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sábado, 14 de junio de 2025

Doctrina militar: Ataques preventivos y preemptivos, con aplicación al caso Malvinas/Antártida

Sobre las doctrinas de defensa basada en la anticipación

EMcL para FDRA


  • Se distinguen tres conceptos clave:
    • Ataque preemptivo: el enemigo está por atacar.
    • Ataque Preventivo: el enemigo podría atacar a futuro.
    • Ataque anticipatorio: espectro entre ambos.
  • Cuando es legítimo y cuando no en términos del derecho internacional
    •  La ONU solo permite el uso de la fuerza si hay un ataque armado. Preemption puede entrar, preventive no. La legitimidad, sin embargo, es otro juego: puede haber acciones ilegales pero vistas como necesarias (Kosovo ‘99).
  • Cuando sería válido en el escenario Malvinas/Antártida


El documento "Striking First: Preemptive and Preventive Attack in U.S. National Security Policy" (RAND MG-403) analiza el papel de los ataques anticipatorios —tanto preventivos como preemptivos— en la política de seguridad nacional de EE. UU., especialmente tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Vamos a analizar este documento de manera descriptiva inicialmente y crítica posteriormente. La sorpresa del ataque ha sido una tradición en la Historia Militar argentina que supo ser muchas veces decisiva. Luego, presentamos un resumen de este enfoque enormemente provocador e inspirador con una potencial aplicación al escenario Malvinas/Antártida al final.


1. El dilema de golpear primero: anticipación, poder y legitimidad en la política de seguridad de EE. UU.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos redefinió las reglas del juego en el ámbito de la seguridad internacional. Con el enemigo oculto entre sombras y la amenaza de armas de destrucción masiva en manos de regímenes impredecibles o grupos terroristas, la lógica tradicional de “esperar y responder” parecía obsoleta. En ese nuevo mundo, el principio rector pasó a ser claro y contundente: si hay que defenderse, mejor hacerlo antes de que el enemigo tenga siquiera la oportunidad de atacar. Nació así una nueva doctrina estratégica, controversial y poderosa: la anticipación ofensiva.

En ese contexto, el estudio Striking First, elaborado por el think tank RAND para la Fuerza Aérea de EE. UU., se propuso examinar a fondo el concepto de ataque anticipatorio —en sus dos formas principales, el ataque preemptivo y el ataque preventivo—, evaluando sus fundamentos, límites legales, consecuencias estratégicas y viabilidad operativa. No se trataba de un llamado a la acción inmediata, sino de una reflexión rigurosa sobre cuándo, cómo y por qué un país con poder militar sin precedentes debería considerar la opción de golpear primero.

La distinción conceptual es clave. Un ataque preemptivo se lanza cuando se percibe que el adversario está a punto de atacar: la amenaza es inminente, la decisión urgente. En cambio, un ataque preventivo apunta a una amenaza aún lejana pero en crecimiento: se actúa para evitar que el enemigo adquiera una ventaja estratégica futura. Ambos casos —aunque diferentes en grado— comparten una lógica de anticipación y caen bajo el paraguas del ataque anticipatorio, término que RAND adopta para explorar este espectro de opciones.

Pero ¿qué factores determinan si vale la pena anticiparse? El estudio identifica dos variables estratégicas clave. Por un lado, la certeza de la amenaza: ¿es seguro que el adversario atacará? Por otro, la ventaja del primer golpe: ¿mejora significativamente la situación si se actúa antes? En el extremo ideal —una amenaza segura e inminente, y una ventaja militar clara al atacar primero— la decisión es casi automática. Sin embargo, estos escenarios son extremadamente raros. Lo más común es el terreno intermedio, donde las amenazas son ambiguas y los beneficios inciertos. Allí, la prudencia estratégica se vuelve tan importante como la capacidad de fuego.

Aun cuando existan razones militares sólidas, el ataque anticipatorio debe superar otro umbral: el del derecho internacional. Según la Carta de la ONU, sólo se permite el uso de la fuerza en defensa propia ante un “ataque armado” real. Por eso, los ataques preemptivos pueden, en algunos casos, justificarse como legítima defensa anticipada. Pero los ataques preventivos —por su carácter especulativo— no son legalmente aceptables bajo el marco actual. Algunos juristas han sugerido flexibilizar el concepto de inminencia frente a amenazas como el terrorismo nuclear, pero no existe consenso. Más aún, los riesgos legales personales para líderes militares y políticos han aumentado con el avance de instituciones como la Corte Penal Internacional.





A este marco legal se suma una dimensión más compleja y volátil: la legitimidad. Un ataque puede ser legal y aun así percibido como ilegítimo, o al revés. La legitimidad depende del contexto, de las intenciones percibidas, de la proporcionalidad del uso de la fuerza, y de la narrativa que acompaña la acción. Un mismo ataque puede ser visto como heroico por unos y criminal por otros, y estas percepciones influyen directamente en la diplomacia, las alianzas y el apoyo interno.

En este escenario, ¿cómo debe adaptarse la política de defensa de EE. UU.? El estudio recomienda tratar el ataque anticipatorio como una capacidad de nicho, no como doctrina central. Las fuerzas armadas —especialmente la Fuerza Aérea— deben estar listas para operar con rapidez, precisión y autonomía cuando sea necesario, pero sin rediseñar toda su estructura en torno a esta estrategia. La clave está en la flexibilidad: poder responder en distintos teatros, contra amenazas estatales o terroristas, sin comprometer la sostenibilidad operativa ni la legitimidad política.

Además, la capacidad de inteligencia estratégica se vuelve fundamental. Evaluar intenciones enemigas, identificar preparativos de ataque y anticipar desarrollos tecnológicos hostiles requiere una combinación de medios técnicos, humanos y analíticos de alto nivel. La calidad de la inteligencia no sólo condiciona el éxito operativo, sino también la justificación política y legal del ataque.

El estudio identifica tres escenarios donde EE. UU. podría considerar seriamente un ataque anticipatorio. El primero: prevenir una agresión transfronteriza contra aliados clave, como un ataque de Corea del Norte contra el sur, o una ofensiva china sobre Taiwán. El segundo: atacar grupos terroristas antes de que puedan ejecutar atentados, como ha ocurrido en Yemen, Afganistán o África del Norte. El tercero: frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, especialmente si un Estado hostil está cerca de desarrollar armas nucleares que podrían ser transferidas a actores no estatales.

No obstante, todos estos escenarios plantean riesgos profundos. Atacar primero puede generar un conflicto más amplio, provocar represalias inesperadas o acelerar programas que se intentaba frenar. Además, puede erosionar normas internacionales que limitan el uso de la fuerza, abriendo la puerta a imitadores —Estados que justifiquen agresiones propias amparándose en el precedente estadounidense.

Por eso, el estudio concluye con una serie de recomendaciones prudentes. En primer lugar, tratar el ataque anticipatorio como la excepción, no la regla. En segundo lugar, reforzar la inteligencia y las capacidades de análisis, minimizando la dependencia de juicios apresurados o datos poco verificados. En tercer lugar, mantener opciones militares de rápida ejecución pero reversible, escalables y precisas. Y, por último, asegurar la coordinación política-militar en todo momento, porque en este terreno, la guerra siempre será una continuación de la política por otros medios.

Striking First no es un llamado a la acción, sino una advertencia mesurada: el poder de anticiparse debe usarse con extrema cautela. Golpear primero puede ser decisivo, pero también puede ser el error que detone un desastre estratégico. Saber cuándo no atacar es, en muchos casos, la mejor forma de defensa.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos reconfiguró de manera drástica su estrategia de seguridad nacional. En lugar de basarse únicamente en la doctrina clásica de disuasión —un pilar de la Guerra Fría que suponía que la amenaza de represalias bastaba para evitar ataques enemigos—, el nuevo enfoque estratégico, articulado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, introdujo la posibilidad explícita de actuar antes de ser atacado. Esta política, conocida como la doctrina Bush, planteó que frente a amenazas asimétricas como el terrorismo global o la proliferación de armas de destrucción masiva (ADM), la defensa reactiva ya no era suficiente. En un entorno donde los actores no estatales y los Estados fallidos operan al margen de las reglas tradicionales, Estados Unidos adoptó la idea de que debía reservarse el derecho de atacar primero, incluso si la amenaza aún no era inminente.

Este giro doctrinal tuvo profundas implicancias, tanto operativas como normativas. Por un lado, desafió los límites establecidos por el derecho internacional sobre el uso de la fuerza. Por otro, planteó exigencias nuevas a las fuerzas armadas, especialmente en términos de inteligencia, movilidad, precisión y legitimidad. El concepto de “defensa preventiva” ya no era solo una herramienta teórica, sino una opción concreta en la caja de herramientas estratégicas del poder militar estadounidense.

En este contexto, el estudio elaborado por RAND Project AIR FORCE y encargado por la Fuerza Aérea de EE. UU. surge como una respuesta a la necesidad de evaluar seriamente las implicaciones reales de esta doctrina emergente. Su objetivo principal no es justificar ni condenar la anticipación como política de Estado, sino analizarla en profundidad para proporcionar una base empírica y estratégica que permita tomar decisiones informadas.

El estudio se propone, en primer lugar, examinar la naturaleza y viabilidad de los ataques anticipatorios, tanto en su versión preemptiva como preventiva. Esto implica preguntarse bajo qué circunstancias golpear primero puede considerarse legítimo, eficaz o incluso necesario, y qué riesgos se derivan de ello. No se trata únicamente de un dilema moral o jurídico, sino también operacional: ¿qué condiciones deben darse para que un ataque anticipado sea exitoso? ¿Qué grado de certeza se necesita sobre la amenaza? ¿Qué capacidad de respuesta inmediata deben tener las fuerzas armadas?

En segundo lugar, el estudio busca determinar cuándo y cómo estos ataques pueden ser útiles desde una perspectiva estratégica. Para ello, evalúa múltiples factores: desde los beneficios tácticos inmediatos hasta los costos diplomáticos a largo plazo, pasando por el impacto en alianzas internacionales, la percepción pública y la estabilidad del orden global.

Un tercer objetivo, estrechamente vinculado a los anteriores, es explorar las consecuencias operativas para las fuerzas armadas, con énfasis en la Fuerza Aérea. En escenarios anticipatorios, la velocidad, la precisión y la autonomía operativa cobran especial relevancia. Se requiere una capacidad sostenida para ejecutar operaciones quirúrgicas con poco preaviso, muchas veces en entornos políticamente hostiles o legalmente ambiguos. Esto implica repensar doctrinas, revisar estructuras de comando y fortalecer capacidades como ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), ataques de largo alcance y despliegues rápidos.

Finalmente, el estudio pretende ofrecer orientación a los planificadores y responsables de política, brindando un marco analítico que les permita abordar amenazas emergentes que no se ajustan a las lógicas tradicionales de confrontación interestatal. En un mundo donde los enemigos no siempre portan uniformes ni operan desde territorios definidos, la anticipación se convierte en un desafío tanto conceptual como práctico.

Para cumplir estos objetivos, el enfoque metodológico del informe es amplio y multidisciplinario. Parte de una revisión doctrinal y legal sobre el uso anticipado de la fuerza, analizando los principios internacionales de legítima defensa y los límites de la acción preventiva. Luego, explora casos históricos representativos, como los ataques israelíes contra instalaciones nucleares en Irak o Siria, o las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, para identificar patrones, errores y lecciones aplicables. También realiza una evaluación comparativa de costos y beneficios estratégicos, integrando factores militares, políticos y diplomáticos. Finalmente, el informe proyecta escenarios futuros en los que EE. UU. podría contemplar la anticipación como opción estratégica, desde conflictos con potencias regionales hasta la neutralización de grupos terroristas con acceso a tecnologías letales.

En resumen, el estudio de RAND no busca promover una doctrina ofensiva ni negar los riesgos que implica golpear primero. Su propósito es más sobrio y más útil: dotar a los responsables de seguridad de las herramientas necesarias para tomar decisiones complejas en un entorno de amenazas difusas, tiempos de reacción acotados y consecuencias potencialmente irreversibles. En un siglo XXI marcado por la incertidumbre estratégica, pensar en frío antes de actuar en caliente se convierte en un imperativo de la política de defensa.


