flota argentina consistía de cuatro fragatas, dos corbetas y 12 cañoneras construidas en el Bajo, la rivera de Buenos Aires y artilladas con viejas piezas de a 24 tomadas del fuerte de dicha ciudad. El mando de la flota fue nuevamente confiado a Brown. En directo contraste, la flota del Imperio del Brasil, tripulada por una pléyade de oficiales de alto rango y subalternos ingleses, veteranos de las guerras napoleónicas; contaba con 108 naves de guerra, de las cuales la mitad eran unidades mayores (fragatas, corbetas, bergatines) y el resto cañoneras y goletas armadas en guerra de varios tipos y tamaños. En una rápida serie de combates, la armada argentina logró derrotar a la poderosa flota imperial, y si bien esta última bloqueó a Buenos Aires, las lineas de comunicación entre las Provincias Unidas y la Banda Oriental del Uruguay, donde se hallaba el ejército argentino, jamás fueron cercenadas o siquiera afectadas. Por otra parte, a pesar de la notoria escasez de medios y de la inmensa superioridad numérica del enemigo, entre 1825 y 127 la armada argentina logró destruir o capturar a más de 50 buques de guerra brasileros, muchos de los cuales fueron incorporados a la armada nacional y empleados con suma energía y gran habilidad contra sus antiguos propietarios. Además, buques de guerra argentinos y corsarios de Buenos Aires capturaron 445 naves mercantes brasileras (6)

Era de Rosas (1829-1852)-Luchas por la unificación argentina: 1852-1862

Durante la era de Rosas (1829-52) la armada se convirtió esencialmente en una fuerza fluvial, lo suficientemente adecuada para vencer a la flota uruguaya en una serie de combates a lo largo del ano 1841, pero no lo suficientemente fuerte o moderna para enfrentar a la escuadra anglo-francesa enviada al Plata en 1845. Una academia marítima en la que se formaban oficiales funcionó hasta 1830, luego los cadetes navales eran asignados a unidades de la flota. La armada argentina no ingresaría a la era del vapor hasta 1851. Los dos estados nacionales que surgieron en la Argentina luego del derrocamiento de Rosas en 1852 establecieron escuadrillas equipadas con buques mercantes a vapor armados en guerra, la mayoría de los cuales serian incorporados a la armada nacional luego de la reunificación argentina que ocurre como resultado de la batalla de Pavón. Sin embargo, a mediados de 1865, la flota se reducía a unos pocos buques en servicio, el resto había sido reducido la categoría de pontones o servían como cascos de almacenaje. La armada no poseía una infraestructura terrestre, bases navales o siquiera buques de guerra propiamente dichos. Era dolorosamente evidente o que la armada no había experimentado un desarrollo adecuado, no sólo en comparación a las flotas de las grandes potencias, sino que también en comparación con las escuadras de países vecinos como el Brasil, Chile o el Paraguay.

La Guerra del Paraguay (1865-1870)

Al estallar la guerra del Paraguay, la armada argentina se reducía a un puñado de vapores mercantes armados, cutters a vela y viejos cascos que servían como depósitos flotantes de material. No existía infraestructura en tierra alguna, ni centros de entrenamiento para la formación del personal. Aunque durante la guerra, el comando de los ejércitos aliados fue confiado al presidente de la República Argentina, Bartolomé Mitre, dado el hecho de que entre los aliados, sólo en Brasil poseía una marina digna de ese nombre, el visconde de Tamandaré fue puesto a cargo de las operaciones navales. La participación de la armada argentina en este conflicto, por falta de material idóneo se redujo principalmente a misiones de transporte y de apoyo logístico. (7)


 
Tripulación del Vapor "25 de Mayo", capturado en Corrientes dando inicio a la intervención argentina en la Guerra del Paraguay

