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sábado, 2 de marzo de 2024

Carrera armamentística Argentina-Chile: El abrazo del estrecho

El histórico abrazo del Estrecho: la muñeca diplomática de Roca cuando estuvimos por ir a la guerra con Chile

En 1899 el presidente Julio A. Roca decidió tomar el toro por las astas y viajar a Chile para coronar las negociaciones que se hacían a contrarreloj. Los reclamos de territorios en disputa habían llevado a ambos países a una carrera armamentística que por poco no terminó en un conflicto armado

 
Ya en su segundo mandato, Roca tenía más experiencia. Los que trabajaron entonces con él, lo encontraron más reflexivo y observador

Martín Rivadavia, un marino de 46 años ascendido a comodoro en octubre de 1896 y ministro de Marina en el segundo gobierno de Julio Argentino Roca, no se movía del puesto de mando del Acorazado General Belgrano, comprado a nuevo a Italia el año anterior. Llevaba un pasajero ilustre, al propio Presidente, que iba a reunirse con su par chileno, Federico Errázuriz.

El encuentro sería en Punta Arenas y el ministro tuvo una idea de la que se arrepintió cuando era demasiado tarde: en lugar de acceder a Chile por el Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes, le propuso a Roca hacerlo por los canales fueguinos, lo que representaba una navegación mucho más complicada y riesgosa, pero que sabía que sorprendería a los chilenos. Aclaró que él mismo respondería personalmente por la decisión tomada.

El Presidente aceptó gustoso y cuando llegaron a destino se enteró de que Rivadavia había sudado a mares y que guardaba una pistola con la que pensaba volarse la cabeza si se hundía el acorazado con el Presidente a bordo, en esos canales que no eran del todo conocidos.

Cuando la tensión con Chile iba en aumento, y muchos imaginaban una guerra, el presidente argentino decidió ir a encontrarse con Federico Errázuriz

Había asumido la primera magistratura el 12 de octubre de 1898. En la carrera hacia la Casa Rosada, asomaban dos candidatos potables: uno era él y otro Carlos Pellegrini. El general Bartolomé Mitre intentó cortar el avance de Roca a la presidencia al proponer una alianza entre radicales y nacionalistas. Pero Hipólito Yrigoyen la rechazó de plano. Él era el líder indiscutido desde el suicidio de su tío Leandro Alem el año anterior.

Lo que primó a la hora de ungir a Roca presidente fue la situación internacional, especialmente con nuestros vecinos los chilenos. Ese país venía de proclamarse triunfador en su guerra contra Perú y Bolivia y ese ambiente de un posible enfrentamiento por cuestiones limítrofes amenazaban la paz. Para algunos políticos, la guerra era un hecho, y quién mejor para conducirla que el único militar que nunca había sido derrotado. Así se afianzó la idea de su candidatura.

Invitación cursada por el gobierno de Chile, para participar de la histórica jornada (Gentileza Museo Roca)

Ya no era un joven de 37 años, sino que a sus 55 años se había convertido, según lo describe Ibarguren, en una persona flexible, tolerante, reflexiva y observadora.

Fue elegido gracias al voto de 218 electores. Su vice era Norberto Quirno Costa, con experiencia en política exterior.

“Felizmente, nos hallamos en paz y concordia con todas las naciones del mundo”, señaló Roca. “Las últimas cuestiones de límites, que heredamos del coloniaje, marchan a su solución, por los medios y procedimientos que presenten los tratados internacionales. La cuestión de Chile, resuelta desde 1891, ha sido entregada al arbitraje y de acuerdo con el tratado de este año y el de 1893. Esperamos tranquilos el fallo del árbitro, confiados en que nada turbará nuestras relaciones internacionales y en que la terminación pacífica de este largo pleito que será una victoria de la razón y del buen sentido, influirá en las relaciones de los estados sudamericanos”.

De etiqueta y ambos con la banda presidencial, en la cubierta del O'Higgins (Archivo General de la Nación)

Era consciente de la situación irresuelta con Chile. Unas de las cuestiones que se resolvería entonces sería la Puna de Atacama, un conflicto que se arrastraba desde el fin de la guerra del Pacífico, cuando Chile ocupó tierras que estaban en disputa entre Argentina y Bolivia. A partir de un laudo celebrado en Buenos Aires entre el 1 y el 9 de marzo de 1899, Argentina terminó quedándose con el ochenta por ciento y Chile con el veinte restante del sector en disputa.