2. Conceptos Clave

En el contexto de la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre, el lenguaje estratégico adoptó nuevos matices y categorías que, si no se comprenden correctamente, pueden llevar a confusión o a errores de política grave. El estudio de RAND, consciente de esta ambigüedad conceptual, establece con precisión las diferencias entre tres nociones que suelen utilizarse indistintamente: ataque preemptivo, ataque preventivo y ataque anticipatorio. Comprender estos términos no solo es clave para el análisis legal y estratégico, sino también para evaluar la legitimidad y la utilidad práctica de cualquier acción militar ofensiva justificada en defensa propia.

El ataque preemptivo se refiere al uso de la fuerza militar cuando existe una amenaza inminente y claramente identificada. Es decir, cuando se tiene la convicción de que el enemigo está a punto de atacar y que actuar primero representa la única manera de evitar un daño grave o una derrota estratégica. Esta categoría se basa en el principio de autodefensa inmediata, reconocido por el derecho internacional, y tiene como antecedente histórico paradigmático el ataque de Israel contra Egipto en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. En ese caso, la destrucción preventiva de la fuerza aérea egipcia proporcionó a Israel una ventaja táctica decisiva. Sin embargo, justificar legalmente este tipo de ataque requiere inteligencia precisa y verificable que demuestre la inminencia real de la amenaza. Sin esa condición, la acción pierde su sustento jurídico y político.

En contraste, el ataque preventivo se basa en la percepción de una amenaza futura, que todavía no se ha materializado pero que podría hacerlo con mayor intensidad si no se actúa a tiempo. A diferencia del ataque preemptivo, aquí la amenaza no es inminente; lo que se anticipa es un deterioro futuro del equilibrio estratégico, como la adquisición de armas nucleares por parte de un adversario hostil. El bombardeo israelí del reactor Osirak en Irak en 1981 es un caso clásico de esta lógica. También lo fue, aunque mucho más cuestionado, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, justificada por la presunta posesión de armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas. Desde la perspectiva del derecho internacional, el ataque preventivo es generalmente considerado ilegal, ya que no cumple con el principio de inminencia que justifica la legítima defensa. Además, su uso eleva los riesgos políticos y diplomáticos, y puede debilitar normas fundamentales sobre el uso restringido de la fuerza en las relaciones internacionales.

Dado que muchas situaciones reales no se ajustan perfectamente a estas dos categorías, el estudio introduce una noción más amplia y flexible: el ataque anticipatorio. Esta categoría engloba tanto el ataque preemptivo como el preventivo, y se utiliza para analizar un rango continuo de situaciones en las que se considera actuar ofensivamente por razones defensivas. Su valor conceptual radica en que permite abordar contextos complejos donde la amenaza es probable pero no inminente, o donde la decisión de atacar primero responde a una combinación de factores tácticos, políticos y estratégicos. Así, el ataque anticipatorio no define una doctrina específica, sino un marco analítico útil para evaluar cuándo golpear primero puede parecer necesario desde la lógica de la seguridad nacional.

Por último, el estudio distingue una categoría adicional que suele confundirse con las anteriores: la preemption operacional. En este caso, no se trata de anticipar el inicio de un conflicto, sino de realizar ataques dentro de una guerra ya en curso para impedir movimientos tácticos concretos del enemigo. Por ejemplo, atacar una base aérea antes de que despeguen los aviones enemigos, o destruir un nodo de comunicaciones para interrumpir una ofensiva en desarrollo. Aunque este tipo de acción comparte con la preemption estratégica la lógica de actuar antes del daño, su fundamento es estrictamente militar, no político, y se inscribe en la dinámica normal del campo de batalla. Por tanto, no entraña los mismos dilemas legales o morales que una decisión estratégica de iniciar hostilidades.

En resumen, la diferenciación entre estas categorías puede sintetizarse en tres ejes: el grado de inminencia de la amenaza, su legalidad bajo el derecho internacional y la lógica principal que la justifica. El ataque preemptivo responde a una amenaza inmediata y puede considerarse legal bajo ciertos parámetros. El preventivo, en cambio, se enfrenta a una amenaza futura y es generalmente ilegal. El ataque anticipatorio abarca ambos dentro de un espectro de decisiones defensivas ofensivas, y su legalidad dependerá del contexto específico. Finalmente, la preemption operacional es una herramienta táctica legítima dentro de conflictos ya iniciados, pero no equivale a iniciar una guerra.

Comprender estas distinciones no es una cuestión terminológica, sino una condición indispensable para formular políticas coherentes, respetuosas del orden internacional y adaptadas a los riesgos del siglo XXI. Como muestra el estudio de RAND, en temas de seguridad nacional, la precisión conceptual es tan crucial como la precisión militar.

Resumen de Diferencias Clave

Tipo de ataqueInminencia de la amenazaLegalidad internacionalJustificación principal
PreemptivoAltaGeneralmente legalEvitar un ataque inminente
PreventivoBaja o futuraGeneralmente ilegalEvitar aumento futuro de amenaza
AnticipatorioVaría (es un continuo)Mixta/ambiguaActuar antes de que la amenaza escale

3. Evaluación Estratégica

La decisión de lanzar un ataque anticipatorio —ya sea preemptivo o preventivo— no puede tomarse a la ligera. Supone una ruptura fundamental con la norma internacional que prohíbe el uso de la fuerza salvo en defensa propia. Por eso, tal decisión debe apoyarse en un análisis estratégico riguroso que contemple no solo la viabilidad operativa, sino también los riesgos políticos, legales y morales. El estudio de RAND identifica dos factores fundamentales que estructuran esta evaluación: la certeza de la amenaza y la ventaja del primer golpe. A estos, se suman consideraciones políticas y dilemas inherentes a la ambigüedad estratégica.

El primer eje de análisis es la certeza de la amenaza. Este aspecto se refiere al grado de convicción que tienen los responsables de la toma de decisiones sobre si el adversario realmente tiene la intención —y la capacidad— de atacar. En la práctica, rara vez se cuenta con información perfecta. La inteligencia puede ser incompleta, errónea o difícil de interpretar. A esto se suma una incertidumbre estructural: incluso con datos fiables, el comportamiento futuro de los actores puede ser impredecible por naturaleza. Cuando la amenaza es incierta, justificar un ataque anticipatorio resulta mucho más difícil, sobre todo si implica costos significativos —como la pérdida de vidas, el inicio de una guerra o la erosión de la legitimidad internacional. Un ejemplo ilustrativo es la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Aunque EE. UU. detectó misiles soviéticos en territorio cubano, optó por no lanzar un ataque inmediato, debido a la incertidumbre sobre las intenciones soviéticas y los posibles desenlaces de una escalada.

El segundo elemento clave es la ventaja del primer golpe, es decir, si atacar primero otorga un beneficio militar sustancial frente a responder más tarde o esperar ser atacado. Este análisis varía según el tipo de amenaza y el tipo de ataque anticipado. En contextos de ataque preemptivo, la ventaja se mide en términos inmediatos: destruir capacidades clave del adversario, desorganizar su mando y control, lograr la sorpresa táctica o asegurar el control inicial del terreno. En ataques preventivos, el análisis es más prospectivo: se trata de evaluar si el equilibrio militar será menos favorable en el futuro, por ejemplo, si el adversario está cerca de adquirir armas nucleares o de mejorar su capacidad ofensiva. El caso de Israel en 1967 es un claro ejemplo: ante la percepción de un ataque inminente por parte de Egipto, Israel se adelantó y logró una victoria decisiva gracias a la destrucción de la fuerza aérea enemiga antes de que pudiera despegar.

No obstante, incluso cuando se percibe una ventaja táctica clara, los costos políticos, legales y reputacionales pueden ser prohibitivos. Atacar primero puede acarrear condena internacional, pérdida de legitimidad, ruptura de alianzas y un mayor riesgo de escalada. El caso de Irak en 2003 lo ejemplifica: la ausencia de armas de destrucción masiva tras la invasión debilitó profundamente la justificación política del ataque y erosionó la credibilidad de Estados Unidos en los años siguientes. Por eso, cualquier análisis de conveniencia militar debe estar acompañado de un cálculo preciso del impacto diplomático y del nivel de apoyo interno e internacional con el que cuenta la acción.

Este contexto genera una serie de dilemas estratégicos. En muchos casos, la amenaza no es completamente segura, ni la ventaja de atacar es concluyente. Esto produce un espacio de ambigüedad en el que las decisiones se vuelven especialmente difíciles y propensas al error. Por ejemplo, si se tiene certeza de que el enemigo atacará, pero la ventaja militar de adelantarse es baja, tal vez convenga intentar la disuasión en lugar de lanzar un ataque. Por el contrario, si la ventaja ofensiva es alta pero la amenaza no es clara, actuar podría desencadenar una guerra innecesaria y costosa. Este tipo de decisiones, por definición, se toma con información incompleta y bajo presión, lo que aumenta la posibilidad de un error estratégico de gran magnitud.

Para ayudar a ordenar este proceso, el estudio de RAND propone un modelo de evaluación combinado, en el que la certeza de la amenaza se coloca en un eje y la magnitud del beneficio estratégico de atacar primero en otro. Las situaciones que realmente justifican un ataque anticipatorio se ubican en el cuadrante superior derecho: alta certeza de amenaza y alta ventaja táctica. Sin embargo, la mayoría de los escenarios reales no se sitúan en ese cuadrante ideal, sino en zonas grises donde predominan la incertidumbre y los riesgos elevados.

La conclusión estratégica del informe es clara: un ataque anticipatorio no puede fundarse simplemente en el deseo de actuar con iniciativa o en la percepción subjetiva de una amenaza. Exige una base sólida de inteligencia confiable, un análisis cuidadoso de los costos y beneficios —militares y políticos—, una evaluación rigurosa de su legalidad y legitimidad, y una previsión razonable de las consecuencias a corto y largo plazo. Por todo ello, este tipo de acción debe considerarse una excepción estratégica, no una política generalizada. Solo bajo condiciones extraordinarias, cuando converjan la certeza de la amenaza, la ventaja operacional decisiva y el respaldo político necesario, un ataque anticipatorio podría ser una opción justificable. En todos los demás casos, la prudencia es la mejor estrategia.


4. Legalidad y Legitimidad

El uso anticipado de la fuerza militar representa uno de los temas más controvertidos del derecho internacional contemporáneo. El estudio de RAND dedica una atención especial a esta cuestión, consciente de que, más allá de la conveniencia táctica o de la superioridad militar de Estados Unidos, el verdadero desafío está en encontrar un equilibrio entre eficacia estratégica, legalidad normativa y legitimidad política. Golpear primero puede parecer una solución efectiva a ciertos problemas de seguridad, pero ¿bajo qué condiciones puede considerarse legal? ¿Y cuándo es legítimo a los ojos del mundo?

El marco jurídico internacional, tal como lo establece la Carta de las Naciones Unidas, es claro en su intención. El artículo 2(4) prohíbe el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, mientras que el artículo 51 reconoce el derecho inherente a la autodefensa —individual o colectiva— en caso de que ocurra un “ataque armado”. La interpretación tradicional de estos artículos ha aceptado la posibilidad de un ataque preemptivo únicamente cuando hay evidencia clara e inmediata de que el enemigo está a punto de atacar. Este criterio se apoya en el famoso precedente del Caroline Case del siglo XIX, que establece que para que la acción anticipatoria sea legal, debe haber una necesidad instantánea, ninguna alternativa razonable y un uso proporcional de la fuerza.

Sin embargo, el caso del ataque preventivo —lanzado no ante una amenaza inminente, sino para evitar un peligro potencial en el futuro— no goza del mismo reconocimiento jurídico. En la visión clásica del derecho internacional, este tipo de acción es incompatible con el principio de uso restringido y proporcional de la fuerza. La amenaza aún no se ha materializado y, por lo tanto, no hay justificación legal para actuar con violencia. La mayoría de los expertos jurídicos coinciden en rechazar la legalidad de este enfoque, incluso cuando se invoca la posibilidad de una catástrofe, como en los casos de proliferación nuclear o amenaza terrorista latente.