Desarrollo de Institutos e infraestructura terrestre: 1872-1902

Los primeros pasos en el largo camino hacia la modernización y expansión se darían durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento (1868-74). Figura de extraordinaria creatividad, a quien el historiador norteamericano Hubert Herring describió como "Posiblemente el único genio práctico que emergió de la América Hispana", Sarmiento dedicó considerable parte de su tiempo y pensamiento a la importancia del poder naval para las comunicaciones y defensa. Por lo tanto, cuando el Mayor Clodomiro Uturbey, graduado de la Academia Naval española propuso la creación de un establecimiento similar en la Argentina, Sarmiento dio su apoyo a esta iniciativa. La legislación necesaria fue promulgada el 2 de octubre de 1872 y tres días después la Escuela Naval Militar (ENM) fue oficialmente establecida a bordo del vapor "General Brown", donde funcionara hasta 1877, cuando a raíz del "motín de los gabanes", el gobierno ordeno clausurar la ENM, si bien esta medida no interrumpió el "curriculum" de los cadetes que simplemente fueron transferidos a diversas unidades de la armada hasta que la ENM fue trasladada a una nueva sede en pleno Buenos Aires. El número de cadetes en la ENM fue creciendo paulatinamente: 15 en 1872, 50 en 1883 y excedería la cifra de 70 en 1887 aunque el verdadero crecimiento no ocurriría hasta 1893, cuando la ENM fue transferida nuevamente, esta vez a la antigua residencia de Juan Manuel de Rosas en Palermo, previamente utilizada por el Colegio Militar de la Nación. El cuerpo de cadetes comenzó a crecer rápidamente desde ese entonces: 77 en 1895, 88 en 1896, 110 en 1897 y 140 en 1898 (8)

Inicialmente, el curso de estudios en la ENM duraba seis semestres. El primero incluía geometría, trigonometría rectilínea, dibujo, idiomas extranjeros, balísticas y enseñanza general. Geometría espacial, física, astronomía naval y otras materias académicas eran estudiadas en los semestres subsiguientes, mientras que la enseñanza práctica progresaba similarmente desde los deberes de un marinero raso a los de timonel, del pilotaje de pequeñas embarcaciones a los deberes y responsabilidades del oficial. Los últimos semestres enfatizaban la enseñanza de técnicas de construcción naval, propulsión a vapor, ley internacional, artillería naval e historia. Los cadetes eran entonces destinados a buques de guerra en servicio en las costas patagónicas y los guardiamarinas de reciente graduación eran asignados a una flotilla de cutters a vela que patrullaba esas latitudes, adquiriendo asi valiosa experiencia. Viajes trans-oceánicos de larga duración comenzaron a principios de la década de 1880, cuando la ENM recibio una nueva corbeta a vapor especialmente diseñada como buque escuela, nos referimos a la corbeta "La Argentina". A fines de la década de 1890 esta unidad sería reemplazada por la fragata ARA "Sarmiento", unidad de 2800 toneladas de desplazamiento, que a su vez inauguró la era de viajes de circunvalación del mundo. A fines del siglo XIX, el prestigio y eficiencia de la ENM trascendía las fronteras del país, y era plenamente reconocido en el extranjero, razón por la cual, estudiantes de países vecinos competían en los exámenes de entrada a esta institución. (9)

En 1875 fue creada la Escuela de Aprendices-Marineros abordo de la la barca "Vanguardia", y al año siguiente, un reformatorio de jóvenes fue establecido a bordo del pontón "General Paz", designado "Correccional de Menores", aunque la práctica de sentenciar jóvenes infractores del código penal a servir en la armada fue abandonada poco después. En su reemplazo, se estableció la Escuela de Grumetes abordo de la barca "Cabo de Hornos", unidad que durante el periodo 1879-1884 patrullaba las costas patagónicas hasta que fue radiada de servicio, y remplazada por el buque escuela "La Argentina". La Escuela de Artillería se estableció abordo del monitor "El Plata" en 1877 y la Escuela de Aprendices artilleros, donde cabos de cañón eran formados funcionaba a bordo de diversas unidades desde su creación en 1881. Foguistas, maquinistas y electricistas recibían entrenamiento en la Escuela de Mecánica de la Armada, que existía bajo diversas denominaciones desde 1880. Finalmente, la Escuela de Torpedos fue establecida en 1883, abordo de una nave incorporada en aquellos tiempos, el ariete-torpedero ARA "Maipú". (10)