De la mano de su ministro de guerra Pablo Riccheri modernizó el Ejército y adquirió armamento. También se creó el ministerio de Marina, a cuyo frente puso a Martín Rivadavia y compró barcos, en un vasto plan que incluyó la ley 4031 del servicio militar obligatorio.

Devolución de gentilezas. Luego del encuentro en el buque chileno, Errázuriz abordó el acorazado Belgrano. Fotografía revista Caras y Caretas.

El objetivo de Roca era mostrarse fuerte, en el ajedrez del cono sur, frente a Chile y a Brasil.

“Roca fue una figura central del proceso de consolidación del Estado nacional entre fines del siglo XIX e inicios del XX, y por aquellos años sus gobiernos tuvieron que enfrentar delicados conflictos con el Vaticano y con países limítrofes. También se retomaron antiguos reclamos de soberanía sobre las Islas Malvinas. Asimismo, se dio gran importancia a la organización y desarrollo de un cuerpo diplomático, enviado a diversas partes del mundo”, explican desde el Museo Roca.

Como los peritos de ambos países no lograban ponerse de acuerdo, Roca tomó el toro por las astas y decidió concretar un viejo anhelo, el de viajar al sur y cerrar él la cuestión.

A comer. El menú que se sirvió la noche del 16 de febrero (Gentileza Museo Roca)

No fue una decisión apresurada: daba el puntapié inicial de los presidentes argentinos que se involucraban personalmente en la solución de diferendos internacionales. Se la llamó la diplomacia presidencial, algo novedoso para la época. “Era consciente que la guerra había sido un impedimento en los procesos de modernización del Estado y de desarrollo económico”, se explica en un trabajo del citado museo. Sabía que su par chileno opinaba lo mismo.

Junto a su ministro de Marina y secretarios, el 20 de enero de 1899 partió en el ferrocarril del Sud hasta Bahía Blanca, donde abordó el acorazado Belgrano. Luego, el ministro de Relaciones Exteriores Amancio Alcorta lo alcanzó con el Transporte Chaco. Una comitiva de periodistas lo seguía en el crucero liviano Patria.

Junto al menú, se distribuyó el programa musical ejecutado en la cena (Gentileza Museo Roca)

En Puerto Belgrano -entonces se llamaba Puerto Militar- visitó las obras que se estaban realizando. A Puerto Madryn llegaron con lluvia y fueron en ferrocarril hasta Trelew. De ahí se trasladó en carruaje a Rawson y Gaiman.

Nuevamente a bordo, continuaron el viaje bordeando la costa patagónica. En Río Gallegos se hospedó en la casa del gobernador del territorio de Santa Cruz, Matías Mackinlay Zapiola. Cuando los pobladores se enteraron se concentraron y Roca les habló desde el balcón, donde prometió la concreción de obras. Era la primera vez que un Presidente los visitaba. Esa casa se demolió pero se conservó el balcón.

Cuando navegaban hacia Ushuaia, quiso visitar la estancia Haberton, donde fue agasajado por la viuda del dueño. El Presidente aprovechó a conversar con los indígenas onas y yaganes que trabajaban allí.

Debía cumplir con la agenda. Para el 15 de febrero al mediodía el mandatario chileno lo esperaba en Punta Arenas, tramo que cumplieron siguiendo la ruta propuesta por el comodoro Rivadavia. Al anochecer del 14, la comitiva argentina fondeó en Puerto Hambre, donde se sumó la fragata Sarmiento, el buque escuela que había decidido modificar su itinerario para sumarse al viaje.


El acorazado General Belgrano, comprado a Italia. En ese buque viajó Roca. Fue desguazado en el Riachuelo en 1947 (Wikipedia)

Los chilenos apostados en el muelle del puerto se sorprendieron al ver cerca de las dos de la tarde que la flota argentina aparecía por el sur y no por el este, el camino fácil y conocido. Junto al buque insignia O’Higgins, estaban los cruceros livianos Zenteno y Errázuriz y el transporte Argamos.

