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viernes, 18 de abril de 2025

Teoría de la guerra: La guerra invisible del futuro

La guerra invisible: una mirada al futuro cercano


Roman Skomorokhov || Revista Militar




Tener un enemigo externo —por contradictorio que suene— es uno de los activos estratégicos más rentables que puede poseer un país. Un adversario visible, reconocible, incluso predecible, mantiene todo en orden. El gobierno justifica sin esfuerzo sus presupuestos de defensa, los generales despliegan planes y tecnologías, y el complejo militar-industrial gira con la precisión de un reloj bien aceitado.

Si ese enemigo, además, se deja ver de vez en cuando cerca de la frontera, aún mejor. Se reactiva la tensión, suben las alertas, y los pedidos de tanques, cazas y radares se aprueban con entusiasmo. Es un equilibrio delicado pero funcional. El ejemplo perfecto: India y Pakistán. Conflictos pasados, roces presentes, pero nunca lo suficiente como para romperlo todo. Solo lo justo para mantener los engranajes girando y los arsenales llenándose.

El problema llega cuando no hay enemigo. Porque sin una amenaza clara, sin esa figura oscura al otro lado del mapa, todo el sistema empieza a desorientarse. La máquina cruje. Y cuando eso pasa, hay que inventar uno.

Estados Unidos lo sabe bien. Su némesis perfecta fue, durante décadas, la Unión Soviética. El antagonista ideal: poderoso, ideológico, omnipresente. Pero cuando la URSS cayó, la narrativa se resquebrajó. La OTAN perdió norte, propósito y razón de ser. ¿Una alianza militar sin enemigo? Difícil de sostener.

Entonces apareció Sadam Husein, y más tarde Bin Laden. Uno con botas y desfile, otro con túnel y video casero. Pero ambos cumplieron su función: mantener viva la amenaza. Reactivar presupuestos. Justificar despliegues. Reavivar operaciones en cada rincón del mapa. El terrorismo, por su propia naturaleza difusa, fue el enemigo ideal por años.

Pero incluso esos rostros se han ido desvaneciendo. Y con ellos, también la narrativa. Sin un enemigo claro, vuelve a surgir el peor de los miedos para cualquier estructura de poder militar: el vacío. El silencio. La posibilidad de que el cañón no se dispare porque ya no hay a quién apuntar.

Y es ahí cuando la maquinaria empieza a mirar hacia adentro… o a fabricar sombras nuevas.



Convertir a China en el enemigo número uno —el villano central, la gran amenaza global, casi una versión moderna de Sauron— fue una jugada tan eficaz como calculada. Porque, a diferencia de enemigos anteriores como Irak o Libia, China no es un blanco fácil. No es un régimen débil que colapsa tras los primeros misiles. Es una superpotencia capaz de responder. Y hacerlo con fuerza.

Y precisamente por eso resulta tan útil. Porque no es lo que China hace, sino lo que puede llegar a hacer lo que le da su valor estratégico para Estados Unidos. Su postura inflexible sobre Taiwán es el pretexto perfecto. Una tensión sin fecha, siempre latente, siempre útil. Porque, seamos honestos, nadie espera un desembarco estadounidense para defender Taipéi llegado el día. Pero eso no importa.

Lo que importa es el guion que puede escribirse a partir de ahí: si caen en Taiwán, mañana estarán cruzando el Pacífico. ¿California? ¿Alaska? Da igual. El lugar es irrelevante. Lo que cuenta es la amenaza percibida, el relato de expansión imparable, el temor a lo desconocido.

Con ese relato, se firman contratos. Se extienden presupuestos. Se despliegan portaaviones y satélites. Porque ahora, el enemigo tiene escala, tiene poder, y sobre todo, tiene rostro. China es lo suficientemente fuerte como para ser una amenaza verosímil, pero no tanto como para ser intocable. El equilibrio perfecto.

Así, el complejo militar-industrial puede seguir operando sin freno. No necesita más justificaciones. Tiene a su villano. Tiene su narrativa. Y mientras tanto, la maquinaria sigue funcionando. Porque nada moviliza más recursos, más tecnología y más decisiones que un buen enemigo… sobre todo si se mueve al ritmo del miedo.



Los titulares recientes en los medios estadounidenses parecen sacados de una novela de ciencia ficción: “China libra una guerra electrónica capaz de apagar, en segundos, el equipo enemigo.”

Y aunque pueda sonar a hipérbole, no es del todo fantasía. Hay algo real detrás del alarmismo.

Porque la guerra, hoy, ya no se libra como antes. Se acabaron las imágenes clásicas de tanques avanzando entre el polvo o cazas rompiendo la barrera del sonido. Ahora, una simple ráfaga electromagnética puede detenerlo todo. Una ciudad, una base aérea, un centro de mando… en silencio y en segundos. Radares apagados. Comunicaciones muertas. Equipos inservibles. Sin humo, sin cráteres, sin explosión. Pero con el mismo —o mayor— efecto paralizante.

La clave, claro, está en la potencia. El pulso electromagnético verdaderamente devastador es el que nace de una detonación nuclear en el aire, a una altitud de uno o dos kilómetros. El tipo de evento que aún pertenece al terreno de lo prohibido... o al menos, al de lo que nadie se atreve a decir en voz alta.

Pero la verdad es que no hace falta llegar tan lejos para cambiar las reglas del juego. Porque la guerra moderna ya no se reduce a lo visible. Hoy se pelea en frecuencias, en códigos, en espectros donde el ojo humano no entra. La guerra ya no necesita proyectiles: necesita software.

Y eso cambia todo. Porque en este nuevo terreno, los ejércitos pueden estar formados por operadores en una consola. Las armas, por algoritmos. Las bajas, por datos. Es un combate que no ruge ni tiembla, pero que puede derrumbar estructuras enteras.

Y en medio de ese silencio estratégico, queda una pregunta que retumba con fuerza:
¿Estamos listos para una guerra que no se ve venir?



Hablamos, sin rodeos, de la nueva dimensión del combate: la guerra electrónica. Lo que hasta hace poco parecía terreno exclusivo de novelas militares futuristas, hoy se ha convertido en una prioridad absoluta. Y no por moda, sino por urgencia. Porque el enemigo ha cambiado de forma: ahora vuela, zumba, se multiplica. Son los UAV, los drones de todos los tamaños, los que han obligado a repensarlo todo.

Por un tiempo breve, pareció que las contramedidas electrónicas de corto alcance funcionaban. Inhibidores, bloqueadores, ataques de interferencia... funcionaban, hasta que dejaron de hacerlo. Porque, como siempre, la guerra se adapta. Y cuando lo hace, escarba en el pasado.

Viejas ideas, como los misiles guiados por cable —tan toscos como letales— han vuelto, pero con nuevo nombre y forma: drones FPV con control por fibra óptica. El principio es el mismo: control directo, sin vulnerabilidades en el espectro. Y eso los hace casi inmunes a los sistemas actuales. Casi. Y en ese “casi” es donde se está librando la próxima batalla.

Hoy, las joyas de este nuevo frente no son tanques ni cazas: son pulsos electromagnéticos (EMP) y microondas de alta potencia (HPM), capaces de apagar, quemar o inutilizar todo lo que dependa de un chip. Pero el verdadero salto no está en la potencia, sino en la inteligencia. Aparecen los sistemas combinados de guerra electrónica (CEW): plataformas que integran sensores, IA y contraataques en un mismo nodo. No interfieren, anulan. No solo bloquean, piensan. Y lo hacen en tiempo real.

En los cuarteles generales del mundo, los ojos ya no están en el misil más grande, sino en el algoritmo más veloz. Porque allí se está decidiendo el futuro del poder militar. Y en este tablero, sorprendentemente, Estados Unidos no lidera.