En Enero de 1879 se establece la Oficina Central de Hidrografia, (OCH) que seria responsable por explorar y levantar cartas de las costas y cursos de agua, así como de la construcción de faros y balizamiento. En Enero de 1881, el recientemente creado Observatorio Naval fue encuadrado a la OCH. La ARA obtuvo de esta manera un valioso caudal de información referente a los ríos interiores argentinos y las costas patagónicas. (11)

Como puede apreciarse, la ARA puso énfasis especial en la formación de oficiales y de personal subalterno . En 1883, la ARA poseía un efectivo de 2000 hombres, que incluían 1503 marineros, 320 oficiales (inclusive 48 cadetes de la rama ingeniería) y 133 álfereces y cadetes. Durante las luchas por la reunificación nacional y a través de la guerra del Paraguay la ARA contrató marinos mercantes argentinos y extranjeros para completar algunas tripulaciones de sus naves . También se contrataron los servicios de buques mercantes argentinos, incluyendo sus tripulaciones para tareas de cuarentena y misiones de apoyo logístico. Durante la década de 1880-1890 la ARA experimentó una escasez de especialistas y personal de máquinas, de manera que un número substancial de especialistas extranjeros fueron contratados. El escalafón naval de 1891 revelaba que de un total de 83 oficiales ingenieros, 32 eran extranjeros. En 1897, de un total de 155 oficiales de esta rama 97 eran nativos del país, y el resto extranjeros. Al tiempo que la flota crecía en número, y que las naves que se incorporaban eran invariablemente de mayor tonelaje y tecnicamente mas avanzadas que sus predecesores, la necesidad de incrementar al personal se hizo aparente. Por ejemplo, los cuatro cruceros-acorazados clase "Garibaldi" a fines de la década de 1890 requerían un promedio de 25 oficiales y 440 hombres por unidad, un total de 109 oficiales y 1636 tripulantes. En 1902 la ARA tenia un efectivo de 8336 hombres, cifra que incluía a 327 oficiales de linea, 297 oficiales-ingenieros, 7760 marineros y 450 infantes de marina. La creciente importancia de la marina fue tácitamente reconocida el 15 de Marzo de 1898, cuando la armada obtuvo el status de fuerza independiente, es decir que ya no dependía del Ministerio de Guerra y Marina. Desde ahora en adelante, seria regulada por el Ministerio de Marina. (12)

Apostaderos y bases

Al tiempo que la ARA incrementaba su flota y de que las naves agregadas eran cada vez mayores, la ARA hubo de establecer una red de apostaderos y bases navales a través de la república. Aunque hemos de tratar la expansión de la flota por separado, debemos mencionar que las primeras unidades modernas incorporadas eran navíos de poco calado que podían fondear en Rio de la Plata o en la base naval de Zárate, pero a medida que se fueron agregando unidades de mayor tonelaje la necesidad de un puerto de aguas profundos se hizo aparente. El pueblo de Punta Alta, en el sur de la Provincia de Buenos Aires fue seleccionado para dicha instalación. Al diseño de los planos fue asignado a un afamado ingeniero italiano, Luigi Luiggi. Las obras comenzaron en 1898, y en Julio las primeras tres baterías de artillería de costa destinadas a proteger a la futura base ya habían sido emplazadas. Al finalizar las obras, en 1902 este puerto estratégico, denominado Puerto Militar emergería como la mayor base naval de Sudamérica, con suficiente espacio para albergar a 20 cruceros-acorazados de la clase "Garibaldi". Las instalaciones cubrían una extensión de 3000 hectáreas. Un ferrocarril estratégico conectaba a la base con la ciudad de Bahía Blanca, mientras que baterías de cañones y obuses de costa la protegían contra la eventualidad de un ataque naval. (13)