Apenas se avistó a los buques, en un día soleado en el que soplaba una brisa helada, fueron recibidos con interminables salvas de cañones. Había expectativa y ansiedad entre los funcionarios chilenos.

Errázurriz envió una embarcación con una comisión integrada por el general Vergara y el coronel Quintavalla para arreglar los detalles del ceremonial. El chileno ofrecía ir al buque argentino, pero Roca, vestido de civil y con banda presidencial -dejó a bordo su uniforme militar y medallas- se adelantó y abordó el O’Higgins, junto a sus ministros Alcorta y Rivadavia. Su par chileno estaba acompañado por sus ministros de Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, Justicia e Instrucción Pública y por el director de la Armada, Jorge Montt, ex presidente.

Se saludó con Errázuriz con un apretón de manos, no con un abrazo. Igualmente pasó a la historia como “El abrazo del Estrecho”. La banda militar de la marina chilena ejecutó los himnos.

Luego, el chileno abordó el Belgrano y repitieron los saludos.

Hubo una reunión importante entre ellos al día siguiente, por la noche, en la que organizó un banquete. Se imprimió el menú, escrito en francés y con platos que aludían a la jornada, como “pigeons aux a vocats, a la Belgrano” y “soufflé de volaille, a la O’Higgins”. Una orquesta ejecutó diversas piezas musicales a lo largo de la velada.

A la hora de los brindis, el mandatario transandino expresó que “la paz, siempre benéfica, es fecunda entre naciones vecinas y hermanas, armoniza sus intereses materiales y políticos, estimula su progreso, da vigor a sus esfuerzos, hace más íntimos sus vínculos sociales y contribuye a la solución amistosa de sus dificultades y conflictos. La paz es un don de la Divina Providencia”.

Por su parte, Roca dijo que “la paz, como medio y como fin de civilización y engrandecimiento es, en verdad, un don de la Divina Providencia, pero es también un supremo deber moral y práctico para las naciones que tenemos el deber de gobernar. Pienso, pues, como el señor presidente de Chile y confundo mis sentimientos y mis deseos con los suyos, como se confunden en estos momentos las notas de nuestros himnos, las salvas de nuestros cañones y las aspiraciones de nuestras almas”.

Acordaron dirimir las disputas de límites por el camino diplomático. Tres años después se firmarían los Pactos de Mayo, donde ambos países renunciaban a reclamos de expansiones territoriales, que alejaron el fantasma de la guerra. Errázuriz falleció en julio de 1901 en el ejercicio de su cargo, y su sucesor Germán Riesco continuó con la misma política.

Roca permaneció tres días en Punta Arenas. El 22 de febrero ya estaba de regreso en Buenos Aires.

Ese mismo año viajó a Uruguay y Brasil. A este último país lo hizo acompañado, entre otros, por los generales Nicolás Levalle, José Garmendia y Luis María Campos, veteranos de la Guerra de la Triple Alianza.

El objetivo principal del viaje fue el encuentro con el presidente brasileño Campos Salles, con quien estableció muy buenas relaciones y le sirvió a Roca para estrechar lazos y mantener el equilibrio en la región.

Algo ducho en la materia debía ser, ya que cuando ya no era más presidente, le encomendaron dos misiones diplomáticas al Brasil, a fin de aquietar tensiones derivadas de la carrera armamentística y de ocupación de territorios. La última la cumplió en 1912, dos años antes de su muerte.

Tapa de Caras y Caretas del 25 de febrero de 1899, ironizando sobre el viaje del presidente. Roca se había transformado en un clásico en el semanario

Pasaron 124 años del aquel histórico encuentro entre Roca y Errázuriz, donde el sentido común solo estuvo ausente en el comodoro Martín Rivadavia, que sorprendió a propios y a extraños con sus dotes de navegante y experto conocedor de los peligrosos canales fueguinos. Todo lo vale para evitar una guerra.