Un reciente informe del Centro de Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias —a pocos metros de la Casa Blanca— lo admite sin eufemismos: Washington corre desde atrás. Estiman que tomará al menos una década igualar a competidores que ya han tomado la delantera. ¿El nombre que se repite una y otra vez? China.

Y no se trata de sospechas. En noviembre de 2024, un informe oficial de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China advirtió al Congreso: el Ejército Popular de Liberación ya ha desarrollado capacidades electrónicas capaces de detectar y neutralizar algunas de las armas estadounidenses más avanzadas. Ya no es una carrera pareja. Es una carrera que puede haberse perdido.

Y fuera de los grandes nombres, hay más actores en el juego. Grupos insurgentes, milicias, incluso organizaciones terroristas están experimentando con sus propias versiones de guerra electrónica. Con pocos recursos, sí. Pero en algunos casos, con resultados sorprendentes. El campo de batalla se descentraliza, se oculta, se digitaliza.

Porque hoy, más que nunca, la guerra no se libra donde caen las bombas, sino donde se silencian las señales. Y dominar el espectro electromagnético, en esta nueva era, es tan decisivo como lo fue dominar el aire en la Segunda Guerra Mundial.

El que controle las frecuencias, controlará el campo de batalla. Incluso sin poner un solo pie en él.




Durante años, el mundo ha vivido expectante ante una transformación largamente anunciada: la fusión entre el hombre y la máquina en el campo de batalla. No en forma de androides ni de soldados biónicos, sino a través de algo mucho más concreto —y, a la vez, más inquietante—: la incorporación de inteligencia artificial en la toma de decisiones tácticas y estratégicas.

Una guerra donde los datos fluyen en tiempo real, donde el análisis no espera al oficial de inteligencia, y donde la máquina deja de ser una herramienta pasiva para convertirse en un actor operativo. Ese es el horizonte que muchos anticiparon. Y Estados Unidos intentó llegar primero.

En 2017, el Pentágono lanzó el ambicioso Proyecto Maven, con una promesa clara: integrar algoritmos de aprendizaje automático en operaciones reales. Identificación de objetivos, priorización de amenazas, asistencia a la toma de decisiones… todo automatizado. Una revolución que debía transformar la guerra moderna.

Pero la revolución, por ahora, no ha llegado. Lo que hay son avances dispersos, desarrollos parciales, integraciones incompletas. El campo de batalla sigue dependiendo, en gran medida, de la intuición humana, de mandos que todavía se toman segundos —o minutos— para decidir. Y en la guerra moderna, eso ya es demasiado lento.

Sin embargo, algo está cambiando. La guerra electrónica —esa dimensión emergente donde se cruzan señales, frecuencias y algoritmos— ha devuelto urgencia al sueño de la fusión hombre-máquina. Y en ese contexto, aparece un nombre propio: Leonidas.

No es un experimento. Es un sistema real, funcional, desplegable. Montado sobre vehículos militares, Leonidas está diseñado para enfrentar una de las amenazas más disruptivas del presente: los enjambres de drones. ¿Su arma? Microondas de alta potencia. ¿Su efecto? Apagar en cuestión de segundos múltiples blancos aéreos sin disparar una sola bala. Un pulso, y todo lo que vuela cae.

No es fuerza bruta: es precisión energética. Y lo más inquietante, es que este tipo de sistemas ya están integrando IA. Para detectar, priorizar, activar… sin intervención humana directa.

Lo que antes era ciencia ficción hoy empieza a asentarse como doctrina. Y lo que hasta hace poco se consideraba futurismo, pronto será norma: decisiones tomadas en milisegundos, ataques invisibles, campos de batalla que ya no responden a lo que podemos ver o tocar.

Cuando la máquina deje de asistir al humano y comience a decidir por él, el rostro de la guerra cambiará para siempre. Y lo que hoy parece una ventaja tecnológica… mañana podría ser una dependencia irreversible.


Primero fue probado sin hacer demasiado ruido, en algún rincón del Medio Oriente. Pero su eco ya resuena en laboratorios militares de medio mundo. Leonidas, desarrollado por la firma estadounidense Epirus, no es simplemente un nuevo sistema de armas: es un cambio de paradigma. Un arma que no lanza misiles ni proyectiles, sino que emite pulsos de microondas de alta potencia capaces de desactivar, en seco, la electrónica de drones enemigos.

Lo más impresionante no es solo lo que hace, sino cómo lo hace. Una antena plana proyecta un haz de energía amplio, capaz de neutralizar enjambres enteros de drones a la vez. No uno, ni dos. Docenas. En un instante. Y lo puede repetir indefinidamente: sin recarga, sin munición, sin necesidad de rearmarse. Solo pulsa y apaga. Una y otra vez. Silencioso, limpio, eficaz.

¿A qué recuerda? Inmediatamente surge un paralelo: el sistema ruso Krasukha. Pero hay diferencias clave. Krasukha fue concebido para otra época, otra lógica. Su haz es más concentrado, pensado para interferir radares, confundir sistemas de guía, cegar misiles de crucero. Porque cuando fue diseñado, los enjambres de drones eran una idea de laboratorio, no una amenaza real. Lo importante era bloquear la visión de un misil antes de que alcanzara su objetivo.

Pero ahora los blancos se han multiplicado, se han miniaturizado y se han hecho autónomos. Y con ellos, también cambió el enfoque. El desarrollo de Leonidas responde directamente a ese nuevo paisaje: más drones, más amenazas dispersas, más velocidad, más urgencia.

¿Podríamos comparar directamente ambos sistemas? Potencia de salida, eficacia, tolerancia operativa… Sería revelador. Pero no podemos. Porque en este terreno, lo esencial no está publicado. Y lo clasificado, por definición, no se comparte.

Mientras tanto, la Fuerza Aérea de EE. UU. ya ha puesto en marcha la siguiente fase. Acaba de firmar un contrato de 6,4 millones de dólares con el Grupo de Guerra Electrónica Avanzada del Instituto de Investigación del Suroeste, en San Antonio. Su objetivo es claro: desarrollar algoritmos que analicen amenazas emergentes con la precisión de un operador humano, pero con una velocidad muy superior.

"Queremos sistemas que comprendan el entorno como lo haría un humano, pero que reaccionen más rápido y con más exactitud", explicó el director del proyecto, David Brown. El anuncio se hizo público en abril. Y aunque la iniciativa suena ambiciosa, la cautela técnica persiste.

Porque una cosa es tener una idea brillante. Otra muy distinta es convertirla en una plataforma robusta, funcional, lista para el despliegue real. Desde el prototipo hasta el campo de batalla pueden pasar años. A veces, una década. Y aunque Estados Unidos avanza, y no lo hace solo, el camino aún es largo. Las promesas de armas inteligentes aún deben traducirse en máquinas confiables, operativas en aire, tierra y mar.

La guerra del futuro ya está tomando forma. Aunque por ahora, esa forma aún es borrosa. Lo único claro es esto: el enemigo ya no tiene que verse. Y el ataque, no tiene por qué hacer ruido.




Superar a los nuevos protagonistas de la guerra electrónica no es simplemente una cuestión de voluntad ni de estrategia: es un desafío gigantesco que exige años de desarrollo, talento técnico, y miles de millones en inversión sostenida. Aun así, no hay garantías. Pero Estados Unidos ya no tiene margen para elegir. Está obligado a competir.