Ante la aparición de amenazas no convencionales —terrorismo transnacional, armas nucleares portables, ataques cibernéticos—, algunos juristas y gobiernos han sugerido la necesidad de redefinir el concepto de “inminencia” para permitir una autodefensa más flexible. ¿Debe un Estado esperar a que un grupo terrorista con acceso a un arma nuclear actúe, o basta con saber que tiene la capacidad y la intención de hacerlo? Estados Unidos ha defendido una interpretación más amplia del derecho a la autodefensa, especialmente desde la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002, en la que se afirma que la anticipación puede ser necesaria en un mundo donde los enemigos no siempre declaran sus intenciones.

Sin embargo, estas propuestas no han logrado consolidarse como parte del derecho internacional consuetudinario, ni han sido formalmente codificadas por organismos multilaterales. El uso de esta doctrina genera tensiones con instituciones como la Corte Penal Internacional (CPI) o la Corte Internacional de Justicia (CIJ), y su aceptación se ve limitada por el temor de abrir la puerta a abusos sistemáticos del principio de anticipación.

La complejidad legal se agudiza cuando los ataques anticipatorios se dirigen contra actores no estatales que operan dentro del territorio de Estados soberanos. Aquí surgen preguntas difíciles: ¿puede un Estado intervenir militarmente si el país huésped no combate a los terroristas? ¿Existe un umbral de amenaza suficiente para considerar inminente una acción que aún no ha ocurrido? En casos como Yemen (2002) o Gaza, tanto Estados Unidos como Israel han argumentado que el Estado anfitrión era incapaz o no estaba dispuesto a actuar, y que por tanto la intervención era justificada. Aun así, este tipo de acciones sigue siendo jurídicamente polémico, sobre todo si no cuentan con el respaldo explícito del Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora bien, más allá de la legalidad formal, existe otro concepto clave: la legitimidad. No siempre lo legal y lo legítimo coinciden. Un ataque puede ajustarse técnicamente a la ley, pero ser considerado ilegítimo si se percibe como desproporcionado, unilateral o motivado por intereses ocultos. Inversamente, un ataque ilegal puede ser visto como legítimo si se enmarca en una causa ética superior, como la prevención de un genocidio. La intervención de la OTAN en Kosovo en 1999 es un ejemplo paradigmático de este dilema: fue ilegal según el derecho internacional, pero ampliamente considerada legítima desde una perspectiva humanitaria.

Varios factores contribuyen a la percepción de legitimidad: la alineación con principios éticos (como proteger civiles), el apoyo de aliados y organizaciones multilaterales, la transparencia en la justificación del ataque y la proporcionalidad de los medios empleados. Además, las percepciones de legitimidad pueden cambiar con el tiempo. Una intervención inicialmente controvertida puede adquirir mayor respaldo si se demuestra que evitó una catástrofe o condujo a una estabilización real. Lo contrario también es cierto: una acción aceptada inicialmente puede volverse ilegítima si sus consecuencias son desastrosas.

El estudio concluye que toda planificación de un ataque anticipatorio debe considerar no solo su viabilidad militar, sino también su base legal y legitimidad internacional. La eficacia táctica puede verse anulada por consecuencias políticas negativas: aislamiento diplomático, sanciones económicas, pérdida de influencia o deslegitimación en foros multilaterales. Además, sin un consenso jurídico claro, la institucionalización de esta práctica como parte estructural de la política exterior estadounidense corre el riesgo de socavar principios fundamentales del orden internacional, debilitando justamente el entorno legal y normativo que EE. UU. ha contribuido históricamente a construir.

En definitiva, el dilema de la anticipación no es solo una cuestión de estrategia militar, sino también un reto jurídico y moral. Si Estados Unidos desea preservar su liderazgo global, deberá equilibrar cuidadosamente su poder de acción con el respeto a las normas que rigen la convivencia internacional. Porque en el siglo XXI, la legitimidad puede ser tan decisiva como la fuerza.

5. Implicaciones para la Política de Defensa de EE. UU.

Desde que la doctrina de ataque anticipatorio se incorporó de manera más explícita en la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha planteado una pregunta crucial para la planificación militar: ¿debe el aparato de defensa organizarse en torno a la posibilidad de golpear primero? El estudio de RAND es claro al respecto: aunque este tipo de operaciones ha ganado notoriedad, su aplicación práctica seguirá siendo limitada y selectiva. No estamos frente a un nuevo paradigma que reemplace la disuasión o la contención, sino ante un recurso excepcional que, si bien debe contemplarse, no puede convertirse en eje estructurante de la defensa nacional.

El ataque anticipatorio debe concebirse como una contingencia de nicho, no como una doctrina central. Aunque puede considerarse con más frecuencia en un entorno estratégico incierto, seguirá siendo poco común en la práctica. Por lo tanto, las fuerzas armadas deben estar capacitadas para ejecutarlo si fuera necesario, pero sin reorganizar su estructura ni su entrenamiento general en torno a este tipo de misión. No se trata de desarrollar capacidades completamente nuevas, sino de adaptar las ya existentes a escenarios bien definidos.

Y es que los requisitos militares para una operación anticipatoria varían enormemente según el caso. No existe una fórmula única ni una plantilla estándar. Prevenir una invasión de Taiwán, neutralizar instalaciones nucleares en Irán o eliminar una célula terrorista en Yemen son desafíos completamente distintos, que exigen medios, tiempos, inteligencia y reglas de enfrentamiento específicos. Por eso, RAND enfatiza la importancia de planificar sobre la base de escenarios concretos en lugar de abrazar una doctrina genérica de anticipación.

En todos los casos, la inteligencia estratégica adquiere un rol central. Comprender las intenciones del adversario, distinguir entre preparativos defensivos y ofensivos, y detectar actividades encubiertas —como la proliferación nuclear— son tareas complejas que requieren capacidades de vigilancia, análisis y acción en tiempo real. La Fuerza Aérea, con sus sistemas ISR (inteligencia, vigilancia y reconocimiento), cumple un papel fundamental en este proceso. Sin información precisa y oportuna, cualquier decisión anticipatoria se transforma en una apuesta ciega.

Especialmente en el caso de agresiones transfronterizas inminentes, como podría ser una ofensiva convencional de Corea del Norte o una acción militar china sobre Taiwán, la capacidad de reacción rápida es decisiva. Para que un ataque preemptivo tenga sentido, debe lanzarse antes de que el enemigo ejecute su ofensiva. Eso requiere fuerzas preposicionadas, o al menos con alta capacidad de despliegue, decisiones políticas rápidas y confiables, y armamento de largo alcance capaz de actuar incluso sin acceso territorial directo.

Cuando se trata de frenar la proliferación de armas nucleares, químicas o biológicas, las exigencias son aún más elevadas. No basta con atacar instalaciones; muchas veces se requiere eliminar capacidades profundamente enterradas, neutralizar defensas aéreas y, en algunos casos, incluso propiciar un cambio de régimen, como ocurrió con la invasión de Irak. Estas operaciones deben lograr una eficacia quirúrgica sin margen de error, y además prepararse para las consecuencias: desde contaminación nuclear hasta una escalada regional. Por eso, RAND destaca la necesidad de contar con autonomía operativa, sin depender del apoyo directo de aliados, si estos no están dispuestos a participar.

En un plano distinto, los ataques anticipatorios contra organizaciones terroristas implican misiones de escala menor, pero alta complejidad operativa. Suelen realizarse mediante drones, comandos especiales o en coordinación con inteligencia aliada, y requieren niveles altos de infiltración, precisión y velocidad. Si este tipo de acciones se hace recurrente, como ha sido el caso en los últimos años, se incrementará la presión sobre las fuerzas especiales (SOF) y se requerirá una inversión sostenida en unidades no convencionales, equipos discretos y medios autónomos.

Ahora bien, el estudio también advierte contra el riesgo de sobrevaloración de esta capacidad. El éxito de operaciones pasadas, como el ataque preventivo de Israel en 1967, puede fomentar una confianza excesiva en la anticipación como herramienta universal. Este sesgo ofensivo ha llevado históricamente a decisiones estratégicas erróneas, como ocurrió en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial o con la intervención en Irak basada en inteligencia defectuosa. La lección es clara: no todos los problemas de seguridad se resuelven atacando primero.

Además, existe un peligro creciente de que EE. UU. termine siendo blanco de un ataque preemptivo. Si un adversario percibe que la intervención estadounidense es inevitable, puede decidir golpear primero para reducir sus propias pérdidas. Doctrinas como la china, en caso de crisis sobre Taiwán, ya contemplan esa posibilidad. Frente a ello, la estructura de fuerzas de EE. UU. debe diseñarse con criterios de resiliencia y dispersión, incorporando sistemas de defensa activa, redundancia y capacidad de absorción de ataques sorpresa.

Finalmente, RAND subraya la necesidad de una coordinación estrecha entre los líderes políticos y los mandos militares. Las decisiones de anticipación no pueden improvisarse. Los planificadores deben comunicar con precisión qué es factible, advertir sobre las limitaciones operativas y los riesgos implicados, y estar preparados para actuar con poco margen de maniobra temporal si las circunstancias lo exigen.

En suma, el ataque anticipatorio no debe dominar la planificación militar estadounidense, pero sí incorporarse como una capacidad especializada y estratégica. Su éxito dependerá de una combinación equilibrada de inteligencia confiable, criterios legales claros, evaluación política rigurosa y preparación técnica sobria. Se trata, en última instancia, de estar listos para actuar sin precipitarse, de anticiparse sin invitar al desastre, y de preservar el poder militar sin renunciar a la prudencia.


6. Escenarios Probables para EE. UU.

El estudio de RAND identifica con claridad tres escenarios principales en los que Estados Unidos podría contemplar el uso de ataques anticipatorios en el futuro cercano. Estos no son ejercicios hipotéticos: responden a preocupaciones reales en la política exterior y defensa estadounidense, y sirven como guía para planificadores estratégicos, tanto en el terreno militar como diplomático.

El primer escenario plantea la posibilidad de tener que anticiparse a una agresión transfronteriza. El objetivo sería impedir o mitigar una invasión o ataque inminente contra un aliado, como podría ser un avance norcoreano sobre Corea del Sur o una ofensiva de China contra Taiwán. En estos casos, un ataque anticipatorio permitiría a EE. UU. reducir el daño inicial a sus propias fuerzas y a sus aliados, ganando así una ventaja táctica. Sin embargo, esta opción también conlleva un riesgo mayúsculo: iniciar una guerra a gran escala en una región sensible. La magnitud del conflicto haría que la calidad y certeza de la inteligencia sobre la inminencia del ataque enemigo sea absolutamente crítica. Si la amenaza resulta ser menos inminente de lo previsto o no se concreta, el costo político —tanto interno como externo— podría ser devastador. Por ello, este tipo de operación sólo sería justificable en condiciones excepcionales de urgencia y certeza, y requeriría una preparación militar y diplomática extensa y coordinada.

Un segundo escenario contempla ataques anticipatorios contra grupos terroristas antes de que ejecuten atentados. Aquí se trata de operaciones de menor escala, llevadas a cabo mediante drones armados, fuerzas especiales o en colaboración con servicios de inteligencia aliados. Estas misiones suelen ser encubiertas, de corto alcance, y orientadas a eliminar objetivos específicos con precisión quirúrgica. Ejemplos como el ataque con misil Hellfire en Yemen (2002) o los operativos en Afganistán y Pakistán ilustran este tipo de intervención. La ventaja central de este enfoque es su alto grado de aceptabilidad moral y política, siempre y cuando haya evidencia concreta que justifique la acción. Además, al tratarse de acciones puntuales, el riesgo de escalada es mucho menor. No obstante, su éxito depende críticamente de una inteligencia táctica confiable y precisa. También surgen dilemas legales, especialmente cuando estas operaciones se realizan dentro de territorios soberanos sin el consentimiento del Estado anfitrión. Aun con estos desafíos, este es probablemente el tipo de ataque anticipatorio más frecuente y políticamente viable en el mundo contemporáneo.