Fuentes: Museo Roca – Instituto de Investigaciones Históricas; Félix Luna – Soy Roca; Carlos Ibarguren – La historia que he vivido; diario El Mercurio; revista Caras y Caretas



domingo, 26 de julio de 2020

Conquista del desierto: La campaña del Río Negro (1/2)

Galería fotográfica de la Campaña al Río Negro 

Parte 1



Artillería de Villegas, después del Paso Alsina 
 

Artillería en la picada 24 de Mayo
Campamento en marcha 


Carhué, Casa del Coronel Nicolás Levalle 


Carhué, Fortín Mangrullo 


Carhué, Maestranza - Laguna Carhué 



Carhué, Mayoría 
 


Carhué, Pueblo 

Carhué, Pueblo 


Carmen de Patagones, con el Vapor Triunfo 









Choele Choel: Formación de cuarteles






 

Soldados Digital

jueves, 13 de diciembre de 2018

JAR: Denostar para crear un mito insostenible

Bajen a Roca, alcen a Néstor
Por Luis Alberto Romero
© La Nacion

La inauguración del gran mausoleo de Néstor Kirchner en Río Gallegos y la instauración de su estatua , que probablemente desplace a la del general Roca, están cargadas de simbolismos y rituales todavía confusos. Una mirada al pasado quizás aclare algunas de sus múltiples significaciones.

Un caso con alguna afinidad fue la creación del culto al emperador en el momento de la fundación del Imperio Romano. Por entonces, Augusto levantó una estatua al divino Julio César, su padre político, asesinado poco antes. Desde entonces, cada emperador muerto fue divinizado para así transmitir el carisma a su sucesor. Y su estatua, reproducida en cada gran ciudad, se convirtió en el centro del nuevo culto imperial, entre religioso y político.


En la historia se han entrelazado la política y la religión, las personas y las instituciones, el Estado y el culto. Luis XIV, por ejemplo, aunque era monarca por derecho divino, desplegó una intensa actividad muy terrenal para construir su imagen: retratos distribuidos masivamente, cuadros alegóricos, arcos de triunfo y, por supuesto, estatuas, además de panegíricos, tratados filosóficos u obras teatrales. Todo dirigido por el ministro Colbert, de una eficacia digna de Goebbels.

Posteriormente, la política democrática, aunque fundada en el pueblo y en la nación, siguió apelando a toda la panoplia de recursos religiosos: relatos míticos de orígenes y destinos nacionales, rituales públicos, lugares de culto, emblemas, monumentos y estatuas. En Francia, la República se simbolizó en la estatua de Marianne; en Alemania, las "columnas Bismarck" representaron al Reich imperial. En el siglo XX vinieron los movimientos de masa, y con ellos los líderes carismáticos, que cultivaron otra faceta de raigambre religiosa: el mesianismo. Con el fascismo y el nazismo, el Estado y el Movimiento, los líderes desplegaron ampliamente estas formas del culto a la personalidad. En la Unión Soviética, que prodigó las estatuas de Stalin, se le agregó la veneración del cadáver de Lenin en la Plaza Roja; como el emperador romano, simbolizaba la permanencia de los principios fundadores, transmitidos a sus sucesores.

La Argentina tuvo su modesto culto republicano. En 1811 se levantó la Pirámide de Mayo, pero sólo en 1862 se erigió la primera estatua a una persona: el general San Martín, en quien se reconocía no sólo su obra política y militar sino también su alejamiento de las facciones locales. En 1873 se levantó la estatua de Manuel Belgrano, quien luego de servir diez años al gobierno revolucionario perdió su fortuna y murió pobre de solemnidad. Indudablemente, eran otros tiempos, con otros valores.

En el siglo XX llegó a estas tierras el culto a la personalidad. Comenzó con Yrigoyen, con recursos modestos, y tuvo su apogeo con Perón y Eva Perón. La fábrica del Estado funcionó como la de Luis XIV: retratos y escuditos; nombres en provincias, ciudades, barrios, calles, plazas y estadios de fútbol, sumado a todo lo que aportaban los modernos medios de comunicación. En el imaginario popular fue instalándose una cierta relación con el trasmundo, cuando la liturgia peronista subrayó los dones sobrenaturales de Evita. Su cuerpo embalsamado debía fundar un culto y consagrar la transferencia de su carisma al presidente viudo.

Algo de todo eso se insinúa hoy, con la presidenta viuda. Calles, barrios, campeonatos y becas reciben el nombre de Néstor Kirchner. Son muchas las prácticas, interpelaciones, apelaciones y representaciones que esbozan la colocación de Kirchner en una esfera sobrenatural, más pagana que cristiana, desde donde motiva a sus seguidores y legitima e inspira a Cristina. Una operación similar a la que Augusto hizo con Julio César.