¿Y hacia dónde se orientan ahora los esfuerzos? La brújula apunta, como era previsible, hacia la inteligencia artificial. La prioridad es clara: crear algoritmos capaces de detectar, en tiempo real, señales que indiquen un ataque electrónico inminente. Puede ser un pulso electromagnético, una ráfaga de microondas de alta energía, una alteración sutil del espectro. Identificarlo antes de que impacte es la clave. Y automatizar esa detección es la única forma viable de sobrevivir en el campo de batalla digital.

Porque ahí fuera, cada décima de segundo importa. Si hoy un operador tarda cinco segundos en revisar una anomalía, la inteligencia artificial puede hacerlo en medio segundo. O menos. Y ese margen puede marcar la diferencia entre perder un dron de reconocimiento y salvarlo. Un dron que, en lugar de esperar instrucciones, detecta el riesgo, toma decisiones por sí mismo y sale del área de peligro. Cierra receptores, maniobra, se oculta. Y con él, se protege también todo el flujo de información que transporta.

La otra línea crítica de desarrollo está más cerca de lo físico: la compacidad. Porque el tamaño ahora es cuestión de vida o muerte. Lo ha demostrado el frente ucraniano: los grandes sistemas son blancos fáciles. La guerra electrónica del futuro será portátil, difícil de detectar, fácil de mover, incluso si eso implica reducir temporalmente su potencia. Un sistema pequeño puede operar más tiempo, sobrevivir más misiones… y, en la práctica, ser mucho más útil que uno grande que no dura más de un día bajo fuego enemigo.

Hasta no hace tanto, el gran depredador de estos sistemas era el avión. Por muy sofisticado que fuera un generador de interferencia, su alcance era menor que el de un misil de crucero. Para ser útil, tenía que acercarse al frente. Y ahí lo esperaban misiles con cabezales infrarrojos: detectaban el calor, fijaban el blanco, disparaban. Así de simple.

La respuesta fue el blindaje. Estaciones reforzadas, escapes redirigidos, disipación térmica. Sirvió, por un tiempo. Hasta que llegó la contra-reacción: los misiles antirradiación, diseñados para seguir la firma electromagnética hasta el origen. Armas eficaces, sin duda. Pero ahora, también enfrentan sus propios límites, especialmente con la proliferación de sistemas SAM de largo alcance que obligan a los aviones a mantenerse bien lejos del frente.

Y aquí es donde los números dicen más que cualquier discurso. Pensemos en el Kh-31, uno de los misiles antirradiación más avanzados del mercado. Velocidad, precisión, trayectoria inteligente. Todo está ahí. Pero si su objetivo apaga su señal antes del impacto, o si el sistema cambia de posición en cuestión de segundos, ¿sigue siendo letal? ¿O queda volando hacia el vacío?

La guerra electrónica de hoy ya no es una guerra de potencia bruta. Es una guerra de velocidad, de inteligencia, de adaptabilidad. Es móvil. Es volátil. Es cada vez más autónoma. Y quienes quieran sobrevivir en ese entorno, tendrán que dejar atrás la lógica del siglo XX.

Porque hoy, para dominar el espectro, ya no basta con emitir más fuerte.
Hay que pensar más rápido. Y cada vez, con menos intervención humana.



El misil Kh-31, uno de los proyectiles antirradiación más conocidos y temidos, tiene un alcance que varía —según la versión— entre 70 y 110 kilómetros. Su velocidad ronda los 1.000 metros por segundo, lo que significa que, desde el momento del lanzamiento hasta el impacto, transcurren entre 80 y 120 segundos.

Y aunque eso suene rápido, en términos militares es una eternidad.

¿Por qué? Porque en esos dos minutos, la tecnología moderna ya ha tenido tiempo suficiente para hacer su trabajo: rastrear el lanzamiento, calcular la trayectoria y predecir el objetivo final. Y con esa información en la mano, también hay margen para actuar. La medida más simple —y más efectiva— es apagar la estación emisora antes del impacto. Sin señal, el misil pierde referencia. Y aunque sufra daño colateral, el golpe ya no es quirúrgico.

Pero hoy, hay una amenaza que puede ser incluso más eficaz. Y sobre todo, mucho más barata: los drones.

La era de los misiles carísimos está siendo desafiada por pequeñas plataformas aéreas no tripuladas, de bajo costo, que pueden cumplir objetivos tácticos con eficiencia notable. Para ponerlo en perspectiva: un solo Kh-31 ronda el medio millón de dólares. Con ese presupuesto, se pueden comprar y equipar entre 30 y 40 drones. Cada uno con su propia carga útil, su propia misión, su propio blanco. No necesitan precisión quirúrgica: la fuerza está en el número, en la saturación, en el caos que generan.

Y el mundo ya ha visto cómo se usan. No hace falta imaginarlo. En Ucrania, esta clase de armas ha reescrito las reglas del combate. Los drones se han convertido en ojos, en proyectiles, en exploradores y hasta en cebos. Vuelan bajo, cambian ruta, se adaptan. Y lo más importante: cuestan lo justo como para perder decenas… y seguir ganando.

En ese contexto, misiles como el Kh-31 siguen teniendo su lugar. Pero ya no son la única opción. Ni la más versátil. Ni la más temida.

Porque hoy, la eficacia no siempre está en el impacto. Está en la capacidad de multiplicar amenazas. De estar en todas partes al mismo tiempo. De obligar al enemigo a mirar al cielo… y no saber cuántos vienen detrás.




Y a propósito: a pesar de su tamaño compacto y su portabilidad, un dron bien dirigido puede ser devastador. Basta con colocar cinco kilos de explosivos sobre el espejo de la antena emisora de un sistema de guerra electrónica. El resultado es simple: antena destruida, sistema inutilizado. Porque sin antenas, no hay guerra electrónica posible. Y lo mismo aplica a las estaciones de contrabatería: un solo impacto bien colocado, y quedan fuera del juego.

Sin embargo, los UAV no son invulnerables. Su talón de Aquiles sigue siendo la detección visual. A menos, claro, que estemos hablando de modelos como el Geranium, que opera sobre blancos con coordenadas fijas. Pero si el dron tiene que buscar su objetivo o moverse en tiempo real, ser visto sigue siendo el mayor riesgo. Eso ha devuelto al camuflaje un rol que parecía haber quedado atrás. Hoy, ocultarse vuelve a ser tan importante como disparar primero.

Lo interesante es que el camuflaje, en esta nueva etapa, ha evolucionado junto con la tecnología. Ya no hablamos solo de redes o pintura. Ahora, los sistemas enteros pueden disfrazarse. Se pueden ocultar misiles dentro de un contenedor marítimo estándar, como en el caso de los “Kalibr” rusos desplegados en una barcaza anónima en medio del lago Peipus. O el ejemplo británico: el sistema Defense Gravehawk, un lanzador de misiles integrado en un simple contenedor de carga, apto para ser transportado en un camión, un vagón de tren o un buque civil.

Es el regreso de lo inesperado. Un lanzador camuflado como carga industrial. Un dron escondido en una mochila. Un radar disfrazado de remolque agrícola. La línea entre lo civil y lo militar, entre lo visible y lo invisible, nunca fue tan delgada.

Y eso cambia las reglas del juego. Porque ahora, detectar una amenaza no es solo cuestión de mirar al cielo. Hay que mirar a todas partes.




La misma lógica se aplica a los sistemas de pulso electromagnético, o más específicamente, a los de alta frecuencia, como el proyecto estadounidense Leonidas. Este sistema, diseñado con una misión clara —neutralizar enjambres de drones—, no solo representa un avance tecnológico, sino también una nueva forma de pensar la defensa moderna.