Cuerpo de Artillería de Costas

La artillería de costas no recibió atención especial hasta la década de 1870. Hasta 1879 la defensa de costas había sido responsabilidad del ejército, cuyo Batallón de Artillería de Plaza guarnecía la isla de Martín García. El Cuerpo de Artillería de Costas, establecido el 15 de Noviembre de 1879 bajo las órdenes del teniente coronel Emilio Sellstrom, antiguo profesor de balística en la ENM y superlativo ingeniero. El Cuerpo de Artillería de Costas también proveía de fuerzas de infantería de marina y de protección, pero las únicas fortificaciones existentes eran las de Martín García. Durante la Guerra del Paraguay, el Ministerio de Guerra había dispuesto la construcción de cinco barbetas de material que habrían de montar 36 piezas de artillería, pero a mediados de 1866 solo 18 cañones habían sido emplazados, y aún estos eran arcaicas reliquias heredadas del Virreinato del Río de la Plata y de bajo calibre. Durante el gobierno de Sarmiento, las primeras piezas de artillería modernas: 4 Rodmans de 381 mm y seis Parrotts de 254 mm fueron emplazados en la isla. En 1877 estos cañones fueron complementadas por una batería de piezas Armstrong de 177 mm (7 pulgadas) que disparaban granadas ant-blindaje de 150 libras, confiriendo a Martín García una verdadera capacidad estratégica. A mediados de la década de 1880 los cañones de Martín García y demás instalaciones eran ya anticuados, ya que habían hecho su aparición modelos con mayor capacidad de penetración y mayor alcance. La ARA seleccionó el cañón Krupp mod. 1887 de 240 mm L.35 como equipo reglamentario para sus baterías, y piezas de este tipo fueron emplazadas en Martín García, el Arsenal Naval de Zárate y en Puerto Militar. En 1899 serían complementadas con tres baterías de obuses Krupp mod. 1899 de 280mm L.11. Mientras tanto, la constante tensión con Chile , condujo a una expansión de la ARA, cuya flota seria en 1898 la mas poderosa y mejor equipada en Sudamérica. (14)


  1. Rauch, George , Conflict in the Southern Cone; the Argentine Military and the Boundary Dispute with Chile, 1870-1902 (Praeger (Wesport, Conecticut and London, 1999).pag. 101-102
  2. Rauch, Conflict in the Southern Cone..Ibid pag.102-103
  3. Iid, pag. 103-104
  4. Iid pag.104
  5. Lopez Urrutia, Carlos, Historia de la Marina de Chile (Editorial Andres Bello, Santiago de Chile, 1969) pag. 26
  6. Baldrich, Amadeo J, Historia de la guerra del Brasil: Contribucion al estudio razonado de la historia militar argentina (Imprenta La Harlem, Buenos Aires, 1905) pag.258-70, Rauch, op cit, pag. 104
  7. Rauch, op cit, pag 104-105
  8. Burzio Humberto, Armada Nacional: Reseña Historica de su origen y desarrollo orgánico (Departamento de Estudios Historicos Navales, Serie B, No 1, Buenos Aires, 1960) pag.160 -161, Burzio, Humberto, Historia de la Escuela Naval Militar (Departamento de Estudios Historicos Navales, Serie B. 1972, Buenos Aires, 3 vols., 1972) I; 246-248,320-321, 352-353, Rauch, op cit, pag.115-116
  9. Burzio, Historia de la Escuela Naval Militar, I: 236-27 ,337-338, 367.
  10. Rauch, op cit, pag.115-116
  11. Burzio, Armada nacional, pag.1590160, Rauch op cit, pag. 117
  12. Burzio, Historia de la Escuela Naval Militar;II: 458-459, 767-
  13. Rauch, p cit, pag. 117. Rauch, op it, pag.116-1177
  14. Triado, Juan Enrique, Historia de la Base Naval Puerto Belgrano (Instituto de Publicaciones Navales, Centro Naval, Buenos Aires, 1992) pag.67-8, Rauch pag.117118


Autor: André Marois