El relato mítico del kirchnerismo está en pleno proceso de construcción, y por ahora suma motivos que no siempre encajan. Esta suerte de beatificación de Kirchner se une ahora con la execración de Roca . La cuestión pasa de lo sobrenatural al combate por la apropiación del pasado. Su gobierno ya ha sido calificado como el mejor de los últimos cincuenta años, y solo se compara, por ahora, con el primero de Perón. En cuanto al resto, el relato del pasado se está armando con fragmentos diferentes. Aunque abreva en la versión revisionista, no hay mayores referencias a Rosas o a los caudillos, ni a grandes líneas históricas. Más bien se trata de eliminar competidores. Así ocurrió con Sarmiento, y luego con los hombres del Centenario. Los historiadores oficiales se esfuerzan en desmentir el supuesto progreso de aquella Argentina, contrastando sus modestos logros -admiten que quizás hubo crecimiento, pero sobre todo represión y poca distribución- con los espectaculares resultados del "modelo" actual.

Aquí empalma otro relato: el de los derechos humanos, una bandera asumida por el kirchnerismo como un logro propio y exclusivo. Desde esta perspectiva, nuestro reciente terrorismo de Estado empalma con el genocidio nazi, lo que suma toda una opinión progresista. Se trata, pues, de buscar genocidas en el pasado. Confluyen así dos discursos fuertes y movilizadores: el de la condena del genocidio, presente y pasado, y el de la nación kirchnerista, que se pone de pie dejando atrás un pasado de sombras y divisiones y construye unida un nuevo futuro. En el cruce de ambos discursos aparece el general Roca.

Roca suele ser presentado como el artífice del denostado "modelo del 80", lo cual es exagerado, pero ya le vale la tarjeta roja. Pero, además, Roca comandó la campaña de 1879, lo que lo convierte en el exterminador de los pueblos originarios, el genocida de su tiempo. Con la apelación a los pueblos originarios viene también el multiculturalismo, otra causa progresista. Todo suma. Se trata, ciertamente, de una manipulación grosera y efectista del pasado.

Es importante recuperar la perspectiva histórica, evitar los anacronismos y recordar uno de los principios básicos del oficio de historiador: los hombres y las instituciones deben ser comprendidas en el contexto de su época, sus prácticas y sus valores. No sólo ayuda a hacer buena historia, sino a tomar las lecciones correctas del pasado.

Roca fue un militar profesional que guerreó para construir el Estado nacional. Peleó en la Guerra del Paraguay, combatió a los poderes provinciales que cuestionaban la autoridad nacional, derrotó a los imperios aborígenes del Sur y definió las fronteras argentinas, ocupando un territorio que por entonces también pretendían los chilenos. No hay nada de excepcional en esta historia, similar a la de cualquier otro Estado nacional construido con los métodos que por entonces eran considerados normales. Los nacionalistas integrales, quienes consideran esencialmente "argentino" cada fragmento del territorio -no es mi caso-, deben admitir que Roca contribuyó a una soberanía que creen legítima. En cuanto a los pueblos originarios, ciertamente hoy no aprobaríamos la manera como los trató Roca, y la conducta del gobernador Insfrán nos parece detestable. Pero si se trata de leer el pasado desde el presente, deberíamos condenar también la manera en que, a lo largo de siglos, algunos "pueblos originarios" -por ejemplo, los aztecas o los incas- trataron a otros. Al menos, Roca no hacía sacrificios rituales con los prisioneros.

Sobre esta historia matizada se han elaborado sucesivos relatos míticos. Todavía recordamos el de la dictadura militar, cuando el centenario de la Conquista del Desierto. Era deplorable, faccioso, autoritario y mesiánico. Hoy es execrado, pero en nombre de otro relato igualmente mesiánico y faccioso, de enorme capacidad sincrética y mucho oportunismo.