Leonidas ha sido concebido con una ventaja clave: la compacidad. Lo suficientemente pequeño como para instalarse en un camión de reparto o esconderse dentro de un contenedor de carga estándar. En otras palabras, puede aparecer donde nadie lo espera. Y eso lo convierte en una contramedida particularmente interesante. De hecho, ya se lo empieza a comparar con el sistema ruso "Lever", que, a diferencia de muchos de su clase, no está limitado a plataformas aéreas como helicópteros, sino que puede desplegarse de manera más flexible.

¿Pero por qué tanto énfasis en los enjambres de drones? La respuesta es simple y, al mismo tiempo, alarmante. Lo que China está demostrando en materia de control coordinado de vehículos no tripulados es impresionante. No se trata solo de exhibiciones aéreas con drones dibujando dragones en el cielo —aunque incluso eso ya es técnicamente complejo—, sino del potencial militar real de esa misma tecnología.

Porque si se puede coordinar un espectáculo aéreo con cientos de drones en perfecta sincronía, también se puede aplicar ese mismo principio para lanzar ataques masivos por oleadas, desde distintas altitudes, en múltiples fases. Y en ese escenario, no está garantizado que los sistemas de defensa aérea actuales puedan resistir. Saturar sensores, confundir radares, colapsar capacidades de respuesta… ese es el verdadero poder del enjambre.

Por eso Leonidas no es un experimento más. Es una respuesta directa a una amenaza emergente, y al mismo tiempo, un indicio de hacia dónde se moverá la defensa en los próximos años: oculta, móvil, autónoma… y lista para apagar el cielo antes de que los drones lleguen a tocar tierra.




El pasado abril, Irán atacó a Israel con un total de 300 sistemas de lanzamiento diferentes, desde misiles balísticos hasta vehículos aéreos no tripulados. Israel contó con la asistencia de aeronaves y defensas aéreas navales de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Jordania y Arabia Saudita para repeler el ataque. En general, el ataque fue repelido con éxito, pero varias instalaciones militares resultaron alcanzadas.


El mundo entero contraatacaba. Israel podría haber triunfado solo; la pregunta es a qué precio.

Bien, pero ¿y si no hay 300 drones, sino 3000? Sí, claro, las ojivas de misiles balísticos son un asunto muy serio; pueden causar daños psicológicos. Pero un misil balístico, por ejemplo, destruye una subestación eléctrica en un distrito. Es desagradable, pero el daño se redistribuye entre otras subestaciones. ¿Y qué pueden hacer cien drones que dañen cincuenta subestaciones transformadoras en el mismo distrito? La pregunta es…

El «Epirus Leonidas» puede destruir un enjambre de drones con un pulso electromagnético que desactiva sus componentes electrónicos. De hecho, este es el siguiente paso en la lucha contra los vehículos aéreos no tripulados; la única pregunta es su implementación a tiempo.

Y hay un matiz más: primero la filtración de datos, y luego la de tecnología.

En Estados Unidos, existe el Departamento de Seguridad Nacional, una agencia responsable de la implementación de las políticas de inmigración, aduanas y fronteras, la ciberseguridad interna nacional, algunos aspectos de la seguridad nacional estadounidense, así como de la coordinación de la lucha contra el terrorismo, las emergencias y los desastres naturales en el territorio estadounidense.

Un informe de 2022 del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. analizó los riesgos que representan los terroristas que utilizan "tecnologías disponibles comercialmente". Resaltó la posibilidad real de que los grupos insurgentes accedan a drones y señaló que tecnologías como los pulsos electromagnéticos podrían representar una amenaza creciente en manos de estos grupos.

Históricamente, las organizaciones insurgentes y terroristas han tenido que utilizar armas menos sofisticadas, recurriendo a dispositivos explosivos improvisados ​​(IED), armas pequeñas y tácticas de guerrilla. Sin embargo, la barrera de entrada para la guerra electrónica se está reduciendo. A diferencia de los tanques o los aviones de combate, que requieren una logística y un entrenamiento exhaustivos, un arma EMP oculta en un camión puede operarse con un entrenamiento mínimo.

Pues bien, Ucrania ha demostrado al mundo entero cómo es posible producir miles de drones en unas condiciones de “montaje de garaje”.


Un dron que lanza a un punto con coordenadas específicas no 5 kg de explosivos, sino una unidad de interferencia que se activa en el momento oportuno o emite un único pulso de energía que desactiva todos los dispositivos electrónicos de cierta naturaleza dentro de su radio de acción. Una bomba electrónica puede, en algunos casos, ser significativamente más efectiva que una bomba convencional.

Dado que estos ataques electrónicos no dejan rastros de explosivos, disparos ni señales tradicionales de un ataque, complican las respuestas. Sería difícil para las autoridades determinar si se trata de un ataque militar, un ciberataque o un simple fallo técnico.

A medida que la IA continúa mejorando la toma de decisiones autónoma en la guerra electrónica, estos sistemas serán cada vez más eficaces y difíciles de contrarrestar. En un futuro donde los grupos puedan desplegar inhibidores controlados por IA, armas electromagnéticas y sabotaje electrónico desde cualquier parte del mundo, como ocurre actualmente con el hackeo de, por ejemplo, instituciones bancarias, las estrategias de defensa deben evolucionar para detectar y neutralizar estas amenazas invisibles antes de que ocurran.

Ejércitos de todo el mundo ya están invirtiendo en contramedidas de guerra electrónica, incluyendo electrónica reforzada contra la radiación que puede soportar altos niveles de radiación, algoritmos de defensa basados ​​en IA y cifrado cuántico para mejorar la seguridad contra ataques EMP. Sin embargo, la historia demuestra que las medidas defensivas a menudo van a la zaga de la innovación ofensiva.

El futuro de la guerra podría ser tranquilo, al menos en parte. En lugar de explosiones, los campos de batalla del mañana podrían ver cortes de energía instantáneos, aeronaves en tierra y defensas inutilizadas, todo gracias a ataques electrónicos impulsados ​​por inteligencia artificial. Dado que ocultar armas ya es una estrategia militar probada, es solo cuestión de tiempo antes de que los pulsos electromagnéticos y los sistemas de armas electrónicas convencionales sigan la misma trayectoria: ocultos en contenedores, automóviles, calles de la ciudad, distribuidos por drones o cualquier otra cosa que se les ocurra a quienes los necesitan.

¿Qué ocurrirá cuando la guerra deje de ser como las guerras que conocemos? El mundo está a punto de descubrirlo, y la renovación está en pleno apogeo. Muchos sistemas de armas han alcanzado la cima, y ​​los que representaban el poder hace apenas diez años ahora son simplemente innecesarios debido a su ineficacia.

Y aquí la pregunta es: ¿quién liderará este proceso?


domingo, 25 de agosto de 2024

Ataque aéreo: El implacable resultado de un ataque simultáneo multidireccional

Ataque simultáneo multidireccional


Por Esteban McLaren para FDRA




1. Introducción

Un ataque multifrontal simultáneo es atacar un blanco desde distintas direcciones al mismo tiempo. Es un elemento costoso de conseguir porque exige muchos recursos dado que la fuerza de ataque debe cubrir al menos dos frentes o direcciones y, más difícil aún, debe ser coordinado, es decir todo el movimiento debe hacerse al mismo tiempo. ¿Qué dificultades enfrenta el defensor? La saturación. Defiende un frente y, por costo de oportunidad, desatiende el otro y viceversa. La historia presenta un caso apasionante.