El tercer escenario, más delicado aún, es el de impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. Aquí el blanco no son grupos dispersos ni movimientos tácticos inmediatos, sino la infraestructura crítica de Estados que podrían adquirir —o ya poseen— capacidades nucleares, químicas o biológicas. Irán y Corea del Norte son los casos más notorios, pero también se contempla la posibilidad de futuros actores. A lo largo de la historia, se han registrado precedentes de este tipo de acción: el bombardeo israelí al reactor Osirak en Irak (1981) o, de manera más ambiciosa, la invasión estadounidense de Irak en 2003. Este último caso, basado en premisas equivocadas sobre la existencia de ADM, se convirtió en un ejemplo paradigmático de los peligros de actuar preventivamente sin evidencia sólida. Operaciones de este tipo exigen una precisión militar extrema: deben destruir no solo instalaciones físicas, muchas veces ocultas o fortificadas, sino también la capacidad técnica y humana del programa enemigo. Además, implican un riesgo alto de guerra prolongada, ocupación territorial y consecuencias geopolíticas imprevistas. Políticamente, si la acción no cuenta con respaldo internacional y la amenaza no es percibida como creíble, el costo en términos de legitimidad puede ser catastrófico. Así, estos ataques sólo pueden considerarse cuando el adversario es claramente incontrolable por medios diplomáticos o disuasivos, y la amenaza es tangible.

Más allá de estos tres escenarios, el estudio identifica una serie de efectos cruzados que deben tenerse en cuenta. Por ejemplo, el impacto disuasivo de estas acciones puede ser ambiguo: mientras algunos países podrían abandonar programas de armamento por temor a ser atacados, otros podrían sentirse incentivados a acelerarlos para disuadir un ataque anticipado. Libia renunció a sus armas tras ver lo que sucedió en Irak, pero Irán podría haber llegado a la conclusión opuesta: que el desarrollo nuclear rápido es la mejor garantía contra una intervención.

Asimismo, el uso repetido o institucionalizado del ataque anticipatorio por parte de Estados Unidos podría erosionar las normas internacionales que condenan el uso preventivo de la fuerza. Esto abriría la puerta a que otros Estados —como India, Rusia o Israel— invoquen esta doctrina para justificar agresiones en sus respectivas regiones, lo que aumentaría la inestabilidad global.

En términos generales, los escenarios más probables para el uso de ataques anticipatorios por parte de EE. UU. se concentran en tres líneas: prevenir agresiones convencionales de Estados hostiles, neutralizar amenazas terroristas antes de que se concreten, e impedir la proliferación de armas de destrucción masiva. No obstante, la decisión de actuar en forma anticipatoria no puede depender únicamente de la capacidad militar o de la voluntad política. Debe fundarse en tres criterios clave: la certeza de la amenaza, la ventaja estratégica real de actuar primero y el costo político y diplomático que tendría una acción militar unilateral o controvertida.

En última instancia, el estudio de RAND no propone una doctrina rígida, sino un marco analítico que ayude a decidir con inteligencia y cautela. Los ataques anticipatorios, si bien útiles en ciertos contextos, requieren una evaluación minuciosa, caso por caso. La ventaja de golpear primero nunca debe eclipsar el riesgo de golpear en falso.

7. Riesgos y Recomendaciones

Aunque la opción de golpear primero puede ofrecer ventajas estratégicas significativas en ciertos contextos, el estudio de RAND advierte que una dependencia excesiva de los ataques anticipatorios —ya sean de carácter preemptivo o preventivo— entraña riesgos sustanciales tanto en el plano estratégico como en el político. Estas acciones, por más que puedan parecer atractivas en términos de control del conflicto o eliminación de amenazas potenciales, deben ser consideradas con suma cautela y sólo en circunstancias excepcionales.

Uno de los principales peligros identificados es la sobrevaloración del ataque anticipatorio. Casos como el de Israel en 1967, exitosos desde el punto de vista militar, pueden inducir una percepción distorsionada sobre la universalidad de sus beneficios. Esta interpretación errónea podría generar entre líderes políticos y militares una preferencia por la acción ofensiva, subestimando los costos prolongados que implica iniciar una guerra antes de tiempo. En ese camino, el impulso estratégico puede dejar de lado la evaluación rigurosa de alternativas no militares y abrir la puerta a conflictos innecesarios.

Además, si la acción anticipatoria se basa en información defectuosa —como ocurrió en Irak en 2003—, el daño a la credibilidad internacional de Estados Unidos puede ser profundo y duradero. La confianza de aliados, organizaciones multilaterales y opinión pública se resiente, lo que debilita la efectividad de futuras amenazas disuasorias. Una nación que falla al justificar sus intervenciones pierde autoridad moral y capacidad de liderazgo en el sistema internacional.

Existe también el riesgo de provocar una escalada incontrolada. Atacar primero puede desencadenar guerras regionales o incluso globales, especialmente si el objetivo es una potencia intermedia o nuclear. La anticipación mal calculada puede resultar en un conflicto de mayor envergadura que el que se pretendía evitar. Peor aún, puede llevar a que otros actores perciban que deben actuar preventivamente también, desencadenando un ciclo de agresiones defensivas —un efecto espejo sumamente peligroso.

Otra preocupación fundamental es el debilitamiento del orden jurídico internacional. El uso frecuente o unilateral de esta doctrina puede erosionar los principios que limitan el recurso a la fuerza entre Estados. Cuando una potencia como EE. UU. actúa fuera de esos marcos, otros países pueden sentirse legitimados para hacer lo mismo, incluso en contextos mucho más cuestionables. El resultado sería una progresiva desestabilización del sistema internacional y el regreso a un modelo de relaciones de fuerza sin reglas claras.

Y no hay que descartar que Estados Unidos, al mostrarse proclive a atacar primero, se convierta él mismo en blanco de ataques preemptivos. Si un adversario percibe que una intervención estadounidense es inevitable, podría optar por adelantarse, iniciando hostilidades con la esperanza de limitar sus propias pérdidas. Esta lógica ya se refleja en doctrinas militares como la china en torno a Taiwán, que contempla la posibilidad de atacar fuerzas estadounidenses si se aproxima una confrontación.

Frente a este panorama, el estudio ofrece un conjunto de recomendaciones orientadas a minimizar riesgos y preservar la legitimidad estratégica de EE. UU. La primera y más importante es tratar el ataque anticipatorio como una excepción, no como regla. No debe convertirse en una herramienta rutinaria de política exterior, sino reservarse para situaciones extremas, cuando la amenaza sea clara, inminente o no mitigable por otros medios.

La segunda recomendación apunta al fortalecimiento de la inteligencia estratégica. Invertir en capacidades humanas y tecnológicas (HUMINT y SIGINT) es vital para interpretar con precisión las intenciones del adversario y detectar amenazas en desarrollo. Esa inteligencia debe ser contrastada, verificada y compartida de forma rigurosa, evitando que decisiones críticas se tomen sobre la base de datos fragmentarios o erróneos.

Tercero, se enfatiza la necesidad de contar con capacidades militares flexibles y reversibles. Es decir, fuerzas de reacción rápida, armamento de precisión y plataformas de operación furtiva que permitan escalar o desescalar la intervención según evolucione la situación. Esta modularidad es crucial para conservar opciones y no quedar atrapado en una lógica de "todo o nada".

También es esencial minimizar el daño colateral. La legitimidad de un ataque anticipatorio está íntimamente ligada a su precisión y proporcionalidad. Evitar víctimas civiles y limitar la destrucción a objetivos estrictamente militares es no sólo una exigencia moral, sino también estratégica: las operaciones limpias preservan el respaldo político y reducen el riesgo de radicalización o escalada prolongada.

En paralelo, se debe reforzar la coordinación civil-militar. Las decisiones de anticipación no pueden tomarse desde compartimentos estancos. Requieren una comunicación fluida entre planificadores militares y responsables políticos, de modo que estos últimos comprendan con claridad qué es posible, qué es riesgoso y qué implicaciones tendría cada curso de acción.

Una planificación responsable también debe contemplar el escenario posterior al ataque. Toda operación anticipatoria debe incluir medidas para proteger a las fuerzas desplegadas, garantizar la seguridad de los aliados y gestionar la respuesta diplomática y militar del adversario. Pensar en la escalada no como una posibilidad remota, sino como una consecuencia plausible, es parte del realismo estratégico necesario.

Por último, el estudio insiste en la necesidad de respetar y sostener las normas internacionales. A pesar de sus límites, el derecho internacional es un pilar fundamental del orden global. Por ello, EE. UU. debería esforzarse por legitimar cualquier acción anticipatoria mediante alianzas, marcos multilaterales, transparencia informativa y procedimientos formales. No se trata sólo de cumplir reglas, sino de reafirmar el compromiso con un sistema que da previsibilidad y contención a la violencia internacional.

En suma, el ataque anticipatorio puede ser una herramienta útil en circunstancias excepcionales, pero nunca debe convertirse en una doctrina general. Su valor reside en la capacidad de neutralizar amenazas graves y específicas, no en su aplicación sistemática. La clave está en combinar una preparación operativa de alto nivel con una estrategia marcada por la moderación, la inteligencia verificable, el respaldo político firme y el respeto a las normas que rigen la convivencia entre Estados. En tiempos de incertidumbre global, la prudencia estratégica es tan vital como el poder militar.

Ataque de anticipación para el caso Argentina vs Reino Unido/Chile

La teoría de los ataques anticipatorios —en sus variantes preemptiva, preventiva o de carácter más general— desarrollada en el estudio de RAND, ofrece un marco analítico útil para pensar escenarios complejos de seguridad donde la decisión de “golpear primero” podría considerarse racional desde un punto de vista estratégico. Si bien esta doctrina fue concebida en el contexto de la política de defensa estadounidense posterior al 11 de septiembre, su estructura conceptual puede proyectarse, con las debidas adaptaciones, a otras realidades nacionales. Históricamente, en el caso argentino, sufrimos un ataque preventivo con el ataque y captura de la ciudad de Corrientes en 1865 que dio lugar a nuestra entrada en la Guerra del Paraguay. Estuvimos también a punto de realizar un ataque preemptivo en el caso de la crisis del Beagle. Posteriormente, la operación Rosario podría también encuadrarse en el caso de un ataque preemptivo en términos de debilitar el accionar británico en el TOAS luego de revelada las acciones en las Georgias del Sur. La hipótesis de una futura intervención militar en el Atlántico Sur —particularmente en torno a las Islas Malvinas o a los territorios reclamados en la Antártida— plantea un terreno fértil para este tipo de reflexión prospectiva, siempre que se reconozcan las profundas diferencias en capacidades, alianzas, legitimidad y condicionamientos geopolíticos que separan a Argentina del caso estadounidense.

A modo de ejercicio académico, puede imaginarse un escenario a mediano o largo plazo —dentro de las próximas dos décadas— en el cual el contexto internacional en la región austral se ha transformado radicalmente. El Tratado Antártico podría haberse debilitado o incluso colapsado, dando lugar a una etapa de competencia explícita por recursos estratégicos, desde hidrocarburos hasta minerales críticos. En paralelo, la presencia militar y económica del Reino Unido y de Chile en el Atlántico Sur y la Antártida podría haberse intensificado a través de instalaciones duales, con fines científicos y de vigilancia. En ese marco, la exploración de recursos naturales podría haber dejado de ser una actividad cooperativa para convertirse en un foco de fricción geopolítica. Simultáneamente, Argentina habría iniciado un proceso de modernización militar —modesto pero realista— centrado en capacidades ISR, armas de precisión y plataformas de proyección regional limitada. Sobre ese trasfondo, los incidentes recurrentes en las zonas disputadas, incluyendo provocaciones navales cerca de las Malvinas o actividades hostiles encubiertas, marcarían una escalada de tensiones.

En ese contexto hipotético, la posibilidad de aplicar una doctrina de ataque anticipatorio podría cobrar cierta racionalidad estratégica. Por ejemplo, ante indicios claros y verificables de que el Reino Unido está a punto de desplegar nuevos sistemas ofensivos —como misiles de largo alcance o submarinos nucleares— en las Islas Malvinas, el liderazgo argentino podría interpretar esa acción como el preludio de un reposicionamiento militar más agresivo, orientado a consolidar su control sobre zonas circundantes del Atlántico o incluso avanzar sobre reclamos antárticos. De confirmarse una amenaza inminente y específica, Argentina podría contemplar un ataque preemptivo limitado, en línea con el modelo de evaluación de RAND, que combina alta certeza sobre la amenaza con una ventaja táctica clara derivada de actuar primero. Sin embargo, aun en ese caso, los obstáculos serían formidables: el uso anticipatorio de la fuerza solo sería mínimamente viable si se dispone de inteligencia de alta calidad, se logra un control político total sobre la escalada, y se obtiene algún grado de legitimidad regional o multilateral que respalde la acción.