La estatua, la casi beatificación, la elaboración de un relato mítico contradictorio, todo es parte de un proceso verdaderamente interesante para quien pueda examinarlo con la ecuanimidad y distancia del antropólogo o el historiador. Pero es difícil que puedan mirarlo así quienes tienen puesta su fe y sus convicciones en la República y quienes advierten, en este y en otros casos, de qué modo el faccionalismo va deviniendo en totalitarismo.



El autor, historiador, es investigador principal del Conicet/UBA

sábado, 12 de agosto de 2017

Conquista del desierto: El maldito asunto araucano

El conflicto mapuche a través de la historia

Por Daniel Romano | Infobae




Se debe diferenciar la necesidad del esclarecimiento acerca de Santiago Maldonado, que debe aparecer con vida ya o en todo caso permitirse investigar a otra fuerza de seguridad que no sea la Gendarmería Nacional, para determinar su paradero. Esta cuestión en primerísimo lugar, por un lado; el recrudecimiento de la violencia, la apropiación de tierras en el sur de nuestro país, la quema de capillas, maquinarias, la obstaculización de la explotación de yacimientos y hasta el atentado contra vehículos militares, por el otro. Las dos cuestiones son graves pero confundirlas es más grave aún.

Supuestamente invocando el inciso 17 del artículo 75 de la reforma constitucional de 1994, los llamados mapuches se arrogan el derecho de ser un pueblo originario cuando no lo son. Además, algunos grupos cuentan con el apoyo británico, ya que la Organización Mapuche Internacional tiene su sede en 6 Lodge Steet Bristol.

Es probable que en la hermana República de Chile les hayan prometido más de lo que le han dado después de pacificarlos, en 1883. De aquel lado de la cordillera tal vez tengan más derechos.

Según las convenciones de la OIT de 1957 (107) y 1989 (169) y la ley 23302/85, pueblo originario es aquel que vivía en nuestro territorio cuando la colonización española. Por otra parte, el hombre no es originario de América, ya que llega del estrecho de Bering, a fines del cuaternario, después del retroceso glaciar procedente de Siberia y Mongolia, en el Asia. Pero en todo caso, en nuestro país, los fueguinos y los pámpidos fueron los primeros que se establecieron.

A los sobrevivientes de los fueguinos se los conoce como onas. Aquel grupo pámpido será nómade de la Patagonia; lo constituyen los aoniquen al sur y los genaken, conocidos como tehuelches, auténticos aborígenes de la Patagonia norte, indios pacíficos al sur del Río Negro cuyo cacique más reconocido fue Casimiro. Se reconocían como argentinos y fueron casi exterminados por los araucanos que hoy se hacen llamar mapuches, durante el siglo XVIII.

Es muy elocuente que en ninguna de las campañas, ni el general Rosas ni el general Roca los mencionan, tampoco en los museos de nuestras provincias.

En la campaña de 1833, conducida por Facundo Quiroga, Aldao, José Ruiz Huidobro y Rosas, los araucanos habían atacado el arroyo Tapalqué, cacique "aliado" a Rosas, hoy Olavarría, enfrentándose al coronel Prudencio Rosas.

Las columnas se reunieron en la confluencia del Neuquén con el Limay para intentar cerrar un círculo hacia la cordillera que sólo Pacheco, la columna de Rosas, por la izquierda alcanzó a cerrar en la isla de Choele Choel, ya que Ruiz Huidobro avanzó hacia El Salado.

Data de 1867 la ley que ordena ocupar la frontera hasta el río Negro, de Choele Choel, donde invernaba la hacienda robada, por el río Colorado, hasta la cordillera.

El presidente Avellaneda (1874-1877) y su ministro Alsina fundan pueblos y fortines por líneas sucesivas o escalonadas. Creían que empezar por el río Negro era un error. Había que ir de atrás para adelante. En este caso, no era un plan contra los indios sino contra lo que llamaban "el desierto". De hecho, Alsina va a Azul y sale por el llamado "camino de los chilenos" hacia Carhué, Guaminí, Puán, Trenque Lauquen e Italó. Se hace una zanja desde Bahía Blanca hasta Córdoba. En una nueva frontera hasta el río Barrancas en Mendoza y hasta el empalme con el Colorado.

En 1878, el plan del ministro de Guerra, Roca, y su inspector, Luis María Campos, era retomar la política de Rosas y avanzar hasta el río Negro. En 1880, ya Roca presidente, sucede a Avellaneda, cree que hay que ir más allá del río Negro. Será la segunda campaña de Roca como presidente.