La Batalla de Midway fue un punto de inflexión crucial en la Segunda Guerra Mundial, donde un ataque simultáneo no intencionado de las fuerzas aeronavales estadounidenses desempeñó un papel decisivo. Durante la batalla, los aviones estadounidenses lanzaron ataques secuenciales desde una misma dirección a la vez. Los comandantes de portaaviones llegaron a esquivar la mayoría de estos ataques (¡un capitán lo hizo más de 70 veces en ese fatídico día!), torpedos y bombas caían por las bordas de estos enormes buques pero ni hacían mella en ellos. Sin embargo, una partida de ataque dirigida por el comandante McClusky perdió su rumbo y al volver para re-encausar el ataque lo realizó desde un inesperado Suroeste, coincidiendo con otra partida de ataque dirigida por el teniente Leslie provenía de Noreste al mismo tiempo, sorprendiendo por completo a la flota japonesa. Este ataque simultáneo desde dos flancos diferentes, llevado a cabo principalmente por bombarderos en picado SBD Dauntless, resultó en la destrucción casi inmediata de tres portaaviones japoneses empezando por el Kaga, lo que cambió el curso de la guerra en el Pacífico.

Las consecuencias de este ataque fueron devastadoras para la Armada Imperial Japonesa. La pérdida de cuatro portaaviones, junto con pilotos experimentados y aviones, debilitó gravemente su capacidad operativa. Esta victoria permitió a los Estados Unidos pasar de una posición defensiva a una ofensiva en el teatro del Pacífico, alterando el equilibrio de poder y marcando el inicio del declive de la supremacía naval japonesa.

2. La Batalla de Midway

La Batalla de Midway, ocurrida del 4 al 7 de junio de 1942, es una de las confrontaciones más importantes de la Segunda Guerra Mundial en el Teatro del Pacífico, marcando un punto de inflexión en la guerra. Durante esta batalla, un evento crucial fue el ataque simultáneo de dos formaciones de aviones estadounidenses desde diferentes direcciones, lo que resultó en la devastadora destrucción de los portaaviones japoneses.


2.1 Contexto previo

El 4 de junio de 1942, las fuerzas japonesas, bajo el mando del almirante Isoroku Yamamoto, lanzaron un ataque contra Midway con la esperanza de eliminar la amenaza de los portaaviones estadounidenses y asegurar el dominio en el Pacífico. Los japoneses confiaban en la sorpresa y la superioridad numérica. Sin embargo, gracias a la ruptura del código japonés por parte de la inteligencia estadounidense, los norteamericanos sabían de antemano los planes japoneses y prepararon una emboscada.


2.2 Ataques iniciales y esquiva de los japoneses

En la mañana del 4 de junio, los aviones estadounidenses lanzaron una serie de ataques aéreos desde sus portaaviones USS Enterprise, USS Hornet, y USS Yorktown contra la flota japonesa. Estos ataques iniciales consistieron en oleadas de aviones torpederos (principalmente TBD Devastators) y bombarderos en picado (SBD Dauntless). Los aviones torpederos atacaron primero, pero fueron diezmados por los cazas japoneses y el fuego antiaéreo; casi todos los aviones torpederos fueron derribados, y no lograron impactar a los portaaviones japoneses.

Durante estos primeros ataques, los comandantes de los portaaviones japoneses, como el vicealmirante Chuichi Nagumo, realizaron maniobras evasivas efectivas, logrando evitar los torpedos lanzados por los aviones estadounidenses. La combinación de maniobras hábiles, la protección de cazas Zero, y la falta de coordinación entre las diferentes oleadas de ataque permitieron a la flota japonesa esquivar la destrucción.


2.3 El ataque simultáneo decisivo

Sin embargo, mientras los aviones torpederos estadounidenses mantenían ocupadas a las defensas japonesas volando bajo y atrayendo a los cazas Zeros hacia niveles bajos, una fuerza de bombarderos en picado SBD Dauntless de los portaaviones USS Enterprise y USS Yorktown llegó a la escena desde una dirección diferente y en altitud. Liderados por los comandantes de escuadrón como el Teniente Comandante Wade McClusky y el Capitán de Corbeta Max Leslie, estos aviones aprovecharon que los cazas japoneses estaban ocupados a baja altura y que las maniobras evasivas japonesas habían dejado a los portaaviones en posiciones vulnerables.

En un giro del destino, los bombarderos en picado atacaron simultáneamente desde dos direcciones distintas: desde el noroeste y el sudoeste, tomando por sorpresa a los japoneses. Son las líneas de ataque 1 y 2 convergiendo a los blancos mientras sorpresivamente aparece una enorme ala de ataque 3 desde el suroeste, como se ilustra debajo. No deje de ver los dos videos añadidos para terminar de comprender el panorama de esta fantástica batalla aeronaval. Los portaaviones Akagi, Kaga, y Soryu fueron impactados casi simultáneamente en cuestión de minutos. Es que al querer esquivar los torpedos y bombas lanzadas por el grupo aéreo desde el Noreste, como lo habían hecho toda la mañana, quedaban alineados para los ataques provenientes desde el Suroeste. No había escapatoria. Las bombas penetraron en los hangares de los portaaviones, donde los aviones japoneses estaban siendo rearmados y repostados, lo que resultó en explosiones masivas que causaron incendios incontrolables. Este ataque decisivo resultó en la destrucción de tres portaaviones japoneses en rápida sucesión.


Más tarde, ese mismo día, un cuarto portaaviones japonés, el Hiryu, lanzó un contraataque que logró dañar severamente al USS Yorktown, pero fue finalmente localizado y destruido por aviones estadounidenses. Fue el fin de la Kidō Butai, la aviación naval imperial japonesa.



2.4 Consecuencias

La pérdida de los cuatro portaaviones japoneses en Midway fue un golpe devastador para la Armada Imperial Japonesa, ya que no solo perdió buques clave, sino también pilotos experimentados y aviones. La batalla cambió el equilibrio de poder en el Pacífico, permitiendo a los Estados Unidos pasar a la ofensiva en el teatro de operaciones.

El ataque simultáneo desde diferentes direcciones durante la Batalla de Midway se considera uno de los momentos más decisivos de la Segunda Guerra Mundial, demostrando la importancia de la coordinación y la sorpresa en el combate aéreo-naval. De todos modos, debe recalcarse que esta simultaneidad fue azarosa: el grupo que atacaba desde el Sudoeste simplemente se había perdido y volvía sobre sus pasos.




3. Pesadilla en el mar

Imaginen una operación naval a mar abierto. En dicha locación existe un alto potencial de ataques aéreos con bombas (tontas o LGB) o misiles antibuque (AShM) enemigos. Sin embargo, el infierno de Midway podría emerger personalizado en nuevos misiles AShM o misiles de crucero. Las nuevas amenazas, gracias a la digitalización, pueden hasta incluir diseño de guiado con inteligencia artificial. Por lo tanto, ni siquiera un humano estaría implicado en su gestión. 

Un capitán de un buque capital moderno (como un destructor, crucero o portaaviones) enfrentado a un ataque simultáneo de múltiples de AShM desde diferentes direcciones tendría a su disposición una combinación de capacidades de defensa avanzada, obviamente imposibles de obtener en el contexto tecnológico de la Segunda Guerra Mundial. Estas capacidades están diseñadas para detectar, rastrear y neutralizar las amenazas antes de que impacten en el buque. Adentrémonos en ellas.

3.1. Detección y seguimiento

  • Radar de vigilancia de largo alcance: Un radar como el AN/SPY-1 (utilizado en el sistema Aegis) o el más moderno AN/SPY-6, proporciona una cobertura de 360 grados, permitiendo la detección y seguimiento simultáneo de múltiples amenazas desde diferentes direcciones.
  • Sistemas de sensores electro-ópticos e infrarrojos (EO/IR): Estos sistemas complementan al radar al proporcionar capacidades de detección pasiva, cruciales para identificar misiles furtivos o para operar en entornos de alta interferencia electrónica.