Otro escenario más problemático desde el punto de vista jurídico y estratégico sería el de un ataque preventivo contra instalaciones chilenas en sectores superpuestos del continente antártico o en el extremo sur de la Patagonia. Si, por ejemplo, Chile estableciera bases logísticas con capacidad ofensiva en áreas que Argentina considera parte de su reclamo histórico, y esa infraestructura otorgara una ventaja estratégica irreversible a su contraparte, se podría plantear la necesidad de neutralizar la amenaza antes de que se consolide. Sin embargo, la doctrina RAND señala con claridad que los ataques preventivos —al actuar sobre amenazas futuras y no inminentes— rara vez se justifican plenamente, ni desde el derecho internacional ni desde la legitimidad política. Una acción de este tipo por parte de Argentina sería vista como agresión, con escasas posibilidades de éxito diplomático y alto riesgo de generar una escalada inmediata con otros actores regionales como Perú o Bolivia, tradicionalmente sensibles a alteraciones en el equilibrio austral.

Una opción más plausible dentro del repertorio anticipatorio sería la realización de acciones limitadas, quirúrgicas y encubiertas, destinadas a negar capacidades específicas de vigilancia, control o despliegue rápido por parte de actores extranjeros en zonas disputadas. Este tipo de ataque anticipatorio táctico podría implicar, por ejemplo, el sabotaje selectivo de sensores, infraestructura satelital terrestre o redes de comunicaciones militares en bases británicas o chilenas en la Antártida o sus alrededores. Tal como señala el informe de RAND, las operaciones de esta naturaleza, si son altamente precisas, no letales y conducidas en un marco de negación plausible, pueden resultar más aceptables desde el punto de vista político y más eficaces para evitar una escalada directa. No obstante, incluso estos escenarios exigen capacidades técnicas sofisticadas, un entorno de inteligencia extremadamente fino y una estrategia diplomática sólida para contener las reacciones posteriores.

El conjunto de estos escenarios revela una constante: los riesgos asociados al uso anticipatorio de la fuerza por parte de Argentina son considerables. Escalada bélica con potencias superiores, condena internacional, pérdida de legitimidad en organismos multilaterales, e incluso la posibilidad de que tales acciones justifiquen un mayor refuerzo militar británico o chileno en la región, constituyen peligros concretos. Para que cualquier acción anticipatoria pueda ser evaluada como factible, se requieren condiciones muy exigentes: inteligencia precisa y verificable, planificación proporcional y limitada en objetivos, una narrativa pública clara, y, sobre todo, respaldo regional que dote de legitimidad a la operación. La falta de alguno de estos elementos podría convertir una acción de anticipación en un error estratégico irreparable.

En conclusión, la adaptación de la doctrina de ataques anticipatorios al caso argentino no debe entenderse como una recomendación operativa, sino como una herramienta conceptual para pensar con mayor rigor los posibles cursos de acción frente a amenazas futuras en el Atlántico Sur y la Antártida. Tal como enfatiza el estudio de RAND, este tipo de ataques no debe institucionalizarse ni convertirse en una política general. Su aplicación solo tendría sentido bajo circunstancias excepcionales, donde confluyan amenazas inminentes, ventajas operativas tangibles y una arquitectura política que permita sostener la acción sin sacrificar la estabilidad regional o el prestigio internacional. Para Argentina, la prioridad estratégica debe seguir siendo la construcción de una capacidad de disuasión creíble, la inversión en inteligencia avanzada y la articulación de una diplomacia preventiva robusta. Solo así podrá asegurarse que cualquier decisión de emplear la fuerza, si llegara el caso, no sea fruto de la desesperación o la improvisación, sino de una evaluación estratégica madura, fundada en principios y alineada con los intereses nacionales de largo plazo.


lunes, 26 de mayo de 2025

Inteligencia artificial en defensa: Revolución o riesgo estratégico

Inteligencia artificial en defensa: Revolución o riesgo estratégico


Se discute el impacto de la IA en el ámbito militar, desde drones autónomos hasta sistemas de predicción de conflictos, y los dilemas éticos que plantea. ¿Puede ser demasiado peligroso ceder a la IA? ¿Puede emerger, en el extremo, el efecto Skynet?


Inteligencia artificial en defensa: Revolución o riesgo estratégico

La integración de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito militar está transformando la forma en que los países planifican y ejecutan operaciones de defensa. Desde drones autónomos hasta sistemas avanzados de predicción de conflictos, la IA promete aumentar la eficiencia operativa y mejorar la toma de decisiones. Sin embargo, esta revolución tecnológica también plantea dilemas éticos y estratégicos que requieren un análisis cuidadoso.

Impacto de la IA en operaciones militares

La IA ha sido adoptada en diversos campos de la defensa. Los drones autónomos, por ejemplo, son capaces de realizar misiones de vigilancia, reconocimiento y ataque con un nivel de precisión que supera al de los sistemas tripulados. Estos dispositivos pueden operar en entornos hostiles sin poner en riesgo la vida de los operadores, además de reducir significativamente los tiempos de respuesta en situaciones críticas.

Otro desarrollo significativo es el uso de la IA en sistemas de logística militar, como el mantenimiento predictivo de equipos. Algoritmos avanzados analizan datos en tiempo real para anticipar fallos y optimizar el despliegue de recursos. Estos avances permiten a los ejércitos adaptarse rápidamente a las demandas del campo de batalla moderno, aumentando su capacidad de supervivencia y efectividad.

Impacto de la IA en operaciones militares: Casos reales en conflictos clave

Operaciones autónomas: Drones en conflictos árabe-israelí y chino-norteamericano

  1. Conflicto Árabe-Israelí: En el contexto de las tensiones entre Israel y grupos armados en Gaza, Israel ha empleado drones autónomos en tareas de vigilancia y ataque. La tecnología de la IA ha mejorado significativamente las capacidades del sistema Harop, un dron kamikaze diseñado para buscar y destruir objetivos con alta precisión. Durante la escalada de 2021, estos drones fueron utilizados para identificar lanzadores de cohetes y posiciones de combate en tiempo real, integrándose con sistemas de defensa como la Cúpula de Hierro.

    Además, Israel ha desarrollado algoritmos de inteligencia artificial que analizan vastos volúmenes de datos recolectados por drones y sensores terrestres. Esto permite identificar patrones en las actividades enemigas, como el movimiento de combatientes o el almacenamiento de armamento, y facilita ataques preventivos. En combinación con software avanzado de comando y control, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han reducido significativamente el tiempo entre la detección de un objetivo y la ejecución de un ataque.

  2. Tensiones chino-norteamericanas en el Indo-Pacífico: El conflicto latente entre China y Estados Unidos ha llevado a un aumento en el despliegue de drones autónomos y sistemas de vigilancia impulsados por IA. En el Mar del Sur de China, ambas potencias han utilizado vehículos no tripulados para realizar operaciones de inteligencia y monitorear movimientos navales.

    Un caso destacado es el empleo por parte de EE. UU. de drones submarinos como el Sea Hunter. Este dron autónomo, diseñado para detectar submarinos enemigos, opera durante largos periodos sin intervención humana, procesando datos mediante IA para identificar patrones de actividad naval. Por su parte, China ha desplegado drones como el GJ-11 Sharp Sword, un vehículo aéreo no tripulado (UAV) stealth capaz de realizar misiones de reconocimiento y ataque en áreas disputadas.

Logística militar y mantenimiento predictivo

  1. Conflicto árabe-israelí: Las FDI han integrado algoritmos de mantenimiento predictivo en sistemas como los tanques Merkava IV y las plataformas de artillería autopropulsada. Estos sistemas monitorean continuamente el estado de componentes críticos, enviando alertas cuando es necesario realizar reparaciones. Esto ha reducido las fallas durante las operaciones y mejorado la preparación operativa de las unidades blindadas.

    Israel también ha implementado sistemas logísticos impulsados por IA para gestionar el suministro de municiones y combustible. Durante conflictos recientes, estos algoritmos optimizaron las rutas de reabastecimiento y minimizaron los tiempos de entrega en zonas de combate.

  2. Tensiones chino-norteamericanas: La Marina de los EE. UU. utiliza IA para optimizar el mantenimiento de su flota. Por ejemplo, el programa Condition-Based Maintenance Plus (CBM+) emplea sensores y algoritmos para predecir fallos en buques y aeronaves antes de que ocurran. Esto se ha aplicado a los destructores de clase Arleigh Burke, que patrullan regularmente el Indo-Pacífico. Este enfoque ha reducido costos y tiempos de inactividad, mejorando la capacidad de respuesta ante posibles enfrentamientos.

    China, por su parte, ha avanzado en la automatización de su logística militar mediante el uso de IA. En ejercicios recientes, se emplearon algoritmos para planificar el despliegue de tropas y recursos en simulaciones de conflicto en Taiwán, garantizando una distribución eficiente de suministros en escenarios complejos.

Lecciones aprendidas y futuro de la IA en defensa

Los casos mencionados ilustran cómo la IA está transformando las operaciones militares. Sin embargo, estos avances también destacan riesgos inherentes, como la dependencia de sistemas autónomos y la posible escalada accidental debido a errores de interpretación en los algoritmos. En el futuro, es probable que la IA juegue un papel aún más prominente en la defensa, con un enfoque en la integración de sistemas autónomos, la toma de decisiones en tiempo real y la logística optimizada. La competencia entre potencias como China y Estados Unidos marcará el ritmo de esta evolución tecnológica.

 

Predicción de conflictos y simulación basada en agentes

Uno de los campos más prometedores de la IA en defensa es la predicción de conflictos. Mediante el análisis de grandes volúmenes de datos, como patrones de comportamiento económico, político y militar, estos sistemas pueden identificar indicadores de escalada de tensiones. Aquí es donde la simulación basada en agentes (Agent-Based Modeling, ABM) ofrece un potencial considerable.

El ABM permite modelar la interacción de múltiples actores (gobiernos, grupos insurgentes, actores internacionales) en un entorno simulado. Cada agente en el modelo actúa según reglas predefinidas, lo que permite explorar dinámicas complejas y prever el impacto de distintas estrategias. Por ejemplo, se pueden simular escenarios de escalada diplomática o militar, proporcionando a los líderes datos que informen decisiones estratégicas. Además, estas simulaciones pueden integrarse con algoritmos de aprendizaje automático para refinar continuamente sus predicciones a medida que cambian las condiciones.

Sí, la simulación basada en agentes (ABM) ha sido utilizada tanto en estudios académicos como en aplicaciones prácticas para la predicción de conflictos y el análisis de dinámicas sociopolíticas. Aunque la implementación en escenarios reales sigue siendo limitada debido a la complejidad de las variables involucradas, ha habido casos destacados en los que el ABM ha demostrado ser una herramienta valiosa.

Casos académicos de ABM en la predicción de conflictos

  1. Conflictos étnicos y sociales: Modelos basados en ABM, como el trabajo de Joshua Epstein y Robert Axtell en Growing Artificial Societies, han explorado cómo factores como la segregación social, la escasez de recursos y las interacciones locales pueden desencadenar conflictos a gran escala. Estos estudios han proporcionado un marco teórico para analizar las dinámicas subyacentes en conflictos étnicos y sociales, como los disturbios urbanos.

  2. Conflictos interestatales: Investigadores han aplicado ABM para estudiar cómo las interacciones entre estados pueden llevar a conflictos armados. Por ejemplo, modelos que simulan la carrera armamentista entre potencias rivales han identificado umbrales críticos que pueden detonar tensiones, ayudando a diseñar políticas de desescalada.

  3. Simulación de guerrillas y movimientos insurgentes: En entornos académicos y militares, el ABM ha sido usado para entender cómo las insurgencias se forman, operan y responden a las estrategias contrainsurgentes. Por ejemplo, el modelo Irregular Warfare Tactical Wargame, desarrollado por RAND Corporation, utiliza ABM para explorar cómo insurgencias y fuerzas gubernamentales interactúan en un entorno simulado.