En Buenos Aires, la frontera interior se extendía desde Trenque Lauquen hasta el norte del río Colorado. Los ataques de araucanos o mapuches se sucedían en Guaminí, Puán y Bahía Blanca; también en Mendoza.

Será entonces la nueva expedición de Villegas desde el Neuquén, en 1881, en barco hasta el Nahuel Huapi, donde las brigadas logran reunirse el 10 de abril de ese año. Luego será la campaña del río Negro al Nahuel Huapi. A la Patagonia profunda, hacia el río Chubut. En esta expedición sólo se los expulsa, ya que no se pueden quedar por los rigores del invierno, de modo que la Campaña de los Andes no pudo ser de ocupación definitiva. Se extendió el extremo oeste de la frontera, desde el río Neuquén hasta el Nahuel Huapi (Limay). Se incorpora lo que hoy es Neuquén.

Se crean los fuertes de Chacabuco (este del Nahuel Huapi), Maipú (San Martín de los Andes), Junín (Junín de los Andes), para asegurar el sur de Mendoza y la Pampa central. Se opera en los contrafuertes andinos de Neuquén (entre el Neuquén, Limay y la cordillera) y en todo el Nahuel Huapi.

El 4 de octubre de 1878 fue sancionada la ley 947 para el cumplimiento de la ley de 1867 que ordenaba llevar la frontera hasta los ríos Negro, Neuquén y Agrio. Finalmente, con la División Los Andes, en 1885, con el general Rudecindo Roca, la frontera será la cordillera, desaparecerá la línea del Limay y el río Negro.

Ambos bandos contaba con fusiles Remington. Los araucanos los traían de Chile, donde se los vendían los ingleses a cambio del ganado argentino robado en los malones. Prueba de ello es que la columna del Ejército Nacional comandada por el general Villegas tenía como objetivo clausurar y controlar los pasos andinos por donde les llegaban los fusiles. De modo que efectivamente se expulsó a los indómitos que no nacieron aquí y que saqueaban nuestras tierras.

En muchos casos, ayer como hoy, se asociaron con los ingleses. La estrategia británica en la Patagonia, además de la adquisición de tierras, consiste en instrumentar a los llamados mapuches para que en territorio chileno y argentino creen un país, igual que otrora lo hicieron con Uruguay.

Por su parte, también es cierto y resulta muy poco soberano que por un decreto (820/16) se pretenda modificar una ley del 2011 que limitaba la extranjerización de la tierra, y que magnates británicos tengan hasta pistas desde donde se sospecha que se vuela a Malvinas. De modo que el Reino Unido se mueve por "derecha" y también por "izquierda" con el clásico progresismo que recama varios partidos.

Enlace Mapuche Internacional, fundado el 11 de mayo de 1996, se enmarcó en el Programa de las Naciones Unidas "Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo" que promueve los derechos de los pueblos indígenas en "cuestiones tales como los derechos humanos, el medio ambiente, el desarrollo, la salud, la cultura y la educación". Su domicilio es por demás elocuente: 6 Lodge Steet Bristol.

Todos los argentinos tenemos los mismos derechos, la condición es querer ser argentino. Es probable que sea necesario promover algunos cambios en la estructura agraria. La Argentina siempre fue generosa en integrar, le dimos rango constitucional a esta voluntad de recibimiento y a Dios como fuente de razón y justicia, en el mismísimo preámbulo de la Constitución. Es seguro que la República Argentina es una sola nación y tiene una sola bandera y no es multicolor, es azul y blanca.

Con razón, el general Perón denominó "general Roca", en 1948, al FF.CC. hacia el sur y sentenciaba: "Si la América española olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, se quedaría instantáneamente vacía de coherencia y sus ideas carecerían de validez".

El autor es profesor de enseñanza media y superior en Historia, UBA.

domingo, 16 de julio de 2017

Reseñas: "La campaña del desierto" (compilado)

 "La campaña del desierto", de varios autores
Jun-24-11 - Reseña de Rosendo Fraga 

 

LA CAMPAÑA DEL DESIERTO. 
Varios autores 
Editado por la Academia Argentina de la Historia, Buenos Aires, 2009. 