3.2. Contramedidas electrónicas (ECM)

  • Jammers y perturbadores electrónicos: El buque puede emplear sistemas de guerra electrónica para intentar desviar o desorientar los misiles entrantes. Esto podría incluir la emisión de señales de interferencia (jamming) para interrumpir los sistemas de guía de los misiles o el uso de señuelos electrónicos que crean falsos blancos para confundir los sistemas de radar del AShM.

3.3. Defensa antimisil de capa externa

  • Misiles antiaéreos de largo alcance: Misiles como el SM-6 (Standard Missile 6) en un sistema Aegis pueden ser lanzados para interceptar los misiles antibuque a larga distancia. Estos misiles tienen la capacidad de maniobrar a gran velocidad y de interceptar misiles entrantes incluso a altas velocidades (como los misiles supersónicos o hipersónicos).
  • Sistemas integrados de defensa en red: En un grupo de combate, como un grupo de ataque de portaaviones (CSG), otros buques también pueden contribuir a la defensa, lanzando misiles interceptores desde diferentes posiciones para aumentar la probabilidad de interceptación.


3.4. Defensa de capa media

  • Misiles de defensa de punto o corta distancia: Misiles como el RIM-162 ESSM (Evolved Sea Sparrow Missile) se encargan de la defensa en un rango medio, interceptando misiles que logran penetrar las defensas de largo alcance.
  • Cañones CIWS (Close-In Weapon Systems): Sistemas como el Phalanx CIWS o el Goalkeeper, que son cañones de alta cadencia de disparo, proporcionan la última línea de defensa, disparando ráfagas rápidas de proyectiles para destruir misiles entrantes a muy corta distancia.

3.5. Contramedidas activas

  • Señuelos lanzables (chaff y flare): El buque puede lanzar señuelos físicos como chaff (que dispersa tiras de metal para confundir el radar del misil) y flares (que emiten calor para desviar misiles guiados por infrarrojos).
  • Decoys Remolcados: Dispositivos como el Nulka, un señuelo activo lanzado que imita la firma radar del buque, pueden ser desplegados para atraer misiles lejos del barco real.

3.6. Maniobras evasivas:

  • Maniobras de alta velocidad: Aunque limitado por las capacidades físicas del buque, el capitán podría ordenar maniobras evasivas para intentar evitar que los misiles logren un impacto directo, especialmente en caso de que los misiles se acerquen desde diferentes ángulos.

3.7. Coordinación con la flota:

  • Defensa coordinada de grupo de combate: En un escenario de combate real, el buque capital estaría operando como parte de un grupo de combate, con otros buques y aeronaves de apoyo que proporcionarían una capa adicional de defensa. Por ejemplo, destructores o fragatas pueden actuar como piquetes de radar para interceptar misiles antes de que lleguen al buque capital.
Estas condiciones no están ampliamente difundidas entre todas las armadas del Mundo. Estos equipos se encuentran disponibles son en las armadas más modernas, incluso sólo en el US Navy, la cual es la mayor armada del Mundo. Es decir, un combatiente de superficie promedio en el Mundo quedaría sin poder emplear alguna de esas "capas" siendo altamente probable un impacto de un AShM sobre su estructura sin que mucho se pueda hacer.

3.8 Resumen

El capitán de un buque capital moderno tiene a su disposición una serie de capas de defensa que, cuando se utilizan de manera conjunta y efectiva, ofrecen una protección robusta contra ataques coordinados de misiles antibuque desde múltiples direcciones. La clave del éxito reside en la detección temprana, la rápida decisión para desplegar contramedidas, y la capacidad de coordinar todas estas defensas en un entorno de combate de alta intensidad. A pesar de las avanzadas defensas, un ataque masivo y bien coordinado de múltiples AShM sigue siendo una amenaza seria, subrayando la importancia de la redundancia y la preparación en la guerra moderna.



¿Cómo repeler un ataque multidireccional simultáneo? La mayoría de las veces, no puedes.

Perfiles de ataque del AShM Penguin y misil de crucero Tomahawks

Nótense la posibilidad de realizar curvas y explorar blancos para detectar y optimizar el perfil de ataque.






4. Algoritmos de ataque simultáneo

Sin embargo, la misma digitalización puede llegar a elementos de defensa mucho más pequeños, para blanco muy puntuales, en escalas también precisamente definidas. Existen sistemas avanzados de dirección de misiles y drones diseñados para coordinar ataques desde múltiples direcciones de manera simultánea, lo que incrementa las posibilidades de éxito en la misión. Este tipo de ataques coordinados se emplea especialmente en operaciones contra objetivos fuertemente defendidos, donde el objetivo es saturar o superar las defensas enemigas.

4.1 Ejemplos de tales sistemas

  1. Sistemas de enjambre (swarming):

    • Los drones pueden operar en enjambres, donde múltiples unidades trabajan de manera coordinada para atacar desde diferentes direcciones. Cada dron puede ser autónomo o controlado en red, compartiendo información en tiempo real para ajustar su ataque. El enjambre puede saturar las defensas enemigas al atacar simultáneamente desde varios ángulos. Uno puede recordar en una escena de Matrix Revolutions donde una evento así se observa. Y es sobrecogedor, por cierto.
  2. Misiles de ataque coordinado:

    • Misiles como el Tomahawk Block IV o el AGM-158 JASSM tienen capacidades avanzadas de navegación y control que les permiten realizar ataques coordinados. Estos misiles pueden ser programados para seguir diferentes trayectorias y llegar al objetivo desde varias direcciones al mismo tiempo, lo que complica la defensa.



  3. Ataques de saturación:

    • En este tipo de ataque, múltiples misiles son lanzados en un patrón diseñado para saturar las defensas enemigas. Los misiles pueden ser programados para atacar desde diferentes ángulos, alturas y velocidades, creando una situación en la que es difícil para los sistemas de defensa aérea interceptar todos los misiles entrantes.
  4. Guerra de enjambre con drones de ataque:

    • En contextos modernos, los drones kamikaze o loitering munitions (municiones merodeadoras) como el Harop o el Switchblade pueden ser desplegados en masa. Estos drones pueden ser programados para atacar simultáneamente desde múltiples direcciones, lo que aumenta la probabilidad de que al menos uno logre alcanzar el objetivo.

 




Google trabaja con drones con inteligencia artificial que permitan discernir blancos y decidir ataques


Una discusión muy técnica de cómo se pueden programar enjambres de drones y coordinarlos para ataques y otras misiones

4.2 Principio operativo

La coordinación, sincronización y redundancia al ataque se combinan para forzar casi a un resultado implacable final: el blanco será alcanzado y destruido.

  • Coordinación y sincronización: Estos sistemas dependen en gran medida de una coordinación y sincronización precisa, generalmente mediante comunicaciones avanzadas y sistemas de navegación como GPS, INS (Sistema de Navegación Inercial), o incluso tecnologías emergentes como la inteligencia artificial.
  • Redundancia de ataque: Al atacar desde diferentes ángulos y direcciones, se reduce la probabilidad de que un solo sistema de defensa sea capaz de neutralizar todas las amenazas entrantes, asegurando así que al menos uno de los misiles o drones alcance el objetivo.

Estos enfoques son fundamentales en la guerra moderna, especialmente contra adversarios que cuentan con sistemas de defensa aérea avanzados.