Aplicaciones prácticas y casos reales

  1. Predicción de violencia electoral: En contextos de elecciones en África subsahariana, se han empleado ABM para modelar el comportamiento de grupos políticos y seguidores, anticipando dónde podrían surgir conflictos violentos. Este tipo de simulaciones ha informado estrategias de despliegue de fuerzas de seguridad.

  2. Operación MINERVA: Este programa de investigación financiado por el Departamento de Defensa de EE. UU. ha utilizado ABM para modelar dinámicas complejas en zonas de conflicto. Por ejemplo, simulaciones de interacciones entre actores tribales, insurgencias y fuerzas extranjeras han sido aplicadas para diseñar estrategias en Afganistán e Irak.

  3. Estudios de flujos migratorios y conflictos fronterizos: El ABM ha sido empleado para modelar cómo los movimientos masivos de personas, provocados por desastres naturales o conflictos, pueden influir en la estabilidad regional y en las relaciones internacionales.

Desafíos y futuro del ABM en la predicción de conflictos

Aunque prometedor, el ABM enfrenta limitaciones significativas. Requiere datos de alta calidad para calibrar los modelos y una comprensión profunda de las reglas que rigen el comportamiento de los actores. Además, los resultados pueden ser sensibles a pequeñas variaciones en las condiciones iniciales, lo que complica la extrapolación a escenarios reales.

A medida que los algoritmos de aprendizaje automático y las capacidades de computación avanzan, el ABM tiene el potencial de integrarse con otras herramientas analíticas para mejorar la precisión y la utilidad de las predicciones. Esto podría permitir aplicaciones más robustas en defensa, como la simulación de estrategias diplomáticas y militares en tiempo real.

 

Dilemas éticos y riesgos estratégicos

El uso de la IA en defensa no está exento de controversias. Los sistemas autónomos de armas, como los drones armados, plantean preguntas sobre la delegación de decisiones de vida o muerte a máquinas. El riesgo de errores, como la identificación incorrecta de objetivos, puede tener consecuencias devastadoras en términos de bajas civiles y escalada de conflictos.

Otro desafío ético es la asimetría que puede generar el acceso desigual a la tecnología avanzada. Las naciones con mayores recursos podrían consolidar una ventaja estratégica desproporcionada, exacerbando las tensiones globales.

Conclusión

La IA representa tanto una revolución como un riesgo en el ámbito militar. Sus aplicaciones prometen transformar la defensa, desde la autonomía en el campo de batalla hasta la capacidad predictiva estratégica. Sin embargo, su implementación debe ir acompañada de un marco ético sólido y una cooperación internacional que mitigue los riesgos de escalada y uso indebido. La integración de herramientas como el ABM en sistemas de predicción de conflictos subraya la necesidad de equilibrio entre innovación y responsabilidad.


viernes, 30 de julio de 2021

Teoría de la guerra: Las tres primeras generaciones de la guerra y la cuarta antisubversiva

Las tres primeras generaciones de la guerra moderna

W&W




La masacre de Hama de 1982

El filósofo militar chino Sun Tzu dijo: "El que se comprende a sí mismo y comprende a su enemigo prevalecerá en cien batallas". Para comprendernos a nosotros mismos y a nuestros enemigos en los conflictos de la Cuarta Generación, es útil utilizar el marco completo de las Cuatro Generaciones de la guerra moderna. ¿Cuáles son las tres primeras generaciones?

La guerra de la Primera Generación se libró con tácticas de línea y columna. Duró desde la Paz de Westfalia hasta la época de la Guerra Civil estadounidense. Su importancia para nosotros hoy es que el campo de batalla de la Primera Generación solía ser un campo de batalla de orden, y el campo de batalla de orden creó una cultura de orden en las fuerzas armadas estatales. La mayoría de las cosas que definen la diferencia entre "militares" y "civiles" - saludos, uniformes, cuidadosas gradaciones de rango, etc. - son productos de la Primera Generación y existen para reforzar una cultura militar de orden. Así como la mayoría de los ejércitos estatales todavía están diseñados para luchar contra otros ejércitos estatales, también continúan encarnando la cultura del orden de la Primera Generación.

El problema es que, a partir de mediados del siglo XIX, el orden del campo de batalla comenzó a desmoronarse. Frente a los ejércitos de masas, el nacionalismo que hacía que los soldados quisieran luchar y los desarrollos tecnológicos como el mosquete estriado, el cargador de recámara, el alambre de púas y las ametralladoras, las viejas tácticas de línea y columna se volvieron suicidas. Pero a medida que el campo de batalla se volvió cada vez más desordenado, los ejércitos estatales permanecieron atrapados en una cultura de orden. La cultura militar que en la Primera Generación había sido coherente con el campo de batalla se volvió cada vez más contradictoria con él. Esa contradicción es una de las razones por las que los ejércitos estatales tienen tantas dificultades en la guerra de cuarta generación, donde no solo el campo de batalla está desordenado, también lo está toda la sociedad en la que tiene lugar el conflicto.

La guerra de segunda generación fue desarrollada por el ejército francés durante y después de la Primera Guerra Mundial. Se ocupó del creciente desorden del campo de batalla al intentar imponerle orden. La guerra de segunda generación, también llamada a veces guerra de potencia de fuego / desgaste, se basaba en fuego de artillería indirecto controlado centralmente, sincronizado cuidadosamente con infantería, caballería y aviación, para destruir al enemigo matando a sus soldados y haciendo explotar su equipo. Los franceses resumieron la guerra de segunda generación con la frase: "La artillería conquista, la infantería ocupa".

La guerra de segunda generación también preservó la cultura militar del orden. Los ejércitos de segunda generación se enfocan hacia adentro en órdenes, reglas, procesos y procedimientos. Hay una "solución escolar" para cada problema. Las batallas se libran metódicamente, por lo que los métodos prescritos impulsan el entrenamiento y la educación, donde el objetivo es la perfección de los detalles en la ejecución. La cultura militar de la Segunda Generación, como la Primera, valora la obediencia sobre la iniciativa (se teme la iniciativa porque interrumpe la sincronización) y se basa en la disciplina impuesta.

Tanto el Ejército de los Estados Unidos como el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos aprendieron la guerra de segunda generación del ejército francés durante la Primera Guerra Mundial, y hoy en día sigue siendo en gran medida la "forma de guerra estadounidense".

La guerra de tercera generación, también llamada guerra de maniobras, fue desarrollada por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. La guerra de tercera generación se enfrentó al campo de batalla desordenado no tratando de imponerle orden sino adaptándose al desorden y aprovechándolo. La guerra de tercera generación se basó menos en la potencia de fuego que en la velocidad y el ritmo. Buscaba presentar al enemigo situaciones inesperadas y peligrosas más rápido de lo que podía hacerles frente, separándolo mental y físicamente.

Las nuevas tácticas de infantería de tercera generación del ejército alemán fueron las primeras tácticas no lineales. En lugar de tratar de mantener una línea en la defensa, el objetivo era atraer al enemigo y luego aislarlo, poniendo unidades enemigas enteras "en la bolsa". En la ofensiva, las "tácticas de tropas de asalto" alemanas de 1918 fluyeron como agua alrededor de los puntos fuertes del enemigo, penetrando profundamente en el área de retaguardia del enemigo y también haciendo rodar sus unidades de avanzada desde los flancos y la retaguardia. Estas tácticas de infantería de la Primera Guerra Mundial, cuando fueron utilizadas por formaciones blindadas y mecanizadas en la Segunda Guerra Mundial, se conocieron como "Blitzkrieg".

Así como la guerra de la tercera generación rompió con las tácticas lineales, también rompió con la cultura del orden de la primera y la segunda generación. Los ejércitos de tercera generación se enfocan hacia afuera en la situación, el enemigo y el resultado que la situación requiere. Se espera que los líderes de todos los niveles obtengan ese resultado, independientemente de las órdenes. La educación militar está diseñada para desarrollar el juicio militar, no enseñar procesos o métodos, y la mayor parte del entrenamiento es juego libre de fuerza sobre fuerza porque solo el juego libre se aproxima al desorden del combate. La cultura militar de tercera generación también valora la iniciativa sobre la obediencia, tolerando los errores siempre que no sean el resultado de la timidez, y se basa en la autodisciplina en lugar de imponer disciplina, porque sólo la autodisciplina es compatible con la iniciativa.

Cuando la Segunda y la Tercera Generación se enfrentaron en combate en la campaña alemana contra Francia en 1940, el Ejército Francés de Segunda Generación fue derrotado completa y rápidamente; la campaña terminó en seis semanas. Ambos ejércitos tenían tecnología similar, y los franceses en realidad tenían más (y mejores) tanques. Las ideas, no las armas, dictaban el resultado.

A pesar de que la guerra de la Tercera Generación demostró su superioridad decisiva hace más de 60 años, la mayoría de los ejércitos estatales del mundo siguen siendo de Segunda Generación. La razón es cultural: no pueden romper con la cultura del orden que requiere la Tercera Generación. Ésta es otra razón por la que, en todo el mundo, las fuerzas armadas estatales no lo están haciendo bien contra los enemigos no estatales. Los ejércitos de la segunda generación luchan poniendo potencia de fuego en los objetivos, y los combatientes de la cuarta generación son muy buenos para volverse inalcanzables. Prácticamente todas las fuerzas de la Cuarta Generación están libres de la cultura del orden de la Primera Generación; se concentran en el exterior, valoran la iniciativa y, como están muy descentralizados, se basan en la autodisciplina. Las fuerzas estatales de segunda generación están en gran parte indefensas frente a ellos.

Luchando contra la guerra de cuarta generación: dos modelos

En la lucha contra la guerra de cuarta generación, hay dos enfoques o modelos básicos. El primero puede llamarse en términos generales el "modelo de desescalada" y es el tema central de este artículo. Pero hay ocasiones en las que las fuerzas armadas estatales pueden emplear el otro modelo. Como reflejo de un caso en el que este segundo modelo se aplicó con éxito, nos referimos a él (tomando prestado de Martin van Creveld) como el "modelo de Hama". El modelo de Hama se refiere a lo que el presidente sirio Hafez al-Assad le hizo a la ciudad de Hama en Siria cuando una entidad no estatal allí, la Hermandad Musulmana, se rebeló contra su gobierno.

En 1982, en Hama, Siria, la Hermandad musulmana sunita estaba ganando fuerza y ​​planeaba intervenir en la política siria a través de la violencia. El dictador de Siria, Hafez al-Assad, fue alertado por sus fuentes de inteligencia de que la Hermandad Musulmana buscaba asesinar a varios miembros del gobernante Partido Baath. De hecho, hay pruebas creíbles de que la Hermandad Musulmana estaba planeando derrocar al gobierno Baath, dominado por chiítas y alauitas.

El 2 de febrero de 1982, el ejército sirio se desplegó en el área que rodea a Hama. En tres semanas, el ejército sirio había devastado por completo la ciudad, lo que provocó la muerte de entre 10.000 y 25.000 personas, según la fuente. El uso de artillería pesada, fuerzas blindadas y posiblemente incluso gas venenoso provocó una destrucción a gran escala y el fin de los deseos de la Hermandad Musulmana de derrocar al Partido Baath y Hafez al-Assad. Una vez finalizada la operación, un ciudadano sobreviviente de Hama declaró: "Aquí ya no hacemos política, solo hacemos religión".

Los resultados de la destrucción de Hama fueron claros para los supervivientes. Como escribió el 20 de junio de 2000, Christian Science Monitor, “Siria ha sido vilipendiada en Occidente por las atrocidades cometidas en Hama. Pero muchos sirios, incluida una clase mercantil sunita que ha prosperado bajo el dominio alauí, también notan que el resultado ha sido años de estabilidad ”.

Lo que distingue al modelo de Hama es una potencia de fuego y una fuerza abrumadoras, utilizadas deliberadamente para generar bajas masivas y destrucción, en una acción que termina rápidamente.
La velocidad es la esencia del modelo Hama. Si se permite que una operación de tipo Hama se prolongue, se convertirá en un desastre a nivel moral. El objetivo es superarlo tan rápido que el efecto deseado localmente se logre antes de que nadie más tenga tiempo de reaccionar o, idealmente, incluso de darse cuenta de lo que está sucediendo.