La extensión del Estado Nacional a los territorios que estaban fuera de su control o jurisdicción en la segunda parte del siglo XIX se ha convertido en el paradigma de una reinterpretación no sólo de la llamada Campaña del Desierto, comandada por el General Julio A. Roca en 1879, sino de toda la historia argentina. 

Se ha buscado convertir a Roca en la bestia negra de esta reinterpretación, como en alguna medida sucediera con Rosas un siglo atrás. 

Es desde esta perspectiva que este volumen editado por la Academia Argentina de la historia es un aporte valioso por entender que es necesario esclarecer numerosos problemas que aún hay en nuestro pasado histórico y otros que merecen ser revisados o confirmados, como dice en el prólogo el Presidente de dicha institución, Juan José Cresto. 

Se trata de catorce ensayos sobre el tema de otros tantos autores, que lo enfocan desde distintas perspectivas y sin tener necesariamente la misma visión histórica e ideológica, lo que hace más interesante el libro. 

La categoría de genocidio que se adjudica contemporáneamente a esta campaña es refutada por varios de los autores con datos precisos, incorporando también visiones como el rol de los padres salesianos en la ocupación de los territorios de sur y su relación con la población indígena o pueblos originarios. 

Entre las muchas afirmaciones inexactas utilizadas para denostar a Roca en los últimos tiempos está la de que Rosas realizó casi medio siglo antes una campaña contra los aborígenes, que no tuvo la de 1879. 

Al respecto resulta interesante uno de los ensayos, el de Roberto Edelmiro Porcel, Pueblos Originarios y Pueblos Invasores, no sólo porque explica que al momento de la campaña gran parte de las tribus que ocupaban los territorios eran provenientes de Chile a comienzos del siglo XIX, los cuales habían desplazado en forma violenta a los habitantes anteriores -los tehuelches que poblaban el norte del Río Negro habían sido derrotados por los mapuches en la batalla de Choele-Choele en 1821-, sino porque explica el rol que jugaba entonces el negocio de vender en dicho país la hacienda robada por los malones en el territorio argentino. 

También señala que en 1834, para terminar con los ranqueles que siempre habían sido sus enemigos, Juan Manuel de Rosas permitió la entrada y asentamiento en las Salinas Grandes de los caciques chilenos huilliches Calfulcurá y Namuncurá, quienes hicieron una gran matanza de indios vorogas en el combate de Masallé. 

 

Como consta en el último informe del Presidente Avellaneda al Congreso, murieron en la campaña de Roca al Río Negro 1250 indios de lanza y fueron capturados otros 976. 

Como dice el historiador Isidoro Ruiz Moreno en el tomo II de su libro Campañas Militares Argentinas, en el informe de Rosas que publica la Gaceta Mercantil el 24 de diciembre dice que han sido muertos a lanzazos 3.200 indios. También dice este destacado historiador que en las instrucciones de Rosas a uno de sus subordinados, el Coronel Pedro Ramos, le dice no conviene que al avanzar una toldería traigan muchos prisioneros vivos: con 2 o 4 son bastantes, y si más agarran, esos allí nomás en caliente se matan a la vista de todo el que esté presente, pues entonces en caliente nada hay de extraño, y es lo que corresponde. 

Presentar la campaña de Roca como de exterminio y la de Rosas como humanitaria es una de las tantas falacias con la cual se pretende desacreditar al primero, con argumentos no sólo erróneos sino también falsos. 

Sin desconocer los abusos, injusticias y violencias que se cometieron en estas campañas -que tenían lugar al mismo tiempo en la mayoría de los países de América y las que con menos derecho realizaban los países europeos en África y Asia-, cabe plantearse qué hubiera sucedido si la Argentina en 1879 decide no avanzar hasta el Río Negro y desentenderse del futuro de la Patagonia. 

Pues, simplemente, dichos territorios hubiesen sido ocupados por otros países, ya fueran de la región, como Chile, o europeos, como Francia y Gran Bretaña. 

Por estas razones, se trata de un libro que aporta enfoques y datos valiosos para alumbrar la polémica sobre la llamada Campaña al Desierto, que más que polémica se ha transformado en cerrada condena. 

 

CENM