5. Conclusión

La capacidad para ejecutar ataques multidireccionales simultáneos, ya sea con misiles antibuque, misiles de ataque a blancos terrestres o drones, representa un avance crucial en la guerra moderna. Esta estrategia se basa en la coordinación de múltiples dispositivos de ataque que convergen sobre un mismo objetivo desde diferentes direcciones al mismo tiempo. Su importancia radica en su capacidad para desbordar las defensas enemigas, minimizar la posibilidad de interceptación y maximizar el impacto del ataque. La importancia en el campo de batalla moderno puede enumerarse así:

  1. Saturación de defensas: Un ataque desde múltiples direcciones complica significativamente la tarea de las defensas aéreas o antimisiles del adversario. Las defensas tradicionales están diseñadas para interceptar amenazas que provienen de una o pocas direcciones al mismo tiempo. Al enfrentarse a un ataque multidireccional, los sistemas defensivos pueden ser saturados, haciendo que algunas de las armas logren penetrar y alcanzar sus objetivos.

  2. Reducción de la efectividad de los contramedidas: Las contramedidas electrónicas y de defensa activa, como sistemas de interferencia o misiles interceptores, son menos eficaces cuando deben lidiar con múltiples vectores de ataque simultáneos. Esta multiplicidad obliga al enemigo a dividir sus recursos, aumentando las posibilidades de que uno o más de los vectores de ataque tengan éxito.

  3. Confusión y desorganización del enemigo: Un ataque multidireccional también puede generar confusión en las filas enemigas. La necesidad de responder a amenazas que provienen de diferentes direcciones puede desorganizar la defensa y dificultar la coordinación efectiva de la respuesta.

  4. Destrucción de blancos fuertemente defendidos: Los objetivos bien defendidos, como instalaciones militares clave, centros de comando y control, o buques de guerra, requieren ataques con alto grado de precisión y potencia. La capacidad de golpear simultáneamente desde diferentes direcciones aumenta la probabilidad de que se puedan neutralizar o destruir estos blancos. Incluso si parte de la defensa logra interceptar algunos misiles o drones, otros pueden seguir su curso y alcanzar el objetivo.

Un ejemplo claro de la efectividad de esta táctica se observó en el ataque a las instalaciones petroleras de Aramco en Arabia Saudita en 2019. En este ataque, una combinación de misiles de crucero y drones fueron lanzados desde diferentes direcciones hacia las instalaciones. Este ataque coordinado saturó las defensas antiaéreas saudíes, que no pudieron interceptar todas las amenazas, resultando en daños significativos.

Otro ejemplo es el uso de drones suicidas (también conocidos como loitering munitions) en el conflicto de Nagorno-Karabaj en 2020, donde Azerbaiyán utilizó enjambres de drones para atacar simultáneamente desde diferentes ángulos, superando las defensas armenias y destruyendo posiciones fortificadas y sistemas antiaéreos.

Un tercer ejemplo, más cercano a nosotros, lo presenta el protocolo de asalto de posiciones a trincheras argentinas por parte de infantes de marina británicos (Royal Marines). Los asaltantes se distribuían de a tres cubriendo un amplio abánico frente a la posición argentina y realizaban la corrida. Los defensores al emerger recibían fuego de múltiples direcciones, lo que los confundía y daba ventaja al atacante.

Finalmente, la capacidad de ejecutar ataques multidireccionales simultáneos, ya sea mediante misiles, drones o cualquier otra fuerza o una combinación de ellas, es una herramienta poderosa en el arsenal militar moderno. Este tipo de ataques no solo aumenta la probabilidad de éxito contra objetivos bien defendidos, sino que también representa una evolución en las tácticas de guerra que busca maximizar el impacto y minimizar la capacidad de respuesta del adversario. A medida que la tecnología avanza y los sistemas de armas se vuelven más autónomos y precisos, es probable que esta táctica se convierta en un estándar en los conflictos futuros. Imagine el lector si el Comando de Aviación Naval hubiese contado con esa capacidad en sus Exocet lo inexorable que hubiese el ataque a un blanco altamente protegidos como los portaaviones del Task Force británica en Malvinas.

viernes, 17 de mayo de 2024

Israel-Irán: Intercepción de drones iraníes

Aviones de combate israelíes interceptan drones y misiles iraníes




Vídeo: Aviones de combate israelíes interceptando drones y misiles iraníes


Las Fuerzas de Defensa de Israel publicaron vídeos de aviones de combate israelíes interceptando misiles de crucero y drones iraníes. Algunos de estos videos fueron compartidos en las redes sociales. Vea uno de ellos a continuación.


domingo, 24 de marzo de 2024

Invasión: Ucrania usa miles de microfónos en red para detectar drones rusos

Ucrania utiliza miles de micrófonos en red para rastrear drones rusos


Ucrania está utilizando sensores acústicos para detectar y cazar amenazas entrantes, y ahora el ejército estadounidense quiere probar el sistema
Por Joseph Trevithick || The War Zone


Ucrania está utilizando una red formada por miles de sensores acústicos en todo el país para ayudar a detectar y rastrear los drones kamikazes rusos entrantes, alertar a las defensas aéreas tradicionales con anticipación y también enviar equipos ad hoc de caza de drones para derribarlos. Esto es según el alto oficial de la Fuerza Aérea de EE.UU. en Europa, quien también dijo que el ejército de EE.UU. ahora está buscando probar esta capacidad para ver si podría ayudar a satisfacer sus propias demandas de formas adicionales de monitorear persistentemente y enfrentarse a las amenazas de drones.

El general James Hecker, jefe de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. en Europa (USAFE), así como de las Fuerzas Aéreas de África (AFAFRICA) y el Comando Aéreo Aliado de la OTAN , proporcionó detalles sobre la red de sensores acústicos de Ucrania y cuestiones relacionadas con la defensa aérea y antimisiles en una mesa redonda de prensa. al que asistieron The War Zone y otros medios hoy. Esta reunión tuvo lugar al margen del Simposio de Guerra de la Asociación de Fuerzas Aéreas y Espaciales de este año , que se inauguró hoy.
Los miembros de un equipo ucraniano de caza con drones en la región de Mykolayiv muestran un UAZ-452 modificado armado con dos ametralladoras PKT sobre una montura improvisada.


Los miembros de un equipo ucraniano de caza con drones en la región de Mykolayiv muestran un UAZ-452 modificado armado con dos ametralladoras PKT sobre una montura improvisada. Vladimir Shtanko/Agencia Anadolu vía Getty Images

"A nivel no clasificado, Ucrania ha hecho algunas cosas bastante sofisticadas para obtener [una] persistente imagen ISR [inteligencia, vigilancia y reconocimiento]" de "objetos de baja altitud", explicó Hecker. Esto ahora incluye un sistema de sensores acústicos que utiliza micrófonos diseñados para captar y amplificar el ruido ambiental, añadió.

"Piense si tiene una serie de sensores, piense en su teléfono celular, está bien, con energía para que no se apague, ¿verdad? Y luego coloca un micrófono para hacer que la acústica sea más fuerte de los UAV unidireccionales. que van por encima", explicó Hecker. "Y hay... 6.000 de estas cosas en todo el país. Han tenido éxito en poder detectar vehículos aéreos no tripulados unidireccionales como los Shahed 136 y ese tipo de cosas".


Un dron ruso Shahed-136 sobrevolando Ucrania. Foto de SERGEI SUPINSKY/AFP vía Getty Images

Los drones kamikaze como el Shahed-136 pueden tener motores relativamente pequeños, pero aun así producen una cantidad de ruido significativa y, a menudo, aterradora , como se escucha en los videos a continuación.




Los ucranianos han podido utilizar los datos del sensor acústico "para poder rastrearlos y luego eventualmente juntarlos, enviar esa imagen a un móvil... equipo que está más lejos, que ahora lo derriba con AAA [anti -artillería aérea], [que] entrenan a un hombre en seis horas sobre cómo utilizarla", añadió Hecker.