Se presta poca atención al modelo de Hama porque las situaciones en las que las fuerzas armadas de los estados occidentales podrán emplearlo probablemente serán pocas y espaciadas. Las consideraciones políticas nacionales e internacionales normalmente tenderán a descartarlo. Sin embargo, podría convertirse en una opción si se usara un arma de destrucción masiva contra un país occidental en su propio suelo.

La principal razón por la que necesitamos identificar el modelo de Hama es notar un grave peligro al que se enfrentan las fuerzas armadas estatales en situaciones de cuarta generación. Es fácil, pero fatal, elegir un rumbo que se encuentre en algún lugar entre el modelo de Hama y el modelo de desescalada. Tal proceder inevitablemente resulta en una derrota, debido al poder de la debilidad.

El historiador militar Martin van Creveld compara un ejército estatal que, con su vasta superioridad en letalidad, continuamente dirige su poder de fuego hacia oponentes de cuarta generación mal equipados con un adulto que administra una paliza violenta y prolongada a un niño en un lugar público. Independientemente de lo mal que haya hecho el niño o de lo justificado que pueda ser la golpiza, todos los observadores simpatizan con el niño. Pronto, los forasteros intervienen y el adulto es arrestado. El desajuste de poder es tan grande que la acción del adulto se considera un delito. (nota del administrador: eso fue exactamente lo que hicieron las fuerzas armadas argentinas contra terrorismo peronista de los 70s o la masacre de Tiananmenn en China)

Esto es lo que les sucede a las fuerzas armadas estatales que intentan dividir la diferencia entre los modelos de Hama y de desescalada. El espectáculo aparentemente interminable de oponentes débiles e, inevitablemente, civiles locales que son asesinados por el poder abrumador de las fuerzas armadas estatales derrota al estado a nivel moral. Por eso la regla del modelo de Hama es que la violencia debe terminar rápidamente. ¡Debe acabarse rápidamente! Cualquier intento de un compromiso entre los dos modelos resulta en una violencia prolongada por parte de las fuerzas armadas del estado, y es la duración del desajuste lo que resulta fatal. En la medida en que las fuerzas armadas estatales sean también invasores extranjeros, la derrota del estado se producirá mucho antes. Ocurre tanto a nivel local como a escala mundial. En los 3.000 años que se ha contado la historia de David y Goliat, ¿cuántos oyentes se han identificado con Goliat?

En la mayoría de los casos, la opción principal para las fuerzas armadas estatales será el modelo de desescalada. Lo que esto significa es que cuando las situaciones amenazan con volverse violentas o realmente lo hacen, las fuerzas estatales en situaciones de Cuarta Generación enfocarán sus esfuerzos en bajar el nivel de confrontación hasta que deje de ser violento. Lo harán en los niveles táctico, operativo y estratégico. Por lo tanto, el resto se centra en el modelo de desescalada para combatir la insurgencia y otras formas de guerra de cuarta generación.







domingo, 24 de enero de 2021

La guerra en el espectro de frecuencia contra los chinos

Gobernando el campo de batalla invisible: el espectro electromagnético y el poder militar chino

Marcus Clay || War on the Rocks




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Te mostraremos nuestra fuerza estratégica, somos el pilar del campo de batalla infinito.
Maniobrando tropas milagrosamente mientras abrimos el ojo celestial,
Lanzando redes del cielo a la tierra sin lugares donde esconder los lazos del enemigo
Marcha hacia adelante, poderosa Fuerza de Apoyo Estratégico,
¡Sigue el comando del Partido Comunista, lucha resueltamente para ganar!

- "Marcha hacia adelante, poderosa fuerza de apoyo estratégico"

Letra de Wang Xiaoling, Zhao Shixin, compuesta por Wang Luming



La lucha por la superioridad del espectro electromagnético ha estado en curso durante más de un siglo. El dominio del espectro por parte de los militares estadounidenses ha disminuido constantemente durante las últimas dos décadas. Esto se debe principalmente a que los planificadores de defensa y combatientes estadounidenses se han preocupado por adversarios ajenos que operan en un entorno de espectro altamente permisivo. En el mismo período de tiempo, China ha estado tomando medidas para fortalecer sus capacidades habilitadas para el espectro electromagnético y se ha acercado a la paridad con Estados Unidos. Hace cinco años, en el contexto de reformas estructurales más amplias, el Ejército Popular de Liberación dio un paso institucional importante para fusionar sus elementos de guerra electrónica, redes y espacio previamente desagregados mediante la creación de la Fuerza de Apoyo Estratégico. Washington ve esto como una evidencia de la creencia de los líderes militares chinos de que "lograr el dominio de la información y negar a los adversarios el uso del espectro electromagnético es necesario para tomar y mantener la iniciativa estratégica en un conflicto".

Desde ondas de radio hasta rayos gamma, el espectro electromagnético cubre todo el rango de luz que existe. Los ejércitos modernos usan radares y otros sensores para ubicarse entre sí y al enemigo, redes informáticas inalámbricas para solicitar suministros y coordinar operaciones, y bloqueadores para degradar los radares enemigos o interrumpir las comunicaciones que son críticas para un comando y control efectivos. El espectro es lo que une todo. En la Estrategia de Superioridad del Espectro Electromagnético del Departamento de Defensa, publicada el año pasado, el espectro se identifica como un facilitador de operaciones militares en otros dominios, no como un dominio de guerra independiente por derecho propio. China sigue de cerca este desarrollo y probablemente comparte esta evaluación en la actualidad. La evidencia circunstancial sugiere que el Ejército Popular de Liberación probablemente también esté elaborando su propia estrategia de espectro de alto nivel. Los estrategas militares chinos priorizan cada vez más la explotación y el dominio del espectro electromagnético en sus doctrinas militares en evolución. Para disuadir a los adversarios de China tanto militar como psicológicamente, abogan por una integración más profunda de las redes informáticas en la guerra electrónica, con capacidades que se utilizarán junto con los ataques cinéticos de precisión. Anticipando un futuro campo de batalla de ritmo rápido, China también parece estar preparada para aplicar tecnología avanzada como la inteligencia artificial y el aprendizaje automático a la tarea de fortalecer sus capacidades de guerra electrónica.

Habla el idioma del Ejército de Liberación Popular

El Ejército de Liberación Popular (ELP) entiende la guerra electrónica de manera similar al ejército de los Estados Unidos, a pesar de un uso de términos ligeramente diferente. En sus traducciones al inglés, China usa los términos “contramedidas electrónicas” y “guerra electrónica” indistintamente, lo que puede causar confusión a los observadores de defensa occidentales. El personal del Ejército Popular de Liberación especializado en todo tipo de operaciones de guerra electrónica continúa llamándose "tropas de contramedidas electrónicas", a pesar de que algunas de sus responsabilidades incluyen medidas proactivas. Este es probablemente un problema heredado: el Ejército Popular de Liberación es un recién llegado en la adquisición de tecnologías electrónicas clave en aplicaciones militares, y el término "contramedidas" era el nombre del juego cuando China creó por primera vez esta disciplina especializada a fines de la década de 1970. Desde la perspectiva de los Estados Unidos, la guerra electromagnética (comúnmente conocida anteriormente como guerra electrónica) incluye tres divisiones: ataque electromagnético, protección electromagnética y apoyo electromagnético. Las contramedidas electrónicas estadounidenses emplean técnicas activas o pasivas para dañar las capacidades enemigas y pueden usarse de manera preventiva o reactiva, cayendo bajo un ataque electromagnético defensivo. La definición de contramedidas electrónicas del Ejército Popular de Liberación cubre un alcance mucho más amplio de operaciones tanto defensivas como ofensivas, y es aproximadamente el equivalente del término "guerra electrónica" en la doctrina militar de EE. UU., Que se refiere a cualquier acción militar que implique el uso de electromagnéticos o energía dirigida para controlar el espectro y atacar al enemigo. Las capacidades de matar "suave" y "duras" de la guerra electrónica discutidas en los escritos chinos se asemejan a la doctrina estadounidense. El término "suave" se refiere a operaciones que causan interrupciones en los sistemas de información electrónicos del enemigo, mientras que "duro" se refiere principalmente al uso de armas electrónicas, como misiles antirradiación, láseres de alta energía y armas de pulso electromagnético, para causar daños directos. al equipo enemigo.

Los estrategas chinos dan prioridad a los "tomadores de decisiones nacionales y militares" como objetivos clave para los ataques en el marco de sus operaciones de guerra electrónica. Otros objetivos incluyen "infraestructura de información nacional", "sistemas estratégicos de alerta temprana", "el sistema de información militar" y "sistemas de comunicaciones dentro de los sistemas financieros, energéticos y de transporte nacionales del adversario". Esto explica, al menos en parte, la obsesión del Ejército Popular de Liberación con conceptos como "guerra electromagnética en red (网络 电磁 空间 战)" o "guerra electrónica y de red integrada (网 电 一体 战)". La explotación "suave" del espectro electromagnético, según los escritores chinos, permite al Ejército Popular de Liberación "paralizar" o "secuestrar" los sistemas del adversario para lograr un objetivo holístico de influir en los tomadores de decisiones del enemigo. Y, por definición, esto se puede utilizar junto con otras herramientas políticas, diplomáticas, económicas, científicas y tecnológicas o culturales que no sean de naturaleza militar.

Esto no significa que el Ejército Popular de Liberación no vea el valor disuasorio de los medios de guerra electrónica "duros". Muy al contrario: los pensadores militares influyentes asociados con el Ejército Popular de Liberación consideran con frecuencia que las "armas de contramedidas electrónicas de nuevo concepto", como las armas de pulso electromagnético no nucleares o los láseres de alta energía, son medios potencialmente disruptivos para paralizar al ejército de un adversario y a toda la sociedad. En 2018, un autor militar chino escribió que "la tendencia de poner en uso bombas electromagnéticas convencionales y armas láser estratégicas se ha acelerado, lo que destaca el papel de las contramedidas estratégicas como factor ganador ... proporcionando a los planificadores militares nuevos medios para la disuasión estratégica".

¿Defensa activa u ofensa?

La doctrina del Ejército Popular de Liberación se basa en el concepto de "defensa activa". Esto representa la postura defensiva estratégica de China: integra la disuasión para prevenir o minimizar el conflicto, pero fomenta la adopción de medidas tanto ofensivas como defensivas en todas las fases del conflicto, así como en tiempo de paz para disuadir un conflicto no deseado. En el ámbito de las redes y el campo electromagnético, el Ejército Popular de Liberación parece tener un historial de tomar acciones que pueden considerarse proactivas. Los estrategas chinos sostienen abiertamente que ver la guerra electrónica simplemente como una función de apoyo operativo refleja un "pensamiento hacia atrás". El futuro campo de batalla de la información, caracterizado por la perfecta integración de las operaciones de "sensor a disparador", requiere un cambio de mentalidad. Debido a que el dominio de la información se logra a través del control del "frente de combate principal, la ubicación geográfica clave y el momento crítico" de las operaciones adversarias, la guerra electrónica es un factor determinante en las diversas fases de las campañas. El éxito de la guerra electrónica también depende de una comprensión precisa de la interconexión de los dominios geográficos y de información. La doctrina china aconseja "imponer efectos de dominio cruzado (跨域 施 效)" en los sistemas de armas del adversario que se basan en el acceso sin obstáculos al espectro. Para lograr efectos "revertidos" entre dominios y dominio de la información, los ataques regionales de potencia de fuego contra objetivos críticos en el momento adecuado son clave, y deben destruir la "inteligencia, vigilancia, reconocimiento y alerta temprana, navegación y posicionamiento, comunicaciones de comando y" del adversario. plataformas de contramedidas electrónicas ”.

Citando las experiencias de guerra electrónica estadounidense y rusa, los investigadores del Ejército Popular de Liberación abogan por la integración de la guerra electrónica y de redes "constante, controlable y de alto impacto" con ataques de precisión de "alta intensidad y ritmo rápido". Juntos, pueden causar "daños irreversibles y una destrucción poderosa". Según estos escritores chinos, esta es la única manera de "decapitar y cegar (断 首 致盲)" simultáneamente al adversario mientras "aplasta sus huesos y daña su cuerpo (毁 骨伤 身)" para mantener la ventaja del Ejército Popular de Liberación y acelerar el ritmo operativo. La "flexibilidad, controlabilidad y omnipresencia de tales ataques" permite a los combatientes consolidar sus exquisitas capacidades (聚 优) para atacar el "centro de gravedad" del enemigo y destruir nodos clave de los sistemas operativos enemigos para paralizar sus capacidades de combate. Dichos nodos clave a menudo incluyen centros de comando, nodos de información crítica, centros de comunicaciones y redes críticas. También es importante crear ventajas al comienzo de un asalto, y esto debe lograrse mediante la explotación de vulnerabilidades dentro del sistema operativo del adversario. Los estrategas del ELP lamentan abiertamente "la oportunidad perdida" para los piratas informáticos de "Yugoslavia y otros países" durante el conflicto de Kosovo. "Si solo se hubieran utilizado aviones y misiles para llevar a cabo ataques contra portaaviones estadounidenses", escribieron estos autores, "podría haber sido un resultado muy diferente".

La velocidad parece ser otro enfoque clave en las discusiones del Ejército Popular de Liberación sobre las futuras capacidades de guerra electrónica. El avance de la inteligencia artificial y el aprendizaje automático puede acelerar significativamente el procesamiento de miles de emisores desconocidos, nuevos e inusuales que existen en un campo de batalla del espectro electromagnético complejo y en constante cambio. Aunque la investigación es de calidad desconocida, el académico Wang Shafei y su equipo, afiliado a la Fuerza de Apoyo Estratégico, supuestamente se han centrado en la guerra electrónica cognitiva durante años. Y el mayor general Lv Yueguang, una de las principales autoridades de guerra electrónica del Ejército Popular de Liberación, forma parte del comité asesor de estrategia nacional de inteligencia artificial de China.

Cuando las artes oscuras se encuentran con las estratagemas chinas

Se vuelve más oscuro. Las estratagemas engañosas siempre están en el corazón del Partido Comunista Chino y sus fuerzas armadas. Las artes oscuras de la guerra electrónica y el campo de batalla del espectro electromagnético invisible, complejo y congestionado proporcionan a los estrategas del Ejército Popular de Liberación casi el rango de prueba perfecto para perfeccionar sus teorías de combate. Los estrategas chinos ven el despliegue de sus "tropas de contramedidas electrónicas" como un acto que es "altamente técnico, encubierto y engañoso". Aunque la energía electromagnética es invisible e intangible, como señalan los autores, también es prevalente y medible, a la vez que sensible y controlable. Esto crea un amplio espacio para el empleo de estratagemas. Chai Kunqi, probablemente afiliado al programa de armas hipersónicas de China, describe la guerra electrónica como un juego del "gato y el ratón" y "un paisaje emocionante de la guerra moderna que muestra la sabiduría estratégica de las fuerzas opuestas".

El dominio electromagnético se trata de personas. El engaño se dirige a los tomadores de decisiones humanos. Los estrategas militares chinos han expresado durante mucho tiempo el establecimiento del dominio del espectro a través de la guerra electrónica contra los activos espaciales de un adversario para lograr el efecto estratégico deseado. Teóricamente, el Ejército Popular de Liberación podría apuntar a los enlaces ascendentes y descendentes de los satélites que respaldan los sistemas de inteligencia, vigilancia, reconocimiento, comunicaciones, alerta temprana y navegación. Las consecuencias podrían ser significativas para el ciclo de planificación, decisión y ejecución del comandante del componente aéreo de una fuerza conjunta y complicar las operaciones aéreas, terrestres y navales efectivas.

Para lograr los objetivos anteriores, los teóricos de la guerra electrónica del Ejército Popular de Liberación enfatizan la estrategia de engaño de "ocultar lo real e inyectar lo falso", afectando señales e información para engañar a los operadores enemigos y a los tomadores de decisiones. También destacan la importancia de la sorpresa: como el lado más débil percibido en una competencia, los autores chinos aconsejan emplear medios asimétricos para derrotar al rival más fuerte, a través de un ataque rápido del espectro electromagnético contra una vulnerabilidad clave cuando menos se espera.

Siguen siendo escasos los ejemplos de engaño de guerra electrónica disponibles públicamente en el mundo real. Pero un enfoque centrado en el personal es coherente con las prácticas de ataque a la red informática del Ejército Popular de Liberación. Como señaló el entonces fiscal general de los Estados Unidos, William P. Barr, en su anuncio de la acusación contra los piratas informáticos del Ejército de Liberación Popular a principios de 2020:

Durante años, hemos sido testigos del apetito voraz de China por los datos personales de los estadounidenses, incluido el robo de registros de personal de la Oficina de Administración de Personal de EE. UU., la intrusión en los hoteles Marriott y la compañía de seguros de salud Anthem, y ahora el robo al por mayor de crédito y otra información de Equifax.


En particular, los cuatro piratas informáticos acusados ​​en el caso Equifax estaban afiliados al 54º Instituto de Investigación del Ejército de Liberación Popular, que estaba subordinado al Cuarto Departamento del antiguo Departamento de Estado Mayor del Ejército de Liberación Popular. El Cuarto Departamento era responsable de la investigación de contramedidas electrónicas y de redes. En la actualidad, es probable que forme parte de la Academia de Ciencias Militares, el principal grupo de expertos del Ejército de Liberación del Pueblo para el desarrollo de estrategias y doctrinas.

Además, los pensadores del Ejército Popular de Liberación continúan enfatizando las operaciones electrónicas y de red integradas, con un énfasis adicional en la aplicación de medios tecnológicos inteligentes como análisis de big data, computación en la nube y aprendizaje profundo. La guerra electrónica se describe como una "interrupción externa (外 扰)", mientras que el ataque a la red informática se considera "destrucción desde dentro (內 攻)". La guerra electrónica utiliza energía electromagnética para aislar, obstruir y destruir los sistemas electrónicos del enemigo, confundiendo los sensores del enemigo, interrumpiendo el comando y control y degradando las operaciones conjuntas. Las operaciones de la red informática inyecta virus y malware en los sistemas enemigos para lograr el mismo efecto en el sistema de combate enemigo. En una discusión de 2017 sobre contramedidas electrónicas basadas en el espacio, un autor posiblemente afiliado al programa espacial militar de China señaló que “los ataques electrónicos y de red integrados al sistema de información en red de un adversario se pueden lograr mediante enlaces de datos satelitales y suplantación de identidad ... lo que mejorará significativamente la efectividad del combate . "

La fuerza de apoyo estratégico y más allá

La Fuerza de Apoyo Estratégico ha sido descrita como la fuerza de alto nivel más decisiva y con visión de futuro, y metafóricamente como una "carta oculta que brindará la victoria final". El sistema de propaganda del Ejército Popular de Liberación ha mantenido vaga la misión exacta de la fuerza. Más recientemente, durante el desfile militar del Día Nacional en 2019, fuentes oficiales chinas lo describieron como una fuerza bien entrenada que permite al Ejército Popular de Liberación "lograr un desarrollo a pasos agigantados de disciplinas críticas". Es una fuerza conjunta, compuesta por personal de múltiples servicios. A medida que el ejército de los EE. UU. Persigue operaciones integradas de todos los dominios de las que dependen las victorias en la guerra futura, es posible que las identidades de servicio, o incluso el concepto de "unión", deban actualizarse y tal vez reemplazarse por un concepto de lucha futura más orientado a las funciones. La creación de la Fuerza de Apoyo Estratégico puede demostrar que el Ejército Popular de Liberación ha puesto en práctica ese concepto innovador.

Sin embargo, la Fuerza de Apoyo Estratégico es solo un componente de la propia estrategia de superioridad electromagnética de China. Existen otros jugadores poderosos. El Ejército Popular de Liberación tiene mucho en juego en la elaboración, prueba e implementación de su doctrina de guerra electrónica. En primer lugar, el papel de las oficinas de gestión del espectro de las fuerzas armadas en la Comisión Militar Central y los niveles de mando del teatro merece un examen detenido. La eliminación de conflictos en el propio uso del espectro es fundamental para el éxito en las operaciones militares modernas. A pesar de su conciencia de la necesidad de una gestión eficaz del espectro, no fue hasta 2016 que el Ejército Popular de Liberación cambió su enfoque de las pruebas de equipos a la gestión del espectro orientada al combate. El espectro electromagnético es inherentemente de doble uso: la forma en que el Ejército de Liberación Popular está trabajando con sus homólogos civiles para administrar el espectro es otro tema poco estudiado.

En segundo lugar, la orientación de alto nivel para el apoyo a la investigación y la planificación de fuerzas probablemente provenga de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Comisión Militar Central, la Academia de Ingeniería de Sistemas de la Academia reformada de Ciencias Militares y la Academia de Contramedidas Electrónicas de la prestigiosa Universidad Nacional de Defensa del Ejército Popular de Liberación. Tecnología. Es probable que diferentes academias de investigación de servicios también proporcionen información sobre las doctrinas de guerra electrónica del Ejército Popular de Liberación. También deberían tenerse en cuenta varias entidades civiles. Por ejemplo, debido a sus conexiones con el personal superior de la Fuerza de Apoyo Estratégico, la Universidad de Ciencia y Tecnología Electrónica de China, con sede en Chengdu, también puede desempeñar un papel importante en la prestación de apoyo intelectual para el desarrollo de la doctrina.

Por último, incluso a nivel operacional, la Fuerza de Apoyo Estratégico no es el único comando involucrado en la red integrada del Ejército Popular de Liberación y las misiones de ataque electrónico. Posiblemente también desempeñe un papel la Oficina de Red y Electrónica del Departamento de Estado Mayor Conjunto (军委 联合 参谋部 网络 电子 局). Es probable que también existan funciones de personal similares en el nivel de comando del teatro. Otra entidad es el Grupo de Contramedidas Electrónicas de la Red del Departamento de Estado Mayor Conjunto que está adscrito al Centro de Comando y Control de Operaciones Conjuntas de la Comisión Militar Central, que probablemente coordina las operaciones de espectro electromagnético de la Fuerza Aérea, el Ejército, la Armada, la Fuerza de Cohetes y la Fuerza de Apoyo Estratégico del Ejército Popular de Liberación. Sin embargo, no está claro cómo exactamente el Ejército Popular de Liberación comanda y controla sus operaciones de guerra electrónica, y cómo la Fuerza de Apoyo Estratégico se integra en las operaciones del espectro electromagnético del comando de teatro en tiempo de guerra.

Conclusión

Casi todos los aspectos de la sociedad moderna dependen del espectro electromagnético. El ejército de EE. UU. "Enfrenta probabilidades casi imposibles de ganar competencias futuras si el dominio del espectro electromagnético no está suficientemente dominado por los intereses occidentales", advirtió la Fuerza de Tarea de Defensa Electromagnética de la Fuerza Aérea de EE. UU. en su informe de estudio de 2019. Esa es exactamente la razón por la que los pensadores militares chinos están diseñando teorías y prácticas para explotar el espectro contra el ejército estadounidense, su modelo a seguir y adversario número uno, que busca emular, competir y, si la disuasión falla, derrotar en el campo de batalla.

A medida que el Departamento de Defensa avanza hacia el mando y control conjunto de todos los dominios, se deben tomar medidas para abordar los desafíos electromagnéticos que plantea China. Deben cerrarse las brechas en la capacidad de guerra electrónica. Se necesita una mayor conciencia y un espectro renovado de atención plena en todos los escalones del ejército estadounidense. La estrategia china del espectro electromagnético se deriva de una evaluación de sus propias limitaciones y limitaciones, lo que requiere un mayor escrutinio por parte de los observadores estadounidenses. Más importante aún, a medida que el ejército chino continúa modernizándose, es probable que aumente su dependencia del espectro para las operaciones militares, por lo que es vital que los pensadores militares estadounidenses aprovechen las vulnerabilidades del Ejército Popular de Liberación y contrarresten sus avances.