No está claro cómo se difunde la información del sensor acústico, pero esto bien podría implicar aprovechar una red ad hoc de detección de drones existente que Ucrania ha implementado desde hace algún tiempo y que permite a los voluntarios publicar alertas a través del servicio de mensajería en línea Telegram.

La mención directa de Hecker de AAA (artillería antiaérea), un término utilizado para describir varios tipos de armas antiaéreas, refleja comentarios más amplios que hizo hoy sobre la rentabilidad de esas armas contra los drones. Volveremos sobre eso más tarde.

La mayoría de los equipos de lucha contra drones de Ucrania dependen en gran medida de sistemas de armas improvisados que normalmente consisten en varios tipos de ametralladoras y cañones automáticos montados en diferentes tipos de vehículos ligeros. Sus medios para detectar y rastrear drones, especialmente de noche, generalmente se limitan a capacidades muy localizadas como visión nocturna y óptica térmica, punteros láser y reflectores.






Los detalles sobre la red de sensores acústicos ucranianos han sido "informados a varias personas, incluida la Agencia de Defensa de Misiles", añadió Hecker. "Estamos considerando hacer algunas pruebas para ver si es algo que podemos exportar a la OTAN".

Hecker dijo que este tipo de capacidad de sensor acústico también podría tener aplicaciones fuera de la OTAN y potencialmente contra otras categorías de amenazas aéreas más allá de los drones. Vale la pena señalar que antes de la adopción generalizada del radar, el ejército estadounidense y otras fuerzas armadas de todo el mundo utilizaban varios tipos de sistemas diseñados para detectar aeronaves entrantes en función de su firma acústica. Al final de la Segunda Guerra Mundial, estos sistemas habían caído en gran medida en desuso.

Un sistema de localización de sonido de aviones del Cuerpo de Artillería Costera de EE. UU., a la izquierda, así como un reflector y un camión de transporte, en algún lugar de los Estados Unidos en 1932. Cuerpo de Artillería Costera de EE. UU.

Sin embargo, muchas amenazas aéreas modernas, incluidos pequeños drones y misiles de crucero de vuelo bajo, y aviones y misiles furtivos con y sin tripulación, presentan desafíos importantes incluso para los radares de la generación actual . El general Hecker mencionó por primera vez el interés del ejército estadounidense en la red de sensores acústicos de Ucrania en la mesa redonda de hoy mientras hablaba de los desafíos que enfrenta la OTAN para mantener una imagen ISR persistente cuando se trata de cosas como drones kamikaze y misiles de crucero.

"Lo que hace, ya sabes, cuando está en el aire, nos dará una imagen persistente, una imagen ISR, hasta baja altitud, donde operan muchos de estos vehículos aéreos no tripulados unidireccionales y misiles de crucero", dijo Hecker sobre el E-7A. Aviones aerotransportados de alerta temprana y control de cola de cuña que la Fuerza Aérea y la OTAN están en proceso de adquirir. "Y tiene una capacidad bastante buena en el rango que le permite detectar ese tipo de amenazas".

"Desafortunadamente, [los E-7] no saldrán de la línea a partir de mañana", continuó. "Así que tenemos que buscar... soluciones provisionales".


Una representación de un futuro avión de control y alerta temprana aerotransportado E-7A Wedgetail de la Fuerza Aérea de EE. UU. Fuerza Aérea de los EE.UU.

Sensores acústicos como los que Ucrania está empleando ahora podrían ser una de esas soluciones provisionales, y que también es sustancialmente más barata de implementar que algo como una flota de E-7.

Hecker también mencionó los aerostatos atados con "una carga útil que tiene la capacidad de detectar estos UAV unidireccionales" como algo que esperaba que fuera "entregado" dentro de seis meses a un año. "Y ahora lo consigues durante mucho tiempo, ¿verdad?... puede permanecer elevado prácticamente sin parar, a menos que los vientos se pongan muy difíciles, y es posible que tengas que enrollarlo durante un rato".

No está inmediatamente claro si se refería a una capacidad que el ejército estadounidense planea desplegar en Europa o en algún otro lugar, o a algo que podría estar sucediendo en otros lugares dentro de la OTAN. El gobierno de EE. UU. aprobó recientemente una posible venta de sistemas de vigilancia aérea basados ​​en aerostatos a Polonia, sobre la cual puede leer más aquí.


Independientemente de cómo se haga, "si podemos obtener esta imagen persistente del aire, entonces podremos predecir qué tan rápido van [y] en qué rumbo se encuentran", anotó Hecker. "Entonces podemos usar cosas que nos coloquen en el lado correcto de la curva de costos, como AAA... algo de lo que probablemente no hemos hablado en mucho tiempo. Pero [es] muy rentable usar AAA [para ] derribar estas cosas [como los drones kamikaze]".

"Creo que veremos que esto prolifera cada vez más, lo que hace que la importancia de encontrar una solución de bajo costo para acabar con estas cosas" sea aún más pronunciada, según Hecker. "Estoy trabajando duro con la industria para... encontrar una solución que nos coloque en el lado correcto de la curva de costos. Así que no tomaremos un misil de 700.000 dólares y derribaremos un dron de 5.000 dólares".

Hecker citó específicamente el uso de drones kamikazes de largo alcance por parte de grupos respaldados por Irán, incluidos los hutíes en Yemen, contra fuerzas estadounidenses en tierra y mar en todo el Medio Oriente en las últimas semanas como ejemplos de cómo esta amenaza ya se está expandiendo en escala y alcance. Apenas el 28 de enero, un dron kamikaze mató en particular a tres miembros del servicio estadounidense en una base avanzada llamada Torre 22 en Jordania, cerca de la frontera con Siria.


Una imagen satelital de la Torre 22 en Jordania. Google Earth

Los hutíes también han estado lanzando drones kamikazes, así como misiles balísticos y de crucero , contra objetivos en Israel y contra buques de guerra y buques comerciales extranjeros en el Mar Rojo y sus alrededores.

Hecker incluso señaló que el creciente uso de drones kamikazes ha llamado la atención del ejército estadounidense. También destacó "cosas no especificadas para distraer un IADS [sistema integrado de defensa aérea] que [son] relativamente baratas", cuando se le preguntó sobre otras capacidades que se están empleando en Ucrania ahora y que podrían ser de interés para las fuerzas estadounidenses. No está claro si este comentario sobre las capacidades de señuelo se refiere a las que los ucranianos , los rusos o ambos han estado empleando en el conflicto, un tema que The War Zone ha estado siguiendo de cerca . El general podría incluso haberse referido al uso de drones kamikaze como señuelos, una función adyacente para la que muchos de estos diseños serían adecuados, como hemos destacado en el pasado . Simplemente usar a los Shahed para probar rutas hacia áreas objetivo y estimular las defensas aéreas enemigas a lo largo del camino, de modo que sistemas de gama alta, como misiles de crucero, puedan ser enviados tras ellos de una manera más fácil de sobrevivir es una táctica conocida.

Es importante recordar que, como destaca habitualmente The War Zone , la amenaza que representan varios niveles de drones para objetivos dentro y fuera de los campos de batalla tradicionales ha sido real durante años y sigue creciendo. El ejército estadounidense sigue intentando en gran medida ponerse al día con esta realidad.

Quizás el sistema de sensores acústicos de "regreso al futuro" de Ucrania pueda convertirse en una nueva forma a corto plazo para que el ejército estadounidense avance en la lucha contra la amenaza de los drones, además de proporcionar una imagen ISR más persistente para los defensores aéreos en general, especialmente cuando Se trata de objetivos pequeños y de bajo vuelo.